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jueves, 2 de febrero de 2023

Libros sobre la guerra desde Argentina

 

Guerra de Malvinas, crisis del 2001 y una nueva literatura: tragedias vistas con otros ojos

“La limpieza” de Carlos Godoy y “Allá, arriba, la ciudad” de Ramón Tarruella, dos novelas modelo 2022, proponen nuevas perspectivas sobre hechos conmocionantes de la reciente historia argentina

Carlos Godoy (Foto: Jaime Alonso) y Ramón D. Tarruella (Foto: Alejandra López)

Durante siglos, el infierno fue un de lugar en llamas. En el Evangelio de Mateo, escrito en el siglo I según eruditos, la referencia al fuego es recurrente; también en el Apocalipsis de San Juan. Durante toda la Edad Media existió la creencia de que los pecadores se quemarán en el infierno, “arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre”. En el siglo XIV, Dante Alighieri revirtió el símbolo bíblico cuando escribió el Infierno de su Divina Comedia. Ahí, en esos cantos de tercetos encadenados, el averno ya no es un lugar abrasador; por el contrario, está congelado. En la ficción, Dante ve seres “helados”, “pecadores en el hielo”, algunos “sin orejas por el frío”. Son siglos y siglos de atemorizándose con un infierno rojo, hasta que un poeta ve la imagen con otros ojos: el frío puede ser incluso peor.

Aunque lo parezca, las posibilidades que brinda el lenguaje —sus sentidos, sus significados, sus reinterpretaciones— no son infinitas: están siempre acotadas por su época y por su geografía. La potencialidad creativa de cada individuo parece arrolladora, sin embargo, y visto desde una distancia considerable, se puede concluir con que siempre existe una corriente, un estilo, una moda que hace que los artistas de su época hagan más o menos lo mismo, que miren el mundo y lo representen más o menos de la misma forma. En ese más o menos hay una clave: la planicie narrativa siempre cuenta con grietas por las que puede escaparse una rebeldía, una diminuta pero novedosa porción de verdad. Los ejemplos sobran en la historia última. Incluso ahora, en nuestro presente inmediato.

Malvinas esotéricas

En el año 2014, el escritor cordobés Carlos Godoy publicó por la ya extinta editorial Momofucu La construcción: un novela extraña, ambigua, abierta, que metía un poco de ficción y misterio en las Islas Malvinas. El subtítulo del libro es “Metales radioactivos en las islas del Atlántico Sur”. Desde entonces ya lo sabía: sería una trilogía y esa era la primera entrega. Ahí se presenta la geografía, la escenografía: las manchas. Como un test de Rorschach, las dos islas antes estaban unidas, ahora están enfrentadas (”forman parte de algo”), pronto se independizarán completamente. Ahí viven los geólogo, los kelps, el maestro Chen Chin Wen, un hombre que predice el tiempo. Algunos dicen que hay “un portal a un mundo subterráneo donde habitan seres antropomorfos”.

“La construcción” (17 grises), de Carlos Godoy

La referencia a las Malvinas es clara, sin embargo, de a momentos, desaparece. ¿Qué son aquellas islas sin la guerra, sin soldados disparando, barcos hundiéndose, lápidas nuevas, tragedia, recuerdos? Puro territorio natural. Godoy se aferra a este escenario de naturaleza hostil y le coloca misterio. “Nadie dice que no se puede salir de las manchas. Sólo se sale por un movimiento elaborado por la casualidad o por la guerra o por una emergencia”. Un día, alguien encuentra un libro. No tiene fecha ni nombre, nada. Dice cosas como: “Lo insignificante que sería el mundo sin nosotros moviéndonos de un lado al otro, construyendo cosas, durmiendo en las madrugadas bajo el denso olor a oscuridad”. También: “Lo importante, como civilización, es superar el concepto de guerra”.

Este año apareció la segunda parte de esta trilogía. Publicada por el sello 17 grises, el título de la novela es La limpieza. Si La construcción estaba dedicada “al marinero Fowgill”, ahora La limpieza es “al lobizón Busqued”. Manteniendo la estructura fragmentaria, el libro apoya todo el misticismo en un grupo militar lleno de anormales. No son sujetos experimentados ni tienen el entrenamiento indicado, son seres trastornados, la mayoría débiles criaturas que por algún azaroso rasgo espiritual pueden lidiar con, otra vez, la hostilidad climática y geográfica. Santo parece comandarlo, un chico perturbado que todos dieron por muerto en un accidente aéreo y que apareció, como si nada, entre la nieve, con ropa fabricada con cueros de animales y un perro fantasmagórico al que llama Astillero.

El pequeño grupo militar de trastornados —en él se encontraba la Bruja, una anciana con poderes sobrenaturales, y el Sordo, un sádico absoluto— sale y se encuentra con una bestia, un monstruo de tintes mitológicos, el Kumimanu. Cazar o ser cazados. Ahora son dos amenazas: el terreno —”si los agarraba la madrugada a la intemperie, podían morir congelados”— y el monstruo, ¿o son lo mismo? Luego llegará el informe militar y su burocracia asfixiante. En el fondo, toda esa experiencia de lectura no abandona la referencia a las islas Malvinas, a la guerra, a la tragedia. Hay una operación fascinante en cómo esta ficción alucinógena y esotérica toma de las solapas a nuestra historia, los hechos, lo fáctico, y la sacude hasta arrancarle sentidos nuevos, chispazos de un magnetismo dormido.

2001 en el refugio

“El primer estruendo, breve y seco, permanecía latente en el sótano, como un eco que persistía, resistiendo, se desplazaba de un rincón a otro, de una esquina a otra, para volver a rebotar y repetirse, deshilachándose recién en un infinito”. Así empieza Allá, afuera, la ciudad, de Ramón D. Tarruella, novela que en el año 2008 obtuvo el segundo premio en el concurso Luis José de Tejeda pero que recién este año, gracias al sello Los Lápices, se publica en forma de libro. Desde el principio hay un adentro y un afuera, y todo se dibuja de a poco, lentamente, en una prosa que flota, casi beckettiana. Afuera, entonces, se escuchan estruendos, ruidos de caballos, policías, gente, disturbios. Es diciembre de 2001. Adentro, en el sótano de un teatro, tres trabajadores de mantenimiento. Ahí se quedan. Deciden esperar.

“Allá, afuera, la ciudad” (Los Lápices), de Ramón D. Tarruella

“Ellos, los tres, Julián, Roberto y Silvana, evitaron hablarse, interrumpieron su trabajo sin importarles el compromiso ni las horas que restaban para abandonar el teatro, y en silencio conjeturaron sobre los estruendos, la ciudad, la urbe, la metrópoli, sobre ese mundo que se movía allá arriba, distante, muy distante de aquel lugar que supo ser el depósito de una fábrica de galletitas de propiedad de una familia italiana que inauguraron a los años de llegar a esta parte del mundo, hastiados de labrar la tierra lejos de las ciudades, bellos hombres y mujeres que se emponcharon bien para cruzar el océano e inventar todo de nuevo, la madurez que les pasó por encima, una familia que se amplió en este otro país, en esta otra ciudad, ahora azotada por los estruendos”, se lee en las primeras páginas.

