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domingo, 28 de agosto de 2022
viernes, 14 de febrero de 2020
Espionaje: La CIA espió a Argentina con las máquinas Crypto
El golpe maestro de la CIA y sus socios alemanes
Una investigación de ‘The Washington Post’ y las cadenas ZDF y SRF destapa el espionaje de EE UU y Alemania a otros Gobiernos durante décadasBoris Hagelin, con un máquina de cifrado. GETTY
Yolanda Monge || El País
Es uno de los mayores casos de espionaje, material de novela de John Le Carré o de un guion cinematográfico. Durante más de cinco décadas, la CIA y los servicios de espionaje de la entonces Alemania Occidental (BND, en sus siglas germanas) controlaron en secreto una empresa suiza que fabricaba y vendía dispositivos de encriptación y líneas de comunicación seguras a más de 120 países. Pero el caso es que ni las líneas ni los mensajes cifrados eran seguros, ya que la CIA y los alemanes tenían acceso a la información a través de los dispositivos, según desveló este martes una investigación periodística de The Washington Post, junto a las cadenas de televisión ZDF (Alemania) y SRF (Suiza).
Fue El golpe de inteligencia del siglo, titulaba este martes el periódico estadounidense. Fueron clientes de la empresa Crypto AG y sus máquinas trucadas países como Irán, juntas militares de América Latina, naciones rivales como India y Pakistán, Estados miembros de la OTAN como España, la ONU e incluso el Vaticano, según la extensa investigación, que asegura que “estas agencias de espionaje manipularon los dispositivos de la compañía para poder romper fácilmente los códigos que los países usaban para enviar mensajes cifrados”. Hasta ahora, ese peculiar partenariado era uno de los secretos mejor guardados de la Guerra Fría.
Todo empezó en plena Segunda Guerra Mundial, cuando la firma Crypto fue creada por Boris Hagelin, un empresario e inventor nacido en Rusia pero que huyó a Suecia cuando los bolcheviques tomaron el poder. Cuando los nazis ocupaban la vecina Noruega en 1940, Hagelin decidió emigrar de nuevo, en esta ocasión a Estados Unidos.
El inventor llevaba consigo la famosa máquina encriptadora, bautizada como M-209. Según la historia interna de la CIA, citada en la investigación del Post, se hacía necesario controlar a Hagelin para que limitara la venta del codificador solo a países aprobados por Washington. En definitiva, Crypto no debía caer en manos de los soviéticos, los chinos o los norcoreanos. Esos países, sin embargo, nunca fueron clientes de la compañía, por lo que, en teoría, quedaron fuera de los límites directos del espionaje montado por EE UU y Alemania.
No obstante, los agentes de la CIA obtuvieron mucha información valiosa de Pekín y Moscú a través de las interacciones de estos países con servicios secretos o diplomáticos de naciones que sí tenían los aparatos de cifrado. La conocida como Operación Thesaurus se firmó en un elitista club de Washington, el Cosmos, cuando Hagelin selló en 1951 con un apretón de manos durante una cena el primer acuerdo secreto con la inteligencia estadounidense, que trajo consigo a William Friedman, el padre de la criptología americana.
El acuerdo consistía en que Hagelin trasladaba la compañía a Suiza y restringía las ventas de sus modelos más sofisticados a países aprobados por Langley (donde tiene la sede la CIA). Las naciones que no estaban en esa lista obtenían de Crypto AG sistemas anticuados y sin apenas efectividad. A Hagelin se le compensaba económicamente por la pérdida de ventas.
El siglo XX avanzaba y prácticamente nadie en Crypto, excepto Hagelin, sabía de la implicación de la CIA en la compañía. Los beneficios eran abundantes. Cada año, según los registros de la inteligencia alemana, el BND entregaba su parte de las ganancias en efectivo a la CIA en un oscuro garaje de Washington.
En la década de los ochenta, la operación pasó a denominarse Rubicón. Para entonces, ya existían algunas tensiones entre Washington y Bonn a cuenta de los objetivos y del reparto de la información conseguida. Ambas partes, según la investigación, también usaron para su espionaje a otras empresas, a Siemens en Alemania y Motorola en EE UU.
Crypto, además, daba buenos beneficios. Según la CIA, en 1975 la compañía ganó más de 51 millones de francos suizos (unos 47,8 millones de euros). Mientras, Rubicón permitió décadas de acceso sin precedentes a las comunicaciones de otros Gobiernos. Por ejemplo, en 1978, cuando los líderes de Egipto, Israel y EE UU se reunían en Camp David para negociar un acuerdo de paz, la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA, en sus siglas en inglés) escuchaba de forma secreta las comunicaciones del presidente egipcio Anwar el-Sadat con El Cairo.
