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martes, 28 de mayo de 2019

Gómez Centurión y su grupo se enfrenta a 250 paracaidistas


Historias de coraje en Malvinas: cuando Juan José Gómez Centurión y 38 soldados enfrentaron a 250 británicos

Infobae reunió a tres héroes que participaron del combate en las islas. "En la guerra se ve al ser humano en toda su dimensión", dijo el entonces subteniente de Infantería y jefe de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25
Por Adrián Pignatelli || Infobae


Hoy tiene 61 años. Fue a la guerra como subteniente de Infantería y como jefe de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25. Juan José Gómez Centurión, mayor retirado es, además, paracaidista y comando. José Eduardo Navarro, hoy general de división a punto de retirarse, era un joven subteniente de 21 años del Grupo de Artillería Aerotransportado 4. Malvinas fue su primer destino. Andrés Fernández, de 61 años, era entonces un cabo cocinero en el Regimiento 25, de 24 años. Los tres están unidos por esos lazos invisibles e indestructibles que una situación límite como es la guerra sólo puede forjar. Para ellos, mayo no es un mes más, sino que es el punto de partida de algo más profundo que, en esta nota que concedieron a Infobae, revelan.

22 de mayo: rescatar los cañones del Río Iguazú

El que comienza a hablar es el hoy general Navarro. "El 21 por la noche estaba durmiendo en mi trinchera, y me ordenan presentarme en el puesto de comando del Grupo de Artillería Aerotransportado 4. Debía trasladar dos obuses Otto Melara 105 mm de Puerto Argentino a Darwin, que servirían de apoyo a la infantería. Alistamos a la tropa, 18 hombres entre soldados y suboficiales. Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos que el buque en el debíamos llevar los cañones era el Río Iguazú, muy pequeño para nuestro cometido. No entraban. Cada uno pesaba alrededor de 1.500 kilos y su volumen es similar al de un Fiat 600. Entonces resuelvo desarmarlos en 12 partes".

La principal preocupación de Navarro era esos cañones. "Yo sabía que el infante de Darwin los estaba esperando. Las piezas más voluminosas las ubicamos sobre cubierta, en popa, mientras que el resto las acomodamos en la bodega. Como no estaba previsto desarmarlos, se inició la navegación a las 5 de la mañana cuando tendría que haber sido a las 12 de la noche". "'Salimos tarde -me advirtió el capitán-. 'Hay superioridad aérea enemiga y es muy probable que suframos un ataque'".

La predicción del capitán se hizo realidad. A las 8:30, cuando estaban cumpliendo la última etapa del viaje, aparecieron dos aviones Sea Harrier, que atacaron la nave con sus cañones de 20 mm. "Vuelan las esquirlas por todos lados, hay heridos -recuerda Navarro-. Me encuentro en el subsuelo, se apagan las luces, comienza el humo, se encienden luces rojas y se ordena abandonar el buque. Busco mi casco y mi fusil. Cuando estoy en la cubierta, veo a mis soldados que ya estaban en el agua, alcanzando la costa que estaba a 40 o 50 metros. Giro la cabeza y veo que un Sea Harrier viene ametrallando el buque y me tiro al agua. Es la primera sensación que tengo, lo salado del agua. Soy correntino y en mi vida había visto una masa de agua tan grande. Cada vez que voy al mar me vuelve el recuerdo de ese 21 de mayo".

Cuando el grupo alcanzó un islote, Navarro de pronto vio que el soldado Rodolfo Sulín se había arrojado al agua nuevamente. Había vuelto al barco. En un bote salvavidas cargó ropa seca y víveres. Por dicha acción, le otorgarían la Medalla de La Nación Argentina al Valor en Combate. Más tarde se enterarían de que Sulín era hijo del capitán de un buque mercante y se había criado en el mar. "Esas provisiones nos ayudaron a sobrevivir todo ese día y el día siguiente. Mientras tanto, estábamos alerta para abrir fuego si aparecían los ingleses", explicó Navarro.

 
José Eduardo Navarro

"Un rosario de locos"

Gran alegría en Darwin cuando vieron llegar al grupo, al que daban por desaparecido. Y la providencia quiso que Navarro se encontrara allí con el subteniente de infantería Juan José Gómez Centurión, a cargo de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25.
"Encontrarme con Juan José fue como haber encontrado a un hermano. Un año antes había muerto mi único hermano, destinado en el Grupo de Artillería, 9 que comparte guarnición con el RI 25. En diciembre del año anterior fui a buscar sus restos y lo conocí a Gómez Centurión. Imaginate verlo un año después en Darwin, fue como ver a mi hermano. Abrazarlo y llorar de angustia fue mi primera reacción".
Gómez Centurión relató: "Cuando lo vi venir caminando por el muelle de Darwin, fue ver a mi amigo muerto. José es muy parecido a su hermano, hasta los dos son chuecos".

—¿Qué hacés acá?

—Mirá, acaban de hundir el buque donde traía los cañones. Quiero recuperarlos. No se cómo, pero quiero recuperarlos —le dije a Gómez Centurión.
"De por sí, eso era una locura porque el lugar estaba identificado por los ingleses, señalizados por ellos", fue lo primero que respondió Gómez Centurión. "Alguien le había dicho a Navarro que yo tenía un traje de neoprene, pero era para verano. Aún así, de la nada, comenzamos a armar la operación".

 

Navarro y Gómez Centurión contaron que hicieron participar "a un rosario de locos". Y hasta de la nada apareció un Chinook, un helicóptero de la Fuerza Aérea, piloteado por el Mayor Posse, que los llevó al lugar.

