Mostrando entradas con la etiqueta Monte Longdon. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Monte Longdon. Mostrar todas las entradas

sábado, 7 de octubre de 2023

Cañón sin retroceso Czekalski de 105mm en Malvinas



Cañón sin retroceso Czekalski calibre 105mm L28,5 Modelo 1974, desarrollado y empleado por la FM de Argentina. El arma estuvo activa en el EA desde 1968 y 250 unidades seguían en servicio en 2010. El Modelo 1968 fue empleado por el EA muy efectivamente en la batalla de Monte Longdon.

jueves, 21 de septiembre de 2023

Malvinas: El despliegue argentino



Batalla en Monte Longdon


Las fuerzas Argentinas consistió en la Compañía B del Regimiento de Infantería 7 (RI 7), así como otros destacamentos de otras unidades.
El Regimiento de Infantería 7, reforzada por dos de los pelotones de Infantería de Marina, se apostaron en Monte Longdon, Wireless Ridge y Cortley Ridge hacia el este. El teniente de navío (rango naval equivalente a capitán) Sergio Dachary (éste debió sobreponerse al dolor provocado por la muerte de su hermano Alejandro Dachary, oficial del Ejército Argentino y operador de unos de los radares Skyguard de Puerto Argentino impactado por un misil británico de un bombardero Vulcan) había llegado a Monte Longdon, en la semana anterior a la batalla, y fue el encargado de controlar las ametralladoras pesadas de los infantes de marina en Monte Longdon.
En su mayoría reclutas con un año de formación, los jóvenes soldados del RI 7 no iban a abandonar al campo con facilidad y la mayoría estaban dispuestos a mantenerse firmes. Ellos poseían fusiles FN FAL totalmente automáticas que entregan más potencia de fuego que el SLR británico, ametralladoras de uso general FN MAG 7,62 mm idénticas a las de los Paras.
Unos cincuenta hombres del Regimiento 7 lucharían con más decisión que el resto, después de haber sido entrenados en un curso de comandos organizado por el comando entrenado Mayor Oscar Ramón Jaimet, el Oficial de Operaciones del Regimiento de Infantería 6 (RI 6). El soldado raso Jorge Altieri, en una entrevista después de la guerra contó como él se entrenó duramente con la Compañía B
_
Pintura: @euge_rossi46

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Malvinas y a quién le importa la opinión de los kelpers

Las Malvinas, los isleños y los ex combatientes: crónica íntima desde un campo minado con heridas todavía abiertas

En su libro “Los Días Salvajes”, Marcelo Larraquy reconstruye sus diálogos en las Malvinas con isleños que nacieron después de 1982, pero que la guerra les dejó impregnada su marca, sus miedos y resentimientos. Los recuerdos y reflexiones de los ex soldados argentinos desde sus pozos de combate y la búsqueda de rastros para reconstruir la memoria
"¿Y todavía seguís pensando que las Malvinas son argentinas?", me preguntó un isleño. "La tierra es nuestra, pero vos naciste acá, también tenés tus derechos. Somos hermanos que no nos conocimos", le respondí (EFE)

En 2012 acompañé la visita de ex soldados a las Malvinas. Era un grupo que volvía a las islas después de treinta años de la guerra contra Gran Bretaña. Nos hospedamos en una casona muy confortable de la avenida Ross, algunas cuadras alejadas hacia el este del casco urbano, frente a la bahía. Creo que éramos alrededor de quince o veinte. La mayoría de ellos había servido en la Compañía A del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata.

Me acuerdo de que el primer día desayunamos en forma abundante dulces, yogures, pan casero, en una mesa larga, y luego salimos a recorrer las laderas de Wireless Ridge, a dos kilómetros de la residencia de gobierno. El lugar estaba debajo del monte Longdon, donde en la madrugada del 12 y 13 de junio de 1982 se definió la batalla.

