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domingo, 5 de noviembre de 2023

RI 25: La bandera y los sables enterrados del regimiento

Un secreto que tiene 40 años: el misterio de la bandera y los sables que Seineldín mandó a enterrar en Malvinas

Por muchos años fue un mito. Sin embargo, Infobae habló con algunos de los protagonistas clave que permitieron develar detalles inéditos de cómo la fría turba malvinense atesora, en un lugar cuya localización se guarda bajo siete llaves, los símbolos del Regimiento de Infantería 25

Infobae

Algunos de los testigos recuerdan perfectamente el lugar, aunque no se ponen de acuerdo en la fecha en el que, en una suerte de hermético conciliábulo, ocultaron lo que para ellos era el tesoro más preciado. Fue el 15 o quizá el 16 de junio. En medio de la desazón de la rendición, el coronel Seineldín ordenó a un capitán de logística juntar los sables de los oficiales de su unidad y los hizo llevar al aeropuerto. Luego de realizar una formación en la que se arrió la bandera del Regimiento, a otro oficial le cupo la tarea de recortarle el sol.

La bandera, una de las protagonistas de esta historia. Acá en una formación en las islas.

Ochenta días antes el propio Seineldín, jefe del regimiento 25 sorprendía a sus oficiales con una increíble noticia: debían prepararse contrarreloj para ir a la guerra contra los ingleses en Malvinas.

Fue ese viernes 26 de marzo de 1982 que se armó la Compañía C. Su jefe sería el Teniente Primero Carlos Esteban. Tendría tres jefes de sección: el teniente Roberto Estevez, y los subtenientes Roberto Reyes y Juan José Gómez Centurión.

El jefe de la unidad les ordenó que llevasen su sable, porque irían a la batalla. La primera reacción fue de fastidio, porque sabían que no lo usarían. En el frenesí y el entusiasmo que había, algunos admitieron que “en aquel momento nos invadió un halo de mando”, y otros fueron más prácticos. “Llevar el sable a Malvinas era un chino absoluto. Cuando llegamos todos los pusimos en un lugar y no reparamos en ellos hasta el 14 de junio”.

Mohamed Seineld{in, el jefe del regimiento 25. Ordenó a sus oficiales llevar a Malvinas sus sables, símbolo de mando.

Pero el que dio la orden decía que el 25 era ‘regimiento de infantería especial’. Y sabía que cada hombre se sentía distinto. Y se preocupaba por su entrenamiento y por su formación”. Seineldín deseaba mantener la simbología de los oficiales japoneses que fueron a combatir a la Segunda Guerra Mundial, acompañados de sus espadas samuráis.

La simbología del sable es explicada en el sitio web del Colegio Militar. El puño simboliza la verdad y lleva acuñado en su pomo el escudo nacional. El guarda manos ofrece la misma curvatura de origen morisco, escogida por el general San Martín y que representa el equilibrio, la justicia y la paz. La efigie de Cuzco revela hasta dónde había llegado el ejército libertador. En el nacimiento de la hoja esta Marte, el dios de la guerra y en el reverso la libertad. La hoja lleva grabada la frase “sean eternos los laureles” y la dragona posee una cinta con lazo corredizo, para ceñirla a la muñeca al desenvainar, cinta que si se la despliega cabe la cabeza de un hombre.

¿Cuál es el mensaje de todos estos elementos? “Siempre que desenvaines tu sable, empuñando la Verdad y teniendo al Escudo Nacional como divisa, en defensa de nuestra Libertad, aunque te empeñes en la Guerra, las más caras y gloriosas tradiciones nacionales te protegerán la mano. Tuya será la victoria y eternos serán los laureles pero piensa que atado a tu muñeca llevas un juramento prendido que te recuerda: ¡Más vale morir ahorcado, que traicionar a la Patria!”

Formación del regimiento con las islas de marco. Era plena guerra.

“Nos sometió a un entrenamiento fenomenal. Sabía que en las islas íbamos a estar solos y que nos veríamos obligados a tomar nuestras propias decisiones. Él nos preparó para eso. Seineldín fue un soldado que formó soldados”, describen. “Poseía un sentido espiritual muy profundo, que daba fuerza en el combate. Transmitía grandes valores en pequeños gestos”.

No se quedó con el sable sino que el regimiento fue el único que llevó a un trompeta. Era el cabo primero músico, de 19 años, René Omar Tabares. Seineldín decía que “cuando desembarquen acá en la playa y ya no demos más -le dijo a un joven subteniente- usted va a llevar la bandera del regimiento, y mientras el cabo primero Tabares toque ‘A la carga’ con la trompeta, yo iré con el sable y la pistola”.

El 25 jugaría un papel importante en la Operación Azul, rebautizada en alta mar como Rosario. Luego de la recuperación, la infantería de marina se replegaría y el Regimiento 25 permanecería como único guardián de las islas, con Seineldín como jefe.

Como es sabido, el grueso del 25 fue destinado a Puerto Argentino. Y aunque nunca hubo combates en la capital de las islas, éste era un punto probable que los ingleses podrían elegir para desembarcar.

Detalle de la empuñadura de un sable, similar a los que llevaron a Malvinas.

El joven Tabares tenía a su cargo izar y arriar la bandera del regimiento en el mástil que estaba cercano a la casa del gobernador. Intervenía con su instrumento en la rutina típica de la vida cuartelera. También era convocado para participar en ceremonias más dolidas, como eran los entierros de soldados argentinos.

“Todos los días hacía tocar diana y cuando los infantes estaban a merced de un ataque aéreo inglés, Seineldín le hacía tocar ‘A la carga’. Y con la estridencia de la trompeta venían los gritos, los fuegos reunidos y convertía un hecho intimidante, en uno que te generaba estímulo de pelea. Y ese era el Turco. Esa era su naturaleza de mando”, recordó uno de los oficiales.

Paradojas del destino: Seineldín, preparado para la pelea, no disparó un solo tiro. Con el grueso del Regimiento 25 tenía a su cargo la defensa del aeropuerto de Puerto Argentino donde los ingleses se empeñaron en bombardear su pista, pero no elegirían ese punto para desembarcar. Uno de los oficiales que combatió a los ingleses en Darwin dijo que “eso lo vivió con una entereza enorme. Estuvo en el pozo hasta el último día. Se comió todas las bombas durante toda la guerra. Fue muy frustrante. Y nuestras secciones entraron en combate en forma muy desproporcionada en lugares muy aislados unos de otros. Pero eso es la guerra”.

Una parte del regimiento permaneció en el aeropuerto; las distintas secciones de la compañía C se batieron valerosamente en San Carlos y en Darwin.

Cuando pisaron suelo malvinense, los soldados conscriptos clase 63 del 25 no habían jurado aún la bandera. Debían hacerlo. Se organizaron dos ceremonias. Una en Puerto Argentino el 24 de abril, y otra en Darwin el 25 de mayo. En el helicóptero Bell UH-1H AE 409 de Aviación de Ejército el jefe del 25 con su cuerpo de oficiales, sus sables y la bandera del regimiento volaron hacia ese punto. Y con ellos, por supuesto, el trompeta Tabares.

El Regimiento 25 tuvo una destacada actuación en la guerra. No solo fue la única unidad de Ejército que participó del desembarco, sino que luchó contra los ingleses en San Carlos cuando éstos establecieron la cabeza de playa y además efectuaron el contraataque a Darwin.

Tuvieron 12 bajas: siete soldados, cuatro suboficiales y un oficial. Y 35 de sus integrantes recibieron medallas. La Cruz La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate, que es la más alta condecoración, integrantes de Ejército recibieron siete y dos de ellas fueron para el Teniente Roberto Estévez (post mortem) y para el subteniente Gómez Centurión.

Cuando todo había concluido, a la bandera se le recortó el sol y se quitó la moharra del mástil. El paño acompaña a los sables que fueron enterrados.

Cuando esa unidad era la Agrupación Motorizada Patagonia, en 1947 el entonces presidente Juan D. Perón obsequió a la unidad una bandera. En esas horas que siguieron a la rendición, se la arrió y se le separó el escudo nacional y la moharra, que es la punta metálica que coronaba el asta.

Cuando tuvieron todos los sables, fueron cubiertos con el paño de esa bandera sin sol. Luego los envolvieron en un plástico al que ajustaron con cinta de embalar. Seguidamente, con una manta se arrolló ese paquete y repitieron el procedimiento de la cinta. Una vez realizada esta tarea, lo ajustaron dentro del recipiente usado para transportar munición de 105 milímetros. El recipiente se selló con cinta y posteriormente se envolvió en plástico, que volvió a ser asegurado de la misma manera. Todo fue introducido en un cajón de munición y vuelto a cubrir con plástico asegurado con más cinta.

Escogieron un lugar de las islas que los testigos a lo largo de los años lo visitaron y que aseguran que está tal cual lo dejaron en junio de 1982. Su localización exacta aún se mantiene en el máximo secreto. Cuando el primer oficial de Ejército pudo viajar a las islas, Seineldín le encomendó revisar el lugar. Todo estaba como entonces.

Allí Seineldín, junto a algunos de sus oficiales, enterraron ese paquete en una suerte de ceremonia muy reservada. Alrededor del pozo que habían cavado, les hizo juramentar que sus hijos o bien sus nietos serían los encargados de regresar a las islas a desenterrarlos para volver a recuperarlas. “Tienen la obligación de hacerlo…”, insistó.

Y taparon el pozo.

No todos los sables fueron enterrados en esa misteriosa ceremonia. Hubo otros casos en que esas armas fueron voladas junto con las posiciones que ocupaban las fuerzas argentinas. Asimismo, se inutilizó todo el armamento posible, haciendo detonar granadas en las bocas de los cañones y tirando partes de armas al mar.

Años después, cuando el hermano de un oficial veterano del 25 visitó Malvinas, se propuso recuperar el sable que había enterrado en su posición, cercano al aeropuerto. En compañía de un kelper munido de una pala, fue guiado vía celular desde Buenos Aires. La clave estaba en partir del lugar exacto donde al inicio de la guerra habían emplazado una virgen, en una de los tantos puntos defensivos. Estaba “a siete pasos al oblicuo izquierdo y a un metro de profundidad”, aún recuerda. Pero no tuvieron suerte.

Otro oficial relató que “no íbamos a permitir que los sables los entreguen o los tiren; yo enterré el mío junto con mi pistola y otros efectos personales, soñando que algún día nos podía ser útil porque las íbamos a volver a buscar”.

Lo que quedó de la bandera de guerra es exhibido en el regimiento, en Chubut.

Menos suerte tuvieron aquellos sables que terminaron en vitrinas de museos militares en Gran Bretaña o en poder de ingleses, como trofeos de guerra.

El que quiera apreciar el sol que había sido recortado de la bandera de guerra del regimiento, puede contemplarlo en un cuadro en el museo del Regimiento 25 en Colonia Sarmiento, provincia de Chubut. El resto de la bandera aún está de guardia en las islas, bajo la turba junto a los sables, añorando el “a la carga” del trompeta Tabares.





domingo, 15 de octubre de 2023

La vida del conscripto Jorge Palacios

El soldado de Malvinas que le rogó a Dios que no lo dejara morir “despacito” tras ser sepultado vivo por una bomba

Fue conscripto del Regimiento 25. Quedó atrapado bajo la turba en su pozo de zorro durante dos horas junto a un compañero. El milagroso rescate y su encuentro con el Papa. Hoy acompaña a los veteranos que no pasan por un buen momento y lucha para que la sociedad comprenda la pesada mochila que llevan los excombatientes

Infobae

Los que lo vieron jugar, decían que era un 10 habilidoso y talentoso, que prometía, un derecho que le pegaba con las dos piernas. Cuando imaginaba su futuro se veía en la primera del Jorge Newbery, el club donde se lucía y de ahí tal vez pasar a uno de Buenos Aires. Jorge Eduardo Palacios, que había nacido el 17 de octubre de 1963, vivía con su familia en el Ceferino, un barrio de casas bajas con un monoblock en su centro, en Comodoro Rivadavia. Su papá Juan Paulino trabajaba en el hospital Alvear, su mamá se llamaba Silvia y tiene tres hermanas y un hermano. El es el tercero.

