Mostrando entradas con la etiqueta Sapper Hill. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Sapper Hill. Mostrar todas las entradas

miércoles, 28 de diciembre de 2022

El valor de la artillería paracaidista en Sapper Hill

 “Vamos a morir juntos”: los artilleros que juraron no entregar el último cañón y combatieron hasta el final

En Sapper Hill, durante la batalla final, 22 artilleros al mando del subteniente Suárez, del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 de Córdoba, soportaron el terrible bombardeo inglés hasta quedarse sin municiones, dispuestos a no rendir su cañón ni la bandera argentina que los cobijaba: “Antes, los ingleses tenían que matarnos a todos”, dicen los héroes

Artillería argentina durante la guerra de las Malvinas en 1982

En el combate final, cuando ya la infantería argentina había retrocedido, un solo cañón Oto Melara de 105 milímetros, del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 de Córdoba, quedó en primera línea frente al infernal bombardeo inglés, ya que todos los demás obuses de esa unidad habían quedado inutilizados. A pesar de que sólo hacen falta seis hombres para servir a un cañón, alrededor de este último obús se agruparon veintidós artilleros, al mando del subteniente Juan Gabino Suárez, dispuestos a no rendir la última pieza.

La posición de Gabino, ubicada en Sapper Hill, al oeste de Puerto Argentino, estaba siendo cañoneada permanentemente, sus refugios volaban en pedazos y ardían.

Sin embargo los artilleros argentinos no cesaban de contestar. No importaba si el proyectil enemigo caía a escasos metros, nadie pensaba en su seguridad personal.

Los soldados Juan Carlos Ortiz y Julio Malanfant hacían fuego con puntería directa, mientras que el conscripto Armando Maidana seguía graduando la espoleta y cargando el obús. Otro conscripto, Walter Moyano, no paraba de alentar al jefe de la pieza: “Tirá, Mulita, tirá, la p... que los parió, que los estamos c... a bombazos!” Más de una vez los impactos dieron en el escudo del cañón, tras el cual se guarecían Ortiz y Malanfant. El subteniente Gabino Suárez, en cambio, no se protegió en ningún momento. Parado desafiante a un costado y delante de la última pieza, no se cubría, pese a los ruegos en tal sentido de sus soldados.

–¡Tiren, carajo, tiren! –rugía Gabino–. ¡Tiren, que estos no pasan, tiren!

–¡Resistiremos, mi subteniente! –le contesta el conscripto Walter Rubíes.

El Grupo de Artillería Aerotransportado 4, el día que partió desde Córdoba hacia Malvinas

En dos o tres oportunidades llegó un camión volcador y arrojó decenas de cajones de municiones cerca de la batería, sin cuidado alguno, como si fuera arena.

En la madrugada del 14 de junio los artilleros ven una figura con dos cilindros corriendo hacia ellos, sólo iluminada por las explosiones alrededor suyo. Era el suboficial Rubén Quiroga, trayendo el mate cocido con leche, caliente y dulce, que empezaron a tomar entre ráfaga y ráfaga.

A medida que se iban quedando fuera de servicio los cañones argentinos, los hombres de la pieza inutilizada pasaban a alguna que estuviese en funcionamiento. Casi llegado el amanecer, hubo una suerte de alto el fuego y los soldados Rubíes, Moyano, Viglione y Maidana se metieron en el refugio, que estaba prendiéndose fuego, pero igual se acostaron al estilo de los nobles romanos alrededor de un cajón de pasas de uvas y las comían, tranquilísimos.

De pronto, entra un capitán llorando y les dice que deben retroceder. Lo sacan vendiendo almanaques y salen del refugio. Ya había un grupo alrededor de lo que sería la gloriosa última pieza. El Negro Moyano le dice a Rubíes “Walter, andate, me quedo yo”. “No, Negro –le responde– si vivimos la guerra juntos, vamos a morir juntos”. El Negro lo agarra de un hombro: “Entonces vamos, Walter, a morir. Lástima… ¡Qué lindo hubiese sido ganar y desfilar por mi barrio!”. Ahí nomás Gabino le asignó una función a cada uno y ordenó que tiraran con todo lo que tenían.

El cañón habla sin descanso. El humo prueba su trabajo a destajo. El artillero abre la cámara para eyectar la cápsula servida; otros dos, alcanzan nueva munición; un cuarto, fija la posición de tiro y el último, simplemente muestra los efectos del bombazo tapándose los oídos (Foto: Eduardo Farré)

Veían a los ingleses a unos setecientos metros de distancia y avanzando dificultosamente. El soldado Maidana iba ajustando las espoletas para setecientos, seiscientos cincuenta, seiscientos metros y así sucesivamente. Cada proyectil tenía escrita la distancia de tiro. Apuntaban prácticamente “a ojo”. El enemigo tardó bastante en llegar hasta los cuatrocientos metros, donde debió detener su avance.

Aparece un teniente con una radio y se la pasa a Gabino. Desde el otro lado de la conexión un oficial le ruega: “Negro, rompé el cañón, porque de lo contrario no podemos replegarnos y nos van a matar a todos”. Pero el subteniente simula no haberlo oído, y le dice a quien trajo la radio, que va a aguantar hasta el final.

El cabo primero Carlos Dáttoli había cubierto el escudo del obús con la bandera argentina y desafiaba a los ingleses gritándoles todos los improperios imaginables. Los soldados argentinos se enardecían ante esta actitud y recobraban fuerzas.

En 1982, un oficial por radio le ordenó a Gabino Suárez: “Negro, rompé el cañón, porque de lo contrario no podemos replegarnos y nos van a matar a todos”. Pero el subteniente simula no haberlo oído, y le dice a quien trajo la radio, que va a aguantar hasta el final

Nos juramentamos que antes de que los ingleses se llevaran esa bandera, tenían que matarnos a todos –me relató Rubíes–. Y no se la llevaron. Se la llevó Dattoli escondida al continente. Esa bandera, cuando estábamos en las últimas y el obús largaba aceite por atrás, se cayó encima del bloque de cierre del cañón, como bendiciéndolo y dándole las gracias por lo que había hecho por ella. Y se manchó, en parte con aceite y en parte con turba malvinera. Hoy, esas manchas siguen embelleciendo nuestro manto sagrado, nuestra bandera”.

Al final, ya todos se turnaban para hacer fuego. Hasta el cabo cocinero Quiroga, quien acarreó munición, cargó el obús y disparó.

En medio de la lluvia de plomo, el soldado Félix Zapata prepara un café con leche para todos dentro de su casco: “Es mejor morir con el estómago caliente”, sonreía.

Se produce una pausa en el fuego y Gabino advierte que ya no quedaba nada, ni refugio, ni otros cañones disparando. Sólo podía ver a sus veintidós hombres y más allá, al enemigo.

Reanudaron el fuego los ingleses, con cañones, morteros, cohetes y fusiles; centenares de luces se acercaban a la posición.

En Malvinas, el cabo primero Carlos Dáttoli (remera negra)había cubierto el escudo del obús con la bandera argentina y desafiaba a los ingleses gritándoles todos los improperios imaginables con remera negra

Los hombres de Gabino cargaron el obús para disparar el último proyectil que les quedaba, pero este se atascó. El cabo primero Dattoli toma el baquetón y trata de destrabar el obús, pero no lo consigue. Entonces el cabo cocinero Quiroga comienza a pegarle al proyectil con todas sus fuerzas. Gabino le advierte: “Es peligroso, puede estallar”. Y Quiroga responde: “Total, ya estamos muertos”. Y continúa aporreando.

Sólo ahí, cuando la pieza quedó inservible, los artilleros comenzaron a replegarse. Sorteando explosiones, recorrieron los doscientos metros más largos de sus vidas.

