Mostrando entradas con la etiqueta libro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta libro. Mostrar todas las entradas

sábado, 6 de julio de 2024

Libro sobre la ayuda militar peruana a nuestro país

El libro que revela documentos inéditos sobre la ayuda de Perú a la Argentina durante la guerra de Malvinas

El texto relata los esfuerzos del presidente Fernando Belaunde Terry para evitar el conflicto armado en el Atlántico sur. Cómo fueron las intentos diplomáticos y el pedido de una tregua desde Lima


Fernando Belaunde Terry fue presidente del Perú en dos oportunidades. Fue un firme impulsor de la unidad latinoamericana (Foto libro "La intervención del Perú en la controversia de las Islas Malvinas")

Es por todos conocida la postura de Lima en su apoyo a la Argentina durante el conflicto del Atlántico Sur. Sin embargo, en el libro “La intervención del Perú en la controversia de las islas Malvinas”, de Víctor Andrés García Belaunde, se revela el esfuerzo por llegar a una solución pacífica

El libro relata la guerra de Malvinas según la visión peruana. Ya en la frase que abre una lectura apasionante de la trastienda diplomática tanto de los prolegómenos de la guerra como de los enfrentamientos bélicos en si, se revela la postura del Perú respecto a la Argentina: “En esta hora en la que la nación argentina es víctima del bloqueo bélico y de sanciones económicas injustificables, expreso a vuestra excelencia la decisión del Gobierno y pueblo peruanos de prestar todo el apoyo a nuestro alcance en la defensa de sus legítimos intereses nacionales y de la causa de la unidad latinoamericana”. Firmado por el presidente Fernando Belaunde Terry. Está fechado el 30 de abril de 1982.

El libro constituye un aporte histórico para los estudiosos del conflicto, más aún cuando su autor era un joven de 29 años y sobrino del presidente, cuando se desempeñó como secretario del Consejo de Ministros entre 1980 y 1982, transformándose en un testigo privilegiado de los esfuerzos diplomáticos por no llegar al enfrentamiento en el campo de batalla.

La mediación peruana era noticia. Hasta el ataque al crucero General Belgrano, Belaunde Terry no había perdido las esperanzas (Diario La Nación del 2 de mayo de 1982)

García Belaunde echa por tierra la opinión mezquina de los que aventuraron que Perú apoyó a la Argentina con la esperanza de obtener un aliado en sus reclamos a Chile por los territorios perdidos durante la guerra del Pacífico.

Nada más alejado de la realidad de entonces: una encuesta realizada en Perú indicó que en mayo de 1982 85,8% respaldaba a la Argentina y un 71,8% estaba dispuesto a ir a combatir a las islas.

El libro publica dos fotos de aviones Mirage que Perú envió a nuestro país (Fotografía libro "La intervención del Perú en la controversia de las Islas Malvinas")

A través de la lectura de sus páginas, el libro demuestra que el apoyo de Perú a nuestro país no fue circunstancial, sino que obedecía a raíces muy profundas de hermandad y de solidaridad, con antecedentes históricos. Fue crucial el papel de José de San Martín en el proceso independentista peruano, y hubo otros argentinos que se brindaron a servir al país aún a riesgo de su propia vida. Fue el caso de Roque Sáenz Peña quien se enroló como voluntario en el ejército peruano en la guerra que los enfrentó a Chile entre 1879 y 1884.

Cuando el 3 de enero de 1833 los británicos se apropiaron de Malvinas -el autor la describe como “invasión”- el Perú le envió al gobierno argentino documentación del siglo XIX, incluyendo un mapa de 1769, que sostenían que las islas pertenecían a la corona española.

El libro fue presentado en el Palacio San Martín. Contó con la presencia del autor y de diplomáticos de ambos países (TELAM/Raul Ferrari)

“Honestidad, lealtad y solidaridad”, describió el autor como los principales atributos que guiaron a Fernando Belaunde Terry, quien ejerció la primera magistratura en dos oportunidades: entre 1963 y 1968 y entre 1980 y 1985.

El libro ofrece un valioso aporte, que son los cablegramas generados entre Perú, Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos. El primer cablegrama está fechado el 8 de abril de 1982. Hay un nutrido material, que incluyen mensajes entre la cancillería peruana y sus embajadas en Argentina, el Reino Unido y Estados Unidos; están los generados en la embajada del Perú en Buenos Aires, en Londres y en Washington y cablegramas recibidos por el ministerio de relaciones exteriores peruanos. Son una fuente de datos y detalles que pintan los esfuerzos, a contrarreloj, de Belaunde Terry por llegar a una solución pacífica.

En el mismo sentido, queda de manifiesto sus gestiones para encolumnar a las naciones latinoamericanas detrás de la causa Malvinas. Durante su primer mandato, cuando participó de la reunión cumbre de jefes de estado americanos sostuvo una visión integradora de América Latina, idea que puso en práctica durante la guerra.

Con prólogo del presidente Alberto Fernández, el libro brinda una detallada crónica documentada del apoyo peruano a la Argentina

El 3 de abril de 1982 el gobierno peruano emitió su primer comunicado, en el que apoyaba la reivindicación argentina sobre las islas, en el marco del proceso de descolonización estipulado por resoluciones de Naciones Unidas, e instaba a dirimir el conflicto en forma pacífica.

El presidente Terry propuso “una honrosa e inmediata tregua”, a fin de llevar adelante negociaciones diplomáticas. El canciller argentino Nicanor Costa Méndez dijo que valoraba la iniciativa y que el país no se proponía iniciar hostilidades. Su par inglés también agradeció y que se estaban esforzando en llegar a una solución pacífica. Solo ponía un requisito por delante: el retiro de las fuerzas argentinas de las islas.

Apoyado por documentos, Garcia Belaunde describe cómo Gran Bretaña de todas maneras rechazó una tregua de 72 horas que proponía el peruano.

El 30 de abril le mandó un telegrama al general Leopoldo Galtieri, donde manifestaba el apoyo del gobierno y del pueblo peruanos en la defensa de los legítimos intereses nacionales y de la causa de la unidad iberoamericana. “Argentina ostenta títulos ancestrales e inobjetables”, sostuvo.

El libro transmite los esfuerzos del primer mandatario por poder cumplir con la misión que se había impuesto, y las demoras de los dos países en conflicto -Gran Bretaña ponía como condición el retiro de las tropas argentinas y Galtieri admitió que las decisiones debía consultarlas con la junta militar- fueron dos grandes escollos para llegar a buen puerto a lo que se había propuesto: llegar a “una paz digna, justa y oportuna”.

El hundimiento del Belgrano significó el fin del acuerdo de paz. Terry justificó su apuro en las respuestas a las propuestas. Dijo que de haber tenido las respuestas a tiempo, no hubiera ocurrido el hundimiento del crucero. A García Belaunde le parece extraño que los documentos ingleses referidos al Belgrano recién serán desclasificados en el año 2072.

