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sábado, 26 de agosto de 2023

Cambio en la opinión pública británica sobre Malvinas: ¿En serio?

La opinión de los británicos sobre Malvinas

Buenos Aires, Londres y una histórica oportunidad


Por Roberto García Moritán || Infobae



 
Una calle de las Islas Malvinas

Encuestas recientes reflejan que la opinión de los británicos sobre las Islas Malvinas dio un giro
La diplomacia tiene la oportunidad de empezar a superar diferencias entre Buenos Aires y Londres en torno de las Islas Malvinas, Sándwich del Sur y Georgias del Sur. De acuerdo a dos encuestas del Reino Unido (Politics Polls por Twitter y YouGov Poll, realizada en Inglaterra, Gales y Escocia), se podría interpretar que las animosidades post conflicto han quedado en el pasado. Mientras que el primer sondeo de opinión muestra un amplio reconocimiento que los archipiélagos pertenecen a la Argentina, la segunda encuesta refleja que a un 54% de los británicos no les afectaría que las islas dejaran de continuar bajo dominio del Reino Unido (solo un 34% insistió en mantener la colonia). Un 16% se manifestó por la transferencia de la soberanía y sólo un 10% de los encuestados a favor de la autodeterminación.

En el mismo sentido, una tercera encuesta on line del Daily Express, refleja que la población del Reino Unido tendrían un enfoque tolerante incluso respecto a la nomenclatura argentina de las Islas del Atlántico Sur. Un 72% considera apropiado el uso del nombre de Islas Malvinas en lugar de la denominación británica Falklands Islands.

Los relevamientos de opinión pública estarían dejando en evidencia una reevaluación de la sociedad británica sobre la legitimidad, resabios e incluso excesos del sistema colonial. El Rey Carlos III, por ejemplo, ha puesto a disposición los archivos reales para una investigación sobre el papel imperialista, esclavista y colonialista de la monarquía británica.

Este incipiente revisionismo es interesante para el análisis en virtud de que documentos desclasificados del Foreign Office han revelado que uno de los argumentos utilizados en el pasado para negarse a negociar con Argentina (conforme a las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas) ha sido la preocupación a una eventual reacción negativa de la opinión pública. Esos mismos archivos gubernamentales señalan, según un artículo publicado en The Guardian, que el temor mediático de Downing Street fue la causa que frustró distintas posibilidades concretas para la transferencia a la Argentina de la soberanía de las Islas Malvinas (Memorándum de Entendimiento de 1968 y otras iniciativas diplomáticas consideradas en la década de 1970).

En la actualidad, el juego de intereses a contrapelo de la opinión pública parece repetirse por empresas británicas involucradas en la exploración y explotación de yacimientos de hidrocarburos en aguas circundantes a las Islas Malvinas, para evitar la reanudación de un diálogo bilateral más constructivo. No es de extrañar que así sea. Los antecedentes diplomáticos muestran que fueron esas mismas empresas las que lograron en el año 2000 vaciar de contenido a la Comisión de Hidrocarburos del Atlántico Sudoccidental y, posteriormente, promover la adopción de medidas unilaterales que socavaron el concepto de colaboración de la Declaración Conjunta de Cooperación sobre Actividades Costa Afuera en el Atlántico Sudoccidental (1995) en un área especial de 21.000 km2 situada al sudoeste de las Islas Malvinas.

Pese a la avidez de los petroleros de mantener el statu quo colonial en el Atlántico Sur, en particular que excluya cualquier cooperación con Argentina, los sondeos de opinión acentúan que es hora que la diplomacia se imponga. A cuatro décadas del fin de la guerra, la opinión pública británica transmite que ya no hay espacio para la intransigencia. En ese contexto, Argentina y el Reino Unido deberían asumir con mayor responsabilidad sus obligaciones conforme la Carta de las Naciones Unidas. También aprovechar las experiencias del pasado para impulsar una nueva atmósfera entre Buenos Aires y Londres en torno de la cuestión Malvinas.

martes, 30 de junio de 2020

Opinemos sin saber: Balza sobre la PGM y Malvinas

La Gran Guerra, ¿hay similitudes con Malvinas?