El Río Iguazú estaba escorado de popa, con la bodega totalmente inundada. El entonces subteniente contó: "Había que entrar a la bodega por un tambucho de 70 por 70 cm, y sumergirse en agua cuya temperatura era de cinco grados. Yo no tenía ni testera, fundamental para proteger los oídos, ni visor ni patas de rana ni tubo de oxígeno. Haría el trabajo en apnea, esto es, aguantando la respiración y, en total oscuridad, tantear lo que yo consideraba era una pieza del cañón".

Mientras hacía esa tarea, Navarro con los soldados estaban parados sobre cubierta y Gómez Centurión les iba acercando lo que encontraba. Si servía se guardaba en un bote salvavida; en caso contrario, se tiraba al agua. Al final de ese día, habían recuperado un cañón. Y al día siguiente, se recuperó casi la totalidad del otro. "Llegamos a armar un cañón entero y el otro, en unos tres cuartos. Lo importante que con esos cañones se combatió en Darwin, brindando apoyo de fuego a la infantería. Los británicos se vieron severamente sorprendidos por ese poder de fuego argentino, con el que no contaban", recordó Navarro.

El 25 de Mayo en el Río Iguazú

"Cuando Navarro partió con sus hombres, con mi sección nos quedamos en el Río Iguazú y festejamos el 25 de mayo. Teníamos la misión de desarmar el buque: romper la radio, deshacernos de las cartas naúticas y destruir el sistema de claves", información muy valiosa para los ingleses, explicó Gómez Centurión.

El capitán del barco le había dicho: "El buque es suyo, llévese lo que quiera". "Dispuse entonces tomar todo lo que nos pudiera ser útil. Recogimos ropa nueva y una cantidad importante de alimentos en conserva, que en la guerra es un verdadero tesoro".

"Cuando regresé, un mayor pretendió hacerse de esas provisiones y vestimentas y repartirlas a su parecer, a lo que me negué. 'Antes de entregárselas, las tiro de nuevo al agua', amenacé. Y ahí quedó la historia. Es lo que yo creía".

 
Andrés Fernández

28 de mayo: el enfrentamiento con 250 paracaidistas británicos

Días después, a Gómez Centurión y su sección le ordenaron dar seguridad en un puente, situado 8 km al sur de Darwin, un punto muy alejado que no tenía relevancia. Él adjudicó esta orden al entredicho que había tenido con el mayor por las provisiones unos días atrás. "Ocurrió que con esa orden lo que se hizo fue dividir la reserva, debilitándola. La reserva es el elemento que se va a usar en el peor momento, es la última opción, que la convocan para revertir una mala situación", explicó Gómez Centurión.
"Lo conveniente hubiera sido-según explicó a Infobae el ahora mayor retirado- era haber combatido todos juntos. De haber sido así, yo hubiera peleado al lado de Estévez".

¿Cuál era el panorama a esta altura? Para entonces, los británicos habían consolidado la cabeza de playa y como las fuerzas argentinas no dominaban ni el mar ni el aire, el combate en tierra tendría un tiempo limitado: la cabeza de playa era el comienzo del fin de la guerra. "Fortaleza rodeada, fortaleza tomada", es el axioma en la estrategia militar.

El 26 de mayo al mediodía, con 38 soldados, Gómez Centurión partió al punto convenido, sin comunicaciones, abastecimientos ni conectividad para recibir refuerzos.

A la noche del 27, comenzaron a oír fuego naval. Más cerca de medianoche disparos de artillería y a las dos de la mañana el tableteo de las ametralladoras. "Cuando en la guerra hablan las ametralladoras es porque hay combate cercano. Y nosotros estábamos a 15 kilómetros", expresó Gómez Centurión.

Estévez

Con sus hombres, regresó al puesto de comando en Pradera del Ganso y se presentó al jefe de la fuerza de tareas. Y escuchando al soldado Rodríguez por radio, se enteró de la peor noticia: su amigo, el Teniente Roberto Estévez, había muerto y su sección Bote estaba diezmada. "No, no puede ser, el teniente Estévez no puede estar muerto", afirmó entonces.

"Éramos amigos. Habíamos hecho todos nuestros cursos juntos, habíamos soñado un montón de cosas. Habíamos planeado distintos tipos de maniobras en caso de combatir juntos. Me retienen una hora, a la espera de refuerzos, para salir hacia el sector norte. Mientras tanto veíamos llegar a soldados heridos, mutilados, en shock; lo único que quería hacer era salir de ahí", contó Gómez Centurión.

Hay un cocinero en mi sección

A las 8.30 emprendieron la marcha hacia el norte, con muy mala información sobre dónde estaba el enemigo. Tomaron el camino de la costa y, cuando estaban por llegar a la escuela de Darwin, el fuego intenso de dos ametralladoras inglesas le cerraban el paso. Gómez Centurión recordó: "Sentía que estaba perdiendo el tiempo. Dimos vuelta, hicimos el camino para atrás".

En la sección se había sumado el cabo cocinero Andrés Fernández, de 24 años, quien de pronto se había visto sin ningún destino. Como solo estaba armado con una pistola, en la enfermería se había hecho de un FAL y así se acopló a la sección Romeo.

Fernández explicó a Infobae: "Mi vocación militar la tenía desde chico; somos diez hermanos, y los siete varones habían hecho el servicio militar y justo yo me había salvado. Cuando veía a mis hermanos en uniforme o escuchaba el Himno, tenía sentimientos muy profundos. Fue así que entré a la Escuela de Suboficiales, porque realmente así lo sentía". Y agregó: "con Juan José éramos los últimos, íbamos cubriendo a los soldados".

