Mostrando entradas con la etiqueta gobernador. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta gobernador. Mostrar todas las entradas

domingo, 24 de marzo de 2024

El motín y abusos en la colonia argentina antes de 1833

Abusos, el crimen de un comandante y un motín: la historia de las Malvinas antes de la usurpación

El miércoles 2 de enero de 1833 a las nueve de la mañana ingresó al puerto la corbeta Clio. Pero antes de que Inglaterra se apoderara de las islas, en el archipiélago se desarrollaron un sinfín de acontecimientos. Desde la pesca sin control de barcos extranjeros hasta el fusilamiento de rebeldes peones acusados de matar a un severo capitán

Por Adrián Pignatelli  ||  Infobae


Puerto Luis, sitio donde se estableció la sede de la Comandancia de Vernet y las viviendas de los colonos.



Cuando la Clio llegó, en el archipiélago habían pasado algunas cosas. Antes de que el miércoles 2 de enero de 1833 a las nueve de la mañana ingresara al puerto la nave de guerra inglesa, se había desatado el descontrol: pesca irrestricta de barcos extranjeros, escasez de alimentos, el crimen del comandante militar y político de la isla frente a su esposa y a su hijo recién nacido y un motín. La historia de las Islas Malvinas antes de la usurpación británica comienza ocho años antes, en 1825.

Ese año, la goleta estadounidense Grace Ann era descartada en Baltimore. Había sido concebida para el comercio de esclavos. El gobierno argentino la adquirió al año siguiente para incorporarla a la modesta flota que combatía en la guerra contra el Brasil. De 32 metros de eslora estaba armada con ocho cañones y el almirante Guillermo Brown elogiaba de ella su rapidez. La bautizaron la Sarandí.

Su comandante, desde octubre de 1829, fue José María Pinedo, un teniente coronel de 37 años que había ingresado a la marina en 1816, había sido corsario y había peleado en las guerras de la independencia y contra el Brasil. El 14 de septiembre de 1832 el gobierno de Buenos Aires le dio instrucciones: como Luis María Vernet se hallaba en Buenos Aires llevando un cargamento incautado a barcos norteamericanos al sorprenderlos pescando sin permiso, Pinedo debía tomar posesión del archipiélago, comprendiendo la isla de Soledad y las demás adyacentes hasta el Cabo de Hornos, enarbolando abordo y en tierra el Pabellón de la República y haciendo una salva de 21 cañonazos.

José María Pinedo ingresó a la marina en 1816 y prestó diversos servicios al país. Falleció en 1885.

En La Sarandí llevaría al nuevo comandante civil y militar interino, el sargento mayor Esteban José Francisco Mestivier. El flamante funcionario iba acompañado de su esposa Gertrudis Sánchez. El barco tenía 42 tripulantes y 25 soldados con un único oficial, el ayudante de caballería José Antonio Gomila. Algunos de los tripulantes iban también con sus familias.

La misión de Pinedo era la de patrullar 150 millas del litoral desde la isla Soledad hasta la Isla Nueva y controlar los buques que se dedicaban a la pesca. Tenía órdenes de no agredirlos, aunque debería responder en caso de ser “atropellado violentamente”. Y “nunca se rendirá a fuerzas superiores sin cubrirse de gloria en su gallarda resistencia”.

La Sarandí zarpó el 23 de septiembre. Fueron quince días de navegación agitada, en la que la nave fue azotada por violentos temporales. Al entrar a la bahía en Puerto Luis -a 45 kilómetros al norte de Puerto Argentino- lo hizo con fuertes vientos y nieve. Contempló el desembarco un reducido grupo de pobladores, temerosos, que miraban con recelo la bandera del barco.

Cuando Vernet partió, había dejado instrucciones al capataz y a los peones como la de recoger a los caballos que no habían sido domados y formar una nueva caballada. Pero nada hicieron. El capataz, al no haber quien lo controlase, se sentía cómodo. Cuando llegó la Sarandí recién aceptó la autoridad de Pinedo al ver que estaba al frente de cincuenta soldados.

Luis María Vernet llevó adelante un ambicioso plan de poblamiento de las islas y se ocupó del control de la actividad de los barcos balleneros en las aguas del Atlántico Sur.

El floreciente poblado que había dejado Vernet había desaparecido y graves hechos ocurrieron durante su ausencia. El 28 de diciembre de 1831 apareció en Puerto Luis lo que en un principio era un barco de bandera francesa. Pero en realidad era la Lexington, norteamericana, al mando del capitán Silas Duncan, que no reconoció autoridad alguna.

Hizo desembarcar a sus hombres en tres botes y cometieron todos los abusos posibles. Mataron una decena de caballos, además de ovejas y chanchos. Los pobladores huyeron con lo puesto al interior de la isla mientras los marineros entraban a las casas, robaban lo que podían y destruían a su antojo. Amenazaron a los gauchos con armas de fuego, exigiendo comida, y en caso contrario quemarían todo. Luego destruyeron los cañones e inutilizaron la pólvora. Tomaron prisioneros que fueron llevados encadenados a Montevideo.

Duncan no registró en su bitácora este grave incidente.

Los desmanes cometidos por la tripulación de la Lexington había dejado el caserío en pésimas condiciones. El poblado ejemplar que había organizado Vernet se había transformado en casas de piedra semiarruinadas, un par de huertas, algunas ovejas y cabras, puercos de patas largas. Los hombres del capitán Duncan se habían encargado de destruir todo.

El 10 de octubre se desarrolló la ceremonia en la que el francés Mestivier quedó oficialmente a cargo de la comandancia militar y política. Hubo formación de tropa y marinería, tres vivas al gobierno, izamiento de la bandera argentina, tres cargas de fusilería y una salva de 21 cañonazos de la goleta.

El 21 de noviembre la Sarandí comenzó las tareas de patrullaje. Al zarpar, no imaginarían los graves sucesos que ocurrirían durante su ausencia.

Un exceso de severidad de Mestivier hacia el trato con los peones desató lo impensado. Al parecer, el comandante solía usar azotes para imponer castigos. Media docena de hombres, encabezados por el sargento Manuel Sáenz Valiente entraron a su casa y fueron a increparlo. Él dejó a su esposa y a su hijo recién nacido en su habitación y quiso llevarlos hacia afuera. Pero fue asesinado a tiros y a bayonetazos, a pesar de los gritos desesperados de su esposa. Dejaron el cadáver tirado en una zanja con un trozo de carne en su boca. Y escaparon hacia el interior de la isla.

Cuando Pinedo regresó, se enteró que en el pueblo había estallado un motín y por boca de la esposa del asesinado y de otros pobladores supo cómo habían sido los hechos. Con la colaboración de la tripulación de la fragata ballenera Jean Jacques, los asesinos fueron capturados.

El militar armó un proceso para castigar a los culpables, los llevó arrestados a bordo, recogió todo el armamento y dejó en tierra a un sargento con dos cabos para mantener el orden y la disciplina.

La goleta Sarandí estuvo en la guerra contra el Brasil, recorrió las costas patagónicas y tuvo un rol protagónico en la historia de Malvinas

Pinedo asumió interinamente el cargo de comandante militar y político. Cuando todo parecía volver a la normalidad, el miércoles 2 de enero de 1833 a las 9 de la mañana entró al puerto una nave de guerra inglesa. Era la Clio. Comenzaba la usurpación.

