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viernes, 2 de agosto de 2019

El hombre que rescató a los gauchos

El hombre que rescató gauchos de Malvinas

Fundación Nuestro Mar



A ese paisano le astilla el cuerpo la agonía de un caballo. Lo quiebra la mirada perdida del alazán, las patas inmóviles del negro y más allá, la panza hinchada del malacara abandonado sobre el suelo. Deja el lazo de cueros trenzados sobre la escarcha de Malvinas. Con sus manos heladas abraza el mate caliente y trata de sobreponerse a las astillas, mirando más allá de la niebla gris. Es una de las tantas madrugadas de 1824. Abruma el frío, la soledad y esa hilera negra de caballos muertos.

Si no fuera por ese entorno que le fetea el pecho, vería que llega a rescatarlo el escritor Marcelo Beccaceci, casi 200 años después.

Ahora su estampa, arreando vacas y en un paisaje sepia, está en la tapa del libro “Gauchos de Malvinas”, que se acaba de publicar. Por si faltaban razones, ahí están nuestros paisanos enlazando animales en la tierra malvinense, poco después de nuestra independencia.

Beccaceci vio esas ilustraciones en el libro de una isleña, en una casa de campo en Malvinas, de paso a la Antártida, en 2002. En su diálogo por AM 550 La Primera, recordó que “me intrigó mucho que en ese libro no existe la palabra ´argentino´, habla de la presencia de gauchos por ese lugar, pero la escritora habla de ´sudamericanos´y nunca menciona que dónde venían, ni siquiera los nombres, salvo uno o dos”. A eso se le agregó “un cuadrito que está en el museo de Puerto Argentino, una acuarela que se hizo en las Islas donde se ve a un gaucho pasándole el mate a otro”, entonces “me puse a investigar de dónde venían esas ilustraciones”.
Pasaron varios años hasta que “pude dar con la colección de esos cuadros, que llamativamente no estaban ni en las Islas ni en Inglaterra, sino en Buenos Aires, custodiados por una familia de descendientes ingleses”.

La voracidad del investigador se aceleró con ese hallazgo. “Esos cuadros fueron la base de la investigación y pude documentar la presencia de gauchos argentinos en las Islas Malvinas, desde 1824 hasta 1870, aproximadamente.”

Gauchos de a pié

Cuando Luis Vernet (comerciante, nacido en Hamburgo y venido de Francia) fue designado gobernador de las Islas, envió primero dos barcos con 26 gauchos y una tropilla de caballos con el objetivo de hacerse de la hacienda cimarrona que habitaba el archipiélago. Cuenta Beccaceci que ” allí había ganado salvaje traído por españoles y franceses”. Pero el trajín del viaje y la falta de comida hace que “el 80 porciento de los caballos murieran” y los paisanos “se quedaron prácticamente de a pié, en un momento además muy complicado por el clima y porque comienzan a caer las primeras nevadas”.

Un segundo envío de caballos hacia el sur tropieza con el mismo problema de muerte de los equinos, por lo que “en agosto los gauchos vuelven porque no podían hacer nada, ni siquiera acercarse a esos animales cimarrones”.

Ya en 1825, el designado gobernador apuesta todo su capital para sacar ganancias de un establecimiento más efectivo en las Islas y la hacienda baguala del archipiélago. Así, organiza una expedición con nuevos paisanos provenientes de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fé y Corrientes.

Pero el traslado de caballos se topa con barcos brasileños frente a Carmen de Patagones, en plena guerra con Brasil, lo que significa una nueva frustración para los hombres que esperaban esos animales para hacer su tarea de arreo de los animales cimarrones que poblaban el interior campestre de las Islas. “Por segunda vez quedan los gauchos arreglándose como pueden”, dice Beccaceci.

“Entre otras cosas -continúa-, los paisanos construyen corrales con turba y piedras para tratar de encerrar a la hacienda cimarrona y aprovechar su carne y sus cueros. Hoy quedan vestigios, sobre todo el más grande que está a metros del actual cementerio de los argentinos caídos en la guerra de 1982”.

La desnudez de árboles y maderas en Malvinas impulsó el ingenio de aquellos paisanos para encerrar los animales, mientras el empresario Vernet pensaba en el envío de naves a la Isla de los Estados en busca de esos materiales esenciales para la actividad a desarrollar.

Además, el interés empresario de Vernet incluía la riqueza de la pesca en las aguas adyacentes al archipiélago. Beccaceci señala que los gauchos ciudaron ese recurso y “es muy interesante ver cómo con cuchillos y facones abordaban barcos ingleses y norteamericanos y trataban de llevarlos a puerto porque estaban depredando con su pesca el mar argentino de las Islas”.

Estas actitudes de nuestros compatriotas se sumaban a su objetivo central de “capturar el ganado y vender cuero y carne a los países europeos, o a los barcos loberos y balleneros que pasaban hacia la Antártida”.

Explotados

Si bien los hombres embarcados en el desafío de trabajar en las Islas tenían en su mente la posibilidad de obtener un beneficio económico que les era negado en sus lugares de origen, también portaban una fidelidad sin igual. El patrón era Vernet y a él se debían.

Fue así hasta que la paciencia se agotó. El trato que dio el gobernador-empresario a los gauchos fue limando esa fidelidad. Es que, además de los contratiempos en el abastecimiento de caballos y alimentos, se le sumó el pago “en papeles” que debían cambiar en el almacén -que también pertenecía a Vernet- y a precios irrisorios. “Sólo tenían la carne gratis, porque la obtenían ellos, pero les cobraban todo demás, contando los elementos esenciales para su trabajo como aperos, riendas, lazos, etc.” y la vestimenta que los resguardara de un clima tan cruel. Las deudas que contraían en el almacén era otro obstáculo real para la vuelta al continente.

Cuando los ingleses invaden las Islas en 1833 “se preocupan de no echar a todo el mundo sino que dejan a un grupo de gauchos y a los empleados de Vernet porque sin ellos no había economía para los isleños y para quienes pasaban por allí”, sostiene el autor de “Gauchos de Malvinas”.

Son los propios ingleses “los que hablan con el gerente de la empresa de vernet, Juan Simón y le exigen que se les pague a los gauchos con metálico y que les bajen los precios de lo que le vendían porque eran abusivos”.

Pero la situación de explotación no cambia y eso acentúa el malestar entre la paisanada que, encabezado por Antonio Rivero, planea y ejecuta un plan de ataque y muerte al gerente y varios empleados de Vernet, en lo que se conoce como la sublevación de Rivero. Él y un grupo de gauchos, tras esa acción en agosto de 1833, se refugian en la Comandancia de las Islas y durante cinco meses no flameará la bandera británica.

A comienzos de 1834 atracan en la isla Soledad dos goletas inglesas, con el claro propósito de apresar a Rivero y su gente. Ante la superioridad numérica y de armamentos, los paisanos se repliegan hacia el interior campestre de la isla. Allí resisten durante varias semanas hasta que, uno a uno fueron capturados. Recién en marzo cayó en poder de los ingleses el último gaucho sublebado en Malvinas, Antonio Rivero.