Pero al llegar al lugar de reunión, faltaba un conscripto. El cabo primero Dattoli exclama: “Es mío”. Da media vuelta y regresa al mismísimo infierno, se lo ve corriendo entre los escombros, los estallidos y los disparos buscando a su soldado. También se escuchan las ráfagas del Grupo de Artillería 3, que sigue combatiendo. Pero mientras Dattoli lo busca bajo el fuego enemigo, el conscripto aparece por el lado sur, sano y salvo.

Negro Moyano con hijo Cristian

De pronto se hace un silencio total y pasa un jeep con una bandera blanca. El combate ha finalizado. En el campo del honor quedan los soldados Pizarro, Vallejos y Romero.

A cuarenta años del hecho, el conscripto Rubíes no puede evocarlo sin emocionarse profundamente: “El último tiro quedó en el obús, nuestra noble última pieza calló para siempre. Habíamos mirado por todos lados y no quedaba ni un proyectil de 105. Eso significaba muchísimo. Significaba que no nos rendimos, sino que agotamos las municiones. Nos replegamos hasta la casa verde, los ingleses nos tiraron con todo lo que tenían, la retirada fue tremenda. ¡Todavía fantaseábamos con que en algún momento aparecerían tropas para el contraataque! Lo que apareció en cambio fue una bandera blanca. Todo había terminado. Encontramos al resto de nuestros camaradas, nos miraban como a locos, todos embarrados, lastimados, llorando. ¡Y cómo llorábamos! Como llora el alma en silencio y sin lágrimas”.

El Negro Moyano le dice a Rubíes 8en la foto): “Walter, andate, me quedo yo”. “No, Negro –le responde– si vivimos la guerra juntos, vamos a morir juntos”

El soldado Rubíes es la personificación más acabada del mentís a esa figura estereotipada conocida como “el chico de la guerra”, tan sólo digno de lástima: “Yo soy clase 63 y sin embargo todo los de mi unidad éramos soldados hechos y derechos. Mi instrucción era la siguiente. Curso de paracaidismo militar, completo y aprobado, con calificaciones altas. Curso de artillería, completo y aprobado con las mismas calificaciones. Curso de infantería básico completo, aprobado. Dentro del curso de infantería llegamos a desarmar y armar el fusil con los ojos vendados, entre otras cosas. Con esta instrucción fuimos los ‘pibes’ de la clase 63 a Malvinas. Pudo haber excepciones, claro. Pero nosotros nos fuimos de la posición sólo porque ya no teníamos municiones, por eso dejamos de reventarlos a tiros a los ingleses. Además en mi unidad fuimos todos como voluntarios. Igual como yo iría hoy de nuevo, ¡por mi patria!”.

Juan Carlos "Mulita" Ortiz dice del subteniente Juan Gabino Suárez: Se paraba a la par del obús, y cuando le pedíamos que se corra y tome cubierta, no nos hacía caso. Es un padre para mí"

“El pueblo argentino debe despertar”, me dice Gabino, enfáticamente. “Y debe llamar las cosas por su nombre. Estos soldados son héroes, me consta. Yo los vi pelear y los vi morir. Estos son los mejores hijos de la Nación, fueron muy bravos y no hemos sabido reconocerlo”.

En sus soldados, el sentimiento es recíproco. “El subteniente Juan Gabino Suárez es para mi un padre, que nos guió hasta el último momento del combate, cuando no quedaba ningún oficial de alto rango, todos se habían replegado –me comenta el “Mulita” Ortiz–. Se paraba a la par del obús, y cuando le pedíamos que se corra y tome cubierta, no nos hacía caso. Respondía: ‘Vamos, carajo, que los tenemos’, como una forma de despreciar el peligro y honrar el combate. Le agradezco que hiciera de mí un soldado, instruyéndonos militar y mentalmente para pelear. Él me enseño los valores de la vida, tanto en la paz como en la guerra. No fue un militar del montón, creo que el general San Martín está orgulloso de él”.

Cuando después de la guerra el conscripto Rubíes fue licenciado, el cabo primero Dattoli le escribió en su boina: “Hermano de guerra, mi sangre es la tuya”. Esa hermandad subsiste en el grupo de artilleros de “la última pieza” al día de hoy.


domingo, 19 de septiembre de 2021

Robacio combate con su batallón a una brigada británica

El “Batallón del Infierno” que diezmó al enemigo inglés

Diario Prensa




GRANDES HEROES DE CUYO ACCIONAR EN MALVINAS POCO SE CONOCE:

El Batallón de Infantería de Marina 5, reforzado con 200 hombres del Ejército, pasó a ser una leyenda heroica por su extraordinario desempeño en la guerra de 1982. Esa unidad fue entrenada, formada y preparada para el combate por su jefe, el entonces Capitán de Fragata Carlos Robacio.

En nuestras Islas Malvinas, Carlos Hugo Robacio combatió al frente de sus hombres de una manera tan decidida que asombró al enemigo. The Sunday Times dijo: “No se rindieron ni se retiraron los argentinos en la montaña de Tumbledown, donde la Guardia Escocesa debió enfrentar la más violenta de todas las acciones. Allí se hallaba el Batallón de Infantes de Marina argentinos muy expertos y bien atrincherados que disparaban sin cesar y de una manera impresionante”.

Robacio y su BIM 5 no acataron la orden de rendición el 14 de junio de 1982. Siguieron combatiendo con furor hasta agotar la munición y luego en combate cuerpo a cuerpo con armas blancas. Entraron a Puerto Argentino en perfecta formación, armas al hombro y a paso de desfile. Los ingleses, asombrados por tanto derroche de coraje, se formaron para saludarlos militarmente y recibirlos con honores.
El testimonio de Robacio revela detalles que ponen la piel de gallina a cualquiera por el orgullo, la valentía y el coraje que demostraron nuestros soldados en la batalla de Tumbledown: “Tenía a mi mando 700 hombres del Batallón, y alrededor de 200 efectivos del Ejército, con los que luchamos en el momento más crítico y más feroz del ataque británico; pese a ello, se registró un grado increíblemente ínfimo de bajas: 30 muertos y 105 heridos. Como contrapartida, les provocamos al enemigo el más alto número de muertos: aunque no lo reconocen oficialmente, en la zona donde peleó el BIM 5 los británicos perdieron 359 hombres, ¿de dónde saco esa cifra? ellos mismos me la dijeron”.

“A las 3 de la madrugada del 14 de junio hicimos uno de los contraataques más intensos contra el enemigo, en Tumbledown, junto con la compañía de Ejército del Mayor Jaimet. Ellos son los que chocan con los famosos gurkhas. Los nuestros eran más o menos 150 hombres. Ellos eran entre 800 y 1.000. Allí concentré fuego de la artillería de Ejército . Según me contó luego el General inglés Wilson, de la Quinta Brigada –con quien conversé cuando estuve prisionero- allí sólo quedó un tercio en pie. Los barrimos. Aunque ahora lo niegue, fue así”.
En la fotografía, parte del glorioso “Batallón del Infierno”. Eran unos 150 hombres que se enfrentaron a alrededor de mil soldados británicos y ghurkas.

“Todo un regimiento de ellos chocaba contra 60 u 80 hombres míos, y los bajamos sin asco, y los paramos. Una de las preguntas que me hicieron fue por qué no había contraatacado, si les habíamos quebrado el ataque. Yo tenía a la Compañía Mar lista para el contraataque. Pero la realidad es que, cuando pudimos hacerlo, ya no teníamos munición. Por otra parte, había llegado la orden de repliegue. Sobre nuestras posiciones caían mil proyectiles de obuses por hora, además del bombardeo naval, más los aviones y los helicópteros. Era tremendo. Así y todo, podíamos haber contraatacado, de haber tenido un poco de munición. Pero no hubiera cambiado el curso de la batalla. La suerte estaba echada. Claro: los ingleses no sabían mi situación real. Esperaban el contraataque nuestro. Rezaban, me dijeron, para que no contraatacáramos. Pero ¿Con qué? Cuando les conté que nosotros éramos un batallón, no lo podían creer. También recuerdo que, en el momento de decidir el contraataque, llamo a los oficiales de mi Estado Mayor y les cuento mi plan. Tomo la carta y hago un esbozo de las órdenes. Ellos se miran entre sí. No dicen nada. Cumplen. Pero después del 14 de junio, a mí me había quedado una duda: ¿Por qué se miraron entre ellos? Un día se los pregunté. Me dijeron que pensaban que yo estaba loco. Entonces, una vez que pasaron las cosas y terminó, yo seguí preguntando: ¿Y ustedes que hubieran hecho, aun así? “Hubiéramos cumplido la orden. Punto”.

“Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La confianza. Pero quisiera destacar que en Malvinas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de nosotros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tenemos miedo, que no somos indios y que sus soldados no van a venir de picnic”.

Fuente: Reconocimiento de Tomás Bertotto.
Edición:
Noticias de: Ushuaia – Tolhuin – Río grande
y toda Tierra del Fuego.


sábado, 13 de junio de 2020

Noche del 13 de junio: "Saquen a esas ratas del pueblo y mándemelos al frente"

La noche del 13 de Junio

Sapucay de Malvinas




Hoy 13 de Junio por la Noche se desarrollaban tres Combates, comenzando con el BIM5 y su Compañía OBRA en Pony Pass quizas la única Batalla ganada por Argentina que obliga a los británicos a retirarse en una accion conjunta entre morteros del Batallón y la artillería del EA que fue excelente, ademas de los últimos campos minados colocados por los Ingenieros Anfibios en los que cayó el enemigo, Luego pocas horas mas Tarde llega Tumbledown donde comenzaremos a contar LA MENTIRA MAS GRANDE DE MALVINAS... allí en el Oeste del Monte Chocando de frente contra el enemigo solo combaten los 12 Hombres del Suboficial Castillo peleado con su jefe el teniente Vázquez y los hombres de diferentes unidades del EA que se replegaban y estaban bajo las órdenes del entonces Subteniente Silva, hablamos de un puñado de 40 hombres contra 3 Pelotones británicos



a los que rechazaron por 3 horas en el primer embate y los dejaron en el medio del campo regalados para que nuestra artillería o morteros los barran, pero el jefe estaba escondido en un pozo y se perdió una excelente oportunidad, alli solo quienes combatieron entregaron sus vidas y solo fueron los 4 hombres de Castillo y 5 del Subteniente Silva, mas tarde en el Sector Este del Monte de nuevo la lucha con los ingenieros anfibios intentando atacar enviados allí junto a los Bravos Hombres del RI 6 con un Subteniente como Jefe Don Esteban Vilgré muy a la altura de la situación, ejemplo en todo sentido para sus Soldados, los hicieron subir a la Cresta sin saber que pasaba allí casi de madrugada, los hombres del EA debían hacer un Bloqueo y los Ingenieros Avanzar con solo 21 hombres hacia el Oeste para rescatar a la 4º Sección que quedó atrapada,



pero nadie informó que dos compañías completas británicas estaban ya en el lugar, eran mas de 300 hombres contra no más de 60 de los nuestros, por suerte antes de avanzar el Teniente Miño de los Ingenieros Anfibios y el Subteniente Esteban Vilgré reconocieron el lugar y vieron a las dos Compañías británicas haciendo el recambio, una ya cumplía su misión que era la LF la otra llamada RF llegaba Fresca para seguir el avance, pero se toparon con una férrea resistencia donde 5 valientes hombres dejaron sus vidas, los británicos antes de avanzar tiraron sobre ellos mas de 50 cohetes LAW 66 , aun así se combatió hasta de día... pero el punto más importante era Wireless Ridge o la Continuación de Longdon pues si caía ese lugar el enemigo entraba al pueblo, en cambio si caía Tumbledown todavía quedaba la linea principal del BIM5 en Sapper Hill, hombres valientes a la altura de lo que es defender a la Patria mientras los Generales enviaban a las dos Compañías de Comandos la 601 y 602 lejos de la batalla al norte porque sabían que ellos no se rendirían, que hubiera pasado con los comandos peleando en el Frente? nadie lo sabe, pero si sabemos que en Longdon con inferioridad numérica nuestra gente dos veces casi obliga a retirarse a los británicos..de la misma forma con Comandos en el Oeste de Tumbledown ellos no pasaban ....los grandes como dije pensando y muriendo por la Patria,,,otros en Puerto Argentino planificando una rendición Honrosa y otro Hombre como Don Carlos Robacio jefe del BIM 5 sin querer ceder un metro pedía a los Gritos a los Generales que

"Saquen a esas ratas del pueblo y mándemelos al frente" 

en clara alusión a los miles de soldados que se concentraban en el pueblo ...el termino ratas puede sonar despectivo pero la culpa no es de ellos si no de los Jefes ademas viendo como unos morian en los montes otros se paseaban por el Pueblo que tenía todas sus luces encendidas ....todas

viernes, 2 de noviembre de 2018

Oscar Quinteros, el valiente cocinero voluntario del BIM 5

Historias de vida: El panadero del BIM5 que eligió ir a Malvinas

El Sureño




Caminando por el centro de Río Grande durante un franco. La foto está tomada en avenida San Martín casi Piedra Buena, donde había una concesionaria de Ford.
En Malvinas, donde integró la compañía de apoyo logístico
Oscar Quinteros es actualmente el presidente del Centro de Veteranos de Malvinas de Arroyo Seco, Santa Fe.

Oscar Quinteros es el presidente del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas de Arroyo Seco, Santa Fe. Estaba haciendo el servicio militar en el BIM 5 cuando se desató la guerra contra Inglaterra. Era uno de los panaderos del Batallón y no estaba obligado a ir a Malvinas, pero uno de sus compañeros, que no sabía leer ni escribir, insistió en que fuera para ayudarle con sus cartas. Y fue.

RIO GRANDE.- En agosto de 1981 Oscar Quinteros se subió al tren en la estación de Arroyo Seco donde nació, con destino a Buenos Aires, para incorporarse al servicio militar obligatorio en el Centro de Instrucción y Formación de Infantes de Marina (Cifim) que funcionaba en el Parque Pereyra Iraola. Allí conoció a Sergio Márquez, otro santafesino de Venado Tuerto. “Al poco tiempo de llegar nos dijeron que había que mandar cartas a nuestras familias y como Sergio no sabía leer ni escribir, me pidió que le escribiera a su mamá. Pero además me hizo escribirle a los tíos, a los primos, a las primas y a toda la familia”. Así fue como Oscar se convirtió en el redactor oficial de Sergio. “Lo ayudé durante los dos meses de instrucción y luego nos dieron destino. A mí me tocó Río Grande”.

Llegó al BIM 5 sin conocer el destino de su amigo y gracias a que tenía un oficio, se le asignó tarea en la panadería del establecimiento. “A los pocos días de estar ahí, me lo encuentro a Márquez, que estaba en la compañía mar y como era de esperarse, no zafé. Tenés que escribirme una carta, me dijo”.

Escribía sus cartas y las de Márquez tratando de ser optimista, buscando llevar alegría y tranquilidad a los padres, amigos y hermanos. “Cuando necesitaba que le escribiese, Márquez me mandaba los datos con algún compañero o se acercaba él. Yo escribía en papel de vía aérea, finito y suave. No sé cuántas habrán sido, pero fueron muchas”.

Oscar recuerda que con Sergio y otros compañeros salían a recorrer Río Grande durante los francos. No había mucho para hacer, casi siempre iban al Roca o al cine.

“Cuando llegó el momento de ir a Malvinas, Márquez estaba internado y me mandó a pedir que hablara con su jefe, porque su compañía se iba y él no se quería quedar. Conseguimos que le dieran el alta y entonces me preguntó si yo iba también “Le dije, Márquez, yo no tengo idea de nada. Siempre estuve acá en la panadería. Qué voy a hacer yo allá. Él me contestó: Y quién me va a escribir las cartas”.