Los culpables fueron remitidos a Buenos Aires en la Sarandí. Luego de ser encontrados culpables por un Consejo de Guerra, fueron fusilados y sus cuerpos colgados en la horca en los cuarteles del Retiro el 8 de febrero de 1833. A Sáenz Valiente le cortaron la mano derecha antes de ajusticiarlo. Gomila, acusado de haber hecho la vista gorda ante el asesinato, fue condenado a un año de destierro, a pesar de las protestas de la viuda de Mestivier. Así se castigó un crimen cometido en una tierra que hacía un mes y una semana que había sido usurpada. Y otra historia comenzaría.

miércoles, 10 de enero de 2024

Malvinas: Menéndez, su hijo, los soldados muertos y sus cenizas en las islas

La relación de Menéndez con su hijo en la guerra, los soldados muertos y por qué sus cenizas descansan en Malvinas

Fue el gobernador militar de Malvinas en 1982. El tiempo demostró que también fue víctima de la improvisación de la Junta Militar empujada por la euforia popular por la recuperación de las islas que se había hecho sentir en la Plaza de Mayo. Su preocupación por los soldados y su última voluntad

 
25 de abril de 1982, Puerto Argentino. El padre general le llama la atención al hijo subteniente

La fotografía registró para siempre un instante. Entre el sábado 24 y el lunes 26 de abril de 1982 llegaron a las islas los efectivos de la III Brigada, unos 3500 hombres. En distintas tandas, lo hizo el 5, uno de los regimientos que la integraba.

El 25 comenzó su traslado a Puerto Howard, en la isla Gran Malvina. En la pista del aeropuerto, con un viento infernal, entre cajas con armamentos y municiones apiladas sin un orden, vehículos que se cruzaban, helicópteros que llegaban y partían, soldados que se agachaban y besaban la pista, no todos repararon en el encuentro entre el general Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de las islas y un joven subteniente de 26 años, integrante de la segunda sección de la Compañía C, su propio hijo.

El superior no está teniendo una conversación paternal o una emotiva bienvenida: reprende al subalterno por no tener abrochado el casco. El destino quiso que padre e hijo combatieran en Malvinas. Ninguno de los dos imaginó que, décadas después, sus cenizas serían esparcidas allí.

Mario Benjamín, santafecino, nacido en Chañar Ladeado, tenía 52 años cumplidos el 3 de abril y era general de brigada. Mario Benjamín, correntino, había egresado en noviembre de 1980 como subteniente, y el Regimiento 5, con asiento en Paso de los Libres, era su primer destino.

Galtieri con Menéndez en Malvinas. "Improvisación" e "imprevisión" fueron las palabras que el ex gobernador usaba para describir lo que ocurrió en las islas

Hubo un tercer integrante de la familia en la guerra: el teniente Eduardo Sabin Paz, aviador de Ejército, casado con Marta Ofelia, la hija mayor de Menéndez. Era jefe de la sección compañía de helicópteros de asalto B.

La tradición familiar del nombre Mario Benjamín comenzó con el papá del general, un médico clínico que en 1930 se había radicado en Chañar Ladeado. Desde 1991 el hospital local, del que fue su director, lleva su nombre.

Cuando el plan de recuperar Malvinas era manejado por muy pocos, el general Menéndez había sido llamado a una reunión reservada con el general Leopoldo Galtieri. Entonces, Menéndez era el jefe de operaciones en el Estado Mayor de Ejército.

Mario Benjamín, el hijo. Estuvo con el Regimiento 5 en Puerto Yapeyú

Galtieri le adelantó a Menéndez el plan de recuperación, que lo pensaban poner en práctica para fines de mayo, y que su decisión, aprobada por la Junta Militar, era que fuera el gobernador militar. El general lo abrumó a preguntas. Quiso saber con qué fuerzas contaría. Le respondió que ese no era su problema, que para desempeñar su tarea, una vez recuperadas las islas, contaría con el apoyo de uno 500 hombres.

Quiso saber cuál sería el papel de la Fuerza Aérea y la Marina, pidió conocer los detalles, pero se los negaron. Prácticamente no podía hablar del tema con nadie, solo le encomendaron perfeccionar su inglés, porque lo iba a necesitar.

El 4 de abril viajó a las islas y el 7 asumió el cargo. Su hijo fue destinado a Puerto Howard, bautizado Puerto Yapeyú, un caserío en la isla Gran Malvina, sobre la costa del estrecho San Carlos. Fue la unidad que más sufrió el aislamiento, ya que nunca le llegaron provisiones.

Menéndez fue a Malvinas como gobernador, cuando el plan era recuperar las islas, enarbolar la bandera argentina y sentarse con Gran Bretaña a negociar. Todo cambiaría (Télam)

Menéndez entendió que la Junta Militar no había planificado una guerra, porque su estrategia estaba basada en un cálculo errado. Se pensaba que la acción obligaría a Gran Bretaña a negociar. No se pensó en una defensa de Puerto Argentino, si hasta los hombres del BIM 2, que habían participado del desembarco, los hicieron regresar al continente.

“Imprevisión e improvisación”, son las palabras que usaría el resto de su vida para describir lo que había ocurrido.

Los que lo conocieron, describen al subteniente Menéndez como una persona frontal, siempre decía lo que pensaba. Solía llevar a sus compañeros cadetes que vivían en Buenos Aires en su Fiat 600 amarillo. En Puerto Yapeyú, era uno de los que cubría la primera línea del frente al norte.

Cuando a la mamá del joven subteniente le llegó la falsa noticia de que su hijo había muerto en combate, llamó a su marido, el propio gobernador de las islas, pidiéndole precisiones. “Es un soldado más, no puedo saber más que eso”, le respondió el militar que desconocía si era cierto lo que estaba escuchando. Cuando terminó la guerra y el hijo regresó, la mujer, que no había tenido más noticias, al verlo se desmayó.

Los problemas en las islas eran serios: la superioridad aérea y naval enemiga hizo que el aprovisionamiento de armamento, municiones y sobre todo alimentos a los hombres que estaban desperdigados en distintas posiciones en las islas, fuera una tarea imposible. Y que todo, inevitablemente, terminaría en una derrota.

El desembarco inglés en San Carlos obligaba a realizar una acción ofensiva, ya que los manuales de guerra indicaban que una prolongada acción defensiva llevaría a una derrota. El 9 de junio el general Daher y los coroneles Cervo y Cáceres viajaron a Buenos Aires a presentarle a Galtieri un plan, que ellos denominaron “Operativo Buzón”, que incluían a paracaidistas arrojándose en San Carlos, con acciones coordinadas con fuerzas de tierra y aéreas, a llevar adelante el día 12 de junio. Pero Galtieri lo desechó, lo consideró demasiado arriesgado. Dijo que la Armada había hecho su sacrificio con los muertos del Crucero General Belgrano, que la Fuerza Aérea había hecho lo suyo y recomendó que los soldados salieran de sus trincheras y contraatacasen.

De regreso al continente, se dedicó a mantenerse vinculado con los veteranos de guerra

Menéndez evaluó que prolongar la guerra solo provocaría más muertos y decidió parlamentar por un alto el fuego. El 14 de junio se firmó el acuerdo. Pidió quedarse acompañando a la tropa. Pero que esa fue una de las pocas condiciones que los británicos rechazaron.

Lo dejaron prisionero un día en el puesto comando de la X Brigada. Luego lo llevaron al Fearless, un buque plataforma usado en el desembarco en San Carlos. Una de sus lanchas había sido destruida por la aviación argentina durante los ataques a Bahía Agradable. Este barco navegó, con Menéndez a bordo, entre Puerto Argentino y el Estrecho de San Carlos.

Posteriormente fue alojado en el St. Edmund, un buque de transporte de tropas. Menéndez llegó a Puerto Madryn el 14 de julio y junto a efectivos de la Fuerza Aérea voló en un 707 hasta El Palomar.

Se lo quiso hacer ingresar casi en secreto en la guarnición en Campo de Mayo. Corría el rumor de que venía pero que las autoridades militares quisieron que fuera de incógnito y que el plan era llevarlo a otro lado. Como familiares de soldados se agolparon en los alrededores, armaron vallas. Pero cuando su hija María José apenas lo vio, las saltó y corrió a su encuentro. Y todo se desbordó.