Posteriormente se registraría en la historia el viaje hacia Gran Bretaña para ser sometidos a juicio y la vuelta final a la Argentina, previo desembarco en Montevideo.

Nueva presencia gaucha

Doce años después, con la continuidad de la invasión inglesa a nuestras Islas, los británicos deciden realizar una segunda congregación de paisanos en el archipiélago, con el objetivo de capturar la hacienda cimarrona y restablecer la economía inglesa. “Ellos eran los únicos que tenían la destreza y habilidad para esa tarea, por lo que embarcan a un nuevo contingente, con una presencia mayoritaria de uruguayos aunque también hay registros de algunos argentinos”, señala el escritor.

No obstante, en la mente de los invasores estaba el aprovechamiento de esas extensiones malvinenses a través de la producción de lana y carne de ovinos. Así, lentamente comenzó la población lanar, que fue arrinconando a los gauchos a cada vez menores capturas de vacunos. Paulatinamente, se fue esquilmando la existencia de animales cimarrones y se hizo más nítida la intención británica de avanzar con la presencia ovina.

A tal punto se expandió esta explotación de seis o siete productores en las Islas, que en 1870 decidieron ampliar sus territorios, avanzando hacia Tierra del Fuego y Santa Cruz, iniciando la población ovina en la Patagonia. Junto con la supremacía de la oveja sobre vacunos y equinos, fue extinguiéndose la presencia de gauchos en Malvinas, según la documentación en la que basó su obra Beccaceci.

No fue la niebla permanente ni el terco viento frío de las Islas lo que oscureció durante años la presencia de gauchos argentinos en Malvinas. Fue la ausencia de una persona apasionada por el rescate de esos hombres.

Hasta que llegó Beccaceci y vio en un dibujo a ese paisano al que le astilla el cuerpo la agonía de un caballo. (Sergio Sarachu - DIARIA MENTE)

viernes, 22 de junio de 2018

Los gauchos de Malvinas antes de la invasión británica

En Malvinas hubo mate y gauchos: un libro recupera las pinturas que los retratan

En un rincón olvidado del Museo de Puerto Argentino, en las islas Malvinas, hay una pintura que muestra a un gaucho tomando mate. Esta pequeña obra de arte disparó la curiosidad de Marcelo Beccaceci, escritor especialista en temas patagónicos, que comenzó a buscar su autor.





La historia lo llevó a dar con dos hermanos descendientes de ingleses que guardan bajo llave en un altillo de una vieja casona en Pilar la colección completa de acuarelas que pintó en 1852 William Dale, hijo de John Pownall Dale, que fue gerente de la Falkland Islands Company, empresa que perdura hasta nuestros días.

El joven William dejó una trascendental obra, pintando la vida de aquellos hombres que abandonaron el horizonte pampeano para trabajar en los campos australes. "Hasta el día de hoy es el único registro gráfico de la presencia de los gauchos en las islas", explica Beccaceci.

Gauchos de Malvinas es el título del libro de Beccaceci que se presentó el domingo en la Feria del Libro, en él se reproducen acuarelas que muestran a los gauchos haciendo asados, arrinconando toros y arreando vacas en las Malvinas. La historia de la presencia gaucha en las islas se remonta a principios del siglo XIX.

La profunda investigación de Beccaceci recupera las primeras huellas de un camino criollo que puede verse hoy en accidentes topográficos y en tradiciones en el interior profundo de las islas. "En el Museo de Puerto Argentino no me quisieron dar datos, allí el tema de los gauchos es un asunto que trae controversias. Los kelpers sostienen que también existieron gauchos ingleses, aunque todo lo que saben lo aprendieron de los argentinos", dice Beccaceci.

Tras la pista de las acuarelas

De regreso al continente, habló con un editor de libros ingleses y le comentó acerca de la acuarela que había visto. "Sé quiénes tienen la colección completa, pero no estoy autorizado a decirlo", le dijo. Para esa altura, Beccaceci ya tenía una obsesión: hallar las acuarelas que reproducían la vida de los gauchos en las islas.

"Una tarde estaba en la vereda en mi casa y hablo con una vecina, me comenta que estaba cuidando a un anciano que tenía alzheimer y que era de la colectividad inglesa", la sorpresa fue mayor cuando le dijo el nombre: se trataba del editor inglés. Beccaceci tenía probados indicios de que las acuarelas las tenían los hermanos Lough. "Los conozco, van a visitarlo", le afirmó su vecina. De esta particular manera, el autor halló finalmente la colección completa de las acuarelas que pintó William Dale.

Con cierta reserva, Tim y Gavin Lough le permitieron a Beccaceci conocer las acuarelas, fotografiarlas, y a partir de ellas contar la historia de los gauchos de Malvinas. Recopilando datos del Archivo Histórico Nacional y de documentos que halló en Puerto Argentino, pudo rearmar el recorrido de los gauchos que fueron a explotar el ganado que habían dejado los españoles cuando ocuparon las islas hasta 1811.

Después de la Independencia, en febrero de 1824, llegó la primera expedición de gauchos a las islas con 26 de estos hombres y cinco caballos. Los hermanos Vernet -comerciantes franceses que vivían en Buenos Aires- financiaron gran parte de esta empresa. Este primer viaje fue un fracaso, el ganado estaba lejos de la costa y los gauchos, en su mayoría del litoral, no pudieron hacer mucho. A la espera de ayuda, hasta el año siguiente quedó un pequeño grupo que sobrevivió como pudo. Así comenzó la gesta gauchesca en Malvinas.

Vida dura

Las propias inclemencias de la situación geográfica insular, la soledad y los pocos recursos hicieron que la vida de los gauchos fuese dura. Además, se le agregó la mala administración de Vernet, quien lejos de protegerlos les impuso condiciones de trabajo adversas.

Les pagaba en bonos y debían comprarse las sogas, aperos y los insumos propios del trabajo campero en el almacén que el mismo francés montó en Puerto Luis. Lo poco que ganaban, lo gastaban allí. Sólo le aseguraban carne y un pasaje de regreso a Argentina que rara vez se cumplía. La situación de explotación alcanzó su punto de mayor tensión en 1833 cuando ocurrió la sublevación del gaucho Antonio Rivero, quien asesinó a los empleados de Vernet.

"Durante años se intentó reversionar este episodio como un acto de patriotismo, pero Rivero en ningún momento enarbola la bandera argentina", afirma Beccaceci. Este episodio apresuró los planes británicos sobre la soberanía de las islas, y desde esta fecha la ocupación es permanente.

El dato histórico es que gran parte de los gauchos permanecieron en las islas, conviviendo con los ingleses, las acuarelas prueban esto. "Es una parte de nuestra historia que fue tapada, mi inquietud es recuperar la identidad de los que están enterrados allí", reflexiona Beccaceci.