Por martin balza (cómplice del gobierno kirchnerista)



La Primera Guerra Mundial se inició el 28 de julio de 1914 (Shutterstock)

Un reciente éxito cinematográfico, “1917”, recrea en una pequeña acción táctica menor el drama de tensión y muerte que atraviesan dos jóvenes miembros del ejército británico —un soldado y el cabo Schofield— en un conflicto conocido también como la Primera Guerra Mundial, que impactó al mundo a principios del siglo XX. Ello traslada al recuerdo de la misma.

En su momento, el Papa Benedicto XV (Giacomo della Chiesa) la calificó de “una matanza inútil”; el cardenal Ildefonso Schuster afirmó que “la guerra se trata de una matanza inútil y representa la mayor desgracia que puede golpear a la humanidad”; y el general Douglas Mac Arthur expresó —con conocimiento de causa— que “es un medio inútil para dirimir controversias, que había que sustituir por recursos de naturaleza espiritual”.

Me permito agregar que también es un renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad. Es muerte, viudas, huérfanos y mutilados; origina odios y rencores, y no soluciona los problemas políticos, ni sociales, ni económicos, ni étnicos, ni religiosos. Tampoco las rivalidades territoriales ni las disputas diplomáticas, no pocas veces alimentadas por exacerbados nacionalismos.

Lo que se conoce como la Gran Guerra duró 4 años, 3 meses y 11 días, desde el 28 de julio de 1914 hasta el 11 de noviembre de 1918. Enfrentó a millones de soldados de 32 naciones de los cinco continentes. Las bajas totales superaron los 15 millones de combatientes y una cifra importante de la población civil. La Argentina mantuvo su neutralidad durante todo el conflicto con los mandatos de los presidentes Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen. El conflicto comenzó con un cierto modo de pensar de incompetentes políticos, convencidos de que los problemas socio-económicos europeos podrían resolverse mediante el empleo del factor militar; quizás interpretando erróneamente al filósofo militar prusiano Carl von Clausewitz, que un siglo antes había sentenciado que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.

Algunos de los principales actores fueron: el Archiduque Francisco F. de Austria, quien fue asesinado por el estudiante nacionalista serbio-bosnio Gavrilo Princip -esa fue la excusa detonante-, el Kaiser Guillermo ll, líder del II Reich, el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson (su país entró en la guerra en abril de 1917). También se destacaron Georges Clemenceau, político, médico y periodista francés, David Lloyd George, político inglés, Paul von Hinderburg, mariscal alemán, Ferdinand Foch, mariscal francés, y el mariscal y político francés Henri P. Pétain.

Entre otras batallas, fueron sinónimos del conflicto: Primera batalla del Marne (1914), Tannenberg (1914), Galípoli (1915), Verdún (1916), Somme (1916), Ypres (1918) y la Segunda batalla del Marne (1918). Varios de los protagonistas de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) habían participado en la Gran Guerra con distintas responsabilidades, entre ellos: Adolf Hitler, el cabo de Bohemia, Winston Churchill, el responsable del desastre y la derrota de Galípoli por el que sufrió un eclipse político por varios años, Harry Truman, Hermann Göring, Erwin Rommel, Heinz Guderian, Erich Raeder, Karl Dönitz, Chester Nimitz, Charles de Gaulle, George Patton, Douglas Mac Arthur y Gueorgui Zhúkov.

Todos ellos conocían la guerra, pero este fenómeno se repetiría veinte años después. De nada sirvieron los desgarradores relatos de Ernest Hemingway (en su novela Adiós a las armas), y de Erich María Remarque (en su novela Sin novedad en el frente), sino que asistiríamos a una lucha más cruel y más encarnizada aún. La Segunda Guerra Mundial vulneraría algunos límites que se respetaron en la anterior: los indiscriminados ataques y masacres a las poblaciones civiles por los distintos bandos, el bombardeo nuclear sobre las indefensas ciudades de Hiroshima y Nagasaki, y el Holocausto, la Shoá. Fue el peor conflicto de la historia de la humanidad, duró 6 años y el saldo total fue del orden de 70 millones de muertos.

Hay una aceptable coherencia de los distintos bandos en condenar la incompetencia militar, como en parte lo evidencia la película “1917”.