A través de un sistema de Crypto se supo también que el hermano del presidente de EE UU Jimmy Carter estaba supuestamente en nómina del líder libio Muamar el Gadafi. La tecnología también propició que la Administración de Ronald Reagan pasase información a Londres sobre la breve guerra del Reino Unido con Argentina por las Malvinas. En 1989, el uso del Vaticano de un aparato de Crypto fue determinante en la captura el general panameño Manuel Antonio Noriega cuando el dictador buscó refugio en la Nunciatura de Panamá.
Los alemanes abandonaron el programa hacia finales de los noventa; la CIA continuó. Pero Crypto se fue disolviendo y dejó de existir en 2017. Ahora existen Crypto International y CyOne; la primera asegura que nunca supo nada de la trama de Crypto, y la segunda se acoge al socorrido “sin comentarios”.
sábado, 2 de diciembre de 2017
Identifican 88 cuerpos de soldados argentinos
Identificaron a 88 soldados argentinos caídos en la guerra de Malvinas
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) le entregó los resultados al GobiernoInfobae
Morris Tidball-Binz, jefe forense del proyecto del CICR
El CICR (Comité Internacional de la Cruz Roja) entregó hoy a las delegaciones de Argentina y Reino Unido los informes forenses resultantes del trabajo realizado para identificar los restos de soldados argentinos enterrados en el cementerio de Darwin.
De las 121 tumbas que faltaban identificar, cuyas placas rezaban "soldado argentino solo conocido por Dios", el informe verificó la identidad de 88 argentinos caídos durante el conflicto bélico en el Atlántico Sur.
El secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, destacó la información brindada. "Recibimos con mucha emoción de manos de la Cruz Roja Internacional los resultados del procedimiento de identificación de nuestros héroes de Malvinas, que se llevó a cabo en el cementerio de Darwin".
"El equipo forense ha identificado a 88 soldados, que representa una tasa de éxito alta, resultado del riguroso proceso de identificación forense", agregó.
Los resultados fueron presentados al secretario de Derechos Humanos en la sede del CICR en Ginebra
"Se trata de la tarea humanitaria más importante que se recuerde para honrar a nuestros caídos en Malvinas. Nos sentimos muy conmovidos porque estamos acercándoles a las familias una caricia del Estado, un fuerte gesto de acompañamiento y reconocimiento", añadió el funcionario argentino tras recibir los resultados.
Los estudios de reconocimiento de los restos a cargo de Morris Tidball-Binz comenzaron el 20 de junio, con 14 especialistas forenses de Argentina, Australia, España, Chile, México y el Reino Unido.
Tidball-Binz le muestra los resultados a Avruj
"Hemos tratado los restos mortales con el máximo respeto y esperamos, con nuestra labor, devolverles la identidad a los fallecidos y brindar con ello respuestas a las familias que aguardan hace más de tres décadas la identificación de los restos de sus seres queridos", añadió Tidball-Binz, que destacó "el profesionalismo" y el "compromiso humanitario" de los especialistas.
El trabajo forense en las islas consistió en tareas de sol a sol durante siete semanas ininterrumpidas. Primero se realizó la exhumación meticulosa de cada cuerpo que sería analizado durante ese día; el análisis se realizó en una morgue temporal, de alta tecnología, que se instaló allí.
De los 649 argentinos que murieron en el conflicto, 237 fueron enterrados en el Cementerio de Darwin
La labor de los especialistas, que llevaba varias horas por cada uno de los cuerpo, incluía la documentación minuciosa de cada caso, la toma de muestra para los estudios posteriores de ADN y luego el proceso de regresar el cuerpo, con sus objetos asociados, a su tumba original, cuidando –durante ese proceso– la dignidad de los soldados.
Entre los expertos que realizaron los análisis genéticos de las muestras, se destacaron los miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), con sede en la provincia de Córdoba, liderados por Luis Fondebrider.
El equipo encabezado por Tidball-Binz, que realizó el trabajo de identificación
Dominik Stillhart, director de Operaciones del CICR, expresó su satisfacción por la calidad del proceso, el compromiso y el apoyo de todos los que colaboraron en la operación y los resultados alcanzados.
"Nos alegra saber que será posible devolver la identidad a muchos de los soldados no identificados y con ello brindar respuestas a una gran parte de las familias que esperan hace más de treinta años", enfatizó.
En este sentido, Avruj destacó que el "procedimiento es también el resultado del regreso de nuestro país a un diálogo abierto y sincero con el mundo, lugar del que nunca debimos alejarnos".
"En los próximos días, vamos a reunirnos con los familiares en el Archivo Nacional de la Memoria, para entrevistarnos y hacer entrega de los resultados correspondientes", añadió el funcionario.