La ladera era un territorio abierto con un declive no muy pronunciado. Apenas empezaban a caminarla, los ex soldados se detenían a buscar referencias que les permitieran ubicar el que había sido su lugar de combate, los restos del pozo que habían cavado para esperar la guerra. Los impactos de las bombas, como una mancha negra sobre la tierra, cráteres anchos, de más de un metro, se veían con nitidez.

Los pozos eran más difíciles de encontrar, pero una vez localizados, removiendo un poco la tierra, emergían algunos pertrechos de entonces: pilas grandes con las que escuchaban radio, algunos restos de pilotines verdes, hierros oxidados, latas de gaseosas achatadas. Me acuerdo de que en la revisión de la ladera un ex soldado buscaba con su hijo las cartas que había enterrado en una bolsa de plástico, cerca de su pozo, y ahora no podía encontrarlas. El pozo rememoraba la lluvia, la posición anegada por el agua, las bengalas, los bombardeos.

El primer bombardeo lo vivieron el 1° de mayo, con los Sea Harriers que cruzaron el cielo de la ladera en dirección al aeródromo y descargaron sus bombas. Alfredo Rubio, ex soldado, recordaba el paso de los aviones: “El bombardeo nos tomó por sorpresa. Yo no tenía experiencia militar que me preparara para esa situación. Los bombardeos llegaban desde fragatas y aviones. Cuando había bombardeo, se corría un alerta roja y cada uno trataba de buscar algún refugio para protegerse”.

El 25 de mayo de 1982, los 42 hombres del Equipo de Combate "Güemes" formaba para celebrar la Revolución de Mayo en un paraje de las Islas Malvinas durante el conflicto bélico

La Compañía A había padecido su propia tragedia poco antes de que las tropas terrestres británicas se asomaran por la cresta del monte Longdon. Cuatro soldados conscriptos perdieron la vida cuando una mina antitanque detonó sobre el bote de goma en el que remaban, en el río Murrell.

Del otro lado del río había una casa vacía. Sus habitantes habían sido trasladados a Puerto Argentino y algunos soldados solían entrar en busca de la comida que había quedado almacenada. El bote les permitía acortar las distancias y volver rápido a sus posiciones de combate.

Marcelo Postogna tenía un recuerdo vivo de la noche de la tragedia: “Unos días antes vino un grupo de ingenieros y minaron toda la zona para evitar un posible desembarco inglés. Esto activó una mina antitanque. Y fallecieron cuatro. Manuel Zelarrayán, Carlos Hornos, Pedro Vojkovic y Alejandro Vargas, que es el único que identificamos. Fue muy doloroso ir a buscar a nuestros compañeros, y buscarlos por partes”.

Hasta ese momento, Alejandro Vargas era el único del grupo que tenía la tumba con su nombre. Los restos de Zelarrayán, Hornos y Vojkovic fueron reconocidos luego de treinta y seis años en los que permanecieron como “soldado argentino sólo conocido por Dios”.

Aquel primer día en las Malvinas, a la tarde, fuimos al cementerio de Darwin para rendir homenaje a los caídos. “Este viaje es una procesión que uno trae, que lleva dentro de uno, es algo que nos realimenta y nos ubica en el tiempo y espacio, y nos construye como persona”, decía Postogna.

Para mí, todo era nuevo.

Lo primero que se me había revelado en el viaje era que en las Malvinas había gente. Siempre había entendido las islas como un territorio despojado, pero nunca había pensado en los isleños, que fueron viviendo y muriendo en esas tierras a lo largo de varias generaciones.

En el desembarco de San Carlos, las bajas de las fuerzas británicas se estimaron en más de diez y cuatro helicópteros fueron anulados: dos destruidos y dos averiados (Imperial War Museum)

Por la noche salimos a recorrer las calles y entramos en un bar, creo que era Deano’s Bar, pero podría ser otro. Nosotros éramos bastantes y, no sé por qué, en el primer impacto no se generó una buena atmósfera. Apenas comenzábamos a ubicarnos, alguien recomendó que lo mejor sería que nos fuéramos. No sé si hubo algún comentario o una mirada que se estiró demasiado, pero la guerra había dejado una marca, una sensibilidad, que no admitía malos entendidos.

