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miércoles, 10 de enero de 2024

Malvinas: Menéndez, su hijo, los soldados muertos y sus cenizas en las islas

La relación de Menéndez con su hijo en la guerra, los soldados muertos y por qué sus cenizas descansan en Malvinas

Fue el gobernador militar de Malvinas en 1982. El tiempo demostró que también fue víctima de la improvisación de la Junta Militar empujada por la euforia popular por la recuperación de las islas que se había hecho sentir en la Plaza de Mayo. Su preocupación por los soldados y su última voluntad

 
25 de abril de 1982, Puerto Argentino. El padre general le llama la atención al hijo subteniente

La fotografía registró para siempre un instante. Entre el sábado 24 y el lunes 26 de abril de 1982 llegaron a las islas los efectivos de la III Brigada, unos 3500 hombres. En distintas tandas, lo hizo el 5, uno de los regimientos que la integraba.

El 25 comenzó su traslado a Puerto Howard, en la isla Gran Malvina. En la pista del aeropuerto, con un viento infernal, entre cajas con armamentos y municiones apiladas sin un orden, vehículos que se cruzaban, helicópteros que llegaban y partían, soldados que se agachaban y besaban la pista, no todos repararon en el encuentro entre el general Mario Benjamín Menéndez, gobernador militar de las islas y un joven subteniente de 26 años, integrante de la segunda sección de la Compañía C, su propio hijo.

El superior no está teniendo una conversación paternal o una emotiva bienvenida: reprende al subalterno por no tener abrochado el casco. El destino quiso que padre e hijo combatieran en Malvinas. Ninguno de los dos imaginó que, décadas después, sus cenizas serían esparcidas allí.

Mario Benjamín, santafecino, nacido en Chañar Ladeado, tenía 52 años cumplidos el 3 de abril y era general de brigada. Mario Benjamín, correntino, había egresado en noviembre de 1980 como subteniente, y el Regimiento 5, con asiento en Paso de los Libres, era su primer destino.

Galtieri con Menéndez en Malvinas. "Improvisación" e "imprevisión" fueron las palabras que el ex gobernador usaba para describir lo que ocurrió en las islas

Hubo un tercer integrante de la familia en la guerra: el teniente Eduardo Sabin Paz, aviador de Ejército, casado con Marta Ofelia, la hija mayor de Menéndez. Era jefe de la sección compañía de helicópteros de asalto B.

La tradición familiar del nombre Mario Benjamín comenzó con el papá del general, un médico clínico que en 1930 se había radicado en Chañar Ladeado. Desde 1991 el hospital local, del que fue su director, lleva su nombre.

Cuando el plan de recuperar Malvinas era manejado por muy pocos, el general Menéndez había sido llamado a una reunión reservada con el general Leopoldo Galtieri. Entonces, Menéndez era el jefe de operaciones en el Estado Mayor de Ejército.

Mario Benjamín, el hijo. Estuvo con el Regimiento 5 en Puerto Yapeyú

Galtieri le adelantó a Menéndez el plan de recuperación, que lo pensaban poner en práctica para fines de mayo, y que su decisión, aprobada por la Junta Militar, era que fuera el gobernador militar. El general lo abrumó a preguntas. Quiso saber con qué fuerzas contaría. Le respondió que ese no era su problema, que para desempeñar su tarea, una vez recuperadas las islas, contaría con el apoyo de uno 500 hombres.

Quiso saber cuál sería el papel de la Fuerza Aérea y la Marina, pidió conocer los detalles, pero se los negaron. Prácticamente no podía hablar del tema con nadie, solo le encomendaron perfeccionar su inglés, porque lo iba a necesitar.

El 4 de abril viajó a las islas y el 7 asumió el cargo. Su hijo fue destinado a Puerto Howard, bautizado Puerto Yapeyú, un caserío en la isla Gran Malvina, sobre la costa del estrecho San Carlos. Fue la unidad que más sufrió el aislamiento, ya que nunca le llegaron provisiones.

Menéndez fue a Malvinas como gobernador, cuando el plan era recuperar las islas, enarbolar la bandera argentina y sentarse con Gran Bretaña a negociar. Todo cambiaría (Télam)

Menéndez entendió que la Junta Militar no había planificado una guerra, porque su estrategia estaba basada en un cálculo errado. Se pensaba que la acción obligaría a Gran Bretaña a negociar. No se pensó en una defensa de Puerto Argentino, si hasta los hombres del BIM 2, que habían participado del desembarco, los hicieron regresar al continente.

“Imprevisión e improvisación”, son las palabras que usaría el resto de su vida para describir lo que había ocurrido.

Los que lo conocieron, describen al subteniente Menéndez como una persona frontal, siempre decía lo que pensaba. Solía llevar a sus compañeros cadetes que vivían en Buenos Aires en su Fiat 600 amarillo. En Puerto Yapeyú, era uno de los que cubría la primera línea del frente al norte.

Cuando a la mamá del joven subteniente le llegó la falsa noticia de que su hijo había muerto en combate, llamó a su marido, el propio gobernador de las islas, pidiéndole precisiones. “Es un soldado más, no puedo saber más que eso”, le respondió el militar que desconocía si era cierto lo que estaba escuchando. Cuando terminó la guerra y el hijo regresó, la mujer, que no había tenido más noticias, al verlo se desmayó.

Los problemas en las islas eran serios: la superioridad aérea y naval enemiga hizo que el aprovisionamiento de armamento, municiones y sobre todo alimentos a los hombres que estaban desperdigados en distintas posiciones en las islas, fuera una tarea imposible. Y que todo, inevitablemente, terminaría en una derrota.

El desembarco inglés en San Carlos obligaba a realizar una acción ofensiva, ya que los manuales de guerra indicaban que una prolongada acción defensiva llevaría a una derrota. El 9 de junio el general Daher y los coroneles Cervo y Cáceres viajaron a Buenos Aires a presentarle a Galtieri un plan, que ellos denominaron “Operativo Buzón”, que incluían a paracaidistas arrojándose en San Carlos, con acciones coordinadas con fuerzas de tierra y aéreas, a llevar adelante el día 12 de junio. Pero Galtieri lo desechó, lo consideró demasiado arriesgado. Dijo que la Armada había hecho su sacrificio con los muertos del Crucero General Belgrano, que la Fuerza Aérea había hecho lo suyo y recomendó que los soldados salieran de sus trincheras y contraatacasen.

De regreso al continente, se dedicó a mantenerse vinculado con los veteranos de guerra

Menéndez evaluó que prolongar la guerra solo provocaría más muertos y decidió parlamentar por un alto el fuego. El 14 de junio se firmó el acuerdo. Pidió quedarse acompañando a la tropa. Pero que esa fue una de las pocas condiciones que los británicos rechazaron.

Lo dejaron prisionero un día en el puesto comando de la X Brigada. Luego lo llevaron al Fearless, un buque plataforma usado en el desembarco en San Carlos. Una de sus lanchas había sido destruida por la aviación argentina durante los ataques a Bahía Agradable. Este barco navegó, con Menéndez a bordo, entre Puerto Argentino y el Estrecho de San Carlos.

Posteriormente fue alojado en el St. Edmund, un buque de transporte de tropas. Menéndez llegó a Puerto Madryn el 14 de julio y junto a efectivos de la Fuerza Aérea voló en un 707 hasta El Palomar.

Se lo quiso hacer ingresar casi en secreto en la guarnición en Campo de Mayo. Corría el rumor de que venía pero que las autoridades militares quisieron que fuera de incógnito y que el plan era llevarlo a otro lado. Como familiares de soldados se agolparon en los alrededores, armaron vallas. Pero cuando su hija María José apenas lo vio, las saltó y corrió a su encuentro. Y todo se desbordó.

