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lunes, 12 de agosto de 2019

Capitán del SS Canberra recuerda emocionado a los prisioneros argentinos

El mensaje del capitán inglés del Canberra a los veteranos argentinos: "Guardaré su recuerdo en mi corazón"

Martin Reed, capitán civil del buque inglés que transportó a los soldados argentinos tras la rendición, envió unas palabras para conmemorar el día en que los héroes de Malvinas volvieron al continente. El trasfondo del mensaje a través de su interlocutor, un veterano de guerra bilingüe
Por Milton Del Moral || Infobae






Una copia del mail que envió el capitán civil Martin Reed a Milton Rhys, un soldado argentino con el que charló a bordo del Canberra


Leslie Rhys era profesor de inglés. Durante seis años cursó en Michigan, Estados Unidos, un master en educación bilingüe. Era descendiente de colonos galeses e ingleses que se asentaron en la Patagonia, una región dotada por tribus nómades que no sabía, a mediados del siglo XIX, de población blanca o europea. A Leslie le gustaban los versos de John Milton, un poeta inglés. Milton se llama su hijo: un radio operador que combatió contra su linaje en la Guerra de Malvinas.

Tenía 20 años cuando acudió a las islas. Se presentó solo: hizo el servicio militar en el distrito militar de Chubut. Se entrenó como radio operador y terminó trabajando en la casa de gobierno de Puerto Argentino con el general Mario Benjamín Menéndez.

Sabía inglés: hacía traducciones y desempeñaba funciones como intérprete bilingüe de la radio. Eran varios traductores, pero el único proveniente de la colimba era él. A su formación intelectual, le imprimió arrojo, valentía. Su desfachatez y su educación lo posicionó en lugares de privilegio.

Cuando finalizó la guerra, se acercó a Martin Reed, capitán civil del Canberra, el buque que el 19 de junio de 1982 llevó a más de 4.100 soldados al muelle de Puerto Madryn.




 
Milton Rhys a la izquierda. Hugo Franco, con el fusil, era el chofer del general Menéndez. Néstor Roché, el que sacó la foto, era ayudante de cocina y maestro panadero. Eran los únicos soldados colimbas asignados a la casa de gobierno. “Los tres de la foto” es el nombre de un texto que escribió la esposa de Milton Rhys

El regreso de los soldados argentinos al continente significó un suceso casi existencial. Fue recordado como"el día en que Madryn se quedó sin pan" -un maravilloso texto de Federico Lorenz lo rememora- por la devoción de la comunidad por saciar el hambre de sus héroes derrotados.

Milton recordó la travesía que precedió esa bienvenida: "A medida que subíamos al Canberra, nos iban revisando y palpando, yo y todos los que sabíamos inglés íbamos ayudando a los compañeros de la fila a traducir lo que los soldados ingleses necesitaban que hiciéramos: abrir las camperas, los bolsos, no podíamos tener cuchillos. Me tocó ir al salón principal en el que había un piano atado con una cadena".

"El Canberra era un crucero de pasajeros y para el momento bastante de lujo. Yo no era el único que sabía inglés, pero en el salón sí era el único que se animaba a traducir y a participar de las charlas. Fui al frente. Estábamos muy complicados para ir al baño. Éramos como 400 que estábamos ahí tirados, espalda contra espalda. Había que organizarse para ir al baño, para que nos den la comida. Empecé a hacer traducciones y a conversar con los ingleses. Algunos de los custodios me preguntaron cómo sabía hablar inglés y les dije que venía de una colonia galesa en la Patagonia. Eso llegó a oídos del capitán civil Martin Reed".


 
Martin Reed, en primer plano, junto a su esposa Denise. Fue el capitán civil del Canberra, el buque inglés en el que volvieron al continente 4.100 soldados argentinos

"En un determinado momento me mandó a llamar, medio a escondidas. Me dijo que nos estábamos acercando a la zona de la costa y me pidió que me fijara si alcanzaba a reconocer a dónde íbamos porque a él no le habían dado esa información. Miré y vi que era una costa de acantilados bastante alta. 'Río Gallegos no me parece, Bahía Blanca seguro que no es. Lo más probable es que estemos en la Patagonia', le dije. Y justo ahí vi la zona del Golfo. Le comenté entonces que estábamos entrando a la boca sur del Golfo, en la zona de Península Valdés, 'así que seguramente estamos yendo a Puerto Madryn'", relató Rhys.

