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viernes, 17 de septiembre de 2021
sábado, 21 de septiembre de 2019
La odisea del RI 5 en Puerto Howard
Malvinas: la dramática historia del regimiento que resistió un brutal aislamiento y la peligrosa misión para enviarles ayuda
Estaban en Puerto Howard, en la isla Gran Malvina. Abastecerlos era una tarea casi imposible. Los hombres del Regimiento de Infantería 5 escribieron una durísima página de la historia de la guerra. Infobae Docs reunió a tres protagonistas que revelan su feroz y desigual lucha contra un enemigo implacable, el aislamientoPor Adrián Pignatelli || Infobae
Soldados del RI5 en una trinchera en Puerto Howard
Ubicado en la isla Gran Malvina, Howard era en 1982 un puerto pequeño, sobre el estrecho de San Carlos. Una caleta lo protegía y a la vez permitía que los buques pudieran atracar. Poseía una pequeña población, dedicada a la cría de ovejas y al esquilado, cuyo producto final se enviaba a Gran Bretaña. Los isleños que allí residían tenían escasas posibilidades de desarrollo, en una economía donde a los casados se les asignaban un número determinado de ovejas y un funcionario hacía las veces de intendente local y de gerente de la compañía dedicada a la comercialización de la lana.
Era un lugar muy alejado, en el que sus habitantes solo se mantenían informados a través de repetidoras de radios británicas. La televisión no existía, así como escuela primaria o secundaria.
Ese fue el punto elegido para el Regimiento de Infantería 5 (RI5), para contrarrestar una eventual ocupación enemiga. Este regimiento pasaría a la historia de la guerra de Malvinas como la unidad que más resistió el aislamiento.
El 25 de abril el RI5, una vez arribado a Puerto Argentino, fue llevado en helicóptero en tres tandas, con excepción de 108 hombres de la Compañía B, que irían en barco transportando víveres, municiones y minas antipersonales.
A Howard se lo rebautizó como Puerto Yapeyú ya que en tiempos de paz la Compañía C de ese regimiento tenía su asiento en el pueblo donde había nacido José de San Martín.
Los soldados del RI5 embarcando en Comodoro Rivadavia en el puente aéreo hacia Malvinas
Los soldados llevaban una ración de comida. Resultaba imperativo entonces acercarles los víveres necesarios, además de armamento pesado y municiones para poder hacer frente a duras semanas de aislamiento que tendrían por delante.
Aún ignoraban que la ayuda nunca llegaría.
El Monsunen
Al día siguiente, mientras en Howard se compraron dos corderos y medio a los pobladores para complementar las raciones de los soldados, de Puerto Argentino zarpó por la noche el Monsunen, un barco de 30 metros de eslora, confiscado a la Compañía Falkland. Lo cargaron con víveres para diez días, armamento y municiones.La idea era bordear la isla hacia el norte e ingresar al estrecho de San Carlos. Sin embargo, los fuertes vientos y la marea impidieron que pudiera ingresar al estrecho. Se tomó, entonces, la ruta más larga y peligrosa: bordear la isla por el sur, debiendo cuidarse de las minas colocadas por la Armada y sabiendo que, a plena luz del día, quedarían a merced de los aviones enemigos. La travesía debía cumplirse, ya que el día 27 en Puerto Yapeyú había comenzado la racionalización de la comida.
En la noche de ese día, el Monsunen debió guarecerse en una pequeña bahía ya que el radar marcaba la presencia, posiblemente, de un submarino. La única defensa del buque eran dos ametralladoras MAG y dos lanzacohetes. A la mañana siguiente al mediodía, el buque pudo atracar finalmente en el muelle de Puerto Yapeyú.
Alberto Miñones Carrión fue herido gravemente en Malvinas y perdió una pierna: “Es un orgullo muy especial haber participado de esta gesta” (Santiago Saferstein)
Alberto Miñones Carrión era por entonces un joven subteniente. Estaba a cargo de la sección Apoyo de la Compañía A del RI5 y a su fracción le agregaron dos ametralladoras 12,7 Colt. Recordó que "desde el primer día que llegamos, supimos que la provisión sería difícil, a tal punto que la que esperábamos un día más tarde no llegó nunca. Con el correr de los días se complicó más, y con la llegada de más gente fue realmente crítico".
Es que la ocupación del lugar fue progresiva. Primero se estableció una compañía de 130 luego se sumarían las otras dos compañías de infantería del regimiento, dos secciones de ingenieros y elementos de sanidad, que sumarían cerca de 800 hombres.
El buque Isla de los Estados: fue atacado cuando llevaba provisiones para los soldados, de sus 25 tripulante solo dos sobrevivieron
La noche del 10 de mayo la fragata Alacrity había atacado al buque Isla de los Estados en pleno Estrecho de San Carlos, en momentos en que se dirigía a Puerto Yapeyú con provisiones y armamentos.
De los 25 tripulantes, solo dos habían logrado sobrevivir.
Con el correr de las horas, los argentinos descubrieron zapallos que flotaban muy cerca de la costa, que eran parte del cargamento del buque. Esos zapallos, convertidos en puré, se incorporaron a la escasa dieta del regimiento.
Hugo Gargano, subteniente de Intendencia durante la guerra, recordó: “Solo disponíamos de dos cocinas de campaña para 150 hombres” (Santiago Saferstein)
"Cocinar un cordero era complejo, ya que el fuego se hacía con la turba, que tiene un escaso poder calórico; y solo disponíamos de dos cocinas de campaña para 150 hombres. Pero la astucia y la pericia del personal de intendencia hicieron que se lavaran tambores de 200 litros de petróleo y así comíamos guiso de cordero con sabor a combustible. Calentar esos tambores era muy difícil. Y el fuego debía estar apagado la mayor parte del día", explicó Hugo Gargano, subteniente de Intendencia del Regimiento 5, el único oficial de esa especialidad de la unidad.