Lo subieron al auto y lo llevaron a la casa familiar.

En una de las vigilias en San Andrés de Giles, izando la bandera.

Volvió dolido porque no lo habían dejado estar con sus hombres. Sus allegados dicen que desde ese instante hasta que murió sus pensamientos giraron alrededor de los 649 caídos.

Muchos de los que decían ser sus amigos, dejaron de frecuentarlo.

Se dedicó a dar charlas sobre Malvinas. Aceptaba todas las invitaciones, sabiendo que las preguntas que se le harían serían críticas y que habría reproches. La única condición que imponía era de que el diálogo fuera con respeto. En esas exposiciones, en universidades, escuelas y organizaciones intermedias no tenía problema en admitir que, si se volviera a recuperar las islas, había cuestiones que haría distinto.

En 1983 publicó un libro “Malvinas. Testimonio de su gobernador”, que le valió 60 días de arresto. En 2012 fue incluido junto a otros militares en una causa donde se investigaban violaciones a los derechos humanos cometidos en el marco del Operativo Independencia, en la lucha contra la guerrilla en Tucumán, en 1975.

Visitaba a soldados que habían regresado heridos, que se recuperaban en el hospital, asistía a sus casamientos y frecuentaba los centros de veteranos.

Se le había hecho costumbre acudir a la tradicional vigilia del 2 de abril, que desde hace 25 años se celebra en San Andrés de Giles, donde era un veterano más. El primer encuentro no fue para nada simpático, según recuerda el veterano de guerra Alberto Puglielli, alma mater de la vigilia.

Los reproches y cuestionamientos que surgían a borbotones en los veteranos tenían sus explicaciones. Para ellos, en tiempos en que todos le cerraban la puerta en la cara, Menéndez daba explicaciones que ellos tardaron en comprender y en asimilar.

Participaba de los programas radiales “Malvinas la verdadera historia”, que se emitía por Radio 10 y luego en “Malvinas, la perla austral”, por FM Cristal en Giles, y aceptaba las preguntas en vivo de los oyentes.

Falleció el 18 de septiembre de 2015. Tiempo antes, había muerto su esposa, quien había dejado expresas instrucciones de ser cremada. El general, que al principio no quería saber nada con la cremación, cambió de opinión.

La vida quiso que el 7 de noviembre de 2016 falleciera en Corrientes su hijo Mario Benjamín. La guerra lo había cambiado y había dejado el Ejército años atrás.

Y entonces, casi naturalmente, entre los amigos del padre y el hijo surgió una idea: ¿Por qué no llevar las cenizas de ambos a Malvinas?

Lo que en un primer momento pareció una locura, personas del círculo de confianza del fallecido general, que no eran militares, aportaron lo suyo para que los restos mortales pudieran ser ingresados a Malvinas y descansar en las islas.

Según sus allegados, Menéndez siempre se había sentido muy dolido por lo que había sucedido en las islas y alguien lo había escuchado decir que le gustaría que llevaran sus cenizas allí.

Menéndez en una de las tantas entrevistas donde contestaba todo tipo de preguntas

Se aprovechó uno de los tantos viajes. Los nombres de los que llevaron las cenizas se mantienen en estricta reserva así como los pormenores de la operación. Ellos se encargaron de esparcirlas en tres puntos del archipiélago: la Casa de Gobierno de Malvinas, donde Menéndez residió y donde colgó un cuadro de José de San Martín en el lugar estaba el de la reina Isabel II; el cementerio de Darwin y el Monte Longdon, donde se libró una de las batallas más cruentas de la guerra, donde murieron 42 soldados argentinos y 23 británicos.

Los kelpers reaccionaron entre la incredulidad y la indignación. Aseguraron que de haber pedido permiso, no habría habido ningún impedimento. Para quienes tuvieron la idea de cumplir esa última voluntad, no tenía sentido pedir autorización en una tierra que es argentina, y en la que padre e hijo, que se llaman igual, descansan para siempre

viernes, 8 de abril de 2022

2 de Abril: Horacio Nuñez (APCA), una de las caras más conocidas del desembarco

Un comando cuenta cómo fueron los combates del 2 de abril en Malvinas: “Volvería a jugarme la vida por la patria”

Horacio Nuñez era Cabo 1° de la Armada y fue uno de los 84 comandos anfibios de la infantería de Marina que desembarcaron el 1 de abril por la noche y reconquistaron las islas la mañana siguiente. La llegada en los botes. El ataque al cuartel de los Royals Marines. La bandera en las islas. La lucha en la casa del gobernador y la muerte del Capitán Giachino. Y la foto sonriendo después de la tarea cumplida
Horacio Nuñez en su casa natal de Ituzaingó, en Corrientes, con la foto que lo hizo conocido en 1982 después de reconquistar las islas Malvinas (Nicolás Stulberg)

El 1 de abril de 1982, exactamente a las 21:18, 84 comandos anfibios y buzos tácticos de la Armada se zambulleron en dos kayaks y botes de goma desde el buque ARA Santísima Trinidad, que había detenido sus motores, hacia la oscuridad de la bahía Enriqueta. Iban camuflados y bien pertrechados: cada uno llevaba las granadas que podía acarrear y 1500 municiones para su fusil. Iban al mando del capitán de corbeta Guillermo Sánchez Sabarots y su segundo, el capitán de fragata Pedro Giachino. Intentaron el desembarco en un pequeño arroyo llamado Mullet Creek, pero los cachiyuyos -una suerte de algas- se enredaban en los botes. Lo hicieron en la zona de Lake Point, a la que bautizaron “Playa Verde”. El primero en pisar suelo malvinense fue el capitán de fragata Carlos Cerqueira. Se aseguró la zona y se colocó una señal infrarroja. Entre el grupo que arribó en los 20 botes restantes se encontraba Horacio Nuñez. Tenía 24 años, era Cabo 1°, llevaba seis dentro de la Armada y participaba del curso de comando anfibio cuando fue convocado, sin saberlo, a la Operación Virgen del Rosario.

Cuarenta años después, Nuñez está en Ituzaingó, Corrientes, donde nació. Tiene, en su brazo izquierdo, un enorme tatuaje: las islas pintadas de celeste y blanco y un ancla cruzándolas. Este verano peleó otra guerra, esta vez contra el fuego. Pero su paso breve y decisivo por Malvinas será eterno. La tensión, para él, llegó desde el primer momento que bajó del bote, munido de su FAL, con cuatro granadas de mano y dos antitanque en el arnés y munición a granel en la mochila: “Habíamos atravesado una tormenta y yo me mareaba. Además la turba es acolchada. Así que cuando bajé a la isla era como que iba caminando en el aire, aunque la mochila era bastante pesada. ¡Pero no sabía si era la turba o si era yo!”.

Vehículos anfibios en Puerto Argentino tras el desembarco del 2 de abril de 1982

Nuñez habla bajo, es sincero hasta para admitir sus propias debilidades, no hay estridencias en él. Ni tiene falsa modestia ni vende un Rambo. A veces tensa los músculos cuando un recuerdo fuerte lo atraviesa. Tiene los mismos ojos achinados que en la famosa fotografía que ilustró la recuperación de las islas. Sólo una barba candado y el pelo raleado delatan que ya son cuatro las décadas que transcurrieron. Y su propia historia: está casado con Ana María. tiene un hijo, Nahuel Horacio y cinco nietos: Mayte, Ian, Nahomi, Máximo y Lucille. Se retiró de la Infantería de Marina hace 11 años y vive en Bahía Blanca.

