Mostrando entradas con la etiqueta Grupo de Artillería Paracaidista 4. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Grupo de Artillería Paracaidista 4. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de enero de 2023

Los cañones de Malvinas

Relatos de la guerra: “Los Cañones de Malvinas”





Reconocimiento a los artilleros argentinos

Las piezas de artillería cordobesas que fueron trasladadas a las islas se convirtieron en un arma clave para las tropas argentinas y se ganaron el respeto de los ingleses; hoy una de ellas ocupa un lugar en el Museo de los Paracaidistas de Aldershot, cerca de Londres.
Es la mañana del 1º de mayo de 1982 en Puerto Argentino. Pocas horas atrás habían terminado los ataques aéreos de los Vulcan y Sea Harrier sobre el aeropuerto y otros objetivos estratégicos en las islas. Ahora sería el turno de los buques británicos de acercarse a las costas para continuar el castigo sobre las posiciones argentinas con su artillería naval.
La reacción argentina no tardaría en llegar. Varias oleadas de aviones Dagger arrojaron sus bombas sobre las embarcaciones enemigas, las que, tras evaluar los daños recibidos, debieron repensar seriamente sobre la táctica utilizada.
A partir de entonces, las incursiones de bombardeo naval se realizarían sólo por la noche, lejos del alcance de la artillería terrestre y sin la molestia de las aeronaves argentinas, imposibilitadas de operar en misiones de ataque naval nocturno.
Transcurrían las noches, y la guarnición argentina sufría el constante martilleo de los proyectiles británicos. Cada buque tenía un cañón automático de 115 milímetros, con capacidad para efectuar 80 disparos por minuto. Resultaba indispensable dar una respuesta. Y rápido.
En la tarde del 13 de mayo, aterrizaba en Puerto Argentino un C-130 Hércules de la Fuerza Aérea Argentina, luego de un prolongado vuelo rasante sobre las olas del mar burlando el bloqueo. Al abrirse la compuerta de la bodega de la aeronave, no fue poca la sorpresa. Se asomaba la boca de una mole impresionante: era un cañón remolcado Sofma, calibre 155mm L33 Modelo 1977, del Ejército Argentino.
La pieza había sido concebida y desarrollada en Argentina por Citefa durante la década del setenta, y producida en la Fábrica Militar de Río Tercero, en la provincia de Córdoba.
Tenía un alcance máximo de 20 kilómetros, con munición convencional de 43 kilos.
Suficiente para que los incursores perdieran también su impunidad nocturna. La pieza era considerada de gran avanzada y con características similares a las mejores del mundo. Ahora sería su turno para demostrarlo.
Tres días después, y con la pista de aterrizaje totalmente a oscuras, llegó otro Hércules con una segunda pieza.
Por su gran tamaño (más de 10 m de largo), estos cañones recibieron en Malvinas apodos afectuosos, tales como "Gran Berta", "Gran Chaparral", "Gran Leopoldo", luciendo inscripciones jocosas alusivas a algún miembro de la corona sobre sus tubos.
Se decidió su emplazamiento en los alrededores de Puerto Argentino, sobre el camino que pasaba por Sapper Hill, al abrigo de su ladera nordeste. El peso del cañón (8500 kilos) y la ausencia de caminos adecuados provocaban su hundimiento en la esponjosa turba malvinense. Ello causaba grandes limitaciones en su movilidad, requiriendo un mayor trabajo y la utilización de una retroexcavadora para lograr el emplazamiento de las piezas en su posición, a unos 150 metros una de otra. Estas tareas y el traslado de la pesada y escasa munición culminaron al día siguiente. Como jefe de la Batería "D" del Grupo de Artillería 3 fue designado el Teniente Primero Luis A. Daffunchio, de quien se decía que a los Sofma "los tiraba al aire y caían parados". Los soldados argentinos, refregándose las manos, comenzaban a sentir que vengarían las molestias nocturnas de las últimas dos semanas. Ahora había que esperar. Pero no por mucho tiempo.

Bautismo de fuego

Esa misma noche, pasadas las 23:00 hs, el jefe de la pieza recibió la información sobre la aparición en el radar de un eco sobre el mar. Era un buque que navegaba hacia el circuito de tiro cerca de la costa para cumplir con su rutinaria tarea de bombardeo naval contra las posiciones argentinas, confiado en la ausencia de respuesta. Esa noche se equivocaría.
Con los datos suministrados por el radar se establecieron la distancia y el ángulo de dirección para el disparo que, sumado a la velocidad del buque y el tiempo estimado en que el proyectil llegaría al blanco, permitiría preparar la pieza para abrir fuego. La munición era escasa, por lo que los artilleros argentinos no podían permitirse fallar.
Cuando el incursor se encontraba a unos 18 km de distancia, el silencio de la noche se quebró con el hasta entonces desconocido estampido del disparo del Sofma. Para sorpresa de la desprevenida tripulación, los impactos cayeron cerca del buque. Si bien no causaron daño, lograron el efecto esperado. Abruptamente la nave viró con rumbo opuesto, alejándose a toda velocidad. La guarnición argentina estalló en júbilo. El efecto sobre su moral resultó asombroso. Habían culminado las infernales noches de impotencia contra los buques agresores.
En la noche del 17 de mayo se repetiría la acción. A las 22:50 hs, el radar recibió un eco ubicado a unos 30 km de la costa. Pocos minutos después aparecieron en la pantalla dos ecos más, que se aproximaban a gran velocidad en dirección a la costa. Ahora se contaba con un segundo cañón. Los buques comenzaban a realizar el habitual circuito de carrusel para el bombardeo naval. Los artilleros argentinos concentraron el fuego sobre uno de los blancos. Con los primeros impactos sobre el agua, los tres buques repitieron la desesperada maniobra, alejándose velozmente del lugar. Ya no se acercarían más impunemente. Había comenzado un duelo personal entre los buques ingleses y la artillería argentina.