Paro cuando los problemas de abastecimientos comenzaron a agravarse, Hugo Gargano estaba en Puerto Argentino buscando los medios para llegar a la Gran Malvina. El jefe del RI5, coronel Juan Ramón Mabragaña reclamaba insistintemente al comandante de la Brigada de Infantería III por un oficial de Intendencia. "Yo pedía todos los días ir a Howard -contó Gargano a Infobae-. El día 21 me encontré con un mayor que me dice 'no sabe cómo lo está reclamando su jefe de regimiento', y no lo podíamos ubicar".
Hoy, Juan Ramón Magrabaña rodeado por sus soldados que reconocen “un jefe que se preocupaba por sus hombres”
"Al día siguiente, fueron a buscarme con un vehículo. 'Tiene 15 minutos para estar en Moody Brook y subirse a un helicóptero que está por partir hacia Howard con víveres, armamento y municiones', me indicaron". Gargano se presentó con el Mayor Roberto Yanzi, de Aviación de Ejército.
Aún desconocía que emprendería un viaje que nunca olvidaría.
Volar a Howard
El mayor Roberto Yanzi era el segundo jefe del Batallón de Aviación de Combate 601. Había llegado el 7 de abril a las islas. Explicó que "teníamos que aprovechar el viaje. Cargamos munición, morteros y medicamentos. Y además llevamos a dos soldados del Regimiento 5. Volarían tres helicópteros Puma y en la cola, a modo de custodia, un Augusta, que iba artillado".Antes de partir, Yanzi reunió a las tripulaciones y les explicó la misión. "Yo los escuchaba, estábamos por emprender un viaje arriesgado, ya que el día anterior los ingleses habían desembarcado en San Carlos. Los 7 u 8 minutos que nos demandaría cruzar el estrecho serían cruciales". Partieron el 22 de mayo.
Siempre se hacía una escala en Goose Green, donde estaba la guarnición de la Fuerza de Tareas Mercedes. Las naves debieron quedarse en ese lugar porque los aviones Sea Harrier sobrevolaban permanentemente. Yanzi pensó que volar en esas condiciones era arriesgar demasiado.
Roberto Yanzo, de aviación de Ejército: “Cuando llegamos a Howard festejamos porque estábams todos vivos” (Santiago Saferstein)
"Estaba aún fresco el recuerdo del derribo del AE 505, el 9 de mayo, donde habían perdido la vida los tenientes primero Roberto Fiorito y Juan Carlos Buschiazzo y el sargento Raúl Dimotta. Además Aviación de Ejército tenía una gran limitación, que era la escasez de combustible", recordó Yanzi.
Además, las condiciones meteorológicas eran malas. La bruma y niebla era permanente. "A las 10:30 del 23 salimos. Volábamos a un metro del piso para no ser detectados por los radares enemigos y en silencio de radio. Cuando llegamos al estrecho vemos humeando el Río Carcarañá" (inutilizado por dos Sea Harriers el 16 de mayo).
"Es un honor morir con ustedes"
Cuando estaban por terminar de cruzar el estrecho, el helicóptero artillado dió la voz de alarma.-¡Aviones! ¡Aviones! ¡Al piso!
Se acercaban dos Sea Harrier. El primer helicóptero era piloteado por el Teniente Primero Hugo Pérez Cometto, el segundo por el también Teniente Primero Enrique Magnaghi y el tercero por Yanzi, quien recordó frente a Infobae:
La llegada de los tripulantes del Río Carcarañá
"Pérez Cometto, en una maniobra sobresaliente, logra esconderse de los aviones enemigos, mientras que Magnaghi y yo llegamos a cruzar el canal y pudimos aterrizar. Inmediatamente, vi una bola de fuego q salía de la nave de Magnaghi, que se había volcado. No había podido dominar el aparato que giraba sobre su eje. Casi al mismo tiempo, los Sea Harrier me disparan con sus cañones de 30mm, que impactaron en la cola del aparato, que aún tenían sus rotores girando. Y ahí le ordeno a Gargano bajar lo más rápido posible".
"Fue un momento de mucha exaltación. Abro la compuerta, salto primero… corrimos y nos tiramos cuerpo a tierra porque los Sea Harrier venían ametrallando", recordó Gargano.
Los tres estaban cuerpo tierra, entre las balas enemigas que pegaban cerca. Yanzi entonces dijo: "Denme la mano no miren para atrás, es un honor morir en la guerra con ustedes".
"En ese momento caí en la situación en la que estábamos. Cuando terminaron de pasar los aviones, salimos corriendo y nos alejamos del helicóptero", rememoró el militar.
Yanzi no sabía qué había pasado con el resto de las tripulaciones. Hasta que se escuchó el silbido característico del soldado Elvio Nis, un baqueano de Paso de los Libres, que fue lo que ayudó a reunir a las tripulaciones.
"Se imagina nuestra alegría al saber que ningún tripulante había muerto. Magnaghi tenía una fractura de clavícula y Godino, uno de los mecánicos, un fuerte golpe en la cabeza", explicó Yanzi.
"Estábamos todos vivos"
Todos coincidieron en terminar con la misión. Luego de que Yanzi quemara su Puma AE 500 para que no pudiera ser usado por los ingleses. Rescató la ametralladora, y en el único helicóptero en uso, el de Pérez Cometto, se acomodaron las demás tripulaciones y algo de la carga.Despegaron con la esperanza de no ser alcanzados por naves enemigas cuando llegaran a Howard, ya que Radio Colonia informaba que Harriers habían derribado tres helicópteros. Yanzi recordó: "Cuando llegamos fue una alegría muy grande. Nos abrazamos, estábamos todos vivos".
En la mañana del 26, los helicopteristas emprendieron el arriesgado vuelo de regreso a Puerto Argentino. Salieron a las 5 de la mañana. Llevaban a la Compañía Comando a un capitán de un avión que se había eyectado.
"Fue a suerte y verdad", admitió Yanzi. "Íbamos apretados. Volamos a muy baja altura y pudimos aterrizar. Sin saberlo, habíamos hecho el último vuelo a la Gran Malvina".
Pasaron los años y Gargano se comunicó, por redes sociales, con uno de los pilotos del Sea Harrier. "Se llamaba David Morgan, a quien siempre le había quedado la duda sobre la suerte corrida por la tripulación de los Puma. Sintió gran alivio al saber que habíamos sobrevivido".