La tradición gaucha perdura hasta hoy en las Malvinas y no sin cierta polémica. LA NACION preguntó en un grupo de Facebook kelper qué opinión tenían de los gauchos. "Algunas familias pueden rastrear su linaje hasta los gauchos, por ejemplo a 12 millas de Puerto Stanley hay una granja que se llama 'Estancia', allí hay un corral de la época de los gauchos, que es un sitio protegido", afirma Taff Davies. Sobre el gaucho Rivero, las opiniones se unifican: "Los argentinos lo han convertido en una especie de Robin Hood, cuando en realidad era un ser despiadado", concluye este kelper.

Guillermo Stoessel vive en Caleta Olivia y hace un mes regresó de recorrer las islas en bicicleta. En la ruta se encontró con un isleño. "Me ofreció su cocina y pasé la noche en su granja, cuando estaba por hacerme un mate, él sacó yerba y un mate: 'Es una herencia de los viejos gauchos'", me dijo. También reconoció que en el interior de las islas, además de corrales, perduran los alambrados de quebracho que hicieron los gauchos pioneros. (Leandro Vesco- LA NACION)


Fundación Nuestro Mar

viernes, 31 de enero de 2014

El Gaucho Rivero

Las Malvinas de Rivero
Toda la historia que engloba este personaje
 
Autor: Rolando Mendez 
Fecha de publicación: 13/07/2005 


Me encontraba trabajando en mi casa, mientras escuchaba la radio. En ella un conocido historiador comenzó su relato sobre un hecho acontecido hace ya mas de ciento setenta y dos años en las Islas Malvinas. Como todo lo que tiene que ver con nuestras islas me atrae me dispuse a prestar atención. 

El tono del relato estaba expresado como un hecho de color con cierto romanticismo y un toque de patriotismo, ocurrido pocos meses después de que se produjese el desalojo y la usurpación de las islas por parte del Reino Unido. 

De lo que oía me sorprendieron dos cosas: en primer lugar el relato me hacía suponer que a todas luces lo ocurrido en 1982 no representaba la primera reconquista Argentina de nuestras islas, sino la segunda. El otro aspecto que me sorprendió fue el hecho de que estaban mencionando un apellido que se corresponde con la denominación de la calle en donde vivo, y que nunca tuve idea de porque mi calle se llamaba de esa manera: Rivero. 

El relato ameno más lo que se decía me atrapó. Pero como todo lo que a uno le gusta y disfruta pasa rápido, cuando el historiador se despidió me quedé con la sensación de poco. La curiosidad ya había prendido en mí, y me propuse buscar mas datos sobre este tema. 

Luego de un tiempo comencé mi búsqueda y note que sería difícil. Disponía de muy poco como para tener una idea concreta de lo que había pasado tanto tiempo atrás. Perseverar dio sus frutos y al fin encontré lo que estaba buscando. Me di cuenta que las cosas no fueron tanto como parecían, pero que existen hechos documentados que merecen ser contados para aprender de ellos. 

He aquí la historia. 

Malvinas entre 1811 - 1831 

Para poder entender lo que sucedió en las islas en el espacio de tiempo entre agosto de 1833 y marzo de 1834, es necesario conocer como era el estado de cosas durante el periodo anterior. He aquí una pequeña reseña. 

El 13 de febrero de 1811 zarpa de Malvinas el bergantín Galvez, llevando a bordo a Pablo Guillen, gobernador de las islas nombrado por las autoridades españolas, y un grupo de cuarenta y seis hombres que residían con él en Puerto Soledad. Con esta evacuación, se termina el capítulo de dominación española de Malvinas. 

Durante los siguientes nueve años, las islas no tuvieron gobierno ni población estable en ella. Solo era habitada temporalmente por las tripulaciones de los barcos balleneros y de aquellos que se dedicaban a la caza comercial de focas y lobos marinos, de diversos orígenes, aunque en su mayoría eran norteamericanos e ingleses. 

El 6 de noviembre de 1820 la fragata Heroína al mando del coronel de marina David Jewet, cumpliendo ordenes emanadas del gobierno de Buenos Aires, desembarco en Puerto Soledad, izó la bandera Argentina y emitió una proclama que distribuyo a todos los capitanes de los barcos anclados, estableciendo la denominación de las islas en que se encontraban, y la nación a la que estas pertenecían. 

Hacia 1823, Buenos Aires ya había proclamado leyes que regulaban la caza y pesca en el archipiélago. El 23 de agosto de ese año, la legislatura provincial de Buenos Aires (que legislaba sobre las islas) otorga la concesión para la crianza de ganado vacuno y la explotación de lobos marinos en la isla Soledad a un tal Jorge Pacheco. 

Durante los primeros años de la concesión, la tarea realizada por Pacheco fue ninguna. Hacia 1825 el concesionario se asoció con un inmigrante que había arribado a Buenos Aires pocos años atrás, de nombre Luis Vernet. 

Vernet era ciudadano alemán, descendiente de franceses, nacido en la ciudad de Hamburgo en 1792. Su profesión era comerciante. Llego a Buenos Aires en 1817 y poco o nada se conoce de sus actividades en nuestro país hasta que entablo relaciones comerciales con Pacheco. Es un hecho que Vernet fue el motor que impulso la puesta en practica de lo que hasta ese momento era una concesión que solo constaba en los papeles. 

En enero de 1826 el alemán zarpó de Buenos Aires en un bergantín alquilado con el objeto de ocupar Puerto Soledad y establecer allí un establecimiento ganadero y lanero. Embarco ganado, caballos, peones y herramientas de trabajo. 

El crudo invierno en Malvinas pronto comenzó a alterar los ánimos de la peonada. El trabajo durísimo y las condiciones extremas de vida fueron los detonantes de varios motines de los peones que Vernet logró controlar. Y es que no existía otra alternativa mas que soportar la vida que se tenía. 

La fuerza de trabajo estaba compuesta por paisanos contratados en Buenos Aires. La mayoría de ellos eran más gauchos que paisanos (los paisanos que lean esto entenderán perfectamente lo que digo). Todos eran gente de campo analfabeta, acostumbrada a los trabajos duros y las privaciones, pero no a los rigores del clima de Malvinas. 

Antonio Rivero nació el 7 de noviembre de 1808 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Se crío en el campo, entre peones. Frecuentaba y compartía las reuniones de sus pares. El tiempo hizo de él un gaucho peleador, de vida nómada y solitaria. Vaya uno a saber porque, las vueltas de la vida lo trajeron a Buenos Aires y fue contratado por Vernet. Lo cierto es que Rivero forma parte de este primer contingente de peones que arriba a las islas, siendo aún un adolescente. 