Lo cierto es que Oscar sólo tenía los conocimientos y las prácticas del Cifim, pero así todo se decidió a ir. Le dijo a su jefe Juan Salvador Pellegrino, que no quería quedarse en el Batallón mientras sus compañeros se iban todos a la guerra e inmediatamente lo equiparon, preparó sus cosas y subió al avión con sus compañeros. Fue el 8 de abril.

“En Malvinas, con Márquez no nos cruzamos, pero él me ubicó y se las ingeniaba para mandar alguien para que le hiciera las cartas. Yo tenía un dedo quebrado de cavar piedras en el bunker, pero me arreglaba igual. Pertenecía a la compañía de apoyo logístico que se conocía como “Tacotaco” y mi grupo estaba con el Teniente Waldemar Aquino. Cerca nuestro estaban las 1270 del suboficial Enrique. Más atrás de nosotros estaba Galluci con los morteros”.

Como todos, no tenía mucha conciencia de lo que podía suceder, hasta que el 1° de mayo lo encontró fuera de su posición mientras el enemigo comenzó a desplegar toda su fuerza. “A Puerto Argentino volví una sola vez, que fuimos al apostadero naval a buscar carne. Caminando por los pasillos del muelle, escuchamos a los perros aullar y supimos que algo iba a pasar. Entonces escuchamos pasar los aviones ingleses. Después se escucharon las alarmas. Y entonces pasaron Harrier, baterías antiaéreas, defensas antiaéreas. Me dije, nunca más. Me quedo allá, en mi posición y comeré ovejas, acá al pueblo no vuelvo más. Solo regresé durante el repliegue”.

“Márquez estaba en la tercera sección de la compañía mar que estuvo muy complicada. Nosotros ya estábamos replegados en Sapper Hill y ellos seguían combatiendo. Le escribí mientras pude. Mi mamá me mostró una carta que yo le mandé los últimos días, donde le decía que esto no da para más, tal vez sea la última carta que reciban. Y esa parte estaba tachada con un fibrón negro porque nuestras cartas pasaban por una censura naval”.

No recuerda el día que volvió al continente, pero sí recuerda claramente lo que sentía. “Mi familia no sabía nada cuando me fui, se enteraron por carta, mientras estaba allá. Llegamos a Puerto Belgrano de madrugada, en medio de un clima desagradable, una tirantez en el trato como si fuéramos culpables de lo que pasó. Lo que yo escuché es que estábamos ahí para una revisación médica y que por la mañana volvíamos a Río Grande y así fue. No estaba Robacio, ni el segundo, ni algunos guardiamarinas que conocíamos mejor allá, que quedaron demorados. Nos dieron la baja, un pasaje y a casa, sin hablar. Llegamos a Buenos Aires, subimos a los trenes y en cada estación se bajaba alguno que nunca volvimos a ver”.

Entre las cosas que le devolvieron al regresar al BIM5, había infinidad de cartas, muchas de las cuales nunca leyó y hoy están guardadas en un tambor de plástico en el fondo de su casa. “Sólo conservo especialmente tres cartas encarpetadas que son de una escuela de Venado Tuerto de 7° grado”.

“Cuando llegué a mi casa, me impactó ver a mis padres tan avejentados y sufridos que sentí culpa por la decisión que había tomado de haberme ido, bancando a un amigo”.

Luego le cayó la ficha, se hizo miles de preguntas que no tenían respuesta. “En ese momento no había a quién recurrir, que te ayude a superar los males de la posguerra. Eso nos costó la pérdida de un montón de veteranos que se suicidaron. Supongo que se habrán hecho las mismas preguntas que yo. Nos hicieron a un lado, nos escondieron, nos hicieron responsables de algo que no hicimos. Yo lo superé con trabajo, tratando de mantener siempre la cabeza ocupada”.

Después de Malvinas trabajó en una acería y luego volvió a Tierra del Fuego buscando una oportunidad, aunque no tuvo suerte. Regresó a sus pagos y después de varios intentos en otros trabajos, consiguió el empleo que buscaba: desde 1993 a 2014 trabajó embarcado en buques pesqueros, actividad de la que se retiró por problemas de salud.

“Trabajábamos al norte o al este de Malvinas, siempre fuera de la zona común económica. Una vez tuvimos un accidente, pedimos ayuda y nos negaron la entrada a las islas. Tuvimos que acercarnos a las 200 y un helicóptero tuvo que buscar al marinero accidentado. “Se dio la oportunidad de ir alguna vez a Malvinas en una comitiva, pero no acepto ir con pasaporte”, afirma. En cuanto a la identificación de los soldados enterrados en Malvinas, opina que “eso ha dado un poco de paz a las familias. Me alegra por esos padres que pudieron arrodillarse en la tumba de sus hijos”.

Al regresar de la guerra, Oscar conoció a otros dos excombatientes de Arroyo Seco que pertenecían al BIM5 como él, Juan Martínez y Víctor Giménez. Ambos también retornaron al pueblo y aunque hoy no participan de las actividades del centro de veteranos, son parte de él.

Sergio Márquez también volvió a su pueblo y hoy en día está participando en uno de los dos centros de veteranos que hay en Venado Tuerto. Con Oscar se encontraron después de muchos años y se mantienen comunicados permanentemente, al igual que con otros veteranos de diversos lugares del país a través de whatsapp y facebook. También después de muchos años logró conocer personalmente a la principal destinataria de sus cartas: la madre de Sergio.

En su provincia, hay un proyecto para crear el “Archivo Oral de las memorias de Malvinas de Santa Fe” en el cual se recopilarán, mediante el registro de entrevistas audiovisuales, las historias y experiencias de los involucrados antes, durante y después del conflicto bélico de Malvinas. Por ello, todos los centros se están organizado para recoger los testimonios en cada localidad.

La otra mujer que esperaba sus cartas con devoción, es su madre, con quien tiene planeado viajar el año próximo a Río Grande para que conozca y poder participar juntos de la vigilia. “Es un deseo de los dos que espero poder cumplir”, expresa Oscar con una sonrisa.


VETERANOS DE GUERRA DE ARROYO SECO
Romanini Oscar Raúl
Reynaldo Díaz Eduardo
De Bernardo Alfredo
Romero Néstor Omar
Pereyra Juan Carlos
Sanabria Víctor Hugo
Zingoni Jorge Alberto
Jorge Cerino
Martínez Juan Antonio
Giménez Víctor Hugo
Quinteros Oscar Alfredo

sábado, 24 de febrero de 2018

Conscriptos: Ricardo Argentino Ramírez se va con su madre en Sapper Hill

Malvinas: "Mi mamá me está llamando y me quiero ir con ella", las últimas palabras del conscripto Ricardo Argentino Ramírez


En las islas, donde cumplió los 20 años, Ramírez estuvo al mando de seis compañeros


Federico Acosta Rainis || La Nación


Ricardo Argentino Ramírez, Soldado conscripto de la Armada



La historia de Ricardo Argentino Ramírez -conscripto de la Armada, clase 62, enviado a combatir a Malvinas - es una historia contada a destiempo.

Ricardo es uno de los 88 soldados que fueron identificados el año pasado en el cementerio argentino de Darwin, donde hay 121 tumbas que permanecían sin identificación. En los próximos meses, esos caídos en la guerra tendrán una placa con su nombre.

Su familia no supo que había ido a la guerra hasta que llegaron sus cartas desde el archipiélago; no supo de su muerte hasta un mes después, porque el reporte oficial lo daba como desaparecido; no tuvo foto alguna hasta que, tras años y años de revolver en publicaciones, su hermano menor Alberto lo encontró en la tapa de una revista.

"Estaba en una camilla junto a Quiroga, el enfermero que lo fue a atender, todo hinchado por una explosión -cuenta Alberto-. Durante mucho tiempo consulté en todos lados: veteranos de guerra, libros, revistas, filmaciones. Busqué centenares de datos para saber qué le había pasado".