A esa hora todavía no habíamos comido y de casualidad encontramos una pizzería a punto de cerrar que atendía un inmigrante chileno. Logramos encargarle algunas cajas. Retengo una imagen de ese momento: los ex soldados en el cordón de la vereda comiendo pizza en la noche de Malvinas.

A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, la dueña de casa, Arlette, nos presentó a un policía que se había acercado para establecer contacto con el grupo de ex soldados. No recuerdo si la conversación tenía que ver con el hecho de que se habían sentado en el cordón de la vereda o si acaso la visita era por la bandera argentina que había sido exhibida en el cementerio, creo que para una foto. Supongo que la policía local habría evaluado esos dos hechos como “conflictivos”, para decirlo de algún modo, y nos lo hicieron notar.

En ese momento advertí que el grupo era objeto de una vigilancia imperceptible, aunque no estaba en el ánimo de ninguno generar conflictos.

El día siguiente también fue largo. Fuimos hasta el estrecho San Carlos, que separa la isla Soledad de la Gran Malvina, donde los ingleses desembarcaron sus tropas terrestres. El área estaba escasamente protegida. Sólo había cuarenta soldados argentinos para dar aviso temprano. Era la opción menos probable para la Argentina, porque consideraba que San Carlos estaba demasiado alejado de Puerto Argentino.

La logística de guerra británica ocupó el estrecho: destructores, fragatas, buques de asalto, que dieron sostén al desembarco el 21 de mayo de 1982. En la bahía del estrecho encontré al ex soldado Víctor Hugo Romero, que había combatido en San Carlos. “Cuando llegamos había un regimiento de Corrientes -recordaba-. Teníamos muy pocas municiones. Esperábamos que tiraran ellos, cambiábamos de posiciones, pero luego no teníamos dónde replegarnos. Nos rodearon, no había forma de salir. Enfrente estaban los ingleses y de espaldas teníamos el agua. La noche de la rendición la pasamos en un galpón, un esquiladero de ovejas, y a la mañana hubo cese de fuego, entregamos las armas y nos tuvieron prisioneros”.

La resistencia argentina se nutría de un teniente, dos subtenientes y 64 soldados del Regimiento de Infantería 25: eran tiradores más un equipo de apoyo con tan solo 45 días de adiestramiento militar (Imperial War Museum)

Fui con Romero hasta el galpón. Se mantenía exactamente igual que hacía treinta años. Quizá todo estuviera como entonces, y el único cambio se había producido en una pequeña casa, convertida en un museo, que conservaba objetos de guerra.

Después del desembarco en 1982 hubo cuatro días de intensa descarga de fuego argentino que puso en peligro la marcha terrestre británica, sobre todo por la pérdida logística asentada en el estrecho, que los dejaba sin respaldo para los cien kilómetros que debían recorrer hasta Puerto Argentino.

Su próximo objetivo fue la posición argentina en Puerto Darwin y Pradera del Ganso, distantes cinco kilómetros entre sí. En esa guarnición se resguardaban algunos aviones Pucará. En los caseríos se produjo una larga batalla terrestre. Murieron 47 argentinos y 17 británicos, entre ellos el jefe de Segundo Batallón de Paracaidistas (Para 2), el teniente coronel Herbert “H” Jones, en un hecho todavía controversial, tras un aparente “cese de fuego”.

Fue un enfrentamiento infernal, de treinta y seis horas que dieron muestra del heroísmo de la resistencia argentina. El dominio de Darwin y Pradera del Ganso fue clave para el enemigo: las tropas británicas se aseguraron la retaguardia y, con la protección aérea y naval, continuaron el recorrido hacia Puerto Argentino.

