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jueves, 18 de abril de 2024

Rasgos de liderazgo militar respetado

Los mejores rasgos del liderazgo respetado

Damián Lucjan || War History Online




 
Crédito de la foto: jeffw616 / HBO / Dreamworks Pictures / MovieStillsDB

Hay un corazón que late dentro del pecho de cualquier gran organización o equipo: un líder. No cualquier líder, sino uno que es venerado, respetado y sirve como brújula que guía el barco a través de aguas inexploradas. Dicho liderazgo no se adquiere mediante un mero título o puesto, sino mediante la exhibición de ciertos rasgos. Como hebras de hilo tejidas en un tapiz, se combinan para formar un líder respetado.

La siguiente es una lista de rasgos que contribuyen a un liderazgo respetado.

Disposición para realizar las tareas que le pide a los demás.


 

Crédito de la foto: Marina desconocida / Comando de Historia y Patrimonio Naval / Centro Histórico Naval / Wikimedia Commons / Dominio público

Un rasgo clave del liderazgo es estar dispuesto a ensuciarse las manos. Al hacer lo que piden a los demás, los líderes encarnan el compromiso y el trabajo duro. No se convierten simplemente en una figura decorativa, sino en compañeros soldados en las trincheras, que inspiran confianza y admiración entre los hombres a sus órdenes.

Alejandro Magno a menudo llevaba a sus hombres a la batalla, compartiendo sus riesgos y dificultades.
Tratar a los demás como deseas que te traten a ti

 

Crédito de la foto: Emanuel Leutze / Museo Metropolitano de Arte / Wikimedia Commons / Dominio público

Tratar a los miembros del equipo con amabilidad y respeto establece una cultura de dignidad. Los líderes exitosos encarnan la regla de oro – “ trata a los demás como quieres que te traten a ti ” – fomentando un ambiente de respeto mutuo, comprensión y colaboración.

George Washington era conocido por su amabilidad y respeto hacia sus soldados. Visitaba a menudo a los enfermos y heridos, dando un fuerte ejemplo moral.

Ser parte del equipo


 

Crédito de la foto: Imágenes de bellas artes / Imágenes de patrimonio / Getty Images

El liderazgo respetado no se trata de ejercer autoridad, sino de ser parte del equipo. Los líderes bajan de su pedestal para estar entre sus tropas. Se ganan el respeto no exigiéndolo, sino a través de sus acciones, compromiso y comprensión.

Julio César era conocido por su estrecha relación con sus tropas, a menudo cenaba y charlaba con ellas. Esto le valió su respeto y lealtad.

Cultivar y mantener la confianza


 
Crédito de la foto: Bettmann / Getty Images

La confianza es la piedra angular de cualquier relación. Los líderes lo construyen dentro de sus equipos demostrando confiabilidad, comprensión y transparencia, fomentando un entorno donde prosperan la comunicación abierta y el respeto mutuo.

El general Dwight D. Eisenhower ejemplificó este rasgo, con su comunicación abierta y su estilo de liderazgo empático que fomentó un fuerte sentido de confianza entre sus tropas durante la Segunda Guerra Mundial.


Escuchar comentarios a nivel del suelo


 

Crédito de la foto: Imágenes de bellas artes / Imágenes de patrimonio / Getty Images

La sabiduría de escuchar más y hablar menos es un rasgo que distingue al liderazgo respetado del resto. Estos líderes escuchan desde el nivel básico, entendiendo las necesidades e ideas de su equipo, lo que los hace sentir valorados y promueve la innovación.

Genghis Khan valoraba las aportaciones de sus soldados y, a menudo, tomaba decisiones estratégicas basadas en sus experiencias y conocimientos.

Consistencia en situaciones buenas y/o malas.


 

Crédito de la foto: Keystone-Francia / Gamma-Keystone / Getty Images

En los mares tormentosos del cambio, un líder respetado es una constante. Mantienen la compostura y la toma de decisiones, mostrando estabilidad y previsibilidad que aporta comodidad y confianza a su equipo.

El primer ministro británico Winston Churchill, con su resiliencia y coherencia frente a la adversidad durante la Segunda Guerra Mundial, es legendario.

Ser seguido por respeto, no por miedo.


 

Crédito de la foto: ullstein bild / Getty Images

Liderando a través del respeto en lugar del miedo, un líder respetado motiva a su equipo a través del poder de la admiración, en lugar del temor a las repercusiones.

Conocido como el "Zorro del Desierto", el general alemán Erwin Rommel era respetado tanto por sus propias tropas como por sus enemigos por su perspicacia táctica, valentía personal y capacidad para inspirar respeto.

Asumir la responsabilidad y defender a su equipo


 

Crédito de la foto: Autor desconocido / Biblioteca Truman / Wikimedia Commons CC0 1.0

Los líderes respetados cargan con el peso de la responsabilidad y defienden a sus hombres frente a la adversidad. También asumen la responsabilidad de sus acciones, sentando un precedente de honestidad e integridad.

El presidente Harry S. Truman popularizó la frase “ la responsabilidad termina aquí ”, que expresa su voluntad de asumir la responsabilidad de todas las decisiones tomadas bajo su mando.

Humildad


 

Crédito de la foto: Ejército de EE. UU. / Wikimedia Commons / Dominio público.

La humildad es un rasgo silencioso pero potente del liderazgo respetado. Los líderes comparten sus victorias, reconocen sus errores y comprenden que son parte de un todo mucho más grande.

Un líder notable de la famosa Easy Company , cuyas acciones fueron retratadas en la miniserie de HBO, Band of Brothers (2001), fue el mayor Richard Winters. Fue respetado por su disposición a compartir las dificultades de sus soldados, demostrando confianza y responsabilidad. Una vez su nieto le preguntó a Winters : “Abuelo, ¿fuiste un héroe en la guerra?” Él respondió: "No... pero serví en una compañía de héroes".

La integridad es el nombre del juego.


 

Crédito de la foto: PhotoQuest / Getty Images

La integridad es el faro que guía las decisiones de un líder respetado. Alinean sus acciones con sus palabras, creando un ambiente transparente, honesto y de confianza.