 

38 contra 250

El entonces jefe de la sección relató: "Volvimos a dar la vuelta para encarar el contraataque. Pasamos la escuela, llegamos a una altura y vimos a las tropas inglesas, apretadas por un campo minado que habíamos puesto con el teniente Estévez tiempo antes".

Fue cuando comenzó un intenso combate. Los 38 argentinos situados sobre una loma y 250 paracaidistas británicos disparando desde abajo. La diferencia era notoria, más aún si se tiene en cuenta que nuestros soldados disponían de solo 120 tiros.

De pronto, la sorpresa. Del tercer grupo le gritaron a Gómez Centurión: "Mi subteniente, se rinden!"

Describió: "Cel otro lado, teníamos una hondonada con una piedra muy característica. Con mis anteojos de campaña, detrás de esa piedra, veo a dos ingleses que levantan sus cascos con sus fusiles".

"¡Alto el fuego!", ordené.

Nadie disparaba. Silencio mortal.

Cientos de pensamientos se cruzaron por la mente de ese subteniente de 23 años. Era su primer combate contra los británicos. "Cómo establecer los términos de la rendición, hasta me vino la imagen del general Beresford rindiéndose ante Liniers".

Gómez Centurión bajó la loma junto al sargento García. "Nos encontramos a diez metros. El inglés era de buen porte, estaba mimetizado; en el combate, nunca le ves las caras, no sabés si es joven o viejo".

—¿Hablás inglés? —preguntó.

—Si, hablo inglés —contestó Gómez Centurión.

—Si me entregás el armamento de toda tu gente, salen todos vivos.

"Yo aún no tenía heridos. Creo que pensó que yo era una avanzada de una fuerza mayor que venía detrás. Nunca entendió que un tipo solo estaría en ese lugar", reconoció Gómez Centurión.

—Yo te garantizo la vida de todo el mundo —insistió el jefe inglés.
"Mi sorpresa fue muy grande; creí que me iba a dar la rendición, hasta se me había cruzado que debía entregarme su pistola 9mm, que sabía dónde la portaba".
—En dos minutos abro fuego —advirtió.

—¡No, pará, conversemos! —pidió el inglés.

"Me volví y comencé a subir, más confundido que cuando bajé".

La situación de los 38 soldados argentinos estaba muy comprometida. Estaban solos, sin posibilidad de que llegasen refuerzos. Estaban en un terreno donde en un flanco tenía el mar y en el otro un campo muy abierto. Pero hasta ese momento no tenían ni un solo herido.

En el momento en que Gómez Centurión subía la loma, dos ametralladoras inglesas abrieron fuego. "Apuré el paso, me di vuelta y le disparé al oficial con el que había parlamentado. Y cayó muerto".

Así moría el teniente coronel Herbert Jones, 42 años, jefe del Segundo Batallón del Regimiento de Paracaidistas. Fue el oficial de más alto rango caído en la guerra del Atlántico Sur.

Y se desencadenó el infierno. Disparos ingleses desde abajo, desde arriba, desde los costados. Y es cuando la sección argentina tiene sus primeras bajas.

Y al joven jefe argentino se le sumó la complejidad de los gritos del dolor del herido. "El clamor del herido es tremendo por lo que representa y por el impacto en la moral de la gente, sobre todo cuando no disponés de un equipo de camilleros. En una fracción de segundos hay que decidir a quien se atiende en el campo y a quien evacuar, porque si no se lo evacúa puede morirse ahí mismo y generará una disminución en la moral de combate en el resto de los soldados".

 

Uno de los heridos graves era el soldado Miguel Ángel Canyaso. "Tenía un disparo que le entró x la frente le rodeó el cuero cabelludo y que le había salido por la nuca, recuerdo que tenía la cabeza abierta como una flor. Tenía pulso -contó Centurión-. Le doy la extremaunción, rezo un Padrenuestro y le hago la señal de la Cruz".

—Cargalo y llevalo —le ordenó al Negro Aguilera.
—Está muerto.
—¡Cargalo y llevalo, que está vivo!

"Es muy peligroso cargar a una persona en combate, porque camina tres veces más despacio y es un blanco móvil para cualquiera. El que está tirando del otro lado no ve si es una bolsa de munición o un cuerpo", explicó Gómez Centurión.

Canyaso sobrevivió y fue condecorado por Herido en Combate. Luego de una hora, quedaban entre cuatro o cinco argentinos, que cubrían el repliegue de sus compañeros. Y es en ese momento cuando hirieron al Cabo Fernández.

Él lo cuenta: "Estaba cubriendo a Juan José, que estaba más adelantado. Cuando comenzó el tiroteo, disparé. Yo hacía mucha práctica de tiro en el polígono, tenía la certeza de que no iba a errar, y entonces bajé a dos ingleses. En ese momento, sentí como un fuego en la cadera y me empezaron a tirar de todos lados. Yo apenas me cubría cuerpo a tierra detrás de un poste, y otro disparo me impactó en mi pie. En el momento continué combatiendo, por la propia energía que uno tiene y por la adrenalina".

"Algo inexplicable me salvó la vida"

"Juan José se acercó y trató de llevarme, pero no pudo arrastrarme. Me cubrió y me dijo que me iba a volver a buscar. Me colocaron dentro de un pozo y me quitaron el armamento para que los ingleses vieran que no representaba un peligro. Estuve consciente hasta que vi pasar a un inglés agazapado".

De pronto, Fernández hace un alto en relato. Visiblemente emocionado relató: "En ese momento algo me cubrió, es algo que nunca pude explicar; lo único que se es que era algo celeste y blanco, que me dijo que no me preocupase, y no me acuerdo nada más. Mis compañeros me contaron que yo me quejaba. Recobré la conciencia en la salita de campaña".