Lo subieron al auto y lo llevaron a la casa familiar.

En una de las vigilias en San Andrés de Giles, izando la bandera.

Volvió dolido porque no lo habían dejado estar con sus hombres. Sus allegados dicen que desde ese instante hasta que murió sus pensamientos giraron alrededor de los 649 caídos.

Muchos de los que decían ser sus amigos, dejaron de frecuentarlo.

Se dedicó a dar charlas sobre Malvinas. Aceptaba todas las invitaciones, sabiendo que las preguntas que se le harían serían críticas y que habría reproches. La única condición que imponía era de que el diálogo fuera con respeto. En esas exposiciones, en universidades, escuelas y organizaciones intermedias no tenía problema en admitir que, si se volviera a recuperar las islas, había cuestiones que haría distinto.

En 1983 publicó un libro “Malvinas. Testimonio de su gobernador”, que le valió 60 días de arresto. En 2012 fue incluido junto a otros militares en una causa donde se investigaban violaciones a los derechos humanos cometidos en el marco del Operativo Independencia, en la lucha contra la guerrilla en Tucumán, en 1975.

Visitaba a soldados que habían regresado heridos, que se recuperaban en el hospital, asistía a sus casamientos y frecuentaba los centros de veteranos.

Se le había hecho costumbre acudir a la tradicional vigilia del 2 de abril, que desde hace 25 años se celebra en San Andrés de Giles, donde era un veterano más. El primer encuentro no fue para nada simpático, según recuerda el veterano de guerra Alberto Puglielli, alma mater de la vigilia.

Los reproches y cuestionamientos que surgían a borbotones en los veteranos tenían sus explicaciones. Para ellos, en tiempos en que todos le cerraban la puerta en la cara, Menéndez daba explicaciones que ellos tardaron en comprender y en asimilar.

Participaba de los programas radiales “Malvinas la verdadera historia”, que se emitía por Radio 10 y luego en “Malvinas, la perla austral”, por FM Cristal en Giles, y aceptaba las preguntas en vivo de los oyentes.

Falleció el 18 de septiembre de 2015. Tiempo antes, había muerto su esposa, quien había dejado expresas instrucciones de ser cremada. El general, que al principio no quería saber nada con la cremación, cambió de opinión.

La vida quiso que el 7 de noviembre de 2016 falleciera en Corrientes su hijo Mario Benjamín. La guerra lo había cambiado y había dejado el Ejército años atrás.

Y entonces, casi naturalmente, entre los amigos del padre y el hijo surgió una idea: ¿Por qué no llevar las cenizas de ambos a Malvinas?

Lo que en un primer momento pareció una locura, personas del círculo de confianza del fallecido general, que no eran militares, aportaron lo suyo para que los restos mortales pudieran ser ingresados a Malvinas y descansar en las islas.

Según sus allegados, Menéndez siempre se había sentido muy dolido por lo que había sucedido en las islas y alguien lo había escuchado decir que le gustaría que llevaran sus cenizas allí.

Menéndez en una de las tantas entrevistas donde contestaba todo tipo de preguntas

Se aprovechó uno de los tantos viajes. Los nombres de los que llevaron las cenizas se mantienen en estricta reserva así como los pormenores de la operación. Ellos se encargaron de esparcirlas en tres puntos del archipiélago: la Casa de Gobierno de Malvinas, donde Menéndez residió y donde colgó un cuadro de José de San Martín en el lugar estaba el de la reina Isabel II; el cementerio de Darwin y el Monte Longdon, donde se libró una de las batallas más cruentas de la guerra, donde murieron 42 soldados argentinos y 23 británicos.

Los kelpers reaccionaron entre la incredulidad y la indignación. Aseguraron que de haber pedido permiso, no habría habido ningún impedimento. Para quienes tuvieron la idea de cumplir esa última voluntad, no tenía sentido pedir autorización en una tierra que es argentina, y en la que padre e hijo, que se llaman igual, descansan para siempre

domingo, 18 de diciembre de 2022

Georgias del Sur: Emotiva visita a la tumba del Suboficial Principal Félix Artuso

Un adiós que esperó 40 años: la emocionante visita de los hijos de Artuso a la tumba de su papá en las Islas Georgias

Félix Artuso era un maquinista del Submarino Santa Fe, que llevó refuerzos a las islas Georgias en los primeros días de la guerra de Malvinas. En un confuso incidente, fue muerto a tiros por un británico cuando consideró que intentaba sabotear el submarino. Sus hijos debieron esperar 40 años para poder visitar la tumba de su padre
Visita de los hijos de Artuso a la tumba de su papá en las Islas Georgias

El 25 de abril de 1982 los británicos tomaron el control de las Georgias. Al día siguiente John Coward, capitán del destructor HMS Brilliant, le indicó al capitán de fragata Horacio Bicain, comandante del Submarino Santa Fe, que quitase la nave del muelle porque dificultaba las operaciones de los buques ingleses. Estaba inclinado a babor y con la proa levantada y representaba un peligro latente por los explosivos que llevaba.

Félix Artuso era maquinista en el submarino Santa Fe, que participó en la guerra de Malvinas. Tuvo una incomprensible muerte.

Se designaron a media docena de argentinos a que lo llevasen fuera del muelle. Uno de ellos era Félix Oscar Artuso, un suboficial primero maquinista de 36 años que, cuando fue convocado, se despidió de la familia con la convicción de que no iría a regresar. Con los argentinos abordaron la nave británicos, que tenían la orden de evitar cualquier maniobra que llevase al sumergible al fondo del mar para siempre.

El Santa Fe no estaba en sus mejores condiciones. Había zarpado de Mar del Plata el 16 de abril, llevaba 23 torpedos y durante la travesía tuvo fallos en sus sistemas. Había llegado a las Georgias a la medianoche del 24 de abril. Averiado por helicópteros británicos, su torreta había sido perforada por un misil, que provocó que el cabo Alberto Macías perdiera su pierna. La nave presentaba varios impactos de metralla.

Un homenaje que esperó 40 años. Cristian, que tenía 8 años cuando su papá fue a la guerra, por fin visita donde fue enterrado. (Gentileza Familia Artuso/Sergio Fernández)

Desde el puente de mando, el comandante argentino, acompañado por un británico, daba instrucciones al personal. Cuando el submarino de pronto se escoró, Artuso hizo rápidos movimientos claves para estabilizarlo, pero fueron interpretados por un británico como un intento de sabotaje y lo mató de varios disparos.

Fue un crimen de guerra que los ingleses interpretan como un lamentable error.

Karina Artuso, la hija del medio, decían que era la más compinche del padre. (Gentileza Familia Artuso /Sergio Fernández).

Artuso fue sepultado en Grytviken con honores militares. Y desde entonces sus hijos Cristian, Karina y Carolina, que al momento de la guerra tenían 8, 6 y dos años respectivamente, se propusieron lo imposible: viajar a esas islas perdidas en el Atlántico Sur, a 1300 kilómetros al sudeste de las Malvinas, a visitar la tumba. Alicia, la esposa de Artuso falleció hace unos años, y tiene dos hermanas, que no estaban en condiciones de viajar. Una tercera, Josefina, que también murió, hizo innumerables viajes a Buenos Aires para lograr la tan ansiada visita.

En conmemoración de su muerte, el 26 de abril fue instituido como el Día del Maquinista de la Armada Argentina. Artuso fue condecorado con la medalla “La Nación Argentina al muerto en combate” y declarado, por ley, héroe nacional.

En el 2001 quedó constituida la Asociación de Veteranos de Guerra de Malvinas, presidida actualmente por el general de brigada retirado Sergio Fernández, que durante el conflicto fue, como teniente primero, jefe de una sección de la Compañía Comando 601. Decididos a reactivar asuntos pendientes, esta asociación se propuso en el 2013 encontrar una solución para viajar a la tumba del único caído en tierra que aún no había podido ser visitada.