El almirante Chester W. Nimitz dirigió la Flota del Pacífico de EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial con gran éxito y era conocido por su fuerte carácter moral e integridad.

domingo, 15 de octubre de 2023

La vida del conscripto Jorge Palacios

El soldado de Malvinas que le rogó a Dios que no lo dejara morir “despacito” tras ser sepultado vivo por una bomba

Fue conscripto del Regimiento 25. Quedó atrapado bajo la turba en su pozo de zorro durante dos horas junto a un compañero. El milagroso rescate y su encuentro con el Papa. Hoy acompaña a los veteranos que no pasan por un buen momento y lucha para que la sociedad comprenda la pesada mochila que llevan los excombatientes

Infobae

Los que lo vieron jugar, decían que era un 10 habilidoso y talentoso, que prometía, un derecho que le pegaba con las dos piernas. Cuando imaginaba su futuro se veía en la primera del Jorge Newbery, el club donde se lucía y de ahí tal vez pasar a uno de Buenos Aires. Jorge Eduardo Palacios, que había nacido el 17 de octubre de 1963, vivía con su familia en el Ceferino, un barrio de casas bajas con un monoblock en su centro, en Comodoro Rivadavia. Su papá Juan Paulino trabajaba en el hospital Alvear, su mamá se llamaba Silvia y tiene tres hermanas y un hermano. El es el tercero.

Febrero de 1982. Jorge Palacios en el vivac del regimiento 25. (Gentileza Jorge Palacios)

Cuando en enero de 1982 le llegó el telegrama para incorporarse al servicio militar -en el sorteo le había tocado el 832- se ganaba la vida como ayudante de chapista y pintor. Su destino fue el regimiento 25 de Colonia Sarmiento.

El día que habló con Infobae, volvía de la plaza, donde todos los 2 se canta el himno. Lo primero que hizo notar fue que cumplía exactamente 40 años de su incorporación al servicio militar. De Malvinas, su primer recuerdo es la fotografía que le tomaron al momento de subir al avión. Instantes después, en la escalerilla del Hércules un subteniente les dijo que iban a ir “a un lugar donde desean estar todos los argentinos. Vamos a recuperar las Malvinas”.

Como no tenía reloj, no pudo precisar la hora de la madrugada en que pisó suelo malvinense el 2 de abril.

Junto a Antonio Naudan, el 25 de marzo de 1982. Con Naudan eran amigos del barrio Ceferino. (Gentileza Jorge Palacios)

Recuerda que los primeros días estuvo en el pueblo, montando guardia y a partir del 21 de ese mes los trasladaron al aeropuerto. Tomó real conciencia de lo que era estar en una guerra cuando por primera vez soportaron un bombardeo británico. Sintió miedo a lo desconocido, a esa incertidumbre de lo que le podía ocurrir.

Se emociona cuando cuenta que el 24, cerca de la pista y con un barco abandonado como escenografía de fondo, juró la bandera con sus compañeros. Es que debían hacerlo antes de entrar en combate y los soldados del Regimiento 25 fueron los primeros en dar el si juro. Dicha unidad organizó otra ceremonia en Darwin el 25 de mayo.

Esta foto se tomó el día que juraron la bandera. Palacios es el segundo desde la izquierda en la fila de abajo. (Gentileza Jorge Palacios)

Los malos presentimientos que sentía se hicieron realidad el 4 de mayo. Recuerda que el día anterior, con unos diez compañeros, rodilla en tierra, habían rezado el Rosario. Lo hacían habitualmente.

Esa madrugada estaba de guardia sobre un cerrito que miraba al mar, frente a la torre de control del aeropuerto.

Cerca de las tres lo sorprendió un ruido, al que confundió con el vuelo de un Hércules. En realidad, eran dos grandes bombas arrojadas por aviones Vulcan ingleses. Una estalló a unos 30 metros de su posición. La otra, que impactó a escasos seis, y que dejó un cráter descomunal, fue casi fatal para él.

En fracción de segundos, sintió que la onda expansiva le hundía la cara, le hizo dar vuelta la cabeza y lo arrojó violentamente en el pozo de zorro. Su brazo derecho le quedó apuntando hacia arriba y el izquierdo aprisionado por la turba y las piedras. La manta que llevaba sobre los hombros para abrigarse quedó inexplicablemente desplegada sobre su cuerpo. El está convencido que era el manto de la Virgen.

Debajo suyo quedó el soldado Raúl Ortiz, que en el momento de la explosión estaba durmiendo. Tenían encima cerca de dos metros de tierra y piedras.

“Che, Ortiz, hagamos fuerza”. Fue inútil porque los escombros no se movían.

Gritaron. Palacios cree que repitieron el pedido de auxilio unas diez mil veces. Pero nadie escuchaba.

Perdió la noción del tiempo. Intuyendo lo peor, se preparó a morir. Mentalmente se despidió de sus viejos, de su hermanos, de sus amigos. Como en una película en blanco y negro se vio con sus seres queridos en aquellos momentos de alegría que pasó junto a ellos.

De pronto sintió que hablaba con Dios. Se sorprendió de la paz que experimentaba, en esa oscuridad, atrapado. Remarca que esa paz no la volvió a sentir nunca más.

No estaba desesperado. Se preguntó por qué Dios lo hacía morir despacito. “No me haga morir así, Señor, por favor”, repetía. Percibía las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Ortiz estaba inmóvil, pensó que había fallecido. Comenzó a notar que la tierra se hundía, alguien caminaba en la superficie, justo donde estaban enterrados. “¡Gritemos!”, casi le ordenó a su compañero. Lo hicieron con las últimas fuerzas que les quedaban, no entendían cómo aún podían respirar.

Los soldados los escucharon y excavaron con lo que tenían a mano, hasta con sus propias manos. De pronto alguien cortó la manta con un cuchillo, y apareció la cara de Palacios.

Los habían dado por muertos. Nadie lo podía creer. Todos lloraban mientras los abrazaban.

En el hospital, el doctor capitán José Luis Corominas se sorprendió al comprobar que no tenían ninguna herida. Este médico también es de Comodoro y cuando se encuentran por la calle, en el centro, siempre se saludan.

El 8 de mayo, se hizo una procesión con la imagen de la Virgen. Palacios y Ortiz la llevaron. En un extremo, Seineldín está atento a la situación. La fotografía está dedicada a Palacios por el capellán de guerra. (Gentileza Jorge Palacios)

Al volver a sus posiciones, el coronel Seineldín los arengó. Le dijo que estuvo casi dos horas bajo tierra. El día 8 unos doscientos soldados rezaron la misa y llevó junto con Ortiz la imagen de la Virgen en procesión por los alrededores del aeropuerto. Años después le alcanzaron una fotografía de ese momento, que el capellán Padre Vicente Martínez Torrens se la dedicó en 2008. El salesiano entonces le advirtió que tenía una misión, y que solo él tenía que descubrirla.