Los embajadores Héctor Marcelo Cima, de Argentina, y Julian Braithwaite, de Reino Unido, encabezaron las respectivas delegaciones
Según pudo saber Infobae, a partir del próximo lunes se comenzará a contactar a las familias y para aquellas que no puedan acercarse hasta la ex ESMA, desde la Secretaría se montará un operativo para "llegar a cada casa de los familiares" y hacer entrega de los resultados.
Pero la búsqueda no está finalizada. Solo 107 familias participaron inicialmente del proceso brindando su consentimiento. Pero aún quedan muchas otras a las que se contactará para que acerquen las muestras biológicas de referencia y poder cotejar el ADN con la base de datos.
Además, están las familias que han dado su consentimiento pero el perfil o los perfiles obtenidos no son suficientes para establecer con certeza la identidad. A ellos también se los invitará a que entreguen más muestras y poder cerrar el proceso.
lunes, 27 de enero de 2014
Extranjeros que ayudaron a Argentina
Los extranjeros que ayudaron en Malvinas
Media docena de expertos del exterior, especializados en distintos armamentos y equipamientos militares, estuvieron durante el conflicto en las islas prestando servicio a los efectivos argentinos en combate. Esto, a pesar de que los alemanes habían declarado el bloqueo de armas en favor de los ingleses, los suizos alegaban neutralidad y los peruanos sólo hicieron público su apoyo después del hundimiento del Belgrano. Y la historia de los que quisieron ir y no pudieron.
Piezas clave. Los seis expertos resultaron fundamentales para resolver cuestiones técnicas que los soldados y superiores argentinos no podían solucionar. Entre ellos, los cañones de la firma Oerlikon-Contraves, y los misiles disparados durante los días del combate.
Dos peruanos, un alemán, un suizo y dos israelíes participaron de la guerra de Malvinas junto a las fuerzas argentinas, cumpliendo funciones que incluyeron el asesoramiento en la puesta a punto de sistemas de defensa, la reparación de baterías antiaéreas, la instalación de equipos de comunicación y el entrenamiento de oficiales en el uso de misiles soviéticos.
Lo que hace este evento más trascendente es que los germanos, junto a sus pares de la Comunidad Económica Europea (CEE), se habían plegado, el 5 de abril de 1982, al bloqueo de armas que había establecido Inglaterra contra el gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri, al igual que las naciones miembros del Commonwealth y los Estados Unidos.
En tanto, los suizos se habían declarado neutrales pero habían congelado el envío de los equipamientos bélicos adquiridos por el país antes de la guerra y que estaban pendientes de entrega.
Los israelíes, por su parte, se mantuvieron al margen del conflicto públicamente pero, por detrás, abrieron un canal de aprovisionamiento de armamentos que se mantuvo a lo largo de todo el conflicto.
En cambio, los peruanos primero mediaron entre británicos y argentinos y, luego del hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo, se volcaron abiertamente a ayudar al gobierno de Galtieri mediante el envío de equipamientos bélicos propios y la triangulación de los provenientes de Jerusalén.
Neutral pero no tanto. En el momento de la recuperación de las islas, la firma Oerlikon-Contraves tenía pendiente de entrega 22 de los 436 cañones de 20 milímetros que había adquirido la Fuerza Aérea en 1981. Todos los envíos quedaron automáticamente suspendidos luego del bloqueo de armas aunque permanecieron en el país los especialistas que estaban entrenando a oficiales y suboficiales en el uso y mantenimiento de los equipos.
La neutralidad suiza no impidió que el 15 de abril, Eusebio Aguiar, uno de los técnicos de la compañía que estaba en la Argentina, viajara a las Malvinas para ofrecerles su ayuda a los militares.
Para ese entonces, su contacto era con el Ejército ya que habían sido los últimos en adquirir los cañones de 35 milímetros. Así que, ni bien llegó, fue en busca del por entonces teniente coronel (actualmente general de brigada retirado) Héctor Arias, jefe del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601, en los alrededores de Puerto Argentino.
Sin embargo, allí su tarea fue limitada ya que aún no habían arribado a las islas los equipamientos. “Él iba y venía y, en ese momento, estaba en el país. La fábrica tenía interés de que fuera porque nos habían vendido recientemente el material. Estuvo muy poquito en Malvinas en abril y, después, se volvió porque no lo necesitaba – afirma Arias–. Aún no habían llegado los cañones, por eso lo devolví enseguida, y estando el material tampoco lo precisaba mucho porque mis oficiales estaban perfectamente capacitados y el material funcionaba bien, por lo que no hubiera sido necesaria su presencia”.
Luego de su paso por el Ejército, Aguiar se dirigió al aeropuerto donde se cruzó con el por entonces capitán (actualmente brigadier retirado) Rodolfo Savoia, quien estaba a cargo de la artillería antiaérea de la Fuerza Aérea, y le pidió ver sus cañones.