Cuando deciden cortar con el trabajo, detenerse, estar atentos a lo que pasa afuera, alguien saca un tema: recuerda una obra que ahí mismo se montó, en ese teatro, La importancia de llamarse Ernesto, el clásico de Oscar Wilde que se estrenó el 14 de febrero de 1895 en el St. James’ Theatre de Londres, tres meses antes de la condena por “indecencia grave”: su homosexualidad. Los trabajadores recuerdan los personajes y se mimetizan, hay un ir y venir, son anécdotas de una historia que ya tiene cien años pero que de alguna manera los salpica, que pueden ser suyas. Mientras tanto, los ruidos, afuera, arriba, la policía reprimiendo, buscando “exponer al país y al mundo que todo continuaba como entonces, podrido pero con los semáforos en regla”.

Ese costumbrismo detenido, congelado, capturado, dice algo que aún no se ha dicho. En “la tarde del hecatombe”, tres trabajadores, personal de mantenimiento del teatro, son “testigos de un principio de milenio azotado e incierto”. Mientras, “la ciudad se dividía en rincones y esquinas donde se debatían los hombres del orden y los otros hombres y mujeres tumultuosos, huyendo, refugiándose o resistiendo, que en esos momentos resultaba casi lo mismo”. Las postales que tantas veces vimos, las imágenes que se repiten, lo gases lacrimógenos, las balas, la desesperación popular, los muertos, todo adquiere otro color cuando la literatura, en este caso Tarruella, pone la mirada en un rincón oscuro, en un escondite, donde la incertidumbre marca un pulso a la vez resignado y trepidante.

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¿Qué puede hacer la literatura frente a lo ya dicho, frente a lo ya narrado hasta el hartazgo? Cuando lo mediático satura la realidad, cuando la cierra y la estereotipa, cuando la vuelva una representación fosilizada, ahí siempre aparece algún poeta, algún narrador, para filtrar su imaginación en una de las pocas grietas que permanecen abiertas, para dejar escapar una diminuta pero novedosa porción de verdad. Para volver a contar, pero de otro modo, desde otro ángulo. La Guerra de Malvinas y las jornadas de diciembre de 2001 quizás sean nuestras grandes últimas marcas trágicas, los episodios donde la Argentina se volvió una nación golpeada, estafada, humillada, las postales dolorosas de nuestra identidad. Hay que volver a contar todo. Quizás el infierno no queme, quizás esté horriblemente congelado.



  

viernes, 7 de octubre de 2022

Arte: Dibujos del ataque a la Bahía Agradable

El ataque a Bahía Agradable



El ataque al Foxtrot 4. El avión que lo destruyó era del Ten Danilo Bolzan. Quien luego fue derribado por los Sea Harrier.
Excelentes dibujos de Alberto Nassivera



viernes, 13 de marzo de 2020

Comics británicos de la guerra de Malvinas

Malvinas 25: Operación Corporate en cómics

Down the Tubes


 
Battle: Tapa de la Lucha de las Malvinas 
 



Hace 25 años, Gran Bretaña estaba en guerra por las islas del Atlántico Sur de las que muchos británicos nunca habían oído hablar, y algunos en ese momento incluso pensaban que eran parte de las Shetlands. Jeremy Briggs examina los cómics que presentaron el conflicto de las Malvinas de 1982 entre Gran Bretaña y Argentina ...

El 19 de marzo de 1982, las fuerzas argentinas desembarcaron en la isla sur de Georgia del Sur, un territorio británico de ultramar en el Atlántico sur, y izaron su bandera nacional. Después de poca reacción de Gran Bretaña, el jefe de la Junta gobernante en Argentina, el general Leopoldo Galtieri lanzó la Operación Rosario, la invasión de las Islas Malvinas por parte del ejército argentino el 2 de abril.

Tres días después comenzó la Operación Corporativa, con un grupo de trabajo naval británico que partió de Portsmouth hacia el océano austral. Para el 25 de abril, Georgia del Sur volvió a manos británicas y el 14 de junio las fuerzas argentinas en las Malvinas se rindieron a los británicos. Más de 900 vidas se habían perdido en los combates.

Era inevitable que el conflicto en las Malvinas estuviera cubierto por los cómics de guerra británicos de la época, con la Batalla de IPC presentando una historia de tira cómica documental del conflicto, mientras que Warlord de DC Thomson presentaba aspectos del conflicto en su centro, en obras de arte y fotografías. Más tarde, cuando la guerra se desvaneció de la conciencia inmediata del público, Battle with Storm Force (como Battle había sido retitulada) volvería a la guerra con una historia ficticia de la resistencia de un niño contra los invasores argentinos.


La narración documental de Battle de Fight for the Falklands fue escrita por John (Juez Dredd) Wagner, con arte de Jim Watson


"Fight For The Falklands" comenzó en el número de Battle con fecha del 18 de septiembre de 1982 y duró tres páginas de arte en blanco y negro por tema, además de varias portadas en color, hasta el 19 de marzo de 1983. Fue escrito por el creador del juez Dredd John Wagner e ilustrado por el artista Jim Watson.

Watson había sido uno de los artistas originales de Warlord de DC Thomson y había ilustrado previamente muchos de los personajes de Battle, incluida la tira de hechos anterior The Red Baron. El estilo artístico de Watson complementaba las condiciones desordenadas del Atlántico Sur, mientras que el guión de Wagner mantenía un enfoque bastante imparcial del conflicto, y rara vez se desviaba hacia una retórica pomposamente pro-británica.



El ataque a Sir Galahad, tal como aparece en la "Lucha por las Malvinas" de Battle. Un total de 48 murieron en el ataque: cinco tripulantes de RFA, 32 guardias galeses y otros 11 miembros del personal del Ejército, y muchos más resultaron gravemente quemados y heridos.

Los principales eventos del conflicto se trazaron en la historia con batallas navales y aéreas que tienden a perderse en las páginas de las batallas terrestres. Estas batallas terrestres recibieron más detalles que muchos de los otros incidentes y, en particular, se detallaron las dos acciones de Victoria Cross, del Teniente Coronel H Jones durante la batalla por Darwin y Goose Green y del Sargento Ian McKay durante la batalla del Monte Longdon.

Wagner no rehuyó las pérdidas militares con el ataque argentino Skyhawk contra los buques auxiliares de la Flota Real, Sir Tristram y Sir Galahad, que recibieron un episodio completo, sin duda, más espacio que el aún controvertido hundimiento del general Belgrano del ARA. También se cubrieron incidentes menos conocidos, como los ataques del Sea Harrier contra otros buques navales argentinos o el destructor HMS Glamorgan que sobrevivió a un impacto directo de un misil Exocet.

La historia, como la guerra, terminó abruptamente con las fuerzas británicas que tomaron todo el terreno alto alrededor de Port Stanley y la rendición argentina antes de un ataque británico contra el capitolio. Un episodio adicional de la repatriación de los prisioneros y la respuesta de Gran Bretaña al regreso de la Flota habría atado la historia bastante mejor, pero no fue así.