Trataré de sintetizar la misma de esta manera: desconocimiento de la historia militar, ausencia de imaginación, decisiones improvisadas, carencia de inteligencia táctica y estratégica, subestimación del enemigo, optimismo irresponsable, obediencia paralizadora, inmovilidad absoluta, frentes estáticos, mandos débiles irascibles con el subordinado y mal uso de los recursos humanos. El historiador, escritor y periodista inglés Alan J.P. Taylor no obvió sentenciar al respecto: “Generales británicos que prolongaron la matanza conservaron sus puestos y lograron ascensos”. El reconocido analista y escritor militar inglés Liddell Hart dijo acerca de la emblemática Tercera Batalla de Ypres (Francia): “Fue como si ningún comandante se atreviera a expresar opiniones contrarias a las órdenes recibidas, pese a que los hechos lo exigían con gran fuerza”. Cualquier similitud con los altos mandos durante la Guerra de Malvinas no es mera coincidencia.

Formalmente, el Tratado de Paz se firmó en Versalles el 28 de junio de 1919. La miopía del torpe presidente de la conferencia, Clemenceau, y Wilson y Lloyd George, sometieron a Alemania a draconianas medidas compensatorias y exorbitantes pagos de indemnizaciones. Humillaron al pueblo alemán, que las consideró injustas e intolerables, pues aún hoy muchas fuentes aseguran que Alemania no estaba totalmente vencida. El entonces Secretario de Estado estadounidense Robert Lansing manifestó: “La próxima guerra en Europa surgirá del Tratado de Versalles, del mismo modo que la noche sigue al día”. El Primer Ministro italiano Francesco Nitti dijo: “Sin paz en Europa”. El pago de las reparaciones incidió en el pueblo alemán huelgas, inflación, desocupación, desengaño y lo encauzó a valorar partidos políticos que proponían soluciones radicales: el nacional-socialismo y el comunismo. Ello favoreció el advenimiento del nazismo hitleriano. Es curioso que el inglés Lloyd George, siendo primer ministro inglés en 1933, expresara que Adolf Hitler era “un gran hombre”. Alemania finalizó el pago de las reparaciones de esa guerra el 3 de octubre de 2010.

La Gran Guerra careció de liderazgos políticos y militares, y los altos mandos ejercieron un comando autocrático y distante, como en nuestro caso ocurrió en Malvinas. Lo que permite concluir que se puede prescindir de incompetentes generales, pero no de buenos soldados, cabos, sargentos, tenientes, capitanes y mandos medios.


*El autor es Ex Jefe del Ejército Argentino, veterano de la Guerra de Malvinas y Ex embajador en Colombia y Costa Rica

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Una reflexión de una diputada sobre Malvinas

El aprendizaje de Malvinas

Por Cornelia Schmidt Liermann || Infobae



Todos los argentinos que vivimos los años 80 tenemos algún recuerdo de un conflicto que pensábamos imposible: la Argentina le había declarado la guerra al Reino Unido, una de las potencias bélicas más importantes del mundo. Aun así, el país deshecho por la dictadura militar se unió en un solo grito de fe: las Malvinas fueron, son y serán argentinas.

Mientras los militares movilizaban a jóvenes muy jóvenes inexpertos a las islas, la ciudadanía entera se movilizaba alentando a aquellos jóvenes de cada una de las maneras posibles: donando alimentos, escribiéndoles miles de cartas, tejiendo ropa de invierno.

El 2 de abril se convirtió para muchos en un proceso que nos llevó de la euforia a una despedida eterna. Un día que, sin advertirlo, arrastraría a la muerte a 649 soldados y a muchos más que decidieron terminar con sus vidas tras la derrota y el maltrato.

Entonces, ¿qué nos enseñó Malvinas? Sí, que son nuestras. Que la soberanía le pertenece a nuestro país. ¿Qué más? Que las guerras generan sufrimiento. Pero también solidaridades impensadas.

Durante la Primera Guerra Mundial, en pleno enfrentamiento de trincheras, mi abuelo, el joven Paul Schmidt, del Regimiento de Infantería n° 83, aprendió a desmitificar al enemigo: durante las frías noches, cuando estaban acostados en el lodo codo a codo y las ratas se paseaban sobre ellos, y abrazados a sus carabinas, de una trinchera enemiga a otra se "tiraban" palabras de ánimo. Incluso compartían remedios con el enemigo. La noche los unía en humanidad. El día los enfrentaba en crueldad. Hoy conocemos muchas anécdotas similares de asistencia entre combatientes argentinos e ingleses.