Febrero de 1982. Jorge Palacios en el vivac del regimiento 25. (Gentileza Jorge Palacios)

Cuando en enero de 1982 le llegó el telegrama para incorporarse al servicio militar -en el sorteo le había tocado el 832- se ganaba la vida como ayudante de chapista y pintor. Su destino fue el regimiento 25 de Colonia Sarmiento.

El día que habló con Infobae, volvía de la plaza, donde todos los 2 se canta el himno. Lo primero que hizo notar fue que cumplía exactamente 40 años de su incorporación al servicio militar. De Malvinas, su primer recuerdo es la fotografía que le tomaron al momento de subir al avión. Instantes después, en la escalerilla del Hércules un subteniente les dijo que iban a ir “a un lugar donde desean estar todos los argentinos. Vamos a recuperar las Malvinas”.

Como no tenía reloj, no pudo precisar la hora de la madrugada en que pisó suelo malvinense el 2 de abril.

Junto a Antonio Naudan, el 25 de marzo de 1982. Con Naudan eran amigos del barrio Ceferino. (Gentileza Jorge Palacios)

Recuerda que los primeros días estuvo en el pueblo, montando guardia y a partir del 21 de ese mes los trasladaron al aeropuerto. Tomó real conciencia de lo que era estar en una guerra cuando por primera vez soportaron un bombardeo británico. Sintió miedo a lo desconocido, a esa incertidumbre de lo que le podía ocurrir.

Se emociona cuando cuenta que el 24, cerca de la pista y con un barco abandonado como escenografía de fondo, juró la bandera con sus compañeros. Es que debían hacerlo antes de entrar en combate y los soldados del Regimiento 25 fueron los primeros en dar el si juro. Dicha unidad organizó otra ceremonia en Darwin el 25 de mayo.

Esta foto se tomó el día que juraron la bandera. Palacios es el segundo desde la izquierda en la fila de abajo. (Gentileza Jorge Palacios)

Los malos presentimientos que sentía se hicieron realidad el 4 de mayo. Recuerda que el día anterior, con unos diez compañeros, rodilla en tierra, habían rezado el Rosario. Lo hacían habitualmente.

Esa madrugada estaba de guardia sobre un cerrito que miraba al mar, frente a la torre de control del aeropuerto.

Cerca de las tres lo sorprendió un ruido, al que confundió con el vuelo de un Hércules. En realidad, eran dos grandes bombas arrojadas por aviones Vulcan ingleses. Una estalló a unos 30 metros de su posición. La otra, que impactó a escasos seis, y que dejó un cráter descomunal, fue casi fatal para él.

En fracción de segundos, sintió que la onda expansiva le hundía la cara, le hizo dar vuelta la cabeza y lo arrojó violentamente en el pozo de zorro. Su brazo derecho le quedó apuntando hacia arriba y el izquierdo aprisionado por la turba y las piedras. La manta que llevaba sobre los hombros para abrigarse quedó inexplicablemente desplegada sobre su cuerpo. El está convencido que era el manto de la Virgen.

Debajo suyo quedó el soldado Raúl Ortiz, que en el momento de la explosión estaba durmiendo. Tenían encima cerca de dos metros de tierra y piedras.

“Che, Ortiz, hagamos fuerza”. Fue inútil porque los escombros no se movían.

Gritaron. Palacios cree que repitieron el pedido de auxilio unas diez mil veces. Pero nadie escuchaba.

Perdió la noción del tiempo. Intuyendo lo peor, se preparó a morir. Mentalmente se despidió de sus viejos, de su hermanos, de sus amigos. Como en una película en blanco y negro se vio con sus seres queridos en aquellos momentos de alegría que pasó junto a ellos.

De pronto sintió que hablaba con Dios. Se sorprendió de la paz que experimentaba, en esa oscuridad, atrapado. Remarca que esa paz no la volvió a sentir nunca más.

No estaba desesperado. Se preguntó por qué Dios lo hacía morir despacito. “No me haga morir así, Señor, por favor”, repetía. Percibía las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Ortiz estaba inmóvil, pensó que había fallecido. Comenzó a notar que la tierra se hundía, alguien caminaba en la superficie, justo donde estaban enterrados. “¡Gritemos!”, casi le ordenó a su compañero. Lo hicieron con las últimas fuerzas que les quedaban, no entendían cómo aún podían respirar.

Los soldados los escucharon y excavaron con lo que tenían a mano, hasta con sus propias manos. De pronto alguien cortó la manta con un cuchillo, y apareció la cara de Palacios.

Los habían dado por muertos. Nadie lo podía creer. Todos lloraban mientras los abrazaban.

En el hospital, el doctor capitán José Luis Corominas se sorprendió al comprobar que no tenían ninguna herida. Este médico también es de Comodoro y cuando se encuentran por la calle, en el centro, siempre se saludan.

El 8 de mayo, se hizo una procesión con la imagen de la Virgen. Palacios y Ortiz la llevaron. En un extremo, Seineldín está atento a la situación. La fotografía está dedicada a Palacios por el capellán de guerra. (Gentileza Jorge Palacios)

Al volver a sus posiciones, el coronel Seineldín los arengó. Le dijo que estuvo casi dos horas bajo tierra. El día 8 unos doscientos soldados rezaron la misa y llevó junto con Ortiz la imagen de la Virgen en procesión por los alrededores del aeropuerto. Años después le alcanzaron una fotografía de ese momento, que el capellán Padre Vicente Martínez Torrens se la dedicó en 2008. El salesiano entonces le advirtió que tenía una misión, y que solo él tenía que descubrirla.

Lo último que imaginó cuando la dejó en un jeep es que volvería a ver esa imagen 37 años después.

En los últimos días del combate, le tocó ir a reforzar el frente de batalla. Nuevamente se encomendó a Dios porque estaba seguro que no volvería vivo al continente.

Se entristece hasta las lágrimas cuando menciona el momento en que arriaron la bandera en Puerto Argentino. “La derrota fue muy dura”. Nuevamente menciona a Dios para agradecer que no regresó con secuelas físicas.

Cuando regresó al continente, lo primero que deseó hacer es ver a sus padres. Cuando ingresaron al cuartel de madrugada, había gente esperándolos. Estaban ellos, con los que se abrazó y lloraron.

Con su mamá Silvia, en junio de 1982. Cuando vio la fotografía, se sorprendió de su aspecto. (Gentileza Jorge Palacios)

Aunque estuvieron solo unos pequeños momentos, pudieron tomarse una fotografía. Al verla, aún hoy se sorprende de su rostro flaco y demacrado.

Una vez de regreso a la vida civil, a su mamá le contó lo de la bomba muy por arriba, para no preocuparla. Le dolió que cuando relató el episodio, por lo general la gente no le creyera, que no podía ser.

En los primeros meses le costó salir a la calle, y menos ir a jugar al fútbol, su pasión. Sus amigos lo iban a buscar, y él se hacía negar mientras espiaba a través de la cortina de la ventana. Quería estar con su mamá, que le preparaba la comida, le hacía un té, lo atendía y lo contenía.

Demoró unos seis meses en soltarse.

Un día inolvidable. En la plaza San Pedro, Francisco observa la fotografía de la procesión. (Gentileza Jorge Palacios)

Fue duro cuando salió a buscar trabajo. En 1984 entró junto a otros compañeros en la municipalidad y hoy está jubilado gracias a una ley especial para veteranos, según explica.

En ese año, junto a Mónica formó una familia. Tuvo 6 hijos y soportó el dolor de perder a uno cuando contaba con un año y ocho meses. Fue un 20 de junio, el día del Padre y el de la Bandera. Es otro de esos dolores que no se van.

Sus hijos le dieron cinco nietos y una lección de vida. Cuando la mayor comenzó a ir a la escuela, fue la que le insistió en que contase su experiencia en la guerra.

Fue sanador el poder hablar, y ahí todos creyeron el terrible episodio que vivió en ese pozo de zorro. Con la misma elocuencia que evoca sus días en Malvinas, subraya el dolor que siente cuando hablan mal de los veteranos o cuando se refieren a ellos como “los chicos de la guerra”. Del 2005 al 2015 fue el presidente del centro de veteranos de guerra local.

Advierte que llegar a los 40 años de aquel 1982 representó transitar un camino muy duro. Acompaña al veterano que está mal y se lamenta cuando cuenta que en noviembre pasado, uno falleció, no muy bien atendido. “Se nos fue un hermano”, dice. “Porque aunque no lo haya conocido, es mi hermano”.

En esa misma mañana que atendió a Infobae, lloró por la noticia que acaba de recibir: la muerte de su amigo Juan Carlos González, integrante del Escuadrón Alacrán en Malvinas. “La partida de cada veterano es muy dura. Yo se que no somos eternos, solo espero que la gente entienda que la mochila que cargamos en la espalda es difícil de llevar”.

A Ortiz, su compañero de infortunio, lo vio recién después de 27 años. Dice que vive en Trelew, que le cuesta hablar de la guerra y que no siempre le responde los whatsapps que le envía, que lo entiende.

Tiempos lejanos. Cuando en 1981 jugaba en el equipo del Club Jorge Newbery. De izquierda a derecha, es el último en la fila de abajo. (Gentileza Jorge Palacios)

En 2018 lo contactó La Fe del Centurión. Le comentaron que la imagen de la Virgen que él había llevado en procesión estaba en poder de los ingleses, y que se estaba programando un intercambio en El Vaticano y que él podría ser uno de los que la fueran a buscar. Para él, era la misión mencionada por el padre Martínez Torrens.

Creía estar soñando ese 30 de octubre de 2019 cuando Francisco lo abrazó en la Plaza San Pedro. El Papa no podía creer que el de la foto de la procesión, fuera él. “Este soy yo”, le indicó. “¿Sos vos?”, preguntaba. Lo miraba una y otra vez. También compartió la instantánea con veteranos ingleses presentes en el lugar, les explicó que en la guerra fue un soldado infante, y que tenía entonces 18 años.

Desde 1989 vive en una casa de un plan de vivienda en el Barrio Isidro Quiroga e integra el equipo de fútbol de veteranos del club Jorge Newbery, donde un año antes de la guerra ya le decían que era un chico que prometía y que su único sueño era el de jugar en primera.



sábado, 24 de agosto de 2019

Historias de coraje: Gómez Centurión en las islas

Gómez Centurión en las islas


Cuando Juan José Gómez Centurión y 38 soldados enfrentaron a 250 británicos. Infobae reunió a tres héroes que participaron del combate en las islas. "En la guerra se ve al ser humano en toda su dimensión", dijo el entonces subteniente de Infantería y jefe de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25.


Infobae

martes, 28 de mayo de 2019

Gómez Centurión y su grupo se enfrenta a 250 paracaidistas


Historias de coraje en Malvinas: cuando Juan José Gómez Centurión y 38 soldados enfrentaron a 250 británicos

Infobae reunió a tres héroes que participaron del combate en las islas. "En la guerra se ve al ser humano en toda su dimensión", dijo el entonces subteniente de Infantería y jefe de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25
Por Adrián Pignatelli || Infobae


Hoy tiene 61 años. Fue a la guerra como subteniente de Infantería y como jefe de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25. Juan José Gómez Centurión, mayor retirado es, además, paracaidista y comando. José Eduardo Navarro, hoy general de división a punto de retirarse, era un joven subteniente de 21 años del Grupo de Artillería Aerotransportado 4. Malvinas fue su primer destino. Andrés Fernández, de 61 años, era entonces un cabo cocinero en el Regimiento 25, de 24 años. Los tres están unidos por esos lazos invisibles e indestructibles que una situación límite como es la guerra sólo puede forjar. Para ellos, mayo no es un mes más, sino que es el punto de partida de algo más profundo que, en esta nota que concedieron a Infobae, revelan.