Carolina Artuso, la hija más chica.

Primero, las gestiones fueron informales y en 2017 fueron recibidos por Mark Kent, por entonces embajador británico en nuestro país. Ambas partes sabían que el viaje no sería sencillo porque es un destino que no es habitualmente visitado o que esté dentro de rutas comerciales habituales. La postura de los miembros de la asociación fue la de no viajar en un buque de bandera inglesa.

Fueron innumerables reuniones, donde se despejaron dudas y se buscaron consensos. Se interesó, además, al Ministro de Defensa y al Secretario de Malvinas de la cancillería argentina.

El entierro de Artuso en abril de 1982. El féretro no está cubierto por la bandera argentina.

El año pasado los argentinos propusieron a los ingleses que los hijos de Artuso viajasen en el rompehielos Almirante Irízar, para la campaña de verano que el buque emprendería a la Antártida.

La respuesta fue negativa.

La cuestión había llegado a un punto muerto. Sergio Fernández hablaba habitualmente con Karina Artuso, la más compinche de su papá. La mujer se mostró en un principio descreída e incrédula, a tal punto que no le reveló a sus hermanos que estaba conversando sobre la posibilidad de viajar. Lo hizo casi a último momento.

Cuando no pareció haber una solución, Marcelo De Bernardis, reconocido maratonista, lo llamó a Fernández y le adelantó su intención de ir a las Georgias a rendir homenaje. “A ustedes los manda Dios”, le respondió.

Irían con Quark, una empresa de cruceros canadiense, que con el buque Ocean Diamond, saldrían de Ushuaia, harían Georgias y la Península Antártica. La empresa destaca de ese archipiélago la vida silvestre, los glaciares, los fiordos, los pingüinos monarcas de Salisbury Plain y los elefantes marinos, y las promociona como “las Galápagos del polo sur”.

Un merecido homenaje: en el centro De Bernardis, a su lado el almirante Martin, Alberto Macías y Cobos Porta. (Gentileza Marcelo de Bernardis).

La nueva dificultad era afrontar los costos de los pasajes: cada uno valía 14.500 dólares (a precio de junio), una verdadera fortuna para una asociación de veteranos que se mantiene con una cuota mínima de sus socios. Cuando ya todas las puertas se habían cerrado en la búsqueda de financiamiento o donaciones, la empresa les dijo que llevaría a los tres hermanos sin cargo.

Personal de la Armada los acercó a Buenos Aires. De ahí el 3 de diciembre volaron a Ushuaia, donde embarcaron. “Cristian, Karina y Carolina lo vivieron con mucha emoción, fue un momento único en sus vidas”.

Finalmente ayer domingo fue la visita a la tumba. Luego de desembarcar, pasaron por la planicie de Salisbury y de ahí a Gritviken y su cementerio, donde también está enterrado el explorador irlandés Ernest Shackleton.

Los hijos pusieron una única condición: estar un momento a solas ellos tres.

Llevaron dos placas, una con sus nombres y otra una foto de su papá en acrílico. Es lo que se permite por disposiciones vigentes, más que nada por cuidado del medio ambiente.

Luego de la visita privada, rindieron homenaje cinco argentinos: Marcelo de Bernardis, oficial de reserva del Ejército y tres veteranos de guerra: el almirante Daniel Martin, el cabo Alberto Macías, los dos del submarino Santa Fe, y Daniel Cobos Porta, de la corbeta Guerrico. Completó el contingente el hijo del almirante Martin.

Sobre la tumba desplegaron una bandera argentina, que tuvo un profundo sentido: cuando los ingleses lo enterraron, no cubrieron el féretro con ninguna bandera argentina, a pesar de que se disponía la que llevaba el submarino.

Con una grabación, un clarín tocó a silencio.

A última hora de la tarde, embarcaron y partieron hacia la Antártida. Los tres hermanos cumplieron un anhelo que llevaba ya cuarenta años: el de decirle adiós a su papá.





Familiares visitan por primera vez  la tumba del Suboficial Principal Félix Artuso



La Comisión de Familiares de Caidos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur, se alegra profundamente de saber que Cristian, Carolina y Karina Artuso llegaron a Georgias después de 40 años para visitar la tumba de su padre, el Suboficial Principal Félix.
Gracias Aveguema por la tarea silenciosa que llevaron adelante para que finalmente el encuentro se lleve a cabo.
¡Viva la Patria y los Héroes de Malvinas!





miércoles, 21 de septiembre de 2022

Darwin: El conscripto héroe Horacio José Echave

Horacio José Echave





Nació el 22 de junio de 1962 en la ciudad de Bolivar. Su familia esta compuesta por su padre Horacio, su madre Nelida Montoya, sus hermanos Liliana, Marcela, Susana, Analia, Vanesa, Maria Julieta y Juan Pablo( nacido en octubre del 82) Horacio era el hijo mayor de la familia y unico varon en el momento de la guerra.
Cuando tiene dos años de edad su padre, ferroviario de profesion, es trasladado a la ciudad de Lobos, donde se radifa la familia.
Curso sus estudios primarios en la escuela Nro 1 y el secundario en los colegios Nacional e Industrial. Trabajo como empleado en la colocacion de antenas.
Era un chico muy carismático, portador de una sonrisa irradiante, muy alegre. Le gustaba la pesca, el asado con amigos y disfrazarse junto a ellos en los carnavales de su ciudad. Lo apasionaba bailar "rock and roll" su ritmo favorito y el garage de su casa lo había empapelado con los posters de sus ídolos para que su mamá no lo retara por arruinar las paredes del cuarto que compartía con su hermana Analía. Fue muy compañero de sus hermanas y un protector único para ellas.
Tenia una cabellera larga llena de rulos que resigno al incorporarse al Servicio Militar Obligatorio, ingresando al mismo el dia 17 de Marzo de 1981 en el Regimiento de Infantería Mecanizado N° 6 "Gral Viamonte" de Mercedes Pcia. de Bs. As. siendo jefe del mismo el Teniente Coronel Jorge Halperin, cumpliendo servicio en la compañía "B" Peribebuy, marcho a Malvinas como Apuntador de FAL con esta misma compañía el dia 12 de Abril desde el aeropuerto El Palomar a cargo del jefe de operaciones Mayor Oscar Ramón Jaimet, llegando el martes 13 al aeropuerto de Malvinas. Fue destinado con su compañía al mando del Teniente 1° Raul Daniel Abella al cerro Dos Hermanas, distancia 10km. al oeste de Puerto Argentino para detener el avance enemigo hacia esta Capital. Cae el dia 14 de Junio cerca del medio día durante el repliegue a Puerto Argentino frente a la casa del gobernador de las Islas.
Durante 35 años sus restos estuvieron sepultados en Darwin bajo la leyenda " Soldado Argentino Solo Conocido por Dios". El 15 de Diciembre de 2017 su familia fue notificada que los restos de Horacio habían sido identificados en el cementerio de Darwin.

martes, 18 de febrero de 2020

Elma Pelozo quiere ver la tumba de su hijo caído en Goose Green: Podemos colaborar

Es la madre de un soldado de Malvinas y aún no pudo visitar la tumba de su hijo: “Necesito despedirlo frente a su cruz”

Elma Pelozo, mamá de Gabino Ruiz Díaz, nunca pudo honrar a su hijo en la tumba recientemente identificada por un grave problema de salud. Hoy los médicos la autorizan a ir a las islas. La Fundación No Me Olvides lanzó una campaña para que pueda volar en un avión sanitario. Su hijo fue clave en la identificación de los cuerpos en Darwin
Por Gaby Cociffi || Infobae
Directora Editorial de Infobae | gcociffi@infobae.com



Elma Pelozo es la madre del soldado Gabino Ruiz Diaz, muerto en la batalla de Goose Green, el 28 de mayo de 1982. Desde Colonia Pando, un paraje en Corrientes, sueña con viajar a la islas para honrar a su hijo

“Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la Patria”.