El 28 de marzo embarcó en el destructor Santísima Trinidad en Mar del Plata. A pesar que la reconquista de las islas lo tomó por sorpresa, según dice, habían entrenado duro en Sierra de los Padres poco antes, lo que luego descubrió como un indicio. “Hicimos una semana de instrucción con navegación nocturna, supervivencia. Para nosotros era algo normal. Pero si van al terreno, van a ver que esa zona, cerca de Balcarce, es muy parecida a Malvinas, excepto que hay árboles. Y el clima, por supuesto. Pero las piedras, cómo caminar de noche y esas cosas, nos ayudaron…”, cuenta.

Ya en plena navegación, los comandos anfibios y los buzos tácticos pensaban que iban a Tierra del Fuego “por el despliegue, y porque en el 78 estuvimos muy cerca de la guerra con Chile por el Beagle, pensamos que era por ahí la cosa. Nunca imaginamos Malvinas. Pero cuando recibimos la orden que íbamos a recuperar las islas, hubo una algarabía total en toda la tripulación”.

Cómo tomaron el cuartel inglés de Moody Brook (Video: Matías Arbotto)

El paso del tiempo va aguando la memoria. Nuñez no recuerda la fecha exacta en que se enteró del verdadero destino. “El 30 habrá sido… Se que se modificó el día porque los ingleses se habían enterado del desembarco y nos estaban esperando. Digo esto porque el coronel Seineldín tenía como objetivo la casa del gobernador, pero en su sección la mayoría eran conscriptos. Entonces cambiaron. A él le ordenaron que tome el aeropuerto y al capitán Giachino la casa del gobernador. Nos dividimos en tres grupos: el otro, en el que estaba yo, tenía como objetivo a Moody Brook”.

En efecto, el 30 de marzo la inteligencia británica alertó al gobernador de las islas, Rex Hunt, la inminencia del ataque. Los Royals Marines, cuyo cuartel general estaba en Moody Brook -a unos 4.5 km de Puerto Argentino-, se prepararon para defender las islas. Ya el 1 de abril, el faro fue apagado y las radiobalizas del aeropuerto local dejaron de funcionar. Por la noche, la oscuridad total recibió a Nuñez y los comandos anfibios. Apenas la mortecina luz de luna dejaba adivinas las siluetas. Eso, y los visores infrarrojos que usaban los destacados en la vanguardia. “Ser un comando significa formar parte de las fuerzas especiales, se necesita mucho carácter, mucha instrucción, mucho estado físico. Nosotros, dentro de nuestras habilidades, tratamos de desarrollar el oído, el olfato y el tacto, porque en la oscuridad nos desplazamos. Nos ayuda al tocar algo que no vemos. A oír voces y movimientos. Y a oler. Cuando uno está en territorio enemigo, éste puede estar oculto, pero come, y la comida se huele. El que está acostumbrado a estar en el campo, olfatea la comida. Y entonces, algo hay ahí…”, dice, y entrecierra los ojos.

Infantes de Marina luego del desembarco en Malvinas el 2 de abril de 1982

En Lake Point se dividieron. El capitán Giachino y sus hombres marcharon a tomar la casa del gobernador. El capitán de corbeta Sánchez Sabarots y los suyos -entre ellos Nuñez- partieron rumbo a Moody Brook, donde pensaban que estaría la mayor resistencia. Empezaron a caminar cerca de las 23 hs. Lo hicieron “en sigilosa”, como dice el veterano comando. Casi sin hablar ni hacer ruido, llegaron al cuartel británico después de caminar unas cuatro horas. Allí, el diablo casi mete la cola. Y el diablo pudo ser Nuñez. “Estábamos en posición para pasar al asalto en sí, hacíamos las últimas coordinaciones, y mi reloj empezó a sonar. Yo todos los días ponía el despertador a las 5.30 de la mañana, era automático. Pero no sonó mucho tampoco. Pero ese pip pip que hizo, parecía que se había escuchado… no sé. Lo oí, y menos mal que no tenía los guantes colocados, así que lo pude apagar rápido. Si llego a tener los guantes, ¿cómo hacía?”. Ahora sonríe Nuñez. Y cuenta que el reloj, un Casio, todavía funciona y lo tiene en Bahía Blanca.

La hora “H”, cuando todas las unidades atacarían en forma coordinada, se había establecido para las 6:00. En Moody Brook, la acción fue rápida. “Ya teníamos los distintos grupos para tomarlo y fuimos haciendo un movimiento de pinzas, así (ilustra con las manos)... Había tres o cuatro soldados ingleses y cuando vieron que los rodeamos, hicieron un par de tiros como para amedrentarnos y escaparon. Se fueron porque no había forma de detenernos, nosotros éramos muchos”. A continuación, el capitán de corbeta Sánchez Sabarots y el suboficial mayor Guillermo Rodríguez izaron por primera vez la bandera argentina en el cuartel de Moody Brook.

El primer izamiento de la bandera argentina después de la recuperación fue el 2 de abril en el cuartel de Moody Brook, y lo hicieron el el capitán de corbeta Guillermo Sánchez Sabarots y el suboficial mayor Guillermo Rodríguez

Donde sí se combatía duro era alrededor de la casa del gobernador, en el extremo este de Puerto Argentino. Desde Moody Brook, a 40 minutos a pie de allí, Nuñez y sus compañeros percibían lo que sucedía a la distancia. “Escuchábamos los disparos y veíamos la munición trazante. Veíamos cómo se estaba luchando. Cómo se defendía la casa. Y bueno… La misión nuestra era la recuperación de Moody Brook. Y el capitán Giachino tomar la casa… pero se le hizo pesado. No se entregaban, así que fuimos en apoyo del capitán Giachino”, recuerda.

En el camino tomaron tres prisioneros. Los llevaron a donde estaba el comandante de la agrupación, que se hizo cargo. Ellos siguieron la marcha hacia el pueblo. “Llegamos a la casa del gobernador con Batista (Jacinto Eliseo Batistal). Él era Cabo Principal y yo Cabo 1º, así que me dijo ‘vos andá por el frente que yo me voy por atrás’. Ahí nos dividimos. Atrás, él tomó prisionero a un grupo de soldados ingleses, que es la famosa foto donde salen con las manos levantadas. Yo me fui por el frente, donde encontré unos soldados ingleses”.

El combate de la casa del Gobernador

En ese momento, por primera vez en su vida, Horacio Nuñez vio a la muerte frente a él. En la punta del cañón de un fusil inglés. “A nosotros nos enseñan a tener respeto y a superar el miedo. Una vez que se logra eso, parece que uno no le teme a nada, pero no es así. Uno tiene miedo, pero sabe dominarlo. Yo siempre respete lo que fuera: a saltar en paracaídas, a meterse al agua. Es decir, no porque sepa nadar me voy a mandar al agua como sea. A todo hay que respetar”, señala con simpleza y sabiduría. Lo que vivió, define, fue “un momento tenso”. “Venía agazapado detrás de una ligustrina, llegué a unos 30 metros, o quizás menos, a 20 metros de la casa y en el jardín vi a un soldado apuntando hacia mi derecha. Me escondí, saqué el seguro del fusil y cuando me paré, le apunté. Cuando lo hice, me mostró la mano así (muestra la palma). Pero él no me estaba apuntando a mí. Me miraba, pero el fusil iba para otro lado. Le hice una seña con el fusil para que se pare y él miró hacia el costado. Yo hice lo mismo y vi que había dos ingleses que si me apuntaban, no recuerdo si con una ametralladora o un fusil. Cuando los vi, me volví hacia ellos, les apunté y bueno, levantaron las manos. Les hice señas, se pararon. De atrás de otras plantas aparecieron otros más, y se fueron rindiendo. Los llevé a la calle frente a la casa del gobernador y los hice tirar cuerpo a tierra por mi seguridad. Yo estaba solo, mis compañeros no habían llegado todavía”.