22 de mayo: rescatar los cañones del Río Iguazú

El que comienza a hablar es el hoy general Navarro. "El 21 por la noche estaba durmiendo en mi trinchera, y me ordenan presentarme en el puesto de comando del Grupo de Artillería Aerotransportado 4. Debía trasladar dos obuses Otto Melara 105 mm de Puerto Argentino a Darwin, que servirían de apoyo a la infantería. Alistamos a la tropa, 18 hombres entre soldados y suboficiales. Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos que el buque en el debíamos llevar los cañones era el Río Iguazú, muy pequeño para nuestro cometido. No entraban. Cada uno pesaba alrededor de 1.500 kilos y su volumen es similar al de un Fiat 600. Entonces resuelvo desarmarlos en 12 partes".

La principal preocupación de Navarro era esos cañones. "Yo sabía que el infante de Darwin los estaba esperando. Las piezas más voluminosas las ubicamos sobre cubierta, en popa, mientras que el resto las acomodamos en la bodega. Como no estaba previsto desarmarlos, se inició la navegación a las 5 de la mañana cuando tendría que haber sido a las 12 de la noche". "'Salimos tarde -me advirtió el capitán-. 'Hay superioridad aérea enemiga y es muy probable que suframos un ataque'".

La predicción del capitán se hizo realidad. A las 8:30, cuando estaban cumpliendo la última etapa del viaje, aparecieron dos aviones Sea Harrier, que atacaron la nave con sus cañones de 20 mm. "Vuelan las esquirlas por todos lados, hay heridos -recuerda Navarro-. Me encuentro en el subsuelo, se apagan las luces, comienza el humo, se encienden luces rojas y se ordena abandonar el buque. Busco mi casco y mi fusil. Cuando estoy en la cubierta, veo a mis soldados que ya estaban en el agua, alcanzando la costa que estaba a 40 o 50 metros. Giro la cabeza y veo que un Sea Harrier viene ametrallando el buque y me tiro al agua. Es la primera sensación que tengo, lo salado del agua. Soy correntino y en mi vida había visto una masa de agua tan grande. Cada vez que voy al mar me vuelve el recuerdo de ese 21 de mayo".

Cuando el grupo alcanzó un islote, Navarro de pronto vio que el soldado Rodolfo Sulín se había arrojado al agua nuevamente. Había vuelto al barco. En un bote salvavidas cargó ropa seca y víveres. Por dicha acción, le otorgarían la Medalla de La Nación Argentina al Valor en Combate. Más tarde se enterarían de que Sulín era hijo del capitán de un buque mercante y se había criado en el mar. "Esas provisiones nos ayudaron a sobrevivir todo ese día y el día siguiente. Mientras tanto, estábamos alerta para abrir fuego si aparecían los ingleses", explicó Navarro.

 
José Eduardo Navarro

"Un rosario de locos"

Gran alegría en Darwin cuando vieron llegar al grupo, al que daban por desaparecido. Y la providencia quiso que Navarro se encontrara allí con el subteniente de infantería Juan José Gómez Centurión, a cargo de la sección Romeo de la Compañía C del Regimiento 25.
"Encontrarme con Juan José fue como haber encontrado a un hermano. Un año antes había muerto mi único hermano, destinado en el Grupo de Artillería, 9 que comparte guarnición con el RI 25. En diciembre del año anterior fui a buscar sus restos y lo conocí a Gómez Centurión. Imaginate verlo un año después en Darwin, fue como ver a mi hermano. Abrazarlo y llorar de angustia fue mi primera reacción".
Gómez Centurión relató: "Cuando lo vi venir caminando por el muelle de Darwin, fue ver a mi amigo muerto. José es muy parecido a su hermano, hasta los dos son chuecos".

—¿Qué hacés acá?

—Mirá, acaban de hundir el buque donde traía los cañones. Quiero recuperarlos. No se cómo, pero quiero recuperarlos —le dije a Gómez Centurión.
"De por sí, eso era una locura porque el lugar estaba identificado por los ingleses, señalizados por ellos", fue lo primero que respondió Gómez Centurión. "Alguien le había dicho a Navarro que yo tenía un traje de neoprene, pero era para verano. Aún así, de la nada, comenzamos a armar la operación".

 

Navarro y Gómez Centurión contaron que hicieron participar "a un rosario de locos". Y hasta de la nada apareció un Chinook, un helicóptero de la Fuerza Aérea, piloteado por el Mayor Posse, que los llevó al lugar.

El Río Iguazú estaba escorado de popa, con la bodega totalmente inundada. El entonces subteniente contó: "Había que entrar a la bodega por un tambucho de 70 por 70 cm, y sumergirse en agua cuya temperatura era de cinco grados. Yo no tenía ni testera, fundamental para proteger los oídos, ni visor ni patas de rana ni tubo de oxígeno. Haría el trabajo en apnea, esto es, aguantando la respiración y, en total oscuridad, tantear lo que yo consideraba era una pieza del cañón".

Mientras hacía esa tarea, Navarro con los soldados estaban parados sobre cubierta y Gómez Centurión les iba acercando lo que encontraba. Si servía se guardaba en un bote salvavida; en caso contrario, se tiraba al agua. Al final de ese día, habían recuperado un cañón. Y al día siguiente, se recuperó casi la totalidad del otro. "Llegamos a armar un cañón entero y el otro, en unos tres cuartos. Lo importante que con esos cañones se combatió en Darwin, brindando apoyo de fuego a la infantería. Los británicos se vieron severamente sorprendidos por ese poder de fuego argentino, con el que no contaban", recordó Navarro.

El 25 de Mayo en el Río Iguazú

"Cuando Navarro partió con sus hombres, con mi sección nos quedamos en el Río Iguazú y festejamos el 25 de mayo. Teníamos la misión de desarmar el buque: romper la radio, deshacernos de las cartas naúticas y destruir el sistema de claves", información muy valiosa para los ingleses, explicó Gómez Centurión.

El capitán del barco le había dicho: "El buque es suyo, llévese lo que quiera". "Dispuse entonces tomar todo lo que nos pudiera ser útil. Recogimos ropa nueva y una cantidad importante de alimentos en conserva, que en la guerra es un verdadero tesoro".

"Cuando regresé, un mayor pretendió hacerse de esas provisiones y vestimentas y repartirlas a su parecer, a lo que me negué. 'Antes de entregárselas, las tiro de nuevo al agua', amenacé. Y ahí quedó la historia. Es lo que yo creía".

 
Andrés Fernández

28 de mayo: el enfrentamiento con 250 paracaidistas británicos

Días después, a Gómez Centurión y su sección le ordenaron dar seguridad en un puente, situado 8 km al sur de Darwin, un punto muy alejado que no tenía relevancia. Él adjudicó esta orden al entredicho que había tenido con el mayor por las provisiones unos días atrás. "Ocurrió que con esa orden lo que se hizo fue dividir la reserva, debilitándola. La reserva es el elemento que se va a usar en el peor momento, es la última opción, que la convocan para revertir una mala situación", explicó Gómez Centurión.
"Lo conveniente hubiera sido-según explicó a Infobae el ahora mayor retirado- era haber combatido todos juntos. De haber sido así, yo hubiera peleado al lado de Estévez".

¿Cuál era el panorama a esta altura? Para entonces, los británicos habían consolidado la cabeza de playa y como las fuerzas argentinas no dominaban ni el mar ni el aire, el combate en tierra tendría un tiempo limitado: la cabeza de playa era el comienzo del fin de la guerra. "Fortaleza rodeada, fortaleza tomada", es el axioma en la estrategia militar.

El 26 de mayo al mediodía, con 38 soldados, Gómez Centurión partió al punto convenido, sin comunicaciones, abastecimientos ni conectividad para recibir refuerzos.

A la noche del 27, comenzaron a oír fuego naval. Más cerca de medianoche disparos de artillería y a las dos de la mañana el tableteo de las ametralladoras. "Cuando en la guerra hablan las ametralladoras es porque hay combate cercano. Y nosotros estábamos a 15 kilómetros", expresó Gómez Centurión.

Estévez

Con sus hombres, regresó al puesto de comando en Pradera del Ganso y se presentó al jefe de la fuerza de tareas. Y escuchando al soldado Rodríguez por radio, se enteró de la peor noticia: su amigo, el Teniente Roberto Estévez, había muerto y su sección Bote estaba diezmada. "No, no puede ser, el teniente Estévez no puede estar muerto", afirmó entonces.

"Éramos amigos. Habíamos hecho todos nuestros cursos juntos, habíamos soñado un montón de cosas. Habíamos planeado distintos tipos de maniobras en caso de combatir juntos. Me retienen una hora, a la espera de refuerzos, para salir hacia el sector norte. Mientras tanto veíamos llegar a soldados heridos, mutilados, en shock; lo único que quería hacer era salir de ahí", contó Gómez Centurión.

Hay un cocinero en mi sección

A las 8.30 emprendieron la marcha hacia el norte, con muy mala información sobre dónde estaba el enemigo. Tomaron el camino de la costa y, cuando estaban por llegar a la escuela de Darwin, el fuego intenso de dos ametralladoras inglesas le cerraban el paso. Gómez Centurión recordó: "Sentía que estaba perdiendo el tiempo. Dimos vuelta, hicimos el camino para atrás".

En la sección se había sumado el cabo cocinero Andrés Fernández, de 24 años, quien de pronto se había visto sin ningún destino. Como solo estaba armado con una pistola, en la enfermería se había hecho de un FAL y así se acopló a la sección Romeo.

Fernández explicó a Infobae: "Mi vocación militar la tenía desde chico; somos diez hermanos, y los siete varones habían hecho el servicio militar y justo yo me había salvado. Cuando veía a mis hermanos en uniforme o escuchaba el Himno, tenía sentimientos muy profundos. Fue así que entré a la Escuela de Suboficiales, porque realmente así lo sentía". Y agregó: "con Juan José éramos los últimos, íbamos cubriendo a los soldados".

 

38 contra 250

El entonces jefe de la sección relató: "Volvimos a dar la vuelta para encarar el contraataque. Pasamos la escuela, llegamos a una altura y vimos a las tropas inglesas, apretadas por un campo minado que habíamos puesto con el teniente Estévez tiempo antes".

Fue cuando comenzó un intenso combate. Los 38 argentinos situados sobre una loma y 250 paracaidistas británicos disparando desde abajo. La diferencia era notoria, más aún si se tiene en cuenta que nuestros soldados disponían de solo 120 tiros.

De pronto, la sorpresa. Del tercer grupo le gritaron a Gómez Centurión: "Mi subteniente, se rinden!"

Describió: "Cel otro lado, teníamos una hondonada con una piedra muy característica. Con mis anteojos de campaña, detrás de esa piedra, veo a dos ingleses que levantan sus cascos con sus fusiles".

"¡Alto el fuego!", ordené.

Nadie disparaba. Silencio mortal.

Cientos de pensamientos se cruzaron por la mente de ese subteniente de 23 años. Era su primer combate contra los británicos. "Cómo establecer los términos de la rendición, hasta me vino la imagen del general Beresford rindiéndose ante Liniers".