La apretada letra de Gabino Ruiz Díaz, en la amarillenta hoja de encotel –Empresa Nacional de Correos y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las Islas Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor. “'Cambacito' sabe que no va a volver”, se dijo Elma Pelozo (hoy 80), sentada en la cocina de su casita de adobe y chapa, en Colonia Pando, a 140 kilómetros de la ciudad de Corrientes.

“Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo haré por mi Patria”, estiró las palabras para llenar el renglón con su caligrafía infantil en aquel lejano 1982.

En soledad Elma dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con el repasador. No quería que su familia la vea triste. Su Cambacito (“por negrito”, aclara) estaba en Malvinas y se había transformado en el orgullo de la humilde colonia donde cosechaban tabaco y sandías.

A su memoria regresan todas las imágenes del día en que su hijo se fue a la guerra para siempre.

“La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. Se vino para la casa arriba de su tordillo negro para despedirse de los hermanos, hablar con su padre y darme un beso lleno de amor”, recuerda y busca la única foto que Gabino se sacó en toda su vida. Gastada por los años, con los colores apagados por el paso del tiempo, allí se lo ve, con solo 19 años, posando orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el servicio militar. Serio y firme en su camisa blanca, el pantalón y el corbatín caquis, el birrete con el escudo nacional apenas ladeado hacia la derecha, luce con honor su vestimenta de soldado.

La muerte al grito de sapucay

Elma acaricia la foto de su hijo. “En ese entonces éramos una familia feliz”, suspira. Casi 38 años después, esa familia ya no es la misma. Su marido, don Gabino, murió en 2011 luego de una penosa enfermedad que lo tuvo postrado durante una década. Pero ella encuentra otra explicación para el sufrimiento del único hombre que amó, que va mucho más allá de la medicina: “Empezó a apagarse el día en que le dijeron que su hijo estaba desaparecido en la guerra, que ya no volvería”.

Los recuerdos -entre mates y pastelitos de queso y dulce caseros- se cuelan por todos los rincones de esta casa que, gracias al dinero que recibieron de la pensión por el hijo muerto, tiene cielorraso, machimbre, cerámicos y ladrillos.


"Hicimos una cena para despedirlo. Fue como un cumpleaños.A la mañana siguiente ensilló el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en la cocina, callada y triste. Y vino y me abrazó”, recordó Elma el último día que vio a su hijo


Elma relee aquella carta y llora en silencio. “Yo lucharé por mi Patria”, escribió Cambacito pocos días antes de morir en la cruenta batalla de Goose Green, el 28 de mayo de 1982. Llevaban días enfrentando al Segundo Batallón de Paracaidista británico cuando el joven correntino saltó de su trinchera y al grito de sapucay “les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos en el pozo”, recordó frente a Infobae Ramón Alegre, compañero en el Regimiento 12.

Mi hijo se fue a la guerra

Fue en el tiempo de Pascuas de Resurrección cuando Gabino se despidió de su familia."Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: ‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con botones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Fue como un cumpleaños. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos", recuerda Elma cada detalle con una precisión que conmueve.


La única foto que Gabino se sacó en su corta vida de 19 años: orgulloso en su uniforme del regimiento 12 de Corrientes

“A la mañana siguiente ensilló el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en la cocina, callada y triste. Y vino y me abrazó”, cuenta. Antes de partir habló a solas con su padre, a quien siempre había obedecido sin cuestionar una sola de sus palabras, y cargó un pequeño bolso con todas sus pertenencias: un pantalón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampado en colorado y negro que usaba para los bailes, su pulóver azul y las botas del uniforme recién lustradas.

“Lo vi irse por ese camino. La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tanto se daba vuelta y saludaba con la mano”, relata con angustia. En ese entonces Elma no sabía que su hijo se iba a la guerra. “Nadie del Regimiento llamó para decirme que se iban a las islas. Y tendrían que haberlo hecho…. Seguro que ahora Galtieri está pagando en el infierno porque dejó morir a nuestros chicos y enlutó la Argentina”, finaliza con la voz quebrada.

Desaparecido en acción

Los mates siguen de mano en mano mientras cae la tarde. Elma, entrañable y cariñosa, casi susurrando confiesa: “Mi hijo murió en las Malvinas, pero vino a casa esa noche a despedirse”. Y relata que una mañana de mayo del 82′ se fue caminando por el baldío hacia la casa de su madre. Doña Lucía estaba angustiada y la recibió con una frase que sería premonitoria: “Tu hijo no va a volver”. Ella la cortó con dureza: “¡Cállese mamá! No hable de eso que de usted no depende”.

Esa noche se quedó a dormir en la cama que su hijo había usado desde los diez años, allí en la casa de la abuela. “Y sentí que Gabino vino, se acostó a mi lado y me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpito”, murmura. Era la madrugada del 28 de mayo de 1982, la misma fecha en la que su hijo cayó peleando en la batalla de Pradera del Ganso.

“Hoy sé que me visitó para despedirse. Yo sentí el calor de mi hijo que no quería irse sin decirme adiós”, cuenta.


La batalla en Pradera del Ganso. Fue la primera batalla terrestre que libraron ambos contendientes luego de que las fuerzas británicas desembarcadas consolidaran su cabecera de playa en San Carlos

Y un día la guerra terminó. Los soldados volvieron al Continente. Los llevaron en trenes y camiones a sus pueblos. Pero Cambacito no regresó. Desesperada, Elma llegó jadeando al Regimiento: “¿Dónde está mi hijo?”, imploró. “El soldado Gabino Ruiz Díaz está desaparecido”, informaron los oficiales a cargo. Elma se quebró: “¿Desaparecido? ¿Dónde? ¿Va a volver? ¿Alguien lo vio?”. La única respuesta que obtuvo fue el silencio.

Mucho tiempo después de la guerra, tanto que ya no recuerda, le entregaron en la Municipalidad un sobre certificado con el remitente del Regimiento de Mercedes. En el mismo instante en que lo abrió, se desvanecieron todas sus esperanzas: “Esperé hasta el último momento que Gabino un día golpeara la puerta y regresara a casa. Figuraba como ‘desaparecido’ y eso me daba esperanzas. Pero en esa carta me vino la medallita de identificación. Tenía su nombre y su número de documento. Era una chapita de zinc, partida al medio, y estaba manchada de sangre seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería”.

En unas islas lejanas

Durante años nadie volvió a hablar de Cambacito en la casa. Como si el silencio, el no nombrarlo, pudiera tapar el dolor de la ausencia. “Tenía algo atragantado en la garganta, se me hacía un nudo y se me atoraban las palabras”, asegura. En 1997 pudo viajar a Malvinas por primera vez. En el cementerio de Darwin recorrió las 237 cruces blancas, sin derramar una sola lágrima. “Allí sentí que estaba cumpliendo con lo que él me había pedido en sueños: no llorarlo en el lugar que sufrió y murió”.

Se abrazó a la placa que había llevado, y en la que había grabado su nombre, y caminó entre las tumbas. Ninguna cruz tenía el nombre de su hijo. “¿Dónde tengo que poner este recordatorio?”, se preguntó. “Esperaba sentir algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que debía apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hijo me dijera: ‘Estoy acá, mami’. Entonces me arrodillé, dejé la placa y le recé”, recuerda.