Luchar en Howard
El hoy teniente coronel retirado Miñones detalló que el regimiento estaba en una situación de riesgo en caso de un ataque inglés."El material pesado no se pudo cruzar. Nos faltaban piezas de artillería. Cuando cruzamos logré llevar morteros de 81 de corto alcance y mucho tiempo el arma pesada fueron esos morteros. Por eso se pedían los de 120. La batería de artillería del 4 no llegó nunca".
El Sea Harrier abatido con una ametralladora fabricada en 1936. El piloto capturado no podía creer que lo hubiesen derribado con ese armamento
Hubo que luchar con lo que se tenía.
Con ametralladoras Colt 12.7 fabricadas en 1936 se abatió un Sea Harrier y se evitó un ataque de un helicóptero Sea King. Miñones comentó que "cuando capturamos al piloto del avión, nos contó que sintió una lluvia de proyectiles sobre el fuselaje; no podía creer que lo hubiésemos derribado con esa ametralladora".
Herido gravemente
La noche del 27 de mayo, Miñones fue gravemente herido. Sobrevivió para contarlo."El proyectil de una fragata que hacía un fuego de exploración me alcanzó estando en el fondo de una trinchera. Estaba entre el Teniente Primero Daniel Stella y el soldado de órdenes Felipe Fernández. El impacto me expulsó 20 metros, di una vuelta en el aire y caí de espaldas, con los brazos sobre el pecho. Me encomendé a la Virgen y recé un Ave María, pensando que me moría. En la oscuridad me toqué la pierna derecha, y la tenía, y cuando hice lo propio con la izquierda palpé un hueso. No tuve ningún dolor. Me di cuenta que estaba vivo y que tenía una chance más".
En ese ataque, también habían sido heridos los soldados Fernando Damián Francolino, Francisco Manuel Machado y Ricardo Manuel Herrera.
El rescate del teniente inglés Jeff Glover que se había eyectado
"Me evacuaron a un hospital de campaña muy rústico, que estaba a cargo del mayor médico Reale, un brillante traumatólogo. Además de la herida de la pierna, tenía una perforación en la cadera y otra en el pecho. Con los pocos elementos que disponía me intervino y suturó la femoral".
Cuando lo normal hubiese sido una rápida evacuación, por la gravedad de sus heridas, Miñones relató que "durante 10 días estuve acostado sobre una puerta, apoyada sobre dos cajones de manzanas. No había calmantes ni yeso; aún así, los médicos se las arreglaron".
Jeff Glover cuando llegó a Puerto Howard
El 29 de mayo nevó por primera vez en Puerto Yapeyú. La temperatura fue de 18 grados bajo cero. El estado general de la tropa era alarmante.
"Pero esos días fueron terribles. Los heridos estábamos en una casilla de madera que se sacudía ante los bombardeos. Me sentía muy expuesto ya que no podía moverme. Como las esquirlas perforaban las paredes de madera -en una ocasión dos de ellas pasaron al costado de mi cabeza- le pedí a mi compañero Eduardo Gassino un casco."
Los problemas de Miñones no terminaron ahí. "La comida era muy escasa y por mi estado no podía comer cordero, fue Eduardo Gassino que todos los días me traía, en una lata de gaseosa, un suerte de caldo con carne de avutarda, un ave de la zona".
Al fin, el 6 de junio pudo ser evacuado al Bahía Paraíso, que había sido transformado en buque hospital. También lo fueron los soldados Exequiel Vargas, Eduardo Rubiolo, Mariano Leiva y Fernando Francolino.
El buque Hospital Bahía Paraíso
"Cuando llegué al continente pesaba 42 kilos cuando mi peso normal era de 68. No me dí cuenta que había bajado tanto. Tenía que recuperar peso para prepararme a una operación grande. Estuve dos meses con un pronóstico malo por una infección en la pierna; sin embargo, tuve otra posibilidad y sobreviví".
Gargano y Miñones guardan un cálido recuerdo del jefe del regimiento, Juan Ramón Mabragaña. "Brillaba por su modestia y prudencia, por la precisión de sus decisiones, y más allá de la guerra fue un modelo de militar y persona, se tomó en serio asistir a los veteranos, consiguiendo trabajo, medicamentos y evacuaciones, muchas veces de su propio bolsillo. Cosechó lo que sembró".
Los tres entrevistados también recordaron a los 23 tripulantes del Isla de los Estados, que murieron en la misión de llevarle ayuda.
¿Qué es Malvinas?
Para Yanzi: "Un sentimiento y un orgullo el haber participado".Para Gargano: "Sigue siendo un combate diario en el reconocimiento de los veteranos que allí pelearon".
Para Miñones: "Es un orgullo muy especial haber participado de esta gesta y haber perdido una pierna. Me sirve mucho anímicamente. Lo que uno lleva muy adentro y espera transmitir a sus hijos, es algo que cambió mi vida para bien".
sábado, 30 de junio de 2018
El hundimiento del Isla de los Estados
Naufragio espeluznante: cómo fue el hundimiento del buque tripulado por civiles en la Guerra de Malvinas
Una bengala luminosa lanzada a doscientos metros de altura rompió la oscuridad del estrecho San Carlos en la noche del 10 de mayo de 1982. El Buque Isla de los Estados, de 80 metros de eslora, con veinticinco tripulantes a bordo, quedó al descubierto.Marcelo Larraquy-INFOBAE
El capitán de corbeta Alois Esteban Payarola se contactó por radio con el carguero "Forrest", amarrado en Puerto Howard, a 16 millas. Quiso verificar el origen de la bengala. Temió que fuera el preanuncio del "fuego amigo".
La respuesta no despejó su duda: ellos no la habían lanzado. Dos minutos después el buque «Isla de los Estados» comenzó a recibir impactos de mortero sobre estribor. Una llamarada de fuego se levantó sobre la nave. Desde la posición enemiga supusieron que era un barco petrolero.