Tres años después de su arribo, el establecimiento de Vernet prosperaba. De las ruinas abandonadas de Puerto Soledad, este grupo de hombres habían edificado un lugar con muy duras condiciones de vida, pero donde se podía vivir aceptablemente, como así también un lugar que para los gauchos no presentaba problemas con la autoridad. Hasta ese momento Vernet y los hombres habían convivido juntos. Y si bien el establecimiento era prospero, lejos estaba de ser poco mas que un emprendimiento comercial. 

El 10 de junio de 1829, el general Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires (de quien dependían políticamente las islas), crea por decreto la Comandancia Civil y Militar de las Islas Malvinas y sus adyacencias. El decreto también establece la figura del gobernador, recayendo sobre Vernet tal nombramiento. 

Durante su estadía en Buenos Aires previa al nombramiento, Don Luis busco socios comerciales que invirtieran su dinero en el establecimiento insular, entre los cuales se encontraba Woodbine Parish, el encargado de negocios británico en Buenos Aires (que por aquel entonces también oficiaba como la representación política de su majestad en nuestro país). Este se negó a entablar negocios, pero de estos encuentros nació una buena amistad entre los hombres, representada por el intercambio de correspondencia epistolar. 

Sin embargo, el cargo de funcionario argentino que Vernet ostentaba era solo una fachada. En la practica, Don Luis seguía siendo un comerciante que no poseía grandes ideales nacionales. Para el resto del mundo él era un funcionario publico del joven estado argentino, mientras que en su interior el cargo que ostentaba solo se utilizaría en la medida que no interfiriera, o bien que favoreciera, a sus ambiciones comerciales. 

Prueba de ello es el hecho que las cartas que Vernet enviaba desde las islas al señor Parish ostentaban el remitente "Falkland Islands" en lugar de Islas Malvinas, como correspondería a toda correspondencia que provenga del gobernador de este territorio. 

La nueva situación jurídica del archipiélago mas los oficios comerciales de su gobernador atrajeron a colonos extranjeros a las islas. Españoles, ingleses, franceses, escoceses y alemanes quienes poco mas de un mes después del decreto de Rodríguez arriban a Puerto Soledad junto a Vernet y su familia. Para esta fecha la esposa de Vernet estaba embarazada de Malvina, una niña que nacería en Puerto Soledad el 5 de febrero de 1830. 

El aumento de la población exigió y motivo que la nueva pequeña sociedad isleña se modificase. Se instalo una despensa (similar a lo que sería los almacenes de ramos generales del continente), y se instituyeron nuevos cargos, pero siempre sobre la base de mejorar el negocio de Vernet. Es así que no se nombraron ministros, o secretarios de gobierno, pero si nuevos capataces de los obreros, responsables del comercio con el continente y el exterior, y pilotos de puerto para facilitar el ingreso a la bahía de los barcos comerciales en donde se encontraba la población. 

Los paisanos y gauchos que habían llegado tres años antes y empezaron desde la nada fueron testigos de cómo extranjeros cuyo único valor era el dinero que invertían comenzaban a darles ordenes y se mofaban de su "superioridad europea". 

En esta segunda etapa de la colonización llegan entre otros Matthew Brisbane, William Dickson, Don Ventura Pasos, Antonio Vehingar (alias Antonio Wagner); Juan Simon y Thomas Helsby, todos ellos protagonistas principales del drama que ocurriría. Dadas como estaban las cosas, durante los próximos dos años la nueva sociedad prosigue con sus vidas con toda la calma y tranquilidad que les permitía el clima y las privaciones de las islas. 

Vernet era el gobernador-dueño-jefe, Brisbane era el que proveía los conocimientos para navegar las islas, Dickson el encargado de la despensa, Simon era el capataz a cargo de los obreros, Pazos y Vehingar eran colonos, y Rivero y el resto de los gauchos, paisanos e indios, seguían siendo la fuerza de trabajo. 

El comienzo de la tragedia 

En las décadas de 1820 - 1850, se consideraba al Océano Atlántico Sur como la fuente de dos beneficios. 

El primero tiene que ver con la navegación entre océanos. El canal de Panamá no existía, y el único medio natural para llegar desde el Atlántico hasta el Pacifico era el Cabo de Hornos, bien a sur de nuestra Patagonia. Los barcos que se aventuraran en este peligroso pasaje encontraban en las Malvinas un excelente punto de escala, para reparar sus naves, aprovisionarse y descansar antes de la travesía. 

El segundo beneficio que brindaba el Atlántico Sur es el hecho de que esta porción de océano representaba una excelente fuente de materia prima para los pescadores, cazadores de ballenas y focas, actividad que en ese momento estaba en auge. Las islas ofrecían las mismas comodidades a los navegantes-cazadores que navegaban en sus cercanías que a aquellos cuyo propósito consistía en llegar al Pacifico. 

Pero para los pescadores y cazadores las islas ofrecían una ventaja adicional, que consistía en la falta de medios políticos y materiales que el asentamiento poseía para controlar y hacer respetar las leyes del nuevo estado en ejercicio de la soberanía sobre el océano donde actuaban. Para estos barcos era imposible hacerse a la mar desde la zona sur hasta sus bases sin hacer varias escalas. 

De hacerlo en Buenos Aires o sus cercanías, corrían el riesgo de que se les incautara su carga, o en el mejor de los casos, se les obligaría a pagar tributo por sus actividades. En cambio en Malvinas, la pequeña población rural representaba un alto mucho mas accesible y sobre todo menos peligroso (comercialmente hablando) a sus propósitos. 

Todo eso cambió con la promulgación del decreto de creación de la comandancia Malvinas. Los barcos que llegaban a Puerto Soledad con las bodegas cargadas de peces, ballenas y focas eran recibidos por el ahora Gobernador del Archipiélago, quien en calidad de tal, estaba facultado y exigía el tributo correspondiente, a lo que podía sumarse un adicional en concepto de multa por operar sin la autorización pertinente. 

Obviamente que dichos tributos eran recaudados para el tesoro de la gobernación o, lo que era lo mismo, para el tesoro de Vernet. 

El 31 de Agosto de 1831 tres goletas balleneras norteamericanas, las Harriet, Breackwater y Superior llegan a Puerto Soledad. Inmediatamente Vernet ordena incautar el cargamento de estas y solicita el pago de derechos de caza. Con una de las embarcaciones se llega a un acuerdo, otra logra escapar y la tercera, la Harriet, es requisada y llevada a Buenos Aires. En ella viajaban Vernet y toda su familia junto al capitán del navío, Gilbert Davidson. El objetivo del viaje es someter a Davidson a juicio. 

Cuando George Slacum, quien era el cónsul norteamericano en nuestro país, es notificado de los hechos, informa a su gobierno, y al mismo tiempo ordena al capitán Silas Duncan, de la fragata de guerra norteamericana Lexington, la cual se encontraba anclada en Buenos Aires, que zarpe lo mas rápido posible hacia las Malvinas con el objeto de reparar los daños "tan injustamente sufridos por los ciudadanos de su país". 

