Una aventura en Malvinas: un motín, un naufragio, gauchos armados y cinco hombres abandonados durante 534 días
Mientras
en nuestro país tenía lugar la revolución de Mayo, las islas del
Atlántico Sur se convirtieron en tierra de cazadores de lobos marinos y
balleneros. En el medio, la guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña
desató una historia apasionante, que incluyó hambre, traiciones y el
primer nacimiento en este territorio
Grabado
que muestra las actividades de recorrida de los cinco hombres durante
los largos meses de permanencia en las islas. Se destaca en el fondo el
refugio que construyeron para su larga estada, hecho de turba y piedras y
las vestimentas que se confeccionaron con pieles de lobos marinos. La
historia muchas veces atesora acontecimientos extraordinarios bajo un
halo de penumbra. Estos hechos, desconocidos por la mayoría de
argentinos e ingleses, son un claro ejemplo de esto. Una vez más, aquí
la realidad supera a la ficción.
Malvinas y el éxodo español
Corría
el mes de Febrero de 1811 cuando la guarnición militar española
destacada en Malvinas y dependiente del Apostadero Naval de Montevideo
(a cuyo mando se encontraba Pablo Guillén Martínez), es llamada por el gobernador Gaspar de Vigodet, para participar en las luchas contra los revolucionarios de Buenos Aires que buscaban la independencia.
Desde el 2 de Abril (ironías de la historia) de 1767 los españoles se hallaban instalados en Puerto Luis (rebautizado
luego como Puerto de Nuestra Señora de la Soledad), habiendo
administrado los recursos de las islas y alejado a los intrusos
extranjeros que permanentemente intentaban depredar lobos marinos y
ballenas. Pero había llegado la hora del éxodo. Antes de partir, se
cerraron los edificios y se colocó una placa de plomo en el torreón de
la iglesia que decía: “Esta isla, con sus
puertos, edificios, dependencias y cuanto contiene pertenece a la
soberanía del señor don Fernando VII, rey de España y sus Indias,
Soledad de Malvinas, 7 de febrero de 1811, siendo gobernador Pablo
Guillén”. Finalmente se soltó el ganado doméstico presente en el
asentamiento, que no tardó en reunirse con las más de 5000 cabezas que
ya vagaban por los campos.
Miles
de lobos y elefantes marinos fueron perseguidos y cazados de a miles
por ingleses y norteamericanos durante los siglos XVIII, XIX y bien
entrado el siglo XX. Fotos: Marcelo Beccaceci. Tras la salida de los españoles, las isIas se convirtieron en dominio de balleneros y cazadores de lobos y elefante marinos provenientes, en su mayoría, de Estados Unidos e Inglaterra.
Cabe destacar, sin embargo, que ya el 25 de mayo de 1810 comenzaba la embrionaria existencia de nuestro país y las Malvinas, como el resto de nuestro territorio, serían gobernadas en adelante por las Provincias Unidas del Río de la Plata.
De hecho su primer gobierno, la Primera Junta, atendió los reclamos
administrativos del hasta entonces penúltimo comandante militar español
en Malvinas, Gerardo Bordas: El 30 de mayo de 1810 la Primera Junta de
la Revolución de Mayo respondió la petición para que le erogaran sus
sueldos con una resolución firmada por Cornelio Saavedra y Juan José
Paso: “…que para los gastos y pagamentos se
considere en adelante el establecimiento de Malvinas como un buque
navegando y todos los empleados de destino como dependientes del mismo
buque…”.
Acontecimientos extraordinarios
Año 1812. Puerto de Nueva York. Charles H. Barnard,
un experimentado lobero a pesar de contar con sólo 30 años de edad,
recibe un magnífico bergantín de 132 toneladas, el Nanina, para una
nueva misión a Malvinas. Los propietarios de la nave le piden que se dirija a la zona para obtener unos cientos de cueros de lobos marinos, los que luego serían embarcados hacia Canton, China, en otro buque más grande, el cual sería enviado más tarde.
Las Islas Malvinas desde el espacio Al
finalizar la temporada de caza, Barnard enviaría a Nueva York a su
padre Valentine al mando del Nanina y se quedaría esperando la llegada
del carguero junto a un grupo de hombres custodiando los cueros.
Era
una de las tantas operaciones comerciales que se realizaban en esos
años en la costa este de los Estados Unidos y que enriquecían tanto a
armadores navales como a hombres de negocios y capitanes a expensas de
la irracional explotación de la fauna silvestre de las islas.