Años después Terry confirmó que sus conversaciones eran grabadas por los servicios secretos ingleses y norteamericanos.

Asimismo, se detalla el envío de una decena de aviones Mirage en una misión secreta, que llegaron tarde al país y que no pudieron ser empleados. También da cuenta de una misión de observadores a la zona del conflicto, a comienzos de mayo. De la misma forma, se describe la triangulación de compra de armamento de Argentina a Israel, que se hizo vía Perú.

Hay un capítulo dedicado a “la ambigua reacción de Chile”, en el que el autor hace “un balance imparcial” del país vecino en su ayuda a Gran Bretaña.

Víctor Andrés García Belaunde es abogado, político y empresario y su obra se presentó en la Feria Internacional del Libro en Lima. También trajo su libro a Buenos Aires y lo difundió en un acto realizado en el Salón Libertador del Palacio San Martín, que estuvo encabezado por el secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, Guillermo Carmona. Además del autor, participaron el embajador argentino en Lima, Enrique Vaca Narvaja; su par de Perú en Buenos Aires, Peter Camino Cannock, y la directora nacional de Malvinas e Islas del Atlántico Sur, Sandra Pitta.

García Belaunde habló de la unidad en el pueblo peruano en torno a las Malvinas, que es la misma unidad de la que hablaba José de San Martín cuando contribuyó a la liberación de ese país. La semilla había rendido su fruto.

domingo, 11 de junio de 2023

Operación Tabarin para alejar el control argentino de Malvinas en la SGM

Imágenes de una operación de alto secreto de la SGM a la Antártida para establecer bases y mantener a Argentina fuera de las Malvinas



George Winston || War History Online


Base A, Port Lockroy, establecida el 11 de febrero de 1944. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb, 1944; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A119). Copyright: Crown (caducado).



Es fácil imaginar todas las batallas acaloradas del Teatro Europeo de la Segunda Guerra Mundial que tienen lugar en Francia, Bélgica o África del Norte, todas las campañas discutidas en la clase de historia en la escuela.

Pero también tuvieron lugar otras operaciones. Algunos no fueron conocidos en absoluto durante los años de guerra, porque los gobiernos o la prensa no los mencionaron abiertamente.

En un paisaje helado y árido en la Antártida, la "Operación Tabarin" tuvo lugar entre 1943 y 1946. Fue tan importante, a su manera, como cualquiera de las infames batallas que ocurrieron en Europa y el norte de África. Simplemente sucedió "por debajo del radar" y no se habló de ella una vez que se empezó.

Los aliados se preocupaban continuamente por el acceso del enemigo a las rutas de navegación y otras aguas. Eso también era cierto en la Antártida y sus alrededores, donde Gran Bretaña tenía una gran participación en el territorio que había reclamado a principios del siglo XIX. Argentina había comenzado a hacer valer los derechos de las Islas Malvinas plantando su bandera en la Isla Decepción en 1942.


Ubicación de la Isla Decepción en las Islas Shetland del Sur. Foto: Apcbg CC BY-SA 3.0

En consecuencia, Winston Churchill propuso una operación secreta cuyo propósito era doble:
  • vigilar los barcos enemigos que llegan al territorio de Gran Bretaña en la Antártida y 
  • garantizar la autoridad de Inglaterra sobre las Islas Malvinas para proteger el área de Argentina. 
Gran Bretaña tenía la intención de dejar en claro que todavía tenía autoridad en el área, particularmente en las Islas Malvinas.

El equipo de 14 hombres de la Operación Tabarin incluyó a un científico del Museo Británico, y sus diarios acaban de ser publicados en un nuevo libro, The Secret South. El libro detalla la operación, el establecimiento de diferentes bases y las luchas y alegrías de un viaje tan arduo.

 
Descarga de tiendas para establecer la Base A en Port Lockroy, 1944. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A1 / 29). Copyright: Crown (caducado).

Algunos historiadores ven la Operación Tabarin como la expedición más singularmente vital jamás realizada por Gran Bretaña para continuar su investigación sobre la Antártida y sus recursos. Condujo al establecimiento de una instalación de investigación de vanguardia que examinó la geografía, el clima y otras ciencias naturales.

El líder de la operación, James Marr, era un zoólogo marino. Él y el gobierno británico reclutaron a otros hombres para el viaje cuyos talentos y habilidades se prestaron a los objetivos de la expedición.

 
Cdr James Marr, RNVR, líder de Tabarin, 1943-44. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A7). Copyright: Crown (caducado).

Ivan Mackenzie Lamb fue uno de esos hombres aventureros. Se unió a los largos e intensos viajes en trineo a través de la isla Wiencke y a otro viaje de 800 millas alrededor de la isla James Ross. Lamb contribuyó directamente al establecimiento de bases tripuladas en Deception Island, Hope Bay y Goudier Island. Las bases se erigieron lentamente durante el período de dos años del viaje.

 
Capitán Andrew Taylor RCE, topógrafo y líder de expedición durante el segundo año de Tabarin. Taylor asumió el mando con muy poca antelación y fue instrumental en el éxito de la temporada 1945-46. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A8 / 0). Copyright: Crown (caducado).

Las fotografías de Lamb en The Secret South revelan la camaradería, y las tribulaciones, de una tarea tan difícil. Pero los editores del libro señalan que, además de su habilidad detrás de la cámara y su experiencia científica como botánico, Lamb aportó algo más al viaje:

"De alguna manera", escriben, "quizás los [aspectos] más importantes del carácter de Lamb, al menos cuando se juzga en el contexto peculiar de una expedición polar, fueron su empatía y amabilidad".


Victor Marchesi, capitán del barco de apoyo a la expedición, HMS William Scoresby, y el segundo al mando. (Fotógrafo: Michael Sadler; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/2 / E402 / 43a) Copyright: Crown (caducado).

El gobierno británico insistió en que su preocupación por los barcos enemigos que perturbaban las líneas de suministro era la única razón de la expedición. Sin embargo, eso no era del todo cierto.

También le preocupaba la insistencia de Argentina en que las Islas Malvinas eran su territorio legítimo. La Operación Tabarin ayudaría a asegurar los derechos de Gran Bretaña en la Antártida y las Malvinas estableciendo bases permanentes y tripuladas.


Norman Marshall (zoólogo) trabajando en el laboratorio de la Base D, Hope Bay, 1945. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / D194). Copyright: Crown (caducado).

De hecho, esta operación secreta sería una de las razones por las que Gran Bretaña y Argentina se enfrentaron en 1982 durante un conflicto de 10 semanas llamado Guerra de las Malvinas, aunque ninguna de las partes declaró formalmente la guerra. Aún así, el asunto nunca se ha resuelto: cada país todavía cree que el territorio es legítimamente suyo.

Los diarios de Lamb, publicados 70 años después de su viaje a la Antártida, revelan otro capítulo más en las operaciones hasta ahora desconocidas llevadas a cabo por los Aliados para disuadir a los alemanes en cada punto de acceso. Ningún barco enemigo se acercó mientras los hombres estaban allí, y Lamb regresó a Gran Bretaña cuando expiró su contrato de dos años.