Duncan zarpa el 9 de diciembre y arriba a las Malvinas en la noche del 28 del mismo mes. No existía en él la voluntad de parlamentar o solucionar las cosas pacíficamente, ya que las medidas que adopta son enarbolar la bandera francesa para ocultar su verdadera identidad, y procede a arrasar con su artillería al poblado, tomando prisioneros a varios colonos. Se queda 22 días en la isla, tiempo en el cual ocupa edificios, destruye las armas pesadas de defensa de la población, saquea la despensa y destruye las pequeñas plantaciones de los colonos. 

Como acto final, invita a todos los colonos a regresar a Buenos Aires y muchos aceptan. A través de ellos se le hace llegar el mensaje a Vernet (quien había retornado de las islas en el ballenero Harriet) de que si regresaba a las Malvinas sería ejecutado. 

A partir de esto, las islas fueron constantemente visitadas por navíos norteamericanos que se dedicaron a la piratería. Las goletas Dash, Susannah Ann y Exquisite atracan en reiteradas oportunidades Puerto Soledad, y adyacencias saqueando el poblado, matando animales y abusando de las mujeres. 

En cuanto al "gobernador" Luis Vernet, ya sea por las amenazas de Duncan, o por considerar que el establecimiento en las islas ya no era rentable, o bien por ambos motivos, renuncia a todos sus títulos y nunca mas pisara el suelo de Malvinas. Sus días terminaran en 1872, a los ochenta años de edad, en la quinta de su propiedad en la localidad de San Isidro, a la que llamo "Las Acacias", que luego de su muerte fue rebautizada como "Las Malvinas". 

Malvinas después de Vernet 

Con la renuncia de Vernet, el 10 de septiembre de 1832 se designa al Sargento Mayor de artillería José Esteban Mestivier (bien pudo llamarse Juan Francisco Mestivier) como el nuevo gobernador civil y militar. 

Con el objeto de llevar a Mestivier a las islas se comisiona a la goleta de guerra "Sarandi", al mando del Teniente Coronel de Marina José María de Pinedo. El nuevo gobernador estaba acompañado de su esposa, que estaba embarazada, y de 26 soldados. Otras fuentes mencionan que además de los soldados fueron embarcadas 50 familias de colonos y presos comunes. 

Pero yo creo que, en virtud del número de pobladores que se encontraban en las islas al momento de la invasión británica, en la Sarandi no viajaron colonos ni presos, o bien los presos que se mencionan recibieron el grado de soldados, lo cual era algo común en esa época. 

El 7 de octubre de ese año, la Sarandi llega a Puerto Soledad. Encontraron los despojos de lo que fuera la colonia de Vernet, luego de los reiterados actos de piratería norteamericana. Nadie en las islas conocía ni a Mestivier ni a Pinedo, y si acataron las nuevas directivas emanadas de Buenos Aires solo se debió al respaldo armado que estos traían consigo. 

Habían sufrido numerosos atropellos, y en todos los casos ningún funcionario del gobierno central estuvo allí para hacerse cargo de la situación. Aprendieron de la peor manera como seguir viviendo, contando solo con sus propios recursos. 

A un mes de iniciar su mandato, Mestivier ordenó a Pinedo que patrulle las costas de las islas y de la Patagonia en busca de barcos pesqueros ilegales y piratas. El 21 de noviembre zarpa la Sarandi de Puerto Soledad y regresa el 30 de diciembre, con el objeto de pasar el fin de año en tierra. Pero al desembarcar, Pinedo encuentra al asentamiento nuevamente sumido en el caos. 

Seis días antes de su arribo un suboficial y seis soldados se sublevan y asesinan a Mestivier y a una familia de colonos, roban caballos y huyen al interior de la isla. El oficial a cargo del pequeño destacamento no hace nada para evitar los crímenes. Y no solo eso, sino que además obliga a la viuda de gobernador asesinado (que continuaba con su embarazo) a convivir con él. Nuevamente, los viejos habitantes del establecimiento observan como su vida se transforma. 

Juan Simon organiza un grupo integrado por soldados leales y habitantes permanentes y sale a la búsqueda de los delincuentes. Al ser arrestados son llevados al poblado y encerrados en la bodega de una goleta inglesa anclada en el puerto. Así como estaban la cosas, Pinedo toma el mando de la gobernación e inicia los preparativos para juzgar a los asesinos. 

Llegan los ingleses 

Tres días después de que Pinedo regresara del patrullaje, de que encontrara a la población revolucionada, de que se hiciera cargo del gobierno y comenzara a imponer cierto orden, el 2 de enero de 1833 arriba a Puerto Soledad la fragata de guerra inglesa "Clio", al mando del capitán John James Onslow, quien tenía órdenes del almirantazgo británico de conquistar las islas "utilizando los medios que considere necesarios". 

Onslow se reúne con Pinedo y lo intima a que al día siguiente arríe el pabellón nacional y se retire con su nave del archipiélago. El teniente coronel se reúne en consejo con los miembros de la comunidad, y no encuentra apoyo suficiente como para ejercer la defensa. Por otro lado, los medios de lucha que disponía eran insuficientes frente al que los ingleses ostentaban para respaldar sus acciones. 

Ante esta situación el gobernador argentino accede al pedido del invasor. Al día siguiente, Onslow arría el pabellón argentino y enarbola el inglés. Ordena que la bandera arriada sea prolijamente doblada y la entrega a Pinedo con una nota en la que expresa: "Haberse encontrado esa bandera extranjera en territorio de su Majestad Británica". 

El penúltimo acto oficial de Pinedo como gobernador, fue redactar un acta de manera secreta, nombrando a Juan Simon como Comandante político y militar argentino del archipiélago. El último acto oficial fue leerle a Simon el acta ya que el francés, capataz de los peones, era analfabeto. 

El 5 de enero de 1833, la Sarandi zarpa con destino a Buenos Aires. A bordo se encuentra su capitán, la milicia leal, los militares que asesinaron a Mestivier y algunos colonos que fueron invitados a regresar al continente y que aceptaron. En Puerto Soledad queda la Clio con toda su tripulación, mientras que el número de habitantes permanentes se reduce a unos 26 habitantes, entre los que se encuentran los peones que llegaron en 1826, los extranjeros que llegaron en 1829 y que alguna vez fueron empleados de Vernet, y un reducido número de colonos. 

El capitán Onslow tenía ordenes de tomar las islas, mas no tenía ordenes de quedarse en ellas y establecer gobierno alguno. Doce días después de haber cumplido lo ordenado zarpa en su barco. Solo se limita a designar como administrador interino y representante de su Majestad británica en las islas a Matthew Brisbane, que era lo mas parecido a un inglés con que contaba la reducida población insular, ya que era escocés. 

El otro nombramiento recayó sobe el irlandés William Dickson, que fue nombrado como el "Encargado de la Bandera". Su función era la de izar y arriar la bandera británica todos los domingos, o bien cada vez que se avistara la aproximación de un barco al puerto. 

