No pasa una semana sin que uno tenga que asombrarse de la
liviandad con que funcionarios y políticos argentinos, de toda laya,
afiliación y jerarquía, actuan en temas referidos a nuestra soberanía
sobre las Islas Malvinas. ¿Cinismo o ignorancia? Siendo
benévolos y pensando en la segunda variante ¿será que se cumple aquella
máxima de que uno no puede amar lo que no conoce? ¿Y que dichos
funcionarios y políticos necesitan un breve curso sobre lo que fue
nuestra noble y justa guerra del 82? ¿Algo así, quizá, los pueda
conmover y empuje a reconsiderar?
LA RECUPERACION
La recuperación de las Islas Malvinas se llevó a cabo de manera incruenta para las tropas británicas en el llamado Operativo Rosario, aunque la misma le costó la vida al capitán Pedro Giachino, el primer héroe de la Gesta, quien a pesar de estar mortalmente herido hizo rendir al gobernador Rex Hunt.
A todas luces la Junta Militar había caído en la trampa, tendida por
Gran Bretaña con ayuda del Pentágono, de que podía hacer una suerte de “toco y me voy” para después sentarse a negociar. Lejos de eso, la intención de la primera ministra Margaret Thatcher
era provocar a la Argentina para tener un “casus belli” que sirviera de
justificación a una nueva invasión británica y al establecimiento de la
Fortaleza Falklands en el archipiélago.
Hay que recordar que en 1982 la OTAN ya no tenía ninguna base militar
en el Atlántico Sur, que pudiera servir de contrapeso a la creciente
presencia de la flota soviética en esas aguas, y necesitaba asegurarse a
futuro la explotación de petróleo en la zona, el control del cruce
interoceánico y sobre todo la proyección a la Antártida, último gran
reservorio de minerales y agua dulce del planeta.
La Junta Militar nunca había pensado en ir a una guerra contra la OTAN
pero, como intento de disuasión, ante la zarpada de una poderosa flota
británica, comenzó a enviar tropas a las islas -con armamento
incompleto- a la espera de que las Naciones Unidas pararan el conflicto
bélico. Durante todo el mes de abril se montó un impresionante puente
aéreo entre el continente y el archipiélago, que se ha llegado a
comparar por su magnitud con el puente aéreo de los Aliados a Berlín,
después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
EL 1° DE MAYO
Tras establecer un cerco en torno a las islas, la aviación británica
atacó la Base Aérea Malvinas, bombardeándola con bombas de mil libras y
bombas de fragmentación tipo Beluga en la madrugada del 1° de mayo, con
aviones Vulcan y Sea Harrier. La eficaz respuesta de la artillería
antiaérea consiguió derribar varias de esas máquinas, evitando así que
quedara fuera de servicio el aeropuerto. De hecho, a pesar de que la
pista fue el blanco principal de los británicos, que durante todo el
conflicto estuvieron bombardeándola hasta tres y cuatro veces por día,
nunca lograron su objetivo. Siguió operativa hasta el último día del
conflicto, permitiendo que aterrizaran en ella los aviones Hércules de
la Fuerza Aérea y los Fokker de la Armada, trayendo abastecimiento y
armamento y evacuando heridos.
Ese día 1° de mayo la Fuerza Aérea atacó a las fragatas británicas, causándoles daños y también se enfrascó en las llamadas “peleas de perro”
con los aviones Harrier británicos, muy superiores en tecnología y
armamento, ya que los Estados Unidos los habían provisto con los misiles
Sidewinder L, de última generación. A propósito, el entonces Secretario
de Marina de los Estados Unidos, John Lehman declaró que sin esos
misiles el Reino Unido habría perdido la guerra.
La Argentina contaba con cinco aviones ultramodernos, los Super Etendard, con sus respectivos misiles Exocet, pero la mayoría de los aviones de la Fuerza Aérea eran de la década del 50, los Skyhawk A4.
Sin embargo, sus pilotos, conocidos como los Halcones, suplieron esos
30 años de diferencia en tecnología con pericia, coraje y mística
religiosa, diezmando a la flota del Reino Unido. Sorprendido, el jefe de
la Task Force, almirante Sandy Woodward, anotaba en su diario (que luego fue editado como libro bajo el título ‘Los cien días’): “Si me preguntan quienes están ganando la guerra, nosotros ciertamente no somos”.
Y en otro pasaje comenta que le quedan solamente tres buques operativos
(había zarpado de Gran Bretaña con más de cien unidades, entre buques
de guerra y logísticos).
Finalmente, el día 13 de junio, después de enumerar todas las bajas que los Halcones le habían causado a la flota, escribe: “Si los argentinos pudieran soplarnos, nos caemos”.
Y justamente el 13 de junio el general Menéndez, jefe de la Guarnición
Malvinas y gobernador militar, decide rendirse, tras mostrar durante
todo el conflicto una asombrosa pasividad. Lo hace cuando a los
británicos ya se les estaban acabando los pertrechos, por cuanto un
avión Super Etendard de la Armada Argentina les había hundido el
portacontenedores militar Atlantic Conveyor.