Lo último que imaginó cuando la dejó en un jeep es que volvería a ver esa imagen 37 años después.

En los últimos días del combate, le tocó ir a reforzar el frente de batalla. Nuevamente se encomendó a Dios porque estaba seguro que no volvería vivo al continente.

Se entristece hasta las lágrimas cuando menciona el momento en que arriaron la bandera en Puerto Argentino. “La derrota fue muy dura”. Nuevamente menciona a Dios para agradecer que no regresó con secuelas físicas.

Cuando regresó al continente, lo primero que deseó hacer es ver a sus padres. Cuando ingresaron al cuartel de madrugada, había gente esperándolos. Estaban ellos, con los que se abrazó y lloraron.

Con su mamá Silvia, en junio de 1982. Cuando vio la fotografía, se sorprendió de su aspecto. (Gentileza Jorge Palacios)

Aunque estuvieron solo unos pequeños momentos, pudieron tomarse una fotografía. Al verla, aún hoy se sorprende de su rostro flaco y demacrado.

Una vez de regreso a la vida civil, a su mamá le contó lo de la bomba muy por arriba, para no preocuparla. Le dolió que cuando relató el episodio, por lo general la gente no le creyera, que no podía ser.

En los primeros meses le costó salir a la calle, y menos ir a jugar al fútbol, su pasión. Sus amigos lo iban a buscar, y él se hacía negar mientras espiaba a través de la cortina de la ventana. Quería estar con su mamá, que le preparaba la comida, le hacía un té, lo atendía y lo contenía.

Demoró unos seis meses en soltarse.

Un día inolvidable. En la plaza San Pedro, Francisco observa la fotografía de la procesión. (Gentileza Jorge Palacios)

Fue duro cuando salió a buscar trabajo. En 1984 entró junto a otros compañeros en la municipalidad y hoy está jubilado gracias a una ley especial para veteranos, según explica.

En ese año, junto a Mónica formó una familia. Tuvo 6 hijos y soportó el dolor de perder a uno cuando contaba con un año y ocho meses. Fue un 20 de junio, el día del Padre y el de la Bandera. Es otro de esos dolores que no se van.

Sus hijos le dieron cinco nietos y una lección de vida. Cuando la mayor comenzó a ir a la escuela, fue la que le insistió en que contase su experiencia en la guerra.

Fue sanador el poder hablar, y ahí todos creyeron el terrible episodio que vivió en ese pozo de zorro. Con la misma elocuencia que evoca sus días en Malvinas, subraya el dolor que siente cuando hablan mal de los veteranos o cuando se refieren a ellos como “los chicos de la guerra”. Del 2005 al 2015 fue el presidente del centro de veteranos de guerra local.

Advierte que llegar a los 40 años de aquel 1982 representó transitar un camino muy duro. Acompaña al veterano que está mal y se lamenta cuando cuenta que en noviembre pasado, uno falleció, no muy bien atendido. “Se nos fue un hermano”, dice. “Porque aunque no lo haya conocido, es mi hermano”.

En esa misma mañana que atendió a Infobae, lloró por la noticia que acaba de recibir: la muerte de su amigo Juan Carlos González, integrante del Escuadrón Alacrán en Malvinas. “La partida de cada veterano es muy dura. Yo se que no somos eternos, solo espero que la gente entienda que la mochila que cargamos en la espalda es difícil de llevar”.

A Ortiz, su compañero de infortunio, lo vio recién después de 27 años. Dice que vive en Trelew, que le cuesta hablar de la guerra y que no siempre le responde los whatsapps que le envía, que lo entiende.

Tiempos lejanos. Cuando en 1981 jugaba en el equipo del Club Jorge Newbery. De izquierda a derecha, es el último en la fila de abajo. (Gentileza Jorge Palacios)

En 2018 lo contactó La Fe del Centurión. Le comentaron que la imagen de la Virgen que él había llevado en procesión estaba en poder de los ingleses, y que se estaba programando un intercambio en El Vaticano y que él podría ser uno de los que la fueran a buscar. Para él, era la misión mencionada por el padre Martínez Torrens.

Creía estar soñando ese 30 de octubre de 2019 cuando Francisco lo abrazó en la Plaza San Pedro. El Papa no podía creer que el de la foto de la procesión, fuera él. “Este soy yo”, le indicó. “¿Sos vos?”, preguntaba. Lo miraba una y otra vez. También compartió la instantánea con veteranos ingleses presentes en el lugar, les explicó que en la guerra fue un soldado infante, y que tenía entonces 18 años.

Desde 1989 vive en una casa de un plan de vivienda en el Barrio Isidro Quiroga e integra el equipo de fútbol de veteranos del club Jorge Newbery, donde un año antes de la guerra ya le decían que era un chico que prometía y que su único sueño era el de jugar en primera.



miércoles, 11 de enero de 2023

Cartas desde la trinchera

“Estamos esperando el ataque inglés”: las cartas enviadas desde Malvinas, en la voz del cabo que las escribió hace 40 años

Por medio de ellas, Adán Bejarano le avisó a su madre que estaba combatiendo en la guerra. En el segundo de sus texto, aquel joven de 20 años expuso la crueldad de la guerra y el asedio británico que sufrió su regimiento: “Se ve morir a muchos compañeros”

Adán Bejarano y la lectura de la segunda carta desde Malvinas: "Se ve morir a muchos compañeros"

Teresa (44) vestía con elegancia su tapado negro bajo el tibio sol de junio, pero en su rostro llevaba la angustia de largos meses sin saber de su hijo o, incluso, desconocer si estaba vivo o muerto. Pero cuando la puerta de aquel colectivo del ejército se abrió delante de ella afuera de la estación de trenes y lo vio bajar, todo cambió.

—¿Qué haces acá, mamá? —le dijo él sorprendido y se abrazaron.

Ella había estado recorriendo los edificios de las Fuerzas Armadas durante toda la guerra de Malvinas buscando certezas sobre Adán, su hijo de 20 años. Poco sabía de él tras su partida desde Corrientes: solo dos cartas que él logró enviar desde las islas la pusieron en aviso. Primero, le contó que se encontraba combatiendo en la guerra; segundo, le reveló que aquel lugar era un “infierno”. Entre tanto, ella transitaba los días por el camino de la incertidumbre.

