domingo, 28 de julio de 2024
domingo, 31 de julio de 2022
Thatcher, la flota y la advertencia de Reagan
Cuando Thatcher decidió enviar la flota a Malvinas y la advertencia de Reagan a Galtieri: “Ella contestará con más fuerza”
La Junta militar no escuchó. Y tomó pésimas decisiones. El fracaso del “Plan D+5″ que habían diseñado los comandantes para la recuperación de las islas. Los testimonios de quienes presenciaron el dramático instante en que la Primer Ministro británica declaró la guerraEn la madrugada del 2 de abril de 1982 dentro de las redacciones reinaba el clima de los grandes momentos informativos, aquellos que marcan un antes y un después. La recuperación de las islas Malvinas era esperada por el periodismo que ya estaba al tanto a través de sus propios canales oficiales.
"Con las primeras horas del amanecer, la Argentina recuperará las islas Malvinas", adelanto en su tapa el matutino Convicción, tan próximo a la Armada y al almirante (RE) Emilio Eduardo Massera. En su segunda edición llevaba como título catástrofe "Reconquista de las Malvinas" y aportaba detalles de cómo se realizaría la Operación Rosario.
Clarín salió con tres títulos no menos importantes: "Inminente Recuperación de las Malvinas (comenzaron a medianoche los operativos navales argentinos); El Consejo de Seguridad reclamó "moderación" y Preocupa a EE.UU. el conflicto". La tapa de Crónica llevaba en su guarda superior la bandera argentina y el título fue: "Argentinazo ¡Las Malvinas recuperadas!".
"Se inician operaciones en el Sur para respaldar la soberanía nacional", fue el título de La Nación en su primera edición del 2 de abril de 1982. En la segunda, ya llevaba en su portada como todo título a seis columnas: "Desembarco argentino en el archipiélago de las Malvinas" y destacaba una foto sonriente del canciller Nicanor Costa Méndez.
A primera hora de la mañana Leopoldo Fortunato Galtieri presidió una reunión de su gabinete e informó lo necesario ya que sus ministros –salvo Costa Méndez- desconocían todo, incluido el de Economía.
En esa primera reunión ministerial se dieron anticipos -todos fallidos- de que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas respaldaría a la Argentina.
Años más tarde el general Mario Benjamín Menéndez me rememoró lo hablado en esa reunión de gabinete, recordando que Costa Méndez dio un panorama optimista sobre el debate que se iba a realizar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas: "El canciller dijo que las posibilidades en la votación eran favorables a la Argentina por nueve a seis y ocho a siete en el peor de los casos. Agregó que si así no lo fuere se esperaba el veto de Rusia o China para cualquier resolución que pudiera ser desfavorable para la Argentina".
En la misma reunión en la Casa Rosada, Galtieri, con la grandilocuencia que lo caracterizaba, habló sobre la recuperación de las islas del Atlántico Sur y de su diálogo con Ronald Reagan la noche anterior.
No les contó a sus ministros las partes sustanciales de ese diálogo con el jefe de la Casa Blanca, que se resume así:
REAGAN: Volvió a señalar que Gran Bretaña estaba dispuesta a dar una adecuada respuesta militar al desembarco. Que así se lo había hecho saber el Reino Unido. Que la señora Margaret Thatcher -amiga suya- era una mujer muy decidida y que ella tampoco tendría otra alternativa que dar una respuesta militar. Indicó que será un conflicto trágico con graves consecuencias hemisféricas.
GALTIERI: Indicó que la Argentina no buscó ésta situación y volvió a referirse a los antecedentes y voluntad negociadora del gobierno argentino.
REAGAN: Indicó que debía entender que Argentina mantendría su posición. Agregó que la relación sufrirá gravemente, que la opinión pública norteamericana y mundial adoptará una actitud negativa con la Argentina y el esfuerzo que él mismo había puesto para reconstituir la relación se vería gravemente afectado. Señaló que Gran Bretaña era un amigo muy particular de los Estados Unidos y que la nueva relación que mantiene hoy Washington (con la Argentina) -después de un largo esfuerzo ante la opinión pública norteamericana- se verá perjudicada […]
"Conozco a la Señora Thatcher y sé que es muy decidida, contestará todo acto de fuerza con más fuerza. Sé que éste es un tema muy sensible para Argentina. Nosotros deseamos construir una relación duradera con Argentina, Brasil y México y como Usted sabe tenemos una relación muy cercana con el Reino Unido… estoy también en proceso de acercar los países de Centro América y esto lo hará fracasar. Sé que ha habido dificultades entre nuestros países, mi predecesor (James Carter) no manejó bien nuestra relación con Argentina, situación que he tratado de cambiar. Si usted procede en su ataque mañana y Gran Bretaña resiste con fuerza, como sé que lo hará, no podré evitar que mis conciudadanos no posibiliten el mantenimiento de nuestras relaciones. Le pediría a mi vicepresidente que viaje y trate de arreglar esta situación, pero por favor eviten el conflicto", dijo el presidente de los Estados Unidos.
El "diálogo" de Galtieri con la gente en la Plaza de Mayo
El 2 de abril a la mañana, las radios argentinas comenzaron a martillar con el texto de un comunicado: "La Junta Militar, como Órgano Supremo del Estado, comunica al pueblo de la Nación Argentina que hoy a las 07.00, la República, por intermedio de sus Fuerzas Armadas, mediante la concreción exitosa de una operación conjunta ha recuperado las Islas Malvinas y Sandwich del Sur para el patrimonio nacional".
En pocas horas mucha gente se fue agolpando en la Plaza de Mayo, haciendo recordar a 1978 cuando la selección argentina ganó la Copa Mundial de Fútbol o septiembre de 1979, el día que la selección juvenil gano la copa mundial en Japón. Galtieri salió a saludar y se limitó a observar y escuchar de la multitud los estribillos con tonalidades de cancha de fútbol.
"Que salga el Presidente, lara, lara, lara".
"Todo el mundo sabe que Argentina esta de joda, la Reina llora, la Reina llora".
"Ay, ay, que risa que se ve, ahora que se cuide, que se cuide Pinochet".
Con el paso de las horas los reclamos de la multitud se hicieron más insistentes, resonaban en la plaza y Galtieri se vio en la necesidad de salir a hablar desde el balcón de la Casa Rosada. Antes llamó a sus colegas de la Junta Militar. "Vení a acompañarme", le dijo por teléfono a Anaya, lo mismo que a Lami Dozo pero decidieron dejarlo solo en la ocasión.
Antes los tres se mantuvieron una conferencia telefónica:
Anaya le dijo: "Mirá Leo, te quiero recordar lo que dice el plan. No podemos ir a una guerra, no estamos en condiciones".
Un testigo de la conversación sostuvo que su comandante lo prevenía al jefe del Ejército a que no se dejara llevar por el impulso, el imán, de los aplausos de la Plaza de Mayo. Cuando se habla de "el plan" se entendía al "D más cinco" que habían escrito Lombardo, García y Plessl que entendía que tras el día "D", ocupación militar de Puerto Stanley, y luego de cinco días la Argentina retiraría sus tropas quedando solamente una recudida guarnición a la espera de una negociación diplomática con el Reino Unido.
Lami Dozo apoyó las palabras de Anaya: "Mi general tenemos que atarnos al plan".
Su voz sonaba con extrema cautela. No tenía con Galtieri ni la misma antigüedad ni la amistad de Anaya, pero se permitió una graciosa sugerencia: "Leopoldo no levantes los brazos como Perón".
Cuando salió al balcón –porque así lo pedía la gente – Galtieri intentó no dejarse arrastrar por los vítores y las consignas que partían de la muchedumbre, algunas con una alta dosis de picardía, otras inducidas por "infiltrados" de los servicios de inteligencia, tal como le reconoció al autor uno de los miembros de la Junta Militar.
Las palabras presidenciales trazaron una línea para las futuras negociaciones (fallidas) con el Reino Unido, en las que el gobierno de la Administración Reagan haría de amable componedor:
"Pueblo de la Nación Argentina. Sé que este día 2 de abril de 1982 marca un jalón trascendente para la historia argentina del siglo que vivimos. En estos momentos, miles de ciudadanos hombres y mujeres en todo el país, en todos los pueblos, en las pequeñas granjas, en las ciudades, y en esta Plaza de Mayo histórica que ha marcado rumbos a través de la historia nacional, ustedes los argentinos están expresando públicamente el sentimiento y la emoción retenidas durante 150 años a través de un despojo que hoy hemos lavado.
El hidalgo pueblo argentino, repito, el hidalgo pueblo argentino, tiende sus manos al adversario pero no admite discusión sobre sus derechos que pacientemente y prudentemente hemos tratado de reivindicar por las vías diplomáticas […] Hoy 2 de abril recién hemos comenzado con nuestra actitud de recuperar las Malvinas y toda su zona de influencia…".
El público respondió:
“Tero, tero, tero, tero, hoy le toca a los ingleses y mañana a los chilenos”.