William Scoresby acercándose a la Isla Decepción, 1944. (Fotógrafo: James Edward Farrington, operador de radio; cortesía reproducida del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19 / 1A / 201/3). Copyright: Crown (caducado).

Los editores también señalan: "Cualesquiera que sean los objetivos quijotescos que lo motivaron a unirse a la expedición, no puede haber ninguna duda sobre la contribución de Lamb al éxito de la Operación Tabarin".


Tapa del libro.

El libro The Secret South: A Tale of Operation Tabarin ya está disponible en Amazon.

sábado, 4 de febrero de 2023

El explorador Charles Barnard en el Puerto Coffin

Una aventura en Malvinas: un motín, un naufragio, gauchos armados y cinco hombres abandonados durante 534 días

Mientras en nuestro país tenía lugar la revolución de Mayo, las islas del Atlántico Sur se convirtieron en tierra de cazadores de lobos marinos y balleneros. En el medio, la guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña desató una historia apasionante, que incluyó hambre, traiciones y el primer nacimiento en este territorio

Grabado que muestra las actividades de recorrida de los cinco hombres durante los largos meses de permanencia en las islas. Se destaca en el fondo el refugio que construyeron para su larga estada, hecho de turba y piedras y las vestimentas que se confeccionaron con pieles de lobos marinos.

La historia muchas veces atesora acontecimientos extraordinarios bajo un halo de penumbra. Estos hechos, desconocidos por la mayoría de argentinos e ingleses, son un claro ejemplo de esto. Una vez más, aquí la realidad supera a la ficción.

Malvinas y el éxodo español

Corría el mes de Febrero de 1811 cuando la guarnición militar española destacada en Malvinas y dependiente del Apostadero Naval de Montevideo (a cuyo mando se encontraba Pablo Guillén Martínez), es llamada por el gobernador Gaspar de Vigodet, para participar en las luchas contra los revolucionarios de Buenos Aires que buscaban la independencia.

Desde el 2 de Abril (ironías de la historia) de 1767 los españoles se hallaban instalados en Puerto Luis (rebautizado luego como Puerto de Nuestra Señora de la Soledad), habiendo administrado los recursos de las islas y alejado a los intrusos extranjeros que permanentemente intentaban depredar lobos marinos y ballenas. Pero había llegado la hora del éxodo. Antes de partir, se cerraron los edificios y se colocó una placa de plomo en el torreón de la iglesia que decía: “Esta isla, con sus puertos, edificios, dependencias y cuanto contiene pertenece a la soberanía del señor don Fernando VII, rey de España y sus Indias, Soledad de Malvinas, 7 de febrero de 1811, siendo gobernador Pablo Guillén”. Finalmente se soltó el ganado doméstico presente en el asentamiento, que no tardó en reunirse con las más de 5000 cabezas que ya vagaban por los campos.

Miles de lobos y elefantes marinos fueron perseguidos y cazados de a miles por ingleses y norteamericanos durante los siglos XVIII, XIX y bien entrado el siglo XX. Fotos: Marcelo Beccaceci.

Tras la salida de los españoles, las isIas se convirtieron en dominio de balleneros y cazadores de lobos y elefante marinos provenientes, en su mayoría, de Estados Unidos e Inglaterra.

Cabe destacar, sin embargo, que ya el 25 de mayo de 1810 comenzaba la embrionaria existencia de nuestro país y las Malvinas, como el resto de nuestro territorio, serían gobernadas en adelante por las Provincias Unidas del Río de la Plata. De hecho su primer gobierno, la Primera Junta, atendió los reclamos administrativos del hasta entonces penúltimo comandante militar español en Malvinas, Gerardo Bordas: El 30 de mayo de 1810 la Primera Junta de la Revolución de Mayo respondió la petición para que le erogaran sus sueldos con una resolución firmada por Cornelio Saavedra y Juan José Paso: “…que para los gastos y pagamentos se considere en adelante el establecimiento de Malvinas como un buque navegando y todos los empleados de destino como dependientes del mismo buque…”.

Acontecimientos extraordinarios

Año 1812. Puerto de Nueva York. Charles H. Barnard, un experimentado lobero a pesar de contar con sólo 30 años de edad, recibe un magnífico bergantín de 132 toneladas, el Nanina, para una nueva misión a Malvinas. Los propietarios de la nave le piden que se dirija a la zona para obtener unos cientos de cueros de lobos marinos, los que luego serían embarcados hacia Canton, China, en otro buque más grande, el cual sería enviado más tarde.

Las Islas Malvinas desde el espacio

Al finalizar la temporada de caza, Barnard enviaría a Nueva York a su padre Valentine al mando del Nanina y se quedaría esperando la llegada del carguero junto a un grupo de hombres custodiando los cueros.

Era una de las tantas operaciones comerciales que se realizaban en esos años en la costa este de los Estados Unidos y que enriquecían tanto a armadores navales como a hombres de negocios y capitanes a expensas de la irracional explotación de la fauna silvestre de las islas.

El día 7 de Septiembre de 1812 llega la expedición a la costa de New Island, en el oeste del archipiélago. En pocos días arman una chalupa para salir a explorar los islotes cercanos y obtener la mayor cantidad de cueros posible. Apenas habían transcurrido unos días cuando Barnard se reúne con el capitán de un barco norteamericano, quien le manifiesta que había estallado una guerra entre Estados Unidos e Inglaterra hacía tres meses.

Portada de “El naufragio del Isabella” por David Miller. Apasionante y minuciosa obra sobre los avatares de todos los involucrados en los acontecimientos. Año 1995.

Sucedió que, aprovechando un conflicto armado entre este último país y la Francia napoleónica, los estadounidenses había aprovechado para invadir los territorios canadienses pertenecientes al Imperio Británico. Entre otras causas de la guerra, se sumaban las restricciones al comercio impuestas por el Reino Unido debido a la guerra que mantenía en Europa contra Francia, el reclutamiento forzado de marineros mercantes estadounidenses para servir en la Marina Real Británica y el apoyo británico a los pueblos indígenas de Norteamérica que se oponían a la expansión de Estados Unidos.

Ante este giro en los acontecimientos, y a pesar de que su compatriota le entregara cartas de sus patrones donde le pedían que regresara a Estados Unido cuanto antes, Barnard decide finalmente ocultarse por un tiempo en el sector más occidental del archipiélago, con el fin de evitar los barcos balleneros ingleses que pululaban por las islas.

Zorro Malvinero. Especie ya extinguida de las islas Malvinas.

Sin embargo, en el mes de Abril de 1813 los marineros de la chalupa divisaron una columna de humo proveniente de una de las islas cercanas llamada Eagle (hoy Speedwell). Al regresar al buque se reunieron con el capitán y luego de evaluar los hechos decidieron que un grupo comandado por Barnard se acercara al lugar con la embarcación más chica y dejando el buque a resguardo, aún a costa de encontrarse con ingleses e incluso con españoles ya que algunos presumían que aún estaban en la zona aunque se habían ido marchado hacía ya dos años.