Elma no pudo, en ese primer viaje, honrar a su hijo en una tumba con nombre. Durante casi cuatro décadas el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 122 caídos, no estaba identificado. Su cruz rezaba simplemente: “Soldado argentino solo conocido por Dios”


Cementerio de Darwin

En 2017 los restos de Gabino fueron identificados gracias al Plan Proyecto Humanitario, luego de un acuerdo entre la Argentina y el Reino Unido. Con el trabajo de la Cruz Roja Internacional y del Equipo Argentino de Antropología Forense se supo finalmente que Gabino descansa en la parcela A, fila 2, tumba 15. Pero Elma nunca pudo visitarla.

La causa para devolverle el nombre a los caídos en Malvinas fue impulsada desde 2008 por el veterano Julio Aro -con el apoyo de esta periodista, Roger Waters y el coronel inglés Geoffrey Cardozo- luego de volar a las islas para cerrar su propia historia de guerra. Al visitar el cementerio quedó conmovido por las placas sin nombres ¿Dónde estaban sus compañeros? ¿Dónde estaban los que allí habían quedado?

Ese mismo año Aro creó la Fundación No me Olvides en Mar del Plata, y viajó -junto a José Raschia y José Luis Capurro, ex combatientes- a Londres para reunirse con veteranos ingleses de gran experiencia en la post guerra. El destino quiso que se cruzara con el coronel Cardozo, que oficiaba de traductor y en 1982 había sido enviado a las islas con la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles honorífica sepultura en el cementerio. El militar británico les entregó su gran informe sobre las sepulturas de los argentinos en Darwin: “Ustedes van a saber qué hacer con esto”.

Las listas mostraban números, ubicaciones en el cementerio, detalles de dónde fueron las batallas y dónde se habían encontrado los muertos. En una columna aparecía un número: 16404614. Era el documento de Gabino. Aro recuerda: “Averiguamos que su mamá vivía en San Roque y fuimos a visitarla. Si había una posibilidad de hallar a su hijo ella debía saberlo”. Cuando llegaron al paraje correntino, Elma Pelozo no dudó: “Por favor, encuentren a mi hijo”.

La campaña por Elma

El pedido de esa madre fue el puntapié inicial que concluyó en el Plan Proyecto Humanitario. Fue la aguja que comenzó tejer esta historia que terminó con -hasta hoy- 115 soldados identificados.

Los familiares de estos soldados realizaron dos vuelos históricos a las islas, en 2018 y 2019. Los viajes humanitarios fueron organizados en toda su dimensión por Eduardo Eurnekian y Aeropuertos Argentina 2000. Pero Elma no pudo viajar. Por esos años su diabetes se había agravado y tuvieron que amputarle las piernas. Roberto Curilovic -director de desarrollo de nuevos negocios de AA2000, veterano de guerra y fundamental en la organización de estos vuelos- ofreció siempre un lugar para ella, pero los médicos no aconsejaron que hiciera la travesía.

Hoy, los doctores le han dicho que lo más difícil ya pasó, que puede volar. Julio Aro -quien siente a Elma como a una madre, y ella lo llama “hijo”- decidió entonces lanzar una campaña para que finalmente pueda despedir a Gabino frente a la blanca cruz en Malvinas.

 
Elma Pelozo y el veterano Julio Aro, impulsor de la identificación de los caídos y quien hoy encabeza la campaña para que esta madre pueda visitar la tumba de su hijo por primera vez desde que fue identificada

“Necesitamos un avión sanitario por su tema de salud -explica Aro-. El Ejército Argentino nos facilitó un helicóptero que la llevará desde Colonia Pando al aeropuerto de Corrientes. Y de allí organizaremos el vuelo. El embajador inglés Mark Kent nos ayudó con todos los trámites en las islas. La compañía Royal Class de vuelos privados, a través de su dueño Miguel Livi, nos ofreció cobrar solamente el costo operativo del viaje. El veterano Celso Farías, colabora incansablemente... Necesitamos dinero para cubrir esos gastos y todos los costos en las islas. Muchas fundaciones nos están ayudando y todo aporte -sea difundiendo la historia, sea con un peso- es importante. Estamos muy agradecidos y solo queremos que Elma pueda visitar la tumba de su hijo”.

En el patio de la casa de Elma Pelozo hay un árbol florido. La madre lo señala y cuenta: “Cuando Cambacito estaba en las Malvinas yo miraba este árbol y pensaba que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. Entonces, yo elegía una flor cada día y se la dedicaba a Nuestro Padre celestial pensando que quizá así no se llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino, hija, nadie”.

″Saber donde está el cuerpo de Cambacito me trajo paz -dice la madre-. Sueño con poder despedirlo frente a su cruz. Rezarle una oración a Dios para que lo tenga a su lado y me lo cuide en el Cielo. Y dejarle una flor. Será una de tela, como piden en las islas, pero no importa: es una flor que yo sueño ofrendarle desde que la guerra me lo quitó".

Cómo colaborar: A través de la página de la Fundación No Me Olvides, o bien con un depósito a la cuenta del Banco Provincia: Titular: Fundación No Me Olvides / No. de cuenta: 6189-50720/4 /CBU: 0140401601618905072049

domingo, 1 de septiembre de 2019

Emboscada en Top Malo: Espinosa, el héroe sin tumba

Héroe argentino de guerra sin tumba

Historia tristemente conocida, aunque Londres y Buenos Aires la ignoran





(ANSA) - A 37 años de la guerra de las Islas Malvinas, un héroe argentino muerto en combate y que entregó la vida por sus camaradas, sigue sin su tumba de guerra.
Se trata del teniente y comando Ernesto Emilio Espinosa, cuyos restos se encontrarían carbonizados por el enfrentamiento con sus pares ingleses del Cuadro de Guerra para Montaña y el Ártico al mando del capitán Red Boswell, ocurrido el 31 de mayo de 1982, en una zona conocida como Top Malo House, Isla Soledad, que hoy es propiedad privada de una familia. "En principio creíamos que es el único argentino que combatió en el conflicto armado contra el Reino Unido de 1982 que no tiene tumba, pero podría haber otros, en los montes de combate cercanos a Puerto Argentino", reveló a ANSA Marisa Bisceglia, periodista e investigadora nacida en un pequeño pueblo italiano, Pratella, autora del libro "Cartas de amor y coraje", sobre otro héroe de Malvinas, el teniente Roberto Néstor Estévez.

"Que Espinosa no tenga tumba infringe la Convención de Ginebra de 1949 al tanto el Reino Unido como Argentina y que en su artículo 17 dice que 'las partes en conflicto velarán porque se entierre a los muertos honrosamente y que sus tumbas sean respetadas, agrupadas convenientemente atendidas y marcadas de modo que siempre puedan ser encontradas'", enfatizó Bisceglia.
La investigadora recordó que al momento de su muerte, Espinosa tenía 25 años, estaba casado con Graciela y era padre de dos pequeñas niñas.
También contó a ANSA los detalles de sus últimas horas.