“Fue hasta allí y sacó de su bolsillo su nivel de 10 centímetros de largo, lo limpió, lo puso en la base de la flecha de los cañones y dijo que estaba bien nivelado. Fue a la otra pata y dijo que estaba perfecta”, recuerda Savoia.
El teniente primero (actualmente comodoro retirado) Oscar Spath, quien fuera el encargado de acompañarlo en la revisión, concuerda. “Me pidió permiso para inspeccionar los cañones para ver si los teníamos bien emplazados y nivelados. Cuando terminó con su tarea nos dijo: cada vez que hagan un disparo tienen que controlar el nivel de los cañones. Después, ya no lo volvimos a ver”. Un par de días más tarde, Aguiar concluyó su misión y retornó a Comodoro Rivadavia.
Comunicaciones seguras. Algo similar ocurrió con dos técnicos israelíes que viajaron a las islas a instalar un equipo de cifrado Sec 23, de la firma Tadirán, que Jerusalén le había prestado a la Argentina para evitar que los ingleses interfirieran las llamadas entre las Malvinas, Buenos Aires y Comodoro Rivadavia.
Como los oficiales del Ejército no sabían cómo calibrarlos, le pidieron a la empresa si podía mandar a algún especialista a hacer esa tarea. “Nuestros técnicos desconocían cómo hacer que estuvieran inmediatamente en servicio, porque no habían sido entrenados y para que no cometieran algún error”, señala el coronel (R) Abelardo Acevedo, ex miembro de la División Técnica de la Agrupación de Comunicaciones 601.
Enseguida, la compañía les envió a Ioram Guidot y a otro de nombre Ika, dos ingenieros que estaban dando capacitaciones en la Argentina. “Cuando me preguntaron qué opinaba de que la gente de Tadiran viniera a instalarlo, les dije que sí. Era una forma de que se involucraran”, afirma.
Los dos técnicos llegaron de incógnito a las islas a fines de abril para evitar problemas diplomáticos. “Uno de ellos era flaco y alto. Viajaron en un Hércules de incógnito, acreditados como periodistas”, destaca el coronel (R) Carlos Stricker.
El problema fue que la guerra avanzaba y no regresaban a Buenos Aires. Finalmente, Ika volvió promediando el conflicto, pero Guidot siguió allí por decisión propia. Recién, diez días antes de la rendición lograron sacarlo y llevarlo de nuevo al continente.
“Ioram Guidot era un loco de mierda. Estaba bien que peleara una guerra que fuera suya, pero ésta no lo era. Yo estaba desesperado para que volviera y lo hizo diez días antes de que la pista de Puerto Argentino dejara de operar –concluye Israel Lotersztain, uno de los vendedores de Isrex Argentina, la representante de los fabricantes de armas israelíes en el país–. Si se hubiera quedado ahí, los ingleses lo hubieran agarrado. Era mi desesperación. No me quiero imaginar qué hubiera pasado si agarraban como prisionero de guerra a un israelí”.
Más allá de todo esto, ninguno de ellos es considerado, hasta el día de hoy, veterano de guerra de Malvinas a pesar de que la legislación argentina establece que debe ser reconocido como tal “todo aquel personal de oficiales, suboficiales y soldados de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que hayan participado en las acciones bélicas llevadas a cabo en las jurisdicciones del TOM y del TOAS, y civiles que se encontraban cumpliendo funciones de servicio y/o apoyo, en donde se desarrollaron las acciones”.
El israelí Shlomo Erez, quien se encontraba en la localidad bonaerense de Tandil entrenando a los oficiales de la Fuerza Aérea, fue uno de los que pidió ir a la guerra, pero no lo dejaron.
“Quería ir a combatir, porque les tenía bronca a los ingleses. Me decía: ‘Mi familia murió en manos de ellos, cómo no voy a querer combatir’. Ellos querían venir y yo no lo podía aceptar, porque sino agrandábamos la guerra”, afirma el brigadier general (R) Teodoro Waldner, quien era el jefe de la Base Aérea de la ciudad.
Una oferta similar hicieron los pilotos peruanos Ernesto Lanao, César Gallo, Augusto Mengoni, Pedro Ávila, Gonzalo Tueros, Pedro Seabra, Mario Núñez del Arco, Marco Carranza, Augusto Barrantes y Rubén Mimbela, de los escuadrones 611 y 612 de las FAP, quienes habían llevado en vuelo desde Arequipa los Mirage V, que su país le había vendido a la Argentina.
Pero no se conformaron con eso y le pidieron al brigadier general Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, continuar viaje para pelear en la guerra. “Los peruanos querían seguir y presentarse de voluntarios en la guerra de Malvinas. Les dije que no”, concluye el ex miembro de la última Junta Militar.