Gómez Centurión bajó la loma junto al sargento García. "Nos encontramos a diez metros. El inglés era de buen porte, estaba mimetizado; en el combate, nunca le ves las caras, no sabés si es joven o viejo".

—¿Hablás inglés? —preguntó.

—Si, hablo inglés —contestó Gómez Centurión.

—Si me entregás el armamento de toda tu gente, salen todos vivos.

"Yo aún no tenía heridos. Creo que pensó que yo era una avanzada de una fuerza mayor que venía detrás. Nunca entendió que un tipo solo estaría en ese lugar", reconoció Gómez Centurión.

—Yo te garantizo la vida de todo el mundo —insistió el jefe inglés.
"Mi sorpresa fue muy grande; creí que me iba a dar la rendición, hasta se me había cruzado que debía entregarme su pistola 9mm, que sabía dónde la portaba".
—En dos minutos abro fuego —advirtió.

—¡No, pará, conversemos! —pidió el inglés.

"Me volví y comencé a subir, más confundido que cuando bajé".

La situación de los 38 soldados argentinos estaba muy comprometida. Estaban solos, sin posibilidad de que llegasen refuerzos. Estaban en un terreno donde en un flanco tenía el mar y en el otro un campo muy abierto. Pero hasta ese momento no tenían ni un solo herido.

En el momento en que Gómez Centurión subía la loma, dos ametralladoras inglesas abrieron fuego. "Apuré el paso, me di vuelta y le disparé al oficial con el que había parlamentado. Y cayó muerto".

Así moría el teniente coronel Herbert Jones, 42 años, jefe del Segundo Batallón del Regimiento de Paracaidistas. Fue el oficial de más alto rango caído en la guerra del Atlántico Sur.

Y se desencadenó el infierno. Disparos ingleses desde abajo, desde arriba, desde los costados. Y es cuando la sección argentina tiene sus primeras bajas.

Y al joven jefe argentino se le sumó la complejidad de los gritos del dolor del herido. "El clamor del herido es tremendo por lo que representa y por el impacto en la moral de la gente, sobre todo cuando no disponés de un equipo de camilleros. En una fracción de segundos hay que decidir a quien se atiende en el campo y a quien evacuar, porque si no se lo evacúa puede morirse ahí mismo y generará una disminución en la moral de combate en el resto de los soldados".

 

Uno de los heridos graves era el soldado Miguel Ángel Canyaso. "Tenía un disparo que le entró x la frente le rodeó el cuero cabelludo y que le había salido por la nuca, recuerdo que tenía la cabeza abierta como una flor. Tenía pulso -contó Centurión-. Le doy la extremaunción, rezo un Padrenuestro y le hago la señal de la Cruz".

—Cargalo y llevalo —le ordenó al Negro Aguilera.
—Está muerto.
—¡Cargalo y llevalo, que está vivo!

"Es muy peligroso cargar a una persona en combate, porque camina tres veces más despacio y es un blanco móvil para cualquiera. El que está tirando del otro lado no ve si es una bolsa de munición o un cuerpo", explicó Gómez Centurión.

Canyaso sobrevivió y fue condecorado por Herido en Combate. Luego de una hora, quedaban entre cuatro o cinco argentinos, que cubrían el repliegue de sus compañeros. Y es en ese momento cuando hirieron al Cabo Fernández.

Él lo cuenta: "Estaba cubriendo a Juan José, que estaba más adelantado. Cuando comenzó el tiroteo, disparé. Yo hacía mucha práctica de tiro en el polígono, tenía la certeza de que no iba a errar, y entonces bajé a dos ingleses. En ese momento, sentí como un fuego en la cadera y me empezaron a tirar de todos lados. Yo apenas me cubría cuerpo a tierra detrás de un poste, y otro disparo me impactó en mi pie. En el momento continué combatiendo, por la propia energía que uno tiene y por la adrenalina".

"Algo inexplicable me salvó la vida"

"Juan José se acercó y trató de llevarme, pero no pudo arrastrarme. Me cubrió y me dijo que me iba a volver a buscar. Me colocaron dentro de un pozo y me quitaron el armamento para que los ingleses vieran que no representaba un peligro. Estuve consciente hasta que vi pasar a un inglés agazapado".

De pronto, Fernández hace un alto en relato. Visiblemente emocionado relató: "En ese momento algo me cubrió, es algo que nunca pude explicar; lo único que se es que era algo celeste y blanco, que me dijo que no me preocupase, y no me acuerdo nada más. Mis compañeros me contaron que yo me quejaba. Recobré la conciencia en la salita de campaña".

Cuando cayó el sol, comenzaron a plantearse ir a buscar al cabo Fernandéz. Todos querían rescatarlo. "En la guerra se ve al ser humano en toda su dimensión: compartir la última comida, compartir el último cigarrillo, hacer el trabajo riesgoso de otro hasta los actos más grandes de miseria como el soldado enemigo que corta un dedo para sacar un anillo; eso te empieza a calibrar otra sintonía de la condición humana", reflexionó Gómez Centurión.

"Ignorábamos la gravedad de su lesión -posteriormente supimos que tenía quebrada la cabeza del fémur- y si precisaba un modelo de evacuación específico. Pedí voluntarios, aparecieron siete u ocho, elegí a los más corpulentos, el vasco Aguerrebengoa y Carobbio. Les hice dejar el armamento para que ellos no se enfrentaran con nadie. Porque nosotros no éramos camilleros".

 

A Fernández hubo que salir a buscarlo en la oscuridad de una noche completamente cerrada. Gómez Centurión recordó: "Fue muy complejo, porque los ingleses nos abrían fuego exploratorio, hasta de un helicóptero que transportaba heridos. A Fernández lo ubicamos luego de dos horas y media por sus gritos. Cuando lo quisimos mover, gritaba aún más. El vasco llegó a ponerle un pañuelo en la boca. Y así lo llevamos hasta las líneas propias".

Luego de la rendición, Fernández recordó que una noche muy fría, que nevó, los ingleses lo llevaron en helicóptero a San Carlos. Lo dejan en una especie de cueva junto a otros prisioneros. Recuerda a un inglés que le echaba whisky en sus heridas. De ahí fue al buque hospital Uganda, fue canjeado por ingleses heridos el día 5 de junio y en el Bahía Paraíso lo llevaron a Puerto Madryn y a Bahía Blanca, donde lo operaron.

El amigo que tardó en irse

"Cuando fui a identificar los cadáveres de mis camaradas para sepultarlos en una fosa común, identifiqué el de Estévez, especialmente por la forma en que se ataba los borceguíes. Cuando los ingleses nos trasladaban al continente en el Norland, creía verlo al teniente Estévez en la escalera del buque. Mucho tiempo después asumí que había muerto".

Fernández, que actualmente trabaja en una escuela, aseguró: "La guerra me enseñó a ser más humano, a ser buena persona a valorar lo que uno hace".

Navarro dijo: "La guerra fortaleció mi vocación de soldado, me probé a mi mismo, ser soldado en defensa de un objetivo patriótico, y vi eso en mis hombres. Nadie te prepara para las miserias de la guerra. Podés ser fuerte en carácter o en espíritu, pero la guerra cambia todo".

Gómez Centurión, que fue condecorado con la Cruz La Nación Argentina al heroico valor en combate, finaliza: "El único lugar donde la gente siente el cariño y no siente la hostilidad es en su fracción. Es tal el vínculo con el camarada y tanta la sensación de protección, que el domingo a la noche, cuando el veterano está en una situación límite por su vida o por su familia, llama a su cabo o a su subteniente treinta años después. Ahí estará alguien que lo va a proteger".

jueves, 22 de noviembre de 2018

La bandera y sables enterrados en Malvinas

El misterio de la bandera y los sables enterrados en Malvinas

Por primera vez se cuenta la historia que, después de la guerra de 1982, se fue transformado en mito. Infobae habló con algunos de los protagonistas clave que permitieron develar el misterio guardado durante 36 años. Todos confirmaron que la turba malvinense atesora, en un lugar cuya localización se guarda bajo siete llaves, la bandera y los sables del Regimiento de Infantería 25

Por Adrián Pignatelli | Infobae





La jura de la bandera en las Islas Malvinas

Mientras el jefe del regimiento les revelaba que en pocos días más participarían de la recuperación de las Islas Malvinas, que una compañía de esa unidad sería la primera en pisar suelo malvinense y que debían prepararse lo más rápido posible para ir a la guerra contra los ingleses, uno de los jóvenes subtenientes sólo atinó a quitarse como pudo el yeso que le mantenía inmovilizada una de sus manos. Temía ser dejado en el continente.

Fue el viernes 26 de marzo de 1982, la unidad era el Regimiento 25 y los oficiales escuchaban al teniente coronel Mohamed Alí Seineldín, acompañado por el jefe de la compañía de ingenieros. En un silencio reverencial atendían las órdenes y las indicaciones que les estaba impartiendo en la sala de situación, donde se imponía la mesa de arena donde se planificaban las acciones.

Ese día se armó la Compañía C. Su jefe sería el Teniente Primero Carlos Esteban. Tendría tres jefes de sección: el teniente Roberto Estevez, y los subtenientes Roberto Reyes y Juan José Gómez Centurión.

Debieron preparar su equipo, ya que en unas horas más partirían. Seineldín les dio una orden que algunos hasta tomaron con fastidio: debían llevar su sable porque iban a ir a la batalla.


Con la histórica bandera y los sables llegaron los hombres del Regimiento 25 a Malvinas

El sable es el elemento de mando del oficial, y deberían mandar en combate. El sable le es otorgado al graduado del Colegio Militar de la Nación y en sí es la representación que la Patria otorga para que la defiendan. "En aquel momento nos invadió un halo de mando", recuerda uno de los presentes aquel día.

Otros tenían un sentido más práctico. "Llevar el sable a Malvinas era un chino absoluto. Cuando llegamos todos los pusimos en un lugar y no reparamos en ellos hasta el 14 de junio".

El significado del sable

La simbología del sable es explicada en el sitio web del Colegio Militar. El puño simboliza la verdad y lleva acuñado en su pomo el escudo nacional. El guarda manos ofrece la misma curvatura de origen morisco, escogida por el general San Martín y que representa el equilibrio, la justicia y La Paz. La efigie de Cuzco revela hasta dónde había llegado el ejército libertador. En el nacimiento de la hoja esta Marte, el dios de la guerra y en el reverso la libertad. La hoja lleva grabada la frase "sean eternos los laureles" y la dragona posee una cinta con lazo corredizo, para ceñirla a la muñeca al desenvainar, cinta que si se la despliega cabe la cabeza de un hombre.


Un sable del Ejército como los que llevaron los soldados a las islas

¿Cúal es el mensaje de todos estos elementos? "Siempre que desenvaines tu sable, empuñando la Verdad y teniendo al Escudo Nacional como divisa, en defensa de nuestra Libertad, aunque te empeñes en la Guerra, las más caras y gloriosas tradiciones nacionales te protegerán la mano. Tuya será la victoria y eternos serán los laureles pero piensa que atado a tu muñeca llevas un juramento prendido que te recuerda: ¡Más vale morir ahorcado, que traicionar a la Patria!"


La hoja lleva grabada la frase “Sean eternos los laureles”

Para entender por qué los oficiales del Regimiento 25 debieron llevar sus sables es preciso conocer al jefe que impartió semejante orden. Mohamed Ali Seineldín era teniente coronel y todos coinciden en destacar su capacidad de liderazgo.

Algunos de los que estuvieron bajo su mando le comentaron a Infobae que "el Turco te decía: 'Regimiento de Infantería especial'. Y sabía que cada hombre se sentía especial. Y se preocupaba por su entrenamiento y por su formación".