Mirando al poniente

A principios de junio, con la infantería y artillería británicas aproximándose desde el oeste sobre el perímetro defensivo de Puerto Argentino, los Sofma recibieron una nueva tarea. Durante el día debían apuntar sus bocas de fuego en dirección a los cerros que comenzaban a ser ocupados para el avance final sobre la capital isleña.
Así, en varias oportunidades efectuaron disparos sobre los montes Kent y Wall, atacando posiciones de artillería, infantería y puestos de observación enemigos.
Los efectivos británicos rápidamente aprendieron a distinguir el zumbido de la munición de 155 mm aproximándose, y a hundir sus cabezas en la turba apenas lo escuchaban.
Los intentos para silenciar la molesta artillería argentina fracasaban uno tras otro.
Las tropas enemigas recibían su castigo mientras intentaban avanzar sobre Monte Longdon, Dos Hermanas y Monte Harriet.
Ahora eran los ingleses los que sentían la impotencia. Y su paciencia estaba llegando al límite.
En la mañana del 12 de junio, mientras los cañones eran aprestados para realizar una salva de disparos sobre blancos terrestres, dos aviones Harrier GR3 se lanzaron temerariamente en vuelo rasante hacia las posiciones argentinas ubicadas en las cercanías de Sapper Hill. Buscaban los cañones de 155 mm. Lanzaron sus bombas racimo alcanzando una de las piezas, hiriendo además a varios de sus sirvientes, incluyendo a "Tom", el perro mascota que los soldados habían traído del continente. Uno de los aviones fue alcanzado por el fuego de armas livianas, y dificultosamente aterrizó en el portaaviones HMS Hermes, con un incendio en la zona posterior de su fuselaje. Si bien fue reparado, no volvería a participar en la guerra. El incursor pagó cara su osadía. La localización y ataque a las posiciones de estos cañones serían una de las máximas prioridades para la Royal Artillery y la Royal Air Force durante la campaña. En la costa, disipados el humo y la confusión, las ruedas de una de las piezas quedaron hechas jirones, inmovilizando el cañón. Con la posición convertida en terreno arrasado por las bombas e innumerables proyectiles navales, se decidió su traslado al día siguiente a una nueva. Los ingleses tendrían un respiro, pero breve.
Pasarían menos de 24 horas para que otro cañón, junto con más munición, llegara a las islas en la bodega de un avión Hércules. En prevención de otros ataques, la pieza recién llegada fue transportada a una nueva posición más hacia el este de la anterior, adonde llegó luego el cañón sobreviviente del ataque aéreo.
El asalto final sobre Puerto Argentino se aproximaba. Los duelos de artillería eran incesantes. A los Sofma se les sumaban los obuses Otto Melara de 105 mm, pero las piezas inglesas quedaban fuera del alcance de los proyectiles argentinos. Ello hacía muy arriesgada la situación de nuestros artilleros, obligándolos a cambiar su posición permanentemente para evitar ser alcanzados. Pero la munición les estaba escaseando.
El último vuelo en entrar a Puerto Argentino en la noche del 13 de junio llevaba en su vientre una última pieza de 155 mm. Tal vez, un intento desesperado para prolongar el desenlace final. Sería muy tarde. Las tropas inglesas ya estaban en las afueras de la capital y esa última noche los artilleros argentinos callarían finalmente sus cañones. Dispararon hasta agotar su munición.
En la mañana siguiente se produjo el cese del fuego.
El último cañón no alcanzó a ser emplazado y quedó estacionado en una de las calles de la ciudad.
Los artilleros sacaron de sus piezas los blocks de cierre, enterrándolos en la turba, en un intento para inutilizarlas. No fue poca la sorpresa de los ingleses al constatar la escasa cantidad de cañones Sofma que tantos dolores de cabeza les habían ocasionado. Cualquier inglés que hubiera experimentado la sensación de quedar bajo el fuego de los 155 mm, con sus esquirlas y explosiones, aún los recuerda con respeto. La reputación que por estos cañones nació entre las tropas de elite inglesas los llevó a conservarlos como trofeos. Una de las piezas fue colocada en un lugar de honor en el Museo de los Paracaidistas en Aldershot, a pocos kilómetros de Londres.
Con inmensa fortaleza y coraje, contando con cañones fabricados en el país, al igual que los forjados por fray Luis Beltrán más de un siglo y medio antes para el Ejército de los Andes, los artilleros argentinos habían cumplido su misión.
Por Alejandro J. Amendolara
Inv: W/65 – Prom. XXIII – Héroes de Malvinas
Fuente: ecosfueguinos.com

miércoles, 28 de diciembre de 2022

El valor de la artillería paracaidista en Sapper Hill

 “Vamos a morir juntos”: los artilleros que juraron no entregar el último cañón y combatieron hasta el final

En Sapper Hill, durante la batalla final, 22 artilleros al mando del subteniente Suárez, del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 de Córdoba, soportaron el terrible bombardeo inglés hasta quedarse sin municiones, dispuestos a no rendir su cañón ni la bandera argentina que los cobijaba: “Antes, los ingleses tenían que matarnos a todos”, dicen los héroes

Artillería argentina durante la guerra de las Malvinas en 1982

En el combate final, cuando ya la infantería argentina había retrocedido, un solo cañón Oto Melara de 105 milímetros, del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 de Córdoba, quedó en primera línea frente al infernal bombardeo inglés, ya que todos los demás obuses de esa unidad habían quedado inutilizados. A pesar de que sólo hacen falta seis hombres para servir a un cañón, alrededor de este último obús se agruparon veintidós artilleros, al mando del subteniente Juan Gabino Suárez, dispuestos a no rendir la última pieza.

La posición de Gabino, ubicada en Sapper Hill, al oeste de Puerto Argentino, estaba siendo cañoneada permanentemente, sus refugios volaban en pedazos y ardían.

Sin embargo los artilleros argentinos no cesaban de contestar. No importaba si el proyectil enemigo caía a escasos metros, nadie pensaba en su seguridad personal.

Los soldados Juan Carlos Ortiz y Julio Malanfant hacían fuego con puntería directa, mientras que el conscripto Armando Maidana seguía graduando la espoleta y cargando el obús. Otro conscripto, Walter Moyano, no paraba de alentar al jefe de la pieza: “Tirá, Mulita, tirá, la p... que los parió, que los estamos c... a bombazos!” Más de una vez los impactos dieron en el escudo del cañón, tras el cual se guarecían Ortiz y Malanfant. El subteniente Gabino Suárez, en cambio, no se protegió en ningún momento. Parado desafiante a un costado y delante de la última pieza, no se cubría, pese a los ruegos en tal sentido de sus soldados.