Media docena de expertos del exterior, especializados en distintos armamentos y equipamientos militares, estuvieron durante el conflicto en las islas prestando servicio a los efectivos argentinos en combate. Esto, a pesar de que los alemanes habían declarado el bloqueo de armas en favor de los ingleses, los suizos alegaban neutralidad y los peruanos sólo hicieron público su apoyo después del hundimiento del Belgrano. Y la historia de los que quisieron ir y no pudieron.
Piezas clave. Los seis expertos resultaron fundamentales para resolver cuestiones técnicas que los soldados y superiores argentinos no podían solucionar. Entre ellos, los cañones de la firma Oerlikon-Contraves, y los misiles disparados durante los días del combate.
Lo que hace este evento más trascendente es que los germanos, junto a sus pares de la Comunidad Económica Europea (CEE), se habían plegado, el 5 de abril de 1982, al bloqueo de armas que había establecido Inglaterra contra el gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri, al igual que las naciones miembros del Commonwealth y los Estados Unidos.
En tanto, los suizos se habían declarado neutrales pero habían congelado el envío de los equipamientos bélicos adquiridos por el país antes de la guerra y que estaban pendientes de entrega.
Los israelíes, por su parte, se mantuvieron al margen del conflicto públicamente pero, por detrás, abrieron un canal de aprovisionamiento de armamentos que se mantuvo a lo largo de todo el conflicto.
En cambio, los peruanos primero mediaron entre británicos y argentinos y, luego del hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo, se volcaron abiertamente a ayudar al gobierno de Galtieri mediante el envío de equipamientos bélicos propios y la triangulación de los provenientes de Jerusalén.
Neutral pero no tanto. En el momento de la recuperación de las islas, la firma Oerlikon-Contraves tenía pendiente de entrega 22 de los 436 cañones de 20 milímetros que había adquirido la Fuerza Aérea en 1981. Todos los envíos quedaron automáticamente suspendidos luego del bloqueo de armas aunque permanecieron en el país los especialistas que estaban entrenando a oficiales y suboficiales en el uso y mantenimiento de los equipos.
La neutralidad suiza no impidió que el 15 de abril, Eusebio Aguiar, uno de los técnicos de la compañía que estaba en la Argentina, viajara a las Malvinas para ofrecerles su ayuda a los militares.
Para ese entonces, su contacto era con el Ejército ya que habían sido los últimos en adquirir los cañones de 35 milímetros. Así que, ni bien llegó, fue en busca del por entonces teniente coronel (actualmente general de brigada retirado) Héctor Arias, jefe del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601, en los alrededores de Puerto Argentino.
Sin embargo, allí su tarea fue limitada ya que aún no habían arribado a las islas los equipamientos. “Él iba y venía y, en ese momento, estaba en el país. La fábrica tenía interés de que fuera porque nos habían vendido recientemente el material. Estuvo muy poquito en Malvinas en abril y, después, se volvió porque no lo necesitaba – afirma Arias–. Aún no habían llegado los cañones, por eso lo devolví enseguida, y estando el material tampoco lo precisaba mucho porque mis oficiales estaban perfectamente capacitados y el material funcionaba bien, por lo que no hubiera sido necesaria su presencia”.
Luego de su paso por el Ejército, Aguiar se dirigió al aeropuerto donde se cruzó con el por entonces capitán (actualmente brigadier retirado) Rodolfo Savoia, quien estaba a cargo de la artillería antiaérea de la Fuerza Aérea, y le pidió ver sus cañones.
“Fue hasta allí y sacó de su bolsillo su nivel de 10 centímetros de largo, lo limpió, lo puso en la base de la flecha de los cañones y dijo que estaba bien nivelado. Fue a la otra pata y dijo que estaba perfecta”, recuerda Savoia.
El teniente primero (actualmente comodoro retirado) Oscar Spath, quien fuera el encargado de acompañarlo en la revisión, concuerda. “Me pidió permiso para inspeccionar los cañones para ver si los teníamos bien emplazados y nivelados. Cuando terminó con su tarea nos dijo: cada vez que hagan un disparo tienen que controlar el nivel de los cañones. Después, ya no lo volvimos a ver”. Un par de días más tarde, Aguiar concluyó su misión y retornó a Comodoro Rivadavia.
La ayuda germana. La presencia de un alemán en Malvinas es la más increíble ya que su país se había plegado al bloqueo de armas contra la Argentina. Sin embargo, esto no impidió que el ingeniero Manfred Jentges, de la firma franco-germana Euromissile, viajara a las Malvinas en medio de los bombardeos británicos.
En ese momento, se encontraba de vacaciones en el país cuando el Ejército lo invitó a visitar las estaciones de misiles Roland que estaban en las islas para que ayudara a los militares en lo que pudiera. Así, Jentges viajó el 14 de mayo, por propia voluntad, en medio de los combates, sin que la compañía ni su gobierno lo supieran.