Cuando cayó el sol, comenzaron a plantearse ir a buscar al cabo Fernandéz. Todos querían rescatarlo. "En la guerra se ve al ser humano en toda su dimensión: compartir la última comida, compartir el último cigarrillo, hacer el trabajo riesgoso de otro hasta los actos más grandes de miseria como el soldado enemigo que corta un dedo para sacar un anillo; eso te empieza a calibrar otra sintonía de la condición humana", reflexionó Gómez Centurión.

"Ignorábamos la gravedad de su lesión -posteriormente supimos que tenía quebrada la cabeza del fémur- y si precisaba un modelo de evacuación específico. Pedí voluntarios, aparecieron siete u ocho, elegí a los más corpulentos, el vasco Aguerrebengoa y Carobbio. Les hice dejar el armamento para que ellos no se enfrentaran con nadie. Porque nosotros no éramos camilleros".

 

A Fernández hubo que salir a buscarlo en la oscuridad de una noche completamente cerrada. Gómez Centurión recordó: "Fue muy complejo, porque los ingleses nos abrían fuego exploratorio, hasta de un helicóptero que transportaba heridos. A Fernández lo ubicamos luego de dos horas y media por sus gritos. Cuando lo quisimos mover, gritaba aún más. El vasco llegó a ponerle un pañuelo en la boca. Y así lo llevamos hasta las líneas propias".

Luego de la rendición, Fernández recordó que una noche muy fría, que nevó, los ingleses lo llevaron en helicóptero a San Carlos. Lo dejan en una especie de cueva junto a otros prisioneros. Recuerda a un inglés que le echaba whisky en sus heridas. De ahí fue al buque hospital Uganda, fue canjeado por ingleses heridos el día 5 de junio y en el Bahía Paraíso lo llevaron a Puerto Madryn y a Bahía Blanca, donde lo operaron.

El amigo que tardó en irse

"Cuando fui a identificar los cadáveres de mis camaradas para sepultarlos en una fosa común, identifiqué el de Estévez, especialmente por la forma en que se ataba los borceguíes. Cuando los ingleses nos trasladaban al continente en el Norland, creía verlo al teniente Estévez en la escalera del buque. Mucho tiempo después asumí que había muerto".

Fernández, que actualmente trabaja en una escuela, aseguró: "La guerra me enseñó a ser más humano, a ser buena persona a valorar lo que uno hace".

Navarro dijo: "La guerra fortaleció mi vocación de soldado, me probé a mi mismo, ser soldado en defensa de un objetivo patriótico, y vi eso en mis hombres. Nadie te prepara para las miserias de la guerra. Podés ser fuerte en carácter o en espíritu, pero la guerra cambia todo".

Gómez Centurión, que fue condecorado con la Cruz La Nación Argentina al heroico valor en combate, finaliza: "El único lugar donde la gente siente el cariño y no siente la hostilidad es en su fracción. Es tal el vínculo con el camarada y tanta la sensación de protección, que el domingo a la noche, cuando el veterano está en una situación límite por su vida o por su familia, llama a su cabo o a su subteniente treinta años después. Ahí estará alguien que lo va a proteger".

jueves, 13 de abril de 2017

Ibañez derriba un Sea Harrier de la Río Iguazú



La misión imposible del guardacostas argentino que enfrentó olas de nueve metros y derribó un avión enemigo
Eran naves de río pero tenían que llegar a Malvinas con soldados y armas. Se lanzaron al océano, enfrentaron olas monstruosas y soportaron el ataque de los Sea Harrier. Se hundieron con honor. Fue la primera batalla aeronaval de la historia patria. Y el cabo Ibáñez, su gran héroe 
Por Alfredo Serra | Especial para Infobae
Producción y entrevistas: Fernando Morales

Abril 2, año 1982: Guerra.

La Prefectura Naval Argentina recibe una orden: "Poner en marcha la Operación Cormorán". Parten hacia las lejanas hermanas los guardacostas Islas Malvinas y Río Iguazú, dos aviones Short Skyvan PA 50 y el helicóptero Puma PA 12.


Esa partida ya es una hazaña. Porque los guardacostas sólo son aptos para funciones de policía en las costas de los ríos.

Su tamaño es cinco o más veces menor que los guerreros del mar: acorazados, fragatas, cruceros…

Largo (eslora): 27 metros. Ancho (manga): un poco menos de 6 metros. Peso: 79 toneladas. Dos motores. Combustible a full: 11 mil litros (diesel). Arma: una ametralladora Browning calibre 12.7… de la Segunda Guerra Mundial. Tripulantes: 15.

Pero el 13 de abril, cinco minutos antes de las dos de la madrugada, azotados por olas de hasta nueve metros, y evadiendo el bloqueo británico… ¡entran en aguas de Malvinas!

Como dos pequeños peces entre ballenas y tiburones…

¿La misión? Llevar a tierra dos cañones de 105 milímetros.
Peso: entre 1.500 y 1.700 kilos cada uno. Sólo era posible llevarlos en partes, porque enteros hubieran hundido a los guardacostas.

Además del enemigo, las olas los amenazan con dos formas de naufragio: vuelta de campana o hundimiento de proa.