–¡Tiren, carajo, tiren! –rugía Gabino–. ¡Tiren, que estos no pasan, tiren!

–¡Resistiremos, mi subteniente! –le contesta el conscripto Walter Rubíes.

El Grupo de Artillería Aerotransportado 4, el día que partió desde Córdoba hacia Malvinas

En dos o tres oportunidades llegó un camión volcador y arrojó decenas de cajones de municiones cerca de la batería, sin cuidado alguno, como si fuera arena.

En la madrugada del 14 de junio los artilleros ven una figura con dos cilindros corriendo hacia ellos, sólo iluminada por las explosiones alrededor suyo. Era el suboficial Rubén Quiroga, trayendo el mate cocido con leche, caliente y dulce, que empezaron a tomar entre ráfaga y ráfaga.

A medida que se iban quedando fuera de servicio los cañones argentinos, los hombres de la pieza inutilizada pasaban a alguna que estuviese en funcionamiento. Casi llegado el amanecer, hubo una suerte de alto el fuego y los soldados Rubíes, Moyano, Viglione y Maidana se metieron en el refugio, que estaba prendiéndose fuego, pero igual se acostaron al estilo de los nobles romanos alrededor de un cajón de pasas de uvas y las comían, tranquilísimos.

De pronto, entra un capitán llorando y les dice que deben retroceder. Lo sacan vendiendo almanaques y salen del refugio. Ya había un grupo alrededor de lo que sería la gloriosa última pieza. El Negro Moyano le dice a Rubíes “Walter, andate, me quedo yo”. “No, Negro –le responde– si vivimos la guerra juntos, vamos a morir juntos”. El Negro lo agarra de un hombro: “Entonces vamos, Walter, a morir. Lástima… ¡Qué lindo hubiese sido ganar y desfilar por mi barrio!”. Ahí nomás Gabino le asignó una función a cada uno y ordenó que tiraran con todo lo que tenían.

El cañón habla sin descanso. El humo prueba su trabajo a destajo. El artillero abre la cámara para eyectar la cápsula servida; otros dos, alcanzan nueva munición; un cuarto, fija la posición de tiro y el último, simplemente muestra los efectos del bombazo tapándose los oídos (Foto: Eduardo Farré)

Veían a los ingleses a unos setecientos metros de distancia y avanzando dificultosamente. El soldado Maidana iba ajustando las espoletas para setecientos, seiscientos cincuenta, seiscientos metros y así sucesivamente. Cada proyectil tenía escrita la distancia de tiro. Apuntaban prácticamente “a ojo”. El enemigo tardó bastante en llegar hasta los cuatrocientos metros, donde debió detener su avance.

Aparece un teniente con una radio y se la pasa a Gabino. Desde el otro lado de la conexión un oficial le ruega: “Negro, rompé el cañón, porque de lo contrario no podemos replegarnos y nos van a matar a todos”. Pero el subteniente simula no haberlo oído, y le dice a quien trajo la radio, que va a aguantar hasta el final.

El cabo primero Carlos Dáttoli había cubierto el escudo del obús con la bandera argentina y desafiaba a los ingleses gritándoles todos los improperios imaginables. Los soldados argentinos se enardecían ante esta actitud y recobraban fuerzas.

En 1982, un oficial por radio le ordenó a Gabino Suárez: “Negro, rompé el cañón, porque de lo contrario no podemos replegarnos y nos van a matar a todos”. Pero el subteniente simula no haberlo oído, y le dice a quien trajo la radio, que va a aguantar hasta el final

Nos juramentamos que antes de que los ingleses se llevaran esa bandera, tenían que matarnos a todos –me relató Rubíes–. Y no se la llevaron. Se la llevó Dattoli escondida al continente. Esa bandera, cuando estábamos en las últimas y el obús largaba aceite por atrás, se cayó encima del bloque de cierre del cañón, como bendiciéndolo y dándole las gracias por lo que había hecho por ella. Y se manchó, en parte con aceite y en parte con turba malvinera. Hoy, esas manchas siguen embelleciendo nuestro manto sagrado, nuestra bandera”.

Al final, ya todos se turnaban para hacer fuego. Hasta el cabo cocinero Quiroga, quien acarreó munición, cargó el obús y disparó.

En medio de la lluvia de plomo, el soldado Félix Zapata prepara un café con leche para todos dentro de su casco: “Es mejor morir con el estómago caliente”, sonreía.

Se produce una pausa en el fuego y Gabino advierte que ya no quedaba nada, ni refugio, ni otros cañones disparando. Sólo podía ver a sus veintidós hombres y más allá, al enemigo.

Reanudaron el fuego los ingleses, con cañones, morteros, cohetes y fusiles; centenares de luces se acercaban a la posición.

En Malvinas, el cabo primero Carlos Dáttoli (remera negra)había cubierto el escudo del obús con la bandera argentina y desafiaba a los ingleses gritándoles todos los improperios imaginables con remera negra

Los hombres de Gabino cargaron el obús para disparar el último proyectil que les quedaba, pero este se atascó. El cabo primero Dattoli toma el baquetón y trata de destrabar el obús, pero no lo consigue. Entonces el cabo cocinero Quiroga comienza a pegarle al proyectil con todas sus fuerzas. Gabino le advierte: “Es peligroso, puede estallar”. Y Quiroga responde: “Total, ya estamos muertos”. Y continúa aporreando.

Sólo ahí, cuando la pieza quedó inservible, los artilleros comenzaron a replegarse. Sorteando explosiones, recorrieron los doscientos metros más largos de sus vidas.

Pero al llegar al lugar de reunión, faltaba un conscripto. El cabo primero Dattoli exclama: “Es mío”. Da media vuelta y regresa al mismísimo infierno, se lo ve corriendo entre los escombros, los estallidos y los disparos buscando a su soldado. También se escuchan las ráfagas del Grupo de Artillería 3, que sigue combatiendo. Pero mientras Dattoli lo busca bajo el fuego enemigo, el conscripto aparece por el lado sur, sano y salvo.

Negro Moyano con hijo Cristian

De pronto se hace un silencio total y pasa un jeep con una bandera blanca. El combate ha finalizado. En el campo del honor quedan los soldados Pizarro, Vallejos y Romero.