Tras su regreso de Malvinas, Adán nunca volvió a hablar con su madre de aquellas cartas. Pero, poco después de que ella muriera en 2019, sus hermanos encontraron los sobres casi intactos en la habitación de la mujer.

—Después de que ella murió hace dos años, mis hermanos fueron a la casa y se pusieron a limpiar. Ahí fue cuando mi hermana encontró las cartas y me mandó un mensaje: “¡No me vas a creer, encontré las cartas que vos le mandaste a mamá cuando estabas en Malvinas!”. Yo me había olvidado porque habían pasado 38 años desde aquel momento. Después me las dio y me junté con las cartas hace dos años. Están intactas. No se borraron —precisa el ex cabo en diálogo con Infobae.

Adán Bejarano (60) vive en Apóstoles, provincia de Misiones, pero integró el Regimiento de Infantería 5 de Pasos de los Libres (Corrientes) que combatió en Malvinas. Cuenta que antes que él, nacieron sus tres hermanas. Su padre quería un varón, por eso recibió el nombre de Adán al nacer: fue el primer hombre. Luego llegó otro hermano.

En su regreso a Argentina, Adán Bejarano —derecha— se tomó la única foto que guarda de su paso por la Guerra de Malvinas

Pocos días después del 2 de abril de 1982, el regimiento de Adán comenzó a ser trasladado en distintas etapas. Primero, a Corrientes. Luego, Entre Ríos. Más tarde, Comodoro Rivadavia. Allí. Y una madrugada lo despertaron y lo notificaron: el avión que tomarían, descendería con el amanecer en Puerto Argentino, en Malvinas.

—¿Qué recuerda de aquel momento en el que escribió aquella primera carta para avisar que estaba en Malvinas?

—Estábamos siempre en el pozo del zorro, donde uno vivía día y noche. Está escrita en una hojita de libreta, porque no tenía papel. Y esa era mi libreta, en la que hacía anotaciones. Incluso llegué a escribir un diario pero después lo perdí. No es que había lugar en el que uno se pudiera sentar para escribir. Cuando tuve tiempo, armé esas cartas para mi mamá.

En su primera carta, fechada el 24 de abril de 1982, Adán destaca lo adverso del clima y la geografía aunque también empieza a dar señales del tormentoso escenario: “Acá estoy dentro de un pozo esperando el ataque de los ingleses”.

La primera carta que logró enviar Adán a su madre, "Tereza" Bejarano, desde Malvinas

Carta 1

Malvinas Argentinas 24-4-1982

Queridos Padres

Mis deseos son que al recibir mi carta se encuentren bien, quedando bien yo gracias a Dios.

En primer lugar quiero decirles que estoy muy orgulloso de estar en las Malvinas. Sí, estoy acá. Te juro que nunca pensé estar acá. Para mí es lo mejor que me pudo pasar pues me siento útil y también si salgo de esta poder contar tantas cosas de acá.

Acá hace un frío que no te imaginas y el viento es impresionante pues te levanta.

Anoche tuve que dormir vestido porque hizo un frío de locos y el viento es impresionante. En estos momentos el viento es terrible y el frío no te digo nada.

Acá estoy dentro de un pozo esperando el ataque de los ingleses, pero te aseguro que esto no lo ganan pues la defenderemos hasta morir.

Quiero decirles que les agradecería que me manden algún chocolate pues acá no hay nada. Estoy muy cerca de la orilla del océano y el terreno es pelado pues árboles no hay.

Quiero decirles que se queden tranquilos y que no se preocupen por nada pues pienso salir de esta y poder estar junto a ustedes muy pronto y así poder contarles las experiencias que estoy viviendo pues son pocos los que tienen el honor de poder estar acá. Nosotros estamos para defender y hay que estar acá.

Quiero que me escriban y contarme cómo están las cosas y de Hugo qué saben.

Bueno, queridos padres les cuento cómo llegué acá. Del aeropuerto de Comodoro tomamos un avión hasta las Malvinas y el viaje tardó una hora y cuarto.

Bueno sin nada más que contarles me despido de ustedes con un fuerte beso y el cariño y el amor que siento por ustedes.

Dale saludos a todos mis hermanos y besos para mis sobrinos y saludos para mis cuñados.

Decile a Carlos que lo estoy esperando para que venga acá que no se quede debajo de la pollera.

Bueno, será hasta la próxima carta.

Y espero recibir carta de ustedes muy pronto y así poder quedarme tranquilo de saber que ya tienen noticias mías pues yo no sé si esta carta llegará hasta ustedes.

Bueno en estos momentos son las 2 y 48 de la tarde y dejo de escribirles. Si fuera por mi le seguiría escribiendo pero como no puede ser verdad les digo hasta la próxima y suerte para todos.

Besos.

Adán

Les mando un poco de frío y de viento desde acá, desde las Malvinas.

Saludos para todos los muchachos del barrio y deciles que me escriban.

Adán Bejarano y la lectura de la primera carta desde Malvinas: "Acá estoy dentro de un pozo esperando el ataque de los ingleses"

En Malvinas y con el correr de los días, Adán fue trasladado a Puerto Howard, rebautizado como Puerto Yapeyú. En ese lugar, integró la Compañía C del Regimiento de Infantería 5 que resistió el brutal asedio británico durante gran parte de la guerra.

—Decían que iba a venir el correo, entonces me senté a escribir. Estuvimos mucho tiempo aislados y no es que podíamos recibir o enviar cartas todos los días. Vivíamos en un pozo, haciendo cosas y cuando uno podía se ponía a escribir. El bloqueo y el aislamiento que le hicieron al regimiento no lo sufrió ninguna otra unidad que haya estado en Malvinas. Nuestro gran problema era ese cerco. En la segunda carta es en la que le conté todo a mi mamá, porque ya estábamos en junio y la situación era muy complicada y muy difícil.

El bloqueo británico impidió la llegada de alimentos y artillería, lo que generó un desgaste importante en las condiciones de vida para el regimiento. La brutalidad de ese escenario quedó plasmada en la segunda carta que Adán logró enviar a su familia. En relación al primer texto, su percepción del escenario muestra un cambio dramático.