“La empresa no lo mandó, sino que dejó a su criterio si quería ir y él por su cuenta y riesgo viajó voluntariamente, cuando sus dos compañeros franceses se quedaron en Mar del Plata. Su gesto fue muy bueno porque no tenía ninguna obligación de ir”, resalta el por entonces teniente primero (retirado como teniente coronel) Carlos Regalini, quien se desempeñaba en aquel tiempo como jefe de la batería del GADA Mixto 602.
Al día siguiente, miembros del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 intentaron todo el día trasladar la batería Roland hasta Puerto Argentino para que le reparara una de las placas que le impedían que el grupo electrógeno funcionara correctamente. Finalmente, lograron su cometido a las 18.30.
“Teníamos un problema con el grupo electrógeno del sistema de misiles: se había roto una tarjeta y él vino a repararla. Esto no era un impedimento para que la batería funcionara, porque también trabajábamos con energía común, pero era importante. Su ayuda fue más que importante”, detalla Regalini.
Durante las siguientes dos jornadas, Jentges se dedicó a arreglar los desperfectos técnicos que tenía el equipo, por lo que recién pudo estar operativo nuevamente el 18 de mayo, según consta en el Diario de guerra de la batería Roland, redactado por el subteniente Diego Noguer.
El ingeniero no sólo se dedicó a reparar el grupo electrógeno sino que, también, aprovechó para brindarles información técnica sobre los equipamientos británicos a los oficiales argentinos.
“Nos pasaba unos datos interesantes de sus aviones, misiles antirradar y los armamentos que tenían los británicos. Estaba más con nosotros que con los ingleses”, explica el teniente coronel.
Luego de que concluyó su tarea en Puerto Argentino, Jentges retornó a Comodoro Rivadavia y, después, reanudó sus vacaciones que había abandonado para ayudar a los tropas argentinas.
El armamento soviético. La ayuda peruana se materializó tanto a través de la provisión de armamentos como mediante el envío de oficiales especialistas en artillería de su Fuerza Aérea (FAP) para entrenar a sus pares argentinos.
Así, el 6 de mayo aterrizó en la base aérea de El Palomar un C-130 proveniente de Lima cargado con munición, cohetes, misiles y bombas, entre ellos 120 lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Strela 2, de origen soviético.
Junto con esto, arribaron dos oficiales peruanos para entrenar a sus pares en las Malvinas y a un tercero para hacer lo propio con los militares que estaban en Comodoro Rivadavia.
La primera capacitación la dio el teniente Ramírez a un grupo de oficiales y suboficiales en la IX Brigada Aérea de la ciudad chubutense, donde les explicó cómo se utilizaban los misiles.
“Me llevaron adentro de un hangar para la instrucción, todo medio misterioso. Sólo salimos cuando nos explicó de qué manera se encendía el misil y la cabeza buscadora del blanco. Nos dio un manual, una clase teórica y una práctica”, afirma el comodoro (R) Walter Garay quien participó del curso.
Sin embargo, Ramírez no se conformó con eso pidió cruzar a las Malvinas para combatir contra los ingleses, pero la comandancia de la Fuerza Aérea Sur le prohibió que lo hiciera.
“Era muy gaucho y consustanciado con el tema, quería cruzar. Hasta lo tenían que controlar para que no se subiera a un Hércules”, recuerda el brigadier (R) Jaime Ugarte, quien también participó de la capacitación y el 7 de mayo voló rumbo a Puerto Argentino junto a Garay y un grupo de suboficiales.
Sin embargo, otros dos oficiales peruanos tuvieron mejor suerte y cruzaron el 9 de mayo, en forma secreta, a Puerto Argentino y, enseguida, fueron enviados en un helicóptero Bell 212 junto con dos lanzadores y ocho misiles SA-7 a Pradera del Ganso.
“Llegaron los misiles con los técnicos peruanos, casi en forma simultánea, a darnos las clases sobre cómo operar esos misiles que nosotros no teníamos”, afirma el brigadier (R) Wilson Pedrozo, quien estaba a cargo de la Base Aérea Cóndor.
Allí, quedaron a las órdenes del jefe de Operaciones, el vice comodoro (retirado como comodoro) Oscar Vera Mantarás, quien les asignó a los pilotos más jóvenes de Pucará, entre ellos el teniente Hernán Calderón, para que los entrenara y así pudieran operarlos cuando no volaran.
“Los oficiales de la Fuerza Aérea Peruana estuvieron un par de días y le dieron instrucción a un grupo de nuestros aviadores y ellos, después, se lo transmitieron a otros de nuestra base. Tenían unas ganas bárbaras de quedarse y no los dejamos porque no podíamos tenerlos ahí”, resalta.