El
día 7 de Septiembre de 1812 llega la expedición a la costa de New
Island, en el oeste del archipiélago. En pocos días arman una chalupa
para salir a explorar los islotes cercanos y obtener la mayor cantidad
de cueros posible. Apenas habían transcurrido unos días cuando Barnard
se reúne con el capitán de un barco norteamericano, quien le manifiesta
que había estallado una guerra entre Estados Unidos e Inglaterra hacía
tres meses.
Portada
de “El naufragio del Isabella” por David Miller. Apasionante y
minuciosa obra sobre los avatares de todos los involucrados en los
acontecimientos. Año 1995. Sucedió
que, aprovechando un conflicto armado entre este último país y la
Francia napoleónica, los estadounidenses había aprovechado para invadir
los territorios canadienses pertenecientes al Imperio Británico. Entre
otras causas de la guerra, se sumaban las restricciones al comercio
impuestas por el Reino Unido debido a la guerra que mantenía en Europa
contra Francia, el reclutamiento forzado de marineros mercantes
estadounidenses para servir en la Marina Real Británica y el apoyo británico a los pueblos indígenas de Norteamérica que se oponían a la expansión de Estados Unidos.
Ante
este giro en los acontecimientos, y a pesar de que su compatriota le
entregara cartas de sus patrones donde le pedían que regresara a Estados
Unido cuanto antes, Barnard decide finalmente ocultarse por un tiempo en el sector más occidental del archipiélago, con el fin de evitar los barcos balleneros ingleses que pululaban por las islas.
Zorro Malvinero. Especie ya extinguida de las islas Malvinas. Sin
embargo, en el mes de Abril de 1813 los marineros de la chalupa
divisaron una columna de humo proveniente de una de las islas cercanas
llamada Eagle (hoy Speedwell). Al regresar al buque se reunieron con el
capitán y luego de evaluar los hechos decidieron que un grupo comandado
por Barnard se acercara al lugar con la embarcación más chica y dejando
el buque a resguardo, aún a costa de encontrarse con ingleses e incluso
con españoles ya que algunos presumían que aún estaban en la zona aunque
se habían ido marchado hacía ya dos años.
Lo
cierto es que el 8 de febrero, el Isabella, un barco británico de 193
toneladas en ruta de Port Jackson, Australia a Londres, había encallado
frente a la costa de la isla Eagle. Entre los 52 pasajeros y la
tripulación del barco, todos los cuales sobrevivieron al naufragio, se
encontraban ex presidiarios, delincuentes varios, mujeres de avería,
militares de mala reputación y sin escrúpulos y un capitán que estaba
ebrio la mayor parte del tiempo y causante del desastre de la nave. Todos ellos lograron llegar a la costa sanos y salvos.
El
general José Rondeau fue quien le manifestó que podría facilitarle a
Lundin y su grupo llegar a Montevideo bajo una bandera de tregua, pero
le advirtió que un buque británico zarparía de Buenos Aires También a bordo estaba Joanna Durie, esposa de un militar, quien el 20 de febrero había
dado a luz, en la playa y con la ayuda de dos mujeres, a la primera
persona nacida en las islas, una niña llamada Eliza Providence Durie, en una cabaña improvisada y construida con restos de la nave.
Al
día siguiente de este acontecimiento, tuvo lugar la despedida de una
canoa de 6 metros de largo (construida con los restos de la Isabella),
con los seis hombres que se habían ofrecido como voluntarios para buscar
ayuda en cualquier puesto de avanzada español que pudieran encontrar.
La idea era llegar al menos hasta Puerto Soledad situado al noreste. Por
ese entonces ninguno de ellos sabía que el mismo había sido abandonado hacía un tiempo.
La
canoa, construida por un carpintero, estaba provista de un pequeño
mástil, una vela y un sobretecho y fue bautizada como Faith and Hope (Fe
y Esperanza).
Dos semanas más tarde llegaron al lugar y sólo encontraron manadas de ganado salvaje
deambulando entre los restos del asentamiento compuesto por chozas
derruídas y una capilla. Fue un duro golpe para estos hombres pero así y
todo tomaron la desesperada decisión de cruzar al continente desafiando al temible Atlántico Sur con su pequeña canoa
y a lo largo de cientos de kilómetros. Pondrían rumbo a Montevideo,
evitando en lo posible las desoladas costas patagónicas, con la
presunción de que los portugueses de la zona serían más amigables con
ellos que los españoles de Buenos Aires.
Carta náutica confeccionada por el capitán Charles Barnard e incluida en su libro de 1829. Antes
de dejar Malvinas cazaron cerdos salvajes y cauquenes y subieron a
bordo algunos repollos encontrados en una huerta abandonada por los
españoles.