Desde el puente de mando, Payarola volvió a comunicarse con el "Forrest". Pidió "alto el fuego" y que avisaran a las baterías costeras que dejaran de tirar.
Payarola vió que casi todo lo que estaba alrededor suyo había desaparecido. Decidió salir del puente y caminar hacia babor. Vio al capitán Tulio Panigadi, comandante de ultramar, tirado en el suelo. Escuchó gritos de dolor, voces que emergían desde el agua. Otra explosión abrió una lengua de fuego sobre los tambores de combustibles. La nave se mecía hacia un costado. Payarola tenía puesto un pullover, un buzo, y unas botas de campaña. Sintió ruido de helicópteros que se acercaban.
En ese momento entendió que había sido impactado por fuerzas enemigas. Se lanzó al agua helada del estrecho. Pocos minutos después el buque Islas de los Estados desaparecía de la pantalla del radar de la fragata HSM Alacrity.
La Operación Rosario
El "Isla de los Estados" había sido armado en España en 1975. Cinco años después fue incorporado a la Armada como buque de transporte. Era un buque de la marina mercante, que navegaba con tripulación civil. Era útil para el transporte de ganado ovino, mercaderías y de personas entre el territorio y las islas, en cumplimiento con los acuerdos de cooperación entre Argentina e Inglaterra firmados a inicios de la década del setenta.El 28 de marzo de 1982, en Puerto Deseado, Santa Cruz, el "Isla de los Estados" comenzó a cargar armas, vehículos. Había militares de uniforme en el muelle. Los civiles de la marina mercante se sorprendieron. Alois Payarola asumió la conducción militar del barco. En alta mar informó de la misión. El "Isla de los Estado" se uniría a la "Operación Rosario" como parte de la Fuerza de Tareas que tomaría las islas Malvinas.
La novedad sorprendió a la tripulación civil. Algunos de ellos eran extranjeros.
El "Isla de los Estados" fue el primer buque de la marina mercante que llegó a Puerto Argentino. El Ejército lo utilizó para el transbordo de cargas de otros buques mercantes que por su tonelaje no podían amarrar en el pequeño muelle de madera de la capital de la isla. También transportó víveres, combustible, armas y municiones y efectivos a distintas posiciones de las tropas argentinas.
El barco no tenía defensa antiaérea. Navegaba por la noche, en la niebla, e intentaba ocultarse en accidentes geográficos para que no quedara al descubierto su posición.
Desde el "Isla de los Estados", a través de una grúa, fueron colocadas 25 minas de 400 kilos de explosivos frente a las aguas de Puerto Argentino.
El 1º de mayo de 1982, después del bombardeo aéreo y naval inglés sobre la capital de las islas, se decidió trasladar el barco al estrecho San Carlos, que separa la isla Soledad de la Gran Malvina.
En esa nueva posición, el "Isla de los Estados" continuó con los trabajos de carga y descarga con otras naves. Una de ellas fue el "Monsunen", un barco de pequeño porte confiscado a las Falklands Islands Company (FIC), que solía usarse para el traslado de ovejas.
El "Monsunen" navegó desde Puerto Argentino hacia el estrecho San Carlos en busca de combustible y municiones. A su cargo estaba el entonces mayor Jorge Monge, oficial de Operaciones del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 101 (GADA 101).
"Nuestro material de guerra estaba en el buque "Río Carcarañá", que también habían movido al estrecho San Carlos –afirma Monge en entrevista con el autor de este artículo-. El 2 de mayo comenzamos a bordear la isla Soledad hacia el sur. Entonces me llega un "alerta submarino".
Habían hundido el crucero "Manuel Belgrano", y me avisan que también podíamos ser atacados. Para mantener la moral de la tropa, no lo comenté. Lo primero que pensé fue en las bajas. Me recomendaron que tuviera cuidado. ¿Pero qué alerta podía tomar yo si tenía un fusil automático, dos ametralladoras, una balsa y dos o tres salvavidas. El «Monsunem» era un barquito endeble.
-¿Cómo fue el contacto con el "Isla de los Estados"?
-Habrá sido el 4 ó 5 de mayo. Ahí me encontré con el capitán Marcelo Novoa. Lo conocía por cursos en el Colegio Militar; también estuvimos en Jujuy, cuando se movilizaron las tropas por el conflicto con Chile. Él era de artillería, yo montañista. En el estrecho San Carlos descargamos el material para mi unidad: cañones, parte de los 16 mil tiros de municiones y también me dieron la orden de retirar combustible para radares y helicópteros. Eran barriles de 200 litros que acomodamos en la cubierta. Si nos impactaban explotaba todo.
-¿Sospechaba que les podían disparar?
-Después de lo del "Belgrano" la posibilidad de un submarino estaba latente, pero por las profundidades de la cartografía naval no podía meterse en el estrecho un submarino de porte. Pero sí una fragata. Y había fragatas por todos lados. La isla es una defensa aeronaval. Requiere superioridad aérea y de barcos. Y nosotros en la isla no teníamos ni barcos ni aviones.
Los aviones argentinos sólo podían estar un minuto por el aire y tenían que volver porque sino los tiraban al mar. La Fuerza Aérea salía de Río Gallegos o Comodoro Rivadavia; en las islas no había aviones de combate. Por eso las fragatas se acercaban y tiraban todas las noches. Teníamos unos cañones de 155mm que tenían alcance, pero eran muy pocos y no contaban con un observador que las localizara bien. Era difícil impactarlas.
-¿Cuál era el clima interno de la tripulación en el "Isla de los Estados"?
-Era un buque de la Marina mercante compuesto por civiles y algunos marinos. Novoa me planteó que los civiles no habían estado convencidos de ir hacia Malvinas, y me decía que ellos -los militares- estaban en minoría.
El "Monsumen" partió hacia el norte del estrecho para hacer otro transbordo con el "Río Carcaraña".
El 9 de mayo el pesquero "Narwal", que hacía inteligencia para Argentina, fue interceptado, ametrallado y hundido por dos aviones Sea Harrier. Hubo un muerto y doce heridos. Tras desesperadas señales de socorro -"tenemos heridos graves", "abandonamos el buque 25 hombres", "hemos lanzado al agua un bote color naranja con los heridos graves"-, un helicóptero Puma voló desde Puerto Argentino hacia el sur para rescatarlos.