La batalla diplomática en Naciones Unidas
El viernes 2 de abril por la mañana, el canciller Costa Méndez llamó al Encargado de Negocios en Londres, ministro Atilio Molteni, y por el teléfono en clave ("Carola") le informó que las tropas argentinas habían desembarcado exitosamente en las Islas Malvinas. "Acá estamos muy bien", dijo con la mayor naturalidad en medio de una conversación de tipo familiar.
Ya las fuerzas conjuntas habían tomado la casa del gobernador Rex Hunt, después de tres horas de intercambio de disparos. La Operación Rosario había sido un éxito.
Ese día, Molteni (por la ausencia del embajador Carlos Ortiz de Rozas), fue citado a concurrir al Foreign Office a las 17. Cuando llegó observó que estaban en la entrada del edificio las cámaras de las cadenas de televisión y el periodismo escrito y entró por una puerta del costado. Lo hicieron esperar cerca de media hora en la sala de ceremonias, un salón con escasa luz adornado por cuadros que reflejaban glorias del pasado del Reino Unido. Cuando fue invitado a entrar, el subsecretario del Foreign Office, Michael Palliser, le comunicó la ruptura de relaciones diplomáticas (y consulares) entre la Argentina y Gran Bretaña.
Los detalles de la entrevista el funcionario argentino los informó por cable Secreto Nº 872 del 6 de abril de 1982. El alto funcionario inglés le dijo que la medida se había decidido porque la Argentina había invadido suelo británico. Molteni respondió que la Argentina sólo había vuelto a lo que era de ella. El funcionario respondió que la cuestión se iba a discutir en las Naciones Unidas y "elsewhere" (otro lugar). El otro lugar era el campo de batalla.
Por la tarde, Galtieri pronunció un discurso desde su despacho por la cadena nacional explicando el hecho bélico, y al atardecer junto con algunos ministros (Roberto Alemann entre otros) caminó hacia el centro de la Plaza de Mayo para arriar el pabellón nacional. Cientos de personas lo vitorearon.
En las horas posteriores a la ocupación de Puerto Stanley algunos directores de periódicos fueron invitados a conversar en la Casa Rosada. En la reunión participó el secretario de prensa Rodolfo Baltierrez un dirigente conservador que había pasado por la diplomacia. Cuando algunos se retiraban, hizo un aparte para solicitarles “colaboración”, al tiempo que les comentó: “No se preocupen por las reunión de Naciones Unidas. Ya tenemos asegurado el veto ruso”.
El viernes 2 de abril, Costa Méndez partió a Nueva York para participar en la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del día siguiente. Viajó acompañado por los embajadores Federico Erhart del Campo y Gustavo Figueroa, más sus secretarios Julio Freyre y Roberto García Moritán.
Durante el debate del 3 de abril se aprobó la resolución 502 que manifestaba la primera derrota diplomática argentina:
El Consejo de Seguridad de la ONU "profundamente preocupado por los informes acerca de una invasión por las fuerzas armadas de la Argentina el 2 de abril de 1982; declarando que existe un quebrantamiento de la paz en la región de las Islas Falkland/Malvinas", dispuso:
"1) exige la cesación inmediata de las hostilidades;
2) exige la retirada inmediata de todas las fuerzas argentinas de las Islas Falkland/Malvinas;
3) Exhorta a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a que procuren una solución diplomática a sus diferencias y a que respeten plenamente los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas".
El voto favorable a la resolución fue acompañado por diez países sobre los quince que integran el Consejo (uno más del mínimo necesario). Panamá votó a favor de la Argentina. La Unión Soviética y China (de quienes se esperaba un veto que favorecería a la Argentina), España y Polonia se abstuvieron. Entre los que votaron por Gran Bretaña se destacaban Estados Unidos y Francia. También votaron a favor de la Resolución 502, Irlanda y las ex colonias británicas Guyana y Uganda.
Se derrumba el plan original "D+5"
De acuerdo al cable Nº 864, del 3 de abril, el representante argentino en Londres, ministro Atilio Molteni, informó que la opinión pública británica se pronunció a favor de la guerra en un sondeo de la televisión estatal: 79% estaba de acuerdo con la declaración de guerra; 82% a su vez, opinó que el gobierno de Margaret Thatcher manejó mal el problema con la Argentina; 70% estimó que debe permitirse a la población de las islas ejercer la autodeterminación y 20% sostenía que debían usarse armamentos nucleares contra la Argentina.
Ante ese cable y otras informaciones, la Junta Militar emitió la resolución del Comité Militar (Acta 8 "M"/82) y se "procedió a ordenar no desafectar más medios en las islas Malvinas" y "retener las tropas necesarias y suspender el regreso de los medios de Malvinas". Se comenzaba a derrumbar el plan "D+5".
El domingo 4 de abril, la Argentina comenzó a reforzar las islas, y ese mismo día el Estado Mayor Conjunto, a través del Mensaje Militar Conjunto Nº 48 también informó que Gran Bretaña había sido autorizada por los Estados Unidos a utilizar la isla Ascensión como base de operaciones a mitad de camino de Malvinas y el general Mario Benjamín Menéndez partió hacia Puerto Argentino.
Antes de que se conociera la partida de la flota británica hacia el Atlántico Sur, Molteni envió el cable “S” nº 845 del 4 de abril. Manifestaba la primera “luz amarilla” sobre la ayuda chilena al Reino Unido: “Sunday Times’ comenta hoy como noticia de última hora que Whitehall (Ministerio de Defensa) no efectúa comentarios referentes a un supuesto ofrecimiento del gobierno chileno de demorar la toma del HMS Norfolk, ex destroyer de la marina británica que se encuentra en aguas chilenas y debía ser entregado formalmente mañana a marina chilena”.
La Operación Corporate
Tomando como base el
relato del libro Señales de Guerra, escrito por Virgina Gamba-Stonehouse y sir David Lawrence Freedman, el historiador oficial británico sobre la guerra de las Malvinas (2006), se puede afirmar que la Operación Rosario tomo por sorpresa al gobierno y las Fuerzas Armadas del Reino Unido. La orden inicial dada por La Junta Militar, a los que instrumentaron el desarrollo del desembarco, había sido exitosamente cumplida: “Debe existir sorpresa en la ejecución de la misión”. En los niveles superiores del Reino Unido no esperaban que se concretara la ocupación.
El ministro Lord Carrington estaba de visita oficial en Israel; el jefe del Estado Mayor de la Defensa, almirante sir Terence Lewin, en Nueva Zelanda; el jefe del Estado Mayor General, general sir Edwin Bramall en Irlanda del Norte y el almirante sir John Fielhouse, comandante en jefe de la flota –el que debería dirigir la operación– navegaba desde Gibraltar.
Tras varias horas de indecisión, dudas, análisis, y debates en el Parlamento y el gobierno británico, un jefe naval pidió entrar al despacho de Margaret Thatcher, en la Cámara de los Comunes, y le dio los argumentos que la decidieron a intervenir como lo hizo.
Se trataba del primer lord del almirantazgo sir Henry Leach, ex combatiente en la Segunda Guerra Mundial. Su testimonio: "Tuve una sensación inmediata y aguda. ¿Qué maldito sentido tiene una flota si no voy a usarla? Entonces corrí para entrar en acción inmediatamente. Me detuvo un policía en el lobby central (de la Cámara Baja), el secretario de Defensa estaba reunido con la Primer Ministro y me hicieron entrar. Ella buscaba datos positivos para tomar una decisión.
'¿Podemos hacerlo a pesar de los riesgos que discutimos?', preguntó la señora Thatcher. Y yo le dije que sí. Según mis planes podíamos hacerlo. Estaba en juego nuestro prestigio. Esto no era un asunto mío, era más bien un asunto político.
Entonces ella preguntó: '¿Por qué dice eso?'.
Respondí: 'Bueno, porque si no lo hacemos, o lo hacemos mal y si no tenemos éxito deberíamos vivir en otro país. No quedaba otra alternativa'".
jueves, 13 de enero de 2022
Thatcher ordena atacar el continente y destruir la base aeronaval de Río Grande
Malvinas: el día que Thacher pensó que podían perder la guerra y decidió atacar al continente para destruir aviones y eliminar a los pilotos
El ataque al destructor Sheffield con misiles Exocet generó una conmoción política y militar. Desnudó la debilidad de la defensa británica: si se impactaba sobre uno de los portaviones, podrían perder la guerra. En el libro “La Guerra Invisible” se revela que en ese momento Gran Bretaña decidió hacer una misión de ataque sobre el continente para destruir los Super Étendard, los misiles y matar a los pilotos alojados en la base de Río GrandeEl 4 de mayo de 1982, dos pilotos de la Aviación Naval golpearon sobre el destructor con el misil Exocet, lanzados desde aviones Super Étendard. Los pilotos Augusto Bedacarratz y Armando Mayora habían dado en Sheffield. Cuando aterrizaron en la base de Río Grande aun no sabían del éxito de su misión. Juntos comenzaron a relatar la misión en un papel en la sala del hangar y luego la pasaron en limpio en el casino de oficiales. Bedacarratz recordaba los detalles de la acción, Mayora aportaba los suyos y los escribía. Fue en ese momento que en la sala se interceptó la radio BBC y escucharon la novedad. El gobierno británico reconocía, a las cinco de la tarde hora británica, que el Sheffield había sido atacado por un misil y la acción había provocado veintidós muertos y una cantidad indeterminada de heridos. El destructor todavía se estaba incendiando.