Ramírez fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos Ramírez fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos

Ricardo nació en Quitilipi, Chaco, un 25 de mayo, y por eso le pusieron de segundo nombre Argentino. La suya era una familia de constructores y él quería seguir ese mismo camino. En 1969 se mudaron a Lanús. De "Ricky", Alberto recuerda sobre todo su buen humor, sus chistes y su pinta, que arrancaba suspiros entre las chicas del barrio: "'Tirá una para este lado', le decíamos. Andábamos siempre juntos; esa cofradía que solo existe entre hermanos. Todo quedó trunco ahí, en la guerra. Yo tengo 63 años y hasta hoy no puedo hablar del tema sin llorar: el dolor es todavía muy fuerte".

Aunque era un simple conscripto, Ricardo fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos. En las islas, donde cumplió los 20 años, estuvo al mando de seis compañeros. "Según me contó por carta su jefe, el suboficial Elvio Ángel Cuñé, Ricardo fue premiado por su carisma, su inteligencia y su proceder", explica Alberto. "Tu hermano cumplió con la bandera: juró morir por la patria y así lo hizo", le escribió Cuñé.

La noche del 13 de junio de 1982 nadie durmió en Malvinas. Bajo una fuerte nevada, los británicos iniciaron una serie de ataques para lograr la avanzada definitiva sobre Puerto Argentino. El combate más duro ocurrió en Monte Tumbledown, defendido por el Batallón de Infantería de Marina N°5, uno de los mejor preparados, que peleó hasta el final. Ricardo estaba encargado de disparar un mortero de 81 mm, con el que ocasionó numerosas bajas a la Guardia Escocesa y a los temibles gurkas.

Superadas en número por el enemigo y ya sin municiones, a media mañana del 14 las tropas argentinas recibieron la orden de repliegue. Durante la maniobra, a la altura del Cerro Zapador (Sapper Hill), un obús de gran tamaño cayó cerca del grupo al que pertenecía Ricardo. Los soldados quedaron aturdidos por la explosión y tardaron varios segundos en reincorporarse; todos menos Ricardo: las esquirlas y la onda expansiva lo habían herido de gravedad.

Uno de sus compañeros, el conscripto Sergio Pantano, quiso cargarlo en los hombros, pero el dragoneante se negó. "Dejame acá, me duele mucho -le dijo-. Mi mamá me está llamando y me quiero ir con ella". Su madre había fallecido seis meses antes. Esas fueron sus últimas palabras; ese fue también el último día de la guerra: unas horas después Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición ante el general Moore.

"Son cosas que te ponés a pensar -dice ahora Alberto-: nació un 25 de mayo y por esa ironía del destino murió por su patria veinte años después. De los 45 hombres que formaban parte de su grupo de morteros solo perdió la vida él".

Treinta y cinco años más tarde, siempre a destiempo, la familia finalmente pudo saber dónde estaba enterrado. También recuperó tres objetos que el soldado tenía entre sus ropas: una medallita con su nombre, un cortauñas y un recuerdo de Ushuaia, ciudad cercana a Río Grande, donde había hecho el servicio militar.

"Nos dieron todo en una bolsita cerrada al vacío que no se puede abrir porque si no las cosas se arruinan. Fue una emoción muy fuerte y en cierto modo también un alivio -cuenta Alberto y hace una breve pausa-. Mi papá, que murió unos años después, quería que Ricardo se quede ahí, porque eso es Argentina. Nosotros también: él regó con su sangre ese lugar y por eso también es suyo".

martes, 14 de junio de 2016

13 de Junio: Tumbledown

Tumbledown




El 13 de junio, la lucha no era ni naval ni aérea: era por tierra. El 2do Batallón de Guardias Escoceses asumió la misión de tomar el monte Tumbledown junto al Primer Batallón de Fusileros “Gurkas”, el cual no participó del combate ya que rodeó el monte en dirección a Sapper Hill como parte de la estrategia británica de rodear y capturar las alturas que circundan Puerto Argentino para obligar la capitulación.
En la noche del 13, los escoceses lanzaron el ataque sobre Tumbledown donde se toparon con una resistencia feroz y violentísima del Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5) conformado en un setenta y cinco por ciento por conscriptos. En total, eran 800 marinos y 200 del Ejército, entre estos últimos había hombres de los regimientos de Infantería 4 y Mecanizado 7 y de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10, que se habían replegado junto a los del Regimiento de Infantería Mecanizado 6 desde Monte Dos Hermanas.

A continuación, les compartimos un testimonio del coronel "VGM" Augusto Esteban Vilgré Lamadrid

Ejército Argentino

miércoles, 9 de marzo de 2016

Relatos británicos de la guerra (7): De Sapper Hill a Puerto Argentino

"Vamos a volver'
Richard Savill, de 56 años, se unió a la Guardia Galesa de la Asociación de la Prensa durante la recaptura de Stanley


Richard Savill, reportero de The Telegraph, en las islas Malvinas 1982 mientras trabajaba para PA. 17 Feb 2012 Foto: SWNS.com

The Telegraph

El fin de los combates llegó de repente. Yo acompañaba al batallón de la Guardia Galesa informando sobre como se eliminaba la última resistencia enemiga en Sapper Hill, una elevación dominante Stanley. La Guardia Galesa habían perdido 32 hombres con el Sir Galahad; habían recibido el encargo de actuar como refuerzos para el ataque final sobre Stanley.
Pasamos siete horas cruzando un campo de minas en una oscura noche fría, y fuimos objeto de pesados bombardeos argentinos. Durante una pausa, el oficial al mando del regimiento, el teniente coronel Johnny Rickett, se acordó que deberían haber estado en Horse Guards Parade en su totalidad uniforme de gala, celebrando el cumpleaños oficial de la reina: "Acabamos sintonizando el Servicio Mundial (de la BBC) y los oímos marchar por el centro comercial," dijo, con tristeza. Los guardias fueron ordenados de sacar al enemigo en Sapper Hill, pero a medida que avanzaban encontraron la posición abandonada. Habíamos avanzado con nerviosismo, escudriñando el horizonte en busca de enemigos. Luego llegó el anuncio de que la resistencia argentina se había derrumbado. Marchamos a la cima del Sapper Hill pasando por trincheras enemigas abandonados. Una botella de whisky se pasa alrededor y miramos hacia abajo en las casas verdes y rojos con techo en Stanley por primera vez. Era mucho más pequeña de lo que habíamos imaginado.
Retiramos nuestra camuflaje y pusimos en marcha provisionalmente, a la espera de un posible ataque de francotirador en cualquier momento. Los soldados argentinos se sentaron en las trincheras apuntando con sus armas. Nos saludamos con la mano, pero no hubo respuesta. A medida que nos acercamos a la ciudad dos conscriptos argentinos no armados se acercaron a nosotros y nos dieron la mano. Los oficiales nos esperaron en el campo de fútbol para cumplir con el equipo negociador británico parecían darnos la bienvenida. Sin embargo, un importante desafiante advirtió: "Vamos a volver. Con el debido respeto a todo el mundo en Gran Bretaña, creemos que son nuestras islas ".

domingo, 14 de junio de 2015

Los combates del 13 de Junio

13 DE JUNIO :



No será hasta la noche del 13 que el 2 PARA y el Segundo Batallón de la Guardia Escocesa tomen Wireless Ridge y el monte Tumbledown tras intensos combates contra el Batallón de Infantería de Marina 5 y el Regimiento 7 de Infantería y la Compañía A del Regimiento 3 que la apoyaba.

El asalto británico se demoraba ante la desesperada y enérgica resistencia.
Las tres compañías del Batallón de Infantería de Marina 5, sus 700 hombres a órdenes del capitán de fragata Carlos Hugo Robacio ahora esperaban luchar contra el invasor en la zona de monte monte Tumbledown yWilliam y la colina Sapper.

Mientras los esperaban con ansiedad creciente, el mayor Aldo Rico montó emboscadas para proteger el perímetro y envió a varios comandos a instalar una emboscada frente al monte William.