Aquellos veteranos que pudieron volver a las islas relatan encuentros repletos de emoción con sus habitantes. Son los veteranos y los familiares de caídos en Malvinas nuestros mejores diplomáticos. Son ellos los que hoy comparten correspondencia tanto con los habitantes de las islas como con ex soldados británicos. Los unen los recuerdos, la memoria del miedo, del que perdió a un ser querido. Son artífices de uno de los proyectos humanitarios más bellos de estos últimos años: la identificación de los caídos.

Perdimos una guerra demencial. Aun así, los lazos con Malvinas se fortalecen día a día. Y son los mismos que, tras llevar un fusil, o cargar tristeza y desconfianza, hoy llevan cercanía, diálogo, comprensión.

Esa comprensión que nos falta a muchos políticos. Como reflexionó en un medio radial el ex director del Museo Malvinas, Federico Lorenz: "No reconocimos como país la experiencia de haber estado en Malvinas". Hoy tengo esperanzas de que Argentina logre, poco a poco, con honestidad, abandonar el enfrascamiento ideológico y abrazar una política de fraternidad.

Malvinas, prenda de paz y solidaridad.


La autora es diputada nacional. Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la HCDN.

lunes, 26 de agosto de 2019

El aprendizaje de Malvinas

El aprendizaje de Malvinas

Por Cornelia Schmidt Liermann ||  Infobae



Todos los argentinos que vivimos los años 80 tenemos algún recuerdo de un conflicto que pensábamos imposible: la Argentina le había declarado la guerra al Reino Unido, una de las potencias bélicas más importantes del mundo. Aun así, el país deshecho por la dictadura militar se unió en un solo grito de fe: las Malvinas fueron, son y serán argentinas.

Mientras los militares movilizaban a jóvenes muy jóvenes inexpertos a las islas, la ciudadanía entera se movilizaba alentando a aquellos jóvenes de cada una de las maneras posibles: donando alimentos, escribiéndoles miles de cartas, tejiendo ropa de invierno.

El 2 de abril se convirtió para muchos en un proceso que nos llevó de la euforia a una despedida eterna. Un día que, sin advertirlo, arrastraría a la muerte a 649 soldados y a muchos más que decidieron terminar con sus vidas tras la derrota y el maltrato.

Entonces, ¿qué nos enseñó Malvinas? Sí, que son nuestras. Que la soberanía le pertenece a nuestro país. ¿Qué más? Que las guerras generan sufrimiento. Pero también solidaridades impensadas.

Durante la Primera Guerra Mundial, en pleno enfrentamiento de trincheras, mi abuelo, el joven Paul Schmidt, del Regimiento de Infantería n° 83, aprendió a desmitificar al enemigo: durante las frías noches, cuando estaban acostados en el lodo codo a codo y las ratas se paseaban sobre ellos, y abrazados a sus carabinas, de una trinchera enemiga a otra se "tiraban" palabras de ánimo. Incluso compartían remedios con el enemigo. La noche los unía en humanidad. El día los enfrentaba en crueldad. Hoy conocemos muchas anécdotas similares de asistencia entre combatientes argentinos e ingleses.

Aquellos veteranos que pudieron volver a las islas relatan encuentros repletos de emoción con sus habitantes. Son los veteranos y los familiares de caídos en Malvinas nuestros mejores diplomáticos. Son ellos los que hoy comparten correspondencia tanto con los habitantes de las islas como con ex soldados británicos. Los unen los recuerdos, la memoria del miedo, del que perdió a un ser querido. Son artífices de uno de los proyectos humanitarios más bellos de estos últimos años: la identificación de los caídos.

Perdimos una guerra demencial. Aun así, los lazos con Malvinas se fortalecen día a día. Y son los mismos que, tras llevar un fusil, o cargar tristeza y desconfianza, hoy llevan cercanía, diálogo, comprensión.

Esa comprensión que nos falta a muchos políticos. Como reflexionó en un medio radial el ex director del Museo Malvinas, Federico Lorenz: "No reconocimos como país la experiencia de haber estado en Malvinas". Hoy tengo esperanzas de que Argentina logre, poco a poco, con honestidad, abandonar el enfrascamiento ideológico y abrazar una política de fraternidad.

Malvinas, prenda de paz y solidaridad.

La autora es diputada nacional. Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la HCDN.