Lo cierto es que el 8 de febrero, el Isabella, un barco británico de 193 toneladas en ruta de Port Jackson, Australia a Londres, había encallado frente a la costa de la isla Eagle. Entre los 52 pasajeros y la tripulación del barco, todos los cuales sobrevivieron al naufragio, se encontraban ex presidiarios, delincuentes varios, mujeres de avería, militares de mala reputación y sin escrúpulos y un capitán que estaba ebrio la mayor parte del tiempo y causante del desastre de la nave. Todos ellos lograron llegar a la costa sanos y salvos.

El general José Rondeau fue quien le manifestó que podría facilitarle a Lundin y su grupo llegar a Montevideo bajo una bandera de tregua, pero le advirtió que un buque británico zarparía de Buenos Aires

También a bordo estaba Joanna Durie, esposa de un militar, quien el 20 de febrero había dado a luz, en la playa y con la ayuda de dos mujeres, a la primera persona nacida en las islas, una niña llamada Eliza Providence Durie, en una cabaña improvisada y construida con restos de la nave.

Al día siguiente de este acontecimiento, tuvo lugar la despedida de una canoa de 6 metros de largo (construida con los restos de la Isabella), con los seis hombres que se habían ofrecido como voluntarios para buscar ayuda en cualquier puesto de avanzada español que pudieran encontrar. La idea era llegar al menos hasta Puerto Soledad situado al noreste. Por ese entonces ninguno de ellos sabía que el mismo había sido abandonado hacía un tiempo.

La canoa, construida por un carpintero, estaba provista de un pequeño mástil, una vela y un sobretecho y fue bautizada como Faith and Hope (Fe y Esperanza).

Dos semanas más tarde llegaron al lugar y sólo encontraron manadas de ganado salvaje deambulando entre los restos del asentamiento compuesto por chozas derruídas y una capilla. Fue un duro golpe para estos hombres pero así y todo tomaron la desesperada decisión de cruzar al continente desafiando al temible Atlántico Sur con su pequeña canoa y a lo largo de cientos de kilómetros. Pondrían rumbo a Montevideo, evitando en lo posible las desoladas costas patagónicas, con la presunción de que los portugueses de la zona serían más amigables con ellos que los españoles de Buenos Aires.

Carta náutica confeccionada por el capitán Charles Barnard e incluida en su libro de 1829.

Antes de dejar Malvinas cazaron cerdos salvajes y cauquenes y subieron a bordo algunos repollos encontrados en una huerta abandonada por los españoles.

Habrían de llegar a la boca del Río de la Plata 34 días después de su partida. Mientras tanto sus compañeros dejados en tierra no albergaban ya muchas esperanzas de ser rescatados…

A pesar de que alcanzaban a divisar muy a lo lejos el cerro de Montevideo, la canoa fue empujada por los fuertes vientos hacia la costa bonaerense. Lograron hacer pie en una playa y salieron a su encuentro varios gauchos armados. El líder de ese grupo exigió a uno de los tripulantes llamado Lundin, arriar la bandera británica que este había izado minutos antes en el mástil. Así se hizo. Luego Lundin, en español preguntó si los ingleses eran considerados allí amigos o enemigos.

¡Enemigos! fue la respuesta del líder de la partida. Mientras los gauchos se acercaban a ellos en forma amenazante, Lundin recordó que tenía su uniforme de granadero guardado en la bodega de la embarcación. No perdió tiempo y se lo puso. El colorido uniforme escarlata y las brillantes charreteras de plata impresionaron a los gauchos. De inmediato, apareció en escena un grupo de soldados, cuyo capitán, llamado Antonio, les comunicó que habían llegado en medio de una guerra ya que el ejército de Buenos Aires estaba atacando a las fuerzas realistas de Montevideo.

Cauquenes de Malvinas. Fuente de alimentación para los navegantes que circulaban por las islas. Foto: Marcelo Beccaceci.

Lundin, siempre luciendo su uniforme, fue llevado ante la presencia de diferentes oficiales hasta que al día siguiente compareció ante el General José Artigas. Este último se enteró de la increíble travesía que había tenido origen en Malvinas y le dijo a Lundin que debería entrevistarse con el General Rondeau, cuyo campamento se encontraba cerca de allí, ya que él no podía decidir de que manera ayudarlo. Luego de escuchar los hechos, Rondeau manifestó que podría facilitarle a Lundin y su grupo llegar a Montevideo bajo una bandera de tregua pero le comentó que en el puerto de Buenos Aires había un buque de guerra británico que tal vez pudiera ayudarlos. Fue entonces que los británicos volvieron a su bote y se dirigieron hacia allí encotrándose finalmente con el Capitán Heywood a bordo del Nereus quien rápidamente dispuso que el oficial William P. D’Aranda al comando de la nave Nancy partiera el 17 de Abril al rescate de quienes esperaban en Malvinas.

Pero volvamos a Barnard y sus hombres. Esta es la descripción del capitán al aproximarse a la isla y divisar un grupo de personas en su costa (incluida en su obra A Narrative of the Sufferings and Adventures of Capt Charles H. Barnard.1829): “Inspeccionando a los hombres vi con placer que uno o dos de ellos tenían uniformes de marinos británicos, y por lo tanto no eran los temidos españoles. A pesar que eran enemigos de mi país no sentí peligro o pérdida por aliviarlos de su peligrosa situación ya que sentí la seguridad que, al prestarles ayuda, se unirían conmigo con los más fuertes lazos de gratitud. Desafortunadamente, era imposible para mi sospechar las dificultades y los sufrimientos en los que me involucraría por cerca de cuatros largos y miserables años, casi dos de ellos pasados en una inclemente, desolada e inhabitada isla”.

Además de los cerdos salvajes, introducidos por el hombre en las islas, la carne y los huevos de las aves marinas como los albatros y pingüinos fueron imprescindibles para la supervivencia de Barnard y sus hombres. Fotos: Marcelo Beccaceci.

Durante su encuentro con los náufragos Barnard manifestó su interés en ayudarlos y rescatarlos de la terrible condición en la que se encontraban, a pesar de que, con los restos del naufragio, los sobrevivientes habían construido pequeñas chozas y contaban con numerosas provisiones que habían sido trasladadas desde la Isabella hasta la isla.

El capitán Barnard iría en busca de Nanina con la chalupa y varios británicos, para acondicionarlo y luego llegaría al sitio del naufragio para transportarlos hasta el continente, aunque eso significara un gran atraso en sus planes de cacería de lobos marinos.

Es en esa oportunidad cuando el norteamericano comete el error de comunicarles que Estados Unidos se hallaba en guerra con el Reino Unido, algo que desconocían los tripulantes de la Isabella al tiempo de partir de Australia. Desde ese momento, entre los súbditos británicos más inescrupulosos comenzaron a germinar conspiraciones para apoderarse del Nanina.