A cuarenta años del hecho, el conscripto Rubíes no puede evocarlo sin emocionarse profundamente: “El último tiro quedó en el obús, nuestra noble última pieza calló para siempre. Habíamos mirado por todos lados y no quedaba ni un proyectil de 105. Eso significaba muchísimo. Significaba que no nos rendimos, sino que agotamos las municiones. Nos replegamos hasta la casa verde, los ingleses nos tiraron con todo lo que tenían, la retirada fue tremenda. ¡Todavía fantaseábamos con que en algún momento aparecerían tropas para el contraataque! Lo que apareció en cambio fue una bandera blanca. Todo había terminado. Encontramos al resto de nuestros camaradas, nos miraban como a locos, todos embarrados, lastimados, llorando. ¡Y cómo llorábamos! Como llora el alma en silencio y sin lágrimas”.

El Negro Moyano le dice a Rubíes 8en la foto): “Walter, andate, me quedo yo”. “No, Negro –le responde– si vivimos la guerra juntos, vamos a morir juntos”

El soldado Rubíes es la personificación más acabada del mentís a esa figura estereotipada conocida como “el chico de la guerra”, tan sólo digno de lástima: “Yo soy clase 63 y sin embargo todo los de mi unidad éramos soldados hechos y derechos. Mi instrucción era la siguiente. Curso de paracaidismo militar, completo y aprobado, con calificaciones altas. Curso de artillería, completo y aprobado con las mismas calificaciones. Curso de infantería básico completo, aprobado. Dentro del curso de infantería llegamos a desarmar y armar el fusil con los ojos vendados, entre otras cosas. Con esta instrucción fuimos los ‘pibes’ de la clase 63 a Malvinas. Pudo haber excepciones, claro. Pero nosotros nos fuimos de la posición sólo porque ya no teníamos municiones, por eso dejamos de reventarlos a tiros a los ingleses. Además en mi unidad fuimos todos como voluntarios. Igual como yo iría hoy de nuevo, ¡por mi patria!”.

Juan Carlos "Mulita" Ortiz dice del subteniente Juan Gabino Suárez: Se paraba a la par del obús, y cuando le pedíamos que se corra y tome cubierta, no nos hacía caso. Es un padre para mí"

“El pueblo argentino debe despertar”, me dice Gabino, enfáticamente. “Y debe llamar las cosas por su nombre. Estos soldados son héroes, me consta. Yo los vi pelear y los vi morir. Estos son los mejores hijos de la Nación, fueron muy bravos y no hemos sabido reconocerlo”.

En sus soldados, el sentimiento es recíproco. “El subteniente Juan Gabino Suárez es para mi un padre, que nos guió hasta el último momento del combate, cuando no quedaba ningún oficial de alto rango, todos se habían replegado –me comenta el “Mulita” Ortiz–. Se paraba a la par del obús, y cuando le pedíamos que se corra y tome cubierta, no nos hacía caso. Respondía: ‘Vamos, carajo, que los tenemos’, como una forma de despreciar el peligro y honrar el combate. Le agradezco que hiciera de mí un soldado, instruyéndonos militar y mentalmente para pelear. Él me enseño los valores de la vida, tanto en la paz como en la guerra. No fue un militar del montón, creo que el general San Martín está orgulloso de él”.

Cuando después de la guerra el conscripto Rubíes fue licenciado, el cabo primero Dattoli le escribió en su boina: “Hermano de guerra, mi sangre es la tuya”. Esa hermandad subsiste en el grupo de artilleros de “la última pieza” al día de hoy.


martes, 19 de mayo de 2015

Malvinas: El GA Parac 4 en Sapper Hill


Sapper Hill. El relato de un integrante del Grupo de Artillería Aerotransportado Nº 4. 

 

Hoy tan lejos en el tiempo y tan cerca en mi corazón, debo reconocer cuando fue mi bautismo de fuego, se que fue el 11 de junio, pero no se a que hora, creo que fue de noche, ya que al ser apuntador izquierdo, me costó encontrar la luz roja para ajustar la deriva de tiro, pero cuando el obús estuvo apuntado, esos segundos que pasan desde que la munición esta dentro del cañón hasta que dan la orden de fuego, son eternos, cuando yo bajara el percutor y la explosión me dijera con su bravo ruido que era artillero, mi vida cambiaría para siempre! 

Cuando el cabo Sánchez dijo fuego! y el proyectil salió, el nos dijo: - Siéntanse dichosos, ¡¡son artilleros!! Todos al unísono gritamos: - ¡Viva la patria! 

Fue un momento inolvidable, ¡único! fue algo hermoso, sentirme artillero y haberme recibido luchando por mi patria, hacia que fuera todo mas especial, pero lo importante, era e iba a ser por todo el resto de mi vida, artillero. 

Fueron días muy extensos, casi no había descanso, las piezas tiraban día y noche sobrecargando la cadencia de tiro recomendada para el obús Oto Melara, eso hacía que llegado el 13 de junio, empezaran a quedar algunas piezas fuera de servicio, se agotaba el material. 



En la bruma de los horarios recuerdo que en un momento, hubo una falsa orden de repliegue, en ese fallido, cuando estábamos reunidos una bomba enemiga cayó cerca de la reunión y hubo heridos, el cabo Aguirre y el soldado Hernandorena, pero en ese momento recibimos la orden de que debíamos volver a las piezas inmediatamente, cosa que hicimos, y seguimos tirando, y nos seguían tirando permanentemente, fue en esos momentos, que se agigantó la figura de un cabo fuera de lo común, el cabo Quiroga, fue el comienzo de un comportamiento extraordinario de alguien que fue más allá de su función, nos daba fuerza, verlo venir con los cilindros de mate cocido con lec
he endulzado en medio del bombardeo enemigo para darnos, a nosotros los de las piezas, ese liquido caliente que nos daba fuerzas. 

En la vorágine del combate, varias veces nos metimos en los refugios más cercanos a las piezas que estaban en funcionamiento. 

Cuando salimos del refugio, y fuimos a buscar la pieza que quedaba en pié, éramos el negro Moyano y yo de la sexta pieza, cuando nos acercamos a esa pieza el negro me dijo: - Walter, andáte, yo me quedo, vos salváte. 