Ese mediodía fuimos a almorzar a un pequeño restaurante de Pradera del Ganso. Advertí la tensión en el local apenas nos sentamos para comer el plato del día. Todos nuestros gestos y movimientos fueron sobrios y cuidados. Después supe que el restaurante lo atendía la misma familia que había sido detenida en 1982 por el mando argentino. Y si bien estaban acostumbrados a recibir ex soldados, el recuerdo traumático permanecía vigente.

Me acuerdo que en los días que siguieron busqué isleños para conocer sus experiencias durante la detención y pude dar con una chica que recogió los relatos de su familia. Ella había nacido en 1987. Se llamaba Teslyn Barkman. Conversamos en la redacción del semanario Penguin News, que dirigía John Fowler, y donde trabajaban otras dos personas. Teslyn me contó que sus padres, durante la detención, dormían en colchones, en una sala amplia con un único baño, junto a otros granjeros de lugar.

Entierro soldados argentinos de la Pradera del Ganso

Teslyn formaba parte de un servicio militar voluntario -Falkland Islands Defense Force-, porque quería prepararse para estar en la primera línea de la guerra “en caso de un nuevo ataque”. Me sorprendió su dureza, que contrastaba con su sensibilidad como artista. Creo que era pintora. Teslyn, desde siempre, había estado molesta con el reclamo argentino por la soberanía sobre las islas.

“Éste es mi lugar -me explicó-, yo nací acá y no creo que deba pedir disculpas por eso. Como en la Argentina, muchas personas llegaron de otras partes como inmigrantes y ahora la consideran su hogar, lo mismo sucede para los isleños. Y aunque tengo ciudadanía británica, me considero una simple isleña. No pueden quitarnos nuestro hogar ni intentar hacernos perder la identidad”.

Este tipo de encuentros y otros posteriores me hicieron entender que para los isleños la guerra no había terminado, y todavía conservaban cicatrices y resentimientos. Habían vivido la invasión, porque para ellos fue una invasión. Como si la Segunda Guerra Mundial se hubiera desatado en su propio pueblo. Una dimensión del conflicto que yo no había pensado y que era necesario abordar para entender su complejidad.

Aun con su dureza, podía entender la posición de Teslyn y me sentí más cercano a sus palabras que a las sensaciones que tuve cuando visité la residencia del gobernador inglés, para un cóctel. Ese lugar lo sentí completamente ajeno. Ahí sí sentí que nuestra tierra había sido despojada.

Pero, en el trato personal a los isleños, lo percibía diferente. Recuerdo el contacto con un grupo de jóvenes a la salida de un bar, cuando uno de ellos empezó a insultar por nuestra presencia. Después me explicaron que durante los meses de marzo y abril los isleños son muy sensibles a la llegada que consideran “masiva” de ex soldados y familiares desde el continente.

La batalla en Pradera del Ganso. Fue la primera batalla terrestre que libraron ambos contendientes luego de que las fuerzas británicas desembarcadas consolidaran su cabecera de playa en San Carlos (Ejército Argentino)

La cuestión es que luego de ese incidente verbal, por así llamarlo, acordamos conversar en el lobby de un hotel boutique ubicado frente a la bahía y nos servimos té, casi como una forma de pacificar los ánimos. Ya era de madrugada, y uno de los isleños me preguntó cuánto tiempo llevaba en las islas.

- Dos semanas -respondí-.

- ¿Y todavía seguís pensando que las Malvinas son argentinas?

En ese momento pensé en su cultura, en la forma en que se mueven, en sus horarios, en que casi nunca hay gente en la calle, y respondí:

-La tierra es nuestra, pero vos naciste acá, también tenés tus derechos. Somos hermanos que no nos conocimos.

Sentía que, de cualquier modo, aunque pensáramos diferente, aunque fuéramos distintos, a nosotros nos correspondía seguir defendiendo el contacto. La guerra de Malvinas había roto con cincuenta años de relación entre argentinos del continente e isleños, y quizás ahora harían falta otros cincuenta para restaurar la confianza.