Fueron impactados por un misil. Tres pilotos murieron. Los heridos del "Narwal" que fueron tomados prisioneros por la Marina británica.
El ataque británico
A primera hora de la mañana siguiente, en un trabajoso transbordo, el "Río Carcaraña" entregó una cohetera de veinticinco toneladas al "Isla de los Estados". Ya era casi de noche cuando finalizaron las tareas.El capitán Panigadi decidió continuar por el estrecho San Carlos hasta Puerto Howard. Esperaba llegar al amanecer. Allí esperaría nuevas instrucciones. A las nueve de la noche, levó las anclas y comenzó a navegar con las luces apagadas. Llovía.
Una hora después, a las diez y veinte de la noche, el operador de radar de la fragata inglesa HMS "Alacrity", que navegaba en dirección sur-norte, percibió un eco que alertó sobre la presencia de un posible buque.
Desde la fragata lanzaron una bengala luminosa, que reveló su posición, casi a la altura de la isla Cisne (Swan Islands). Era el "Isla de los Estados". En ese momento contaba con veintisiete tripulantes, y transportaba 300.000 litros de combustible, municiones, bombas, que almacenaba en la bodega, y la cohetera.
El capitán Alois Payarola, desde el puente de mando, se comunicó por radio con el buque mercante "Forrest", amarrado en Puerto Howard. Preguntó si ellos habían lanzado la bengala. Respondieron que no.
Pocos segundos después, los proyectiles comenzaron a impactar sobre la banda de estribor de "Isla de los Estados". Parte de la tripulación, que descansaba en los camarotes, subió al puente de mando, para saber qué pasaba. El capitán se mantenía con la radio Motorola en la mano.
Había cuerpos tendidos entre chapas retorcidas. Una lengua de fuego se erguía sobre los tambores de nafta. Desesperado, pidió al "Forrest" que avisara a las baterías costeras que dejaran de disparar. Seguía pensando que había sido atacado por "fuego amigo".
El "Alacrity" continuó su rumbo por el estrecho, sin detenerse ante la nave enemiga, que se incendiaba.
Payarola bajó del puente de mando entre las llamas y el humo. Un último impacto de cañón lo había destruido. Pero él se tocaba y sentía que no le había pasado nada. Había cuerpos tendidos entre chapas retorcidas. Una lengua de fuego se erguía sobre los tambores de nafta. La nave se inclinaba por estribor. Lloviznaba.
Encontró al marinero Alfonso López, español, y al camarero Héctor Sandoval, de 52 años, intentando lanzar una balsa inflable al agua helada. Los impulsó a salvarse. López, que no sabía nadar, cayó en el centro.
En su salto, Sandoval golpeó con una estructura metálica y no volvió a salir a la superficie. Los marineros gritaron: “Viva la Patria”, “Viva la Patria”. Y se perdieron en la oscuridad de las aguas
Sin querer, Payarola resbaló y cayó al agua. Tenía una pequeña linterna de mano con la que intentaba pedir auxilio. Nadó hacia otra balsa que ocupaban dos marineros, Manuel Oliveira y Antonio Cayo. Se estaban hundiendo. Pero le cedieron un lugar de privilegio para que su jefe se mantuviera a flote. Payarola se negó y prefirió alejarse a nado.
Los marineros gritaron: "Viva la Patria", "Viva la Patria". Y se perdieron en la oscuridad de las aguas. El buque "Isla de los Estados" ya estaba hundido.
Payarola escuchó el zumbido de las aspas de un helicóptero en la oscuridad de la noche, que los sobrevolaba. Un "Sea King" se había acercado a verificar la zona del desastre. Intentaba nadar como podía, pero la corriente lo arrastraba. Ya no escuchaba voces de otros náufragos. Sentía que los pies y las manos se le congelaban.
Con su linterna, a lo lejos, iluminó un bulto negro. Nadó hacia esa dirección. El bulto negro era la balsa del marinero López. Se habían incorporado también el capitán Panigadi y el primer oficial Jorge Bottaro, que escaparon de la explosión del puente de mando. Lo ayudaron a subir.
Remaron
El "Alacrity", mientras tanto, continuó su navegación por el estrecho. Era la primera fragata británica que lo atravesaba de sur a norte, en misión de reconocimiento. “Se ahoga Bottaro, se ahoga Bottaro”. López no sabía nadar. Sólo podía dar aviso.A esa altura de la guerra, Inglaterra ya había bloqueado las islas con la imposición de una zona de exclusión total. El "Río Carcarañá" había sido el último barco argentino en llegar a las islas.
Inglaterra también había decidido que el estrecho San Carlos sería la cabecera de playa, pero el almirante John Woodward quiso asegurarse que las aguas no estuviesen minadas y no hubiese defensas costeras que pusiesen a riesgo el próximo desembarco de la infantería británica.
La misión del "Alacrity", sin embargo, estuvo bajo riesgo extremo esa misma madrugada, después de haber hundido el "Isla de los Estados". El submarino "San Luis", acomodado en la boca del estrecho, lo ubicó en su radar y preparó la información para el lanzamiento de torpedos SST-4.
Decidió impactarlo con dos. Era la una y media del 11 de mayo. El primer torpedo no logró salir del tubo, y al segundo se le cortó el cable de guiado minutos después del lanzamiento. Dos días después el submarino regresaría a Mar del Plata y no volvería a combatir.
Esa madrugada, con la balsa inflable, Panigadi, López, Bottaro y Payarola continuaron remando hacia una de las costas del estrecho. Eran los únicos cuatro sobrevivientes de la tripulación. Pero la balsa estaba averiada.
Panigadi decidió volver al agua para reducir el peso. Iba aferrado a la cuerda salvavida que la rodeaba. Pasaron varias horas remando hasta que divisaron una costa. Pero la corriente les impedía aproximarse. Temían que los empujara mar adentro.