Warlord fue el cómic de guerra semanal de DC Thomson. Battle fue creado por IPC para sacar provecho del éxito del título DCT, pero con la Guerra de las Malvinas fue Warlord quien tuvo que ponerse al día. En lugar de una tira cómica, Warlord produjo una función de difusión central titulada "The Falklands File" que se extendió desde el número 427 (27 de noviembre de 1982) hasta el número 446 (9 de abril de 1983).



El archivo de las Malvinas - de Warlord

La mezcla de arte y fotografías en características militares reales había sido un componente de la fórmula de Warlord desde su primer número en 1974, sin embargo, lo que era inusual en "The Falklands File" era que era una extensión central completa del arte de dos páginas, rodeada por texto y varias fotos en blanco y negro. Los artistas utilizados para las características incluyeron a Terry Patrick y Gordon Livingstone, ambos incondicionales de DC Thomson.

"The Falklands File" cubrió diferentes aspectos del conflicto, como los barcos, los aviones, los misiles y las diversas batallas, pero no los presentó en ningún orden en particular. De hecho, el número 435, de fecha 22 de enero de 1983, sobre el tema de los helicópteros ligeros británicos y el número 442, de fecha 12 de marzo de 1983, sobre el tema de los helicópteros de transporte británicos, utilizan la misma ilustración de dos páginas de un avión Pucara argentino que ataca a un Scout británico helicóptero ligero, pero con diferentes textos y fotografías alrededor de la imagen principal.


¡El escolar Tommy Baker se enfrenta a los soldados argentinos cuando es capturado en Battle‘s Invasion !. Historia de Terry Magee, arte de Jim Watson. Battle © Rebellion Publishing Ltd.

La batalla con Storm Force volvería a las Malvinas del 24 de enero al 29 de agosto de 1987 con una historia titulada "¡Invasión!"

Esto detalló las aventuras del estudiante de las Malvinas Tommy Baker mientras acosa a las tropas argentinas de ocupación después de la invasión y logra estar en todas las áreas más interesantes cuando se produce la lucha. Jim Watson regresó a las tres páginas de arte en blanco y negro por semana para la historia, escrita por el editor de Battle, Terry Magee.

"¡Invasión!" Fue un retroceso a un estilo de narración más antiguo donde el protagonista era de una edad similar a la de los lectores. Tommy Baker vivía en un asentamiento agrícola en el este de Malvinas y pudo escapar cuando los argentinos capturaron y encarcelaron a sus habitantes durante la invasión inicial el 2 de abril.

Conduciendo un jeep hacia Port Stanley, es capaz de sobrevivir a los cohetes que le disparan desde un helicóptero Chinook, un evento que lo hace decidido a luchar contra las fuerzas invasoras. Con dos amigos en Stanley, esta lucha consiste en rociar a los soldados argentinos con una manguera, verterles pintura o interrumpir la reunión de un oficial con un sistema de rociadores contra incendios antes de que sea capturado y encarcelado.

El escritor Magee usa el encarcelamiento de Tommy para darle tiempo al grupo de trabajo británico para llegar a las islas. El próximo gran evento es el primer bombardeo RAF Black Buck en el aeródromo de Stanley. Durante la confusión que esto causa, Tommy escapa al campo de aviación para ver lo que sucedió, justo a tiempo para la primera incursión de Sea Harrier, nuevamente otra ocurrencia de hechos que tuvo lugar el 1 de mayo.

Sobreviviendo a esto, se escapa al campo y se encuentra con una patrulla británica de SBS antes de recibir un disparo en un tiroteo entre el SBS y las fuerzas argentinas. El SBS lo lleva a una fragata de clase amazónica británica sin nombre, donde sus posibilidades de sobrevivir son dadas por el médico naval como 50/50.


¡El escolar Tommy Baker se encuentra atrapado en la batalla de Falkland Sound en Battle Invasion !. Historia de Terry Magee, arte de Jim Watson. Battle © Rebellion Publishing Ltd.

Nuevamente, el tiempo de recuperación le permite a Tommy formar parte de otro hecho factual posterior, en este caso, la Batalla de Falkland Sound, cuando un avión argentino intenta interrumpir los aterrizajes británicos en San Carlos Water, que comenzó la noche del 21 de mayo. Su fragata es golpeada repetidamente por bombas, a pesar de que Tommy maneja una ametralladora antiaérea, antes de hundirse finalmente en un panel que recuerda la pérdida de HMS Antelope en la batalla real. La supervivencia de Tommy le permite convertirse en una guía para los paracaidistas británicos que se dirigen a Penguin Creek, cerca de su casa. Los soldados liberan a sus padres, pero Tommy es capturado por el despiadado argentino, Capitán Sánchez, quien lo devuelve a Port Stanley.


Ayudado por dos amigos de Port Stanley, Tommy Baker escapa del enojado capitán argentino Sánchez. Battle © Rebellion Publishing Ltd

Después de varias aventuras por Stanley, la historia comienza a concluir cuando Tommy ayuda a los soldados británicos en las montañas que dominan la capital. Sin embargo, cuando el resto de los invasores levantan banderas blancas el 14 de junio, Sánchez es capturado una vez más y Sánchez lo utiliza como rehén mientras intenta encontrar un avión en el aeródromo para llevarlos a ambos a Argentina. Tommy finalmente es salvado de la bala de Sánchez por uno de los reclutas argentinos con los que se había hecho amigo antes y la historia termina literalmente con un estallido cuando el villano Sánchez pisotea una mina colocada a su lado.

El paso del tiempo en la historia con el encarcelamiento y la recuperación de su herida le permitiría a Terry Magee ubicar a Tommy en las áreas más peligrosas y, por implicación, más interesantes del conflicto, mientras que su contacto con Sánchez permitió que la historia continuara en Las zonas de las islas controladas por Argentina. Nuevamente, el arte arenoso de Watson ayuda a la historia con algunas secuencias de batalla muy densamente detalladas.

La historia de los cómics británicos de la guerra de las Malvinas es inusual al haber sido contada de tres maneras diferentes: en una tira cómica de estilo documental, en hechos reales y en una tira ficticia de aventuras.

"Fight For The Falklands" fue un valiente intento de dividir la cronología del conflicto en incrementos de tres páginas. A veces funcionó bien con el clímax de la tercera página al comienzo de otra batalla, pero la falta de acción inevitable en los paneles de barcos en el mar y la posterior repetición de los ataques aéreos contra esos buques tienden a arrastrar la narrativa. Funciona mejor al poner nombres a las personas y concentrarse en incidentes más pequeños, particularmente los de los militares ganadores de medallas, que muestran un lado más humano del conflicto.

La batalla por el monte Longdon. Las páginas de 1982 sobre la Guerra de las Malvinas del sitio del Small Wars Index revelan que el costo de la victoria fue alto para los británicos: los Paras perdieron 23 muertos y 47 heridos, 8 murieron en la batalla real y el resto durante las siguientes 36 horas de bombardeo.