La guerra en la cara

Después de la tragedia de la mina antitanque en el río, la espera en los pozos de la ladera de Wireless Rigde continuó con el asedio diario de ataques aéreos y los cañoneos navales británicos. El radio de observación de cada soldado desde su pozo era de cien metros, doscientos como máximo. Ése era todo su universo durante la guerra. Sabían que el enemigo había desembarcado, pero no sabían dónde. No tenían mapas ni información. Padecían el hambre, la lluvia permanente y, en muchos casos, el maltrato de sus superiores.

Así ocurrió hasta el 11 de junio.

"Los días salvajes: Historias olvidadas de una década crucial 1971-1982" es el libro número 11 de Marcelo Larraquy: fue editado en 2019

Durante ese día, algunos soldados habían escuchado por radio la misa del papa Juan Pablo II en la Basílica de Luján frente a cientos de miles de feligreses. Pero, a la noche, monte Longdon se transformó en un campo de batalla. El fuego naval, la artillería y los misiles antitanque del enemigo se desplegaron sobre su cresta.

La acción masiva de la guerra estallaba en la cara de los soldados por primera vez en sus vidas. “La guerra es un espectáculo visual muy fuerte -describió Postogna-. Explosiones constantes, tiros, millones de balas cruzándose...”.

Cuando les tocó a ellos entrar en acción, después de casi dos meses de espera en el pozo, se revelaron las deficiencias del equipamiento militar. A Juan Bratulich, abastecedor de mortero pesado de la Compañía A del Regimiento 7, el combate le duró pocos disparos: “Teníamos un observador adelantado que nos iba dando la información. A partir del quinto tiro, la placa base del mortero se fue hundiendo y no se pudo seguir disparando. En ese momento empezó a caer la réplica del fuego enemigo, un fuego muy intenso. Los ingleses tenían detectores de calor, sabían desde dónde tirábamos. Entonces nos ordenan sacar los morteros y replegarnos. Cuando estoy cumpliendo esa orden, me explota un proyectil de 81 milímetros en la zona abdominal. Todo el mundo estaba ocupado en ese momento. Pero mis compañeros me trasladaron detrás de una roca y siguieron combatiendo. Me arrastré hasta la posición del jefe del Regimiento. Me evaluaron, me bajaron de la ladera con una camilla. No pensaba si iba a morir, pero estaba asustado por el contexto de la situación”. Bratulich fue operado en la madrugada del 13 de junio en Puerto Argentino y un avión lo trasladó a Comodoro Rivadavia ese mismo día.

Juan Salvucci, del Regimiento 7, también vio los fuegos desde ladera de Wireless Ridge: “Escuché el primer tiro a menos de un kilómetro, vi los fuegos iniciales, se escuchaban los gritos de locura y dolor, los de ellos, los nuestros. Me acuerdo que tenía una tableta de tranquilizantes y me la clavé toda. Me dije: ‘Bueno...’”.

Salvucci había llegado a la guerra con su diploma de arquitecto, pero todavía debía el servicio militar, y el Ejército lo convocó a los 26 años. “Tiraba con un fusil liviano, con uno pesado, con una 9 milímetros. Llegué a envidiar al herido que se iba, mientras yo seguía. Envidiaba al chico que caía, porque yo seguía. En el momento del repliegue, me cruzaba con fuego propio. Sabía que un sargento venía tirando y me la iba a poner... A nadie le gusta rendirse. Desnutrido, con veinticinco kilos menos, me hubiese gustado caer en combate. Vinimos a la guerra con chicos de 18 años que recién salían de sus casas y no sabían manejar un arma, sin experiencia; con militares que estaban acostumbrados a que la hipótesis de conflicto era su propio pueblo, no fronteras afuera. ¿No habíamos perdido antes de venir?”, se preguntaba.