En La Guerra Invisible, Marcelo Larraquy revela cómo en ese momento Gran Bretaña decidió hacer una misión de ataque sobre el continente para destruir los Super Étendard, los misiles Exocet y matar a los pilotos alojados en la base de Río Grande.
Aquí un extracto del libro.
(…) El impacto del misil había provocado un ruido corto y seco. Abrió un agujero de seis metros cuadrados. El Sheffield se sacudió de una punta a la otra. El primer informe oficial de la Secretaría de Defensa británica admitió que su carga explosiva había golpeado en la segunda cubierta, sobre la banda de estribor, entre la cocina, el cuarto de máquinas auxiliares y la máquina de proa, que empezaron a incendiarse. El fuego, originado por el combustible del Exocet, luego se esparció por la sección central y alcanzó el puente. El combustible se fue desparramando entre el humo negro. Si el fuego hubiera llegado al compartimento de explosivos donde se alojaban los misiles Sea Dart, el destructor habría volado en ese momento.
La defensa del Sheffield había fallado. Sin embargo, el informe puso en duda que el misil hubiese detonado. Francia, en cambio, aclaró que había funcionado en forma correcta. No quería que se sospechara de la eficacia de su creación. En la oficina de Ofema (Office français d’ex- portation de matériel aéronautique), en París, festejaron el lanzamiento. Poco después, con el certificado de Combat-Proven (“Probado en Combate”), el Exocet quintuplicaría su valor de mercado.
En las ejercitaciones de mar, los destructores tipo 42 como el Sheffield tenían un margen de veinte minutos entre la detección de un avión y el impacto de cualquier proyectil que disparase. El Exocet reducía ese lapso a tres minutos. El Sheffield, además, no contaba con misiles Sea Wolf, adecuados para neutralizar misiles o aviones que se aproximaran en vuelo rasante. Su protección antiaérea, los Sea Dart, solo le permitía alcanzar blancos de altura. Una de las peticiones de la Marina Real a la Secretaría de Defensa había sido agregar al misil la capacidad de impactar a baja altura, pero había sido rechazada por falta de fondos.
El informe oficial afirmó que, poco antes del impacto, los radares de vigilancia aérea y de rastreo de blancos del Sheffield habían sido desconectados para una comunicación con satélite Skynet y la sala de operaciones no había tomado contramedidas.
Los Super Étendard habían sido detectados por el destructor Glasgow a 49 millas, 90 kilómetros del Sheffield. Los dos o tres segundos que duraron sus emisiones de radar quedaron registrados en la consola. Se veían dos contactos hostiles que se acercaban a una velocidad de 450 nudos, 833 kilómetros por hora, desde 600 metros de altura.
Un marino hizo sonar su silbato y el grito de terror retumbó en la sala de operaciones: “¡Freno de mano!”. Era la clave para mencionar al radar Agave, instalado en los Super Étendard. El capitán del Glasgow, Paul Hoddinott, preguntó por el nivel de credibilidad. ¡Cierto! Entonces viró completamente el timón para reducir el margen de impacto y lanzó el chaff para desviar la dirección de los misiles, que ya habían sido lanzados desde los aviones.
El aviso de alerta “¡freno de mano!” llegó a la sala de operaciones del Hermes, que navegaba 50 kilómetros al este. Allí fueron renuentes a creer en la amenaza y siguieron en alerta blanca. Lo mismo sucedió en el otro portaviones, el Invincible. El comandante de guerra antiaérea pidió más pruebas al Glasgow. Pensaban que el ataque era falso. Habían recibido tres o cuatro alarmas esa mañana. Continuó con alerta blanca, todo tranquilo, ningún indicio de ataque.
En tres días de guerra no se había detectado la presencia de los SUE, de modo que supusieron que su sistema de armas no funcionaba o que los pilotos no estaban capacitados para efectuar el reabastecimiento en aire. Confiaron en que no habría ataque. La alarma lanzada desde el Glasgow al resto de los buques fue tomada como un falso eco.
El grito “¡freno de mano!”, además, no necesariamente implicaba un peligro para la flota.
El almirante Sandy Woodward (jefe de la flota británica) decía que esa expresión era más escuchada que los “buenos días”. Ante cualquier ruido en el éter, en medio de la tensión de la guerra, en las salas de operaciones se gritaba “¡freno de mano!”. Y pasar de la alerta blanca a la amarilla, que advertía de un indicio de ataque, o a la roja, que revelaba un ataque seguro, implicaba un desgaste considerable para una nave: se debía lanzar el chaff, despegar helicópteros y aviones, poner a los infantes a cubrir posiciones de combate. Pero esta vez el ataque era real.
El capitán del Glasgow pidió que derribaran los Exocet con misiles Sea Dart, pero el control de fuego de radar no podía fijar la posición de los pequeños puntos blancos que cruzaban la pantalla. Se preguntó cuántos segundos faltarían para que golpearan en el centro de su nave. Sin embargo, los misiles pasaron por encima del Glasgow. Estaba a salvo. No era el eco que (los pilotos de Super Étendard) Bedacarratz y Mayora habían seleccionado en su radar. Tampoco lo era el destructor Coventry.
En estado de alarma, el capitán del Glasgow llamó al Sheffield. No contestaron. En la sala de operaciones del destructor no detectaron ni al avión ni a los misiles que volaban hacia ellos. Los primeros en advertirlo fueron dos tenientes que conversaban en el puente de la nave y vieron una estela de humo a dos metros por encima del mar, que se acercaba. Estaría a poco más de un kilómetro. Uno de los tenientes tomó el micrófono de transmisión. “¡Ataque de misil!”, gritó.
Treinta y cinco años después, el documento desclasificado de la Junta de Investigación (Board of Inquiry) del Ministerio de Defensa revelaría que “algunos miembros de la tripulación estaban aburridos y un poco frustrados por la inactividad y el barco no estaba completamente preparado para un ataque”. Aún más: el oficial de guerra antiaérea había salido de la sala de operaciones y estaba tomando un café cuando los Exocet volaban hacia el Sheffield. Tampoco su asistente se encontraba en funciones. El documento desclasificado también indicaba que el radar del destructor estaba en transmisión con otra nave. Reconocía que la alerta del Glasgow se había escuchado en el Sheffield, pero no había generado una reacción. Creían que el Super Étendard no podía abastecerse en el aire y que no significaba una amenaza. Nadie llamó al capitán, nadie lanzó los misiles Sea Dart para derribar los Exocet y nadie disparó un chaff para engañarlos. El equipo de guardia había fallado.
La pérdida del destructor golpeó a Woodward. En ese momento temió que, en medio de las tareas de rescate, el Sheffield explotara y que un submarino argentino atacara con torpedos a los barcos de salvataje que se habían acercado, el Yarmouhth y el Arrow. Llegarían a detectar nueve alarmas en el sonar.
Para completar la jornada trágica en las Fuerzas de Tareas, uno de los tres Sea Harrier que habían despegado del Hermes para atacar la pista de aterrizaje de la Base Cóndor, en Puerto Darwin, fue derribado por una batería de la artillería antiaérea con una ráfaga de proyectiles de 35 milímetros. El Sea Harrier volaba a 300 metros por segundo. En condiciones normales, los artilleros tenían apenas treinta y siete segundos para pulsar el disparo cuando lo tenían en la pantalla del radar de exploración del director de tiro. Algunos soldados de Artillería habían estudiado las siluetas de los cazas británicos de las fotos que había tomado el Boeing 707 el 21 de abril.
En un anotador de rodilla del piloto caído, el teniente Nicholas Taylor, la inteligencia de la FAS (Fuerza Aérea Sur) obtuvo números de aviones en servicio y remanentes, pilotos asignados, indicativo de buques, códigos IFF (Identification Friend- Foe), configuraciones de armamento e información sobre la autonomía del Sea Harrier: ochenta minutos con despegue de rampa, y la mitad del tiempo si lo hacía con despegue vertical.
El cuerpo del piloto británico Taylor fue sepultado con honores por una formación de soldados argentinos en un cobertizo próximo a un tambo en Pradera del Ganso. Lo enterraron junto a los ocho miembros de la Fuerza Aérea que habían muerto en el ataque sobre la pista de la Base Cóndor, tres días antes.
Woodward se sintió muy deprimido en la noche del ataque. Todavía le resonaba la expresión a viva voz de un oficial de su Estado Mayor en la sala de operaciones del Hermes apenas llegó el mensaje desgraciado: “El Sheffield ha sufrido una explosión”.