Dado que las fechas de "El archivo de las Malvinas" de Warlord ensombrecen la "Lucha por las Malvinas" de Battle, es tentador sugerir que la característica fue el rápido intento de Warlord de mantener el ritmo de su rival. Habría tenido más sentido que la función se abriera paso a través del conflicto de manera cronológica, en lugar de la manera casual en que se publicó. Quizás esto indica una falta de tiempo de preparación, particularmente dado el hecho de que una de las piezas de arte se imprimió dos veces en dos meses.

Por supuesto, no había ayudantes escolares como Tommy Baker para los soldados británicos en el conflicto real, y de hecho, un civil herido habría sido transferido a un barco del hospital en lugar de permanecer en la fragata condenada, pero ese no es el punto. ¡Podemos recordar la historia de la invasión! con cierta diversión desde nuestra perspectiva adulta moderna, pero Magee cuenta una historia de lo que muchos de los lectores del cómic se habrían imaginado si hubieran estado en las Malvinas en esos oscuros días de 1982.

Dado que es probable que ninguno sea el tema de los libros modernos de reimpresión, estas historias y características ahora parecen casi perdidas, pero para los recuerdos de sus lectores y las pocas copias sobrevivientes de los cómics semanales. También están perdidos el buque insignia de la Fuerza de Tarea, HMS Invincible, que se encuentra en las bolas de naftalina en Portsmouth esperando la inevitable decisión de desecharla o venderla, y los pocos aviones Sea Harrier restantes que acumulan polvo en los museos de aviación. La reducción de la capacidad de la Royal Air Force y, en particular, la Royal Navy en el último cuarto de siglo significa que el Reino Unido ya no tiene la capacidad de proyectar tal fuerza a esa distancia.

La batalla para recuperar las Malvinas fue probablemente la última guerra que Gran Bretaña peleará sola.


¿Cuántos murieron en la guerra de las Malvinas?

  • El recuento oficial de muertos en la guerra militar y civil británica fue de 255, con aproximadamente 300 heridos, anunciado el 16 de junio de 1982
  • El número de víctimas de guerra argentinas se estableció en 645 muertos y desaparecidos el 2 de julio de 1982.

sábado, 28 de diciembre de 2019

POW: Los 12 del Patíbulo en Malvinas

Interrogatorios, hacinamiento y eternos días como prisioneros en Malvinas: la historia desconocida de "los 12 del patíbulo”

Pasaron a la historia como un grupo de oficiales y suboficiales argentinos que los ingleses mantuvieron prisioneros hasta un mes después de finalizada la guerra. Infobae dialogó con cinco de ellos y por primera vez cuentan sus experiencias sobre esas horas de encierro después de las cruentas batallas

Por Adrián Pignatelli || Infobae


Se bautizaron como "Los 12 del Patíbulo”. Oficiales y suboficiales de las tres fuerzas que combatieron en Malvinas y que hasta el 14 de julio de 1982 -un mes después de la rendición- permanecieron como prisioneros de los ingleses en la islas.

De Ejército: el teniente Carlos Chanampa, los subtenientes José Eduardo Navarro y Jorge Zanela, los sargentos primeros Guillermo Potocsnyak, Vicente Alfredo Flores y José Basilio Rivas y el sargento Miguel Moreno. De la Fuerza Aérea: el mayor Carlos Antonio Tomba, el teniente Hernán Calderón y el alférez Gustavo Enrique Lema. De la Armada: el capitán de Corbeta Dante Juan Manuel Camiletti y el sargento infante de marina Juan Tomás Carrasco.

Diez de ellos caerían prisioneros luego del combate de Pradera del Ganso -entre el 27 y el 29 de mayo- los otros dos, Camiletti y Carrasco fueron capturados días después.

El viejo frigorífico

“Me acuerdo del día de la rendición. Fue en un descampado. El momento más triste de mi vida”, contó José Navarro, por entonces un joven subteniente de 21 años, correntino, hoy general, que había ido a la guerra con el Grupo de Artillería Aerotransportado 4. “Recuerdo el silencio increíble de 600 hombres formados en una especie de cuadro”.

Esas primeras amargas horas se empañaron aún más cuando, estando alojados en un galpón de esquila de ovejas, escucharon una explosión. Vieron a un inglés que, “por cuestiones humanitarias”, como se excusó, remataba a un soldado argentino herido al estallarle una munición que había sido obligado a trasladar.

“Fue en ese momento que dijimos que no trabajaríamos más, creo que fuimos nosotros los que inauguramos los piquetes en el país”.

La guerra había terminado, pero de alguna manera continuaba. Ya en San Carlos, los encerraron en una pieza de tres por dos del viejo frigorífico, que tenía incrustada en una de sus paredes una bomba argentina de 250 kilos, sin explotar. Aún conservaba su paracaídas.


El histórico dibujo: en primer plano, en el centro, Tomba; a la izquierda, Chanampa, Zanela, Navarro, Lema. A la derecha, Camiletti, Calderón, Carrasco, Potocsnyak, Moreno, Rivas y Flores

Por las mañanas, hacían cola para retirar un termo con te y galletitas y como no disponían de jarros, debieron ir a un basural cercano a buscar latas, que lavaban con el agua de mar.

Dormían en el piso, vestidos, acurrucados, con la boina puesta. Pero lo problemático fue el baño. En uno de los rincones de ese reducido espacio, había un tacho de 200 litros cortado al medio. Cuando alguien lo usaba, el resto debía darse vuelta, hasta que pudieron conseguir una manta con la que improvisaron un biombo. Cada tanto, debían llevar el tacho a desagotar su contenido a orillas del mar.

En el tiempo que permaneció prisionero, fueron llevados de un lado para el otro. Un día los embarcaron en el Sir Edmund. “Vuelven a la Argentina”, les anunciaron. Pero no era verdad. Como en las películas, Navarro fue interrogado en un camarote, encandilado por una potente luz. Un interrogador inglés, que hablaba un español muy castizo, lo ametralló a preguntas: ¿Cómo había llegado a las islas? ¿De dónde provenía la artillería de Darwin?. Y la cuestión que desvelaba a los británicos: “¿Usted sabe que hubo crímenes de guerra en San Carlos?”.

Los ingleses buscaban al teniente Carlos Daniel Esteban, quien habría derribado un helicóptero que los británicos sostenían que transportaba heridos. Lo que ellos nunca se percataron era que Esteban estaba alojado en el mismo buque. Nunca lo ubicarían.

A Navarro lo llevaron nuevamente al frigorífico y lo encerraron en una cámara frigorífica de seis por cinco, con paredes de corcho. Tenía una sola puerta, con una ventana a la que le habían roto el vidrio para que pudiese entrar el aire. Una lamparita que colgaba del techo era la única iluminación.

Ahí nació el grupo de “Los 12 del patíbulo”.

No les hablaron durante días ni fueron interrogados, lo que le hicieron perder la noción del día y la noche. Permanecían en ropa interior por el calor y volvieron a convivir con el inmundo tacho de 200 litros cortado al medio.