El soldado argentino olvidó esa charla con el capitán británico. La posguerra le impuso otras prioridades. Pero Martin Reed lo recordó siempre: "Años después me llegó el artículo de un diario de Inglaterra donde él me mencionaba como una de las personas con las que había interactuado. Y hace poco tiempo me llegó su contacto directo gracias al doctor Eduardo Gerding, quien fue médico cirujano argentino, veterano de guerra y fundador de la fundación Nottingham-Malvinas. A través de él me llegaron sus saludos y sé que se acuerda de mí. Cada tanto nos comunicamos…" .

A raíz de un nuevo 19 de junio y del reencuentro entre veteranos de Malvinas con la comunidad de Puerto Madryn, el capitán civil del Canberra, Martin Reed, el responsable de transportar a los soldados argentinos de vuelta a sus casas, envió su mensaje de gratitud a través del viejo amigo argentino con el que intercambió palabras en inglés un sábado de 1982.

Querido Milton:

Me honra enviarles un cálido abrazo a todos los veteranos de guerra argentinos y a sus familias en este día.

El doctor Mayner, nuestro cirujano de abordo en 1982, quien asistió a muchos heridos de ambos bandos, se une en expresar nuestra profunda satisfacción por que hayan retornado a casa a salvo después del conflicto.

Nunca me olvidaré de los cálidos deseos de tantos de ustedes cuando desembarcaron del Canberra el 19 de julio de 1982 y guardaré su recuerdo en mi corazón.

Les deseo lo mejor para su reunión en Puerto Madryn.

Capitán Martin Reed RD

sábado, 27 de julio de 2019

ARA Gral Belgrano: Los últimos minutos a bordo

La historia de los dos últimos hombres en abandonar el General Belgrano cuando se hundía

Jorge Fernández Díaz




Jorge Fernández Díaz dio inicio a Pensándolo bien leyendo un artículo de la periodista Gabriela Cociffi que narra la increíble historia del capitán Héctor Bonzo y el suboficial Ramón Barrionuevo, los dos últimos hombres en abandonar el General Belgrano mientras se hundía en el mar helado al sur de las Malvinas.

Las dos figuras parecen fantasmas en el barco que se hunde. El gigante está herido de muerte. Su tumba será el océano. Ellos lo saben, pero siguen allí, aferrados a la baranda que ya roza el agua, sacudidos por la tormenta. Son los últimos hombres que quedan a bordo.



-¿Dejo o no dejo el buque?, duda el comandante Héctor Bonzo con el casco hundido nueve metros en el mar.


Piensa que está solo en el ARA General Belgrano. La nave ya fue evacuada. Y frente al inexorable final, por un instante duda.

Una voz lo sorprende en medio de la penumbra. No alcanza a reconocer al hombre que debajo de una capucha le grita:

-¡Si no salta, yo tampoco salto! ¡Me quedo con usted, comandante!

El capitán piensa que es una visión, que está enloqueciendo. “Es el estrés, es la presión, no puede haber quedado un hombre a bordo”, se dice.

-¿¡Cómo no se arrojó todavía a las balsas!? ¿¡Qué hace usted aquí si ya no queda nadie!?, increpa Bonzo a la figura irreconocible, tapada de pies a cabeza con un impermeable y un pasamontañas gris, que se niega a abandonar el crucero.

-¡Tírese al agua que es su deber!, eleva su voz el oficial frente a un mar que ruge.

-No, señor, si usted no se tira, yo tampoco. ¡Me quedo con usted, comandante!, recibe la firme respuesta.

Es el domingo 2 de mayo de 1982. Son las 16.35 de una tarde negra y helada en el mar austral. Treinta y cuatro minutos antes, en las profundidades del océano, el operador del submarino británico HMS Conqueror había recibido las tres palabras que sellarían el destino del crucero.

-Disparen a hundir.

La voz del capitán Richard Hask, de la Task Force, recorre en segundos los 12.489 kilómetros que separan el Reino Unido de las Islas Malvinas. El comandante es quien transmite la implacable orden de Margaret Thatcher, la primera ministro británica.