El jefe del Regimiento les dijo a los soldados del 25 que debían llevar el sable “porque iban a dar batalla”

Otro explicó que "Seineldín tenía porte de soldado; era un referente para los oficiales del 25 y de toda la guarnición en Colonia Sarmiento. Destacaba a los oficiales del ejército japonés que habían ido a combatir en la Segunda Guerra Mundial con sus espadas de samuráis, y él quería mantener esa simbología".

"Nos sometió a un entrenamiento fenomenal. Sabía que en las islas íbamos a estar solos y que nos veríamos obligados a tomar nuestras propias decisiones. Él nos preparó para eso. Seineldín fue un soldado que formó soldados", describen. "Poseía un sentido espiritual muy profundo, que daba fuerza en el combate. Transmitía grandes valores en pequeños gestos".

El trompeta

El sábado 27 de marzo fueron en avión a la base aeronaval Comandante Espora y al día siguiente, a la salida del sol, embarcaron en la flota. La misión consistía en hacer la recuperación, la infantería de marina se replegaría y el Regimiento 25 quedaba como único guardián de las islas, con Seineldín como jefe.


Todos los días se izaba la bandera y cuando los hombres estaban en medio de un feroz bombardeo británico, Seineldín hacía tocar “A la carga” con un trompeta y convertía un hecho intimidante, en uno que generaba estímulo de pelea

Como es sabido, el grueso del 25 fue destinado a Puerto Argentino. Y aunque nunca hubo combates en la capital de las islas, éste era un punto probable que los ingleses podrían elegir para desembarcar. Seineldín decía que "cuando desembarquen acá en la playa y ya no demos más -le dijo a un joven subteniente- usted va a llevar la bandera del regimiento, y mientras el cabo primero Tabares toque 'A la carga' con la trompeta, yo iré con el sable y la pistola".

Porque Seineldín también llevó un trompeta. Era la única unidad en Malvinas que lo hizo. Era el Cabo Primero músico de 19 años René Omar Tabares. Tenía a su cargo izar y arriar la bandera del regimiento en el mástil que estaba cercano a la casa del gobernador. Intervenía con su instrumento en la rutina típica de la vida de cuartel. También era convocado para participar en ceremonias más dolidas, como eran el entierro de soldados argentinos.

"Todos los días hacía tocar diana y cuando los infantes estaban a merced de un ataque aéreo inglés, Seineldín le hacía tocar 'A la carga' a Tabares. Y con 'A la carga' venían los gritos, los fuegos reunidos y convertía un hecho intimidante, en uno que te generaba estímulo de pelea. Y ese era el Turco. Esa era su naturaleza de mando", recordó uno de los oficiales.


El teniente coronel Seineldín en las islas Malvinas

Paradojas del destino: Seineldín, preparado para la pelea, no disparó un solo tiro ya que con el grueso del Regimiento 25 tenía a su cargo la defensa del aeropuerto de Puerto Argentino donde los ingleses se empeñaron en bombardear su pista, pero no elegirían ese punto para desembarcar. Uno de los oficiales que combatió a los ingleses en Darwin dijo que "eso lo vivió con una entereza enorme. Estuvo en el pozo hasta el último día. Se comió todas las bombas durante toda la guerra. Fue muy frustrante. Y nuestras secciones entraron en combate en forma muy desproporcionada en lugares muy aislados unos de otros. Pero eso es la guerra".

La jura a la bandera

Cuando pisaron suelo malvinense, los soldados conscriptos clase 63 del 25 no habían jurado aún la bandera. Debían hacerlo. Se organizaron dos ceremonias. Una en Puerto Argentino el 24 de abril, mientras que en Darwin tuvo lugar la segunda el 25 de mayo. En el helicóptero Bell UH-1H AE 409 de Aviación de Ejército Seineldín con su cuerpo de oficiales, sus sables y la bandera del Regimiento volaron hacia ese punto. Y con ellos, por supuesto, el trompeta Tabares.


La jura del Regimiento 25 en Darwin-Pradera del Ganso

El Regimiento 25 tuvo una destacada actuación en la guerra. No solo fue la única unidad de Ejército que participó del desembarco, sino que luchó contra los ingleses en San Carlos cuando éstos establecieron la cabeza de playa y además efectuaron el contraataque a Darwin.

Tuvieron 12 bajas: siete soldados, cuatro suboficiales y un oficial. Y 35 de sus integrantes recibieron medallas. La Cruz La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate, que es la más alta condecoración, integrantes de Ejército recibieron siete y dos de ellas fueron para el Teniente Roberto Estévez (post mortem) y para el subteniente Centurión, ambos del 25.

Allí Seineldín, junto a algunos de sus oficiales, enterraron ese paquete en una suerte de ceremonia muy reservada. Alrededor del pozo que habían cavado, les hizo juramentar que sus hijos o bien sus nietos serían los encargados de regresar a las islas a desenterrarlos para volver a recuperarlas. "Tienen la obligación de hacerlo…", insistó. Y taparon el pozo. 

Una misteriosa ceremonia

Algunos dicen que fue el 15, otros el 16. Acuerdan que fue posterior a la rendición. Seineldín ordenó a un capitán de logística juntar los sables de los oficiales de su unidad y los hizo llevar al aeropuerto. Luego de realizar una formación en la que se arrió la bandera del Regimiento, a un oficial le cupo la tarea de recortarle el sol.

"Era una bandera histórica, la que Juan Domingo Perón, como presidente, había obsequiado a la unidad en 1947 cuando el 25 era la Agrupación Motorizada Patagonia".

También se le separó el escudo nacional y la moharra, que es la punta metálica que coronaba el asta.



Luego de realizar una formación en la que se arrió la bandera del Regimiento, a un oficial le cupo la tarea de recortarle el sol, el escudo y quitar la moharra. Hoy estos objetos se guardan en el museo del Regimiento 25 en Colonia Sarmiento, Chubut

Cuando tuvieron todos los sables, fueron cubiertos con el paño de esa bandera sin sol. Luego los envolvieron en un plástico al que ajustaron con cinta de embalar. Seguidamente, con una manta se arrolló ese paquete y repitieron el procedimiento de la cinta. Una vez realizada esta tarea, lo ajustaron dentro del recipiente usado para transportar munición de 105 milímetros. El recipiente se selló con cinta y posteriormente se envolvió en plástico, que volvió a ser asegurado de la misma manera. Todo fue introducido en un cajón de munición y vuelto a cubrir con plástico asegurado con más cinta.


Los soldados del Regimiento 25 escogieron un lugar secreto en las islas para enterrar los sables y la bandera. Allí juraron volver para recuperar las islas y los objetos que quedaron en la turba malvinense

Escogieron un lugar de las islas que los testigos a lo largo de los años lo visitaron y que aseguran que está tal cual lo dejaron en junio de 1982. Su localización exacta aún se mantiene en el máximo secreto.

Allí Seineldín, junto a algunos de sus oficiales, enterraron ese paquete en una suerte de ceremonia muy reservada. Alrededor del pozo que habían cavado, les hizo juramentar que sus hijos o bien sus nietos serían los encargados de regresar a las islas a desenterrarlos para volver a recuperarlas. "Tienen la obligación de hacerlo…", insistó. Y taparon el pozo.

Otros sables, otros destinos

No todos los sables fueron enterrados en esa misteriosa ceremonia. Hubo otros casos en que esas armas fueron voladas junto con las posiciones que ocupaban las fuerzas argentinas. Asimismo, se inutilizó todo el armamento posible, haciendo detonar granadas en las bocas de los cañones y tirando partes de armas al mar.

 
La bandera de guerra en Malvinas

Años después, cuando el hermano de un oficial veterano del 25 visitó Malvinas, se propuso recuperar el sable que había enterrado en su posición, cercano al aeropuerto. En compañía de un kelper muñido de una pala, fue guiado vía celular. La clave estaba en partir del lugar exacto donde al inicio de la guerra habían emplazado una virgen, en una de los tantos puntos defensivos. Estaba "a siete pasos al oblicuo izquierdo y a un metro de profundidad", aún recuerda. Pero no tuvieron suerte.

Otro oficial relató que "no íbamos a permitir que los sables los entreguen o los tiren; yo enterré el mío junto con mi pistola y otros efectos personales, soñando que algún día nos podía ser útil porque las íbamos a volver a buscar".

Menos suerte tuvieron aquellos sables que terminaron en vitrinas de museos militares en Gran Bretaña o en poder de ingleses, como trofeos de guerra.

El que quiera apreciar el sol que había sido recortado de la bandera de guerra del regimiento, puede contemplarlo en un cuadro en el museo del Regimiento 25 en Colonia Sarmiento, provincia de Chubut.

El resto de la bandera aún está de guardia en las islas, bajo la turba.regimienmto como los sables.

jueves, 24 de mayo de 2018

San Carlos: Esteban y sus hombres derriban cuatro helicópteros británicos en 20 minutos

Los héroes negados que la escuela no quiere recordar


Jorge Fernández Díaz
Columna publicada en La Nación el 29/04


Carlos Esteban y sus soldados


Cuando el teniente trepó hasta la cima y se llevó los prismáticos de campaña a los ojos, vio el escalofriante espectáculo que se abría paso en la bruma: fragatas, destructores, helicópteros y lanchones iniciaban el masivo desembarco.

Era el Día D en el estrecho San Carlos, y la treta del teniente primero Esteban había sido un éxito: una vez tomado el pueblo y requisadas prolijamente las viviendas en busca de radios, armas y vehículos, había permitido que los isleños continuaran con su rutina y había escondido a su tropa.

De lejos y con aquellas apacibles chimeneas humeantes, parecía un acceso despejado; si los ingleses no hubieran caído en la trampa su estrategia hubiese sido distinta: los comandos habrían llegado por la noche y habrían asesinado a los soldados argentinos.

En ese momento, Esteban hizo un cálculo correcto: había en aquellas costas cinco mil hombres, y él disponía de solo cuarenta efectivos. Nadie le hubiera reprochado seguir la lógica, que consistía en dar por radio la “alerta temprana” a sus superiores, y luego rendirse con honor.

Pero aquel muchacho de 28 años que estaba a cargo de la Compañía C hizo lo inesperado: avisó y presentó batalla. Su proeza está en los libros de la historia militar de la Argentina y de Inglaterra; nadie conocía muy bien, sin embargo, lo que pensaba íntimamente durante esa guerra maldita.

Carlos Esteban se había recibido en Córdoba de licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Sabía a esas alturas que Galtieri no sabía, y que esa conflagración era un enorme error estratégico. Estaban destinados a perder, pero no podía contárselo a nadie.

Tal vez no le hubiera desagradado a Borges relatar la parábola de un valiente que aun reconociendo la futilidad trágica de su sacrificio, carga todo el tiempo con su secreto escepticismo y realiza a su vez una hazaña heroica.

Esteban, sus oficiales y aquella antología de conscriptos de la clase 62 que habían sido entrenados hasta la fatiga formaron parte del discretísimo operativo de reconquista de las islas Malvinas, y más tarde rodearon Darwin y redujeron a una población dócil que los esperaba con banderas blancas.

El jefe de esa localidad se llamaba Hardcastle, y mientras tomaban el té en su casa, Esteban advirtió con un estremecimiento que su propia mujer posaba en un retrato con la hija del flemático anfitrión: habían estudiado juntas en un colegio bilingüe de La Cumbre.

Se le antojó que esa asombrosa casualidad podía ser una señal del destino. A veces se alejaba del campamento para llorar, extrañaba mucho a su esposa y a su pequeño hijo; creía que nunca iba a volver a verlos. Después se recuperaba y echaba una arenga a sus bravos, a quienes todos cuidaban con esmero y con quienes compartían penurias sin distingos.