Una vez que Barnard tomó nuevamente posesión de su nave, comenzó con los preparativos para zarpar hacia la isla Eagle y rescatar a los que aguardaban. Sin embargo. el mal tiempo impidió que esto se concretara de inmediato y ese fue el detonante para que los marinos británicos, en mayor número que los americanos, intentaran presionar al capitán para que saliera en busca de sus connacionales. Barnard comenzó a sospechar que un motín estallaría en cualquier momento y logró sofocar a duras penas algunos cuestionamientos. La espera se fue haciendo más larga ya que las malas condiciones climáticas impedían que el Nanina pudiera navegar con seguridad entre los islotes del archipiélago. Barnard no iba a arriesgar la única nave en condiciones de sacarlos a todos de allí.

El día 11 de Junio, el americano decidió que era imperioso reforzar las provisiones a bordo ya que había que alimentar a un gran número de personas durante la travesía al continente por lo que decidió visitar una isla cercana llamada Beaver en busca de las mismas. Se trataba de una partida de caza para obtener cauquenes, patos, conejos e incluso cerdos salvajes para complementar las bodegas del barco. Fue así que convocó a voluntarios para acompañarlo en la excursión que harían con un pequeño bote, la cual no duraría mucho tiempo. Se presentó de inmediato Jacob Green de su tripulación y tres marineros británicos de la Isabella: Joseph Albrook, Samuel Ansell y Joseph Louder.

El grupo, junto con el perro de Barnard llamado Cent, partió temprano a la mañana siguiente.

Las recorridas de Barnard y sus hombres entre canales, islotes, islas y a campo traviesa.

Quedaban en el barco sólo tres americanos, incluyendo al padre del capitán y un importante número de británicos quienes comenzaron nuevamente a presionar a Valentine Barnard para mover el barco y rescatar a sus compatriotas a lo que el viejo marinero respondió que había que esperar que regresara su hijo con los demás. Sin embargo, los británicos empezaron a organizar los preparativos del viaje y tomaron posesión de la nave. A la mañana siguiente, se decidió que se pararía unas horas en la isla Beaver en busca de Charles Barnard y los demás ya que quedaba en el camino a la isla Eagle. Al llegar al lugar se dispararon dos cañonazos y se envió un bote a la playa pero los cazadores se hallaban lejos de ese sector por lo que no escucharon los disparos.

Fue entonces que los amotinados decidieron marcharse de allí e ir a buscar a los náufragos, abandonando para siempre al grupo de cinco hombres quienes desconocían por completo lo que estaba sucediendo.

Cuando se aproximaban a su destino, divisaron un buque de guerra de bandera británica llamado Nancy, al tiempo que dos botes se acercaban al Nanina. Grande fue la sorpresa de los pocos americanos a bordo cuando vieron que decenas de británicos armados hasta los dientes y profiriendo gritos subieron a la nave para capturarla.

Portada original del libro del capitán Charles Barnard.

Mientras tanto Charles Barnard y sus hombres, luego de una exitosa cacería de cerdos salvajes y con el bote lleno de provisiones, remaron, bien entrada la noche, hacia New Island con el objetivo de regresar al Nanina y preparar el buque para buscar a los náufragos. Lo primero que les sorprendió fue que no podían ver las luces del barco, el cual se suponía estaba anclado en las cercanías. Por lo tanto, se resignaron a pasar una segunda noche acampando en la playa cercana aunque nadie habría de dormir tranquilo.

Al despuntar el día siguiente, realizaron una minuciosa exploración de la costa en busca de alguna botella con un mensaje para ellos, como era costumbre entre marineros cuando tenía lugar alguna contingencia de último momento. Sin embargo, ante la falta del mismo, una sensación de bronca y sorpresa comenzó a instalarse entre ellos. Aún no imaginaban que habían sido abandonados.

Barnard les dijo a sus dirigidos que seguramente Nanina había partido a la Isla Beaver a buscarlos a ellos y que era una buena idea regresar allí para encontrarlos. Trató de levantar el ánimo del grupo diciéndoles que era imposible que hubieran sido abandonados a los horrores y sufrimientos a de esa tierra desolada y hostil. Entonces con el ánimo un poco más optimista decidieron remar nuevamente a la isla Beaver. Grande fue la desilusión cuando al llegar a sus playas, no encontraron rastro alguno de la presencia del buque en la zona. Fue entonces cuando, con un último dejo de ánimo, decidieron navegar hasta la isla Eagle, donde suponían que el Nanina había ido a buscar a los náufragos. Pensaban que seguramente se encontrarían allí con todos ellos.

Imagen del “refugio Barnard”, restaurado hace algunas décadas. New Island.

Una vez más subieron al bote, ya que la alternativa de quedarse a esperar no era una opción. Comenzaron entonces con la larga remada hasta el lugar. Barnard creía que, incluso si el buque había recogido a los náufragos, aún estaría en las inmediaciones o al menos habrían dejado no solamente un mensaje, sino también provisiones suficientes para los cinco hombres.

La ruta que eligieron era la más segura ya que evitaba en parte las costas rocosas del sur permanentemente azotadas por los vientos. Para aligerar la carga, guardaron cuatro cerdos que suponían sería suficiente para mantenerlos hasta llegar a su destino y tiraron por la borda otros cuatro. Algo de lo que se arrepentirían amargamente más adelante.

La navegación resultó muy dura. Además del intenso frío, las olas se abatían sobre ellos sin piedad y los vientos no daban tregua. Ateridos y hambrientos, comían una vez cada 24 horas y remaban sin cesar. Al llegar a un islote decidieron cortar camino por tierra hasta otra extensión de mar que se veía a lo lejos. Para ello tuvieron que desarmar el mástil, las velas y otros elementos del bote y llevarlos a cuestas junto con este a campo traviesa.

Estaban ya muy débiles y agotados para caminar pero los movía la sensación de que algo malo había sucedido con el buque aunque todavía mantenían la esperanza de encontrarse con gente al llegar a destino. Al estar nuevamente en el agua se dieron cuenta que las olas los llevaban mar adentro. Sin mapas, cartas náuticas ni compás, remaban casi a ciegas y dependían de la memoria de Barnard, quien estaba familiarizado con la región aunque incluso él comenzó a tener dudas y terminaron desviando el rumbo.

El sitio del “refugio Barnard” en la actualidad. BARNARD MEMORIAL MUSEUM. Coffin´s Harbour, New Island.