El desolador paisaje de las Islas Malvinas donde perdió la vida un héroe argentino aún sin tumba (foto: Foto gentileza Marisa Bisceglia) 

Espinosa integraba la primera sección de la Compañía de Comandos 602, que con un agregado de la 601 tenía la misión de avanzar unos 40 kilómetros por delante de la primera línea argentina para informar sobre movimientos británicos. "Recién llegados a Malvinas y con escasos datos sobre la ubicación del enemigo, el capitán José Vercesi y sus doce hombres -entre ellos Espinosa- partieron de Puerto Argentino el 29 de mayo de 1982 a bordo de dos helicópteros Bell UH-1h, para arribar a la posición que le habían ordenado", detalló la investigadora italiana. Fue un vuelo a ras del suelo y esquivar los radares británicos hasta llegar al Monte Simons. "No lo sabían, pero en medio de la bruma y el frío congelante, a poca distancia estaba el cuartel del general británico Julian Thompson, quien al detectar sus presencias dio la orden de 'aniquilar al enemigo'", prosiguió.
A los tres días y tras pasar datos de la posición británica debían ser recuperados por sus compañeros. Vercesi decidió guarecer a sus hombres en un puesto ovejero, un rústico galpón de madera y chapas de dos plantas. Tras la noche, aún en la oscuridad de la madrugada, escucharon los inconfundibles rotores de helicópteros, podían ser los argentinos que llegaban a rescatarlos o los enemigos británicos para atacarlos.
Espinosa, que custodiaba desde el primer piso con su FAL de mira telescópica alertó la posibilidad de un avance británico, y acertó. Le indicaron que se retirara pero se negó. "Yo me quedo, acá tengo más campo de tiro", dijo según cuentan sus compañeros, entrevistados por Bisceglia.
Los argentinos sólo contaban con fusiles FAL y granadas de mano contra el sofisticado armamento de los británicos, con lanzacohetes portátiles y fusiles lanza granadas.



Cuentan que una granada mató a Espinosa, pero que sus disparos, su espíritu de cuerpo y heroicidad facilitó a sus compañeros, los minutos necesarios para dejar el galpón antes de que se incendiara.
Pese a la desventaja sorprendieron a los británicos porque lucharon con ferocidad durante media hora, y se entregaron, tras una baja de dos muertos y seis heridos. Finalizado el combate, Vercesi pidió ir a buscar a Espinosa, pero el capitán británico Rod Boswell le dijo que no tenía sentido.
En febrero de 2011, el hoy teniente coronel (R) Vercesi y la investigadora Bisceglia presentaron al gobernador de las Islas Malvinas, Nigel Haywood, una nota donde pedían por los restos de Espinosa, y el sargento Mateo Sbert, aunque éste último seria localizado en el cementerio de Darwin, hace pocos meses atrás, pero siempre invocando el Convenio de Ginebra. También hicieron el mismo reclamo ante la Cancillería y el Ministerio de Defensa de Argentina. La respuesta del gobernador británico llegó a través de un e-mail que su secretario, Rhalp Jones, envió a Bisceglia, donde le escribe que "todos los restos humanos (argentinos) fueron retirados y sepultados en el cementerio de Darwin" y que "no hay registro de que éste no fuera el caso" de Espinosa. También dijeron, recordó Bisceglia, que la legislación de las Islas Malvinas "no contiene ninguna disposición que permita designar a la Casa Top Malo como sitio protegido, ni a través de una ley de protección de las islas Falklands ni por aplicación de legislación británica".
Incluso el periodista, sociólogo y antropólogo británico, Nicholas Tozer, hijo de padre inglés y madre argentina, el 16 de marzo de 1999, cuando visitó las ruinas de la casa, realizó un informe detallado del lugar que envió al Foreing Office, pero nunca obtuvo una respuesta.
"Habiendo visitado los restos de Top Malo House, está claro que el rancho de madera y lata y sus contenidos fueron arrasados por el fuego como consecuencia de los disparos contra el edificio. Espinosa yace en Top Malo", asegura Bisceglia.
En octubre de 2018, el periodista argentino Agustín Vázquez, sirvió de contacto entre Bisceglia y el entonces capitán de los comandos ingleses, Red Boswell, quien confirmó todos los datos en una amable aunque fría respuesta epistolar.
El gobierno argentino y el británico no respondieron al reclamo de Bisceglia. El héroe Espinosa sigue sin tumba. (ANSA).

martes, 25 de junio de 2019

Menéndez y su hijo descansan en paz en las islas argentinas

Habla la hija del general Menéndez: "Seguro que mi padre y mi hermano están felices de que sus cenizas estén en Malvinas"

La menor de los hijos de quien fuera gobernador de las islas durante la guerra de 1982 habló con Infobae y reveló cómo las cenizas de su padre y su hermano terminaron esparcidas en el archipiélago. La información, dada a conocer días atrás por este medio, fue tomada por un diario británico que expuso el enojo de los isleños y el malestar en Londres frente a este hecho
Por Adrián Pignatelli || Infobae




El encuentro en Malvinas del general Mario Benjamín Menéndez con su hijo que combatió en el Regimiento de Infantería 5

"No existía un día de su vida en el que no recordase a los 649 muertos en Malvinas", relató desde Corrientes, donde reside, María José Menéndez, la hija menor del que fuera gobernador militar de las islas durante la guerra de en el Atlántico Sur.

Contó que su padre había hecho lo imposible por quedarse acompañando a la tropa, una vez firmada la rendición. Pero que esa fue una de las pocas condiciones que los británicos rechazaron.

En abril de 1982 María José tenía 22 años, estudiaba Publicidad y trabajaba en un banco. "Durante la guerra, nadie nos informaba nada. Vivimos el conflicto con mucha intensidad ya que, además de mi papá, mi hermano estaba peleando en el Regimiento 5 y mi cuñado era oficial en Aviación de Ejército".

Los sobresaltos se transformaron en angustia cuando su madre recibió un telegrama informando que su hijo Mario Benjamín había muerto en combate.

La mujer llamó a su marido, el propio gobernador de las islas, pidiéndole precisiones. "Es un soldado más, no puedo saber más que eso", le respondió.

Tiempo después supo la verdad: el hijo no había muerto en la guerra. Y su madre, antes de desmayarse al verlo regresar a su casa, atinó a decir: "La noticia era que estabas muerto, Benyi…".

En pijamas

La incertidumbre de desconocer lo que había ocurrido, si seguían prisioneros o serían liberados había sido tal que la familia agotó todos los recursos y llegó hasta la Cruz Roja a solicitar datos del paradero de su padre y hermano.

Cuando fueron liberados por los británicos, se enteraron por la esposa de un oficial. María José dijo que "el día que regresó, recuerdo que fui al cuartel de pijamas y tapada con una frazada; sin prestarle atención a los soldados que cuidaban para que no se produjera ningún desborde, levanté una cinta de seguridad y corrí a abrazar a mi papá".


María José Menéndez, la hija menor del último gobernador militar de las islas: de pequeña junto a su padre y hoy en Corrientes, donde vive

El general Menéndez falleció el 18 de septiembre de 2015. Tiempo antes, había muerto su esposa, quien había dejado expresas instrucciones de ser cremada. El general, que al principio no quería saber nada con la cremación, cambió de opinión. "Quiero ser cremado como tu mamá", pidió.

La vida quiso que el 7 de noviembre de 2016 falleciera su hijo, Mario Benjamín, que había peleado en Malvinas como subteniente en el Regimiento de Infantería 5, la unidad que más había sufrido el aislamiento. Murió en Corrientes.

Descansar en las islas

La idea surgió casi naturalmente. ¿Por qué no llevar las cenizas de ambos a Malvinas? Lo que en un primer momento pareció una locura, personas del círculo de confianza del fallecido general, que no eran militares, aportaron lo suyo para que los restos mortales pudieran ser ingresados a Malvinas y descansar en las islas.

El 14 de junio pasado, cuando se cumplía un aniversario del final de la guerra, Infobae publicó el dato exclusivo de este trama que concluyó con las cenizas del militar esparcidas en las islas y que se había mantenido en secreto durante 37 años.



 
Menéndez frente a los soldados en los primeros días de conflicto (Télam)

Los nombres de los que las llevaron se mantienen en estricta reserva así como los pormenores de la operación. Aunque se conocieron algunos detalles, según publicó el Daily Mail: las cenizas del general fueron trasladas en un tupperware por una mujer de quien se reserva el nombre para evitar "reepresalias"; las de su hijo por un hombre por expreso pedido de María José. Ellos se habrían encargado de esparcirlas en tres puntos del archipiélago: la Casa de Gobierno de Malvinas, el cementerio de Darwin y el Monte Longdon, donde se libró una de las batallas más cruentas de la guerra, donde murieron 42 soldados argentinos y 23 británicos.