Esa actitud fue tan ejemplar que años más tarde el Pentágono envió una psiquiatra para determinar por qué entre ese puñado de reclutas no se habían producido ulteriores suicidios ni secuelas graves, ni denuncias ni maltratos, y en qué había consistido la fórmula mágica de sus líderes.

El 1° de mayo la Inteligencia les anticipó que sufrirían un ataque de aviación, y se refugiaron en los acantilados; hubo ocho horas de bombardeo y de guerra aérea con varios muertos, pero ellos salieron ilesos.

Les dieron una nueva misión: marchar a la zona norte y controlar el estrecho por el que podía colarse la segunda flota más poderosa de Occidente. Es precisamente allí donde sucede el legendario combate de San Carlos, que comienza cuando Esteban baja la colina, se comunica con la comandancia y prepara a los gritos el repliegue.

El primer Sea King surge entonces de la nada, y Esteban ordena cuerpo a tierra y silencio absoluto. A los cien metros, da orden de abrir fuego: los fusiles tronaron, las balas sacaron chispas del fuselaje y el helicóptero se bamboleó, empezó a largar humo y aterrizó de manera brusca.
Sin pérdida de tiempo, el teniente dispuso un cambio de posición. Justo en ese momento un Gazelle con un sistema de cohetes se les vino encima. Lo atendieron con la misma fusilería.

El aparato se sacudió en el aire, la cabina estalló en mil pedazos y el piloto, mal herido, intentó escapar hacia la desembocadura; su máquina cayó en el río y comenzó a hundirse.

Los británicos, desde la cabecera, empezaron a dispararles con morteros. Ellos cruzaron otra cuchilla y un Gazelle idéntico quiso cortarles el paso: “Repetimos la concentración de fuego y se desplomó totalmente en llamas -recuerda Esteban-. No hubo chance de que se salvara nadie de la tripulación”.

En esa mañana de sangre, el efecto sorpresa y la adrenalina jugaban a favor de los perdedores. Que siguieron moviéndose, ahora para ganar altura. El tercer Gazelle se presentó en sociedad apretando los gatillos, pero dibujaba un blanco perfecto: cientos de proyectiles le dieron una dura bienvenida y lo sacaron de circulación.

Fue en ese instante en que se abrió una extraña tregua. Cuatro helicópteros que costaban veinte millones de dólares habían sido derribados en veinte minutos.

Los ingleses, sorprendidos, hacían el control de daños y evaluaban la insólita situación, y la Fuerza Aérea argentina preparaba un ataque para impedir la avanzada. Esteban sabía que la infantería inglesa los buscaría por cielo y tierra para eliminarlos. Era hora de partir.

Lo que sigue es una ardua aventura que Hollywood no hubiera desaprovechado: los cuarenta y dos, considerados ya “desaparecidos en acción”, caminaron tres días y tres noches por la turba y el frío.

En el libro Bravo 25 se revelan sus peripecias: encontraron una casa vacía con algunos pocos alimentos donde a veces sonaba el teléfono en vano, pernoctaron al abrigo de las ventiscas y fueron acechados -mientras aguardaban escondidos y con aliento cortado- por un helicóptero que dio varias vueltas a su alrededor sin decidirse a destruirla o a marcharse.

Anduvieron bajo el sol pálido hasta el agotamiento, dieron con un caserío kelper, lo coparon a punta de pistola y enviaron dos estafetas en Land Rover a dar la buena nueva al Ejército. Tras incontables peligros, los rescataron, y en Puerto Argentino fueron recibidos con algarabía. Mohamed Alí Seineldín estaba particularmente exaltado.

Esteban le relataba el despliegue impresionante que había visto en el estrecho, pero el teniente coronel parecía sordo a los datos; confiaba en la Virgen: cuando lleguen los piratas -decía- ella producirá una tormenta y los hundirá.

Esteban seguía guardándose su amargo y exacto diagnóstico; a las pocas horas solicitó permiso para regresar a Darwin y participar de la defensa final. Allí su jefe acordó la rendición tras una intensa y desigual refriega.

Esteban y sus oficiales eran tratados con deferencia y admiración por el enemigo, aunque nunca quisieron privilegios: compartieron con los soldados rasos sus mismas incomodidades.

Al regresar a la patria, toda la “compañía de oro” fue condecorada, y el áspero informe Rattenbach la dejó a salvo de cuestionamientos.

Esteban está retirado y es hoy director del Departamento UADE Business School: en su posgrado enseña escenarios estratégicos, planeamiento, negociación política y derecho diplomático. Pocos saben quién es ese profesor afable.

Mayo contiene las efemérides de lo que estrategas militares denominan el “combate de San Lorenzo del siglo XX”. Escasas o quizá ninguna escuela dará cuenta, sin embargo, de esta historia callada por nuestra estupidez y nuestra mala conciencia. Esta derrota verdaderamente sublime.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

La historia del soldado Bertone

SOLDADO CLASE 63, BERTONE VICTOR HUGO.- 
REGIMIENTO DE INFANTERÍA 25.- 
SARMIENTO-CHUBUT-REPÚBLICA ARGENTINA.- 
CÓDIGO POSTAL: 9.020.- 

HISTORIA DE MI SERVICIO MILITAR Y DE MI PARTICIPACIÓN EN LA RECUPERACIÓN Y DEFENSA DE NUESTRAS ISLAS MALVINAS, DESDE EL 2 DE ABRIL HASTA EL 29 DE MAYO DE 1.982.-


Al cumplir los 18 años, fui sorteado para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, correspondiéndome en dicho sorteo el nº 768, por lo cual debía incorporarme al Ejército Argentino.



El 18 de enero de 1.982, recibí la Cédula de Presentación, donde me informaban que tenía la obligación de concurrir al Distrito Militar Río IV, con asiento en Holmberg (Córdoba), el 2 de febrero, a las 6:30 hs.. Este mismo día, después de varios trámites, en horas de la tarde y sin ningún tipo de información a cerca del destino, junto al resto de los soldados, fuimos trasladados en ómnibus al Aeropuerto Pajas Blancas, de la ciudad de Córdoba, donde ascendimos a un avión BOEING 707 de la Fuerza Aérea, que nos trasladó a la ciudad de Comodoro Rivadavia, Chubut. Luego, en ómnibus, nos trasladan a la Guarnición Militar Sarmiento, distante 120 Km. de Comodoro y 5 Km. de la localidad de Colonia Sarmiento, donde llegamos a las 24:00 hs., después de un largo día de incertidumbre, miedos y ansiedad.
La Guarnición Militar Sarmiento está integrada por el REGIMIENTO DE INFANTERÍA 25, el GRUPO DE ARTILLERÍA 9 y el GRUPO DE INGENIEROS. A su vez, el RI 25, está integrado por 4 COMPAÑÍAS: Compañía “COMANDO”, Compañía “A”, Compañía “B” y Compañía de SERVICIOS.
Después de 4 días en el Cuartel, fuimos asignados cada uno a su Sección y Compañía correspondiente. A mí me tocó integrar la Sección “EXPLORACIÓN”, de la Compañía “COMANDO”. Después de proveernos de la ropa y el armamento correspondiente a cada uno, fuimos trasladados a un Campo de Instrucción, a 3 Km. de la Guarnición; en este lugar, tuvimos 25 días de instrucción de combate y adiestramiento sobre el uso del armamento. Todos estos conocimientos fueron impartidos por Oficiales y sub Oficiales con un alto nivel de profesionalismo, ya que en su mayoría habían completado el curso de COMANDOS. Transcurrida esta instrucción, regresamos a la Guarnición, donde continuamos por 20 días con instrucciones de combate y practicando orden cerrado. Después de toda esta movilización, y evaluando distintos factores, como por ejemplo, el rendimiento de cada uno durante el período de instrucción, el estado físico o las características individuales, se reorganizan las distintas Compañías, y utilizando personal de cada una de ellas, se forma una nueva Sección de cada Compañía. Estas 3 Secciones, con un total de 115 hombres, pasarían a formar la Compañía “C”, siendo este el primer personal del RI 25 en movilizarse para recuperar nuestras ISLAS MALVINAS. Estas 3 nuevas Secciones son:

-COMPAÑÍA “COMANDO”-SECCIÓN “GATO”-JEFE: SUB TENIENTE REYES ROBERTO-ENCARGADO: SARGENTO COLKE MARTÍN.-
-COMPAÑÍA “A”-SECCIÓN “ROMEO”-JEFE: SUB TENIENTE GÓMEZ CENTURIÓN JUAN JOSÉ-ENCARGADO: SARGENTO GARCÍA ISMAEL.-
-COMPAÑÍA “B”-SECCIÓN “BOTE”-JEFE: TENIENTE ESTÉVEZ NÉSTOR ROBERTO-ENCARGADO: CABO 1º OLMOS FAUSTINO.-

Formada aquella Compañía, se designó como JEFE de la misma al TENIENTE 1º ESTEBAN CARLOS DANIEL.
El día 27 de marzo, en la formación de diana, como era de rutina, nos habla el Jefe de Regimiento, Tte. Cnel. Mohamed Alí Seineldín, y nos informa que de inmediato debíamos preparar el equipo completo de combate, que incluye armamento, ropa adecuada, mantas y equipo de cocina, porque tendríamos una instrucción, que no sabía el tiempo que duraría ni el lugar donde se realizaría.
Después de pasar la mayor parte del día preparando el equipo, se nos dio bien de comer, tanto en el almuerzo como en la cena. Luego se nos ordenó descansar. A las 24 hs., debimos cargar todo el equipo en camiones, en los cuales nos trasladaron al RI 9, con asiento en Comodoro Rivadavia; en este lugar desayunamos y desde aquí nos trasladaron al aeropuerto que se encontraba próximo a esta unidad, en donde ascendimos con todo el equipo a un BOEING 707, con el cual, después de una hora y 15 minutos de vuelo, y aún sin saber nuestro destino, aterrizamos en el aeropuerto de Bahía Blanca. Desde aquí, y nuevamente en camiones, nos trasladan a Puerto Belgrano,
donde había una gran movilización de personal y vehículos; la mayoría de la Flota de Mar se encontraba anclada en el puerto.

Mi Sección (“GATO”) embarcó en el buque de desembarco Cabo San Antonio, mientras que las Secciones “BOTE” y “ROMEO” lo hicieron en el rompehielos Almirante Iriza. Después de varias horas de ardua tarea y de embarcar todo el personal, armamento y vehículos, a las 11:30 hs., zarpamos, aún desconociendo nuestro destino.
Después de 4 días de navegación, durante los que debimos soportar fuertes tormentas que hacían que el buque se moviera mucho, ya que por ser una unidad de desembarco en playa no poseía calado, razón por la cual no rompía el oleaje, produciendo esto un mayor cabeceo de la nave, nos encontrábamos todos en muy mal estado, porque debido a lo antes mencionado y a la falta de costumbre, sufríamos descomposturas, náuseas, vómitos, mareos, etc. Mientras pasábamos por esto, recibíamos instrucción sobre el uso del armamento y sobre distintas alternativas a usar en caso de estar en combate. Este fue el primer indicio que tuvimos de que nos encontrábamos en presencia de algo más que una simple instrucción de rutina.
A las 18,30 hs. del 1 de Abril por la línea de altavoces del buque, se nos informó por fin cual era nuestra misión: “RECUPERAR NUESTRAS ISLAS MALVINAS DE MANOS DE LOS BRITÁNICOS”.
En las primeras horas de la madrugada del 2 de abril, desembarcan distintos grupos especializados de la Marina ocupando lugares clave dentro de las Islas. Al amanecer desembarca el grueso de la fuerza, incluyendo la Sección “GATO” (único personal del Ejército Argentino), con el Tte. Cnel. Seineldín al frente. Esta Sección realizó dicho desembarco con un vehículo anfibio al mando del Capitán de corbeta Santillán, en las proximidades de Puerto Argentino, tomando inmediatamente el aeropuerto, donde hubo que limpiar la pista, ya que había sido obstaculizada por los marines ingleses con vehículos en desuso para que no pudieran aterrizar los aviones argentinos; esto fue lo primero que se hizo porque el resto del RI 25 llegó a Malvinas en aviones Hércules. Al finalizar esta tarea, pasamos a ocupar Moody Brook, que era el cuartel británico hasta ese momento, ubicado a 5 Km. de Puerto Argentino (ex-Port Stanley), capital de las Islas. Permanecimos 6 días en este lugar, durante los cuales debimos realizar tareas diversas como limpieza del sector, revisión de material abandonado por los ingleses, etc.