Habrían de llegar a la boca del Río de la Plata 34 días después de su partida. Mientras tanto sus compañeros dejados en tierra no albergaban ya muchas esperanzas de ser rescatados…
A
pesar de que alcanzaban a divisar muy a lo lejos el cerro de
Montevideo, la canoa fue empujada por los fuertes vientos hacia la costa
bonaerense. Lograron hacer pie en una playa y salieron a su encuentro
varios gauchos armados. El líder de ese grupo exigió a uno de los tripulantes llamado Lundin, arriar la bandera británica
que este había izado minutos antes en el mástil. Así se hizo. Luego
Lundin, en español preguntó si los ingleses eran considerados allí
amigos o enemigos.
¡Enemigos! fue la respuesta
del líder de la partida. Mientras los gauchos se acercaban a ellos en
forma amenazante, Lundin recordó que tenía su uniforme de granadero
guardado en la bodega de la embarcación. No perdió tiempo y se lo puso.
El colorido uniforme escarlata y las brillantes charreteras de plata
impresionaron a los gauchos. De inmediato, apareció en escena un grupo
de soldados, cuyo capitán, llamado Antonio, les comunicó que habían
llegado en medio de una guerra ya que el ejército de Buenos Aires estaba
atacando a las fuerzas realistas de Montevideo.
Cauquenes de Malvinas. Fuente de alimentación para los navegantes que circulaban por las islas. Foto: Marcelo Beccaceci. Lundin, siempre luciendo su uniforme, fue llevado ante la presencia de diferentes oficiales hasta que al día siguiente compareció ante el General José Artigas.
Este último se enteró de la increíble travesía que había tenido origen
en Malvinas y le dijo a Lundin que debería entrevistarse con el General
Rondeau, cuyo campamento se encontraba cerca de allí, ya que él no podía
decidir de que manera ayudarlo. Luego de escuchar los hechos, Rondeau manifestó que podría facilitarle a Lundin y su grupo llegar a Montevideo bajo una bandera de tregua
pero le comentó que en el puerto de Buenos Aires había un buque de
guerra británico que tal vez pudiera ayudarlos. Fue entonces que los
británicos volvieron a su bote y se dirigieron hacia allí encotrándose
finalmente con el Capitán Heywood a bordo del Nereus quien rápidamente
dispuso que el oficial William P. D’Aranda al comando de la nave Nancy partiera el 17 de Abril al rescate de quienes esperaban en Malvinas.
Pero
volvamos a Barnard y sus hombres. Esta es la descripción del capitán al
aproximarse a la isla y divisar un grupo de personas en su costa
(incluida en su obra A Narrative of the Sufferings and Adventures of Capt Charles H. Barnard.1829):
“Inspeccionando a los hombres vi con placer que uno o dos de ellos
tenían uniformes de marinos británicos, y por lo tanto no eran los
temidos españoles. A pesar que eran enemigos de mi país no sentí peligro
o pérdida por aliviarlos de su peligrosa situación ya que sentí la
seguridad que, al prestarles ayuda, se unirían conmigo con los más
fuertes lazos de gratitud. Desafortunadamente, era
imposible para mi sospechar las dificultades y los sufrimientos en los
que me involucraría por cerca de cuatros largos y miserables años, casi
dos de ellos pasados en una inclemente, desolada e inhabitada isla”.
Además
de los cerdos salvajes, introducidos por el hombre en las islas, la
carne y los huevos de las aves marinas como los albatros y pingüinos
fueron imprescindibles para la supervivencia de Barnard y sus hombres.
Fotos: Marcelo Beccaceci. Durante
su encuentro con los náufragos Barnard manifestó su interés en
ayudarlos y rescatarlos de la terrible condición en la que se
encontraban, a pesar de que, con los restos del naufragio, los sobrevivientes habían construido pequeñas chozas y contaban con numerosas provisiones que habían sido trasladadas desde la Isabella hasta la isla.
El
capitán Barnard iría en busca de Nanina con la chalupa y varios
británicos, para acondicionarlo y luego llegaría al sitio del naufragio
para transportarlos hasta el continente, aunque eso significara un gran
atraso en sus planes de cacería de lobos marinos.
Es en esa oportunidad cuando el norteamericano comete el error de comunicarles que Estados Unidos se hallaba en guerra con el Reino Unido,
algo que desconocían los tripulantes de la Isabella al tiempo de partir
de Australia. Desde ese momento, entre los súbditos británicos más
inescrupulosos comenzaron a germinar conspiraciones para apoderarse del
Nanina.