El cabo José Raúl Ibáñez, a cargo de la sala de máquinas –ya averiada e inundada– empuña la ametralladora y derriba a uno de los Sea Harrier

Muchos días después, ya caído Puerto Argentino y prisioneros algunos tripulantes, los ingleses –históricamente, reyes de los mares– se resisten. No creen. No comprenden que esas "cáscaras de nuez" –definición de un oficial inglés– hayan roto la barrera río–mar, y sin ningún apoyo, llegaran a esas islas golpeadas eternamente por el salvaje Atlántico Sur…

Interrogando a los prisioneros, desconfían.
"¿No tuvieron protección aérea?"
"¿No tuvieron una nave–madre que los guiara?".
Y la respuesta siempre es "¡no!"

Con un hito grabado en el bronce. Porque el 22 de mayo, mientras el Río Iguazú navega por la bahía Button llevando tropas y material bélico, además de partes de los cañones, lo atacan tres Sea Harriers.

¡Primer combate aeronaval de la historia patria!


“Después, nuestro guardacostas encalló. Caminamos más de mil metros con los heridos y el finado envuelto en una frazada, hasta que un avión argentino nos rescató”, cuenta Ibáñez

El único artillero, cabo Julio Omar Benítez, cae muerto bajo la metralla enemiga. El guardacostas queda inerme.

Entonces es la hora de la desesperación, o del heroísmo.

El cabo José Raúl Ibáñez, a cargo de la sala de máquinas –ya averiada e inundada– empuña la ametralladora, derriba a uno de los Sea Harrier, y los otros dos se baten en retirada.

Hasta ese instante, el maquinista Ibáñez jamás había disparado una ametralladora. Correntino, de 24 años ese día, soltero, cuenta hoy…

"Es cierto, nunca disparé. Sólo la conocía de mirar a Benítez y a otros artilleros en distintos viajes, de puro curioso, mientras tomábamos mate… Pero después del primer ataque, que averió e inundó mi sala de máquinas, subí a la cubierta, vi a Baccaro herido y arrastrándose, y a Benítez moribundo, y ni siquiera lo pensé. Abrí fuego contra el avión inglés, que largó una columna de humo, perdió altura, y cayó al mar".

"Después, nuestro guardacostas encalló. Caminamos más de mil metros con los heridos y el finado envuelto en una frazada, hasta que un avión argentino nos rescató".

"Hoy tengo mujer, dos hijos, y además de recibir algunas medallas de la Prefectura, me han nombrado Hijo Dilecto de Corrientes".


“Después del primer ataque, que averió e inundó mi sala de máquinas, subí a la cubierta, vi a Baccaro herido y arrastrándose, y a Benítez moribundo, y ni siquiera lo pensé. Abrí fuego contra el avión inglés”, recuerda hoy Ibáñez

Pero más allá de la hazaña de Ibáñez, la expedición de los guardacostas pagó otros diezmos…

Juan Baccaro, ayudante mayor, apenas pasadas las ocho de la mañana y alcanzado por la metralla, se desangraba. Su cuerpo estaba lacerado por 72 esquirlas, de las que le quedarían 61 para siempre…

Pedro Mele, que también llegó a prefecto, ese 22 de mayo tenía esposa, dos hijos, y apenas 22 años. Era copiloto de un helicóptero Puma.

En una entrevista recordó que "teníamos miedo, pero ese miedo sano que nos mantiene alerta. Después de cumplir varias misiones –unas 25 salidas y 60 horas de vuelo–, un bombardeo naval enemigo dañó nuestros sistemas de transmisión e hidráulico, y allí terminó todo. Doble dolor, porque muy poco antes, el 15 de marzo, había muerto mi primer hijo, y mi esposa, Elisa, y mi madre, sufrieron mucho cuando partí" .

Osvaldo Aguirre, que alcanzó el grado de prefecto mayor, tenía entonces 26 años y era primer oficial del guardacostas Islas Malvinas. Averiada su nave y a punto de hundirse luego de ese primer ataque, cayó prisionero. Durante 30 días fue el preso número 607. Volvió al continente el 14 de julio

Este es su testimonio: "El rol de la Prefectura Naval Argentina en las islas Malvinas fue cumplir con las funciones como autoridad marítima de policía sobre navegación y seguridad de los puertos. Estuve a cargo del guardacostas 82 Islas Malvinas. En la primera etapa conocí, patrullé, ¡y nos encontramos con la guerra! Mi guardacostas entró en combate el 1° de mayo de 1982 con un helicóptero de exploración inglés Sea King, a las tres de la tarde. En la contienda cayó herido el cabo segundo Grigolatto, maquinista, con una herida en el abdomen, pero acertando seis impactos contra el helicóptero Sea King inglés. Terminada la guerra estuve prisionero de los ingleses durante treinta días. ¿Mi reflexión? El rol que cumplió la Prefectura logró que los ingleses nos respetaran. Eso me reconforta".

Aguirre contó, además, que los ingleses le pagaron las 8 libras de sueldo que en ese momento exigía la Convención de Ginebra. Que no sufrió violencia, pero sí vejación moral: sacarse la ropa, y después ser interrogado en medio de un campo, mientras un soldado lo apuntaba con su fusil.

Y en ese interrogatorio, otra vez el asombro. Porque lo que realmente querían saber… "era cómo habíamos podido cruzar el Atlántico… ¡con esos barquitos que sólo sirven para navegar por el río!".

El secreto: un combustible esencial, y por lo tanto, "invisible a los ojos" según el escritor y aviador Antoine de Saint Éxupery (1900-1944) en su libro "Le Petit Prince".

Sí. "El Principito". Un best seller eterno y para la eternidad.

¿El combustible?
El alma.

domingo, 29 de mayo de 2016

La actuación de la Prefectura Naval Argentina

Guerra de Malvinas: Prefectura naval, los patrulleros de la batalla
Jorge Palacios para Plaihue Digital (palacios@delabu.com.ar)
Palihue Digital


Pasaron treinta y cuatro años del conflicto y la Argentina sigue sin tener una mirada profunda sobre aquel acontecimiento y sus consecuencias.