El día 8 de abril fuimos trasladados en helicóptero a la zona de Darwin, en donde nos instalamos en una casa escuela de amplias dimensiones, ubicada a 3 Km. de Pradera del Ganso. En este lugar ya se encontraban las Secciones “ROMEO” y “BOTE”, que permanecían aquí desde el 3 de abril, después de haber desembarcado el día 2 en horas de la tarde desde el buque Almirante Irizar, en Puerto Argentino, y desde allí en un buque de menor tamaño a Pradera del Ganso. En este sector, la primera tarea, y la más importante, fue la preparación de distintos tipos de defensa, previniendo un futuro ataque de parte del enemigo; luego llegarían a este lugar: personal de la Escuela de Aeronáutica de Córdoba, con una dotación de 220 hombres; una escuadrilla de 11 aviones Pucará, que operaban desde una improvisada pista de campaña con base de césped; también contaban con un conjunto de baterías antiaéreas equipadas con modernos radares y varios helicópteros de distintos tipos; también llegaron una fracción del RI 12, con asiento en Mercedes, Corrientes, y una fracción del Grupo de Artillería Aerotransportada 4 (GA4), que contaba con cañones de 105 mm., y estaba a cargo del Tte. 1º Chanampa Carlos A.; también había pequeños grupos de otras unidades. Todas estas fuerzas pasaron a formar la “FUERZA DE TAREAS MERCEDES”, y dentro de ésta, la Aeronáutica formó la BASE AÉREA MILITAR CÓNDOR. El día 24 de abril se realiza un acto contando con la presencia de nuestro Jefe, el Tte. Cnel. Seineldín; en este acto se realizó una Misa de campaña y una formación muy especial en la cual prestamos JURAMENTO A NUESTRA BANDERA. Esto fue muy emotivo, ya que ÉRAMOS LOS PRIMEROS SOLDADOS ARGENTINOS EN TODA LA HISTORIA QUE JURABAN LA BANDERA EN TIERRA MALVINENSE. Muchos camaradas hicieron honor a dicho juramento, dejando su vida en ese suelo, defendiendo su Bandera. El juramento fue tomado por el Tte. Cnel. Mohamed Alí Seineldín.

El resto de los días transcurrió sin novedades. Cada unidad se dedicaba a cumplir con distintas tareas relacionadas con situaciones que se vivirían en caso de combate. Hasta el 30 de abril, nosotros, los soldados, no teníamos idea de la situación que se vivía ni de dónde se encontraba la flota británica en ese momento. El 1º de mayo, a las 4:30 hs. de la madrugada, suena el alarma de alerta roja. A esa hora estaba siendo bombardeado el aeropuerto de Puerto Argentino por un avión Vulcan que había despegado de la Isla Ascensión. Nosotros ocupamos los lugares designados con anterioridad: la Sección “GATO” ocupa posiciones dentro del poblado de Pradera del Ganso.
Pasado algún tiempo y al no producirse ningún tipo de ataque, se nos ordena retornar a la casa escuela. Al llegar a esta, por prevención, ya que la alerta no había pasado, nos quedamos a cubierta en la barranca de la costa, que tendría unos 3 m. de altura. A pocos minutos de ocupar esta posición y cuando recién quería aclarar el día, 3 aviones Sea Harrier bombardean y ametrallan la Base Aérea Militar Cóndor y zona de influencia. En este ataque son destruidos distintos depósitos de combustible y municiones, como así también 3 aviones Pucará que se encontraban prestos a despegar para ser evacuados. En esta acción muere el piloto Jukig Daniel y 8 mecánicos armeros integrantes de la dotación. La Sección “GATO” soportó este ataque cubriéndose en la barranca antes mencionada. Esta posición quedó en la línea de ataque de los aviones, ya que la base aérea se encontraba a nuestras espaldas, a pocos metros de la costa.

Después del bombardeo y de haber superado la situación vivida por haber conocido la guerra en vivo y en directo, cada Sección vuelve a ocupar los lugares designados, pero esta vez por varios días. Nuestra Sección toma la población de Pradera del Ganso (120 habitantes), bajo guardia permanente, obligándolos a ocupar la Iglesia y el salón comunitario, donde permanecieron hasta el 29 de mayo, al ser recuperada Pradera del Ganso por las fuerzas británicas. Las casas que habían quedado deshabitadas fueron ocupadas por las fuerzas argentinas.
La Sección “GATO” estaba dividida en 4 grupos: “COMANDO”, “PRIMER GRUPO”, “SEGUNDO GRUPO” y “TERCER GRUPO”; cada uno ocupó una vivienda; yo pertenecí al Primer Grupo y pasé a desempeñarme como cocinero, utilizando, para esta tarea, una gran reserva de alimentos de la que disponían los kelpers en sus casas. También nos proveíamos de comida de un rancho (cocina de campaña) que se había instalado para alimentar a todas las fuerzas que se encontraban en ese sector. Además de esta tarea, debía cumplir con mis turnos de guardia correspondientes, los cuales los llevaba a cabo metido dentro de un pozo de zorro (trinchera), cuyas dimensiones eran: 1,20 m. de largo, 0,50 m. de ancho y 1,50 m. de profundidad; este pozo se encontraba ubicado frente a la casa sobre la costa.

El 4 de mayo, mientras me dirigía hacia el rancho en busca de comida, aviones Sea Harrier efectuaron un nuevo ataque sobre nuestras posiciones, viéndome obligado a resguardarme junto a la Iglesia, donde se encontraban los civiles (kelpers). En este ataque nuestra fuerza no sufrió daño alguno, y nuestra defensa antiaérea derribó a 2 de los aviones enemigos; uno de ellos era piloteado por el Tte. Nick Taylor, quien fallece por fallarle su asiento eyectable. Después de este ataque, el enemigo sólo realizó algunos vuelos nocturnos para efectuar lanzamientos de luces de bengalas, con el objetivo de iluminar la zona para visualizar nuestros movimientos. Además de cumplir con esta misión, con esta acción hacían que nuestras horas de descanso fueran más reducidas. Después de esto, los días transcurrieron con relativa calma, hasta que el 15 de mayo llega una orden del Comando Superior que determinaba que la Sección “GATO” y una Sección del RI 12, un total de 62 hombres que pasaron a formar el equipo de combate GUEMES, a cargo del Tte. 1º Carlos Daniel Esteban, debían ser trasladadas a un lugar designado, llamado “ALTURA 234”, ubicado sobre la costa de la entrada norte del Canal de San Carlos, con la misión de dar el alerta temprana en caso de producirse el desembarco inglés. El mismo día, este grupo fue trasladado al punto designado, distante 60 Km. de Pradera del Ganso, con 2 cañones sin retroceso y 2 morteros de 80 mm. El riesgo que corríamos en este lugar era muy elevado, ya que si el enemigo intentaba un desembarco, nos bombardearía causándonos un gran número de bajas, dejándonos quizás sin cumplir la misión de dar el alerta. Por esta razón, el Tte. 1º decide dejar un grupo de cada Sección en el lugar con el armamento pesado, y replegar al resto del personal a Puerto San Carlos, distante 9 Km. En este lugar se instala el puesto Comando, contando con equipos de radio y un equipo electrógeno a explosión. Desde aquí, cada 2 días se relevaría al personal de la “Altura 234”; dicho relevo se realizaría caminando. Desde el 17 al 19 de mayo, le correspondió a mi grupo ocupar el puesto en dicha altura. Después de ser reemplazados sin ningún tipo de novedad, volvimos a Puerto San Carlos, en donde descansamos un día, y el 20 por la noche ocupamos distintos puestos de guardia en el sector. A primeras horas del día 21 se produce un intenso bombardeo naval por parte del enemigo sobre las posiciones de la “Altura 234”, sufriendo algunas bajas; se produjo en forma discontinua durante toda la noche. A su vez, eran bombardeadas las zonas de Darwin y Pradera del Ganso, para disimular el desembarco que se estaba produciendo en San Carlos. El fuego efectuado venció nuestras defensas en la “Altura 234”. Algunos integrantes del grupo cayeron prisioneros, mientras que el resto (integrantes del grupo “COMANDO” y del “TERCER GRUPO”) deambuló por la isla durante 23 días sin ningún tipo de provisiones. El 14 de junio se rindieron al enterarse que las Islas estaban en poder del enemigo.
Después de vencer este punto de resistencia, el enemigo penetra por el Canal aproximándose a unos 3 Km. de nuestro puesto (Puerto San Carlos). Con las primeras luces del día, el Tte. 1º le ordena a 2 soldados que se dirijan a una altura desde la cual se podía visualizar el Canal de San Carlos para asesorarse de algún tipo de movimiento enemigo, ya que no teníamos ninguna certeza de lo acontecido durante la noche. La sorpresa de estos soldados fue muy grande, al observar que en el Canal había varios buques de los cuales se desprendían lanchones de desembarco llevando personal y armamento hacia la costa, donde ya había un gran número de soldados ingleses y también varios helicópteros que sobrevolaban los barcos con la misma misión de los lanchones. Al informarle al Tte. 1º a cerca del gran movimiento que observaron, este decidió comprobarlo en persona, para convencerse de que los soldados no habían exagerado en nada. Luego retorna al puesto Comando y por radio le informa al Comando Superior, el cual estaba en Puerto Argentino, a cerca de todo lo que había visto en el Canal, que no era nada más ni nada menos que un desembarco enemigo muy bien organizado. Cumplida nuestra misión e imposibilitados a enfrentar al enemigo, ya que sólo éramos 41 hombres con armas livianas, se decide destruir el equipo de comunicaciones y abandonar el equipo aligerado de cada uno, llevando solamente con nosotros el armamento y las municiones; se organiza el despliegue en 2 columnas hacia adentro de la Isla, buscando las alturas que dominaban la zona. Después de caminar entre 600 y 700 m., nos sobrevuelan 2 helicópteros enemigos, a los cuales les abrimos fuego averiando al segundo que pasó. Después de caminar algunos metros más y de realizar un cambio de posiciones, nos sobrevuela otro helicóptero al cual le hicimos fuego reunido, derribándolo; cae dentro del río San Carlos. Al mismo tiempo, empezamos a recibir fuego de morteros y ametralladoras, que por suerte no dan en el blanco. Otro helicóptero intenta atacar nuestras posiciones pero también es derribado, muriendo todo el personal que lo ocupaba. Minutos después, un nuevo helicóptero nos ataca; le disparamos, pero logra escaparse. Acto seguido, los ingleses se dedican a preparar sus defensas antiaéreas, ya que los primeros aviones argentinos comenzaban a sobrevolar sus posiciones, con la intención de bombardear los buques. Nosotros, después de eludir esta situación, detenemos la marcha por unos minutos para obtener información del grupo que se encontraba en la “Altura 234”, ya que ignorábamos la suerte corrida por ellos durante el desembarco. Pero nos reencontraríamos recién con parte de este grupo a fines de junio en el regimiento; el resto se encontraba en el Hospital Militar de Buenos Aires, porque habían sufrido distintos tipos de amputaciones por congelamiento en los miembros inferiores. Volviendo a aquel momento, sin tener información de ellos, decidimos continuar la marcha, que sería de unos 30Km., hasta donde se encontraba una casa abandonada, la cual ocuparíamos de noche para resguardarnos del frío, ya que todo nuestro equipo había quedado en San Carlos. En esta casa permanecimos hasta el 22 de mayo, cuando a últimas horas del día nos sobrevuela un helicóptero enemigo que descubre nuestra posición, lo que nos obliga a seguir la marcha, que se había tornado prácticamente imposible, ya que durante la noche se acentuaban aún más las irregularidades del terreno. Marchamos unos 7 u 8 Km. y nos detuvimos en la falda de un cerro tratando de dormir, pero nos resultó imposible debido al gran frío que hacía. Al amanecer, emprendimos la marcha, dirigiéndonos a un pueblito llamado Douglas Paddock, donde se hallaban unos 40 habitantes, a los cuales tomamos prisioneros, obligándolos a ocupar la escuela del pueblo; cabe aclarar que tanto la toma de la casa como la de todo el pueblo se realizó con extrema precaución por temor de que ya estuvieran ocupadas por fuerzas inglesas. Una vez agrupados los civiles en la escuela, cada grupo nuestro ocupó una vivienda. Después de varios días, fue aquí donde volvimos a comer bien, gracias a las reservas de alimento de los civiles. Nos dimos el gusto de comer ganso al horno y tortas fritas. Desde este lugar, el Tte. 1º envía a 2 soldados estafetas a Puerto Argentino para que informaran sobre nuestra posición, para que vinieran a rescatarnos. A su vez, se logra una comunicación radial por intermedio de un equipo que poseían los civiles, por la cual nos informaron que ya nos habían dado por desaparecidos desde después del desembarco británico, y nos transmiten que debemos permanecer en el lugar o seguir caminando porque no disponían de helicópteros, y que además era muy arriesgado el rescate, debido a la aproximación del enemigo. El Tte. 1º contesta el mensaje, diciendo que nos quedaríamos en el lugar, porque sería muy peligroso seguir a campo abierto, ya que era mucha la distancia a recorrer, teniendo que cruzar un río a nado para llegar a encontrarnos con tropas propias.