La Batalla del Monte Longdon: las mantas cubren a los muertos de la sección de misiles antitanque MILAN del Regimiento de Paracaidistas del 3er Batallón cerca de la cumbre occidental. La sección de tres hombres sufrió un impacto directo de un cañón antitanque Czekalski de 105 mm disparado por el cabo Manuel Adan Medina (Imperial War Museums)

Las tropas británicas tomaron el monte Longdon. La residencia del gobernador ya les quedaba a tiro de artillería. Después hubo un “tiempo muerto”, durante un día en el que casi no se cruzó fuego. El enemigo se reagrupó, instaló puntos de observación, temía un contraataque argentino. Pero la defensa de la ladera de Wireless Ridge ya estaba debilitada. Muchos soldados advirtieron que sus tenientes y sargentos habían abandonado sus posiciones y bajaron a Puerto Argentino sin dar aviso.

En la noche del 13 de junio, todos los batallones británicos se lanzaron para definir la victoria en la guerra. Avanzaron con tanques de guerra para romper el fuego de las trincheras.

A las dos de la madrugaba nevaba en la ladera. Había soldados argentinos arrastrándose heridos, soldados que bajaban corriendo hacia el valle, protegiéndose entre roca y roca, tratando de no cruzarse con el fuego “amigo” de un FAL.

El cielo estaba cruzado de bengalas.

Alfredo Rubio recordaba las imágenes del final: “Cada uno bajaba como podía. No hubo una organización, nadie que te dijera: ‘Andá para allá’. Era el Titanic que se estaba hundiendo... Esa imagen, para mí, la tuve cuando pasé por una carpa redonda que habíamos apodado ‘El Circo’. Tenía muchas provisiones. Estaba a cargo de un capitán que manejaba la logística del regimiento, uno de los oficiales que se hacía calzar los borceguíes por los soldados y les negaba la comida. En el desbande, nos acercamos a la carpa que recepcionaba los pedidos de ayuda y escuchamos las radios al rojo vivo: ‘Manden refuerzos... tenemos heridos’. Entramos, y estaba vacía, no había nadie, con todos los micrófonos colgando. Ahí me dije: ‘Se acabó. Fuimos’”.

Ninguno de los ex soldados a los que consulté había visto a un general argentino en la batalla. Excepto Juan Salvucci.

Después de la rendición del 14 de junio permaneció prisionero junto a Mario Benjamín Menéndez en la bahía San Carlos, casi cuarenta y cinco días. Nunca entendió por qué, dado que él era un conscripto y Menéndez había sido el gobernador de las islas. Pero estuvieron juntos. Tuvo oportunidad de hablarle.

“Yo fui muy crítico con la conducción de la guerra y Menéndez me respondió: ‘Soldado, usted necesita apoyo psicológico, usted está mal...’. Le dije: ‘Y cómo no voy a estar mal si estuve combatiendo, vi la realidad. Usted estuvo en una casa, yo estuve en una guerra. La guerra no fue su realidad’”.

Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”. Ed. Sudamericana www.marcelolarraquy.com




lunes, 5 de septiembre de 2022

Monte Longdon: En 2011 VGM acampaban en el cerro que fue testigo de su valentía

Por primera vez, ex combatientes de Malvinas acampan en Monte Longdon

Infobae



Leandro Boyer




Un contingente de nueve ex combatientes de la Guerra de Malvinas que viajaron a las islas acamparán hoy en Monte Longdon, donde combatieron hace 29 años y libraron una de las batallas más sangrientas de ese conflicto bélico.

Así lo relató a Télam Ernesto Alonso, secretario de relaciones institucionales del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) de La Plata, quien viajó el sábado pasado a las islas junto a otros 9 ex combatientes.

"Vamos a pasar la noche allí (en Monte Longdon) en homenaje a los caídos. Estamos preparando los equipos para ir a recorrer posiciones, hacer distintos homenajes y dejar 'marcas' en ese lugar donde estuvimos la mayoría", relató.

Alonso explicó que las "marcas" a las que se refiere son "una placa del CECIM de La Plata y distintas cosas personales que dejaremos allí".

"Nosotros decimos que nacimos acá, el día que nuestros compañeros murieron", remarcó el ex combatiente, quien detalló que "llevamos carpas para acampar allí".