María José también quiso contribuir a mitigar esa pena que su padre sentía por los soldados muertos en combate con un recuerdo especial. Cuando se cumplieron 35 años del conflicto, donó tres placas con los nombres de los 649 caídos y que fueron colocadas en la plaza de San Andrés de Giles, donde cada 1 de abril por la noche se realiza una multitudinaria vigila de veteranos y muchos que no lo son para recibir el 2 cantando el Himno Nacional.

 
Jeremy Moore y Mario Benjamín Menéndez el 14 de junio de 1982 cuando se firmó la rendición

Cuando los isleños supieron de este hecho manifestaron su malestar, según expuso el medio británico. "Si hubieran dicho que querían hacerlo, podrían haber obtenido permiso, pero el hecho de que se hayan colado de esta manera es muy decepcionante", dijo el ex marine y residente en las islas Mike Rendell. Otros habitantes de las islas se manifestaron en forma similar, con enojo e indignación.

Para la hija del general, la decisión siempre estuvo ligada al sentimiento que el militar tuvo desde que finalizó la guerra: "Si los ingleses se enojan por el tema, allá ellos. Seguro que mi padre y mi hermano están felices de que sus cenizas estén en Malvinas".

lunes, 16 de abril de 2018

Coronel Geoffrey Cardozo, dedicado a buscar y enterrar a los soldados argentinos muertos en combate

Así enterró un oficial británico a los caídos argentinos en Malvinas: "Lo hice con amor y respeto como si fueran mis hijos"

En 1982, el coronel inglés Geoffrey Cardozo fue encomendado con una difícil tarea: recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles digna sepultura en Darwin. Su trabajo fue fundamental en el proceso de identificación de los caídos en el conflicto bélico. El video de la emotiva ceremonia en febrero de 1983 

Por Gaby Cociffi || Infobae
Directora Editorial de Infobae | gcociffi@infobae.com



"Mamá, papá, yo tuve en mis brazos a su hijo antes de darle digna sepultura. Y hoy, 36 años después, los abrazo a ustedes y siento que esto es un milagro".
El coronel británico Geoffrey Cardozo deja escapar una lágrima, cuando envuelve en sus brazos a Dalal y Said Massad, padres de Marcelo Daniel, soldado caído el 11 de junio en la batalla de Monte Longdon y enterrado en Darwin en una tumba sin nombre.
Daniel fue, durante 36 años -al igual que otros 121 combatientes que yacen en el cementerio- un Soldado Argentino solo conocido por Dios. Pero desde hoy 90 combatientes recuperarán el nombre que perdieron el día que dieron su vida por la Patria.  A las 9:50, en el cementerio de Darwin, 210 familiares descubrirán las placas con los nombres de sus seres queridos.
Fue la causa por la identificación -que comenzó en 2008 con la iniciativa y el trabajo del veterano Julio Aro– lo que permitió que las familias hoy puedan dejar una flor o llorar sobre una tumba con nombre.
El proceso fue largo y difícil: implicó una complicada negociación política de seis años, la firma del acuerdo entre Argentina y el Reino Unido en diciembre de 2016, la mediación de la Cruz Roja Internacional, el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense y el viaje a las islas de 12 profesionales de distintas nacionalidades que exhumaron los cuerpos en Darwin para conocer la identidad de los soldados.
En 1982 fue el entonces joven capitán Cardozo, de 32 años, quien se desempeñaba en el área logística del Ministerio de Defensa en Londres, quien recibió la orden que le cambiaría la vida para siempre: debía recoger los cuerpos de los soldados argentinos en los campos de batalla para darles digna sepultura.
Pero había llegado a las islas, solo un día después de finalizada la guerra, con otra misión: ayudar a los oficiales con la tropa en el período post guerra que siempre es muy duro para los combatientes. "La adrenalina está muy alta, tienen mucho stress, hay agresión y mucho alcohol. Mi función era mantener la disciplina, darles comida y confort, que es importantísimo para los sobrevivientes", relata Cardozo hoy.


El capitán Geoffrey Cardozo en las islas (foto álbum personal)

No solo había que cuidar a los soldados, sino "limpiar" las islas de los vestigios de la lucha armada.
Fue así que los ingenieros militares que buscaban minas en los campos, durante ese helado mes de junio de 1982, empezaron a encontrar cuerpos de soldados argentinos en donde se habían librado las batallas más cruentas de la guerra.
Había algunos cuerpos marcados con una cruz, otros estaban enterrados bajo un montículo de piedras y algunos pocos solo cubiertos -quizás en la urgencia de la batalla- por una manta.


El coronel Cardozo durante su trabajo en las islas en 1982 (Foto: Geoffrey Cardozo)

"Cuando los ingenieros hallaban las fosas me mandaban llamar. Yo llevaba una trompeta, hacíamos una pequeña ceremonia, rezábamos una plegaria y marcábamos el lugar donde habían sido enterrados".
Al comienzo de diciembre, cuando la nieve ya cubría la turba de las islas, el gobierno de la primera ministra británica Margaret Thatcher le ofreció al presidente de facto de la Argentina, Leopoldo Fortunato Galtieri, "repatriar los cuerpos". La respuesta fue tajante: "Ellos están en nuestra Patria, allí van a quedarse". Hubo, más tarde, un pedido de ayuda para identificar a los caídos. Pero esa vez nadie respondió: la desmalvinización había comenzado.


Encontró los cuerpos enterrados en los campos de batalla: algunos marcados con una cruz, otros con un montículo de piedras, otros cubiertos por una manta (Foto: Geoffrey Cardozo)

El Reino Unido, entonces, le encomendó a Cardozo recuperar los cuerpos y construir un cementerio de guerra. "Pero ese no era el trabajo para un soldado", reflexiona Cardozo. Entonces, voló a Londres para buscar ayuda. Visitó tres casas funerarias en busca de hombres mayores de 30 años, por un tema de madurez emocional, y solo hasta 40, por la resistencia física que había que tener para esta dura tarea.
La empresa elegida subcontrató a dos directores de funeral: Pauls Mills -quien había sido el encargado de trasladar los cuerpos de los británicos desde las islas- y William Lodge. Cardozo volvió a las islas comandando un pequeño batallón de 12 hombres que tenían que cumplir la orden más dolorosa: inhumar los restos de los soldados argentinos.


La tumba de un soldado argentino poco después de la guerra: así los encontró Cardozo (foto: Geoffrey Cardozo)

"Empezamos la tarea en los primeros días de enero de 1983, y el 19 de febrero les dimos sepultura. Cuando me dieron ese trabajo supe que iba a ser doloroso porque no iba a poder identificarlos a todos", rememora el oficial británico.
"Al ver los primeros cuerpos quedé en shock. No podía creer que no tuvieran la chapa identificatoria. Encontré que algunos jóvenes habían pegado un papelito y escrito en tinta sus nombres sobre las chapas vacías, pero estaban borroneados por la lluvia y el clima".


El sitio marcado con una cruz improvisada por los mismos combatientes argentinos (Foto: Geoffrey Cardozo)

"No había registros médicos precedentes, ni placas dentales, ni nada que me permitiera identificarlos. Revisé cada cuerpo con mucho cuidado, los bolsillos, las chaquetas, todo. Encontré cartas 'a un soldado argentino', rosarios, estampitas, golosinas, fósforos, cuchillos del Ejército Argentino, pero nada que me permitiera identificarlos".