Yo le dije que no, que nos quedábamos los dos, si estuvimos en la guerra juntos, o nos salvábamos los dos o moríamos juntos, pero nunca lo iba a dejar solo, así que fuimos a esa pieza, donde se contaban sólo 20 hombres más nosotros. 

Tuvimos la suerte, Dios mediante, que esa pieza estaba comandada por alguien que me enseñó todo lo que sabía sobre la guerra, era y es, el tipo que me dio el ejemplo que aún hoy me sirve para manejarme en la vida, me enseñó, de lealtad, de patriotismo, de eso que dijo Jesús alguna vez “no hay sacrificio más grande que dar la vida por un amigo” 

Ese señor, a mi criterio, un grande, un señor que debería tener el pecho lleno de medallas, fue, es y va a ser por siempre mi jefe, era el subteniente Gabino Suarez. 

Eramos solo 22, y en un minuto el subteniente Suarez organizó la resistencia, uno a apuntar otros a cargar municiones, otros a prepararlas y cada uno de nosotros con una función específica. 

Me es muy difícil recordar esos momentos y no emocionarme, porque nunca fui testigo de tanta valentía, tanta decisión, de decir, ¡por acá no pasaran!, aún hoy lo recuerdo al subteniente Suarez a los gritos al lado del cañón dándonos fuerzas, con su ejemplo, mientras nosotros hacíamos lo que debíamos hacer. 

En mi caso, en un momento iba a traer municiones del montón que estaba a un costado de la posición, cerca del camino, cuando llegábamos a la pieza, en medio del bombardeo inglés, que nos tiraban con todo lo que tenían, teníamos un hacha con el que abríamos los cajones y los tubos en donde venían los proyectiles, de última, los cajones los tirábamos contra una piedra y se despedazaban, también cuando algunos seguían trayendo munición, yo cargaba el obús, todos hacíamos de todo, y todo esto en medio del bombardeo inglés. 

Una de las cosas que mas orgullo me da, es que durante todo este período nadie se protegió en los refugios, seguíamos trayendo, preparando y cargando la pieza, en esos momentos el enemigo estaba muy cerca, mas o menos a 600 metros, por lo cual a las vainas debíamos sacarles seis de los siete sacos de pólvora para poder hacer puntería directa sobre las tropas enemigas, lo recuerdo al soldado Maidana trabajando sobre las espoletas de tiempo, a las órdenes de los suboficiales, estos proyectiles son los que hicieron un daño terrible a los británicos, y nosotros veíamos que hacíamos daño. 

No tengo ni idea si pasaron horas o minutos, pero fue muy intenso, era todo un movimiento, coordinado por el subteniente Suarez. recuerdo con mucho respeto al cabo 1º Dattoli, otro grande, dándonos fuerzas y cuidando a cada uno de los soldados. 

Había mucha actividad en esos metros cuadrados de la pieza, era una locura, teníamos que patear las vainas servidas para no chocarnos con ellas, ya que eran tantas que casi no había lugar para moverse, el ruido que hacia nuestro obús era hueco, y no había una explosión fuerte, pero cada uno de los proyectiles tenía un gran poder de destrucción, además iba con toda la bronca y las ganas de que no pasen, estábamos dispuestos a dejar la vida, pensando que no pasarían si quedaba uno de nosotros vivo y tuviera algo para tirar. 



A medida que tirábamos, y las municiones iban mermando, sabíamos que el final se acercaba, pero nunca nos iríamos mientras nos quedara algo para tirar. Sabíamos inconscientemente que era inútil, estaba perdiéndose la batalla, ya que con solamente mirar al frente veíamos que nos superaban por mucho en la cantidad de personal. 

Hay cosas que uno entiende con el tiempo, (o no le encuentra explicación), que era lo que hacía que estos 22 locos estuvieran en ese momento y en ese lugar combatiendo, en inferioridad absoluta, tirando, y con la convicción de no irse pasara lo que pasara, los detalles se van perdiendo con el tiempo, pero las sensaciones son las mismas, el olor a pólvora, los ruidos, los silencios momentáneos, muchas cosas que pasaron en esos momentos se asocian hoy con los olores, y cuando recuerdo esos momentos se viene a mi mente el olor a la pólvora cuando tirábamos. 

Sólo el que estuvo en ese lugar en esos momentos sabe cuán hombres eran todos, no se puede entender de otra manera, que un tipo como el petiso Heredia, que creo que pesaba menos que una caja de municiones, pudiera traerla, corriendo desde el lugar en donde estaban hasta la pieza, o ver a salas, abriendo las cajas contra las piedras, sin importarle que pasara, sólo pensábamos en tirarle y hacerlos mierda. 

Después de 24 años alguien me dijo que lo que hicimos esas últimas horas salvo a miles de hermanos de la muerte. 

Y llego el último proyectil, que no fue lanzado, porque por esperar unos minutos quedo trabado en el tubo del obús, y supimos, con tristeza y dolor, que eso era lo último que podíamos hacer. habíamos agotado las municiones. 

Aún hoy recuerdo la cara de mis hermanos, la resignación y la bronca nos llenaba el corazón de argentinos bien nacidos, y alguien dijo: - bueno, hicimos todo, ¡repleguemos! 

Esos 200 metros que había entre la pieza y el puesto comando fueron un infierno. Nos tiraron con todo, ninguno de nosotros pensábamos que saldríamos con vida de ese repliegue. pero salimos. En un momento quedamos cuerpo a tierra cara a cara con el negro Moyano, y después de mucho tiempo, nos reímos, y él me dijo algo así como: - “la puta, no nos vamos a morir ahora, ¿no? tenemos que ir a comer pizza a mi casa” 



También en esos momentos se escuchaban los gritos de los jefes, nos guiaron de a poco hasta el puesto comando, cuando llegamos ahí, el cabo 1º Dattoli contó a todos y faltaba uno. El loco, volvió al refugio a ver si estaba, esto en medio de un terrible bombardeo. Pero el soldado, que no recuerdo quien era, estaba con nosotros. Volvió con la bandera del grupo con él. Hoy esa bandera está en el museo del grupo de artillería, hoy el cabo 1º Dattoli está sin ser reconocido. 