Luego de un día y medio sin probar bocado, les llevaron algo de comida, que nunca supieron si era un guiso o una sopa de pollo. Tenían hambre, pero no cubiertos. Fue el mayor Carlos Tomba el que tomó la delantera: “Yo voy a comer con la mano”, y todos lo imitaron. En una nueva visita al basural, se hicieron de cucharas y de latas.

Luego, fueron llevados a un buque. Cuando escucharon por los parlantes el himno inglés que se confundía con gritos de alegría, comprendieron que todo había terminado. Era el 14 de junio. El capitán inglés lo corroboró cuando se acercó para darles palabras de aliento.

La bandera, trofeo de guerra

Navarro recordó que entonces la vigilancia se relajó, a tal punto que al capitán de corbeta Dante Camiletti se le había ocurrido la locura de tomar el control del barco. Pero a los ingleses no les preocupaban los prisioneros, pero sí se los veía temerosos de la aviación argentina y especialmente de los Exocet.


La bandera que tomó Navarro; años después fue enmarcada por sus amigos.

En el Sir Edmund regresaron al continente. Fue cuando Navarro entró a un camarote cualquiera, y tomó una bandera inglesa. “¡Pedazo de boludo!”, le recriminaron sus compañeros. Alcanzaron a ocultarla dentro de un panel del techo del camarote antes que los ingleses, muy alterados y revisando cada rincón del barco, los descubriesen.

Cuando Navarro pisó el muelle en Puerto Madryn, no tuvo mejor idea que mostrarles a los ingleses la bandera, que aún conserva enmarcada junto con copias de los famosos dibujos que hizo Potocsnyak, uno de sus compañeros de encierro.

“¿Usted sabe lo que significa rendirse justo el Día del Ejército?”, preguntó sin esperar una respuesta el santafecino de raíces croatas Guillermo Potocsnyak, el del apellido difícil de pronunciar. Por algo le dicen “Poto” o “Coco” a este corpulento sargento ayudante, que fue a las islas como sargento primero en el Regimiento de Infantería 12.

Un artista en el grupo

Luego de combatir en Pradera del Ganso y en la Bahía de San Carlos, fue hecho prisionero. Cuando ayudaba a recoger los cuerpos de los argentinos muertos, tropezó con un cuerpo congelado que, de pronto, movió los ojos. Lo puso arriba de un capot de un Carrier. Ese soldado, con quien se encontraría años después, perdería una pierna, pero le había salvado la vida.

Potocsnyak fue un personaje popular entre sus pares y por sus carceleros: es que sabía dibujar. Cambiaba chocolates y cigarrillos por papel, lápices y biromes y así los dibujos comenzaron a circular, sin distinción de banderas. Dijo que muchos de ellos deben estar en Gran Bretaña.

Es el autor del famoso dibujo de los 12 oficiales que estuvieron prisioneros hasta el 14 de julio. En un primer plano se ve a Tomba, y puede notarse claramente una especie de riñonera que todos llevan, que era el salvavidas. Aún después del 14 de junio, los británicos no descartaban ataques de la aviación argentina.


Los 6 de San Carlos. Otro de los tantos dibujos que realizó Potocsnyak durante su encierro.

Al ver el dibujo, sugirió alguien, que no recuerda quien. “Ponele los 12 del patíbulo…”. Refiere al título de una película bélica de 1967, en la que una docena de presos peligrosos debían cumplir con una arriesgada misión en territorio alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

Potocsnyak rememora que cada tanto los ingleses, muñidos de bastones, los sometían a requisas, mientras debían pararse de cara a la pared. Cuando le dijo a un inglés “metete ese bastón en el c…”, el británico le respondió “no te hagas el vivo que hablo español mejor que ustedes”.

En la posguerra, Potocsnyak enviudó y con los años, en un curso donde estaba estudiando croata -posee la doble nacionalidad- conoció a su segunda esposa. “La familia fue la que primero ayudó”, confesó. Tiene dos hijos y cuatro nietos. Estudió el profesorado de Historia, no para enseñar sino “para entender lo que vivimos allí, y también como una forma de sentirme útil”. Porque su vida como veterano no fue sencilla. De Córdoba, donde se había radicado, tuvo que irse ya que siempre le preguntaban por la guerra y sentía que no podía hacer ese click para dar vuelta la página. El tiempo ayudó a seguir con la vida. De ese famoso grupo de los “12”, remarca que el “mayor Tomba es un señor, una persona extraordinaria”.

Luego del capitán de corbeta Dante Camiletti, el mayor Carlos Tomba -quien combatió piloteando Pucará- era el oficial de mayor graduación. Este mendocino de 36 años, fue quien asumió el liderazgo de ese grupo tan heterogéneo. Hoy este brigadier retirado, que vive en Mendoza, donde su apellido tiene una rica trayectoria en la historia provincial.


Restos del Pucará que piloteaba Tomba, en Malvinas.

El primer tironeo con sus captores fue el de defender sus pertenencias, su casco y las perneras del asiento eyectable. Las lograría conservar junto a un pijama que le había dado su esposa. El casco y las perneras se exhiben en el museo de la Fuerza Aérea de Córdoba.

Evoca que los primeros días fueron los peores. Cuarenta y ocho horas sin agua, y después una lata de paté. Como no sabían lo que pasaría al día siguiente, sólo comían la mitad de su contenido.

Como hablaba inglés fue el interlocutor del grupo y el intérprete con el médico británico que atendió a los heridos argentinos. También negoció quitar de la diminuta habitación el tacho donde hacían sus necesidades y logró cambiar a la hora local el horario de la comida, y no a la inglesa.

Fue Tomba el que vio cajas con misiles con las siglas “USAF”, de la fuerza aérea norteamericana.


Las perneras que pudo conservar Tomba y que hoy se exhiben en el museo de la Fuerza Aérea de Córdoba

Se preocupó por mantener la mente ocupada, ignoraban lo que ocurría en las islas, y no querían perder energía, ya que solían marearse por la falta de alimentación.

Urdió un plan de escape. Creyó encontrar un punto débil en la seguridad y una noche trepó una pared con la intención de perderse en la oscuridad. Un culatazo en la boca lo regresó a la realidad.

Recuerda haber vivido situaciones ruiseñas. Era el día 40 como prisionero, estaban en San Carlos y les habían permitido bañarse por primera vez. Los hicieron desnudar, le dieron a cada uno una toalla y les ordenaron correr 200 metros hasta una casilla. Allí, sobre el techo, un inglés les arrojaba agua caliente.

“Haga lo que pueda”

En 1982 Chanampa. era un teniente de 27 años. Desde Villa Dolores, donde está radicado, contó que cuando se rindieron, estaban exhaustos y así se lo hicieron saber a los ingleses cuando los pusieron a cavar pozos para letrinas y recoger municiones.

Es crítico con la conducción de la guerra. No podía creer lo que le contestaron cuando solicitó vehículos para mover piezas de artillería para hostigar el avance inglés. “No tengo con qué remolcar los cañones”, informó. “No sé, consiga caballos, haga lo que pueda”, recibió como respuesta. Recibían órdenes que eran imposibles cumplir.