A las 16.01 el primer torpedo MK8 atraviesa el barco, que navega a 30 millas de la zona de exclusión. La explosión sacude a la mole de 13.500 toneladas como si fuese de papel. Los 1093 tripulantes sienten que el buque se eleva por el aire. El torpedo perfora las cuatro cubiertas en forma vertical.

El agua penetra todos los compartimentos. El Belgrano se convierte en un infierno. Treinta segundos después, el segundo torpedo se incrusta en la proa que se desprende como cortada por un cuchillo. Quince metros de la mole de acero desaparecen en el mar.

El ARA se inclina a babor, el fuego surge de sus entrañas. Hay gritos. Hombres quemados. La piel que se desprende de la carne. El horror. Y después el silencio de la muerte.

Desde el puente, y con un megáfono, el capitán Bonzo -23 minutos después del primer impacto- da la trágica orden: “¡Abandonen el barco!”. Setecientos setenta hombres alcanzan las balsas. Trescientos veintitrés encuentran su destino final en el océano.

Bonzo, de pie en el casco, sabe que la gran escora del barco puede provocar una vuelta campana. Y entonces el mar se lo tragará.

La voz vuelve a sacudirlo:

-¡No hay tiempo, mi comandante! ¡Debe abandonar la nave!, ese hombre está decidido a impedir que el capitán cumpla con la ley marinera de hundirse con su barco.

“Ahí, de cara al mar, para mí era más difícil vivir que morir”, confesaría años más tarde el comandante Bonzo.

“Lo vi al capitán con esa actitud de irse a pique con el crucero, y no lo iba a permitir”, explicó a Infobae con humildad desde su Catamarca natal, a 37 años de la tragedia, el suboficial Ramón Barrionuevo, como si no tuviera conciencia de su acto de heroísmo.

“Yo soy una de las dos figuras que se ven en la foto, ahí en la cubierta. En ese momento le estaba inflando el chaleco salvavidas al capitán”, aclaró.

-¿Y si Bonzo no saltaba, usted estaba dispuesto a hundirse con el barco?

-No lo sé. Íbamos a tener una larga discusión. Yo no iba a dejar a mi comandante solo en el Belgrano. Porque lo que allí estábamos viviendo era el peor de los infiernos.

El capitán de navío Héctor Elías Bonzo -nacido en general Rodríguez el 11 de agosto de 1932- fue último comandante del ARA General Belgrano, había navegado 200.000 millas marinas en su vida en la Armada y hasta el día que murió -a los 76 años en 2009- recordó a cada uno de los hombres que tuvo bajo su mando durante la guerra de Malvinas. Conmovido repetía: “El crucero y sus tripulantes siguen navegando en la memoria de todos nosotros”.

Ramón Barrionuevo -nacido en Piedra Blanca el 17 de febrero de 1947, hijo de Gerardo, albañil, y Antonia Sánchez, costurera- era suboficial en el crucero y amaba la vida en el mar. Aquella trágica tarde del 2 de mayo de 1982 marcó su vida y dejó una cicatriz.

Rememoró con emoción el instante en que vio cómo el océano se tragaba al gigante de 185,5 metros de eslora. Nombró uno por uno a sus compañeros muertos. Recordó al capitán Bonzo con afecto. Y pidió disculpas cuando las lágrimas surgieron incontrolables.

La imagen de esos últimos hombres en la cubierta del buque dio la vuelta al mundo. Lo que allí vivieron, esos instantes entre la vida y la muerte, quedaron grabados para siempre en su memoria. Ambos -Bonzo hace años, Barrionuevo tiempo después- desgranaron esos dramáticos recuerdos.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Capitanes víctima del bullying de la aviación argentina

Capitanes de barcos hundidos por la aviación argentina





No es una foto más, son los 3 capitanes de 3 buques de guerra de la Royal Navy hundidos por aviones argentinos
De Izquierda a Derecha David Hart-Dyke, Capitán del HMS Coventry, Capitán Alan West del HMS Ardent y el Capitán Nick Tobin del HMS Antelope; sus Buques forman parte del fondo del Mar Argentino, llegaron para dar un paseo y regresan en el Queen Elizabeth 2 también de paseo.


Gracias a Sapucay de Malvinas