Los mecánicos que prepararon los aviones para la guerra
Fueron destacados al sur del país para alistar a las aeronaves que iban a defender la soberanía argentina en las islas Malvinas. Aunque permanecían en tierra, en cada misión también salían ellos.
El suboficial mayor Néstor Beneitez, delante de un A4Q que conoció bien.
Por Andrea Carabetta y la teniente de fragata María Elena Martí
Los suboficiales mayores Néstor Beneitez, Ignacio Coradeghini y Marcelo Salvatierra tienen las alas en sus jinetas y son veteranos de la guerra de Malvinas.
En 1982, apenas superaban los 20 años de edad, cuando los enviaron al sur del país con una misión específica: como mecánicos aeronavales, debían alistar a los aviones que habían sido destacados a las islas para defender la soberanía argentina en esa porción de tierra austral.
Beneitez, 21, soltero, estaba en la Tercera Escuadrilla de Caza y Ataque (EA33), en Espora. Había egresado hacía poco más de un año como cabo segundo, y para el verano del 82 ya tenía varios cursos de especialización en los aviones A4Q.
En la primera parte de la guerra, la escuadrilla se embarcó reiteradamente en el portaviones ARA “25 de Mayo”, pero a esa etapa Beneitez la vivió en el Hangar 6 de la Base Aeronaval Comandante Espora.
Recién lo mandaron a Tierra del Fuego el 21 de mayo, como parte de un relevo de gente para la última etapa del conflicto: “Teníamos un sentido de responsabilidad y del deber muy fuerte. Fuimos a cumplir con lo que se nos ordenaba, pero con la firme convicción de que íbamos a defender algo que nos pertenece”.
Lo primero que recuerda de su llegada a la Base Aeronaval de Río Grande es la cantidad de gente que había. "Estaba la Fuerza Aérea y la Armada con sus Súper Etendard y sus Sea King. Los primeros días estuvimos bajo tierra, en los bunkers y a los 4 o 5 días nos dieron alojamiento, todos amontonados en un solo lugar”.
Para colmo, los días eran largos y movidos: “Siempre a la orden de las misiones. Nos levantábamos muy temprano, a las 4 de la mañana, y empezábamos a recuperar las aeronaves que la noche anterior se habían dispersado por la base para no tenerlas a todas juntas”.
Había que estar preparados para un posible ataque. Los aviones se ubicaban en distintos sectores de la base (como las cabeceras de las pistas, los laterales o entremedio de 2 edificios), y a la mañana había que regresarlos para iniciar las inspecciones diarias.
Tenían que estar alistados en todo momento y poder preparar las bombas y los aviones que se iban a usar, de acuerdo a cada misión que saliera.
“Se sentía una gran responsabilidad por tener al avión listo. Aunque uno está en tierra, es el avión que uno reparó y al que le tiene cariño. Además, en vuelo están el piloto, la máquina y nada más —asegura Beneitez—. Cada vez que uno despedía a un piloto nuestro y le daba el ‘OK’ del avión listo, detrás uno pensaba en lo qué le podía pasar.”
Una de las misiones en las que Beneitez intervino fue amargamente memorable: “Presencié la salida de los A4 de la Fuerza Aérea y de nuestros 2 Súper Etendard. Vi partir a 4 pilotos y sólo regresaron 2. Eso me impactó, me llegó al corazón. Era gente muy joven, como yo. Salieron a cumplir su misión, con la convicción de que defendían algo que nos pertenece".
Beneitez se enteró al tiempo de que esa misión había sido el ataque al portaviones británico HMS “Invincible”, el 30 de mayo de 1982.
El suboficial mayor Ignacio Coradeghini y de fondo, su Neptune.
"El avión no volvía..."
E l entonces cabo segundo Ignacio Coradeghini no perdía las esperanzas de ver regresar al avión de exploración Neptune que había salido de Río Grande esa madrugada del 4 de mayo de 1982 a detectar buques británicos.
Era su mecánico de armas y como tal, parte de su tripulación. Era su avión, aunque él permaneciera en tierra.