El nuevo orden de cosas 

Para los isleños, la vida luego de la partida de los funcionarios argentinos y de los militares ingleses no sufrió cambios notables, con la excepción de que la bandera en el mástil no era celeste y blanca, sino azul, roja y blanca. 

Los colonos siguieron siendo colonos, los comerciantes, comerciantes; y los peones, peones. La población extranjera continuaba siendo la que impartía las ordenes, y los gauchos e indios los que obedecían. 

Estaban acostumbrados a no tener gobierno, a sentirse olvidados por el mundo y a tratar de sobrevivir entre saqueos, asesinatos y privaciones, sean estos perpetrados por argentinos, ingleses o norteamericanos. 

Simon seguía siendo el capataz. Y como tal su función incluía la de distribuir las tareas, establecer los limites dentro de los cuales la peonada se desenvolvía y liquidar los haberes de los peones. 

Dickson era el proveedor de insumos esenciales. Era el administrador de un pequeño monopolio al que todos los habitantes de las islas debían recurrir. Además era letrado, lo cual lo convertía en el "dueño del lápiz". 

Pero ni Dickson ni Simon desconocían que existía un conflicto de intereses entre ellos. Y ambos se necesitaban entre sí, ya que cumplían funciones vitales en la pequeña comunidad. Las diferencias entre ellos sobre quien representaba la autoridad en las islas repercutían sobre los que eran considerados como la clase baja en la población, ósea los peones que formaban toda la fuerza de trabajo del establecimiento. 

Por un lado, Simon pagaba con vales a los peones, los que eran utilizados por estos para adquirir lo necesario para vivir en la despensa de Dickson. Por otro lado, el capataz había prohibido enfáticamente la matanza y faenamiento de animales domésticos. 

Pero con el nuevo estado de cosas, Dickson comenzó a dudar del valor de los vales de Simon, ya que el respaldo de dichos papeles era Vernet, y este ya hacia mucho tiempo que se había desvinculado de la isla y sus emprendimientos. En primera instancia tomo la decisión de rechazarlos. Ante la insistencia de los trabajadores y su capataz, el despensero optó por aceptar los vales, pero a un valor mucho menor que el nominal. 

Los trabajadores se encontraban en una encrucijada. No podían obtener alimentos, ni ropas adecuadas porque sus sueldos no les alcanzaban. Tampoco podían matar ganado domestico porque estaba prohibido. El único recurso con que contaban era la caza de animales cimarrones, pero para ello había que recorrer campo, y con las temperaturas de las islas todo se tornaba casi imposible. 

Paso el verano, el otoño y parte del invierno. La situación de los trabajadores se torno insostenible. Ninguna de las partes ofrecía soluciones, ni tampoco poseían los medios intelectuales como para solucionar pacíficamente sus diferencias. Hasta que se desencadeno la tragedia. 

Relato del colono Thomas Helsby, traducido del inglés 

El 26 de Agosto de 1833 el asentamiento de Port Louis, Bahía de Berkley, de la isla Falkland del este, estaba compuesto por las siguientes personas: Capitán Matthew Brisbane; Thomas Helsby, William Dickson, Don Ventura Pasos, Charles Russler, Antonio Vehingar (conocido en Buenos Aires como Antonio Wagner); Juan Simon; Faustin Martinez, Santiago Lopez, Pascual Diego Manuel Coronel, Antonio Rivero, José Maria Luna, Juan Brasido, Manuel Gonzalez, Luciano Pelores, Manuel Godoy, Felipe Salagar, un tal Latorre, cinco indígenas de origen Charrúa enviados por el Gobernador de Montevideo, Antonina Roxa, Gregoria Madrid, Carmelita y sus dos niños, el Capitán de la goleta Unicorn William Low junto a su tripulación (que eran residentes temporales); Henry Channen, Juan Alimenta, Daniel Mackay, Patrick Kermin, Samuel Pearce, George Hopkins, José Douglas, Francis Marchedo y José Manuel Prado. Asimismo dos hombres de color, uno de ellos tripulante del Unicorn (conocido como Juan Honesto) y otro que era tripulante de la goleta estadounidense Transport 1, conocido como Antonio Manuel. 

En la mañana de ese día, el capitán Low salió de la colonia en un barco ballenero con el propósito de navegar cerca de las rocas del norte y del sur de la entrada de la Bahía de Berkley. Llevaba una tripulación de cuatro personas: Faustin Martinez, Francis Marchedo, José Manuel Prado y el hombre de color conocido como Antonio Manuel. 

Cerca de las 10 horas de ese mismo día camine desde la casa del Capitán Brisbane hacia la tienda del asentamiento con el propósito de obtener aceite, de manos de William Dickson, al que encontré junto a Henry Channen, Daniel Mckay, y José Douglas, en la casa de Antonio Wagner. 

Inmediatamente retorné hacia el mástil de la bandera (NdeT: el término "mástil de la bandera" se refiere a la administración del pueblo) con Henry Channen, dejando a las 3 personas arriba mencionadas con Antonio Wagner en su casa. Cuando hube pasado la casa de Santiago Lopez, me encontré con Antonio Rivero, José Maria Luna, Juan Brasido, Manuel Gonzalez, Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salagar y Lattorre, corriendo hacia mi, armados con mosquetes, espadas, pistolas, cuchillos y dagas. 

Era muy evidente que iban a matar a alguien, así que me dirigí hacia la casa del capitán Brisbane con el propósito de informarle lo que estaba sucediendo. Al llegar quede alarmado al encontrar las puertas cerradas y luego de golpear varias veces fui sorprendido al enterarme por parte de dos de las mujeres que habían sido asesinados por los ocho antedichos hombres el Capitán Brisbane y Juan Simon, mientras que Don Ventura Pasos había sido dado por muerto, y presentaba una herida de bala de mosquete en la garganta, un corte abierto en la cabeza, y su mano casi había sido arrancada de un espadazo, logrando este escapar por una ventana trasera y llegando a la casa de Antonina Roxa distante unas 50 o 60 yardas. 

Desde donde me encontraba pude escuchar dos disparos de mosquete que provenían de la casa de Antonio Wagner. Uno de ellos mato a Wagner y el otro a William Dickson, siendo testigos de esto dos miembros de las tripulaciones de los botes, José Douglas y Daniel Mckay. 

Luego, ellos (los asesinos) retornaron a la casa del capitán Brisbane. Al no encontrar el cuerpo de Don Ventura Pasos, lo buscaron. Cuando este fue descubierto corrió. Cuando lo vi nuevamente él había sido asesinado por dos o tres disparos de mosquete. 

Al ser informado por una de las mujeres de lo que estaba ocurriendo, me prepare para escapar corriendo hacia el campo, pero fui visto por Felipe Salazar, quien me persiguió de a caballo. Al ver que era imposible evadirlo camine hacia él, que tenia una espada en su mano. Me condujo hacia la parte sur del muro del jardín y pude ver a donde se encontraban los restantes siete hombres, los que cruzaron el jardín y se acercaron a mí para dispararme, ordenándome que me alejara del muro para concretar su propósito. 