Y tomamos la decisión de volver al pueblo. 

Los metros que recorrimos hasta el pueblo me sirvieron para entender que lo que habíamos hecho era inolvidable, y cuando miraba a mis jefes, los subtenientes Suarez y Pucheta, el sargento Squaglia, el cabo 1º Dattoli, el cabo Sánchez, esos que alguna vez puteé con ganas, eran unos gigantes, que jamás serían vencidos, porque nos dieron la mejor instrucción que un militar de carrera le podía dar a un conscripto, eso nos salvó, además estuvimos juntos hasta lo último, y eso no tiene precio, ese hecho nos hermanó para siempre, hoy están en mi mente, las lágrimas de muchos de ellos, la desazón de todos, el cansancio. 

El camino hacia el pueblo era una total desolación, nadie por ningún lado, el silencio era absoluto, se escuchaban los pasos nuestros al golpear los borceguíes en el asfalto mojado, sólo se veía humo en algunos lados, (luego me entere de que no fue así lo del silencio, ya que ellos destruyeron el lugar en donde estuvo el GA4 totalmente, así que el silencio solo es una sensación que yo tuve). 

Además de los suboficiales y oficiales, estábamos los conscriptos, mis hermanos de la clase 62 y 63, con algunos de ellos compartimos desde la incorporación en el distrito militar la plata hasta ese momento, con otros fueron los días de la guerra, pero ese camino recorrido fue algo que nos amalgamaría para siempre, ellos son distintos, son especiales, me doy cuenta cuando nos vemos en la actualidad, como dice Saint Exupery: “Sólo se ve con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, por eso la unión entre nosotros es invisible a los ojos, está en nuestros corazones. para mí fue un gran honor haber combatido junto a ellos. me siento honrado de haber formado parte de ese grupo. Fue un honor. 
Al llegar a la parte céntrica del pueblo, estaba el teniente coronel Quevedo parado sobre una pequeña altura de tierra mirando hacia el lado desde donde veníamos, solo nos vio cuando estábamos casi en frente de él, según su cara se sorprendió enormemente, el subteniente Suarez se abrazó a él y hablaron un rato. 



Luego vino todo lo que nosotros sabemos, la vuelta a casa. Y el silencio durante muchos años. 

Nunca terminaré de agradecer a todos y cada uno de los integrantes del Grupo de Artillería Aerotransportado 4, por haberme permitido luchar junto a ellos. 
 

Agradezco muy especialmente a mi querido jefe, Juan Gabino Suarez y a todos los que de una manera u otra me dieron una instrucción excelente. 

Señores, ¡fue un gran honor! 

¡VIVA LA PATRIA! 

“Combatimos con Honor y Volveremos" 


Oscar Walter Rubies
G.A. Aerot 4 - Bateria de Tiro “C” - 5º Pieza.
 

Fuente: HECHOS DE MALVINAS - Editado por Hernán Favier

viernes, 21 de marzo de 2014

No hubo chicos de la guerra sino hombres con todas las letras

Walter Rubies: "Nos dijeron chicos de la guerra, pero eramos hombres, con todas las letras"


Walter es el segundo, a la izquierda, en la última fila, portando un fusil.

El Grupo de Artillería Aerotransportado 4, de la Calera, provincia de Córdoba, partió el 22 de abril hacia las Islas, transportando 358 hombres, 18 Obuses, 6 vehículos livianos y 70 toneladas de munición.El espíritu de cuerpo se manifestó, en los combates de Puerto Argentino y Darwin; y en los años posteriores al Conflicto, porque cada año vuelven a reunirse, junto a sus familias.

El soldado voluntario clase 1962, Walter Rubies, fue artillero de la Batería de Tiro B,en Sapper Hill, aproximadamente a 8 kilómetros de Puerto Argentino, lo conocí, el 7 de junio de 2007, cuando acompañé a los integrantes de ese Grupo, en unos de los tantos reencuentros, donde el amor a la Patria es el invitado principal.

Parte de la entrevista que realicé.

"... En un momento me tocó traer municiones del montón que estaba a un costado de la posición,cerca del camino, cuando llegamos a la pieza, en medio del bombardeo ingés,teníamos que abrir los cajones y los tubos donde venían los proyectiles,de última los cajones los tirábamos contra una piedra y se despedazaban. Otros seguían trayendo munición mientras yo cargaba el obús. Todos hacíamos de todo. En medio del bombardeo inglés, nadie se protegió en los refugios, seguíamos preparando y cargando. En esos momentos el enemigo estaba muy cerca, más o menos a 600 metros, por lo cual a las vainas debíamos sacarles 6 de los 7 sacos de pólvora para poder hacer puntería directa sobre las tropas enemigas, lo recuerdo al soldado Maidana trabajando sobre las espoletas de tiempo, a las órdenes de de los suboficiales.
No tengo ni idea si pasaron horas o minutos, pero fue muy intenso, era todo un movimiento coordinado por el subteniente Gabino Suarez,también recuerdo con mucho respeto al cabo 1º Carlos Dattoli, otro grande, dándonos fuerzas y cuidando a cada uno de los soldados. Había mucha actividad en esos metros cuadrados de la pieza, era una locura, teníamos que patear las vainas servidas para no chocarnos con ellas, ya que eran tantas que casi no había lugar para moverse, el ruido que hacia el nuestro obús era hueco, y no había explosión fuerte, pero cada uno de los proyectiles tenía un poder de destrucción, además iba con toda la bronca y las ganas de que no pasaran los ingleses. Estábamos dispuestos a dejar la vida, pensando que no pasarían si quedaba uno de nosotros vivos. 
Alguna vez nos dijeron "los chicos de la guerra", NO, fuimos hombres con todas las letras, solo el que estuvo en ese lugar , en esos momentos sabe cuan hombres eramos todos, no se puede entender de otra manera, que un tipo como el petiso Heredia , que creo que pesaba menos que una caja de municiones, pudiera traerla, corriendo desde el lugar donde estaba la pieza, o ver a Salas, abriendo las cajas contra las piedras, sin importar le que pasara algo, sólo pensábamos en tirarle al enemigo y hacerlos mierda"....