La sociedad hoy mira de otra manera el tema, porque las explicaciones institucionales que habían prevalecido, solo parecían querer olvidarse de la cuestión.

El heroísmo, la voluntad y la abnegación para realizar actos extraordinarios se iban a poner de manifiesto. La Guerra de Malvinas duró setenta y cuatro días; treinta y tres fueron de combate. Para nosotros se denominó Operación Rosario y para ellos Operation Corporate.

El cincuenta por ciento de nuestras bajas pertenecían al crucero “General Belgrano”. Argentina hundió cinco barcos británicos e impactó en otros veinte. Los combates de Monte Longdon, Monte Tumbledown y Pradera del Ganso, terminaron en lucha cuerpo a cuerpo y con bayoneta calada.

La Prefectura Naval destacó personal y elementos para poner en marcha a la Policía Marítima. Hicieron tareas de practicaje, transporte, reconocimientos, cercos radioeléctricos, inteligencia y misiones de “piquete radar” que consistían en la vigilancia del espacio aéreo alrededor de un punto determinado. Efectuaron patrullajes, vuelos de exploración y operaciones de búsqueda y rescate en el mar.

Unidades que participaron: guardacostas GC-82 “Islas Malvinas” y GC-83 “Río Iguazú”. Aviones Short Skyvan “PA-50″ y “PA-54″. Helicóptero Puma “PA-12″ y un vehículo Mercedes Benz 240.



Personal destacado al Teatro de Operaciones: suboficiales Omar E. Juanola; cabos, Carlos R. Vallejos, Jorge O. Cárdenas, Miguel A. Taborda, Julio A. Vargas y Sergio O. Matassa; marinero, Eduardo López (muerto en combate).

Oficiales: prefecto Francisco M. Martínez Loydi, Jefe de la Prefectura Islas Malvinas; subprefectos Enrique J. Cingolani, Florentino D. Lescano y oficial auxiliar (cuerpo técnico) Gustavo F. Santos.

Dotaciones de los Guardacostas: GC-82 “Islas Malvinas”: suboficiales Roberto S. Moiana y Marcelino Blatter; cabos primeros Antonio Aguilera, Juan M. Teixeira, Luis P. Ballejos Kachuk y Jorge A. San José; cabos, Salvador A. Brito, Marcirio O. de los Santos, Carlos A. Córdoba, José M. Rivadeneira, Antonio R. Grigolatto, Adrián G. Fernández y Raúl A. Hormazábal. Marineros, Pedro H. Cruseño y Ángel A. Domínguez.

Oficiales: Capitán, subprefecto Jorge C. Cárrega y oficiales principales Osvaldo Aguirre y Rubén E. Martín.

Guardacostas GC-83 “Río Iguazú”: suboficiales Juan J. Baccaro y Jorge A. Gruber; cabos Cristian A. Flores, Carlos A. Bengoechea, Julio O. Benítez (muerto en combate), José A. Niveyro, José R. Ibáñez, Domingo Vega, Raúl E. Kunc y marineros Horacio N. Acuña, Alberto Ramírez y Julián W. Ledesma.



Oficiales: Capitán, subprefecto Eduardo A. Olmedo y oficiales principales Gabino O. González y Juan R. Villar

Grupo Aéreo: suboficiales David E. Toledo, Ramón E. Ríos Pesoa, Ricardo R. Velázquez, Jorge A. Carlotto, Sergio R. Villalba, José M. Zapata, Alberto Raimon y cabo Orestes Megaro.

Pilotos, prefectos Ernesto Gómez y Ernesto A. Vittorello; subprefectos Alberto A. Maratea, Raúl Novo y Jorge O. Etchetto. Oficial principal Eduardo Blanch Flower y oficiales auxiliares, Pedro Mele, Luis H. Berta, Ricardo A. Blanco y oficial de cuerpo técnico, Gisberto Cupo.

Personal civil: técnicos, Pablo A. Procopio y Rubén S. Meregone.

Los buques de la PNA cruzaron al archipiélago cuando ya había comenzado el bloqueo británico. Navegaron de noche, sin visibilidad, con silencio radial y una tempestad que levantaba olas de hasta siete metros. Con limitada autonomía llegaron a Puerto Argentino.



El “Islas Malvinas” fue el primero en entrar en combate en la Bahía de la Anunciación. Un Sea King lo ametralló. La nave recibió impactos en la superestructura. A pesar de una avería en una hélice y en la línea de eje que limitaba su capacidad propulsora al 50% -lo que no pudo subsanarse-, cumplió igualmente con el 100% de las misiones encomendadas. Finalizadas las operaciones, fue apresado por el enemigo.

Un día después del desembarco británico, el “Río Iguazú” trasladó dos cañones y dieciséis soldados del Ejército, desde Puerto Argentino a Puerto Darwin. Fue atacado por aviones Sea Harrier que destruyeron su timón, provocando vías de agua que inundaron su sala de máquinas.

El profesionalismo y el coraje quedaron evidenciados cuando uno de los aviones fue derribado y el guardacostas, pese a sus averías fue encallado en la costa, quedando a salvo carga y ocupantes. En el combate, perdieron la vida el artillero Julio Benítez y el teniente aviador inglés, Robert Batt.

El cabo post Morten Jorge E. López fue un voluntario asignado a la Prefectura de Puerto Argentino. Encontró la muerte embarcado en el buque “Isla de los Estados” hundido en Puerto Howard. De toda la tripulación, sólo dos hombres sobrevivieron.