“¡Almirante, debe hacer algo!”, le había advertido el oficial.
Parecía una orden, una intimación. Y en esos dos, tres minutos de tensión Woodward no había hecho nada, dejó que los acontecimientos siguieran su curso; solo esperaba que los hombres que estaban en el destructor le pidieran lo que necesitaban. Trató de controlar sus emociones y no dejarse arrastrar por reacciones instintivas. En el momento de mayor angustia debía meditar las decisiones.
Woodward repasó su estrategia después del ataque al Sheffield: neutralizar a la Marina y la Fuerza Aérea enemigas para alcanzar la superioridad marítima y aérea; desembarcar a los hombres de la flota naval, y brindar apoyo logístico y de fuego a las fuerzas en tierra.
Había quedado en evidencia que la flota británica era vulnerable a los misiles; que sus defensas antiaéreas, frente a esa amenaza, eran débiles. La capacidad de fuego de la aviación argentina se mantenía intacta. Si no se neutralizaba, el desembarco sería imposible. Las tropas del ejército británico todavía esperaban en la isla Ascensión. Hasta que no se despejara el panorama, no había orden de traslado al Atlántico Sur.
Woodward cambió la táctica para mantener la iniciativa. Decidió alejar más hacia el este a su flota naval, colocarla más lejos de las bases aeronavales argentinas, y adelantó dos destructores, el Coventry y el Glasgow, a 20 kilómetros de Malvinas para estrechar el bloqueo aéreo sobre los aviones argentinos, sobre todo los Hércules C-130, que trasladaban suministros en vuelos nocturnos. Los atacaría con misiles Sea Dart para intentar cortar el puente logístico entre el continente y las islas. Y también saturaría con fuego las posiciones de los soldados en tierra.
Los cambios tácticos no redujeron el temor de un segundo ataque de los Super Étendard y de la posible pérdida de un portaviones. A esas alturas, cualquier daño que afectara al Hermes o al Invincible lo obligaría a abandonar la operación militar. Una semana después del ataque, mientras intentaban remolcarlo hacia las islas Georgias para repararlo, el Sheffield zozobró en el mar y cayó bajo las aguas. Fue el primer buque de guerra de la flota británica hundido en combate después de la Segunda Guerra Mundial.
Woodward envió un mensaje realista a los capitanes de los barcos. “Perderemos más naves y más hombres”, les anticipó, “pero triunfaremos”. (…)
El ataque sobre el Sheffield no solo expuso por primera vez la vulnerabilidad de la Fuerza de Tareas sino que generó un trauma, una convulsión política en Gran Bretaña. Se abrió un nuevo escenario: la posibilidad de detener o poner en pausa la estrategia bélica y dar paso a una solución diplomática.
El jueves 6 de mayo Margaret Thatcher fue interpelada en la Cámara de los Comunes. Un representante le requirió si podía hacer cesar el enfrentamiento y alentar un acuerdo de paz efectivo. Thatcher se mostró tolerante a ese propósito por primera vez. Dijo que habían respondido de manera constructiva a la propuesta de paz peruana y daba la bienvenida a la nueva intervención de las Naciones Unidas para las negociaciones. Aseguró que la vía diplomática seguía abierta pero que el obstáculo era la Argentina, interesada en el cese del fuego pero no en el retiro de sus tropas.
Otro representante preguntó a la primera ministra: “¿Podría darnos la más absoluta seguridad, estoy seguro de que toda la nación así lo demanda, de que no habrá una escalada deliberada en las acciones militares, ninguna escalada que interfiera con las perspectivas que ahora se vislumbran de lograr una paz real?”. Y otro insistió: “¿Ha venido hoy a esta casa totalmente preparada para repudiar a los miembros del Partido Conservador y almirantes y generales retirados que ahora aparecen en televisión diciendo que, en caso de ser necesario, se debería atacar el territorio argentino?”.
Thatcher respondió que los argentinos habían escalado la crisis e invadido las islas, y que a su gobierno le tocaba continuar con las actividades militares, aun en medio de las negociaciones, para que el invasor no siguiera incrementando su poderío y reforzando sus posiciones para atacar a su voluntad.
Thatcher estaba decidida a lograr una victoria militar. La maquinaria bélica no debía detenerse. No sacaría el dedo del gatillo durante las gestiones de paz. Ya no importaría que la Argentina, pocos días después, en las Naciones Unidas, dejaría de exigir una fecha fija para la transferencia de la soberanía y admitiera una negociación lisa y llana de la soberanía, sin plazos perentorios.
La gestión diplomática iba y venía entre mediadores e interlocutores de ambos países, en distintos ámbitos. Se enredaba y perdía urgencia mientras la guerra avanzaba.
El 8 de mayo, en Chequers, la residencia de campo oficial de gobierno —el mismo lugar donde se había decidido el hundimiento al crucero Belgrano—, se ordenó el traslado de las tropas terrestres de la isla Ascensión hacia el Atlántico Sur y se estableció la fecha del desembarco entre el 18 y 22 de mayo. Thatcher también avaló la gestación de la opción más extrema: eliminar el poder de destrucción del enemigo, el sistema de armas del Super Étendard. Atacarlo en su punto de partida. (…)
Thatcher autorizó el ataque al continente luego de una proposición de la Marina Real. La operación requería la participación de una fuerza especial que, en una acción de alto riesgo, eliminara los aviones, los misiles y también a los pilotos. (…)
miércoles, 8 de abril de 2020
La tensa charla entre Reagan y Galtieri previo al 2 de Abril
Así fue la tensa charla de Galtieri y Reagan a horas de la recuperación de Malvinas, y el extraño papel que jugó Stiuso
El 1° de abril de 1982, después de negarse, el entonces presidente de facto y su par de los Estados Unidos dialogaron por teléfono. Los imperdibles -y tragicómicos- detalles de aquella comunicación, y una de las primeras apariciones del hombre que manejó la inteligencia de nuestro país por añosPor Juan Bautista "Tata" Yofre || Infobae
Ronald Reagan y Leopoldo Fortunato Galtieri, actores principales del conflicto por Malvinas
El 1º de abril de 1982, “La Nación” sacó a la calle la edición nº 39.642, tras 113 años de reconocido periodismo. El ejemplar de ese día costaba 5.000 pesos y en la tapa, a cuatro columnas, se leía el título “Agravóse la crisis con Gran Bretaña” y a dos columnas se mostraba una foto de los diarios “The Guardian”, “The Daily Telegraph” y “The Sun” de Londres, en los que se informaba que dos submarinos británicos habían recibido la orden de dirigirse a las Falklands en estado de alerta. “Hacia la batalla. Submarinos nucleares y barcos de guerra navegan para librar la acción definitiva” sostenía “The Daily Telegraph”. Otro título de La Nación fue: “Estados Unidos reiteró que se mantendrá neutral en el pleito” y es acompañado con la foto conjunta de los almirantes Anaya y Hayward, jefe de Operaciones Navales de la Armada de los Estados Unidos. Ya veremos cómo en la conversación entre los presidentes Leopoldo Fortunato Galtieri y Ronald Reagan se diría otra opinión.
El 1º de abril de 1982, a la mañana, el ex presidente de facto Jorge Rafael Videla concurrió al Colegio Militar de la Nación, del que había sido su director once años antes. Por invitación del general Alberto Carlos Lucena inauguraba un ciclo de conferencias para el cuerpo de cadetes sobre las virtudes militares.
En abril de 2011 me contó que llevaba un rato hablando cuando observó que el director del Colegio se levantaba para atender una llamada urgente en un despacho cercano. Cuando termino la conferencia Videla pasó a otro salón donde se sirvió un “refrigerio” , ocasión en la que el general Lucena en voz baja le preguntó:
-Mi Teniente General ¿usted ha escuchado algo sobre una invasión?
-¿Una invasión? ¿Dónde? No sé nada.
Párrafo del Informe Rattenbach en el que aparece la fecha exacta en que la Junta Militar decidió concretar la Operación Rosario.
Cuando llegó a su casa tenía un mensaje: El general de división Antonio Vaquero, jefe del Estado Mayor del Ejército, vendría a visitarlo a las 20 horas. Con puntualidad castrense, Vaquero se presentó en su living y Videla lo esperaba vestido sobriamente con saco y corbata, impecable. Tras unas palabras Vaquero le dijo: “Mi general, le vengo a informar de una noticia que va a salir publicada en los diarios de mañana. Habrá un operativo conjunto militar y se ocuparán las islas Malvinas. El operativo sufrió un retraso por razones climáticas pero mañana a la madrugada se llevara a cabo”.
Jorge Rafael Videla se quedó helado. A renglón seguido y antes de despedirse, Vaquero le dijo: El teniente general Galtieri me pide si tiene alguna sugerencia que hacerle llegar que me la diga a mí". En segundos pasaron varios pensamientos por la mente del primer mandatario de facto del Proceso de Reorganización Nacional. ¿Sugerencia? ¿Ahora cuando todo está decidido?