Después de la guerra se publicó un “paper” de la Inteligencia británica donde se habla del “factor Genta”
en la guerra de Malvinas. Allí se explica que los cadetes de la Escuela
de Aviación Militar habían sido formados en las enseñanzas de este
filósofo nacionalista católico, asesinado por la guerrilla marxista en
1974, que los había imbuido de la mística que les permitió tener un
desempeño tan eficaz en el conflicto.
HUNDIMIENTO DEL BELGRANO
La embajadora de los EE.UU. en la ONU, Jeanne Kirkpatrick,
estaba haciendo denodados esfuerzos en conjunto con el presidente del
Perú y el Secretario General de la entidad, para detener la guerra, y
prácticamente se estaba por acordar un cese de fuego, pero a fin de
frustrarlo y continuar con la guerra, Margaret Thatcher ordenó hundir el crucero General Belgrano, que estaba navegando de regreso al continente. Ya no habría marcha atrás.
Tras el hundimiento del Belgrano, la Armada retiró a la flota de mar
del teatro de operaciones, a tal punto que el único de sus navíos que en
Malvinas entró en combate, fue el pequeño aviso Sobral, que audazmente
ingresó en aguas dominadas por los británicos para tratar de rescatar a
dos pilotos derribados de la Fuerza Aérea.
Atacado por helicópteros artillados, presentó combate a pesar de la
inferioridad de su armamento y sufrió numerosas bajas comenzando por su
comandante, el capitán Gómez Roca, pero no se entregó y
logró arribar al continente (en las Georgias había llegado a entrar en
combate la corbeta Guerrico). De esta manera quienes salvaron el honor
de la Armada en Malvinas fueron los aviadores navales, algunas
fracciones de la Infantería de Marina, el submarino San Luis y las
tripulaciones de ciertos buques mercantes.
Dos días después del hundimiento del Belgrano llegó el contragolpe de la Aviación Naval. Aviones Super Etendard atacaron y hundieron al Sheffield, el buque más moderno y sofisticado de la flota británica.
De ahí en adelante se sucedieron ataques de aviones de la Fuerza
Aérea que salían del continente y que debían volar a ras del agua, para
no ser captados demasiado temprano por los radares del enemigo, luego
atravesar el erizo de fuego defensivo de las fragatas, descargar las
bombas en el puente de las mismas y hacer el escape con una cantidad
mínima de combustible, perseguidos además por los Harrier con su
armamento tan superior.
DESEMBARCO BRITANICO
Recién el 21 de mayo los británicos se animaron a desembarcar y lo
hicieron en San Carlos, lugar que oficiales de Inteligencia argentinos
habían identificado como probable. Sin embargo, el general Menéndez solo
había mandado 60 hombres a la zona. Encabezados por el teniente primero
Carlos Daniel Esteban, estos soldados enfrentaron el
desembarco de unos 2500 británicos y derribaron tres helicópteros antes
de replegarse hacia Puerto Argentino.
Alertados por el teniente de navío Owen Crippa, que
en la mañana del 21 de mayo atacó con su avión de entrenamiento
AerMacchi a toda la flota británica en el estrecho de San Carlos,
averiando a la fragata Argonaut, desde el continente comenzaron a llegar
oleadas de cazabombarderos de La Fuerza Aérea y la Aviación Naval que
sometieron a un feroz castigo a la flota británica, hundiendo varios
buques y averiando a otros.
Desde San Carlos, los británicos emprendieron la marcha hacia la
localidad de Darwin-Pradera del Ganso, donde funcionaba la Base Cóndor
de la Fuerza Aérea y estaba desplegado el Regimiento 12 de Infantería y
fracciones de los Regimientos 8 y 25, está última al mando del teniente Roberto Estévez.
A todo esto, los Halcones seguían asediando a la flota británica,
causándole ingentes daños. Así, por ejemplo, el 25 de mayo el primer
teniente Mariano Velasco hundió al destructor Coventry y los pilotos
Pablo Carballo y Carlos Rinke pusieron fuera de combate a la fragata
Broadsword. El general Menéndez, en cambio, persistía en su actitud pasiva.
Había enterrado a unos 8.000 soldados alrededor de Puerto Argentino, en
pozos de zorro inundados y con insuficiente alimentación, ya que había
prohibido que se carnearan las centenares de miles de ovejas que había
en las islas. Tampoco había cambiado de dirección la cuña defensiva que
apuntaba hacia el mar, cuando los británicos avanzaban por tierra.
Solamente salían a buscar al enemigo las compañías de comandos. Fueron
las únicas unidades que tomaron prisioneros, y que capturaron una enseña
británica. Además fueron las fracciones que proporcionalmente más bajas
tuvieron.
El dia 27 de mayo los británicos comenzaron a atacar las posiciones argentinas en Darwin-Pradera del Ganso.