Los ingleses reconocieron a la Prefectura como una fuerza independiente que intervino con personal y medios propios. En el libro Battles of the Falklands War el escritor británico Gordon Smith, destacó: “Argentine Coastguard or Prefectura Naval Argentina (PNA) – Separate from the Navy, the PNA operates its own aircraft and patrol vessels”….(El Servicio de Guardacostas argentino o Prefectura Naval Argentina, separado de la Armada operó sus propias aeronaves y barcos patrulleros).

Distinción “Operaciones en Malvinas”. A todo el personal que participó en acciones de contacto con el enemigo.



Condecoración “Campaña de Malvinas”, Del Congreso de la Nación. “Medalla al Esfuerzo y Abnegación” al Prefecto Aviador, Pedro Ernesto Gómez. “Medalla al Herido en Combate” al Oficial Principal Gabino O. González.

Cruz “La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate”. Cabo, J. Ibáñez (muerto en combate). “La Nación Argentina al Herido en Combate”, suboficial Juan J. Baccaro y cabos Antonio R. Grigolatto y Carlos A. Bengoechea. “La Nación Argentina al Muerto en Combate”, Cabo primero – Post Mortem- Julio O. Benítez y al cabo – Post Mortem- Jorge E. López.

“Operaciones en Combate”, guardacostas “Islas Malvinas”. “Honor al Valor en Combate”. Guardacostas “Río Iguazú”. “Operaciones en Combate”, aviones Short Skyvan SH7 PNA PA-50, SH7 PNA PA-54 y helicóptero Puma PNA PA-12.

La aviación de la Prefectura


Los pilotos tuvieron coraje, inteligencia y tenacidad para hacer frente a la abrumadora superioridad del enemigo.

En el conflicto del Atlántico Sur, el Departamento de Aviación de la PNA tomó parte en distintas misiones. El Skyvan es una aeronave del tipo stol, capacitada para operar en pistas poco preparadas y posee una rampa trasera que permite un mejor manejo de la carga.

Los Skyvan y el helicóptero Puma, jamás retornarían al Continente. Fueron noventa y cinco misiones de combate y sin bajas.

El “Informe Rattenbach” fue quizá el más severo análisis realizado sobre el accionar de cada una de las fuerzas argentinas intervinientes en la guerra, para la institución tuvo meritorios conceptos expresados en su informe final que en parte dice:

“Prefectura Naval Argentina”


701. Dada la situación imperante y tal como se fueron desarrollando los distintos acontecimientos, las unidades destacadas, cumplieron un sinnúmero de actividades, en las cuales quedó de manifiesto la acabada eficiencia y valor demostrado por sus dotaciones.

702. Las actividades más destacadas fueron:

  1. Burlar el bloqueo impuesto por los británicos, efectuados por los dos guardacostas en su travesía desde el continente hacia el archipiélago, el día 12 de abril.
  2. Rechazar ataque de dos aviones enemigos Sea Harrier por medio del GC-83 “RIO IGUAZU” el día 22 de mayo..
  3. Soportar, pese a la desproporción de armamento, otros ataques en los que sufrieron bajas de personal por acción del fuego enemigo.

Como se sabe, la Prefectura es una Fuerza de Seguridad y consecuentemente la formación y preparación de su personal así como el equipamiento de sus guardacostas y aviones está estructurado para actividades en tiempo de paz, por ejemplo, las aeronaves, tanto helicópteros como aviones carecían de armamento y tampoco contaban con sistemas de detección de aeronaves o misiles enemigos por lo que en todas sus operaciones se hallaban indefensos y a merced del más modesto armamento antiaéreo que pudiera emplear el enemigo en su contra. Los guardacostas por su parte solamente contaban con armamento de uso policial siendo su poder de fuego más significativo, el que le brindaba una ametralladora de escaso calibre.

Lo destacable y meritorio entonces es que esta Fuerza de Seguridad, tuvo que desempeñarse en un teatro de guerra y en operaciones de combate utilizando el escaso o nulo equipamiento defensivo y ofensivo con el que contaban, cumpliendo con las misiones asignadas con alta exposición de medios y personal en condiciones de casi total indefensión ante el ataque enemigo.

Tuvo, sin embargo, su honorable bautismo de fuego y tiene sus héroes que murieron defendiendo la patria.

Fuentes:


  • Revista “Guardacostas” (PNA). Libro, “Prefectura en Malvinas”, Buenos Aires 1997, Círculo de Suboficiales de la PNA.
  • Los Tigres del Mar – Jorge Muñoz, Editorial Cruz del Sur.
  • La actuación de la Prefectura Naval Argentina a la luz del Informe Rattenbach – Marcos Pablo Moloeznik, Escuela de Defensa Nacional.
  • Archivos y recortes periodísticos.

viernes, 30 de mayo de 2014

El ataque al GC Iguazú

El ataque al GC Iguazú

El enemigo efectuó reconocimiento ofensivo sobre el estrecho: una sección de Harrier (R. Frederiksen y M. Hale) del Hermes atacó, a las 08:23 hs, al guardacostas GC-83 Río Iguazú (Prefectura Naval Argentina), que transportaba dos obuses de 105 mm para Darwin. En este ataque falleció el Cabo Julio Benítez, alcanzado en el pecho por un proyectil, mientras se defendía del ataque con la ametralladora. Fueron heridos el Ayudante Vaccaro y el Cabo Bengoechea. También hubo heridos leves entre el personal de Ejército que transportaban. Según el comentario posterior del Capitán, Subprefecto Eduardo Olmedo, el Harrier pasó a través de la cortina de fuego de una de las piezas 12,70 y se retiró averiado, observándose una humareda densa que salía de la parte inferior del fuselaje. El "Río Iguazú" atracó en el seno Choiseul, descargó personal y material y luego, antes de ser abandonado, fue destruido por su tripulación.