Fijó su mirada en Vaquero y solo le dijo: “Que Dios los ayude"
Aparato de grabación a cinta abierta utilizado en la Casa de Gobierno.
Los movimientos de los buques de la Armada Argentina que se dirigían a las Islas Malvinas ya habían sido detectados por el sistema “informativo” de los Estados Unidos. En las primeras horas del 1º de abril, siguiendo el consejo del Departamento de Estado y del Consejo Nacional de Seguridad, el presidente Ronald Reagan llamó a la Buenos Aires para hablar con Leopoldo Fortunato Galtieri. En dos ocasiones se negó a atenderlo. Previamente, consulto a su canciller.
-Galtieri: “¿Qué hago?”
-Costa Méndez: “Mire Presidente, si Brezhnev lo llama a usted, usted no puede negarse, bueno, si Reagan lo llama a usted, usted no puede negarse”.
Años más tarde, Nicanor Costa Méndez dijo que “a las 22.30 el ‘timing’ fue favorable a la intención de Galtieri, porque la comunicación llegó una media hora después de lo que se llama ‘Fail Safe’, el momento en que se interrumpen las comunicaciones con los buques que intervendrían en la invasión y con los submarinos. Era la hora del “no retorno”, ya no había marcha atrás. Como me dijo un alto diplomático de la época, “a Reagan lo ningunearon”.
Galtieri y Mario Benjamín Menéndez, comandante de la fuerza que ocupó Malvinas, en las islas.
En la tarde del 1º de abril, Nicanor Costa Méndez sabía que tarde o temprano deberían atenderle el teléfono al jefe de la Casa Blanca. Encargó a su reducido “equipo especial” preparar una minuta sobre lo que debería decir Galtieri durante su diálogo con Reagan. Cerca de las 20 horas le dijo a Roberto “Boby” García Moritán, uno de sus secretarios: “vas a ir vos a la Casa Rosada y vas a ser el traductor”. “Canoro” Costa Méndez debería haber presenciado el diálogo (como lo hará en otras ocasiones) pero no fue: Temía que la situación se volviera incontrolable, como sucedió, o porque él no sería la figura principal de la escena. No lo decía en público pero había problemas de “cartel”.
El Secretario de Embajada “Boby” García Moritán había pasado un día agitado. Por la mañana fue a la cárcel de Devoto a visitar a su amigo Jorge Taiana y, sin mediar explicaciones, no lo dejaron salir. Tuvo que socorrerlo Gustavo Figueroa, la mano derecha de Costa Méndez. Sin embargo, a las 21, con apenas treinta y dos años, entró al despacho del presidente de facto de los argentinos. Lo estaban esperando Galtieri, el almirante Benito Moya y el general Héctor Iglesias. Después de los saludos protocolares, le entregó la minuta.
Galtieri la leyó y luego se la pasó a Moya e Iglesias. Como único comentario escuchó de uno de ellos una frase crítica: “Demasiado suave…ustedes los diplomáticos”. Pocos minutos más tarde observó como entraba un circunspecto coronel de Inteligencia que procedió a conectar un grabador de cinta abierta al teléfono que usaría Galtieri. Realizo su tarea y se retiro del despacho. El joven diplomático pensó que Galtieri tenía un teléfono especial pero no fue así, en ese momento usaba el clásico aparato negro de bakelita que proveía ENTEL. A la hora acordada, un edecán presidencial entró al despacho y dijo: “Señor Presidente, esta lista la comunicación con la Casa Blanca”. García Moritán se paró, levantó el tubo y escuchó del otro lado, en inglés, “¿la traducción la van a hacer ustedes?”. “Yes” respondió el diplomático.
Entonces Galtieri y García Moritán se pararon uno al lado de otro, pegaron sus caras con el tubo en el medio para escuchar, ofreciendo una imagen más proclive a una película cómica que a la gravedad que se vivía.
Después de los acostumbrados saludos de estilo, Reagan dijo que “tenía noticias que la Argentina adoptaría una medida de fuerza en las islas Malvinas” y que está “muy preocupado por las repercusiones que una acción de este tipo podría tener”. Respondiendo, Galtieri hizo una larga exposición sobre los derechos argentinos y la posición oficial al respecto. Viendo que el método que estaba utilizando con el diplomático era tan incómodo como ineficaz, ya que él era más alto y no hablaba correctamente el inglés (tan es así que un mes más tarde, conversando con el presidente peruano Fernando Belaúnde Terry le confesaría que “mi inglés es muy pobre”), Galtieri se sentó en su sillón presidencial y escuchaba el relato de García Moritán y respondía lentamente para dar tiempo a una correcta traducción. Los otros dos jefes militares se limitaron a mirar y escuchar.
En un momento, Reagan dijo que la Primera Ministra británica era amiga suya y que Gran Bretaña era un aliado “muy particular de los Estados Unidos”, y cuando habló de lo que opinaría “la opinión norteamericana” en caso de un enfrentamiento armado, Galtieri se exasperó y levantando la voz y apuntándolo con el dedo le dijo a García Moritán: “Eso no lo dijo…no puede decir eso”. Tras afirmar esto se hundió en un profundo silencio. El Presidente de los Estados Unidos continuó hablando, y Galtieri permaneció pensativo, en silencio. Entonces García Moritán les dice a los jefes militares presentes: “¿Le contesto sobre la base de la minuta?”, recibiendo como toda respuesta un seco “sí”. En pocas palabras, el diplomático terminó conversando con Ronald Reagan, como pudo, ante la mudez de Galtieri. Una vez que terminó el diálogo telefónico, el teniente general Galtieri volvió a reiterar que dudaba de la calidad de la traducción. Mando llamar a los gritos al coronel de Inteligencia que esperaba en la antesala del despacho. “¡Coronel, ponga la grabación!”, ordenó.
El alto oficial rebobinó, mientras García Moritán imaginaba que su carrera diplomática estaba al borde del precipicio. Seguramente pensó en su esposa Lucila y en “para qué carajo me quedé en Buenos Aires, cuando estaba destinado a Ginebra”. Una vez que la cinta volvió al principio, el coronel paró el retroceso. Apretó “Play”, se escuchó “clic” y luego un largo zumbido…y nada más. El oficial de Inteligencia no había ligado bien a los aparatos y nada se había sido registrado. Manteniendo un rictus de pesar, García Moritán vio como Galtieri hacía salir “a salto de rana” a un Coronel de la Nación…una imagen entre patética y humillante que, seguramente, nunca olvidaría. Así comenzaba un enfrentamiento armado contra la tercera potencia militar y tecnológica del planeta.
Ante el accidente, Moya e Iglesias se comunicaron con la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y el Servicio de Inteligencia de la Armada (SIN) con una misma pregunta que recibiría una misma respuesta:
-“¿Ustedes grabaron la conversación del Presidente Galtieri con Ronald Reagan?”.
-“No, nosotros no grabamos el teléfono presidencial, y no teníamos orden de hacerlo...”
Días más tarde Galtieri mandó instalar un sistema de grabación de cinta abierta y la SIDE mando al mejor de sus técnicos. Así apareció en escena Antonio Horacio Stiuso, alias “Stiles”, un joven ingeniero en electrónica de treinta y ocho años, que se había incorporado al organismo en los tiempos de la “dictablanda” de Alejandro Lanusse.
Ante la desesperación por la falta de testimonio grabado, los cuatro testigos en el salón presidencial se pusieron a reconstruir la conversación, que fue escrita a mano por el almirante Roberto Benito Moya, jefe de la Casa Militar. García Moritán, con el correr de los minutos, tomó conciencia que algunos pasajes de la conversación no figurarían en la minuta. O que algunas palabras no se ajustaban a la conversación y para un diplomático una coma a la izquierda o a la derecha tiene un valor estratégico. En especial cuando Reagan dijo que la “opinión pública y mundial”, en caso de un enfrentamiento militar, adoptarían una actitud “negativa” con la Argentina. García Moritán no estaba en condiciones de decir ni agregar nada. En la medianoche, ya entrado el día 2 de abril de 1982, volvió al Palacio San Martín donde lo esperaba Costa Méndez y sus principales funcionarios. Relató, espantado, lo que le había tocado presenciar. Cuando terminó, el embajador Gustavo Figueroa le dijo con tono de hermano mayor para aflojar la tensión: “Escribí una minuta de lo que escuchaste para ‘Canoro’”. Al día siguiente, el canciller tuvo las dos versiones en su poder. La versión firmada por el almirante Moya –que también la recibiría el Ministro del Interior, general Alfredo Saint Jean—y la de García Moritán.