El inicio de la segunda y última carta que logró enviarle Adán a su mamá desde Malvinas

Carta 2

Puerto Howard 5-6-82

Queridos padres:

Mis deseos son que al recibir mi carta se encuentren bien, quedando yo bien gracias a dios.

En primer lugar quiero decirles que recibí las cartas pero la encomienda no, pero eso no importa. Y no puedo contestarles porque no se puede y hoy les escribo en esta carta porque viene un barco hospital a llevar a los heridos más graves. Les cuento que acá no la estamos pasando bien. Para qué les mentiría, pues no hay casi comida y hace frío y aparte ya recibimos varios ataques, pero gracias a Dios estoy vivo.

Yo no quiero que con estas palabras se preocupen o se pongan mal pero quiero pedirles que tengan fe pues yo regresaré y pronto estaremos juntos y les podré contar esta gran experiencia que estoy viviendo.

Justo ayer a la noche tuvimos un cañoneo naval que duró 1 hora y media, pero te juro que no me pasó nada. Todos nos perdimos en los pozos de zorro hasta que terminó.

Bueno, quiero decirles que hasta ahora esto no termina y no veo la hora que esta guerra de mierda se termine y salga de este infierno pues les aseguro que la guerra es muy fea pues se ve morir a muchos compañeros y eso es feo.

Les cuento que vivo en un bunker. Es un refugio contra ataques aéreos que hicimos nosotros.

Acá ya empezó a nevar, nunca vi nevar y es lindo pero hace frío.

Quiero decirles que quisiera estar con ustedes pero bueno ya pasará y les aseguro que estoy muy bien y que las bombas ya no asustan pues estamos acostumbrados.

Bueno, quiero que me disculpen por las cosas que les escribo pero otra cosa no tengo para contarles. Espero que ustedes me comprendan.

Quiero que le digan a mis hermanos que me disculpen por no escribirle pero no puedo pues solo una carta se puede hacer y aparte no tengo papel y sobre. Esto lo conseguí apenas.

Bueno, espero que cuando regrese me esperen con las cosas más ricas del mundo pues me pongo a pensar y me dan unas ganas locas de comer y comer. Así que prepárense para cuando vaya.

Decile a Carlos, a Blanca y a Jorgelina que me disculpen pero no puedo escribirles.

Y decile a Carlos que es mejor que no esté acá.

Bueno, saludo para todos mis hermanos y sobrinos y cuñados.

Y para ustedes, los cariños más sinceros y los besos más grandes de su hijo que los ama y los quiere mucho.

Bueno mamá, hasta pronto y suerte para todos.

Saludos para los vagos del barrio.

El cierre de la segunda y última carta enviada por Adán desde la guerra

Cuando la guerra terminó y Adán regresó al continente, habían pasado casi dos semanas desde la última carta. Su madre no sabía, entonces, si él había regresado o no con vida.

—Ella fue al Estado Mayor a mirar las listas de vivos y muertos y nadie sabía nada sobre mi. Mi nombre no figuraba. Pero alguien, no sé quién, le avisó de una tanda de combatientes que había llegado y estaba en la Escuela (de Suboficiales General) Lemos. Entonces, mi mamá fue hasta Campo de Mayo a buscarme pero nadie la dejó entrar. Tampoco le dijeron si yo estaba ahí o no. Pero le avisaron de un contingente de colectivos que saldría para la estación Martín Coronado, en la provincia de Buenos Aires, con destino a Corrientes.

Adán Bejarano es Secretario del Centro de Veteranos de Malvinas en Apóstoles, Misiones

—¿Cómo recuerda a su madre en aquel reencuentro?

—Mi mamá tendría 44 años cuando fue la Guerra de Malvinas. Era una mujer muy elegante, muy linda. Siempre de pelo corto, de una contextura mediana y ojos negros. Tengo la imagen grabada en la memoria: mi madre ahí parada con su tapado negro. Fue durante la mañana en la estación del tren Urquiza. Esas vías van a Corrientes. Ese día bajo del micro y, así como cuando alguien se encuentra de sorpresa con otro, me la encuentro de frente. Bajé por la puerta de adelante, era mi mamá. Fue una gran sorpresa para mí. “Mamá, ¿qué haces acá?”. Ahí fue que nos abrazamos. Habrá sido una gran alegría para ella saber que estaba vivo después de tanto que anduvo buscándome.

—¿Después se volvió con ella o cómo siguió todo?

—Fue un encuentro muy breve. No te permitían saludarte y había mucha gente esperando en el lugar. Tocó justo que la encontré a ella de casualidad. Si yo llegaba en otro micro, seguramente no nos hubiéramos encontrado. Tal vez ella se hubiera ido de ahí sin saber si yo estaba o no. La saludé y después me tuve que embarcar en el tren. Así volví a Corrientes. Pudimos no habernos visto nunca y ella seguir buscándome.

Soldados que partieron en tren desde Paso de los Libres, Corrientes en el marco de la Guerra de Malvinas

 

viernes, 2 de diciembre de 2022

Vida de soldado: Dos historias en Italia en la SGM y Argentina en Malvinas

De la Segunda Guerra Mundial a Malvinas: el testimonio estremecedor de “Dos soldados”

La escritora argentina Ángela Pradelli reúne en este libro los testimonios de un italiano y un argentino atravesados por distintas guerras. El miedo, la añoranza, el frío, el hambre, la sed, la cercanía de la muerte narrados en primera persona.
Infobae

Ángela Pradelli. Testimonios de dos guerras.

Pietro Freschi, italiano nacido en Bruni en 1922, y Héctor Roldán, un argentino de Santa Fe del año ‘62, están separados por medio siglo y miles de kilómetros. Pero tienen algo que los une: la guerra. En la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Malvinas fueron soldados y testigos y, luego de varios años, testimoniantes. Dos soldados, de Ángela Pradelli, es una crónica descarnada y recoge sus relatos en primera persona sobre la enfermedad y las marcas traumáticas e imborrables. Un libro que cuenta el pasado pero que resignifica el presente.

Aquí, fragmentos de Dos soldados:

Pietro Freschi Soldado italiano de la Segunda Guerra Mundial (Bruni, 1922 - Piacenza, 2009)

A mí me tocó el cuartel 3 A / P. M. G, soldado prisionero de guerra. Nos imprimieron esa abreviatura en el brazo. Unos días después, un funcionario ruso nos reunió a todos los italianos y nos dijo que iríamos a recorrer el campo. Primero fuimos a un sótano, era una sala muy grande adonde llevaban a los prisioneros para torturarlos brutalmente. Después fuimos hasta la zona de los crematorios, eran seis. Aún había esqueletos quemados en todos los hornos. Luego nos llevaron a un cobertizo donde había una montaña de ropa, vimos pantalones cortos y abrigos de niños muy pequeños.