Finalmente, luego de realizar los cursos con los pilotos regresaron en helicóptero a Puerto Argentino y, desde allí, fueron trasladados en un Hércules hacia Comodoro Rivadavia.
En ese momento, se encontraba de vacaciones en el país cuando el Ejército lo invitó a visitar las estaciones de misiles Roland que estaban en las islas para que ayudara a los militares en lo que pudiera. Así, Jentges viajó el 14 de mayo, por propia voluntad, en medio de los combates, sin que la compañía ni su gobierno lo supieran.
“La empresa no lo mandó, sino que dejó a su criterio si quería ir y él por su cuenta y riesgo viajó voluntariamente, cuando sus dos compañeros franceses se quedaron en Mar del Plata. Su gesto fue muy bueno porque no tenía ninguna obligación de ir”, resalta el por entonces teniente primero (retirado como teniente coronel) Carlos Regalini, quien se desempeñaba en aquel tiempo como jefe de la batería del GADA Mixto 602.
Al día siguiente, miembros del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 intentaron todo el día trasladar la batería Roland hasta Puerto Argentino para que le reparara una de las placas que le impedían que el grupo electrógeno funcionara correctamente. Finalmente, lograron su cometido a las 18.30.
“Teníamos un problema con el grupo electrógeno del sistema de misiles: se había roto una tarjeta y él vino a repararla. Esto no era un impedimento para que la batería funcionara, porque también trabajábamos con energía común, pero era importante. Su ayuda fue más que importante”, detalla Regalini.
Durante las siguientes dos jornadas, Jentges se dedicó a arreglar los desperfectos técnicos que tenía el equipo, por lo que recién pudo estar operativo nuevamente el 18 de mayo, según consta en el Diario de guerra de la batería Roland, redactado por el subteniente Diego Noguer.
El ingeniero no sólo se dedicó a reparar el grupo electrógeno sino que, también, aprovechó para brindarles información técnica sobre los equipamientos británicos a los oficiales argentinos.
“Nos pasaba unos datos interesantes de sus aviones, misiles antirradar y los armamentos que tenían los británicos. Estaba más con nosotros que con los ingleses”, explica el teniente coronel.
Luego de que concluyó su tarea en Puerto Argentino, Jentges retornó a Comodoro Rivadavia y, después, reanudó sus vacaciones que había abandonado para ayudar a los tropas argentinas.
El armamento soviético. La ayuda peruana se materializó tanto a través de la provisión de armamentos como mediante el envío de oficiales especialistas en artillería de su Fuerza Aérea (FAP) para entrenar a sus pares argentinos.
Así, el 6 de mayo aterrizó en la base aérea de El Palomar un C-130 proveniente de Lima cargado con munición, cohetes, misiles y bombas, entre ellos 120 lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Strela 2, de origen soviético.
Junto con esto, arribaron dos oficiales peruanos para entrenar a sus pares en las Malvinas y a un tercero para hacer lo propio con los militares que estaban en Comodoro Rivadavia.
La primera capacitación la dio el teniente Ramírez a un grupo de oficiales y suboficiales en la IX Brigada Aérea de la ciudad chubutense, donde les explicó cómo se utilizaban los misiles.
“Me llevaron adentro de un hangar para la instrucción, todo medio misterioso. Sólo salimos cuando nos explicó de qué manera se encendía el misil y la cabeza buscadora del blanco. Nos dio un manual, una clase teórica y una práctica”, afirma el comodoro (R) Walter Garay quien participó del curso.
Sin embargo, Ramírez no se conformó con eso pidió cruzar a las Malvinas para combatir contra los ingleses, pero la comandancia de la Fuerza Aérea Sur le prohibió que lo hiciera.
“Era muy gaucho y consustanciado con el tema, quería cruzar. Hasta lo tenían que controlar para que no se subiera a un Hércules”, recuerda el brigadier (R) Jaime Ugarte, quien también participó de la capacitación y el 7 de mayo voló rumbo a Puerto Argentino junto a Garay y un grupo de suboficiales.
Sin embargo, otros dos oficiales peruanos tuvieron mejor suerte y cruzaron el 9 de mayo, en forma secreta, a Puerto Argentino y, enseguida, fueron enviados en un helicóptero Bell 212 junto con dos lanzadores y ocho misiles SA-7 a Pradera del Ganso.
“Llegaron los misiles con los técnicos peruanos, casi en forma simultánea, a darnos las clases sobre cómo operar esos misiles que nosotros no teníamos”, afirma el brigadier (R) Wilson Pedrozo, quien estaba a cargo de la Base Aérea Cóndor.
Allí, quedaron a las órdenes del jefe de Operaciones, el vice comodoro (retirado como comodoro) Oscar Vera Mantarás, quien les asignó a los pilotos más jóvenes de Pucará, entre ellos el teniente Hernán Calderón, para que los entrenara y así pudieran operarlos cuando no volaran.