Estuvieron perdidos algunos días. Pasaban las noches en playas inhóspitas, a veces bajo intensas nevadas, utilizando una sola manta para los cinco. Los cuatro marineros estaban sin zapatos por lo que usaban esta para calentar sus pies evitando que se congelaran. Intentaban dormir algunas horas bajo el bote y las fogatas se mantenían gracias al “combustible” provisto por la grasa de lobos marinos que ellos mismos cazaban. Incluso dieron cuenta de algunos zorros malvineros para alimentarse. Lo cierto es que no tenían casi alimentos y comenzaron a cazar aves marinas como skúas y gaviotas con piedras y hasta con sus manos. Hubo días en que sólo comían grasa de lobos marinos o raíces y tallos de tussock grass.

Habían pasado ya 22 días desde que abandonaron al Nanina cuando el marinero Ansell se “quebró” y confesó que el había formado parte de la conspiración para apoderarse del buque y que lamentaba haberse ofrecido de voluntario para integrar la partida de caza ya que se daba cuenta ahora que sus ex compañeros lo habían abandonado. Barnard manifestó su bronca ante esta confesión pero no quiso perder mucho tiempo con enojarse y decidió cambiar el rumbo de la navegación una vez más ya que sentía que el bote era muy frágil ante el embate de las olas en ciertas zonas por lo que procuró pasar cerca del reparo de algunos acantilados.

Regresaron entonces por algunos lugares donde ya habían estado y se dirigieron con prisa a su destino. Gracias al perro Cent, gran cazador, pudieron obtener algunos cerdos cuando estaban a punto de desfallecer por inanición.

Luego de 52 días signados por el crudo invierno malvinense y completamente agotados llegaron finalmente a su destino. Lo que no supieron en ese momento es que el Nanina y el Nancy habían zarpado hacia el continente cuatro días antes. Pero lo que ni siquiera imaginaban es que estarían aún 482 días en Malvinas viviendo aventuras increíbles de supervivencia extrema que pasaron a la historia gracias al libro que años más tarde publicaría el extraordinario capitán Charles Barnard.

Serían rescatados recién en Noviembre de 1814 por dos balleneros ingleses, el Indispensible y el Asp. Para ese entonces la guerra entre Estados Unidos e Inglaterra estaba llegando a su fin.

Marcelo Beccaceci es escritor y autor del libro Gauchos de Malvinas



jueves, 2 de febrero de 2023

Libros sobre la guerra desde Argentina

 

Guerra de Malvinas, crisis del 2001 y una nueva literatura: tragedias vistas con otros ojos

“La limpieza” de Carlos Godoy y “Allá, arriba, la ciudad” de Ramón Tarruella, dos novelas modelo 2022, proponen nuevas perspectivas sobre hechos conmocionantes de la reciente historia argentina

Carlos Godoy (Foto: Jaime Alonso) y Ramón D. Tarruella (Foto: Alejandra López)

Durante siglos, el infierno fue un de lugar en llamas. En el Evangelio de Mateo, escrito en el siglo I según eruditos, la referencia al fuego es recurrente; también en el Apocalipsis de San Juan. Durante toda la Edad Media existió la creencia de que los pecadores se quemarán en el infierno, “arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre”. En el siglo XIV, Dante Alighieri revirtió el símbolo bíblico cuando escribió el Infierno de su Divina Comedia. Ahí, en esos cantos de tercetos encadenados, el averno ya no es un lugar abrasador; por el contrario, está congelado. En la ficción, Dante ve seres “helados”, “pecadores en el hielo”, algunos “sin orejas por el frío”. Son siglos y siglos de atemorizándose con un infierno rojo, hasta que un poeta ve la imagen con otros ojos: el frío puede ser incluso peor.

Aunque lo parezca, las posibilidades que brinda el lenguaje —sus sentidos, sus significados, sus reinterpretaciones— no son infinitas: están siempre acotadas por su época y por su geografía. La potencialidad creativa de cada individuo parece arrolladora, sin embargo, y visto desde una distancia considerable, se puede concluir con que siempre existe una corriente, un estilo, una moda que hace que los artistas de su época hagan más o menos lo mismo, que miren el mundo y lo representen más o menos de la misma forma. En ese más o menos hay una clave: la planicie narrativa siempre cuenta con grietas por las que puede escaparse una rebeldía, una diminuta pero novedosa porción de verdad. Los ejemplos sobran en la historia última. Incluso ahora, en nuestro presente inmediato.

Malvinas esotéricas

En el año 2014, el escritor cordobés Carlos Godoy publicó por la ya extinta editorial Momofucu La construcción: un novela extraña, ambigua, abierta, que metía un poco de ficción y misterio en las Islas Malvinas. El subtítulo del libro es “Metales radioactivos en las islas del Atlántico Sur”. Desde entonces ya lo sabía: sería una trilogía y esa era la primera entrega. Ahí se presenta la geografía, la escenografía: las manchas. Como un test de Rorschach, las dos islas antes estaban unidas, ahora están enfrentadas (”forman parte de algo”), pronto se independizarán completamente. Ahí viven los geólogo, los kelps, el maestro Chen Chin Wen, un hombre que predice el tiempo. Algunos dicen que hay “un portal a un mundo subterráneo donde habitan seres antropomorfos”.

“La construcción” (17 grises), de Carlos Godoy

La referencia a las Malvinas es clara, sin embargo, de a momentos, desaparece. ¿Qué son aquellas islas sin la guerra, sin soldados disparando, barcos hundiéndose, lápidas nuevas, tragedia, recuerdos? Puro territorio natural. Godoy se aferra a este escenario de naturaleza hostil y le coloca misterio. “Nadie dice que no se puede salir de las manchas. Sólo se sale por un movimiento elaborado por la casualidad o por la guerra o por una emergencia”. Un día, alguien encuentra un libro. No tiene fecha ni nombre, nada. Dice cosas como: “Lo insignificante que sería el mundo sin nosotros moviéndonos de un lado al otro, construyendo cosas, durmiendo en las madrugadas bajo el denso olor a oscuridad”. También: “Lo importante, como civilización, es superar el concepto de guerra”.

Este año apareció la segunda parte de esta trilogía. Publicada por el sello 17 grises, el título de la novela es La limpieza. Si La construcción estaba dedicada “al marinero Fowgill”, ahora La limpieza es “al lobizón Busqued”. Manteniendo la estructura fragmentaria, el libro apoya todo el misticismo en un grupo militar lleno de anormales. No son sujetos experimentados ni tienen el entrenamiento indicado, son seres trastornados, la mayoría débiles criaturas que por algún azaroso rasgo espiritual pueden lidiar con, otra vez, la hostilidad climática y geográfica. Santo parece comandarlo, un chico perturbado que todos dieron por muerto en un accidente aéreo y que apareció, como si nada, entre la nieve, con ropa fabricada con cueros de animales y un perro fantasmagórico al que llama Astillero.