En los primeros días como prisionero, dormía junto a otros argentinos en catres improvisados con cajas de municiones.

Fue sometido a dos interrogatorios. El primero en el frigorífico de San Carlos y el segundo en un corral de ovejas, separado por un curso de agua, donde fueron llevados en un gomón una mañana muy desapacible. A la intemperie los hicieron desnudar y luego de interrogarlos, vueltos a vestir, los llevaron de regreso.

De todas maneras, Chanampa aseguró que los ingleses conocían al dedillo las posiciones argentinas y su verdadera potencialidad. También le llamó la atención de que muchos de los soldados británicos eran muy jóvenes y que algunos oficiales con los que pudo hablar no demostraban mayor interés en la guerra.

Dijo que cuando en el grupo había un bajón anímico, lo superaban leyendo, en voz alta, cartas que algunos compañeros conservaban de sus familiares.

Chanampa fue uno de los tantos que debieron empezar de cero en varias oportunidades. Fue empleado de comercio, gerente de una empresa textil y directivo en una compañía de seguros. En Villa Allende parece haber encontrado su lugar en el mundo.

¿Prisioneros en la Isla Ascención?

A 500 kilómetros de Villa Allende, está el pueblo de O’Brien, que recuerda a un irlandés que se jugó la vida para nuestro país en las guerras de la independencia. Allí nació Jorge Gustavo Zanela, quien a sus 23 años y su jerarquía de subteniente partió a la guerra con el Grupo de Artillería 4, integrando la Fuerza de Tareas Mercedes.


La fotografía que los ingleses le tomaron a Zanela, con su número de prisionero.

Cuando cayó prisionero, fue llevado como tantos otros en un helicóptero Chinook a San Carlos. Estando en el frigorífico se entusiasmó cuando les dijeron que los llevarían al Uruguay, pero a último momento lo bajaron del barco junto a otros oficiales, seleccionados según su antigüedad y especialidad. Es más: aún Zanela conserva debajo del vidrio de su escritorio un certificado de la Cruz Roja con su traslado a la isla Ascención, cosa que nunca se concretó.

Fue interrogado por un inglés y oficiaba de intérprete un militar que vivía en el Peñón de Gibraltar. Insistían en conocer sobre las posiciones argentinas y por hacerse de los mapas.

Ocho libras para gastos

Zanela tiene la imagen vívida de los heridos ingleses por el ataque aéreo argentino sobre Bahía Agradable, muchos de ellos con graves quemaduras. Era el 8 de junio y fue considerado como el día más negro de la flota: los aviones argentinos hundieron tres buques, dañaron una fragata, y los ingleses tuvieron 56 muertos y 200 heridos.

Recuerda que "los 12 del patíbulo” estuvieron en un barco que cubría el cruce del Canal de la Mancha. Cada tanto, eran visitados por representantes de la Cruz Roja, en su mayoría uruguayos y españoles. A veces hasta discutiendo con los propios ingleses, estos funcionarios les tomaban sus datos como prisioneros de guerra y se llevaban cartas para sus familiares, que se despachaban vía Suiza.

Así como al resto de los prisioneros, le dieron 8 libras para gastos. Y como hicieron sus compañeros, gastaron lo mínimo y conservaron el resto como un recuerdo de la guerra.


Las 8 libras que recibió cada prisionero. Navarro las enmarcó.

Los últimos días habían conseguido una radio, y el grupo se enteró de la visita de Juan Pablo II. De la eliminación argentina del Mundial de fútbol los mismos ingleses se ocuparon en contarles.

Los gritos de júbilo de los ingleses indicaron la rendición argentina. Zanela no integró la gran masa de prisioneros que fueron llevados a Puerto Madryn. El permanecería con otros oficiales en San Carlos, mientras persistiese la amenaza de la Fuerza Aérea argentina, que en un primer momento no quiso acatar la orden de alto el fuego.

Finalmente, el 14 de julio los trasladaron a Puerto Argentino, donde embarcaron en el Norland. Una vez en el continente, se le prohibió hablar; en Trelew le dieron ropa limpia y luego de varias escalas, un avión del Ejército lo llevó a su unidad en Córdoba.

Actualmente, el coronel Jorge Zanela está al frente de la Oficina de Coordinación de Veteranos de Guerra de Malvinas. Su despacho en Palermo, es una suerte de pequeño museo de su paso por el conflicto del Atlántico Sur. Por supuesto, en una de las paredes cuelga el cuadro con una copia amarillenta del dibujo de “los 12 del Patíbulo”.

En el 2015, regresó a las islas. Volvió al frigorífico, abandonado y destruido. Aún estaba el agujero de la bomba argentina que no detonó. No lo dejaron entrar por el peligro de derrumbe.

En todos estos años, el grupo nunca pudo reunirse. Además, el teniente Hernán Calderón, falleció el 24 de marzo de 1983 en un vuelo de instrucción junto a un aspirante, y el sargento primero José Basilio Rivas murió el 22 de diciembre del 2001 en un accidente automovilístico.

Algunos se retiraron al poco tiempo, otros continuaron con sus carreras militares. Pero lo que nunca dejaron de pertenecer al grupo de “los 12 del Patíbulo”.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Un gurkha en Buenos Aires comenta su experiencia en Malvinas

¿Degollaron soldados y cortaron orejas?: el único Gurka que entró en acción en Malvinas revela mitos y verdades del ejército nepalés 

Está en Buenos Aires como protagonista de Campo Minado, la obra de teatro que reúne a tres ex combatientes argentinos y tres del lado británico. ¿Qué tan sanguinarios fueron los Gurkas en Malvinas? ¿Es cierto que peleaban drogados? ¿Por qué combatir para una reina ajena? El día que detuvo con su cuchillo kikri a tres soldados argentinos
Por Julián Zocchi || Infobae

 
Sukrim Kulapacha Rai, nació en Dharan, una de las ciudades más pobladas del Este de Nepal y es uno de los famosos Gurkas que combatieron en la Guerra de Malvinas (Maximiliano Vernazza)

La piel trigueña, la risa fácil y la verba urgente. Ese hombrecito de uno cincuenta y pico que camina por la avenida Corrientes –a 300 metros del obelisco–, bien podría ser el dueño de algún supermercado oriental instalado en Buenos Aires, el representante de una compañía de tecnología o simplemente un turista de algún país lejano. Pero la verdad es que carga con otra historia sobre sus espaldas. Se llama Sukrim Kulapacha Rai, nació en Dharan, una de las ciudades más pobladas del Este de Nepal y es uno de los famosos Gurkas que combatieron en la Guerra de Malvinas.

A tres horas de la función de Campo Minado (la obra de Lola Arias que reúne a tres ex combatientes de Malvinas argentinos y tres del lado Inglés donde Sukrim es uno de los protagonistas), este Gurka que se retiró de la British Army en 1986 se encuentra con Infobae para hablar de todos los mitos que rodearon al ejército de mercenarios nepaleses que hace 200 años sirve a la Corona Británica.