Margaret Thatcher y Ronald Reagan en Downing Street. El norteamericano respaldó la posición británica (Shutterstock)
Según escribió García Moritan, el diálogo se desarrollo de la siguiente manera:
REAGAN: Le señaló al presidente argentino que tenía noticias que la Argentina adoptaría una medida de fuerza en las islas Malvinas. Con este motivo y muy preocupado por las repercusiones que una acción de éste tipo podría tener, quería señalarle al presidente argentino la preocupación de los EEUU y la necesidad de encontrar una alternativa al uso de la fuerza.
GALTIERI: En una larga, cuidadosa y detallada exposición señaló la posición la posición del gobierno argentino, recalcando la permanente voluntad de negociación que había mantenido.
REAGAN: Indicó la conveniencia de continuar las conversaciones y buscar una alternativa al uso de la fuerza, agregando que tenía noticias que Gran Bretaña contestaría al uso de la fuerza argentino.
GALTIERI: Señaló que la Argentina siempre había estado a favor de una solución pacífica, que la había buscado reiteradamente, y que la alternativa que pedía el presidente norteamericano estaba en el reconocimiento de la soberanía argentina sobre las islas por parte del Reino Unido, agregando que ese reconocimiento de la soberanía debía ser explícito y público.
REAGAN: Indicó que era muy difícil que el Reino Unido pueda efectuar ese reconocimiento. Que los Estados Unidos estaban dispuestos a ofrecer sus buenos oficios para la reanudación de las conversaciones y llevar a una solución. En éste sentido, ofreció enviar a su vicepresidente (George Bush) a Buenos Aires para mantener conversaciones y encontrar una solución negociada a la situación que se plantea. Asimismo en el mismo ámbito de las Naciones Unidas se puede encontrar una fórmula adecuada. En éste contexto, recordó la posición favorable de la embajadora ( Jeanne) Kirkpatrick, que indicó el presidente Galtieri la conoce bien, para trabajar en ese sentido.
Fragmento de la conversación presidencial anotada por el almirante Moya.
GALTIERI: Recordó los 17 años de negociaciones en el ámbito de las Naciones Unidas, señalando las distintas etapas de esa negociación, mencionó las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas y culminó su exposición con la reunión de febrero donde la Argentina presentó una propuesta -que manifestaba el ánimo negociador argentino conforme a las resoluciones del organismo multilateral, que no recibió contestación- con prudencia y paciencia hemos esperado una contestación para encontrar una solución pacífica. Y evitar el desembarco.
REAGAN: Señaló que un conflicto de esta naturaleza repercutiría en todo el hemisferio y crea una situación de grave tensión. Pasó a analizar la relación bilateral, efectuando una mención a la difícil relación durante la Administración Carter y señalando los esfuerzos de la Administración Republicana para recomponer la relación especial que existe hoy, agregando que esa relación especial puede sufrir gravemente.
GALTIERI: Indicó que el gobierno argentino valoraba en toda su dimensión la relación con los EEUU. Señaló que la Argentina no buscó esta situación, que estaba en el espíritu argentino encontrar una solución y que esa solución sólo podía encontrarse si Gran Bretaña reconocía esta noche la soberanía argentina sobre las islas.
REAGAN: Manifestó que era imposible ese reconocimiento en este momento. Volvió a mencionar que el Reino Unido daría una respuesta militar al desembarco. Y preguntó qué pasaría con los dos mil isleños.
GALTIERI: Indicó que el gobierno argentino expresamente daría todas las garantías, mantendrían su libertad, libre albedrío, propiedad, etc., pueden quedarse o emigrar. Ser argentinos o británicos, y pueden emigrar a los Estados Unidos si quieren.
REAGAN: Volvió a señalar que Gran Bretaña estaba dispuesta a dar una adecuada respuesta militar al desembarco. Que así se lo había hecho saber el Reino Unido. Que la señora Thatcher – amiga suya – era una mujer muy decidida y que ella tampoco tendría otra alternativa que dar una respuesta militar. Indicó que será un conflicto trágico con graves consecuencias hemisféricas.
GALTIERI: Indicó que la Argentina no buscó ésta situación y volvió a referirse a los antecedentes y voluntad negociadora del gobierno argentino.
REAGAN: Indicó que debía entender que Argentina mantendría su posición. Agregó que la relación sufrirá gravemente, que la opinión pública norteamericana y mundial adoptará una actitud negativa con la Argentina y el esfuerzo que él mismo había puesto para reconstituir la relación se vería gravemente afectado. Señaló que Gran Bretaña era un amigo muy particular de los Estados Unidos y que la nueva relación que mantiene hoy Washington con la Argentina, después de un largo esfuerzo ante la opinión pública norteamericana, se verá perjudicada.
GALTIERI: Indicó que la Argentina realmente lamentaba esta situación. Su capacidad negociadora y su actitud pacifista tenía un límite. Que se trata de uno de los últimos casos de colonialismo en el mundo y en particular en el continente. Que no llegamos a ésta situación sino después de agotar todas las instancias. Ésta situación no la queríamos crear. Los ingleses no son ni han sido nuestros enemigos. Esperamos que Estados Unidos de todo su apoyo para que ésta situación pueda superarse de la mejor forma posible. Es necesario que Estados Unidos entienda el límite al que llegó la Argentina. Y que Argentina esperaba que EEUU actuara, como amigo de británicos y argentinos para superar la situación actual.
Galtieri ante una plaza llena el 6 de mayo, días antes del ataque británico. (Victor Bugge)
Algunos de los párrafos más sustanciales del informe que redactó el almirante Roberto Benito Moya reproducen los siguientes instantes de la conversación presidencial:
REAGAN: Conozco a la Señora Thatcher y sé que es muy decidida, contestará todo acto de fuerza con más fuerza. Sé que éste es un tema muy sensible para Argentina. Nosotros deseamos construir una relación duradera con Argentina, Brasil y México y como Usted sabe tenemos una relación muy cercana con el Reino Unido… estoy también en proceso de acercar los países de Centro América y esto lo hará fracasar.
Sé que ha habido dificultades entre nuestros países, mi predecesor (James Earl Carter) no manejó bien nuestra relación con Argentina, situación que he tratado de cambiar. Si usted procede en su ataque mañana y Gran Bretaña resiste con fuerza, como sé que lo hará, no podrá evitar que mis conciudadanos no posibiliten el mantenimiento de nuestras relaciones. Le pediría a mi vicepresidente que viaje y trate de arreglar esta situación, pero por favor eviten el conflicto.
GALTIERI: Le agradezco pero es tarde, los hechos están lanzados.
REAGAN: ¿Eso quiere decir que siguen adelante con el desembarco?
GALTIERI: Eso quiere decir que la Argentina es una Nación soberana y tiene la libertad de decidir la utilización de sus medios diplomáticos o la fuerza.
REAGAN: Si hay desembarco, habrá resistencia y la violencia continuará.
GALTIERI: Si esta noche Gran Bretaña reconoce nuestra soberanía, el gobierno argentino tiene muy buena voluntad para efectuar la transferencia durante el año 1982.
Fin del diálogo entre Galtieri y Reagan según consta en el informe final de los comandantes sobre el conflicto, que no fue tomado en cuenta por la Comisión Rattenbach. Se pueden observar las firmas de Galtieri, Anaya y Lami Dozo.
2 de abril de 1982 en Malvinas, la rendición inglesa tras el Operativo Rosario.
El mismo día, a las 23.30 horas, el brigadier Ernesto Horacio Crespo, jefe de la IV Brigada Aérea con asiento en Mendoza, se encontraba conversando con el comandante de la Brigada VIII de Infantería de Montaña, general de brigada Eduardo Osvaldo Garay, dentro del casino de oficiales. Según me confió, en el marco del libro “1982” que me encontraba escribiendo, a las 23.30 recibió una llamada del brigadier mayor Hellmuth Conrado Weber, titular del Comando de Operaciones Aéreas de la Fuerza Aérea Argentina. “Preséntese en Buenos Aires”, escuchó Crespo. La respuesta fue: “mañana a primera hora viajo”. La orden fue tajante: “Venga ya”.
Señor, hago preparar un avión y voy. ¿Debo llevar ropa? ¿Para cuánto tiempo? Preguntó Crespo. “Para mucho tiempo” le dijo Weber.
Luego de pasar por su casa para buscar un bolso y despedirse de su familia, Crespo se subió a su “E-225” y a las 03.30 de la madrugada del 2 de abril estaba entrando en el edificio Cóndor, luciendo su buzo de vuelo, algo inusual para esos tiempos. Subió al 7º piso donde lo esperaba Weber. Sin muchos miramientos, Weber lo introdujo inmediatamente en tema: “Hay un procedimiento conjunto para tomar las Islas Malvinas y usted se va a hacer cargo del Comando Aéreo Teatro de Operaciones Sur (CATOS). El comodoro (Eric Knut) Andreasen le va a explicar qué y cómo se hizo” (había sido el ayudante del brigadier mayor Sigfrido Martín Plessl, durante la planificación de la “Operación Azul/Rosario”).
-- “¿Por qué se hizo?” preguntó Crespo.