Una vez que Barnard tomó nuevamente
posesión de su nave, comenzó con los preparativos para zarpar hacia la
isla Eagle y rescatar a los que aguardaban. Sin embargo. el mal tiempo
impidió que esto se concretara de inmediato y ese fue el detonante para
que los marinos británicos, en mayor número que los americanos,
intentaran presionar al capitán para que saliera en busca de sus
connacionales. Barnard comenzó a sospechar que un motín estallaría en cualquier momento
y logró sofocar a duras penas algunos cuestionamientos. La espera se
fue haciendo más larga ya que las malas condiciones climáticas impedían
que el Nanina pudiera navegar con seguridad entre los islotes del
archipiélago. Barnard no iba a arriesgar la única nave en condiciones de
sacarlos a todos de allí.
El día 11 de Junio, el americano decidió que era imperioso reforzar las provisiones a bordo
ya que había que alimentar a un gran número de personas durante la
travesía al continente por lo que decidió visitar una isla cercana
llamada Beaver en busca de las mismas. Se trataba de una partida de caza para obtener cauquenes, patos, conejos e incluso cerdos salvajes
para complementar las bodegas del barco. Fue así que convocó a
voluntarios para acompañarlo en la excursión que harían con un pequeño
bote, la cual no duraría mucho tiempo. Se presentó de inmediato Jacob
Green de su tripulación y tres marineros británicos de la Isabella:
Joseph Albrook, Samuel Ansell y Joseph Louder.
El grupo, junto con el perro de Barnard llamado Cent, partió temprano a la mañana siguiente.
Las recorridas de Barnard y sus hombres entre canales, islotes, islas y a campo traviesa. Quedaban
en el barco sólo tres americanos, incluyendo al padre del capitán y un
importante número de británicos quienes comenzaron nuevamente a
presionar a Valentine Barnard para mover el barco y rescatar a sus
compatriotas a lo que el viejo marinero respondió que había que esperar
que regresara su hijo con los demás. Sin embargo, los británicos empezaron a organizar los preparativos del viaje y tomaron posesión de la nave.
A la mañana siguiente, se decidió que se pararía unas horas en la isla
Beaver en busca de Charles Barnard y los demás ya que quedaba en el
camino a la isla Eagle. Al llegar al lugar se dispararon dos cañonazos y
se envió un bote a la playa pero los cazadores se hallaban lejos de ese
sector por lo que no escucharon los disparos.
Fue entonces que los amotinados decidieron marcharse de allí e ir a buscar a los náufragos, abandonando para siempre al grupo de cinco hombres quienes desconocían por completo lo que estaba sucediendo.
Cuando
se aproximaban a su destino, divisaron un buque de guerra de bandera
británica llamado Nancy, al tiempo que dos botes se acercaban al Nanina.
Grande fue la sorpresa de los pocos americanos a bordo cuando vieron
que decenas de británicos armados hasta los dientes y profiriendo gritos subieron a la nave para capturarla.
Portada original del libro del capitán Charles Barnard. Mientras
tanto Charles Barnard y sus hombres, luego de una exitosa cacería de
cerdos salvajes y con el bote lleno de provisiones, remaron, bien
entrada la noche, hacia New Island con el objetivo de regresar al Nanina
y preparar el buque para buscar a los náufragos. Lo primero que les
sorprendió fue que no podían ver las luces del barco, el cual se suponía estaba anclado en las cercanías. Por lo tanto, se resignaron a pasar una segunda noche acampando en la playa cercana aunque nadie habría de dormir tranquilo.
Al
despuntar el día siguiente, realizaron una minuciosa exploración de la
costa en busca de alguna botella con un mensaje para ellos, como era
costumbre entre marineros cuando tenía lugar alguna contingencia de
último momento. Sin embargo, ante la falta del mismo, una sensación de
bronca y sorpresa comenzó a instalarse entre ellos. Aún no imaginaban que habían sido abandonados.
Barnard
les dijo a sus dirigidos que seguramente Nanina había partido a la Isla
Beaver a buscarlos a ellos y que era una buena idea regresar allí para
encontrarlos. Trató de levantar el ánimo del grupo diciéndoles que
era imposible que hubieran sido abandonados a los horrores y
sufrimientos a de esa tierra desolada y hostil. Entonces con el
ánimo un poco más optimista decidieron remar nuevamente a la isla
Beaver. Grande fue la desilusión cuando al llegar a sus playas, no
encontraron rastro alguno de la presencia del buque en la zona. Fue
entonces cuando, con un último dejo de ánimo, decidieron navegar hasta
la isla Eagle, donde suponían que el Nanina había ido a buscar a los
náufragos. Pensaban que seguramente se encontrarían allí con todos
ellos.
