Mujeres en Malvinas: presencia incómoda, pero clave
AHORA Y AYER. Silvia Barrera (izq.) y Susana Maza (der.) aún son compañeras en el Hospital Militar. En la Guera de Malvinas fueron instrumentistas quirúrgicas. | Foto: Pablo Cuarterolo
Fueron 16 las que participaron del conflicto. Tardaron entre 10 y 20 años en contar su historia públicamente. Dos instrumentistas quirúrgicas revelan detalles de sus
días a bordo del Irízar.
Por Agustina Grasso.-
Perfil
En Malvinas hubo otra guerra. Una guerra que llevó años en ser contada. Una guerra de mujeres. En total fueron 16 las que fueron reconocidas como partícipes del conflicto, entre enfermeras de la armada, la aeronáutica y la marina mercante, instrumentistas quirúrgicas del ejército y radioperadoras.
Bajo fuego, en Puerto Argentino sólo estuvieron seis y eran las instrumentistas quirúrgicas. Una de ellas fue Silvia Barrera. Tenía 23 años cuando se alistó como voluntaria. De un día para otro le dijeron que viajaría. En esas horas perdió dos cosas importantes: su pelo largo y un novio. Para su colega Susana Maza, de 25 años, ése no fue un problema. Ya estaba separada. Pero tenía una hija de nueve años. No le costó despedirse. Su prioridad en ese momento era la Patria.
Treinta y cuatro años después, Silvia y Susana siguen trabajando en el mismo lugar: el Hospital Militar de Buenos Aires. Siguen siendo compañeras y son las caras femeninas que más se animan a contar su historia. El resto prefiere olvidar o tan sólo no hablar en público del tema. A ellas les llevó entre diez y veinte años. Siempre lo hacen desde su oficina. Están acostumbradas a las entrevistas.
Barrera: En los 80 había tres canales solos y en uno estaban los sábados de superacción. Esa idea idílica era la que teníamos de lo que podía llegar a ser la guerra. Con esa idea nos fuimos a Malvinas.
Maza: Un día como hoy llegaron y nos dijeron quién quería ir. Quién se ofrecía de voluntaria. En principio, éramos quince, pero cuando nos dijeron que salíamos mañana, quedamos cinco y una de Campo de Mayo.
En ese momento no había mujeres incorporadas al ejército con grado militar. Pero tampoco instrumentistas varones.
La guerra tenía casi dos meses y las necesitaba.
M: Yo tenía una hija de nueve años. Pero ya habíamos decidido ir. Quizás suena muy poético, muy idílico. Pero siempre digo lo mismo, la Patria nos necesitaba y cada uno en su puesto. Apoyábamos una decisión, acertada o no, de un gobierno cívico militar y la cumplimos porque era la Patria. No era un gobierno, ni un hombre.
Disfraces. Antes de partir les dieron ropa de verano y pocas indicaciones. “Todas vestíamos de verde y con ropa de verano para un lugar donde hacía cinco grados bajo cero. Como no había mujeres militares en ese entonces, íbamos disfrazadas con ropa de hombre y con borceguíes, que el más chico era número 40”, detalla Silvia. Para tratar de aminorar el efecto se ponían varios pares de medias. No llevaban recuerdos de ninguna clase, ni pijamas.
Lo femenino. Su papá le había comprado una cámara de fotos Minolta Pocket, “la más chica que había conseguido”, que escondió en sus zapatos.
“Igual en las fotos salimos bien arregladitas. Hoy no nos acordamos si dormimos, si nos bañamos. Pero sin embargo estamos ahí todas pintaditas. Además –siempre digo– si bien en el quirófano una está toda tapada, si el paciente ve una cara femenina lo relaciona con la mamá, la hermana, la mujer. Es una contención”, agrega Silvia, con sombra celeste claro sobre sus ojos, la misma que la de las viejas fotos. A fines de mayo del 82 salieron en un vuelo de línea hacia Río Gallegos, donde nadie sabía que llegaban, ni esperaban ver mujeres vestidas de verde.