Imagen: Oleo del Cap Res Ezequiel Martinez

jueves, 20 de febrero de 2014

El rescate del Oto Melara hundido


Malvinas: historia de un cañón rescatado del mar

Fue cerca de Darwin. Los ingleses hundieron un guardacostas que llevaba dos cañones. Pero dos oficiales volvieron para rescatar las piezas de uno, lo rearmaron y lo usaron en el final de la guerra.

No conocía el mar. Y aún hoy, veintiún años después, cuando recuerda la zambullida en las aguas heladas que rodean las islas, la memoria no le acerca el cuchillo glacial de las aguas, ni siquiera el otro filo, el del miedo, sino el olor inhóspito del yodo y el sabor urgente de la sal.
A las ocho y media de la mañana del 20 de mayo de 1982, en plena guerra, el flamante subteniente José Eduardo Navarro, un correntino de 21 años nacido en Monte Caseros, egresado del Colegio Militar apenas cinco meses antes de la guerra, que no imaginaba una inmensidad tal de agua que no fuese dulce, braceaba por su vida para alcanzar la franja de tierra gomosa de un islote cercano a Darwin. Viajaba en el guardacostas "Río Iguazú" de la Prefectura Naval, que había sido herido de muerte por dos aviones Harrier ingleses.


Suboficial Ibañez, de PNA, que derribó un Sea Harrier

-Nos habían ordenado llevar dos cañones Otto Melara a Darwin para dar apoyo a la fuerza de tareas que integraban el Regimiento de Infantería 12 y la Compañía C del Regimiento 25. Cuando fuimos a cargar los dos cañones en el guardacostas 'Río Iguazú' nos dimos cuenta de que no entraban. Junto a dos suboficiales y a los soldados de mi batería de tiro, tuvimos que desarmarlos y cargarlos por piezas en el buque. La partida, prevista para las doce de la noche, se demoró cuatro horas.
La demora fue fatal. El hoy teniente coronel Navarro, que entonces era oficial del Grupo de Artillería de Aerotransportado 4, recuerda que el capitán del guardacostas le anticipó la pesadilla con la fidelidad de un oráculo: demorarían ocho horas, navegarían buena parte del viaje de día; los ingleses disparaban contra todo lo que se movía de día.

 -A las nueve de la mañana sonó la alarma de ataque aéreo en el barco y diez minutos después hubo una explosión tremenda, se apagaron las luces y el puente de mando se llenó de humo. Dieron la orden de abandonar el barco y yo caminé hacia la proa, miré a mi alrededor y vi que la mayor parte de los hombres nadaban hacia la costa, que estaría a unos treinta metros. Lo otro que vi fue que uno de los Harrier volvía para hacer una segunda pasada y para ametrallar el buque a lo ancho: me tiré al agua con el resto de mis hombres y llegamos a tierra firme, que no era tan firme, era un islote de no más de tres mil metros de diámetro.

El "Río Iguazú" no había muerto sin pelear. Sus artilleros dispararon contra los Harrier. Uno de ellos murió al pie de su ametralladora y un maquinista apartó el cadáver de su camarada, empuñó el arma y derribó a uno de los dos aviones ingleses. En tierra, Navarro y sus hombres empezaban a creer en milagros.

-A mis soldados no les había pasado nada. Pero teníamos dos heridos graves de Prefectura. Uno de mis hombres, el soldado Roberto González, se me acercó para decirme que le dolía la garganta. Le miro el cuello y veo que tenía un agujero del que salía sangre. Intenté abrirle la campera pero no pude: una esquirla de cuatro centímetros había quedado frenada por el cierre metálico y apenas lo había lastimado: unos centímetros más... Cuando conté a mis hombres noté que faltaba uno. Era el soldado Rodolfo Sulín: se había tirado otra vez al agua, nadó hasta el buque, lanzó desde la parte superior dos balsas salvavidas, las cargó con alimentos, ropa seca y remedios y volvió al islote. Eso hizo que nuestra gente no muriera de frío.


Un helicóptero los rescató a las cinco de la tarde y los llevó a Darwin. Pero al día siguiente Navarro volvió al "Río Iguazú". No iba solo. Lo acompañó su camarada, el subteniente Juan José Gómez Centurión. Se habían propuesto un imposible: rescatar al menos uno de los cañones desarmados, llevarlo a Darwin, armarlo... y que funcionara. Había una dificultad y una ventaja: las piezas de artillería estaban semihundidas en la bodega del "Río Iguazú". Pero Gómez Centurión era buzo.

Nos pasamos todo el día en el agua. Gómez Centurión se sumergía y me alcanzaba las piezas que encontraba y que cargábamos en un bote. Cuando terminamos dijimos: 'Que Dios nos ayude' Un helicóptero nos recogió y nos llevó a Darwin. Cuando descubrimos que teníamos un Otto Melara completo no lo podíamos creer.

Cuando el ataque inglés a Darwin y a Pradera del Ganso, el cañón rescatado del mar y hasta las coheteras de los inutilizados aviones Pucará que fueron montadas en un tractor requisado, se usaron para re trasar el avance británico, hasta la rendición del 29 de mayo. Navarro fue prisionero y en un buque inglés se enteró de la rendición de Puerto Argentino, el 14 de junio. Fue devuelto a las islas, también prisionero, con un grupo de camaradas que se llamó a sí mismo "Los doce del patíbulo". Pero esa es otra historia.

Clarín