Panigadi decidió lanzarse a nado. Confió que podría llegar a la costa, pero las aguas lo fueron desviando, se alejaba cada vez más. Levantó las manos, pidió auxilio. "Se va Panigadi", "se va Panigadi", gritó López, hasta que lo perdieron de vista.
No lo volvieron a ver. Quedaron tres. Payarola ya había perdido las energías.
Los remos no lograban romper el curso de la corriente. No avanzaban. Decidió aferrar una soga larga, de cincuenta metros, a la balsa, la tomó de la otra punta y comenzó a nadar, para arrastrarla hacia la costa. Ya estaba a pocos metros cuando escuchó otra vez los gritos de López, que lo alertaba.
-"Se ahoga Bottaro", "se ahoga Bottaro". López no sabía nadar. Sólo podía dar aviso. Payarola volteó hacia atrás y fue al rescate de Bottaro, que estaba inmóvil sobre las aguas. Logró tomarlo del chaleco y retenerlo; lo fue trasladando hacia la costa.
López seguía en la balsa. Corría riesgo de que la correntada lo llevara. No sabía qué hacer. Hasta que, impulsado por su capitán, decidió lanzarse al agua y nadar. En un esfuerzo supremo, llegó a hacer pie entre el pedregullo y la arena de la costa.
Payarola calculó que serían las tres de la madrugada. La lluvia, que los había hostigado en forma constante desde el naufragio, ahora se intensificaba. Pero ya estaban a salvo los tres.
Bottaro estaba helado, recostado sobre el suelo. No hablaba. Lo pusieron a reparo, en un lugar más protegido. Enseguida empezó a tener espasmos y contracciones. Tuvo un paro cardíaco. Intentaron reanimarlo. Murió bajo la lluvia.
Todavía no sabía dónde estaban
Con los remos cavaron un pozo y se quedaron quietos, tratando de descansar, pero el frío y la lluvia arreciaba. Payarola y López tenían las ropas mojadas, los dos habían perdido un botín y tenían un pie descalzo. Después de un rato, decidieron salir a buscar ayuda. Caminaron cerca de una hora entre las piedras. Todavía no había amanecido.
A lo lejos, en una colina, observaron una vivienda y al lado, un galpón. Entraron. Estaba vacío. Se quitaron las ropas y se cubrieron con una bolsa de arpillera y lana de oveja. En los fardos Payarola encontró la inscripción "Swan Island", que le permitió ubicarse. Se echaron sobre dos camastros y se quedaron dormidos.
La casa tenía alimentos y empezaron a separarlo por raciones. También encontraron agua potable dentro de un tanque. Ese mismo día salieron a recorrer la isla pero no encontraron nada.
Con los pies protegidos con cuero de oveja, cada amanecer tomaron la costumbre de acercarse a los peñascos donde habían desembarcado, junto al cuerpo de Bottaro, y permanecían sentados a la espera de que alguna nave o helicóptero los interceptara. Por momentos agitaban una tela naranja que había tomado de la balsa, pero no obtenían ningún resultado.
Después de cinco días, el 16 de mayo, el "Forrest", un pequeño carguero que había sido incautado en el muelle de la Gobernador de Malvinas, apareció por las aguas del estrecho. Le hicieron señas. El carguero se acercó pero no los reconocieron. Estaban cubiertos con tela de arpillera y parecían desfigurados. Les pidieron que se identificaran.
-Capitán de corbeta Alois Esteban Payarola-Marinero Alfonso López.
Subieron el cadáver de Bottaro. Al día siguiente fue enterrado en un improvisado cajón de madera en un cementerio local, con honores militares.
El cadáver del capitán Panigadi fue localizado días después por la tripulación del buque "Río Carcarañá", que había salido en busca de sobrevivientes del "Isla de los Estados".
El 16 de mayo el "Río Carcarañá" sería ametrallado por aviones Sea Harrier, pero no les produjo bajas.
Sus tripulantes, que nadaron hacia la costa, también fueron recogidos por el "Forrest".
Sólo algunos cuerpos del "Isla de los Estados" pudieron ser identificados y enterrados en el cementerio Darwin de las islas Malvinas.
El coronel (re) Jorge Monge intenta iniciar un proceso de búsqueda e identificación de los restos del capitán Marcelo Novoa y del cabo Roberto Busto, de 18 años, oriundo de Villa María, Córdoba, quienes murieron en el ataque al buque mercante.
Uno de sus sobrevivientes, Alfonso Alfredo López, oriundo de Finisterre, La Coruña, falleció en septiembre de 2005. Alois Esteban Payarola vive en Bahía Blanca.
Fundación Nuestro Mar
martes, 10 de mayo de 2016
domingo, 18 de mayo de 2014
Héores del Isla de los Estados
El cabo con el mameluco azul
Cabo 1º Varas
Días después de pasar por la isla Bougainville, el bote naranja con el fantasma del Capitán a bordo se adentra en el canal San Carlos y se arrima hasta la costa rocosa de la Isla Soledad. Hacia el norte y hacia el sur, las últimas ondulaciones de las sierras centrales se hunden en el mar. En la línea de la rompiente, oscuros peñascos se asoman entre las olas como centinelas de una pequeña ensenada rodeada de acantilados. Es tan fina la arena donde encalla el bote que fácilmente se desliza un par de metros, playa adentro, empujada solo por la espuma. Sin desembarcar todavía, el Capitán divisa muy cerca de él a un cabo aeronáutico vestido con un mameluco azul. Junto al bote, está sentado, la cara larga de pómulos altos, apoyada sobre las rodillas, las piernas recogidas sostenidas por las manos a la altura del empeine. El cabo con el mameluco azul, conductor motorista, además buen mecánico —como se autotitula Hugo Varas cuando el Capitán le pregunta su ocupación— ni se mueve. Ignora por completo al recién llegado. El Capitán, sin marcar la arena con sus pisadas, baja del bote y se le acerca extrañado. Lo observa con atención. Los ojos redondos, aindiados, increíblemente verdosos del cabo Varas, escrutan sin pestañear un punto indefinido del estrecho.