Un infernal diluvio de acero se abatió sobre las Compañías A y C del Regimiento 7 que sería la unidad con más bajas de la guerra:
36 muertos y 152 heridos.
En este bombardeo se destaca el Capitán Guillermo Grau del Regimiento 7, que con un Land Rover se mueve a través de las zonas batidas, evacuando heridos.

La batalla y el fuego inmediato proveniente de Wireless Ridge al amanecer que siguió duró doce horas y había sido costosa para los británicos. 3 PARA perdió diecisiete muertos durante la batalla, un ingeniero real agregado al 3 PARA, también fue muerto.
Dos de los paracaidistas muertos -los soldados rasos Ian Scrivens y Jason Burt- solo tenían diecisiete años, y el soldado raso Neil Grose fue muerto unas pocas horas después de cumplir 18 años.
Un total de cuarenta paracaidistas británicos resultaron heridos durante la batalla. Otros cuatro paracaidistas y un inginiero real (REME) murieron y siete paracaidistas resultaron heridos en el bombardeo de dos días que siguieron y que fue dirigido por el Teniente de Navio Marcelo de Marco del Batallón de Infantería de Marina Nº 5 en la montaña de Tumbledown.

Los argentinos sufrieron 31 muertos y 120 heridos, con cincuenta también siendo tomados prisioneros. Entre los heridos sobrevivientes estaban inicialmente los soldados conscriptos Ramón Quintana y Manuel Gramisci.

Monte Tumbledown :

En el Monte Tumbledown la Guardia Escocesa ejecuto un ataque frontal.
Pese a sufrir bajas, logra posibilitar que otras fuerzas de Gurkha rodeen la posición defendida por la Compañía Nacar del BIM 5 (comandados por el teniente de navío Eduardo Villarraza) por el norte. Efectivos menores son destacados para silenciar los nidos de ametralladoras enemigas, trabándose en combate con el oponente.
La Batería de Artillería y Morteros de los infantes de marina (a requerimiento del Teniente Vázquez) bate en varias ocasiones la Compañía Nacar, con material 81, 106 ó 155 mm según los casos.
El combate fue extremadamente violento.

EL ASALTO FINAL ESCOCÉS :


El asalto final en el sector Tumbledown esta a cargo de los pelotones de los tenientes Dalrymple, Mathewson y Lawrence.

Mientras tanto los Gurkhas se preparaban para asaltar el Monte William y ya habían conquistado algunos pozos de la Compañía Nacar.
Un peloton de infantes de marina estaban atrapado entre los montes Tumbledown y William por el avance nepalés sin escapatoria.
Al advertir la situación, fue empleado el resto de la Compañía B del Regimiento 6 con el Jefe de compañía a la cabeza.

A las 1000 horas se ejecuta un ordenado repliegue:
primero, hacia Sapper Hill (colina Zapador), y luego,
hacia Puerto Argentino.

Se replegaron ordenadamente a la posición defensiva en la colina que reforzaron con ametralladoras.
Allí los infantes de marina ocuparon posiciones defensivas,
incluidos los ingenieros anfibios.

Fue el propio capitán Robacio quien luego buscó y reconoció los muertos del BIM 5 en monte Tumbledown que había sido muy batido por la artillería británica.

EN EL CONTINENTE ...:


Esa noche hubo una gran manifestación en Buenos Aires exigiendo la no rendición; "..no es posible inflamar a una sociedad como lo hizo la Junta y luego pretender que no reaccione..." , se diría por esas horas .

Galtieri ha prohibido a Menéndez que se rinda , en caso de hacerlo que no firmara nada sin su consentimiento .

Desde el continente, la maltrecha Fuerza Aérea Argentina aún intenta asestar sus postreros golpes.

Hay un último plan peruano de paz en marcha.

ÚLTIMO CONTRATAQUE :


Antes de que amaneciera, el sol clareaba tarde en el casi invierno malvinense, el mayor Carlos Eduardo del Valle Carrizo Salvadores con algo menos de una compañía realizaron el último contraataque contra los británicos.
Los soldados Horacio Cañeque y Santiago Gauto describen en "Así peleamos"- Malvinas (Fundación Soldados) y Los Dos Lados Del Infierno (Planeta) lo que sucedió e indican que el Mayor junto a los soldados del grupo táctico que lo acompañaban mediante el grito :

- ¡Esos que tienen pelotas, síganme!

....se lanzaron al asalto de las últimas posiciones argentinas capturadas en La Cresta del Telégrafo.
Pero no tuvieron suerte. Los paracaidistas británicos ya habían conquistado La cresta , y la niebla se había levantado.

"LA CAIDA DE MONTE DESTARTALADO "


Una columna de 1.000 britànicos y treinta vehículos livianos de apoyo (tipo Scorpion y Land Rover), avanzaba por la península de Freycinet con dirección sur.

A las 09:00 horas habían conquistado los objetivos de Tumbledown y Wireless Ridge.

La artillería (GA 3 y GA Aerot 4) tiró, en forma casi ininterrumpida, sobre las posiciones enemigas en North Basin, Monte Longdon y Drunken Rocks; también apoyaron el combate del BIM 5 y R 17. Desde sus posiciones, los artilleros vieron el repliegue de parte de la infantería que se retiraba de la primera línea.

El enemigo empleó con éxito la bomba Paveway (láser guiada), que había intentado operar el día anterior y había fallado. Ahora disponía de un ECA láser, operando desde tierra para la iluminación del blanco. Atacaron un puesto de control de infantería Argentina en las laderas de Monte Longdon. El ECA era el Mj Mike Howles. El procedimiento aéreo fue lanzamiento por "toss-bombing". No hubo impacto directo en el primer ataque, pero sí lo hubo en el segundo intento. Durante la tarde se efectuó un ataque sobre Moody Brook, posición de artillería argentina.

Un Hercules abortó un primer intento de aterrizaje, tocó tierra en un segundo intento, a las 19:10 hs. Se bajó un cañón Citefa 155mm y munición. Se ordenó embarcar. Entre el pasaje viajaban los integrantes de la ROA que habías sido desactivada el día anterior y los efectivos reemplazados de la batería. Una alarma roja obligó a suspender la operación, cortar motor y buscar refugio. A las 20:00, se ordenó nuevamente el embarque, dando prioridad a los heridos en camilla; se vieron bengalas en la aldea; el teniente Reyes, el CP Cardoso y el C Albornoz no pudieron embarcar. Este fue el último cruce del conflicto.

El jefe de escuadrón comentó: - ya no hay como pararlos, tienen mejores medios a su disposición, mientras el duelo de artillería continuaba. Estaba fallando el abastecimiento de agua debido a la rotura de las cañerías. El Ejército se replegaba; el enemigo estaba a 3,5 Km de los límites de la aldea; las avanzadas se hallaban a la altura del ex-cuartel de los Royal Marines en Moody Brook.

ATAQUE DE LA FAA AL PUESTO COMANDO DE EL GRAL. JEREMY MOORE :


Cuatro A-4B Skyhawk, indicativo "Nene", armados con tres bombas BRP. Misión: tropas Monte Dos Hermanas. Tripulación: (1) Capitán Antonio Zelaya, (C-230); (2) Teniente Omar Gelardi, (C-227); (3) Teniente Luis Cervera, (C-212); (4) Alférez Guillermo Dellepiane, (C-221). Despegaron de San Julián, a las 10:35. En el reabastecimiento, regresó el guía por absorción de combustible en la turbina. Los "Nene" quedaron a cargo del Nº 3, Teniente Cervera.

Partieron hacia el objetivo material, donde llegaron detrás de los "Chispa". Atacaron casi en línea con dicha escuadrilla, de Norte a Sur, observaron su lanzamiento y efectuaron el propio. Divisaron tropas y helicópteros que transportaban módulos de gran tamaño, color verde oscuro (puestos de comandos), a los que dirigieron su armamento (bombas).