Historia de las Malvinas

jueves, 20 de febrero de 2014

El rescate del Oto Melara hundido


Malvinas: historia de un cañón rescatado del mar

Fue cerca de Darwin. Los ingleses hundieron un guardacostas que llevaba dos cañones. Pero dos oficiales volvieron para rescatar las piezas de uno, lo rearmaron y lo usaron en el final de la guerra.

No conocía el mar. Y aún hoy, veintiún años después, cuando recuerda la zambullida en las aguas heladas que rodean las islas, la memoria no le acerca el cuchillo glacial de las aguas, ni siquiera el otro filo, el del miedo, sino el olor inhóspito del yodo y el sabor urgente de la sal.
A las ocho y media de la mañana del 20 de mayo de 1982, en plena guerra, el flamante subteniente José Eduardo Navarro, un correntino de 21 años nacido en Monte Caseros, egresado del Colegio Militar apenas cinco meses antes de la guerra, que no imaginaba una inmensidad tal de agua que no fuese dulce, braceaba por su vida para alcanzar la franja de tierra gomosa de un islote cercano a Darwin. Viajaba en el guardacostas "Río Iguazú" de la Prefectura Naval, que había sido herido de muerte por dos aviones Harrier ingleses.


Suboficial Ibañez, de PNA, que derribó un Sea Harrier

-Nos habían ordenado llevar dos cañones Otto Melara a Darwin para dar apoyo a la fuerza de tareas que integraban el Regimiento de Infantería 12 y la Compañía C del Regimiento 25. Cuando fuimos a cargar los dos cañones en el guardacostas 'Río Iguazú' nos dimos cuenta de que no entraban. Junto a dos suboficiales y a los soldados de mi batería de tiro, tuvimos que desarmarlos y cargarlos por piezas en el buque. La partida, prevista para las doce de la noche, se demoró cuatro horas.
La demora fue fatal. El hoy teniente coronel Navarro, que entonces era oficial del Grupo de Artillería de Aerotransportado 4, recuerda que el capitán del guardacostas le anticipó la pesadilla con la fidelidad de un oráculo: demorarían ocho horas, navegarían buena parte del viaje de día; los ingleses disparaban contra todo lo que se movía de día.

 -A las nueve de la mañana sonó la alarma de ataque aéreo en el barco y diez minutos después hubo una explosión tremenda, se apagaron las luces y el puente de mando se llenó de humo. Dieron la orden de abandonar el barco y yo caminé hacia la proa, miré a mi alrededor y vi que la mayor parte de los hombres nadaban hacia la costa, que estaría a unos treinta metros. Lo otro que vi fue que uno de los Harrier volvía para hacer una segunda pasada y para ametrallar el buque a lo ancho: me tiré al agua con el resto de mis hombres y llegamos a tierra firme, que no era tan firme, era un islote de no más de tres mil metros de diámetro.

El "Río Iguazú" no había muerto sin pelear. Sus artilleros dispararon contra los Harrier. Uno de ellos murió al pie de su ametralladora y un maquinista apartó el cadáver de su camarada, empuñó el arma y derribó a uno de los dos aviones ingleses. En tierra, Navarro y sus hombres empezaban a creer en milagros.

-A mis soldados no les había pasado nada. Pero teníamos dos heridos graves de Prefectura. Uno de mis hombres, el soldado Roberto González, se me acercó para decirme que le dolía la garganta. Le miro el cuello y veo que tenía un agujero del que salía sangre. Intenté abrirle la campera pero no pude: una esquirla de cuatro centímetros había quedado frenada por el cierre metálico y apenas lo había lastimado: unos centímetros más... Cuando conté a mis hombres noté que faltaba uno. Era el soldado Rodolfo Sulín: se había tirado otra vez al agua, nadó hasta el buque, lanzó desde la parte superior dos balsas salvavidas, las cargó con alimentos, ropa seca y remedios y volvió al islote. Eso hizo que nuestra gente no muriera de frío.


Un helicóptero los rescató a las cinco de la tarde y los llevó a Darwin. Pero al día siguiente Navarro volvió al "Río Iguazú". No iba solo. Lo acompañó su camarada, el subteniente Juan José Gómez Centurión. Se habían propuesto un imposible: rescatar al menos uno de los cañones desarmados, llevarlo a Darwin, armarlo... y que funcionara. Había una dificultad y una ventaja: las piezas de artillería estaban semihundidas en la bodega del "Río Iguazú". Pero Gómez Centurión era buzo.

Nos pasamos todo el día en el agua. Gómez Centurión se sumergía y me alcanzaba las piezas que encontraba y que cargábamos en un bote. Cuando terminamos dijimos: 'Que Dios nos ayude' Un helicóptero nos recogió y nos llevó a Darwin. Cuando descubrimos que teníamos un Otto Melara completo no lo podíamos creer.

Cuando el ataque inglés a Darwin y a Pradera del Ganso, el cañón rescatado del mar y hasta las coheteras de los inutilizados aviones Pucará que fueron montadas en un tractor requisado, se usaron para re trasar el avance británico, hasta la rendición del 29 de mayo. Navarro fue prisionero y en un buque inglés se enteró de la rendición de Puerto Argentino, el 14 de junio. Fue devuelto a las islas, también prisionero, con un grupo de camaradas que se llamó a sí mismo "Los doce del patíbulo". Pero esa es otra historia.

Clarín

martes, 13 de agosto de 2013

Tumbledown: Robacio dirige magistralmente la artillería del GAAerot 4

Relato del SubTte Juan Gabino Suarez, Jefe de "la última pieza" del Grupo de Artillería Aerotransportada 4

 
Relato nuevamente porque el CN (contra-almirante Carlos Hugo Robacio) merece que lo recordemos como corresponde, viviendo y reviviendo sobre una parte de su vida.
¡¡¡No me voy a cansar de repetirlo!!!!!