Las anotaciones de Cardozo en 1982 (Foto: Geoffrey Cardozo)

Cardozo anotó cada detalle en una libreta y elaboró un extenso informe, con datos que fueron fundamentales, 35 años después, para el proceso de identificación.
"Envolví cada cuerpo en una sábana, como a Cristo", explica con emoción. Luego, los metió en una bolsa de plástico negra, y esta en una blanca de PVC, donde anotó con tinta indeleble todos los detalles. Cada soldado fue depositado en un ataúd de madera. "Y sobre el ataúd, volví a anotar todos los datos. Me dije: 'tengo que hacer todo para preservarlos'", recuerda.


Tumba de un soldado argentino en un campo de batalla (Foto: Geoffrey Cardozo)

El cementerio de Darwin se hizo bajo la supervisión de la Commonwealth War Graves Commission. Pero elegir el lugar donde emplazarlo no fue fácil.
"Los isleños no querían tener a los muertos cerca porque los sentimientos aún estaban en carne viva", cuenta el oficial. Fue un granjero de Darwin, Brooke Hardcastle, quien sintió piedad por nuestros caídos y ofreció un pedazo de su tierra para que se les pueda dar sepultura. "Tuvo un gran gesto humanitario", agrega el coronel.


El entierro de los soldados argentinos en Darwin en 1983

"Cuando los enterramos hicimos una ceremonia en el cementerio con tres sacerdotes, con nuestros soldados y nuestro comandante. Fue con todos los honores, con toque de silencio y con oraciones. Exactamente la misma ceremonia que tuvimos para nuestros hombres. Como si los soldados argentinos fueran ingleses. Todos estos jóvenes habían combatido con valor y habían sido luchadores formidables".


Las cruces del cementerio de Darwin en 1983 (Foto: álbum personal Geoffrey Cardozo)

Muchos años después, en 2008, el destino hizo que el oficial conociera al veterano Julio Aro, quien había viajado a Londres pensando en formar una fundación (que luego llamó No me Olvides) para ayudar a los soldados con stress post traumático.
Cardozo, que habla perfecto español, fue el traductor. Y en una charla íntima con el ex combatiente argentino conoció el dolor que Julio llevaba clavado en su alma: había vuelto a las islas para cerrar su historia de la guerra y en el cementerio no había encontrado a sus compañeros, a quienes él había enterrado luego de la batalla.
El inglés no durmió esa noche. Aquellos muchachos sepultados en Darwin como Soldado Argentino solo conocido por Dios volvieron a su memoria. "Quizás ellos son algunos de mis 122 chicos sin nombre", se dijo.


Julio Aro frente a la gran cruz en el cementerio de Darwin (Foto: álbum persona Julio Aro)

El día que Aro volvía a la Argentina, le entregó un sobre de papel madera: "Vos vas a saber qué hacer con esto". Era el minucioso informe que había elaborado en 1983.
"Yo entendí su dolor. El informe era reservado pero no secreto. Nadie lo había visto antes, pero yo pensé que él sabría cómo utilizarlo para ayudar a las familias", dice.
Aro buscó ayuda para llevar adelante un proyecto humanitario que no fue fácil. Me contactó una noche y me pidió que ayudara a las madres a  encontrar sus hijos. Yo había cubierto la guerra siendo muy joven y conocía el dolor de las familias. Me sumé a su trabajo, pero muchas puertas oficiales se cerraron. Entonces, pedí ayuda a Roger Waters, quien fue el que le dio voz a una causa silenciada, y trabajamos con el EAAF (Luis Fondebrider y Carlos "Maco" Somigliana), la Cruz Roja Internacional, y la Embajada Británica.


Cardozo en las islas: “Hoy me siento aliviado y feliz porque muchos jóvenes fueron identificados. Pero el trabajo no ha terminado”

"Tiempo después supe que Julio y vos -me dice el oficial británico- habían visitado más de 100 familiares y que la identificación se había convertido en una causa humanitaria a nivel internacional", recuerda.
Por eso cuando recibió el llamado de la Cruz Roja Internacional, para que se sumara como asesor externo no dudó: "Dije que sí, y organicé un viaje al Chaco para visitar algunas familias y contarles cómo había cuidado a sus hijos. Necesitaba hacerlo. Había sentido por años ese dolor en la boca del estómago porque estas madres y padres no sabían que yo había sepultado a sus chicos con dignidad".
Cardozo volvió a las islas 35 años después de la guerra para acompañar a los forenses del Proyecto Humanitario en las primeras exhumaciones en junio de 2017.
Luis Fondebrider, presidente del EAAF, asegura: "El informe de Cardozo fue fundamental. Hizo un trabajo excelente, serio, muy profesional. Cuidó y trató cada cuerpo con dignidad. Los puso en tres bolsas de plástico y Pvc que hicieron que los cadáveres se conservaran muy bien. Todo su trabajo facilitó la exhumación e identificación".


Los forenses durante el proceso identificación que comenzó en junio de 2017

A principios de diciembre de 2017 el gobierno nacional comenzó a informar a la familia sobre la identificación de sus seres queridos, y en muchos casos se entregaron objetos personales hallados en los cuerpos.
El coronel se quiebra cuando habla de esas fotos, carnets, estampas religiosas, cruces, anillos y cartas que se encontraron en las exhumaciones: "Supe que se hallaron algunas pertenencias y me pregunté por qué yo no había podido verlas. Me sentí mal, pensé que mi trabajo estaba mal hecho".


Alguno de los objetos hallados en el cuerpo del soldado Eduardo Araujo (Gustavo Gavotti)

Con angustia busca una explicación y un consuelo. "Cuando el año pasado estuve en Darwin con los forenses, vi que ellos hicieron un trabajo muy profesional, de excelencia y que en la morgue había una máquina de Rayos X que les permitía ver todo. Tenían una luz clara, limpia… En cambio yo lo hice con linternas, praderas y montes desolados. Extendíamos una sábana para depositar los cuerpos sobre una superficie limpia y los revisábamos. Debíamos tener mucho cuidado al buscar cosas de metal entre sus ropas, porque los soldados llevaban granadas y el seguro podría haberse soltado. Luego, envolvía sus cuerpos en las sábanas y me aseguraba de que no quedara ningún elemento que pudiera hacerlos explotar".


La oración por los caídos argentinos

"Me dolió mucho cuando no los pude identificar. Enterré a los soldados argentinos con amor y respeto como si fueran mis propios hijos".
Más allá de este dolor, el trabajo de Cardozo fue fundamental en el proceso identificatorio. Y fue reconocido tanto en el Reino Unido como en la Argentina.
El 9 de marzo en Londres, el coronel -junto con Aro, Waters y  la periodista de Infobae- fue distinguido con Una Rosa por la Paz –una fundición realizada por el orfebre Juan Carlos Pallarols con vainas de la guerra- por su labor humanitaria.
La semana pasada en Buenos Aires -donde viajó como invitado especial para acompañar a las familias a las islas y honrar a los caídos el lunes 26 de marzo- recibió el reconocimiento de  la Secretaría de Derechos Humanos, a cargo de Claudio Avruj: "Estamos acá para homenajear a un amigo de Argentina, que posibilitó que los héroes que dieron la vida por nuestra patria en 1982 pudieran descansar en paz. Hoy, gracias al trabajo que hicimos en conjunto, estamos en el camino de conocer la verdad". También en la Cámara de Diputados, la Comisión de Relaciones Exteriores, distinguió la labor del oficial británico.
"La idea de que 90 familias sepan dónde están sus hijos me hace muy feliz. Pero hay otros que aún no han sido identificados y tenemos que continuar con nuestro trabajo para ver quiénes son estos soldados", dice Cardozo.
¿Qué siente después de 36 años al ver que muchos de aquellos muchachos que sepultó hoy recuperaron sus nombres? El coronel, que se define como un soldado, no duda: "Siento un alivio enorme. Una gran satisfacción. Esta es la historia más importante de mi vida".