Imagen del “refugio Barnard”, restaurado hace algunas décadas. New Island. Una
vez más subieron al bote, ya que la alternativa de quedarse a esperar
no era una opción. Comenzaron entonces con la larga remada hasta el
lugar. Barnard creía que, incluso si el buque había recogido a los náufragos, aún estaría en las inmediaciones o al menos habrían dejado no solamente un mensaje, sino también provisiones suficientes para los cinco hombres.
La
ruta que eligieron era la más segura ya que evitaba en parte las costas
rocosas del sur permanentemente azotadas por los vientos. Para aligerar
la carga, guardaron cuatro cerdos que suponían sería suficiente para
mantenerlos hasta llegar a su destino y tiraron por la borda otros
cuatro. Algo de lo que se arrepentirían amargamente más adelante.
La
navegación resultó muy dura. Además del intenso frío, las olas se
abatían sobre ellos sin piedad y los vientos no daban tregua. Ateridos y hambrientos, comían una vez cada 24 horas y remaban sin cesar. Al
llegar a un islote decidieron cortar camino por tierra hasta otra
extensión de mar que se veía a lo lejos. Para ello tuvieron que desarmar
el mástil, las velas y otros elementos del bote y llevarlos a cuestas
junto con este a campo traviesa.
Estaban ya muy
débiles y agotados para caminar pero los movía la sensación de que algo
malo había sucedido con el buque aunque todavía mantenían la esperanza
de encontrarse con gente al llegar a destino. Al estar nuevamente en el
agua se dieron cuenta que las olas los llevaban mar adentro. Sin mapas, cartas náuticas ni compás, remaban casi a ciegas y dependían de la memoria de Barnard, quien estaba familiarizado con la región aunque incluso él comenzó a tener dudas y terminaron desviando el rumbo.
El sitio del “refugio Barnard” en la actualidad. BARNARD MEMORIAL MUSEUM. Coffin´s Harbour, New Island. Estuvieron
perdidos algunos días. Pasaban las noches en playas inhóspitas, a veces
bajo intensas nevadas, utilizando una sola manta para los cinco. Los cuatro marineros estaban sin zapatos
por lo que usaban esta para calentar sus pies evitando que se
congelaran. Intentaban dormir algunas horas bajo el bote y las fogatas
se mantenían gracias al “combustible” provisto por la grasa de lobos
marinos que ellos mismos cazaban. Incluso dieron cuenta de algunos
zorros malvineros para alimentarse. Lo cierto es que no tenían casi alimentos y comenzaron a cazar aves marinas como skúas y gaviotas con piedras y hasta con sus manos. Hubo días en que sólo comían grasa de lobos marinos o raíces y tallos de tussock grass.
Habían pasado ya 22 días desde que abandonaron al Nanina cuando el marinero Ansell se “quebró” y confesó que el había formado parte de la conspiración para apoderarse del buque y que lamentaba haberse ofrecido de voluntario para integrar la partida de caza ya que se daba cuenta ahora que sus ex compañeros lo habían abandonado.
Barnard manifestó su bronca ante esta confesión pero no quiso perder
mucho tiempo con enojarse y decidió cambiar el rumbo de la navegación
una vez más ya que sentía que el bote era muy frágil ante el embate de
las olas en ciertas zonas por lo que procuró pasar cerca del reparo de
algunos acantilados.
Regresaron entonces por algunos lugares donde ya habían estado y se dirigieron con prisa a su destino. Gracias al perro Cent, gran cazador, pudieron obtener algunos cerdos cuando estaban a punto de desfallecer por inanición.
Luego
de 52 días signados por el crudo invierno malvinense y completamente
agotados llegaron finalmente a su destino. Lo que no supieron en ese
momento es que el Nanina y el Nancy habían zarpado hacia el continente cuatro días antes. Pero lo que ni siquiera imaginaban es que estarían aún 482 días en Malvinas viviendo aventuras increíbles de supervivencia extrema que pasaron a la historia gracias al libro que años más tarde publicaría el extraordinario capitán Charles Barnard.
Serían rescatados recién en Noviembre de 1814 por dos balleneros ingleses, el Indispensible y el Asp. Para ese entonces la guerra entre Estados Unidos e Inglaterra estaba llegando a su fin.
Marcelo Beccaceci es escritor y autor del libro Gauchos de Malvinas