En ese momento discutieron entre ellos pero yo fui separado de la conversación, por lo que todavía no sabia exactamente lo que había pasado. Esto ocurrió inmediatamente después de que los asesinos mataran a Wagner y a Dickson y después de que perdieran el rastro de Don Ventura. 

Se me ordenó entrar en la casa del capitán Brisbane. Lo primero que vi allí fue el cuerpo (de Brisbane) que yacía muerto sobre el suelo, en dirección hacia donde se encontraban sus pistolas. El rostro mostraba una marcada sonrisa de desprecio. Luego ellos arrastraron el cuerpo con un caballo una distancia considerable y saquearon su casa. 

Se me ordenó ir hacia la casa de Antonina Roxa, en donde la encontré junto con otra de las mujeres y Pascual Diez. Suplique insistentemente poder ir hacia la casa donde residían los miembros de la tripulación de los barcos pero esto no me fue permitido. En ese momento me considere como alguien que seria asesinado. 

Ellos (los asesinos) dejaron a uno conmigo y se dirigieron a la tienda del señor Dickson con el objeto de saquearla. Cuando regresaron, y luego de una conversación se me ordeno que me encerrara en mi cuarto, oportunidad que use para evadirme y reunirme con los miembros de las tripulaciones de los barcos (con siete de ellos) en su propia casa. 

Los asesinos ahora estaban en posesión de todas las armas y municiones del asentamiento, excepto las que los miembros de las tripulaciones poseían, dos en total, que no eran buenas para nada y era lo único que tenían para defenderse ellos mismos. La casa de Faustin Martínez (que estaba navegando con el capitán Low) fue robada y despojada de todas sus pertenencias. 

En el momento en que se produjeron los asesinatos, el resto de los habitantes del asentamiento se encontraban en los siguientes lugares: 

Yo y Henry Channen dejamos la casa de Antonio Wagner y estábamos caminando hacia el mástil de la bandera. Dejamos a dos miembros de las tripulaciones con Wagner y Dickson como antes había mencionado. Santiago Lopez se encontraba en la casa de los miembros de la tripulación, cuatro de los cuales estaban con él realizando tareas varias. Pascual Diez estaba cocinando en la casa de Antonina Roxa, Manuel Coronel estaba enfermo en cama, Juan Honesto estaba en su casa con los dedos de los pies congelados. 

El Capitán Brisbane era nativo de Perth en Escocia; William Dickson de Dublín, Irlanda; Antonio Vehingar, alias Wagner, de Alemania; Juan Simon de Francia. 

Los ocho asesinos se instalaron en la casa de Antonio Lopez, que sirvió de cuartel general y vivienda. Desde allí tenían una buena vista de la boca del estrecho, la dársena y la casa de los miembros de las tripulaciones. 

Dos horas después de los sucesos, los asesinos amarraron el bote ballenero verde en la dársena, en donde lo mantuvieron vigilado constantemente durante todo el día y con guardias periódicas de noche, con el objeto de evitar que nos fuguemos en el. 

A partir de estos hechos, el relato de Helsby narra la vida de los 13 habitantes que sobrevivieron. Se autorecluyen en uno de los tantos islotes del archipiélago y vivieron miserablemente de lo que los asesinos les proveían, desde los últimos días de agosto hasta mediados de enero del año siguiente. 

Existen versiones de la historia en la que se afirma que luego de los hechos, los ocho hombres arriaron el pabellón ingles e izaron el argentino. Esto no es del todo correcto. 

En principio, los ocho hombres no arriaron el pabellón ingles por la simple razón de que el 26 de agosto de 1833 era lunes, y la bandera solamente era izada y arriada todos los domingos o ante el avistamiento de un barco. Y ese día ningún barco llegó a las islas. 

Si izaron el pabellón nacional es un dato que no puedo corroborar. En principio la bandera que flameaba en Malvinas había regresado el continente, llevada por el teniente coronel Pinedo cuando este fue expulsado de las islas. Es posible, aunque no probable, que existiera alguna otra bandera argentina en el asentamiento propiedad de algún colono, y que se utilizara esta. 

Es altamente improbable que cualquiera de los sublevados poseyera bandera alguna, ya que a menos que las trajeran unos siete años antes desde el continente, los gauchos no contaban con los medios materiales para confeccionar una en las islas. 

Pero cierto es que, ya sea que la Bandera Argentina flameo o no durante el periodo en que las islas estuvieron bajo las directivas de estos ocho hombres, la Union Jack nunca fue izada sobre Malvinas. 

Ni Rivero ni ninguno de sus compañeros estaban capacitados para establecer mínimamente un gobierno. Tampoco tenían contacto con el continente, por lo que sus vidas continuaron siendo las mismas de siempre. Realizaban las tares que habitualmente hacían, solo que durante este tiempo ellos fueron sus propios patrones. Comparada con su vida de privaciones anterior, el disponer de todos los recursos del poblado les garantizaba contar con lo necesario para llevar una "buena vida", o por lo menos para pasar el resto del invierno con mínimos sufrimientos. 

El fin de la historia 

El almirantazgo británico recibe de boca del capitán de la Clio, la novedad de que las Malvinas han sido "recuperadas", y que se encuentran bajo la administración de un súbdito de su Majestad. 

Con el objeto de formar un gobierno permanente se designa al Teniente de Marina Henry Smith gobernador del archipiélago. Dos navíos son destinados a llevar a los nuevos gobernantes hasta las islas. 

Los buques Challenger al mando del capitán Seymaun, y Hospeful al mando del teniente Rhea, arriban a Puerto Soledad el 18 de enero de 1834. En esta ultima viaja el designado gobernador Smith. 

Ya en contacto con los colonos refugiados, Smith iza el pabellón británico y organiza la cacería de los ocho hombres, los cuales huyen al interior de la isla. Pero el tiempo y las privaciones provocan que, uno a uno, los gauchos se entreguen ante las nuevas autoridades. 

El 7 de marzo de 1834, sin municiones ni comida, Antonio Rivero es el ultimo en entregarse. El destino de los ocho hombres continua en la bodega de un barco anclado en el río Támesis, en Londres. Fueron llevados hasta allí para que un tribunal de justicia decidiera su destino. 

Existe una versión de la historia que relata como los hombres son juzgados y declarados inocentes, aduciendo que la conducta de ellos esta amparada por el principio de "rebelión justificada", ya que era evidente que se estaba cometiendo una injusticia con ellos al privarlos de lo mínimo necesario para sobrevivir, mientras que la autoridad isleña en ese momento no actuaba para modificar estos hechos. 

Otra versión indica que el juicio comenzó y que los tribunales británicos se declararon incompetentes para juzgar a los gauchos, aduciendo que los crímenes no fueron cometidos en territorio británico, y por lo tanto están fuera de su influencia. 