-- Recibiendo como toda respuesta de Weber: “Hay que cambiar el humor social a esta sociedad”.
Después los dos bajaron al 5º piso donde lo esperaba el brigadier general Basilio Arturo Lami Dozo y los más altos jefes de la institución. Cuando estuvo frente a su comandante en Jefe escuchó las misiones que se le tenían reservadas: Control de la frontera con Chile; prevenir una posible irrupción chilena en territorio argentino; apoyar las tareas del general de división Osvaldo García, jefe del Cuerpo V del Ejército; optimizar y fiscalizar el movimiento del aeropuerto de Puerto Stanley (todavía no era Puerto Argentino). En otras palabras, hacerse cargo del despliegue de las Bases Aéreas Militares (BAM).
-Dirigiéndose a Lami Dozo, Crespo preguntó: “Señor, necesito hacer una pregunta”. Luego de ser autorizado dijo: “¿La Fuerza Aérea tiene que intervenir en esta guerra?”.
-“No, es responsabilidad primaria de la Armada” respondió el más alto oficial aeronáutico.
-“¿Qué pasa si Inglaterra manda una fuerza, una flota, para recuperar las islas?”, volvió a preguntar Crespo.
-“La Armada se comprometió a tenerla parada a 180 millas de las islas”, fue lo que dijo Lami Dozo.
-“Creo que vamos a tener que combatir porque el Reino Unido puede mandar una flota y más si vienen submarinos nucleares que van a obligar a refugiarse a los barcos de nuestra Armada”, volvió a opinar, y levantando un poco el tono de voz, a la vez que miró a todos los presentes en general, que no decían nada, volvió a preguntar: “¿Y ustedes le creen a la Armada?”.
Como toda respuesta recibió la orden de que se callara y marchara a su destino en el Sur.
domingo, 2 de febrero de 2020
Situación previa: Las buenas relaciones entre Thatcher y la junta
Negociaciones secretas por Malvinas y venta de armas: las relaciones estrechas de Margaret Thatcher con la dictadura argentina antes de la guerra
Hasta cuatro días antes del desembarco argentino en las islas, el agregado militar británico en Buenos Aires estaba ofreciendo a la aeronáutica una flota de bombarderos. Tanto los gobiernos laboristas como el de la conservadora aprovisionaron a las fuerzas armadas que les declararían la guerra con sus propios recursosPor Gabriela Esquivada || Infobae
gesquivada@infobae.com
Antes del 2 de abril de 1982, Gran Bretaña promovió el comercio y vendió a la dictadura argentina armas que luego se utilizaron contra las fuerzas británicas.
En un club privado de Londres, tomando el té en una vajilla exquisita, la historiadora Grace Livingstone se sorprendió cuando un ex ministro de Margaret Thatcher le dijo:
—No pensamos mucho en las violaciones a los derechos humanos.
Se refería a lo que sucedía en Argentina durante la dictadura, mientras la primera ministra mantenía cordiales relaciones diplomáticas y hacía negocios con ella, al punto que tres días antes de que comenzara la Guerra de Malvinas, un funcionario intentó venderle armas a la aeronáutica.
—Era la Guerra Fría —le recordó el hombre.
La profesora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge quedó impresionada por la franqueza del ex funcionario. Pensó que esas declaraciones serían fundamentales para su libro sobre las relaciones estrechas de la entonces primera ministra británica con un gobierno militar que sembró un país de centros clandestinos de detención y que luego, en un acto cuya motivación política todavía se discute, usó las mismas armas que le había comprado a los ingleses para combatirlos en el Atlántico Sur, ignorando sus propuestas secretas de un acuerdo de entrega de la soberanía de las islas a cambio de un arrendamiento posterior a largo plazo.
“Pero cuando le escribí luego, para pedirle permiso para citar sus palabras exactas, se negó”, siguió Livingston su relato sobre el ex funcionario conservador.
Dado lo difícil que es obtener registros fieles de la memoria, sea por el paso del tiempo como por la necesidad de los políticos de presentar su mejor perfil a la historia, Livingstone recurrió a los registros contemporáneos: es decir, los documentos que antes, durante y poco después de la guerra de 1982, el gobierno conservador clasificó como secretos. Así, en los Archivos Nacionales, nació su libro Gran Bretaña y las dictaduras de Argentina y Chile, 1973-1982, que dos años después de su salida se reeditará en marzo en el Reino Unido.
“No sólo brindan la descripción más completa de la venta de armas británicas al régimen, lo cual presenta pruebas de que los ministros violaron sus propios criterios sobre derechos humanos, sino que también traza los lazos politicos y militares entre Gran Bretaña y la junta. Ni el gobierno laborista ni el conservador impusieron sanciones al gobierno militar antes de la invasión de las islas Malvinas en 1982. Ambos promovieron el comercio y vendieron armamento que luego se utilizó contra las fuerzas británicas", sintetizó la autora.
Se suponía que, luego de que en 1979 -tardíamente si se piensa que la ola de golpes militares en el Cono Sur comenzó en 1973- la corona impusiera normas que restringían la venta de armas, se podían negar permisos de exportación cuando se creyera que los productos británicos “se podían usar en la represión interna o representaban una amenaza para las islas Malvinas”.
De hecho, se negaron algunos. Pero no los más importantes: “Las órdenes potencialmente más grandes se aprobaban porque el Ministerio de Asuntos Exteriores quería promover las exportaciones británicas, del mismo modo que quisieron los ministros laboristas y la conservadora”.
¿El resultado? "Parte de este equipo militar se desplegó luego contra las fuerzas británicas en la guerra de Malvinas, incluidos dos destructores Tipo 2, helicópteros Lynx y misiles tierra-aire Sea Dart”.
Margaret Thatcher tuvo buena relación con la dictadura, pero también los gobiernos laboristas que la precedieron. (Ling/Evening News/Shutterstock)
Pinochet es fascista, los argentinos son raros
El peronismo es un factor clave en las diferentes perspectivas que los británicos tuvieron ante el dictador Augusto Pinochet en Chile y ante los militares que tomaron el gobierno en Argentina, con una junta inicial conformada por Jorge Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti. Mientras el arco del centro a la izquierda criticaba el derrocamiento de Salvador Allende, “el Partido Laborista consideraba que el peronismo era similar al fascismo y no lamentaba la destitución del gobierno corrupto y represivo que encabezaba la viuda de Juan Perón”, explicó Livingstone.Es cierto que los gobiernos laboristas que gobernaron el Gran Bretaña entre 1974 y 1979 fueron débiles y necesitaban de una delicada trama de alianzas, pero también lo es que Chile “se percibía como un caso transparente de un gobierno socialista elegido democráticamente expulsado por un dictador fascista” mientras que “el movimiento laborista apenas advirtió el golpe en Argentina en 1976”.
Otra diferencia clave, subrayó, fue que “el Partido Comunista Argentino no se opuso al golpe; esto desorientó al Partido Comunista Británico, que había sido una fuerza de importancia en la Campaña de Solidaridad con Chile”. Como la Unión Soviética era “un importante socio comercial de la junta militar argentina”, la confusión se extendió también a quienes no profesaban fe en Moscú. "Por eso las actitudes ante el régimen no cabían claramente en las líneas de la Guerra Fría”.
La dictadura de las juntas militares argentinas no generó amplios movimientos de solidaridad en Europa al comienzo, como Chile: “Del mismo modo que los activistas británicos estaban confundidos por la compleja escena política argentina, que no se podía explicar fácilmente dentro de las líneas de la Guerra Fría, también en Europa había una falta de conciencia de los hechos en Argentina, al menos hasta finales de los setentas, cuando las Madres de Plaza de Mayo comenzaron a llamar la atención del mundo sobre las desapariciones masivas”, justificó la autora.
Chile mereció sanciones; Argentina, en cambio, recibió un rápido aval.
La primera junta militar argentina: Emilio Massera, Jorge Videla y Orlando Agosti. (Getty)
Londres esperaba el golpe de estado de 1976, pero no podía saber la fecha exacta. Y el 23 de marzo envió un mensaje a la Cancillería argentina para ofrecer una conversación secreta sobre Malvinas. “Por eso la prioridad del Ministerio de Asuntos Exteriores, al conocer el derrocamiento de Isabel Perón, fue reconocer al régimen ‘en cuanto fuera factible’ para asegurar que los nuevos líderes militares de Argentina no hicieran pública la comunicación secreta británica”.
El ministro de Estado laborista, Ted Rowlands, firmó la aprobación sin mayor demora. “Apenas dos días después de que asumieran los militares, el gobierno británico dio reconocimiento formal al regimen e informó al ministro de Relaciones Exteriores argentino que Gran Bretaña esperaba ‘mantener relaciones cercanas y amistosas’”.