En el escape rasante, el Alférez Dellepiane vio un Sea King, a su izquierda y arriba; lo atacó pero sólo salió un disparo. Increíblemente, éste único disparo le pegó a una de las palas del Sea King que debió aterrizar de emergencia y esperar su recuperación al día siguiente. Con rumbo 330º/340º, Dellepiane vio otro helicóptero, hizo rearme pero los cañones siguieron sin funcionar.

Cervera, por su parte, luego del lanzamiento, también atacó con cañones (a él si le funcionaron), a helicópteros en tierra y en vuelo. Se produjeron impactos.

Salieron por derecha, al tiempo que recibían información de Malvinas de patrullas aéreas de combate al Norte de San Carlos, nivel de vuelo 180, y otra, en Fitz Roy.

Cuatro A-4B Skyhawk, indicativo "Chispa", armados con tres bombas BRP. Misión: tropas en el Monte Dos Hermanas. Tripulación: (1) Capitán Carlos Varela, (C-222); (2) Teniente Mario Roca, (C-250); (3) Teniente Sergio Mayor, (C-235); Alférez Marcelo Moroni, (C-237). Despegaron de San Julián a las 10:41. Navegación y reabastecimiento normal.

Llegaron al objetivo antes que los "Nene", éstos los siguieron a muy poca distancia. Atacaron módulos (en los cuales estaban los generales J. Moore y J. Thompson y su Estado Mayor), al Norte del Cordón Rivadavia, próximo a Monte Dos Hermanas.

El Nº 2 observó la explosión de las bombas del guía. Vieron helicópteros y tropas en tierra. Al salir, divisaron y atacaron a dos Sea King, al parecer sin daños. En la salida avistaron dos misiles dirigidos al guía, quién los evadió. Ya al Norte del estrecho, advirtieron la misma fragata que localizara "Nene". Fueron informados por el Centro de Información y Control Malvinas de las patrullas aéreas de combate existentes.

ÙLTIMO ATAQUE DE LA FAA EN LA GUERRA DE MALVINAS :


Los últimos ataques de la Fuerza Aérea Sur :

Con el objeto de apoyar a la defensa terrestre de Puerto Argentino la FAS, en coordinación con el CIC Malvinas, ordenó a una sección de Canberra con escolta de Mirage III el que sería el último ataque de la guerra. Fue una operación impecablemente planificada, supervisada por los organismos del sistema de control aerotáctico y ejecutada con todo arrojo por los tripulantes. Como postrer muestra de entrega a la patria, el capitán Fernando Casado murió heroicamente en combate en esta misión.

Dos Canberra MK-62, indicativo "Baco", armados con cinco bombas MK-17 de 1.000 lbs c/u con espoleta SSQ. Misión: Bombardeo horizontal sobre Port Harriet House (51º 39' S / 58º 08' O). Tripulación: (1) Capitán Roberto Pastrán, Capitán Fernando Casado. (2) primer teniente Roberto Rivollier, primer teniente Jorge Annino. Despegaron de Río Gallegos a las 21:30.

En la corrida final (de sur a norte), el 1 se desvió un poco al este, el 2 lo perdió de vista. Lo sobrepasó y llegó antes al objetivo material, que confirmó con su Doppler y las indicaciones del radar Malvinas. Lanzó las bombas y viró a la izquierda, confirmando la explosión de las mismas.

Hasta ese instante no existía fuego antiaéreo, pero inmediatamente después se inició una intensa reacción. Fue en ese momento cuando el 1 sobrevolaba el objetivo material y efectuó su lanzamiento; a los pocos segundos fue alcanzado por un misil que le destruyó parte del avión y entró en tirabuzón chato.

El piloto Capitán Pastrán logró eyectarse, no así el navegador Capitán Casado que cayó y se estrelló. El Capitán Pastrán cayó en el mar, próximo a la costa, infló su bote, desembarcó y fue hecho prisionero.

El 2 evadió el intenso fuego antiaéreo con bengalas señuelos y Chaff mientras escapaba hacia el oeste. Vio los resplandores del intenso cañoneo en Puerto Argentino. Apreció que el fuego antiaéreo provenía de buques en Fitz Roy. Malvinas le informó que era perseguido por una PAC (70 MN al este que luego se alejó a 85 MN).

Las bombas cayeron, otra vez, muy próximas al puesto de control de los generales británicos.

El "Baco 2" arribó a Río Gallegos a las 00:05 del día 14 de junio.

martes, 19 de mayo de 2015

Malvinas: El GA Parac 4 en Sapper Hill


Sapper Hill. El relato de un integrante del Grupo de Artillería Aerotransportado Nº 4. 

 

Hoy tan lejos en el tiempo y tan cerca en mi corazón, debo reconocer cuando fue mi bautismo de fuego, se que fue el 11 de junio, pero no se a que hora, creo que fue de noche, ya que al ser apuntador izquierdo, me costó encontrar la luz roja para ajustar la deriva de tiro, pero cuando el obús estuvo apuntado, esos segundos que pasan desde que la munición esta dentro del cañón hasta que dan la orden de fuego, son eternos, cuando yo bajara el percutor y la explosión me dijera con su bravo ruido que era artillero, mi vida cambiaría para siempre! 

Cuando el cabo Sánchez dijo fuego! y el proyectil salió, el nos dijo: - Siéntanse dichosos, ¡¡son artilleros!! Todos al unísono gritamos: - ¡Viva la patria! 

Fue un momento inolvidable, ¡único! fue algo hermoso, sentirme artillero y haberme recibido luchando por mi patria, hacia que fuera todo mas especial, pero lo importante, era e iba a ser por todo el resto de mi vida, artillero. 

Fueron días muy extensos, casi no había descanso, las piezas tiraban día y noche sobrecargando la cadencia de tiro recomendada para el obús Oto Melara, eso hacía que llegado el 13 de junio, empezaran a quedar algunas piezas fuera de servicio, se agotaba el material. 



En la bruma de los horarios recuerdo que en un momento, hubo una falsa orden de repliegue, en ese fallido, cuando estábamos reunidos una bomba enemiga cayó cerca de la reunión y hubo heridos, el cabo Aguirre y el soldado Hernandorena, pero en ese momento recibimos la orden de que debíamos volver a las piezas inmediatamente, cosa que hicimos, y seguimos tirando, y nos seguían tirando permanentemente, fue en esos momentos, que se agigantó la figura de un cabo fuera de lo común, el cabo Quiroga, fue el comienzo de un comportamiento extraordinario de alguien que fue más allá de su función, nos daba fuerza, verlo venir con los cilindros de mate cocido con lec
he endulzado en medio del bombardeo enemigo para darnos, a nosotros los de las piezas, ese liquido caliente que nos daba fuerzas. 

En la vorágine del combate, varias veces nos metimos en los refugios más cercanos a las piezas que estaban en funcionamiento. 

Cuando salimos del refugio, y fuimos a buscar la pieza que quedaba en pié, éramos el negro Moyano y yo de la sexta pieza, cuando nos acercamos a esa pieza el negro me dijo: - Walter, andáte, yo me quedo, vos salváte. 

Yo le dije que no, que nos quedábamos los dos, si estuvimos en la guerra juntos, o nos salvábamos los dos o moríamos juntos, pero nunca lo iba a dejar solo, así que fuimos a esa pieza, donde se contaban sólo 20 hombres más nosotros. 

Tuvimos la suerte, Dios mediante, que esa pieza estaba comandada por alguien que me enseñó todo lo que sabía sobre la guerra, era y es, el tipo que me dio el ejemplo que aún hoy me sirve para manejarme en la vida, me enseñó, de lealtad, de patriotismo, de eso que dijo Jesús alguna vez “no hay sacrificio más grande que dar la vida por un amigo” 

Ese señor, a mi criterio, un grande, un señor que debería tener el pecho lleno de medallas, fue, es y va a ser por siempre mi jefe, era el subteniente Gabino Suarez. 

Eramos solo 22, y en un minuto el subteniente Suarez organizó la resistencia, uno a apuntar otros a cargar municiones, otros a prepararlas y cada uno de nosotros con una función específica. 