B: No nos daban bolilla. Preguntábamos por todos lados dónde teníamos que ir. Hasta que nos encontramos con un médico que nos llevó hasta el hospital regional.
“¿Es verdad que van a Malvinas?”, les pregunta un general. Ellas le responden seriamente que sí. Un helicóptero los llevó a unos galpones de la aeronáutica en el puerto de Punta Quilla y luego al rompehielos Almirante Irízar, adaptado como buque hospital. Allí pasaron diez días, donde el recibimiento tampoco fue con pompas. En el barco no esperaban mujeres, menos del ejército. “A los de la marina mucha gracia no les causó. Pero bueno, una vez que te ponés a trabajar ya no importa si sos hombre o mujer”.
—¿Cómo fueron los días allí?
B: Te daban un mapita que era muy confuso. Imaginate que era la primera vez que subíamos a semejante buque. Se movía, y ellos a propósito nos hicieron un simulacro de emergencias apenas llegamos.
M: Nos habían asignado camarotes, pero preferíamos estar todas juntas en una sala prequirúrgica donde nos acomodamos.
Ellas cuentan que el comandante del buque, el capitán Luis Prado, y el coronel Enrique Ceballos, director del hospital de Puerto Argentino, decidieron que era preferible que, como estaban en medio de un combate, esperaran a descender.
M: Como era muy intenso el bombardeo sobre Puerto Argentino ya se preveía un cese de hostilidades. Entonces si bajábamos se temía que pasáramos a engrosar las filas de prisioneros.
B: Además, sin grado militar no podías estar en las islas Malvinas, así que había que esperar el desarrollo del trámite en el barco. Como eso tardaba y por como estaba la situación, nos quedamos a trabajar en el barco, que tenía quirófano y estaba muy bien equipado.
—¿En algún momento se preguntaron qué hago acá o temieron por sus vidas?
M: No.
B: Nosotras, unas inconscientes. Cuando salíamos afuera a fumar veíamos los bombardeos sobre nuestras cabezas y decíamos: “Hay que volver a trabajar”.
M: Además nosotras estamos preparadas para situaciones de emergencia. No es que seamos frías, pero tenés que dejar el sentimentalismo de lado.
—¿Cómo fue la vuelta?
M: No fue agradable. De un golpe todo había terminado. Lloramos porque no podíamos seguir ayudando.
B: Además nos habían hecho firmar un documento que decía que no podíamos contar a la prensa lo que había pasado. Por mucho tiempo no dimos entrevistas. Pasaron de diez a veinte años hasta que hablamos.
Un rompehielos transformado en hospital
En la Guerra de Malvinas hubo seis buques hospitales, cuatro británicos y dos argentinos, que socorrieron a los heridos, enfermos y náufragos, asistiéndolos y trasladándolos a un lugar seguro y adecuado para su recuperación. A partir del 1° de junio de 1982 se dispuso del rompehielos ARA Almirante Irízar y del transporte polar ARA Bahía Paraíso. Ambos fueron adaptados en poco menos de cinco días con unidades hospitalarias con una capacidad para cientos de camas, un hangar para helicópteros, quirófanos, laboratorios, salas de rayos y de yesos, terapia intensiva y más consultorios. A este buque llegaron seis instrumentistas quirúrgicas: Silvia Barrera, Susana Maza, Norma Navarro, Cecilia Ricchieri y María Marta Leme, del Hospital Militar, y María Angélica Sendes de Campo de Mayo. Todas tenían entre 23 y 27 años.
Su llegada fue dura. Los marinos no las esperaban, pero después terminaron dándoles consejos. “No estábamos acostumbradas al movimiento del barco, nos daba náuseas. Así que ellos nos decían que comiéramos pan y puré de papa y con eso se nos pasaba”, recuerda Silvia. Operar sobre aguas no es una tarea sencilla. También rememora que para las intervenciones se ataban con gasa a las camillas.
* Nota publicada en la edición impresa de DIARIO PERFIL