El pequeño grupo militar de trastornados —en él se encontraba la Bruja, una anciana con poderes sobrenaturales, y el Sordo, un sádico absoluto— sale y se encuentra con una bestia, un monstruo de tintes mitológicos, el Kumimanu. Cazar o ser cazados. Ahora son dos amenazas: el terreno —”si los agarraba la madrugada a la intemperie, podían morir congelados”— y el monstruo, ¿o son lo mismo? Luego llegará el informe militar y su burocracia asfixiante. En el fondo, toda esa experiencia de lectura no abandona la referencia a las islas Malvinas, a la guerra, a la tragedia. Hay una operación fascinante en cómo esta ficción alucinógena y esotérica toma de las solapas a nuestra historia, los hechos, lo fáctico, y la sacude hasta arrancarle sentidos nuevos, chispazos de un magnetismo dormido.

2001 en el refugio

“El primer estruendo, breve y seco, permanecía latente en el sótano, como un eco que persistía, resistiendo, se desplazaba de un rincón a otro, de una esquina a otra, para volver a rebotar y repetirse, deshilachándose recién en un infinito”. Así empieza Allá, afuera, la ciudad, de Ramón D. Tarruella, novela que en el año 2008 obtuvo el segundo premio en el concurso Luis José de Tejeda pero que recién este año, gracias al sello Los Lápices, se publica en forma de libro. Desde el principio hay un adentro y un afuera, y todo se dibuja de a poco, lentamente, en una prosa que flota, casi beckettiana. Afuera, entonces, se escuchan estruendos, ruidos de caballos, policías, gente, disturbios. Es diciembre de 2001. Adentro, en el sótano de un teatro, tres trabajadores de mantenimiento. Ahí se quedan. Deciden esperar.

“Allá, afuera, la ciudad” (Los Lápices), de Ramón D. Tarruella

“Ellos, los tres, Julián, Roberto y Silvana, evitaron hablarse, interrumpieron su trabajo sin importarles el compromiso ni las horas que restaban para abandonar el teatro, y en silencio conjeturaron sobre los estruendos, la ciudad, la urbe, la metrópoli, sobre ese mundo que se movía allá arriba, distante, muy distante de aquel lugar que supo ser el depósito de una fábrica de galletitas de propiedad de una familia italiana que inauguraron a los años de llegar a esta parte del mundo, hastiados de labrar la tierra lejos de las ciudades, bellos hombres y mujeres que se emponcharon bien para cruzar el océano e inventar todo de nuevo, la madurez que les pasó por encima, una familia que se amplió en este otro país, en esta otra ciudad, ahora azotada por los estruendos”, se lee en las primeras páginas.

Cuando deciden cortar con el trabajo, detenerse, estar atentos a lo que pasa afuera, alguien saca un tema: recuerda una obra que ahí mismo se montó, en ese teatro, La importancia de llamarse Ernesto, el clásico de Oscar Wilde que se estrenó el 14 de febrero de 1895 en el St. James’ Theatre de Londres, tres meses antes de la condena por “indecencia grave”: su homosexualidad. Los trabajadores recuerdan los personajes y se mimetizan, hay un ir y venir, son anécdotas de una historia que ya tiene cien años pero que de alguna manera los salpica, que pueden ser suyas. Mientras tanto, los ruidos, afuera, arriba, la policía reprimiendo, buscando “exponer al país y al mundo que todo continuaba como entonces, podrido pero con los semáforos en regla”.

Ese costumbrismo detenido, congelado, capturado, dice algo que aún no se ha dicho. En “la tarde del hecatombe”, tres trabajadores, personal de mantenimiento del teatro, son “testigos de un principio de milenio azotado e incierto”. Mientras, “la ciudad se dividía en rincones y esquinas donde se debatían los hombres del orden y los otros hombres y mujeres tumultuosos, huyendo, refugiándose o resistiendo, que en esos momentos resultaba casi lo mismo”. Las postales que tantas veces vimos, las imágenes que se repiten, lo gases lacrimógenos, las balas, la desesperación popular, los muertos, todo adquiere otro color cuando la literatura, en este caso Tarruella, pone la mirada en un rincón oscuro, en un escondite, donde la incertidumbre marca un pulso a la vez resignado y trepidante.

------

¿Qué puede hacer la literatura frente a lo ya dicho, frente a lo ya narrado hasta el hartazgo? Cuando lo mediático satura la realidad, cuando la cierra y la estereotipa, cuando la vuelva una representación fosilizada, ahí siempre aparece algún poeta, algún narrador, para filtrar su imaginación en una de las pocas grietas que permanecen abiertas, para dejar escapar una diminuta pero novedosa porción de verdad. Para volver a contar, pero de otro modo, desde otro ángulo. La Guerra de Malvinas y las jornadas de diciembre de 2001 quizás sean nuestras grandes últimas marcas trágicas, los episodios donde la Argentina se volvió una nación golpeada, estafada, humillada, las postales dolorosas de nuestra identidad. Hay que volver a contar todo. Quizás el infierno no queme, quizás esté horriblemente congelado.



  

domingo, 4 de diciembre de 2022

Las incursiones de helicópteros británicos al continente

Extracto del libro del piloto inglés Hutchings sobre maniobras inglesas en el continente: "Memoria de vuelo"




El libro "Memoria de vuelo en la guerra de las Falklands”, que fue escrito por el piloto inglés de helicópteros Richard Hutchings, hubo combates en territorio argentino durante la Guerra de las Malvinas. Las acciones han sido mantenidas en secreto por ambos gobiernos (argentino y británico), pero “varios ex conscriptos” se pusieron en contacto con él, “desesperados por contarme sus experiencias”.
“Los conscriptos afirman que su experiencia de guerra contra el enemigo británico tuvo lugar en territorio continental argentino en la Patagonia, donde unos 3.000 conscriptos operaron junto a fuerzas regulares en la protección de aeropuertos, depósitos de combustible en las bases aéreas de Río Grande y Río Gallegos, para protegerlas de operaciones de sabotaje por fuerzas especiales británicas”, según el coronel Hutchings.



Estos conscriptos alegan que se enfrentaron con fuerzas de SAS y SBS (Special Air Service y Special Boat Service, fuerzas especiales del Ejército y de la Marina británicas) en territorio argentino y “se quejan que su servicio de guerra nunca ha sido reconocido porque la presencia de fuerzas especiales británicas en suelo argentino ha sido desde siempre negado”.
Las pérdidas argentinas resultantes de estos combates suman quince. Empero “razones de seguridad nacional me impiden hacer más revelaciones al respecto a esta altura”, sostuvo el Coronel británico.
La controversia no es nueva ya que en verdad el lanzamiento original de su libro data de 2009, pero una nueva publicación, sobre la abortada operación de esas fuerzas para destruir aviones y sobre todo los temibles misiles Exocet argentinos en Río Grande, Tierra del Fuego, y que culminó con la auto destrucción del helicóptero y refugio en Chile de sus integrantes, la ha hecho resucitar, publica el sitio MercoPress.