El Capitán, apuntando la vista en esa dirección, no ve nada. Eso sí, oye el gritar de muchas personas.
—Cabo, ¿por qué no se pone de pie? ¿O no me vio llegar? — pregunta el Capitán, molesto por la indiferencia e intrigado por los gritos.
Despacio, el interpelado levanta la mirada y como si le doliera el cuerpo, se queja. Cansino, se endereza.
—Ufa, ¡acá también! —exclama fastidiado, parándose al costado del Capitán.
Ambos se quedan mirando el centro del canal, oyendo el coro lastimero que brota del agua.
—Bueno, al menos podría saludar. Por peor día que uno tenga, se puede ser respetuoso. ¿No? Además, no sé por qué está tan enojado.
—Es que no pude entregar el jeep.
—¿Qué jeep?
—¿Cómo que qué jeep? El que yo traje. Viajé desde Tandil hasta Buenos Aires, solo. Y, sin dormir, me subieron a un barco y me trajeron a Malvinas y me tuvieron como una semana al cuete. —El cabo con el mameluco azul alza los hombros, como apesadumbrado, y continúa contando sus desventuras—. Y yo quería bajar el jeep porque sabía que lo necesitaban mis camaradas de la Fuerza Aérea, pero no me dejaban. Me decían que el barco de nosotros, el Carcarañá, era muy grande para acercarse al muelle y que no se podía bajar nada. ¡Qué guachos! —El cabo oprime los labios y, enfadado, bambolea la cabeza—. Y el primero de mayo empezó la guerra, y yo con el jeep de adorno en la cubierta, ¿qué me cuenta, señor? Y encima de que nos pegamos un sustazo de la puta madre con el bombardeo, de la Capitanía del Puerto le ordenaran al comandante Dell’Elicine que abandonara la bahía. Por supuesto que él se negó porque significaba salir a mar abierto fuera del paraguas de la artillería argentina, pero lo mismo le dijeron que se hiciera humo. Y tal cual lo presentía, no bien salimos hacia el sur, unos aviones nos cagaron a chumbazos. Y así nomás pasó, nos salvamos por un pelo, y por suerte nos pudimos esconder en este canal, ¿vio? —Con el labio inferior señala un costado del estrecho donde no se ve más que agua—. Nos escondimos hasta que el ocho de mayo se nos acercó otro buque, el Isla de los Estados. Me dijeron que me mudara con jeep y todo, y cuando ya creía que nos íbamos hacia Puerto Argentino, el diez a la noche, ¿vio?, mientras navegábamos, encima de la cubierta se encendió una bengala brillante como un sol y vino un fragatón que nos cagó a cañonazos y volamos más alto que la eme y yo no pude entregar el jeep a nadie. ¿Vio? Cómo para no estar con bronca.
—Está bien, no se preocupe. Tengo intención de ir al Comando y visitar a un conocido. También puedo avisar sobre su problema.
—Y ese bote, ¿es suyo, señor? —pregunta el cabo del mameluco azul.
—Así es. Pienso llegar navegando a Puerto Argentino.
—¡Uhh! Pero no va a poder. De acá no se va a mover, el viento siempre sopla desde el sur. Así que palpito que, de esta ensenadita, usted no va a salir. Yo le diría que fuera por tierra, caminando nomás.
—Podría ser, pero no conozco el camino. Tampoco, si es muy lejos.
—No, para nada, además a usted no le duelen los pies. Y es refácil. Puede seguir por ahí o, también, cortar derechito por ese cerro más alto que creo que los ingleses le llaman Saimon. Qué finos que son. ¿No?
El Capitán sonríe. Con las manos en los bolsillos, se encamina hacia la elevación. El cabo con el eterno mameluco azul, vuelve a sentarse. A los ojos aindiados, verdosos, los mantiene fijos en el Estrecho. Al alejarse un poco más, al Capitán le parece escuchar, mezclada entre unos gritos, la tonada del cabo que, airado, con un tono inflamado por el coraje, a voz en cuello insulta a los atacantes:
—¡Hijos de puta, guarda con el jeep! ¡No tiren, no tiren!
NOTA DEL BÚHO:
El cabo primero PM Héctor Hugo Varas, Mecánico de Automotores de la VI Brigada Aérea, nació el 29-JUL-60, en Villa del Rosario (Río II –.Córdoba). Soltero, falleció en acción de guerra el 10-MAY-82. La Nación Argentina le confirió la Condecoración al Muerto en Combate
DETALLE DE LA ACCIÓN:
El Cabo Varas viajaba a bordo del buque ARA Isla de los Estados con la tarea de entregar un jeep al Comando del Componente Aéreo de Malvinas en Puerto Argentino. Varas había recibido esa consigna en Tandil, donde se hallaba su Unidad de origen. Allá inició un largo periplo, que nada debería envidiar a las vicisitudes del héroe griego Odiseo y que culminó a las 22:35 del 10 de mayo de 1982 cuando entró en el Olimpo de los héroes criollos.
En plena noche, mientras el Islas de los Estados se desplazaba entre Puerto Rey y Puerto Mitre, fue sorprendido por la fragata HMS Alacrity que le disparó una mortal andanada de artillería. Impactada de lleno, la nave argentina prácticamente explotó debido al combustible que acarreaba.
El Isla de los Estados se hundió de inmediato. Dieciocho tripulantes, entre ellos el Cabo Varas, fallecieron o fueron dados por desaparecidos.
El Buho escribidor
Cabo 1º Varas
Días después de pasar por la isla Bougainville, el bote naranja con el fantasma del Capitán a bordo se adentra en el canal San Carlos y se arrima hasta la costa rocosa de la Isla Soledad. Hacia el norte y hacia el sur, las últimas ondulaciones de las sierras centrales se hunden en el mar. En la línea de la rompiente, oscuros peñascos se asoman entre las olas como centinelas de una pequeña ensenada rodeada de acantilados. Es tan fina la arena donde encalla el bote que fácilmente se desliza un par de metros, playa adentro, empujada solo por la espuma. Sin desembarcar todavía, el Capitán divisa muy cerca de él a un cabo aeronáutico vestido con un mameluco azul. Junto al bote, está sentado, la cara larga de pómulos altos, apoyada sobre las rodillas, las piernas recogidas sostenidas por las manos a la altura del empeine. El cabo con el mameluco azul, conductor motorista, además buen mecánico —como se autotitula Hugo Varas cuando el Capitán le pregunta su ocupación— ni se mueve. Ignora por completo al recién llegado. El Capitán, sin marcar la arena con sus pisadas, baja del bote y se le acerca extrañado. Lo observa con atención. Los ojos redondos, aindiados, increíblemente verdosos del cabo Varas, escrutan sin pestañear un punto indefinido del estrecho.