El 25 de mayo, en una improvisada pero muy emotiva formación, festejamos la fecha Patria. El 26 de mayo al mediodía, llegan 4 helicópteros Puma propios para llevarnos; llegaron en vuelo rasante y a toda velocidad, ya que circulaban aviones ingleses en la zona. Nos llevan a Puerto Argentino; aquí fuimos recibidos con gran algarabía, ya que fuimos los primeros en entrar en combate directo con el enemigo, causándole importantes bajas, en una situación muy desigual. El más emocionado era el Tte. Cnel. Seineldín, nuestro Jefe. Luego fuimos reporteados y fotografiados por los periodistas que se encontraban allí. Nos dieron todo el equipo que habíamos dejado en San Carlos, nos bañamos y comimos bien, por pedido del Tte. 1º.
Aunque al día siguiente tendríamos que volar en helicóptero a Pradera del Ganso para apoyar al resto de la Compañía “C” que se encontraba allí, no lo hicimos porque fue un día de mucha niebla; lo hicimos bien temprano el día 28. Cuando faltaban unos 5 o 6 Km. para llegar, los helicópteros detectan aviones enemigos, razón por la cual deciden aterrizar y dejarnos en ese lugar; entonces caminamos hasta el pueblo, donde los combates estaban muy cerca. Nos dan un grupo de apoyo y nos ordenan adelantarnos unos 5 Km. Para llegar a este punto, debimos pasar por la casa escuela, en la cual habíamos estado viviendo, y atravesar un brazo de mar por un puente de 1,50 m. de ancho y unos 20 m. de largo. Después del puente, habremos hecho 1,50 Km., cuando comenzamos a recibir fuego enemigo, el cual se encontraba a pocos metros del lugar. Sin la posibilidad de enfrentarlos, debido a la diferencia numérica y por no poseer apoyo de nuestra artillería porque ya no le quedaba municiones, se nos ordena el repliegue, el cual se complica un poco al llegar al puente, pero por suerte nadie resultó herido. Una vez que cruzamos el puente, nos metimos en la barranca de la costa y, cubiertos por esta, caminamos hasta el pueblo. El enemigo avanzó unos metros más y tomó posición. Al encontrarse el pueblo en la costa, los ingleses avanzaron en forma de “U”, haciendo que todos los argentinos termináramos en el pueblo; formaron una poderosa línea de fuego con cañones, morteros, soldados con armas livianas, y con el apoyo aéreo y el cañoneo de los buques. En horas de la tarde, 2 aviones Aeromachi efectúan un ataque sobre dicha línea, pero fueron derribados; la misma suerte corrieron 2 aviones Pucará que la sobrevolaron un tiempo después, aunque estos alcanzaron a causar algunos daños. Se combatió hasta las últimas horas del día 28; poco tiempo después se ordenó un cese de fuego que duraría toda la noche. Mientras tanto, los ingleses mandan a 2 sub Oficiales de la aeronáutica, que ya eran prisioneros, para que hablen con el jefe de la Fuerza de Tareas Mercedes (Tte. Cnel. Piaggi), para que ordenara la rendición de todas las Fuerzas Argentinas que se encontraban en el lugar. El Tte. se reúne con los jefes de cada Unidad para hablar sobre la situación que se estaba viviendo, y llegan a la conclusión de que era imposible seguir defendiendo Pradera del Ganso, ya que no se podía recibir refuerzos ni municiones de armas pesadas; después de tomar esta desición, se comunica con el Comando Superior , que estaba en Puerto Argentino, explicándoles la situación y solicitando la autorización para rendirse, para evitar la pérdida de más vidas. Además, los ingleses habían amenazado con bombardear la población, haciendo responsables a las Fuerzas Argentinas por la muerte de los civiles. Se recibe dicha autorización. Después de varias reuniones, el Tte. Cnel. Piaggi ordena destruir el equipo de comunicaciones y toda la documentación; también es incinerada la Bandera de Guerra del RI 12, y a las 12 hs. se realiza una formación en la cual se entrega todo el armamento, después de que el Tte. Cnel. Piaggi saludara formalmente al Tte. Cnel. Keeble, que era el encargado, por parte de los ingleses, para esta misión. A partir de ese momento, pasamos a ser prisioneros de guerra. Una vez terminada dicha formación, nos llevaron adentro de un galpón que se usaba para la esquila de ovejas. Aquí permanecimos hasta el día 30, cuando a últimas horas de la tarde somos trasladados en helicóptero al buque Canberra, en el cual fuimos alojados todos juntos en una bodega. En este lugar, donde pasamos la noche, se nos permitió higienizarnos. Al otro día, con lanchones de desembarco, nos llevaron a un frigorífico abandonado que se encontraba en San Carlos. Aquí, los ingleses habían establecido la Cabeza de Playa; nos introducen en un campo de prisioneros, en el cual permanecimos 2 días y 2 noches; por la noche nos hacían dormir dentro del establecimiento y nos daban alimentos envasados con galletitas.
El 2 de junio nos trasladaron al buque Northland, un gigante trasbordador de pasajeros, el cual se mantuvo en la zona del conflicto hasta el 7 de junio. En este día comienza el viaje cuyo destino sería Uruguay, como país neutral, para la entrega de prisioneros.

Llegamos a Montevideo el 12 de junio, y después de hacer algunos trámites de documentación con la Cruz Roja, embarcamos en el buque Piloto Alsina, mientras que otra parte del personal lo hacía en el Nicolás Mihanovich. En total, éramos un conjunto de 1.051 hombres.
El 13 de junio a las 12:30 hs., el buque amarró en el puerto de la ciudad de La Plata, ya que desde un principio se dijo que lo haríamos en Buenos Aires, pero para evitar nuestro contacto con la prensa y nuestros familiares, excusando que podríamos pasar alguna información involuntariamente a la Inteligencia británica, se decidió cambiar de puerto. Durante las horas que estuvimos a bordo del Piloto Alsina, se nos informó que en Malvinas iba todo bien, y que posiblemente en 2 o 3 días los ingleses se rendirían, cosa que a nosotros nos costaba creer, pero como ya hacía 15 días que estábamos prisioneros, podría haber cambiado la situación en las Islas. Pero resultó que todo era al revés, ya que el 14 de junio se rendirían las tropas argentinas.
Después de desembarcar en La Plata, donde prácticamente no había gente porque se ignoraba nuestra llegada, fuimos trasladados en ómnibus a Campo de Mayo; durante todo el trayecto fuimos escoltados por vehículos militares y policiales. En este lugar no se nos permitía hablar con nadie, por lo mencionado anteriormente. Aquí se cumplió con un período de recuperación, durante el cual recibimos una buena alimentación, se nos practicó un chequeo médico general, se nos renovó toda la vestimenta, y recién el día 15 de junio, cuando las Islas Malvinas ya estaban en poder de los ingleses, dejaron entrar a los familiares; en mi caso, por esas casualidades que tiene la vida, que son demasiado largas para explicar, fue de gran alegría para mí ver que se encontraban mis padres y un tío que vive en Buenos Aires; también estaban el chofer del intendente de mi pueblo y el señor Tesio (de quien no recuerdo el nombre), que era quien había organizado una colecta de dinero para que mis padres pudieran viajar a Buenos Aires. Para realizar dicho viaje, el Señor Intendente Dr. Remo Ghelfi puso el auto municipal a disposición de mis padres. Ellos deambularon 3 días por Buenos Aires, tratando de saber en dónde nos encontrábamos, pero nadie les decía la verdad; por rumores, habían ido hasta La Plata, y vieron los ómnibus saliendo del puerto, pero los perdieron. Recién al caer Malvinas en manos de los ingleses, les informaron que estábamos en Campo de Mayo (14 de junio de 1.982).
En este último lugar permanecimos hasta el 20 de junio; luego nos trasladaron a la Guarnición Militar Sarmiento, en donde fuimos recibidos con mucha alegría por el personal que se encontraba allí y por la población de Colonia Sarmiento. Permanecimos en el Regimiento hasta el 5 de julio. En este día, se nos otorgó la primer licencia, desde la incorporación; fue de 35 días.
Por problemas relacionados con el conflicto de Malvinas que dejaron ciertas asperezas entre la Fuerza Aérea y el Ejército, no se consiguieron los pasajes para que nuestro retorno a casa se hiciera en avión; por tal motivo fuimos trasladados en ómnibus desde la Guarnición hasta la ciudad de Bahía Blanca, desde aquí en tren hasta Buenos Aires, y desde este lugar a Córdoba, en otro tren. Debido a mis ansias para llegar a casa, en Buenos Aires tomé un colectivo de línea a Río IV, y desde aquí, otro a Elena, en donde fui recibido con mucha alegría por familiares, amigos y conocidos.
Trascurridos los días de licencia, y viajando en los mismos medios, el día 12 de agosto me presenté en el Regimiento, permaneciendo aquí hasta el 19 de agosto, día en el que obtuvimos la baja total del Servicio Militar Obligatorio. El regreso definitivo a casa, lo hago en ómnibus, desde la Guarnición hasta Comodoro Rivadavia, luego en avión hasta Córdoba, y por último en colectivo, hasta Elena.
Así termina la historia de una breve etapa de mi vida; pero seguramente la más significativa.


Veterano de guerra Víctor Hugo Bertone.
Sección “GATO”-Compañía “C”.
Regimiento de Infantería 25.