Esa mañana le deparaba un duro golpe todavía. El único muerto argentino de la Operación Virgen del Rosario fue el Capitán Pedro Giachino. “Mi ídolo”, dice Nuñez. También cuenta que al inicio de la batalla, cuando llegó desde Moody Brook, vio su cuerpo tirado, sin saber que era él. “No fui a socorrerlo primero porque no sabía quién era. Segundo, no sabía si estaba muerto, vivo… lo vi tirado, acostado. E imaginé que si alguien estaba ahí era porque estaba custodiado bajo el fuego de los ingleses. Seguí haciendo lo que debía, ir al frente de la casa del gobernador. Pero sí supe cuando lo llevaron, cuando me llegó la información que era el Capitán Giachino al que estaban levantando… Me dio una bronca, quería patearle la cabeza a los ingleses que tenía ahí abajo, pero bueno, teníamos orden de no tocarlos…”. Y se siente en el aire que la bronca perdura.

Junto a Giachino, a dos metros de él, cayó herido el teniente de fragata Diego García Quiroga, que recibió tres disparos de diferentes fusiles: uno en el brazo, otro en el cuerpo y al tercero se incrustó en un cortaplumas suizo que colgaba de su cinturón. Fue el primer efectivo que atendieron en el hospital de Comodoro Rivadavia. El cabo 1º Ernesto Urbina, que como enfermero corrió a auxiliarlos, fue el segundo herido del combate.

La muerte del Capitán Pedro Giachino

Para Nuñez, Giachino era “el jefe, el cabeza. Siempre estaba al frente de todo, era un referente para nosotros. Si había que hacer algo, él no tenía problema. Él se tenía que sacrificar, lo hacía primero. Daba una orden, él era el ejemplo. Y el ejemplo a seguir. Por la forma, por su carácter, por la buena persona que era”. Y se queda en silencio, mirando al vacío. O a 40 años atrás.

Después que los Royals Marines se rindieron, vino la calma. Y ahí llegó el click, la foto, la imagen de Nuñez sonriendo, con cuatro granadas colgando de su cuello y la cara camuflada con pomada negra. Una imagen a la que intentó escapar: “Vi venir al fotógrafo adonde estaba yo. Lo entré a esquivar para no salir. En un momento dado hablo con un compañero y le digo ‘fijate, este muchacho me viene siguiendo’. Lo tenía atrás mío. Y me dice, ‘¿quién, mostrame?’ Me dí vuelta para señalarlo y lo vi apuntándome con la cámara, por eso mi sonrisa… Estaba distendido, después de haber pasado esos momentos de adrenalina a full. Estaba más relajado. Para mi fue muy importante esa foto: mi señora, que en ese momento era mi novia, se enteró que estuve en Malvinas porque la vio. Y los periodistas vinieron a Corrientes para hacerle una entrevista a mi mamá”.

Horacio Nuñez tal como lo publicó la revista Gente en 1982. En la página opuesta, Rex Hunt, el entonces gobernador inglés de Malvinas que fue depuesto por la acción de los comandos de la Armada

Después de la recuperación, los comandos anfibios regresaron al continente. Nuñez no volvió nunca más a Malvinas. “A los ingleses les quitamos el armamento, los tomamos prisioneros, los llevamos a un lugar descampado. Ellos podían hablar, fumar, comer, no estaban esposados. Estaban libres, digamos. Al jefe se les preguntó quiénes estaban en el pueblo y quiénes en Moody Brook. A estos se les autorizó a buscar sus pertenencias, sus documentos. Cuando estuvieron todos se los embarcó en un avión rumbo a Montevideo. Y a nosotros nos llevaron al continente. Ya en ese momento el Ejército se había hecho cargo de la conducción de la ciudad”.

Nuñez no tiene encono con los ingleses que combatió. “Para mí el inglés no es un enemigo. Ellos deben pensar, al igual que nosotros, que las islas Malvinas les corresponden. Y como nosotros, lucharon. Las recuperamos y lamentablemente después las perdimos. El soldado pelea por su patria. Pero nosotros, los argentinos, nunca invadimos ningún país. Siempre nos defendimos. Desde la época de San Martín que nos liberó. Pero al soldado inglés no le tengo bronca ni rencor”.

El entonces Cabo Principal y comando Jacinto Batista lleva a un grupo Royal Marines detenidos en la mañana del 2 de abril. Encabeza la hilera Lou Armour

Los comandos de Infantería de Marina regresaron a Mar del Plata. Un grupo regresó más tarde a las islas: entre ellos los del Batallón de Infantería de Marina 5, algunos de artillería de campaña e ingenieros anfibios que colocaban minas. El resto de la guerra, Nuñez estuvo en Río Gallegos. “Permanecí allí junto a un grupo de comandos. Ahí nos enteramos de lo que sucedía en las islas. No fue fácil. Sabíamos que estábamos perdiendo, sabíamos que el Ejército no podía. Dos veces estuvimos en el aeropuerto para embarcar y volver. Primero para hacer un contraataque. Suspendieron el vuelo porque íbamos en un Fokker y ya no se podía aterrizar los aviones nuestros porque el espacio aéreo ya estaba dominado por los ingleses”. El 14 de junio, día del cese de fuego, lo encontró lejos Puerto Argentino.

Después de la guerra tampoco volvió a las islas. Dice que “hasta que no esté flamenando la bandera argentina, no voy a regresar. Excepto que vayamos a recuperarlas. Sin dudas, volvería a poner en juego mi vida por la patria”.

El tatuaje de Horacio Nuñez: las Malvinas y la Armada Argentina en la piel y el corazón (Nicolás Stulberg)

A su regreso, dice “tuve suerte de tener a mi familia cerca. Después de la guerra, si uno no se apoyaba en la familia, se sabe lo que pasó. Tuve compañeros internados por brotes psicóticos, algunos se hicieron alcohólicos, otros empezaron con la droga… Encontraron un vacío, porque a nosotros la sociedad nos dio la espalda. Eso se supera con la familia, la gente que está atrás de uno, que no te da tiempo a deprimirte, que te da responsabilidades que cumplir. Eso te mantiene vivo. Pero no se supera la guerra. Lo que podemos hacer es contarla. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Fuimos los protagonistas, los que la vivimos. A veces me invitan a dar charlas en escuelas, o como en Merlo, a un grupo de motoqueros. Y es una satisfacción que la gente se entere que somos soldados y estamos para defender la patria. No tenemos otra misión”.

Lo que no puede hacer, a veces, es evitar llorar por Malvinas. “Si, lloro, las siento. Yo creo que algún día, de alguna forma, las Malvinas van a volver a ser argentinas. Seguramente no a través de la guerra. La historia lo dirá: son argentinas y a eso no hay forma de negarlo”.


domingo, 13 de junio de 2021

Asalto a la casa del gobernador: Las tácticas de Giachino

Giachino y sus tácticas de engaño en el asalto a la casa del gobernador


Los hombres de la patrulla de comandos anfibios comandada por Giachino habían logrado la capitulación del gobernador y de la guarnición de infantes de marina británicas. Los constantes cambios de posición de los comandos y el uso de granadas de aturdimiento hicieron creer a los infantes de marina británicos que estaban bajo el ataque de una fuerza numéricamente muy superior a la real (creían que eran 200 infantes cuando en realidad la patrulla de Giachino estaba compuesta por 16 comandos), lo cual resultó decisivo para obtener su rendición.

martes, 25 de junio de 2019

Menéndez y su hijo descansan en paz en las islas argentinas

Habla la hija del general Menéndez: "Seguro que mi padre y mi hermano están felices de que sus cenizas estén en Malvinas"

La menor de los hijos de quien fuera gobernador de las islas durante la guerra de 1982 habló con Infobae y reveló cómo las cenizas de su padre y su hermano terminaron esparcidas en el archipiélago. La información, dada a conocer días atrás por este medio, fue tomada por un diario británico que expuso el enojo de los isleños y el malestar en Londres frente a este hecho
Por Adrián Pignatelli || Infobae




El encuentro en Malvinas del general Mario Benjamín Menéndez con su hijo que combatió en el Regimiento de Infantería 5

"No existía un día de su vida en el que no recordase a los 649 muertos en Malvinas", relató desde Corrientes, donde reside, María José Menéndez, la hija menor del que fuera gobernador militar de las islas durante la guerra de en el Atlántico Sur.