El Capitán, apuntando la vista en esa dirección, no ve nada. Eso sí, oye el gritar de muchas personas.
—Cabo, ¿por qué no se pone de pie? ¿O no me vio llegar? — pregunta el Capitán, molesto por la indiferencia e intrigado por los gritos.
Despacio, el interpelado levanta la mirada y como si le doliera el cuerpo, se queja. Cansino, se endereza.
—Ufa, ¡acá también! —exclama fastidiado, parándose al costado del Capitán.
Ambos se quedan mirando el centro del canal, oyendo el coro lastimero que brota del agua.
—Bueno, al menos podría saludar. Por peor día que uno tenga, se puede ser respetuoso. ¿No? Además, no sé por qué está tan enojado.
—Es que no pude entregar el jeep.
—¿Qué jeep?
—¿Cómo que qué jeep? El que yo traje. Viajé desde Tandil hasta Buenos Aires, solo. Y, sin dormir, me subieron a un barco y me trajeron a Malvinas y me tuvieron como una semana al cuete. —El cabo con el mameluco azul alza los hombros, como apesadumbrado, y continúa contando sus desventuras—. Y yo quería bajar el jeep porque sabía que lo necesitaban mis camaradas de la Fuerza Aérea, pero no me dejaban. Me decían que el barco de nosotros, el Carcarañá, era muy grande para acercarse al muelle y que no se podía bajar nada. ¡Qué guachos! —El cabo oprime los labios y, enfadado, bambolea la cabeza—. Y el primero de mayo empezó la guerra, y yo con el jeep de adorno en la cubierta, ¿qué me cuenta, señor? Y encima de que nos pegamos un sustazo de la puta madre con el bombardeo, de la Capitanía del Puerto le ordenaran al comandante Dell’Elicine que abandonara la bahía. Por supuesto que él se negó porque significaba salir a mar abierto fuera del paraguas de la artillería argentina, pero lo mismo le dijeron que se hiciera humo. Y tal cual lo presentía, no bien salimos hacia el sur, unos aviones nos cagaron a chumbazos. Y así nomás pasó, nos salvamos por un pelo, y por suerte nos pudimos esconder en este canal, ¿vio? —Con el labio inferior señala un costado del estrecho donde no se ve más que agua—. Nos escondimos hasta que el ocho de mayo se nos acercó otro buque, el Isla de los Estados. Me dijeron que me mudara con jeep y todo, y cuando ya creía que nos íbamos hacia Puerto Argentino, el diez a la noche, ¿vio?, mientras navegábamos, encima de la cubierta se encendió una bengala brillante como un sol y vino un fragatón que nos cagó a cañonazos y volamos más alto que la eme y yo no pude entregar el jeep a nadie. ¿Vio? Cómo para no estar con bronca.
—Está bien, no se preocupe. Tengo intención de ir al Comando y visitar a un conocido. También puedo avisar sobre su problema.
—Y ese bote, ¿es suyo, señor? —pregunta el cabo del mameluco azul.
—Así es. Pienso llegar navegando a Puerto Argentino.
—¡Uhh! Pero no va a poder. De acá no se va a mover, el viento siempre sopla desde el sur. Así que palpito que, de esta ensenadita, usted no va a salir. Yo le diría que fuera por tierra, caminando nomás.
—Podría ser, pero no conozco el camino. Tampoco, si es muy lejos.
—No, para nada, además a usted no le duelen los pies. Y es refácil. Puede seguir por ahí o, también, cortar derechito por ese cerro más alto que creo que los ingleses le llaman Saimon. Qué finos que son. ¿No?
El Capitán sonríe. Con las manos en los bolsillos, se encamina hacia la elevación. El cabo con el eterno mameluco azul, vuelve a sentarse. A los ojos aindiados, verdosos, los mantiene fijos en el Estrecho. Al alejarse un poco más, al Capitán le parece escuchar, mezclada entre unos gritos, la tonada del cabo que, airado, con un tono inflamado por el coraje, a voz en cuello insulta a los atacantes:
—¡Hijos de puta, guarda con el jeep! ¡No tiren, no tiren!
NOTA DEL BÚHO:
El cabo primero PM Héctor Hugo Varas, Mecánico de Automotores de la VI Brigada Aérea, nació el 29-JUL-60, en Villa del Rosario (Río II –.Córdoba). Soltero, falleció en acción de guerra el 10-MAY-82. La Nación Argentina le confirió la Condecoración al Muerto en Combate
DETALLE DE LA ACCIÓN:
El Cabo Varas viajaba a bordo del buque ARA Isla de los Estados con la tarea de entregar un jeep al Comando del Componente Aéreo de Malvinas en Puerto Argentino. Varas había recibido esa consigna en Tandil, donde se hallaba su Unidad de origen. Allá inició un largo periplo, que nada debería envidiar a las vicisitudes del héroe griego Odiseo y que culminó a las 22:35 del 10 de mayo de 1982 cuando entró en el Olimpo de los héroes criollos.
En plena noche, mientras el Islas de los Estados se desplazaba entre Puerto Rey y Puerto Mitre, fue sorprendido por la fragata HMS Alacrity que le disparó una mortal andanada de artillería. Impactada de lleno, la nave argentina prácticamente explotó debido al combustible que acarreaba.
El Isla de los Estados se hundió de inmediato. Dieciocho tripulantes, entre ellos el Cabo Varas, fallecieron o fueron dados por desaparecidos.
El Buho escribidor
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