Nuestro Asiento en la Guerra, Monte Zapador (Puerto Argentino, Islas Malvinas, República Argentina) y una sucursal en San Carlos con la Batería "A" 
 


Al artillero de campaña le encante estar viendo donde caen los disparos es decir como OA (observador adelantado) y cuando uno es Jefe de la Sección Piezas, no le queda otra que usar la imaginación para recrear lo que esta sucediendo sin posibilidad de verlo. De esta forma uno se acostumbra a adelantar las órdenes básicas que dará el OA después de los dos primeros disparos. Resulta que el método para llevar el proyectil al blanco es el "Encuadramiento" lo que en artillería se llama "Reglaje del tiro". El encuadramiento consiste en obtener datos precisos e inequívocos del lugar donde deben caer los disparos. Por eso un primer disparo que da en el blanco, no se considera como válido. Les cuento esto previamente para que se hagan una idea del trabajo del OA y lo que describo es lo que se aprende en la escuela y por ello "Escolástico". Sucede que con la experiencia uno tiende a simplificar el reglaje y esto deja de lado lo escolástico. Se debe ser escolástico y al menos eso dicen los reglamentos. ¿Sino para que estudiamos?.
Primero se encuadra en dirección y luego en alcance y aquí es donde nos encanta achicar las distancias, buscamos de hacer las dos cosas al mismo tiempo, lo que esta mal.
Luego la artillería tiene su toque sexy y es el uso que se hace de la misma. Puede ser tan letal como inútil, todo depende de quien dirija los fuegos. Barreras de fuego, concentración de haces, haces divergentes, series, ráfagas, etc, etc, es lo que se usa para un mejor aprovechamiento de esta arma.
Cuando comenzamos a ejecutar las misiones de fuego que pedía el CN [Carlos Hugo] Robacio, me di cuenta que no se alejaba ni un milímetro de lo que aprendimos en el Colegio. Comenzando por un PIF (Pedido Inicial de Fuego) completo, es decir haciendo una descripción del blanco con sus medidas de frente y fondo, distancia al blanco y deriva (medida desde el norte magnético). De esta manera "TODOS" sabíamos de que se trataba la misión de fuego. Fíjense la importancia de algo en lo que generalmente se omiten detalles que predispone a todos los soldados y cuadros del servicio de pieza y CDT (Centro de Dirección de Tiro), CAF (Coordinador de Apoyo de Fuego) y a todos los que escuchan a trabajar de una forma distinta, con todo el ímpetu, voluntad y espíritu de sacrificio. La tenía Muy Clara el CN.  
 

CN Carlos Robacio en Malvinas
 

Con la variación entre el primer disparo y el segundo, no me quedaban dudas que el viejo no llevaba el disparo directo al blanco sino que buscaba "Encuadrar el Blanco" entre los dos disparos. La diferencia era grande. El primer disparo no fue tan cerca del blanco. Ustedes hagan de cuenta que el primer disparo cayó muy a la derecha y por eso el CN estaba obligado a poner otro a casi igual distancia hacia la izquierda. Por qué?. Porque de esa manera la medida media dará en el blanco. Y luego hace la ultima corrección en dirección y ya van tres disparos. El cuarto buscó encuadrar en distancia y el 5to fue "10 Ráfagas en eficacia". Esto que hizo el CN es de escuela y lo entendía perfectamente. Nunca trabajamos juntos antes de la guerra pero era fácil leer sus pensamientos. Pensaba lo que está escrito en los reglamentos y no se apartó de ello.
Después de cada misión de fuego (esas primeras 10 ráfagas) el OA rinde cuentas del resultado obtenido y las palabras del CN Robacio eran elocuentes y eufóricas por el éxito.
Pero ¿a qué le tirábamos?. Si a los ingleses, ¿pero a cuales?. Si ellos pidieron el apoyo de fuego era porque los estaban atacando y el ataque estaba entre los 100 y 150 metros de ellos o quizás menos, al alcance de los fusiles. Pero el grueso del ataque venía más atrás, a unos 250/300 metros. 
Lo que hizo el CN Robacio fue cortar al enemigo en dos, impidiendo que el grueso se sume al ataque.
Por allí comenzó. A los que estaban más cerca los combatían desde las trincheras. Así fue corriendo el lugar de los disparos acercándolos a la posición del BIM5, buscando de eliminar la amenaza inminente. Llega un momento en que el operador de plano del CDT pincha su alfiler en la mismísima posición del BIM5 y allí se para para avisar que no se puede tirar sobre la corrección que habían recibido. En ese mismo momento le informan al CN que las correcciones indican que tiraremos sobre ellos. El responde "¡¡¡¡Están entre nosotros. Nos metemos en los pozos y tiren", "¡¡¡Tiren, tiren, tiren!!!!". Se enojó en CN porque el fuego se demoraba.


Con las Piezas Enterradas igual les seguíamos dando batalla  


No recuerdo cuantas ráfagas se tiraron sobre la posición del BIM5 pero fueron muchas y cuando digo muchas me refiero a más de 100 o 200 disparos.

Luego de eso las correcciones comenzaron a variar, como que el CN los quería empujar más allá en la retirada que hicieron los ingleses.
En un momento pide una barrera de fuego. Esto requiere cálculos para cada uno de los obuses para que todos los proyectiles caigan en una misma línea y así los fue empujando mas lejos hasta que cesó el fuego.
El CN manejó los fuegos de artillería de una manera magistral a mi entender. Sabía perfectamente lo que hacía. Jamás consultó algo. Siempre ordenó.
Que destreza me manifestó en el manejo de los fuegos por medio de sus órdenes. Un artista, un director de orquesta, un militar profesional.

¿Qué buscaban los ingleses atacando al BIM5? ¿Una operación de distracción? ¿Conquistar y quedarse en esa posición y desde allí lanzar el ataque a PA (Puerto Argentino)? ¿Medir la capacidad de defensa en esa zona? ¿Medir la capacidad de reacción?.
Se conocen muchos combates pero de éste en particular se habla muy poco, se habla poco en relación a las preguntas que hago.

Espero haber colaborado en perfeccionar sobre el conocimiento profesional del CN Robacio.


Una de nuestras piezas de artilleria, en los 1ros dias la cual fue nuestra posicion de combate, ¿sera la emblemática? por su posición, todavía estaban los postes de alambrados en pie y los camaradas del BIM 5 más adelante construyendo sus posiciones, discúlpenme por traer estos recuerdos de esos obuses que supieron frenar al enemigo inglés, hasta quedarnos sin que tirarles (Monte Zapador, Puerto Argentino, , Rep Argentina)

Las fotos pertenecen a la cuenta de facebook del SubTte Suarez.