Me es muy difícil recordar esos momentos y no emocionarme, porque nunca fui testigo de tanta valentía, tanta decisión, de decir, ¡por acá no pasaran!, aún hoy lo recuerdo al subteniente Suarez a los gritos al lado del cañón dándonos fuerzas, con su ejemplo, mientras nosotros hacíamos lo que debíamos hacer. 

En mi caso, en un momento iba a traer municiones del montón que estaba a un costado de la posición, cerca del camino, cuando llegábamos a la pieza, en medio del bombardeo inglés, que nos tiraban con todo lo que tenían, teníamos un hacha con el que abríamos los cajones y los tubos en donde venían los proyectiles, de última, los cajones los tirábamos contra una piedra y se despedazaban, también cuando algunos seguían trayendo munición, yo cargaba el obús, todos hacíamos de todo, y todo esto en medio del bombardeo inglés. 

Una de las cosas que mas orgullo me da, es que durante todo este período nadie se protegió en los refugios, seguíamos trayendo, preparando y cargando la pieza, en esos momentos el enemigo estaba muy cerca, mas o menos a 600 metros, por lo cual a las vainas debíamos sacarles seis de los siete sacos de pólvora para poder hacer puntería directa sobre las tropas enemigas, lo recuerdo al soldado Maidana trabajando sobre las espoletas de tiempo, a las órdenes de los suboficiales, estos proyectiles son los que hicieron un daño terrible a los británicos, y nosotros veíamos que hacíamos daño. 

No tengo ni idea si pasaron horas o minutos, pero fue muy intenso, era todo un movimiento, coordinado por el subteniente Suarez. recuerdo con mucho respeto al cabo 1º Dattoli, otro grande, dándonos fuerzas y cuidando a cada uno de los soldados. 

Había mucha actividad en esos metros cuadrados de la pieza, era una locura, teníamos que patear las vainas servidas para no chocarnos con ellas, ya que eran tantas que casi no había lugar para moverse, el ruido que hacia nuestro obús era hueco, y no había una explosión fuerte, pero cada uno de los proyectiles tenía un gran poder de destrucción, además iba con toda la bronca y las ganas de que no pasen, estábamos dispuestos a dejar la vida, pensando que no pasarían si quedaba uno de nosotros vivo y tuviera algo para tirar. 



A medida que tirábamos, y las municiones iban mermando, sabíamos que el final se acercaba, pero nunca nos iríamos mientras nos quedara algo para tirar. Sabíamos inconscientemente que era inútil, estaba perdiéndose la batalla, ya que con solamente mirar al frente veíamos que nos superaban por mucho en la cantidad de personal. 

Hay cosas que uno entiende con el tiempo, (o no le encuentra explicación), que era lo que hacía que estos 22 locos estuvieran en ese momento y en ese lugar combatiendo, en inferioridad absoluta, tirando, y con la convicción de no irse pasara lo que pasara, los detalles se van perdiendo con el tiempo, pero las sensaciones son las mismas, el olor a pólvora, los ruidos, los silencios momentáneos, muchas cosas que pasaron en esos momentos se asocian hoy con los olores, y cuando recuerdo esos momentos se viene a mi mente el olor a la pólvora cuando tirábamos. 

Sólo el que estuvo en ese lugar en esos momentos sabe cuán hombres eran todos, no se puede entender de otra manera, que un tipo como el petiso Heredia, que creo que pesaba menos que una caja de municiones, pudiera traerla, corriendo desde el lugar en donde estaban hasta la pieza, o ver a salas, abriendo las cajas contra las piedras, sin importarle que pasara, sólo pensábamos en tirarle y hacerlos mierda. 

Después de 24 años alguien me dijo que lo que hicimos esas últimas horas salvo a miles de hermanos de la muerte. 

Y llego el último proyectil, que no fue lanzado, porque por esperar unos minutos quedo trabado en el tubo del obús, y supimos, con tristeza y dolor, que eso era lo último que podíamos hacer. habíamos agotado las municiones. 

Aún hoy recuerdo la cara de mis hermanos, la resignación y la bronca nos llenaba el corazón de argentinos bien nacidos, y alguien dijo: - bueno, hicimos todo, ¡repleguemos! 

Esos 200 metros que había entre la pieza y el puesto comando fueron un infierno. Nos tiraron con todo, ninguno de nosotros pensábamos que saldríamos con vida de ese repliegue. pero salimos. En un momento quedamos cuerpo a tierra cara a cara con el negro Moyano, y después de mucho tiempo, nos reímos, y él me dijo algo así como: - “la puta, no nos vamos a morir ahora, ¿no? tenemos que ir a comer pizza a mi casa” 



También en esos momentos se escuchaban los gritos de los jefes, nos guiaron de a poco hasta el puesto comando, cuando llegamos ahí, el cabo 1º Dattoli contó a todos y faltaba uno. El loco, volvió al refugio a ver si estaba, esto en medio de un terrible bombardeo. Pero el soldado, que no recuerdo quien era, estaba con nosotros. Volvió con la bandera del grupo con él. Hoy esa bandera está en el museo del grupo de artillería, hoy el cabo 1º Dattoli está sin ser reconocido. 

Y tomamos la decisión de volver al pueblo. 

Los metros que recorrimos hasta el pueblo me sirvieron para entender que lo que habíamos hecho era inolvidable, y cuando miraba a mis jefes, los subtenientes Suarez y Pucheta, el sargento Squaglia, el cabo 1º Dattoli, el cabo Sánchez, esos que alguna vez puteé con ganas, eran unos gigantes, que jamás serían vencidos, porque nos dieron la mejor instrucción que un militar de carrera le podía dar a un conscripto, eso nos salvó, además estuvimos juntos hasta lo último, y eso no tiene precio, ese hecho nos hermanó para siempre, hoy están en mi mente, las lágrimas de muchos de ellos, la desazón de todos, el cansancio. 

El camino hacia el pueblo era una total desolación, nadie por ningún lado, el silencio era absoluto, se escuchaban los pasos nuestros al golpear los borceguíes en el asfalto mojado, sólo se veía humo en algunos lados, (luego me entere de que no fue así lo del silencio, ya que ellos destruyeron el lugar en donde estuvo el GA4 totalmente, así que el silencio solo es una sensación que yo tuve). 

Además de los suboficiales y oficiales, estábamos los conscriptos, mis hermanos de la clase 62 y 63, con algunos de ellos compartimos desde la incorporación en el distrito militar la plata hasta ese momento, con otros fueron los días de la guerra, pero ese camino recorrido fue algo que nos amalgamaría para siempre, ellos son distintos, son especiales, me doy cuenta cuando nos vemos en la actualidad, como dice Saint Exupery: “Sólo se ve con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, por eso la unión entre nosotros es invisible a los ojos, está en nuestros corazones. para mí fue un gran honor haber combatido junto a ellos. me siento honrado de haber formado parte de ese grupo. Fue un honor. 
Al llegar a la parte céntrica del pueblo, estaba el teniente coronel Quevedo parado sobre una pequeña altura de tierra mirando hacia el lado desde donde veníamos, solo nos vio cuando estábamos casi en frente de él, según su cara se sorprendió enormemente, el subteniente Suarez se abrazó a él y hablaron un rato. 



Luego vino todo lo que nosotros sabemos, la vuelta a casa. Y el silencio durante muchos años. 

Nunca terminaré de agradecer a todos y cada uno de los integrantes del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, por haberme permitido luchar junto a ellos. 
 

Agradezco muy especialmente a mi querido jefe, Juan Gabino Suarez y a todos los que de una manera u otra me dieron una instrucción excelente. 

Señores, ¡fue un gran honor! 

¡VIVA LA PATRIA! 

“Combatimos con Honor y Volveremos" 


Oscar Walter Rubies
G.A. Aerot 4 - Bateria de Tiro “C” - 5º Pieza.
 

Fuente: HECHOS DE MALVINAS - Editado por Hernán Favier