¿Cuáles mitos? El veterano Marcelo Vallejos cuenta los rumores que corrían entre los soldados en 1982: “Decían que desollaban a los argentinos, que los mataban, les cortaban las orejas con su cuchillo kukri y se las comían”, recuerda sobre el escenario del San Martín. También cuenta lo que se juró durante años después de la guerra: “Me gustaría tener un Gurka delante de mí para matarlo con mis propias manos”.



 
Sukrim en el escenario del Teatro San Martín, durante su presentación en Campo Minado (Gustavo Gavotti)

Otra de las leyendas aseguraba que los Gurkas combatían drogados sin ningún tipo de instinto de supervivencia. “Se metieron en un campo de minas y saltaban por el aire pero seguían corriendo. Algunos chicos tiraban sus armas y se rendían pero los Gurkas los desollaban con sus cuchillos”, le contó un soldado argentino al periodista español Arturo Pérez Reverte.

Ahora estamos en el segundo piso del teatro San Martín antes del inicio de Campo Minado. Sukrim Rai se para frente a la lente del fotógrafo apoyado en uno de los ventanales que da a Corrientes. Pero la imagen clave se da cuando llega el kukri (también llamado khukuri), el arma blanca que se convirtió en una extensión del cuerpo de los Gurkas durante siglos y el elemento que acrecentó su mito.

-Mientras esperaban el contraataque británico, los soldados argentinos escucharon cientos de historias sobre los Gurkas. Historias de decapitaciones y de canibalismo. ¿Qué fue mito y qué fue realidad?

-Eso no ocurrió en Malvinas, tampoco en otras batallas. No sé cómo nace ese mito pero es algo que sólo se ha dicho en la Argentina. Quizá haya sido una estrategia para amedrentar al enemigo, pero no sé de dónde salió. Es tan falso que los Gurkas no mataron argentinos.


"Mi Kurki fue subastado, porque fue el único que entró en combate en Malvinas. Hay todo un mito acerca de nuestra participación en la guerra. Nunca nos comimos a nadie, es algo que surgió acá durante el conflicto armado. Nosotros éramos soldados profesionales que defendíamos a la Corona Británica y seguíamos estrictos protocolos. El resto, forma parte del mito", asegura

-¿Ningún soldado argentino murió a manos de un Gurka?

-Cuando yo estuve frente a sus soldados, fue mi decisión matar o perdonarles la vida a los argentinos. Entonces pensé en mi religión, Kirat, supe que si yo hacía algo bueno, Dios me iba a bendecir. Y fue lo que predominó a la hora de tomar decisiones en Malvinas.

-Otro mito de los 80 decía que los Gurkas veían cómo volaban sus compañeros sobre los campos minados y seguían corriendo como si estuvieran bajo los efectos del alguna sustancia.

-Si eso hubiese ocurrido puede tener que ver con nuestra religión, no con estar bajo los efectos de ninguna droga. Si uno es honesto consigo mismo y con Dios, él lo cuida y nada puede pasarte. Entonces nos sentimos protegidos y somos capaces de seguir y que nada nos detenga en pos del objetivo.


"Mi kukri fue el único que entró en combate en Malvinas y por eso fue subastado. Hay todo un mito acerca de nuestra participación en la guerra. Nunca nos comimos a nadie, es algo que surgió acá durante el conflicto armado. Nosotros éramos soldados profesionales que defendíamos a la Corona Británica y seguíamos estrictos protocolos. El resto, forma parte del mito" (Maximiliano Vernazza)

-¿El kukri que tiene en la mano es el mismo que usó en la Guerra de Malvinas?

-No, ya no conservo mi kukri porque fue subastado cuando volví a Inglaterra.

-¿Cuál fue el motivo para que subastaran su daga?

-Es que mi kukri fue el único que entró en combate en Malvinas. Hay todo un mito acerca de nuestra participación en la guerra. Nunca nos comimos a nadie, es algo que surgió acá durante el conflicto armado. Nosotros éramos soldados profesionales que defendíamos a la Corona Británica y seguíamos estrictos protocolos. El resto, forma parte del mito.

-Cuando volvieron a Inglaterra las familias de los británicos fueron a recibir a sus soldados, en cambio a los Gurkas no los esperaba nadie: ¿No sintió que esa no era su guerra?

-En su momento no, sólo lo sentí años después cuando no nos reconocieron la pensión. Todos los esfuerzos que hice en mi vida fueron para poder satisfacer a mi familia, pagar la carrera de médica de mi hija Dilisha y los estudios de militar de de mi hijo Umed.

Leyendas y verdades de un Gurka

Sukrim Kulapacha Rai nació en Dharan, una ciudad ubicada al pie de un cordón montañoso que comienza a tejer el Himalaya desde el Asia meridional. A pesar de ser la ciudad comercial más grande del este de Nepal, las oportunidades laborales no abundaban. En la década del 50 se instaló un campo militar británico donde se reclutaban Gurkas que quisieran servir a la Corona Británica. “Los gobernantes son malos en mi país, no generan trabajo ni oportunidades para la gente. La salud y la educación es muy cara. Por eso, jurar por Inglaterra era la mejor opción posible”, asegura el asiático.

Fue así que Sukrim Rai fue detrás los pasos de su abuelo, “que sospecho que habrá combatido para Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial”, y su padre, “quien me contó que peleó en Malasia con los Gurkas para el ejército británico”, explica.

 

En 1976, con 18 años, Sukrim siguió el camino que le indicaba ese destino. Entró al ejército. Desde 1816, cuando después de derrotar a un ejército Gurka los británicos vieron su fiereza y decidieron reclutarlos para la corona, los guerreros nepaleses se dividen entre los que sirven a la India y los que lo hacen para la Corona Británica

En 1976, con 18 años, Sukrim siguió el camino que le indicaba ese destino. Entró al ejército. Desde 1816, cuando después de derrotar a un ejército Gurka los británicos vieron su fiereza y decidieron reclutarlos para la corona, los guerreros nepaleses se dividen entre los que sirven a la India y los que lo hacen para la Corona Británica.

¿Por qué arriesgar la vida por una reina ajena? Después de mucho indagar, la respuesta parece ser una sola: “Por dinero”, va a largar Sukrim sobre el fin de la charla. Aunque, más allá del objetivo monetario, este nepalés se despega de la figura de un asesino a sueldo: “No somos mercenarios, somos soldados británicos. Yo fui sargento mayor. La única diferencia es que cuando dejamos de pelear tenemos una pensión más baja que los ingleses, lo que es una injusticia”, contesta Sukrim y saca luz uno de los conflictos de los últimos años entre nepaleses e ingleses.