Ahí cerca, una gran montaña de zapatos de adultos, y al lado, otra montaña formada por los pequeños zapatos de los niños. No se puede entender el sadismo que tuvieron los alemanes con esos pequeños inocentes. No pude soportarlo y me largué a llorar, también los otros prisioneros. Era insoportable ver todo eso. ¿De qué eran culpables esos niños? Hemos visto de todo ahí: lentes, cabellos, carteras y portafolios, muchas fotografías, dientes y dentaduras postizas. Nos fuimos de ese lugar convulsionados por esas imágenes. Créame, lo que he visto ahí no lo he olvidado en toda mi vida. El tiempo pasaba y nunca había ninguna noticia sobre mi regreso a Italia. Una vez al día, un oficial ruso se reunía con nosotros en una plazoleta, y nos daba las noticias de la guerra. Pero cuando le preguntábamos sobre la vuelta a casa nos decía que no sabía nada todavía acerca de la repatriación.

Dolor y horror en dos guerras

Héctor Roldán (Santa Rosa de Calchini, departamento de Garay, Santa Fe, Argentina, 1962)

Más que los ingleses y sus bombas, los enemigos verdaderos eran el hambre y el frío, que era muy húmedo. Cuando uno se sentaba en cualquier lado, se mojaba. Las pocas noches en que veíamos que no pasaba nada, sólo se quedaban despiertos las guardias y nosotros salíamos de las posiciones y, con la ropa toda mojada, nos metíamos en la bolsa de dormir y dormíamos acurrucados entre las piedras o en el refugio.

El frío lo traspasaba a uno. Hubo soldados que sufrieron «pie de trinchera». Con todo el cuerpo mojado, los pies se les enfriaban tanto que se les ponían morados, ya no les circulaba la sangre y no los sentían. A los que se les hacía una gangrena, los llevaban a la enfermería o al hospital y les cortaban los dedos. Todavía creíamos que el relevo podía llegar, y todos los días teníamos la misma conversación. Nos preguntábamos quiénes serían, qué les íbamos a decir, y eso nos ponía contentos. Pero iban pasando los días y el relevo no llegaba y nosotros estábamos mal, nuestro estado era muy malo, físicamente estaba vez peor, y moralmente ya estábamos jugados, como quien dice. Sinchicay y yo veníamos de la misma compañía, Nácar, pero en Malvinas no estuvimos juntos.

Él estaba en monte Williams, más o menos a unos trescientos metros hacia la izquierda de monte Tumbledown. Era un chaqueño grandote, robusto, que tenía partido el diente de adelante y se le notaba mucho porque siempre se reía. Era bueno, inocentón. No perdió la sonrisa ni cuando lo agarraron, pobre Sinchicay. Le había robado una lata de Cornedbeef al cabo Lamas, que era el jefe de grupo. Alcanzó a comérsela y hasta le convidó una tajada a un compañero, pero tuvo que escapar para el lado de la casa amarilla o para el pueblo, porque Lamas lo descubrió y ordenó que lo buscaran.




sábado, 23 de julio de 2022

Simon Riley fotografía el ataque de los Daggers



Las fotos de Simon Riley



IAI NESHER/DAGGER del 1er. Escuadrón Aeromóvil "Las Avutardas Salvajes" de la VI Brigada Aérea, fotografiado saliendo de su ataque a la fragata HMS Plymouth con bombas de 1.000 libras (453.5 kilogramos), y escapando al fuego enemigo en el Estrecho de San Carlos, frente a Puerto Darwin, el 8 de Junio de 1982..
El ataque fue llevado a cabo por dos secciones de aviones IAI Dagger conformadas por tres aviones cada una armados con dos bombas de 1.000 libras.
Si bien las bombas no explotaron, el ataque sirvió para dejarla a la fragata fuera de servicio.
Las imágenes del Dagger fue tomada por el radio operador Simon Riley, quien fue a la guerra teniendo 20 años de edad a bordo del mencionado buque inglés, y que después de concluida la contienda, escribe y publica el libro "Simon's A Poof's Name: Falklands War 1982 - Spike Riley" donde publicó estas fotos y relata sus vivencias en la guerra.



martes, 5 de julio de 2022

Vida de soldado: "Pasando el rato" en Malvinas

"Pasar el rato" en Malvinas




Muchos no llegan a darse una idea de cómo lograron nuestros conscriptos tratar de pasar el tiempo en Malvinas durante la guerra. Al respecto no había mucho que hacer. Algunos pocos afortunados lograron ver series de TV y hasta dibujos animados, tal como lo mencionó el Teniente inglés Jeff Glover antes de ser trasladado como prisionero de guerra a la Argentina continental, después de ser derribado en su avión Harrier GR.3 en Darwin por un misil Blowpipe lanzado por un comando argentino:
"En el hall del hospital pude ver a unos 40 o 50 soldados, de pie y sentados al rededor de un televisor viendo a Tom y Jerry, ahí pude tener una impresión de lo jóvenes que eran los conscriptos argentinos".
Otros hasta llegaron a jugar al fútbol, ya sea con improvisadas pelotas de trapo o con pelotas de fútbol, como la historia de la niña que le prestaba su pelota a los integrantes del Batallón Logístico 9 (LOG-9). Otros jugaban a los naipes, ya sea con barajas españolas o barajas de Póker conseguidas en las islas. Una historia también menciona que unos conscriptos encontraron una mesa de billar y se pusieron a jugar en ella. También jugaron a "Tiro al blanco" tirándole piedras a latas, otros jugaron a "tejo", la payana, algún TA-TE-TI y la "Taba" también con piedras. También era habitual el de a ratos cantar una canción en común. También el escuchar radio, leer y escribir cartas, libros, diarios y revistas según el material disponible. Algunos hasta tuvieron una mascota, como el caso del perro TOM, o la pingüino Olenka. Si se disponía de yerba mate, se compartía entre amigos, también hubo el caso de un conscripto que le celebraron el cumpleaños en plena guerra, el agasajo fue cordero asado. Lamentablemente este conscripto murió poco tiempo después de su cumpleaños en combate. Otro incluso tuvo la suerte de encontrar fósiles de moluscos marinos en una formación rocosa de piedra caliza, encontró varios, ya que no había forma de traerlos, el montón que junto los dejó allí. El hablar de la familia, los jefes, la comida, el fútbol, el avance inglés, el clima inclemente, la suerte de cada uno eran temas comunes de charla entre quienes tenían el peso de la carga de la guerra en esas frías tierras del Atlántico Sur.


lunes, 18 de abril de 2022

Libro: La experiencia de un marino a bordo del HMS Antrim

El callejón de las bombas de las islas Malvinas en 1982: A bordo del HMS Antrim en guerra


Libro: "Bomb Alley: Falkland Islands 1982: Aboard HMS Antrim at War"

Mark Barnes || War History Online




El 1 de abril de 1982, David Yates era un Contador Líder de Catering de 24 años ...