En Monte Longdon se libró el 12 de junio de 1982 una de las batallas más sangrientas de la Guerra de Malvinas, y en ese lugar murieron 29 soldados argentinos.

Alonso y sus nueve compañeros viajaron el sábado último a las Islas Malvinas a través de un convenio vigente entre el Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas (CECIM) y la Municipalidad de La Plata, que permite el regreso de 16 ex soldados por año a las Islas.

"Este es el tercer año consecutivo en que se efectivizan los viajes, posibilitando en estas pequeñas intervenciones renovar el compromiso y el derecho de nuestro país de ejercer soberanía sobre el territorio ocupado por una potencia colonial", sostuvo Alonso.

Alonso contó a la agencia Télam que "ayer visitamos el cementerio de Darwin, donde se encuentran nuestros ex compañeros. Esa es una parte muy dura del viaje, ya que Darwin es un cementerio privado de identidad".

"El 50% de las tumbas no están identificadas, y tiene una frase compleja de asimilar, ya que dice `Soldado sólo conocido por Dios´ y creemos que no hay que dejarle tanta tarea a Dios y hacernos cargo de devolverele la identidad a todos aquellos que vinieron acá, en 1982, con nombre y apellido, sabiendo
quiénes eran", afirmó.

Destacó que esa identificación "es una tarea simple de realizar. Nosotros creemos que esos cuerpos deben descansar en estas tierras, pero es una asignatura pendiente de las instituciones de la democracia en Argentina".

"Es un cementerio donde, además, no se puede dejar ningún tipo de placas o recuerdo. En viajes anteriores han dejado cosas, placas y sistemáticamente son retiradas. Siempre cuestionamos esta gestión
de administración en el cementerio de Darwin", remarcó.

Alonso detalló que este contingente también visitó Ganso Verde, una de las primeras posiciones que atacaron los ingleses, y luego bahía San Carlos, donde los británicos hicieron el desembarco".

El lugar fue utilizado por los ingleses como "cabecera de playa y comando logístico" y en ese sitio había un frigorífico abandonado "cuyas cámaras frigoríficas fueron utilizadas para el encierro de compañeros tomados prisioneros", recordó Alonso.

Respecto de la reacción de los isleños ante su presencia, Alonso afirmó que "respetan nuestra condición de soldados" e incluso a raíz de estos viajes "tenemos relaciones vía chat con habitantes de las islas y ahora pasamos a conversar con ellos".

"Nuestra visita acá también nos permite hacer intervenciones con respecto a la explotación de pesca que están haciendo en forma indiscriminada y a la instalación de la base militar en Mount Pleasant (Monte Agradable), que está a 700 kilómetros de la costa de Río Gallegos, y que para nosotros afecta no sólo a la Argentina sino a todos los países de la región", puntualizó.

Alonso adelantó que cuando el contingente regrese al continente "vamos a mostrar imágenes que hemos tomado de esta base militar, que es una fortaleza".

Además de Alonso viajaron Fernando Magno, Aníbal Grillo, Luis Aparicio, Sergio Sánchez, Fabián Pasaro, Juan Andreolli, Martín Raniqueo, del Regimiento 7 de Infantería, y su par del Grupo Artillería Antiaérea 601, Gustavo Acacio.

La estadía en las Islas finalizará el próximo sábado 19 de marzo.

jueves, 23 de junio de 2022

EA: RIMec 7

Regimiento de infanteria 7 Coronel Conde




Guerra de Malvinas Regimiento de Infanteria 7 Coronel Conde

La aventura de la bandera de guerra del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 “Coronel Conde” en Malvinas.


En la prolija Sala Histórica del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 “Coronel Conde”; ubicada en los cuarteles de la localidad de Arana, próximos a la ciudad de La Plata; se encuentra expuesta en lugar privilegiado y encerrada en un lujoso cofre, la bandera de guerra que usara la unidad desde 1961 hasta 1985.