El salario de un Gurka arranca en 3 mil dólares, para los soldados rasos, pasa por los 5 mil al siguiente nivel y un superior puede llegar a cobrar más de 9 mil dólares. ¿Por qué en dólares y no en Libras Esterlinas? “Porque seguimos dependiendo de la India”, explica Sukrim Rai. Aunque ese no es ni por asomo el mejor salario que percibió este nepalés en su vida. Después de Malvinas se convirtió en un trotamundos: estuvo en 41 países y siempre en zona de riesgo. Trabajó en una mina de oro en Ghana y como seguridad en Irak donde prestó sus servicios en una empresa que custodiaba una usina eléctrica y un pozo de agua, los objetivos más buscados para los ataques: “Estuve tres años cobrando muchos dólares por mes”, jura.


El ejército Gurka en Malvinas

Hasta 1982, Sukrim había viajado por el mundo haciendo ejercicios tácticos de combate. Entonces le tocó ir a la guerra. El 12 de mayo de 1982, subió al Queen Elizabeth II rumbo a Malvinas. “Estuve más nervioso en el viaje que en la guerra: me sentí muy mal, el barco se movía y yo no paraba de vomitar…”. Veintiún días después, con trasbordo al Northland en el medio, llegó a las islas.

El nepalés tenía un rango de Lance Corporal y pertenecía a la patrulla de reconocimiento, además de ser paramédico. “Para cumplir con la tarea que tenía yo en Malvinas necesitabas estar muy entrenado”, dice Sukrim que muestra sus músculos mientras repite “súper fit, súper fit”.

El 7 de junio, Sukrim Rai salió de recorrida desde Pradera del Ganso con un par de Gurkas. Cuando llegaron a Egg Harbour capturaron a 7 argentinos que salían de una casa. “Llamamos a un helicóptero para que se llevara a los prisioneros e hicimos noche en el lugar”, recuerda.

Y acá va a contar cómo usó su famosos kukri: “Al otro día, tres argentinos vuelven a la casa. Mi amigo Budy los vio desde lejos, no les habían avisado que sus compañeros habían sido capturados. Los observamos escondidos desde la ladera. Estaban armados. Cuando los teníamos a unos 15 metros le dije a Budy: ´Cubrime que yo me voy a acercar desarmado, sólo con mi kukri. Si tratan de matarme o lastimarme, dispará'. Y nos fuimos a emboscarlos", recuerda Sukrim.

Unos minutos después, Sukrim saltó desde una montaña y los argentinos vieron caer un Gurka desde el cielo con toda su leyenda a cuestas y su famosa daga en la mano: “Ellos estaban armados, pero se vieron tan sorprendidos que no hicieron otra cosa que rendirse: ‘Por favor, no me degüelles con tu kukri’, me pedían”, asegura el nepalés que le dieron.


“Reduje a los argentinos yo solo con mi kukri. Los llevamos a la casa y les hicimos una merienda, tal como indica el protocolo de prisioneros. Ugarte era el de rango más alto y me preguntó: ´¿Por qué no me mataste?´. ´Porque es mejor capturar que matar. Por eso usé el kukri´, le contesté, a lo que me dijo: 'Voy a estar agradecido toda mi vida'"(Maximiliano Vernazza)

Durante años, la versión que circuló en la Argentina esobre aquella emboscada es muy diferente. El teniente Ugarte, de la Escuela de Aviación Militar, dejó su detallado testimonio en el libro Con Dios en el alma y un halcón en el corazón, de Pablo Carballo.

“Llegamos a una casa abandonada. Aparentemente no había nadie. Pero atrás de una roca apareció un oficial inglés y nos pidió que nos rindiéramos. Uno de nuestros oficiales le disparó, y al instante nos vimos rodeados por cerca de 35 gurkas. Pensé que estábamos perdidos y le dije a mis hombres: ‘Ya no hay nada que hacer. Resistir es hacernos matar inútilmente. Arrojemos las armas’. El oficial pegó un grito y los gurkas se nos vinieron encima. Pero el inglés pegó otro grito en nepalés y los chinitos se frenaron como el perro cuando grita su amo. Los gurkas empezaron a rodearnos. En una mano el fusil y en la otra el cuchillo. Hacían gestos, como si fueran a degollarnos. Nos tiraron al suelo y nos apuntaron a la cabeza. Me puse a rezar. Pasamos la noche con un gurka al lado de cada uno de nosotros. Con la punta de su cuchillo en nuestro cuello”


Los soldados que cuentan la historia de la guerra en "Campo Minado": Gabriel Sagastume, David Jackson, Sukrim Rai, Rubén Otero, Marcelo Vallejo y Lou Armour

Sukrim Rai tiene otra versión: “Los reduje yo solo con mi kukri. Los llevamos a la casa y les hicimos una merienda, tal como indica el protocolo de prisioneros. Ugarte era el de rango más alto y fue a una habitación solo. En un momento me pidió que le trajera la billetera de su mochila, empezó a besar las fotos de sus hijos y se puso a rezar. ‘¿Por qué no me mataste?´, me preguntó. ´Porque es mejor capturar que matar. Por eso usé el kukri', le contesté, a lo que me dijo: 'Voy a estar agradecido toda mi vida´”.

-¿Sospecha que en algún momento pudo haberse cruzado con alguno de sus compañeros de la obra Campo Minado en la Guerra de Malvinas?

-De haber durado un día más la guerra, con Marcelo Vallejos suponemos que podríamos habernos encontrado porque los dos estuvimos en la batalla final de Monte Williams. Quizá estuvimos a metros, a un par de kilómetros. Yo soy el único Gurka que estuvo en acción en Malvinas cuando capturé a este teniente. Mi amigo Budy y yo. El resto no peleó, lo que desmiente todas las teorías de asesinatos sangrientos.


La billetera que el oficial argentino que él tomó prisionero le regaló años después de la guerra, y donde él lleva la foto de su familia que lo acompañó durante el conflicto de 1982 (Gustavo Gavotti)

-Esas versiones hicieron que su compañero Marcelo Vallejo sienta un gran rencor contra ustedes, los gurkas: ¿Cómo ha sido la relación entre ambos desde el día que se encontraron?

-Yo no los sentí enemigos ni en la guerra. Solo pertenecíamos a distintos ejércitos. Yo no me di cuenta que estaba con el enemigo, no tenía miedo, por el momento sentí que era un ejercicio como los que había tenido años antes de Malvinas. En cuanto a Marcelo, yo le expliqué que no sentía odio. Y tampoco sentí que él tuviera nada en contra mío. Creo que no fue incómodo ni para él ni para mí. Solo éramos soldados haciendo su trabajo y cuando terminó ese trabajo, terminó la guerra.

-¿Y cómo se siente en este nuevo rol donde no arriesga su vida ni tiene que amenazar con su cuchillo a nadie?

-Es realmente hermoso. En el ejército tenía que cumplir con un deber por dinero, en cambio aquí no lo hago por dinero porque gano muy poco. Ya no volvería a una guerra que deciden un par de tipos tomando whisky y a través de un celular. Los conflictos deben arreglarse sobre una mesa y con una lapicera. Esas son las armas que hay que usar.

martes, 26 de noviembre de 2019

Arte: Monte Longdon

Monte Longdon

11/12 de junio de 1982


Monte Longdon. (Tela del pintor argentino Hector Arenales Solís)

jueves, 14 de noviembre de 2019