La operación ‘Plum Duff’, que es descripta en el libro de reciente lanzamiento, ‘Exocet Falklands’, por lo visto tuvo al Coronel Hutchings entre uno de los pilotos del helicóptero Sea King cuya misión era conducir las fuerzas especiales hasta la base en Río Grande.
La misión no sólo no contaba con los mapas apropiados y al día, sino que en la ruta de navegación se cruzaron con una plataforma petrolífera argentina bien iluminada y defendida, lo cual sumado a las pésimas condiciones climáticas obligaron a volar a Chile, destruir la aeronave y más tarde entregarse a la policía chilena.



La Guerra de las Malvinas o Guerra del Atlántico Sur fue un conflicto bélico entre la República Argentina y el Reino Unido que tuvo lugar en las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur. La guerra se desarrolló entre el 2 de abril, día del desembarco argentino en las islas, y el 14 de junio de 1982, fecha acordada del cese de hostilidades. El origen del conflicto fue el intento por parte de la Argentina de recuperar la soberanía de las islas, a las que las Naciones Unidas consideran territorios en litigio entre la Argentina y el Reino Unido, aunque éste los administra y explota.
"Teniamos hombres del SAS en territorio argentino cerca de cada una de las bases aéreas. Para darle una idea de la forma en que actuaban, cuando estabamos a bordo del "Hermes", nos dijeron que teníamos dos minutos para prepararnos para recibir un impacto desde que llegaba la información procedente de la Argentina anunciando el despegue de un Super Etendard. Los primeros comandos llegaron en submarinos. Los otros salieron del "Hermes" a bordo de dos helicópteros. Uno de estos helicópteros se estrello en el mar justo después del despegue. Murieron en este accidente 21 hombres. El otro aterrizó en la Argentina y luego voló hacia Chile donde no se estrello como muchos dicen, sino que lo hicieron explotar cerca de Punta Arenas. Calculo que en la Argentina había por lo menos 30 miembros del SAS con radares móviles. Nosotros sabíamos cuando un Super Etendard o un Mirage despegaba de la Argentina”.
Michael Nicholson, corresponsal de guerra británico enviado al Atlántico Sur por la ITN (Independent Television News, el canal comercial del Reino Unido) a bordo de una de las naves de la Task Force. Cubrió conflictos armados en Nigeria, Irlanda del Norte, Vietnam, Camboya, Jordania, India y Paquistán, Rhodesia, Beirut y Angola.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Vida de soldado: Dos historias en Italia en la SGM y Argentina en Malvinas

De la Segunda Guerra Mundial a Malvinas: el testimonio estremecedor de “Dos soldados”

La escritora argentina Ángela Pradelli reúne en este libro los testimonios de un italiano y un argentino atravesados por distintas guerras. El miedo, la añoranza, el frío, el hambre, la sed, la cercanía de la muerte narrados en primera persona.
Infobae

Ángela Pradelli. Testimonios de dos guerras.

Pietro Freschi, italiano nacido en Bruni en 1922, y Héctor Roldán, un argentino de Santa Fe del año ‘62, están separados por medio siglo y miles de kilómetros. Pero tienen algo que los une: la guerra. En la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra de Malvinas fueron soldados y testigos y, luego de varios años, testimoniantes. Dos soldados, de Ángela Pradelli, es una crónica descarnada y recoge sus relatos en primera persona sobre la enfermedad y las marcas traumáticas e imborrables. Un libro que cuenta el pasado pero que resignifica el presente.

Aquí, fragmentos de Dos soldados:

Pietro Freschi Soldado italiano de la Segunda Guerra Mundial (Bruni, 1922 - Piacenza, 2009)

A mí me tocó el cuartel 3 A / P. M. G, soldado prisionero de guerra. Nos imprimieron esa abreviatura en el brazo. Unos días después, un funcionario ruso nos reunió a todos los italianos y nos dijo que iríamos a recorrer el campo. Primero fuimos a un sótano, era una sala muy grande adonde llevaban a los prisioneros para torturarlos brutalmente. Después fuimos hasta la zona de los crematorios, eran seis. Aún había esqueletos quemados en todos los hornos. Luego nos llevaron a un cobertizo donde había una montaña de ropa, vimos pantalones cortos y abrigos de niños muy pequeños.

Ahí cerca, una gran montaña de zapatos de adultos, y al lado, otra montaña formada por los pequeños zapatos de los niños. No se puede entender el sadismo que tuvieron los alemanes con esos pequeños inocentes. No pude soportarlo y me largué a llorar, también los otros prisioneros. Era insoportable ver todo eso. ¿De qué eran culpables esos niños? Hemos visto de todo ahí: lentes, cabellos, carteras y portafolios, muchas fotografías, dientes y dentaduras postizas. Nos fuimos de ese lugar convulsionados por esas imágenes. Créame, lo que he visto ahí no lo he olvidado en toda mi vida. El tiempo pasaba y nunca había ninguna noticia sobre mi regreso a Italia. Una vez al día, un oficial ruso se reunía con nosotros en una plazoleta, y nos daba las noticias de la guerra. Pero cuando le preguntábamos sobre la vuelta a casa nos decía que no sabía nada todavía acerca de la repatriación.

Dolor y horror en dos guerras

Héctor Roldán (Santa Rosa de Calchini, departamento de Garay, Santa Fe, Argentina, 1962)

Más que los ingleses y sus bombas, los enemigos verdaderos eran el hambre y el frío, que era muy húmedo. Cuando uno se sentaba en cualquier lado, se mojaba. Las pocas noches en que veíamos que no pasaba nada, sólo se quedaban despiertos las guardias y nosotros salíamos de las posiciones y, con la ropa toda mojada, nos metíamos en la bolsa de dormir y dormíamos acurrucados entre las piedras o en el refugio.

El frío lo traspasaba a uno. Hubo soldados que sufrieron «pie de trinchera». Con todo el cuerpo mojado, los pies se les enfriaban tanto que se les ponían morados, ya no les circulaba la sangre y no los sentían. A los que se les hacía una gangrena, los llevaban a la enfermería o al hospital y les cortaban los dedos. Todavía creíamos que el relevo podía llegar, y todos los días teníamos la misma conversación. Nos preguntábamos quiénes serían, qué les íbamos a decir, y eso nos ponía contentos. Pero iban pasando los días y el relevo no llegaba y nosotros estábamos mal, nuestro estado era muy malo, físicamente estaba vez peor, y moralmente ya estábamos jugados, como quien dice. Sinchicay y yo veníamos de la misma compañía, Nácar, pero en Malvinas no estuvimos juntos.

Él estaba en monte Williams, más o menos a unos trescientos metros hacia la izquierda de monte Tumbledown. Era un chaqueño grandote, robusto, que tenía partido el diente de adelante y se le notaba mucho porque siempre se reía. Era bueno, inocentón. No perdió la sonrisa ni cuando lo agarraron, pobre Sinchicay. Le había robado una lata de Cornedbeef al cabo Lamas, que era el jefe de grupo. Alcanzó a comérsela y hasta le convidó una tajada a un compañero, pero tuvo que escapar para el lado de la casa amarilla o para el pueblo, porque Lamas lo descubrió y ordenó que lo buscaran.