Una cuestión de ideas y una cuestión de negocios
El programa económico de José Martínez de Hoz fue del agrado de Thatcher, ya que ambos profesaban el neoliberalismo, y el mismo funcionario de Videla describió sus políticas como “muy similares a aquellas que procura la primera ministra”. Menos obviamente, también gustó a los laboristas. Era bueno para los negocios: “En total, Martínez de Hoz hizo cuatro visitas al Reino Unido durante los años de la dictadura, tanto durante los gobiernos laboristas como durante el conservador”, contabilizó la investigación. “Fue agasajado por ejecutivos de empresas como British Aerospace (hoy BAE), GEC, Shell, Rolls-Royce y Plessey”.Cayó muy bien en el Foreign Office, algo que se sumó a la actitud positiva de los diplomáticos británicos de carrera, que a diferencia de los funcionarios elegidos le habían dado la bienvenida al golpe argentino como a todos los demás. “En este periodo de la Guerra Fría —siguió Livingstone— tenían profundas sospechas de la radicalización en el país y en el extranjero. Los principales empresarios británicos compartían estas actitudes y criticaban cualquier política que pudiera ‘arruinar la atmósfera’ a aquellos que querían invertir o comerciar con estas dictaduras”.
Distintos documentos muestran las conversaciones secretas entre los británicos y los argentinos sobre Malvinas.
La trama social en la que circulaban estos poderosos del establishment económico y político era estrecha, incluso restringida a un puñado de barrios londinenses como Belgravia y Mayfair. También en los destinos, señaló el libro, la fuerza de la gravedad social tendía a unir a “embajadores y personal de la embajada” con “un entorno aún más cerrado”, que comprendía la comunidad británica de negocios y los argentinos y chilenos de la clase alta.
En eso James Callaghan no fue diferente a Thatcher.
“En el caso de Argentina, el laborismo no intentó imponer sanciones duras contra la junta, así que una vez más hubo escaso conflicto en el proceso de establecimiento de políticas; no obstante, cuando los políticos laboristas consideraron medidas por la situación de derechos humanos, el Ministerio de Asuntos Exteriores aconsejó moderación y advirtió sobre los peligros que correrían las relaciones comerciales y políticas", siguió la autora. En consecuencia “las políticas de los gobiernos laborista y conservador hacia la junta argentina no fueron marcadamente diferentes”. Ninguno impuso un embargo de armas o cualquier tipo de sanciones económicas hasta el 2 de abril de 1982, cuando el dictador Leopoldo Galtieri ordenó el desembarco en Malvinas.
Armas británicas para los argentinos
“El gobierno de Thatcher promovió el comercio con Argentina más vigorosamente que lo que habían hecho los laboristas, y envió dos ministros en visitas al régimen militar, lo cual condujo a un aumento en el comercio y las ventas de armas a la Argentina durante los conservadores”, detalló la historiadora. Thatcher también cerró el exilio político a todos los latinoamericanos y volvió a designar un embajador británico a Buenos Aires en 1979, aunque en realidad el retiro del anterior no había sido —como en Chile— por cuestiones vinculadas a las violaciones a los derechos humanos, sino antes del golpe del 24 de marzo de 1976 y “a instancias del gobierno argentino durante un momento de tensión” sobre Malvinas.El primer ministro laborista James Callaghan con el presidente estadounidense Jimmy Carter. (US National Archives)
Aunque Gran Bretaña había pasado de tener una suerte de “imperio informal”, como citó la autora la denominación habitual a comienzos del siglo XX, en países como Argentina, hacia la década de 1980 la presencia británica en los mercados latinoamericanos se contrajo hasta el 1,2 por ciento. Con una excepción: “La industria de las armas”, escribió Livingstone. “Durante los setentas, Gran Bretaña fue el segundo proveedor de armamento en América del Sur, con el 25% del total, detrás del 29% de los Estados Unidos, el líder del mercado”.
Destacó: “Era un mercado tan lucrativo que el Ministerio de Asuntos Exteriores recibió gran presión del Departamento de Comercio e Industria, el área de ventas del Departamento de Defensa y las empresas británicas para permitir el comercio de armas con los regímenes militares del Cono Sur a pesar de las preocupaciones por los derechos humanos y la amenaza potencial a las Malvinas”.
Los agregados militares británicos en Buenos Aires eran impulsores denodados de los productos, por sus “vínculos estrechos con los fabricantes de armas”: según la investigadora, “constantemente hacían lobby para la venta de barcos de guerra, vehículos blindados, aeronaves y municiones”.
Destacó: “Apenas tres días antes de la invasión argentina, el agregado militar británico en Buenos Aires hizo una cita para reunirse con el secretario general de la fuerza aérea argentina para tratar de venderle bombarderos”.
Cuatro días antes del comienzo de la guerra
Thatcher vendió helicópteros Lyns, un destructor Tipo 42 y misiles Sea Dart al gobierno de Roberto Viola; sus antecesores Harold Wilson y Callaghan vendieron otro destructor Tipo 42, más helicópteros Lynx y más misiles Sea Dart además de 100 misiles tierra-aire Seacat y Tigercat, un sistema de misiles antiaéreos Blowpipe y 77 ametralladoras para el ejército, la armada y la policía, según detallan los documentos.Es mayo de 1982, apenas unos días antes del desembarco inglés en el estrecho de San Carlos. Una unidad de comandos de la Compañía 601, al mando del mayor Mario Castagneto, aborda un helicóptero para controlar los alrededores del estrecho. Uno de los comandos carga en su espalda un misil tierra-aire Blow Pipe con el que fueron derribados varios aviones y helicópteros ingleses. Foto: Eduardo Farré.
La restricción de ventas de armas que se pudieran usar contra la ciudadanía argentina o contra las islas Malvinas chocaba con una orden de Thatcher a sus ministros: “Debemos hacer un esfuerzo más decidido para vender más equipamiento de defensa en el exterior”. La contradicción se resolvía caso por caso.
Livingstone halló un ejemplo en el material clasificado: en 1981 el titular del Departamento para América Latina del Foreign Office, Robin Fearn, recomendó que se permitiera la venta de kits para adaptar las armas Oerlikon dentro de blindados argentinos: “Estos vehículos tienen claras implicaciones para los derechos humanos y podríamos ser criticados si nos involucrásemos en cualquier etapa de su construcción o montaje. Sin embargo, es improbable que nuestra participación se conozca alguna vez”.
Con la invasión argentina a las islas quedaron pendientes varios pedidos que Thatcher había avalado: un bombardero RAF Vulcan, varios blindados Centaur, un tanque de guerra Vickers, otros ocho helicópteros Lynx, un torpedo Stingray, un equipo de vigilancia aérea Linescan y aviones Canberra, entre otros. En realidad, el agregado militar británico había trabajado en ventas hasta el 29 de marzo de 1982.
Ese día escribió a Londres que durante la primera semana de abril se iba a encontrar con el secretario general de la fuerza aérea argentina para hablar sobre un bombardero aéreo. Los aeronáuticos, dijo, estaban “interesados en adquirir un escuadrón de bombarderos durante" la década de 1980. Se alegró porque “la relación con BAE indudablemente ha mejorado”.
Soberanía y política interna
La continuidad entre laboristas y conservadores y laboristas también se verificó en la discusión sobre la soberanía de las islas del Atlántico Sur. Los laboristas no tenían una posición unívoca pro devolución ni pro independencia.El HMS Sheffield, impactado por las fuerzas argentinas en el Atlántico Sur el 6 de mayo de 1982.
Aunque el conflicto databa desde 1833, cuando Gran Bretaña desafió la posesión argentina de las islas, desde 1965 se había convertido en un tema internacional porque la Organización de las Naciones Unidas (ONU) había solicitado a las dos partes que llegaran a un acuerdo. Ya en 1953 el entonces presidente Juan Perón había propuesto que Argentina le comprara las islas a la corona, sin suerte.
Laboristas y conservadores llevaron una nueva propuesta a la dictadura: un acuerdo de arrendamiento posterior (leaseback) por el cual Gran Bretaña le transferiría la soberanía de las islas a Argentina a cambio de una renta inmediata de largo plazo. “Tanto James Callaghan como Margaret Thatcher eran escépticos ante la posibilidad de llegar a un acuerdo con Argentina, pero ambos acordaron, a regañadientes, explorar la opción del leaseback. El gobierno de Thatcher llegó tan lejos que sostuvo conversaciones secretas con los argentinos sobre el arrendamiento posterior”.
¿Por qué a regañadientes? Porque nadie estaba dispuesto a “gastar capital político impulsando en el Parlamento un acuerdo con Argentina”, explicó la investigación. “A pesar de aprobar en principio la opción del leaseback, ambos gobiernos dieron marcha atrás cuando enfrentaron oposición de los miembros del parlamento (MP), los isleños y quienes los apoyaban”. Sobre este punto la historiadora analizó “actas de reuniones de gabinete, correspondencia interna de políticos y funcionarios y diarios de políticos” y halló que “la perspectiva de una tormenta parlamentaria y la acusación de abandono de los isleños” representaban un costo político demasiado alto por un asunto que podía seguir los tiempos de la diplomacia.