Contó que su padre había hecho lo imposible por quedarse acompañando a la tropa, una vez firmada la rendición. Pero que esa fue una de las pocas condiciones que los británicos rechazaron.

En abril de 1982 María José tenía 22 años, estudiaba Publicidad y trabajaba en un banco. "Durante la guerra, nadie nos informaba nada. Vivimos el conflicto con mucha intensidad ya que, además de mi papá, mi hermano estaba peleando en el Regimiento 5 y mi cuñado era oficial en Aviación de Ejército".

Los sobresaltos se transformaron en angustia cuando su madre recibió un telegrama informando que su hijo Mario Benjamín había muerto en combate.

La mujer llamó a su marido, el propio gobernador de las islas, pidiéndole precisiones. "Es un soldado más, no puedo saber más que eso", le respondió.

Tiempo después supo la verdad: el hijo no había muerto en la guerra. Y su madre, antes de desmayarse al verlo regresar a su casa, atinó a decir: "La noticia era que estabas muerto, Benyi…".

En pijamas

La incertidumbre de desconocer lo que había ocurrido, si seguían prisioneros o serían liberados había sido tal que la familia agotó todos los recursos y llegó hasta la Cruz Roja a solicitar datos del paradero de su padre y hermano.

Cuando fueron liberados por los británicos, se enteraron por la esposa de un oficial. María José dijo que "el día que regresó, recuerdo que fui al cuartel de pijamas y tapada con una frazada; sin prestarle atención a los soldados que cuidaban para que no se produjera ningún desborde, levanté una cinta de seguridad y corrí a abrazar a mi papá".


María José Menéndez, la hija menor del último gobernador militar de las islas: de pequeña junto a su padre y hoy en Corrientes, donde vive

El general Menéndez falleció el 18 de septiembre de 2015. Tiempo antes, había muerto su esposa, quien había dejado expresas instrucciones de ser cremada. El general, que al principio no quería saber nada con la cremación, cambió de opinión. "Quiero ser cremado como tu mamá", pidió.

La vida quiso que el 7 de noviembre de 2016 falleciera su hijo, Mario Benjamín, que había peleado en Malvinas como subteniente en el Regimiento de Infantería 5, la unidad que más había sufrido el aislamiento. Murió en Corrientes.

Descansar en las islas

La idea surgió casi naturalmente. ¿Por qué no llevar las cenizas de ambos a Malvinas? Lo que en un primer momento pareció una locura, personas del círculo de confianza del fallecido general, que no eran militares, aportaron lo suyo para que los restos mortales pudieran ser ingresados a Malvinas y descansar en las islas.

El 14 de junio pasado, cuando se cumplía un aniversario del final de la guerra, Infobae publicó el dato exclusivo de este trama que concluyó con las cenizas del militar esparcidas en las islas y que se había mantenido en secreto durante 37 años.



 
Menéndez frente a los soldados en los primeros días de conflicto (Télam)

Los nombres de los que las llevaron se mantienen en estricta reserva así como los pormenores de la operación. Aunque se conocieron algunos detalles, según publicó el Daily Mail: las cenizas del general fueron trasladas en un tupperware por una mujer de quien se reserva el nombre para evitar "reepresalias"; las de su hijo por un hombre por expreso pedido de María José. Ellos se habrían encargado de esparcirlas en tres puntos del archipiélago: la Casa de Gobierno de Malvinas, el cementerio de Darwin y el Monte Longdon, donde se libró una de las batallas más cruentas de la guerra, donde murieron 42 soldados argentinos y 23 británicos.

María José también quiso contribuir a mitigar esa pena que su padre sentía por los soldados muertos en combate con un recuerdo especial. Cuando se cumplieron 35 años del conflicto, donó tres placas con los nombres de los 649 caídos y que fueron colocadas en la plaza de San Andrés de Giles, donde cada 1 de abril por la noche se realiza una multitudinaria vigila de veteranos y muchos que no lo son para recibir el 2 cantando el Himno Nacional.

 
Jeremy Moore y Mario Benjamín Menéndez el 14 de junio de 1982 cuando se firmó la rendición

Cuando los isleños supieron de este hecho manifestaron su malestar, según expuso el medio británico. "Si hubieran dicho que querían hacerlo, podrían haber obtenido permiso, pero el hecho de que se hayan colado de esta manera es muy decepcionante", dijo el ex marine y residente en las islas Mike Rendell. Otros habitantes de las islas se manifestaron en forma similar, con enojo e indignación.

Para la hija del general, la decisión siempre estuvo ligada al sentimiento que el militar tuvo desde que finalizó la guerra: "Si los ingleses se enojan por el tema, allá ellos. Seguro que mi padre y mi hermano están felices de que sus cenizas estén en Malvinas".

jueves, 7 de marzo de 2019

Virreinato del Río de la Plata: Real Cédula que ordena ocupar las Malvinas


martes, 2 de octubre de 2018

Guerra Aérea en Malvinas: Preliminares del conflicto (parte 3)

/ k / Planes Episodio 50: La Guerra de las Malvinas

K-planes
Parte 1 || Parte 2 || Parte 3 || Parte 4 || Parte 5 || Parte 6 || Parte 7

Introducción



La propiedad de las Islas Malvinas había sido durante mucho tiempo objeto de disputas entre Gran Bretaña y Argentina. En la década de 1970, Gran Bretaña se vio afectada por importantes recortes de defensa, mientras que Argentina se encontraba en medio de una gran agitación económica y política. En 1976, una Junta asumió el poder en Argentina, adoptando un enfoque muy severo para manejar la disidencia. Casi inmediatamente después de que la Junta asumió el poder, insinuaron la "retoma" de las Malvinas, y consiguieron un contingente de "científicos" armados en las Islas Sandwich del Sur en 1976, lo que provocó una respuesta naval británica. Mientras los británicos veían la fachada del "científico", optaron por no usar la fuerza para expulsar a los argentinos.



Cuando los años 70 llegaron a su fin, la situación en ambas naciones solo empeoró. La Royal Navy fue golpeada por cortes masivos, retirando todos sus portaaviones convencionales a favor de los portaviones equipados con ski-jump. Argentina fue golpeada aún peor: los embargos de armas en respuesta a la opresión de la Junta contra su población afectaron la calidad del equipamiento argentino, y se produjo una gran catástrofe económica en 1981, con una inflación que subió más del 600% y un 11,4% del PIB. Al darse cuenta de que su futuro político era precario, la Junta buscó cambiar la atención de la población y capitalizar sus sentimientos patrióticos hacia las Malvinas. Basándose en la reacción británica a la invasión de las Islas Sandwich del Sur, así como en la reducción británica durante la última década, la Junta juzgó que los británicos no estarían dispuestos ni podrían reaccionar militarmente ante una invasión de las Malvinas.


Preparativos



A fines de 1981, comenzaron los preparativos para la invasión. Con la intención de enarbolar la bandera argentina sobre Puerto Argentino en el 150 aniversario de la "ocupación ilegal de las Malvinas", la Junta comenzó a planificar detalladamente en enero de 1982, justo cuando cesaron las conversaciones diplomáticas sobre la soberanía de las islas. Mientras tanto, los británicos parecían ignorar las intenciones de Argentina, invitando al agregado naval argentino en Londres a bordo del HMS Invincible. Argentina ordenó varios Súper Etendards, completos con misiles Exocet, de Francia, y comenzó a practicar ataques aéreos contra sus destructores Tipo 42, que se espera que compongan la mayor parte del paracaídas antiaéreo de la Marina Real.