La realidad de lo acontecido es que nunca se celebro juicio alguno sobre ninguno de los involucrados, y luego de unos meses, todos los peones fueron llevados a Montevideo, en donde fueron dejados en libertad. A partir de este punto, nada se sabe sobre el destino de siete de los involucrados. 

En cuanto a Antonio Rivero, existen versiones de que murió el 20 de noviembre de 1845, a los 37 años de edad, bajo el mando del general Lucio Mansilla en el combate en que las fuerzas argentinas se enfrentaron con la escuadra anglo francesa en la Vuelta de Obligado. Sin embargo, varios historiadores afirman que murió mucho después, mientras trabajaba en una estancia de Entre Ríos como capataz. 

Algunas conclusiones 

Lo que sigue forma parte de mis propias conclusiones. Están basadas en lo escrito anteriormente y bien pueden o no ser compartidas por otros. 

Lo primero que se me ocurre es denominar a la conducta de Rivero y los siete restantes hombres como un asesinato. De forma premeditada, se unieron, se hicieron de los medios necesarios para llevar a cabo su cometido y lo consumaron sin importarles las consecuencias sobre otros seres humanos. 

Si estos actos se realizaron con el objeto de reconquistar la tierra usurpada es un tema debatible. Los hombres no eran gente que se llevara bien con la autoridad, ni en el continente ni en las islas. Su sentido de nacionalidad y pertenencia hacia la tierra había sido minado por los sucesivos abusos (justos e injustos) que habían padecido a lo largo de su vida. Ellos eran los habitantes mas viejos de las islas y habían visto y sufrido todo tipo de atropellos de manos de sus propios compatriotas, de los inmigrantes que con ellos vivían y de los extranjeros que ocasionalmente visitaban las islas. 

Para ellos era habitual convivir con la violencia y la falta de orden. Durante toda su estadía en Malvinas, pero con mayor frecuencia a partir de que Vernet se desligara de sus responsabilidades, fueron testigos y vivieron atrocidades constantemente. Imagino que este modo de vida induce a pensar en el "sálvese quien pueda", en lugar de pensar en un plan social común. 

Y también puede influir negativamente en la escala de valores que se tiene, en donde se empieza a cuestionar hasta donde los actos que se cometen están bien o mal. 

Tampoco es adecuado resumir los motivos de los actos a la simple cuestión del pago de sus haberes. Si bien esto es muy importante, dadas las condiciones de vida en las islas, no justifica ni amerita tal accionar. Considero que la cuestión de los salarios fue la "gota que derramo el vaso", y que llevo a los desgraciados acontecimientos posteriores. 

Sin entrar en detalles sobre los legítimos derechos argentinos a ejercer la soberanía de Malvinas, la ocupación nacional del archipiélago comenzó como un emprendimiento comercial, en donde no existía un arraigado sentido de argentinidad en ello. Los actos que llevaron a poblar Puerto Soledad no estuvieron signados por el patriotismo, sino por la ganancia comercial. 

Mientras tanto en Buenos Aires, las luchas internas repercutían desfavorablemente para brindar un apoyo real y efectivo que defendiera con hechos y recursos el derecho de soberanía. Los actos de gobierno con respecto a Malvinas carecían de la necesaria doctrina y voluntad de los hombres involucrados para "hacer patria". Solo se apelaba al patriotismo en la medida que esto favoreciera intereses particulares. 

En ese marco es que se produjo la invasión inglesa de la isla, y dentro de ese mismo marco es que se actúo posteriormente, limitándose la acción del gobierno argentino al reclamo diplomático pero sin ninguna acción material o disuasiva que lo respaldara. 

Y esto perduró a lo largo del tiempo en los futuros gobiernos, hasta el punto de tener que escuchar de boca de quien con el tiempo seria presidente de la nación, Domingo Faustino Sarmiento, la siguiente declaración publicada en el diario "El progreso" el 28 de noviembre de 1842 con respecto a Malvinas: "La Inglaterra se estaciona en la Malvinas. Seamos francos: esta invasión es útil a la civilización y al progreso". 

Paso un año desde que la Clio abandonó Malvinas hasta que el primer gobernador inglés arribó a las islas. Un barco desde Buenos Aires podía tardar, como mucho, un mes en llegar a Puerto Soledad. Sin embargo no se tomaron las medidas pertinentes como para reocupar el archipiélago, y fortificarlo en caso de que fuera necesario defenderlo. No se tomo la misma decisión ni el mismo empeño en defenderse del invasor que se había tenido durante las tres invasiones a nuestra capital a finales del siglo 18 y principios del 19. 

Los ingleses "hicieron su negocio". El rédito que significaba en aquel momento la fauna marina de la zona, mas el control de las rutas de navegación entre océanos bien valían el costo de tomar un conjunto de islas prácticamente deshabitadas y peor defendidas. Esto no significa que lo que hicieron este bien, porque establecer derechos por el solo hecho de contar con mayores medios bélicos solo significa piratería y prepotencia. Pero muestra a las claras que Londres tenia mas visión y resolución que Buenos Aires para lograr sus propósitos, y eso sí es digno de valorar. 

Final 

Si todavía alguien recuerda la introducción de este relato, habrá pensado que la historia del incidente de los peones en Malvinas era una trágica y gloriosa historia mas, de las tantas que se han escrito (y también inventado) sobre la época en que nuestro país estaba aún en pañales y caminaba hacia la consolidación de su territorio. 

A medida que se desarrolla esta historia, he tratado de explicar cuales fueron los hechos ocurridos, tratando de que lo sucedido hable por sí solo. 

Fuera de toda duda, contar una historia en donde un grupo de hombres de baja condición social y recursos limitadísimos se revela contra la autoridad establecida, la somete, y edifica sus propias reglas, es atrayente. Si a lo anterior se le suma que esta historia ocurrió en Malvinas, con todo lo que eso significa para los argentinos, sumarle patriotismo, nacionalidad, etc, la hace aún mas interesante. 

Pero esta historia "adaptada" solo sirve para exaltar valores que no son los que realmente motivaron los hechos ocurridos. Al mismo tiempo oculta las verdaderas enseñanzas que podemos aprender de lo que realmente paso. 

Sin embargo, desde mi punto de vista, los hechos reales que ocurrieron en ese pequeño poblado hace ya mas de un siglo y medio sirven para mostrarnos que país éramos, que país somos actualmente, y lo que podríamos llegar a ser si tratáramos de destilar las enseñanzas que nos muestran los hechos ocurridos. 

Por último, creo acertado afirmar que lo que pasó, ya pasó y nosotros no podemos cambiarlo. Pero lo que pasa y pasará con relación a nuestras islas si podemos y debemos cambiarlo, por respeto y en homenaje a todos aquellos que dejaron todo lo que tenían para que las Malvinas vuelvan a formar parte de nuestra Patria. 


Rolando Mendez 

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