Se habían jactado que a las 5 de la tarde ya estarían tomando el té de
la victoria, pero los combates finalizaron recién el 29. En los mismos
se destacó la Sección del teniente Roberto Estévez, que
contraatacó y detuvo a las fuerzas británicas – superiores en número –
durante cinco horas. Aún herido, Estévez siguió comandando, combatiendo y
cuidando a sus soldados conscriptos hasta que cayó muerto. También se
distinguió en las acciones el subteniente Juan José Gómez Centurión, quien abatió a un teniente de paracaidistas y rescató, internándose detrás de las líneas enemigas, a un suboficial herido.
Uno de los hombres de Estévez, el conscripto Oscar Ledesma, de 18 años, abatió en un mano a mano al jefe de los paracaidistas británicos, el teniente coronel Herbert Jones. Su accionar, como el de muchos otros soldados conscriptos, echa por tierra el mito de los “chicos de la guerra”, mote infamante endilgado a nuestros soldados a fin de sugerir que no eran aptos para el combate y solamente dignos de lástima.
Asimismo se destacó en el combate el subteniente Claudio Braghini,
que amén de haber derribado aviones Harrier, utilizó los cañones bitubo
de su batería antiaérea para arrasar a la infantería enemiga.
El teniente coronel Italo Piaggi rindió la
guarnición el 29 de mayo, pero los británicos nunca más volvieron a
atacar a la luz del día, como lo habían hecho en esta oportunidad, por
la cantidad de bajas que sufrieron.
Al tiempo que continuaba la batalla aeronaval, los británicos
marchaban por tierra hacia Puerto Argentino, pero el 8 de junio
intentaron realizar un desembarco de tropas en Bahía Agradable. Una
escuadrilla de la Fuerza Aérea comandada por Carlos Cachón atacó al
enemigo en el momento justo del desembarco, causando estragos entre los
buques y los soldados, a tal punto que los propios ingleses calificaron
ese 8 de junio como “El día más negro de la flota británica”. El general
Menéndez, que aún disponía de 12 helicópteros en condiciones de
transportar tropa, no hizo nada para rematar el desembarco, a pesar de
la corta distancia entre Puerto Argentino y Bahía Agradable.
A partir del 9 de junio se intensificaron los combates en los montes aledaños a Puerto Argentino. En el monte Dos Hermanas se destacó por su valentía y eficacia la fracción encabezada por el subteniente Marcelo Llambías, y en el monte Harriet, el teniente primero Jorge Echeverría,
un oficial de Inteligencia sin mando de tropa, organizo la resistencia e
incluso realizó un contraataque, antes de caer herido por cinco
impactos.
La superioridad numérica del enemigo hizo imposible retener esos
montes, aunque en las cercanías había varios regimientos argentinos –el
3, el 25, el 6 – que prácticamente nunca entraron en combate (salvo
algunas de sus fracciones pequeñas). El general Menéndez, haciendo gala
de su sempiterna pasividad no los movilizó.
La batalla clave se produjo en la noche del 11 al 12 de junio por el control del Monte Longdon,
defendido por el Regimiento de Infantería 7 y pequeñas fracciones de
otras unidades. El encarnizado combate duró once horas, destacándose el
contraataque realizado por la Sección del teniente Raúl Castañeda,
que estuvo a punto de desalojar a los británicos. Pero al no recibir
apoyo por parte de otros efectivos, el Monte Longdon quedó en manos
enemigas.
A partir de ahí fue central el accionar de la artillería argentina
para contener el avance británico. Como ejemplo cabe citar que la
Batería A del Grupo de Artillería 3, comandada por el teniente primero Luis Caballero, disparó sus cañones Oto Melara de 105 mm durante 60 horas seguidas, hasta agotar munición.
El 13 de junio una escuadrilla de la Fuerza Aérea, encabezada por el capitán Carlos Varela atacó audazmente el puesto comando británico en tierra, causando numerosas bajas y obligando al máximo jefe enemigo, general Jeremy Moore, a tirarse en una zanja para salvar su vida.
Esa misma noche se produjo el contraataque en Wireless Ridge del teniente primero Víctor Hugo Rodríguez,
al mando de dos Secciones del Regimiento 3. Y en el monte Tumbledown
resistió durante diez horas el embate de fuerzas inglesas superiores en
número en una relación de uno a diez, la Cuarta Sección de la Compañía
Nácar del Batallón de Infantería de Marina 5, al mando del teniente de
corbeta Carlos Daniel Vázquez. El grueso de esa unidad nunca fue empeñado en combate de infantería por su jefe, el capitán Carlos Robacio. Sólo lo hicieron pequeñas fracciones como la de Vázquez y del guardiamarina Alejandro Koch en el Monte Sapper.
El 14 de junio a la mañana el general Menéndez se rendía, sin
haber dado nunca una orden de ataque o contraataque. El cese de fuego
tuvo lugar a las 10 de la mañana. La guerra había terminado, a pesar de
que la Fuerza Aérea quería seguir combatiendo.
Los 632 soldados argentinos caídos en el conflicto son los centinelas
garantes de que el reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas nunca
será abandonado por la Nación. ¿Entenderán finalmente los funcionarios y políticos argentinos que la sangre derramada no se negocia?