Los simulacros de asalto aéreo en los destructores Tipo 42 habían revelado que más de la mitad de los aviones argentinos se perderían en cualquier ataque masivo sobre las embarcaciones a mediana y gran altura, con un efecto mínimo en los objetivos. Sin embargo, el misil Sea Dart empleado por los destructores no era confiable a bajas altitudes. Por lo tanto, se desarrolló la doctrina centrada en el ataque de bajo nivel. A pesar de todos los preparativos, sin embargo, los planes iniciales siguieron siendo optimistas: al no esperar una respuesta militar británica, la mayoría de la fuerza invasora se retiraría después de la ocupación, dejando atrás una pequeña fuerza de ocupación.

La recuperación



A pesar de su ignorancia sobre los preparativos, los británicos finalmente se dieron cuenta de la inminente invasión. El 1 de abril de 1982, el telegrama alertó al gobernador de las Malvinas de que probablemente ocurriría una invasión argentina al día siguiente. Preparaciones apresuradas fueron hechas para defender las islas. Un total de 68 infantes de marina y 11 marineros se estacionaron en las islas, el doble de la guarnición regular debido a que las islas están en el medio de cambiar de guarnición. Sin embargo, esta cifra pronto disminuyó, ya que 22 Marines se embarcaron en Endurance para proteger a Georgia del Sur. Los números de los soldados británicos fueron reforzados por aproximadamente 25 kelpers de la Fuerza de Defensa de las islas de origen británico.



Desafortunadamente para los población británica implantada en las Malvinas, los informes de la inminente invasión eran correctos. La invasión comenzó la noche del 1 de abril de 1982, con el ARA Santa Fe desembarcando fuerzas especiales fuera de Stanley. Se mudaron a la bahía de Yorke, estableciendo balizas para la fuerza principal antes de pasar al faro y al aeropuerto, tomándolas con una resistencia mínima. Santísima Trinidad se acercó desde el sur, dejando 84 fuerzas especiales para tomar la casa del gobierno. Cuando los hombres aterrizaron, el capitán de Trinidad llamó por radio al gobernador de la isla, solicitando una rendición pacífica. Sin embargo, esta propuesta fue rápidamente rechazada.



Las fuerzas argentinas pronto se acercaron al Cuartel Moody Brooks, el principal cuartel de la isla, rodeándolo rápidamente en un intento de capturar la guarnición de las islas. Sin embargo, después de un breve asalto, encontraron las barracas vacías. El ruido alertó a un comandante en su oficina cercana, quien rápidamente se dirigió a la casa del gobierno, ordenando a todas las fuerzas converger sobre él para coordinar la defensa. Mientras tanto, las principales fuerzas argentinas aterrizaron en la bahía de Yorke a bordo de veinte LVTP-7. Estas fuerzas se movieron sin oposición a través del aeropuerto capturado, haciendo su camino a Puerto Argentino. A las 6:30, llegó el primer asalto a la Casa de Gobierno, que no causó heridas a marines argentinos. A las 7:15 a.m., el primer tiroteo principal estalló cuando la fuerza principal llegó a Puerto Argentino.



La presión sobre la casa del gobierno aumentó hasta las 8 a.m., punto en el cual las conversaciones comenzaron con los comandantes argentinos. Después de una hora y media de negociaciones, las fuerzas británicas en las islas se rindieron. Las bajas ascendieron a un muerto y tres heridos argentinos. Al día siguiente, los argentinos invadieron Georgia del Sur, perdiendo dos hombres más y un helicóptero. Por extraño que parezca, las fuerzas argentinas fueron amistosas con los soldados británicos capturados. Los marines reales capturados fueron cargados en C-130 y llevados a tierra en preparación para ser devueltos a Inglaterra, mientras que gran parte de la FIDF fue desarmada y regresó a casa.


domingo, 2 de julio de 2017

Nuevas autoridades de las fuerzas de ocupación inglesas

Nombraron un nuevo gobernador en las Islas Malvinas
Infobae



Nigel Phillips

El Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino Unido anunció que Nigel Phillips será el nuevo gobernador de las Islas Malvinas y "comisionado de Su Majestad" en las islas Georgias y Sandwich del Sur, en reemplazo de Colin Roberts. El recambio se hará efectivo en septiembre, según la comunicación oficial.

Phillips proviene de las Fuerzas Armadas -sirvió en la RAF entre 1984 y 2000- y en los últimos 17 años trabajó como Agregado de Defensa en varias embajadas británicas, como las de Estocolmo y Varsovia. Su antecesor, Roberts, "será transferido a otro destino del servicio diplomático", indicó el texto, aunque no precisó cuál será ese lugar.


Gavin Short

Tras conocerse la noticia, el presidente de la Asamblea Legislativa kelper, Gavin Short, dijo que "celebraba el nombramiento".

"En nombre de los miembros de la Asamblea y el pueblo de las Islas Malvinas, celebro el nombramiento de Nigel Philips como el próximo gobernador de las Malvinas", aseguró Short, quien consideró que el nuevo gobernador les permitirá tener una "buena comunicación" con el gobierno británico y con el Foreign & Commonwealth Office.

miércoles, 13 de enero de 2016

Debate entre el gobernador militar y soldados VGM

Debate Entre El Gral. Menéndez - Soldados Altieri /Esteban



El General Menéndez debate en un programa de el viejo canal 7 llamado Graciela & Andrés, conducido por Graciela Alfano y Andrés Percivale. Junto con los soldados ex-combatientes Altieri y Esteban se produce una acalorada conversación sobre las vivencias en la guerra. El gral.Menéndez responde a todas las preguntas, incluso las chicanas políticas de el VGM Edgardo Esteban . El VGM Altieri con sus medallas tintineantes, un jean gastado y visibles cicatrices interviene de vez en cuando con humildes comentarios pero contundentes. Ante un Veterano de Guerra de Malvinas como el actual periodista Esteban, de traje y corbata y con un llamativo resentimiento ante todo lo castrense .
Ambos recalcan su participación y tienen autocríticas, incluso el propio Gral. Menéndez, pero el VGM Esteban insiste con su posición de opositor y crítico de la guerra contradiciéndose en todo momento. En una parte de la charla el VGM Esteban se queda mudo ante los fundamentos con sustancial argumentos de el Gral. de Brigada Mario Benjamín Menéndez. Graciela Alfano acota que miserias y desprolijidades hubo en todas las guerras, pero el Veterano de una marcada ideología como Esteban, y con un visceral rencor continúa con sus ataques despectivos a todo lo relacionado no solo con algunos incidentes internos, y desfenestrando a las FFAA, sino también pone en duda el accionar de el Ejército para lo que fue imprescindible para la recuperación de las islas. Ya que en ese momento otro medio no había disponible sino el uso de la fuerza. El doble discurso moral si fue conveniente o no la guerra para la recuperación, es ampliamente justificado por el VGM Altieri , el cual con unas pocas palabras resume el sentir de todos los veteranos , claro excepto la terquedad de el pulcro Edgardo Esteban.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Biografía: Menéndez, un tipo poco capacitado en el momento más necesario

Las guerras del general Menéndez
En 2008 y 2012, PERFIL publicó las últimas entrevistas que concedió el gobernador de Malvinas en 1982. Sus críticas a Balza y la defensa de su rol en el conflicto. 

Por Hérnan Dobry | Perfil


Poder. El momento más significativo en la vida militar de Menéndez: gobernador de las islas durante la guerra. | Foto: Cedoc


El general de brigada (R) Mario Benjamín Menéndez falleció el viernes en Buenos Aires luego de haber estado internado durante dos semanas. En 2008 dio su última entrevista a Perfil en la que atacó al teniente general Martín Balza, criticó al teniente general Benjamín Rattenbach y defendió su rol como gobernador de las islas Malvinas durante la guerra.