Los buques de guerra son los vehículos militares más complejos jamás construidos. Son símbolos del orgullo nacional, que se espera que operen en cualquier parte del mundo, en múltiples roles. El otro punto único es que el barco es el hogar de la tripulación, su mundo entero durante muchos días o semanas. Dependiendo totalmente de la nave y de los demás, no hay lugar a donde huir cuando comienzan los problemas.

El 1 de abril de 1982, David Yates era un Contador Líder de Hostelería de 24 años, cumpliendo un año de tiempo en el mar antes de la promoción y un reclutamiento en tierra. Sus principales intereses eran los pájaros, el alcohol y la defensa de la antigua tradición naval de atacar a Zippo *.

En la mañana del 2 de abril, llegó la noticia de que los comerciantes de chatarra argentinos habían desembarcado en la dependencia británica de Georgia del Sur. Antrim y su tripulación comenzaron a seguir el curso de otra tradición de la Royal Naval. Aquello que conduce al Atlántico Sur y la guerra. Un lugar donde si el enemigo no te atrapa, el clima lo intentará.

Este libro, que cubre más de 100 días en el mar, es la historia de "Jack", los hombres de la cubierta inferior de los buques de guerra. Las Malvinas fueron el primer conflicto donde los barcos modernos se encontraron con aviones modernos equipados con misiles destructores de barcos de alta tecnología. La historia da una idea de la vida naval, lo bueno, lo malo y lo divertido. Incluye breves vislumbres del mundo de las Fuerzas Especiales y los Royal Marines llevados por Antrim durante el transcurso del conflicto.



Primero en entrar y uno de los últimos en salir, Antrim y su equipo siempre estaban donde estaba el problema, saliendo con un récord insuperable.

Este libro contiene material que la Royal Navy probablemente preferiría que no llamara la atención del público, es una historia genuina del piso inferior, no siempre es un buen lugar para estar. Aunque el autor es muy modesto, muestra un mundo donde no solo el coraje sino la resistencia es un requisito clave de los hombres. Desde vientos con fuerza de tormenta hasta bombas sin detonar, y los pensamientos siempre presentes de amigos muertos o heridos, y la posibilidad de que le suceda a usted. El autor ha recibido críticas de que ¿por qué debería escribir un libro así, cuando ni siquiera estaba en una rama de "combate" de la Armada? No es que el enemigo o el clima tomaran tal decisión, de hecho su posición era tal que podía ver una imagen más grande que la mayoría, ¡todos comen y todos quieren ser amigos del cocinero! Disfruté el libro, está escrito por un hombre común entre hombres comunes a quienes se les pide que hagan cosas extraordinarias.

* Zippo Bashing: Los buques de guerra de EE. UU. tienen encendedores de cigarrillos Zippo con el número de nombre del barco y la silueta. La cubierta inferior de la Royal Navy considera que es su deber liberar a tantos de ellos como sea posible. Por todos los medios disponibles.

Publicado por Pen & Sword Maritime
ISBN: 978 1 84415624 5

http://www.amazon.co.uk/Bomb-Alley-Falkland-Islands-1982/dp/1844154173

martes, 15 de junio de 2021

Fotos recuperadas por un VGM

Tras 39 años, recibió las fotos que había sacado en la guerra

Por Christian Masello || El Cordillerano





“Para mí, valen oro”, dice Carlos Adalberto Mazzocchi, acerca de las fotos que tomó hace treinta y nueve años en las Islas Malvinas, donde combatió.

De por sí, imágenes captadas en tales circunstancias tendrían el valor propio de lo que no posee precio, pero, en este caso, contienen un extra que supera las fantasías que a veces bucean en la imaginación.


Malvinas, a través de la mirada de Carlos.


Las fotografías que sacó con una cámara japonesa Yashica Reflex en el Atlántico Sur llegaron a sus manos hace unos días, a través de un envío proveniente de una localidad del condado de Hampshire, en Inglaterra, llamada Fleet.

El remitente lo firmaba Mark Willis, quien también fue partícipe de la contienda bélica, pero del lado inglés.


En el Centro Cívico, en la actualidad (foto de Fabio Hernández).

Mazzocchi nació en Comallo, pero se crió en Bariloche.

Cuenta, por ejemplo, que el primario lo cursó en la Escuela N° 71.

Hijo de un suboficial de Gendarmería (“que llevó siempre su carrera con honor y honradez”, señala), se dejó guiar por la vocación y partió a Córdoba, a la Escuela de Aviación Militar.

A los cuatro años, egresó con el grado de alférez, para luego, en Merlo, especializarse en radares.

Cuando la guerra de Malvinas comenzó, operaba en Comodoro Rivadavia.

El 19 de abril, desde las islas, pidieron refuerzos para el área que él dominaba, así que, al día siguiente, partió en un avión Hércules.

“Llegamos de noche, no se divisaba ni la línea del horizonte; apenas se distinguían unas luces titilando en Puerto Argentino”, recuerda.

“El sentimiento que me abordaba era el de estar defendiendo a la patria”, asevera.


El ojo fotográfico de Carlos (al fondo, el bombardeo de un Harrier).

En Malvinas, desde el radar, guiaba a los aviones argentinos que llegaban provenientes del continente, pero también divisaba a los Harrier ingleses cuando despegaban de los portaviones, y daba el alerta para que sus compatriotas se protegieran.

Asimismo, orientaba a las aeronaves nacionales para interceptar a las británicas.