“Los oficiales de la Fuerza Aérea Peruana estuvieron un par de días y le dieron instrucción a un grupo de nuestros aviadores y ellos, después, se lo transmitieron a otros de nuestra base. Tenían unas ganas bárbaras de quedarse y no los dejamos porque no podíamos tenerlos ahí”, resalta.
Finalmente, luego de realizar los cursos con los pilotos regresaron en helicóptero a Puerto Argentino y, desde allí, fueron trasladados en un Hércules hacia Comodoro Rivadavia.
Comunicaciones seguras. Algo similar ocurrió con dos técnicos israelíes que viajaron a las islas a instalar un equipo de cifrado Sec 23, de la firma Tadirán, que Jerusalén le había prestado a la Argentina para evitar que los ingleses interfirieran las llamadas entre las Malvinas, Buenos Aires y Comodoro Rivadavia.
Como los oficiales del Ejército no sabían cómo calibrarlos, le pidieron a la empresa si podía mandar a algún especialista a hacer esa tarea. “Nuestros técnicos desconocían cómo hacer que estuvieran inmediatamente en servicio, porque no habían sido entrenados y para que no cometieran algún error”, señala el coronel (R) Abelardo Acevedo, ex miembro de la División Técnica de la Agrupación de Comunicaciones 601.
Enseguida, la compañía les envió a Ioram Guidot y a otro de nombre Ika, dos ingenieros que estaban dando capacitaciones en la Argentina. “Cuando me preguntaron qué opinaba de que la gente de Tadiran viniera a instalarlo, les dije que sí. Era una forma de que se involucraran”, afirma.
Los dos técnicos llegaron de incógnito a las islas a fines de abril para evitar problemas diplomáticos. “Uno de ellos era flaco y alto. Viajaron en un Hércules de incógnito, acreditados como periodistas”, destaca el coronel (R) Carlos Stricker.
El problema fue que la guerra avanzaba y no regresaban a Buenos Aires. Finalmente, Ika volvió promediando el conflicto, pero Guidot siguió allí por decisión propia. Recién, diez días antes de la rendición lograron sacarlo y llevarlo de nuevo al continente.
“Ioram Guidot era un loco de mierda. Estaba bien que peleara una guerra que fuera suya, pero ésta no lo era. Yo estaba desesperado para que volviera y lo hizo diez días antes de que la pista de Puerto Argentino dejara de operar –concluye Israel Lotersztain, uno de los vendedores de Isrex Argentina, la representante de los fabricantes de armas israelíes en el país–. Si se hubiera quedado ahí, los ingleses lo hubieran agarrado. Era mi desesperación. No me quiero imaginar qué hubiera pasado si agarraban como prisionero de guerra a un israelí”.
Más allá de todo esto, ninguno de ellos es considerado, hasta el día de hoy, veterano de guerra de Malvinas a pesar de que la legislación argentina establece que debe ser reconocido como tal “todo aquel personal de oficiales, suboficiales y soldados de las Fuerzas Armadas y de Seguridad que hayan participado en las acciones bélicas llevadas a cabo en las jurisdicciones del TOM y del TOAS, y civiles que se encontraban cumpliendo funciones de servicio y/o apoyo, en donde se desarrollaron las acciones”.
Dos ofertas desechadas
El apoyo de los peruanos e israelíes no sólo se limitó a los hombres que enviaron a las Malvinas sino que, además, sus pilotos se ofrecieron a volar los cazabombarderos y participar de los ataques contra la flota inglesa.El israelí Shlomo Erez, quien se encontraba en la localidad bonaerense de Tandil entrenando a los oficiales de la Fuerza Aérea, fue uno de los que pidió ir a la guerra, pero no lo dejaron.
“Quería ir a combatir, porque les tenía bronca a los ingleses. Me decía: ‘Mi familia murió en manos de ellos, cómo no voy a querer combatir’. Ellos querían venir y yo no lo podía aceptar, porque sino agrandábamos la guerra”, afirma el brigadier general (R) Teodoro Waldner, quien era el jefe de la Base Aérea de la ciudad.
Una oferta similar hicieron los pilotos peruanos Ernesto Lanao, César Gallo, Augusto Mengoni, Pedro Ávila, Gonzalo Tueros, Pedro Seabra, Mario Núñez del Arco, Marco Carranza, Augusto Barrantes y Rubén Mimbela, de los escuadrones 611 y 612 de las FAP, quienes habían llevado en vuelo desde Arequipa los Mirage V, que su país le había vendido a la Argentina.
Pero no se conformaron con eso y le pidieron al brigadier general Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, continuar viaje para pelear en la guerra. “Los peruanos querían seguir y presentarse de voluntarios en la guerra de Malvinas. Les dije que no”, concluye el ex miembro de la última Junta Militar.
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