“No volvía… pero nosotros manteníamos la esperanza. Nunca la perdimos. Hasta que divisamos una cosa grande... y el avión llegó”, cuenta.
El Neptune había guiado a los Súper Etendard que atacaron al destructor HMS "Sheffield", causando su hundimiento.
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Coradeghini, 21 años, había llegado a Río Grande el 23 de marzo del 82, como integrante de la Escuadrilla Aeronaval de Exploración (EA6E). "Fuimos prácticamente los primeros y vimos arribar a todas las otras escuadrillas”, relata.
La escuadrilla a la que pertenecía se desactivó después de la guerra, que para él fue muy intensa: “Era un ida y vuelta, el avión salía a explorar sobre el mar. El Neptune fue también el que buscó intensamente a los náufragos del ‘Belgrano’ —recordó el suboficial, que actualmente está destinado en la Escuadrilla de Súper Etendard, a la vez que reconoció lo duro que fue ver llegar a la gente del crucero—. Había muchos compañeros míos, aunque ahí no había jerarquías”.
Para la madre de Coradeghini, quien hoy con sus más de 80 años sigue recordando la guerra, el conflicto fue doblemente duro: allí estaba Ignacio y también su hermano que pertenecía al Ejército, de quienes no tuvo noticias hasta que finalizó la gesta. Los dos volvieron.
El suboficial mayor Marcelo Salvatierra, en el hangar de los Súper Etendard que tanto lo cautivaron.
El privilegio de estar en Súper
Cuando Marcelo Salvatierra egresó en 1981 como cabo segundo y le dijeron que ahora su destino era la Segunda Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque (EA32), no sabía a dónde lo mandaban.
“Nadie quería ir a una escuadrilla desconocida, con un avión desconocido y en donde no se podía volar. Pero las vivencias de esta escuadrilla te hacen sentir lo que es ser ataquista. Se te hace piel”, cuenta Salvatierra, que ahora es suboficial mayor.
Dice que cuando pisó el hangar de los Súper Etendard se quedó impactado por la forma aerodinámica, moderna y brillante del avión. Entonces pensó: “Yo me quiero quedar acá”.
Y se quedó.
Le dieron la sección electricidad y pudo aprender de un cabo principal que le enseñó "desde las cosas básicas hasta las más profundas".
"Hasta que un día fueron y nos dijeron: 'Muchachos, tenemos que ir a la guerra'. Todo para lo que nos preparamos iba a suceder", relata Salvatierra recordando aquel momento.
"Antes de salir de la escuadrilla vimos cómo trabajaron los ingenieros con los misiles (que para nosotros eran genios con equipos de ultima generación), a los Infantes preparados para partir… el trabajo duraba las 24 horas del día."
Ya en el sur, “estuve los dos meses con el frío y sin comodidades, pero no me di cuenta si tuve descansos o no. Lo importante era estar ahí”.
Salvatierra reconoció que despedían a los aviones con una carga emocional muy grande: “Los despedíamos con un ojalá”.
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Hubo 2 alarmas de ataque donde él estaba: una de noche y otra de día, que se vivieron de forma totalmente angustiante. “La noche de alarma de ataque terrestre se escuchaban disparos y yo me puse atrás de una columna. No durmió nadie y al otro día nadie quería salir”.
La otra alarma de ataque aéreo se produjo porque los aviones argentinos volaban sin emitir para no ser interceptados. "Se disparó cuando yo estaba dentro del hangar y tenía puesta una capa amarilla para la lluvia. Había un ruido extraordinario porque estábamos dándole alimentación a los aviones y veíamos que un suboficial movía la boca desesperado. Y como no le hacíamos caso, apagó todo y empezó a gritar que había un ataque aéreo”.
"Cuando nos dimos cuenta de la situación, mi compañero y yo con la capa amarilla salimos corriendo hacia los bunkers y los que corrían al lado nuestro se alejaban de nosotros: cuando estuvimos a salvo nos dimos cuenta de que con esa capa éramos un blanco fácil."
Eso quedará siempre como una anécdota.
Gaceta Marinera