Incluso, aunque el equipo no estaba diseñado para tal función, podía advertir cuando un barco enemigo se acercaba para realizar cañoneo naval hacia la costa.


Carlos retrata a sus compañeros, mientras protegen la cabina operativa del radar.

“El radar era los ojos de la isla”, afirma.

“Por eso fuimos muy buscados por los ingleses, que mandaron varias misiones de Black Buck (una serie de operaciones especiales), con bombardeos Vulcan, que venían desde la isla Ascensión (a medio camino entre América y África), un trayecto larguísimo”, explica Carlos.

“Traían misiles anti-radar, y el 31 de mayo, dos de ellos llegaron a nuestra posición”, rememora.

“Pegaron en la turba; el suelo era muy blandito. Uno tocó la antena, y también la cabina desde la que el radar se operaba. Las esquirlas pasaron por encima de nuestras cabezas, y no hirió a nadie”, precisa.

“Al día siguiente, un Hércules, rompiendo la vigilancia inglesa, arribó a la isla con los repuestos que habíamos pedido, y en veinticuatro horas nuestros técnicos pusieron el radar en servicio”, narra.

“Es decir que, a pesar de todos los intentos por destruirlo, no lograron su objetivo”, expresa con orgullo.

“Estuvimos operativos hasta el 14 de junio, cuando se determinó el cese de fuego”, expone.

Justamente, durante la jornada anterior, había aterrizado una aeronave argentina para llevar heridos al continente, y el jefe de su grupo les indicó que, en vista de la situación, donde ya se preveía un pronto final de la contienda debido a la avanzada británica, por precaución, enviaran los objetos que quisieran preservar.

Carlos mandó su cámara Reflex, pero se quedó con un rollo que había sacado.

La guerra y el lente de Carlos.

El 14 de junio, los argentinos fueron llevados al aeropuerto de Puerto Argentino, como prisioneros.

“Estuvimos tres días ahí. Después, gran parte de los combatientes se embarcó y trasladó al continente”, narra.

Como tenía un buzo de la Fuerza Aérea, y poseía el grado de oficial, Carlos estuvo entre aquellos que permanecieron en el sur.

“Nos llevaron a una especie de carpintería. Aquella noche, dormí arriba de un banquito”, señala.

Carlos muestra las huellas de la contienda.

Al día siguiente, fue trasladado en helicóptero al estrecho de San Carlos, a unos galpones abandonados que, en un tiempo, habían sido parte de un frigorífico.

Pero, antes de abordar, cuando los británicos hicieron una pequeña requisa para comprobar que no estaba armado, se cayó el rollo.

En el momento, no se dio cuenta.

Luego, al percatarse de que no lo tenía, no supo dónde lo había extraviado.


Compañeros de Carlos lo miran sacar la foto y llenan bolsas con arena para protegerse de los misiles.

Aquellas fotografías, para él, habían pasado al arcón donde duermen su eternidad los objetos perdidos.

La historia siguió.

Calcula que estuvo unas once jornadas en las instalaciones del viejo frigorífico.

De ahí, otra vez en helicóptero, lo trasladaron al buque Saint Edmund, donde permaneció varios días, hasta que el 14 de julio, con el resto de los prisioneros, fue llevado a Puerto Madryn.


Soldados argentinos marchan, y Carlos los fotografía.

Pero antes, el 11 de ese mes, había cumplido treinta y dos años, arriba de aquel barco inglés.

Lo festejó junto a sus compañeros, con relatos de anécdotas agradables en medio del desconcierto reinante, tomando mate con una yerba que secaban a diario en el ojo de buey, para volverla a utilizar infinitas veces.

“La bombilla era una birome BIC, con unos agujeritos en la punta”, detalla.

Ya en el continente, Carlos (que es un amante de la fotografía) se reencontró con su Yashica Reflex, cámara que en la actualidad está en manos de una prima.


En esta ocasión, Carlos está frente a la cámara. Es el primero desde la izquierda.

Pasaron treinta y nueve años de aquellos días de frío, sangre y orgullo patrio.

Las fotos encerradas en aquel rollo perdido, para él, ya no existían.

Este año, recibió un llamado de un compañero con el que había permanecido prisionero en Malvinas, Guillermo Saravia, quien le contó una historia que hace creer que las vueltas de la vida, en ocasiones, son guiadas para dar una mano y ofrecer un cierre a las cuestiones que quedan pendientes.

Un santafesino, especialista en la temática de la guerra de Malvinas, se había comunicado con un veterano inglés que, en las islas, durante el conflicto bélico, encontró un rollo de fotos en la zona donde Carlos fue revisado antes de subir al helicóptero que lo trasladó al estrecho de San Carlos.

Una casa bombardeada, bajo la mirada de Carlos.

El británico (Mark Willis) tuvo ese material guardado por décadas.

Para él, la guerra era un capítulo del pasado al que no le daban ganas de regresar.

Recientemente, tras haberse contactado con otros soldados ingleses, comenzó a revisar aquellos viejos tiempos.

En ese trance, recordó el rollo fotográfico.

Lo buscó y lo llevó a revelar.

Curiosamente (o no tanto, si hablamos de situaciones que se acercan a lo extraordinario), las fotografías estaban en buen estado.

Mostró algunas en Facebook, y el santafesino experto en Malvinas (su nombre es Agustín Vázquez) reconoció, entre ellas, tomas que podían responder a la antena de un radar, por lo que se comunicó con la Fuerza Aérea Argentina. Allí, el brigadier Guillermo Saravia rememoró que sólo dos personas tenían cámara en esa zona, un suboficial y Carlos, quien, justamente, durante aquellos días lejanos, contó que había extraviado un rollo.

Carlos relata su historia (foto de Fabio Hernández).

“'Panda' (sobrenombre de Carlos), ese rollo es tuyo”, le dijo por teléfono Saravia.

Carlos se contactó con Willis, y mantuvieron una videollamada, donde compartieron tramos de sus existencias.

Y el británico, en una acción digna de un caballero, le envió los negativos, un cd con las fotos digitalizadas, y una postal.


El argentino, que fue observador militar y brindó ayuda humanitaria en lugares como el Sahara Occidental, la antigua Yugoslavia y Haití -enviado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU)-, reflexiona: “Con Willis fuimos soldados profesionales que acataban lo que nuestros gobiernos decían; cada uno luchó por lo suyo, pero ahora somos viejos excombatientes que estan en paz”.