—¿Cómo vivió las últimas horas antes de la rendición?
—La situación estaba absolutamente deteriorada. Hablé con el general (Leopoldo Fortunato) Galtieri y se la describí. El  no podía o no quería entenderla, así que se lo tuve que repetir y le pregunté si podía contar con algún apoyo aéreo u otra cosa. Me explicó que no me podía garantizar ninguno. Entonces le dije: como comandante no sé qué va a ser de esta guarnición al final del día de hoy. Ante eso, me voy a hacer responsable. Y le corté.

—¿Ya tenía en mente la rendición?
—No sabía qué iba a hacer porque no había habido contacto con los ingleses. Era como una especie de nebulosa: ¿cómo hacemos ahora? ¿Vamos a seguir combatiendo hasta que las acciones se interrumpan o a tratar de tomar contacto con los ingleses? Esto último me parecía que significaba ponerme de entrada en una posición inferior. En ese momento, el capitán de navío (Barry) Hussey me dijo que había una comunicación con los británicos que ofrecían un cese del fuego para iniciar conversaciones y terminar con las operaciones. Resolví aceptarlo y les sugerí reunirnos a las 16.



—¿Cómo se preparó para ese momento?
—Me fui a la residencia porque estaba agotado, me lavé, me afeité y me puse presentable. Llevaba 36 horas sin dormir. Ni me cambié de ropa ni me lustré las botas, como dicen algunos. Pensé que era el final. Me puse a juntar los papeles y, después, nos fuimos caminando hasta la secretaría a esperar a los emisarios ingleses. Ahí, llegó el coronel (Michael) Rose e iniciamos la reunión.

—¿Qué ocurrió allí?
—El planteó, de entrada, que había que resolver en qué momento y forma se produciría la rendición. La verdad es que lo asumí. Sabía cómo estaba mi gente, así que no lo discutí. Les pedí llevarnos nuestras banderas que nos habían acompañado en la guerra, acordamos en qué condiciones iba a producirse el repliegue de nuestra gente, la entrega de administración, que no iba a haber ningún desfile, ni periodistas en la ceremonia de capitulación. Quedamos en el horario en que el general (Jeremy) Moore iba a estar ahí y me fui a hablar con Galtieri, quien me dijo que me había extralimitado.

La última entrevista de Menéndez a PERFIL: "El mayor error fue aceptar la Guerra"
—¿Cómo fue la reunión con Moore?
—Él hizo una introducción y luego me dijo: “Ahora usted me tiene que firmar la rendición”. Estaba en inglés, la leí, y cuando vi la palabra incondicional me planté: “General, esto no es lo que se pactó esta tarde”. “Cómo, ésta es la rendición, acá está”. No, porque se estipularon condiciones y acá habla de una rendición incondicional, o sea, están cambiando los términos. Esto no lo acepto. No sé en qué condiciones, pero si usted insiste en esto, los argentinos seguimos peleando. Se quedó y después lo aceptó: “Está bien, tachemos la palabra”. Podría haber discutido Falkland/Malvinas porque las Naciones Unidas lo aprobaban. Pero era un momento muy difícil.



—¿Qué sintió en ese momento?
—Un sentimiento muy mezclado. Es terrible tener que estar ahí. Sabe que tiene que hacerlo y no por usted, por las tropas, pero al mismo tiempo es una frustración, una decepción. Es la bronca de haber llegado a eso porque, además, es una de las cosas en las que un militar nunca quiere pensar. Están los tipos que dicen: “¿por qué no se pegó un tiro? Creo que el suicidio no es una solución. Era muy fácil, pero es dejarle a otro que cuente la historia como quiera. Usted sabe que las cosas que tenía que hacer las hizo, y bastante bien. Hubo una serie de fallas que son de orden estratégico operacional. En lo táctico, no podía dar mucho más de lo que dio y, en última instancia, estaba cumpliendo con mi obligación de comandante. Hay muchos que dicen: usted salvó a miles de hombres. No sé a cuántos salvé, creo que tomé la decisión táctica que debía. Esa noche no pude dormir. Pensaba en todo lo que había vivido y pasado, las cosas que había pensado y dicho en el transcurso de las operaciones.

—¿Qué sensación tuvo cuando llegó al continente?
—Fue una recepción fría como el hielo, estaban nada más que los familiares en Tablada.

—¿Cómo se sintió con el trato que le dio Galtieri después de la guerra?
—Me enteré una vez por otros generales que le habían preguntado si alguna vez nos había vuelto a ver a los que habíamos ido a Malvinas. Dijo: “No, pensé que los muchachos iban a venir a verme”. Entonces les respondí: ¿no creen que él nos debió haber llamado cuando regresamos y no nosotros ir ahí a rendirle cuentas? Nos mandó y mantuvo allá. Si nos sobraron o nos faltaron cosas, fue su responsabilidad y del resto de la Junta. Le hice un tribunal de honor y se lo gané.

—¿Leyó alguna vez las críticas que le hizo el general Balza en su libro?
—Mejor no hablemos. Es un mentiroso. Lo pensé mucho antes de hacerle un tribunal de honor. A él no le gustan porque se ha tenido que chupar varios. Sabe que no tiene razón, pero es muy hábil y ha inventado la historia de que no participó de la guerra contra el terrorismo y que fue el tipo que más hizo en Malvinas y que los otros fueron unos nabos o pusilánimes. Él es políticamente aceptable, nunca va a decir que no es cierto lo de los 30 mil desaparecidos. No digo que no los haya, pero creo que 30 mil es una cifra inventada. Para él, es más fácil atribuirse el hecho de que quería que tal cosa se hiciera o no, pero no integraba el Estado Mayor. Era un jefe de grupo de artillería al cual se le dio la misión de integrar los fuegos de la artillería terrestre, ni siquiera la defensa antiaérea, porque el responsable era otro.

—El informe Rattenbach tampoco lo deja muy bien parado.
—El general Rattenbach firmó en desacuerdo y en disidencia el informe realizado de la famosa Comisión de Análisis y Evaluación. Por eso, es un contrasentido que se llame así. A mí, además de ese informe, me enjuiciaron dos veces y fui absuelto de todos los cargos que se me formularon. Cuando he hecho tribunales de honor, los he ganado todos. Soy un ciudadano que puede salir a la calle como usted, debo hacerlo porque además tengo una responsabilidad que es la de dar un testimonio.



—¿Cuál fue el mayor error que se cometió en Malvinas?
—Aceptar la guerra, porque no la propusimos nosotros. Para ese entonces, teníamos una plaza llena que condicionó al gobierno.

—¿Alguien tendría que haberlo previsto?
—No lo sé. Entonces la alternativa fue: vamos a reforzar las Malvinas para defenderlas, de manera que los ingleses pierdan tiempo, que les cueste y que eso los pueda llevar a hacer lo que nosotros queríamos: la negociación. Eso prácticamente está plasmado en lo que nos dijo el general Leopoldo Fortunato Galtieri el 22 de abril: “Las fuerzas de tareas inglesas cada vez están más al sur. En la medida en que sigan, no van a poder volver sin hacer algo. Ahora, si ese algo es atacar Malvinas y ustedes aguantan yo creo que después nos vamos a sentar a la mesa”. Le pregunté: ¿Aguantamos o no? Desde  el 1º de mayo, aguantamos 44 días, más los anteriores.

—¿Por qué no renunció si no estaba de acuerdo?
—Debería haberme enojado y vuelto al continente porque no se hacía caso al asesoramiento del hombre que estaba en el terreno. Resolví aceptar una solución a medias, que no son las mejores. En la Comisión Rattenbach lo definí en dos palabras y no sé si les gustó o no: imprevisión, improvisación.