Amarillenta y desflecada, su tela y semi deshechos sus bordados, los veinticuatro años en que fuera portada por sus abanderados al frente del Regimiento; muestran no solamente ese tiempo, sino particularmente los efectos que las circunstancias de la guerra de Malvinas le produjeran en el corto lapso en el que aún; como bandera de guerra, estuviera su asta plantada en proximidades del Puesto Comando de la Unidad; azotada por el viento y otras circunstancias que narraremos.

El 11 de junio de 1982

Ante el previsible revés de nuestras tropas y la incertidumbre reinante; un grupo de oficiales y suboficiales de ese cuerpo, decidieron defender su insignia; la ocultaron envolviéndola en una bolsa de plástico y la enterraron en un lugar conocido sólo por ellos, para evitar que ante la derrota inevitable; la hiciera caer en poder el enemigo.

Al día siguiente, ante la evidencia de la rendición; la desenterraron y la separaron pieza por pieza, para asegurarse de que no cayera en manos inglesas.

Sus partes componentes se distribuyeron de la siguiente forma; el entonces teniente Guido Bono envolvió en su cuerpo el paño, ya muy castigado por el viento; la corbata, despojada de sus condecoraciones, fue escondida dentro del abrigo del entonces teniente Miguel Cargnel.

Las distinciones fueron descosidas y se repartieron también, de entre los siguientes oficiales y suboficiales; la Cruz Peruana la llevó el entonces mayor Carrizo Salvadores, cosida en el interior del cinturón; la cinta o Dístico de Curapaligüe la escondió el teniente Colom en una de sus botas de combate; la del asalto a la Fortaleza de El Callao, la ocultó en el dedo de uno de sus guantes de abrigo, el subteniente Alfredo Luque; la de la Campaña del Río Negro fue disimulada dentro del forro de abrigo de la parka del suboficial principal; Juan Reyes y la de la Toma de Lima; fue escondida entre las dos partes del casco de acero del suboficial principal Humberto Spiletti.

Los Históricos Escudos de Honor de Carampangue, Chacabuco y Maipú fueron ocultados por el entonces teniente primero Jorge Calvo; el subteniente Jesús Martín y el capitán Daneri.

Estos oficiales y suboficiales regresaron al continente en distintas tandas y oportunidades.
Recién, el 14 de julio,

lograron reencontrarse en el cuartel del Regimiento de Infantería Mecanizada 3; en La Tablada, que funcionaba como lugar de reunión y atención del personal que había combatido en nuestras islas.

Ese mismo día, el encuentro de aquel grupo de soldados; permitió reunir las partes componentes de la Bandera Nacional de Guerra del histórico y esforzado Regimiento 7 de Infantería Mecanizada.

La lectura de este episodio, prolijamente redactado y expuesto en un cuadro próximo al cofre que contiene este glorioso lábaro; emociona vivamente a quienes visitan la Sala Histórica de la Unidad, que también contiene otras muchas valiosas reliquias de su larga trayectoria; hacen reflexionar acerca del silencioso y casi ignorado gesto de este grupo de valientes; que ha quedado vivamente grabado en la rica historia de este antiguo regimiento de nuestra Infantería.

por Sergio Toyos

Relatro extraido de http://bombardeandoalpirata.blogspot.com/

domingo, 20 de febrero de 2022

Monte Longdon: Tte Castañeda, el autor del contraataque la noche del 11 de junio



Teniente Raul Fernando Castañeda. 27 años. Regimiento Infantería 7, Compañia C. Medalla al Valor en Combate.

El bravo Teniente Raul Castañeda, quien, al mando de un puñado de no menos bravos suboficiales y soldados conscriptos, se cubrió de gloria en el único contraataque argentino en Monte Longdon, la batalla más cruenta de la guerra de Malvinas. (Segunda foto, cuadro del pintor argentino Hector Arenales Solís. Tercera, con Castañeda a la derecha, y el soldado Gustavo Luzardo, 2017)