Mostrando entradas con la etiqueta BIM 5. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta BIM 5. Mostrar todas las entradas
lunes, 24 de junio de 2024
domingo, 31 de diciembre de 2023
jueves, 7 de julio de 2022
domingo, 19 de junio de 2022
sábado, 1 de enero de 2022
Conscriptos: El último cargador en Tumbledown
El último cargador
En el cerro Tumbledown en la madrugada del 14 de Junio de 1982.
Me quedaba un solo cargador, pude observar bultos que se concentraban para asaltar el lugar dónde me encontraba.
Decidí salir, pude hacerlo y descargar mi último cargador, fue una sorpresa para mis enemigos, pude observar a varios que caían, pero reaccionaron rápidamente y comenzaron a perseguirme.
Yo procuraba llegar a la Segunda Sección, bajaba la colina, sentí estallar una bomba, caí, pero no tenía heridas y seguí corriendo, atrás mío venían varios ingleses cómo a unos 50 mts.
Sentía las ráfagas de ametralladora por sobre mi cabeza, Estalló otra bomba y sentí como una gran mano me hubiera detenido y arrojaba hacia arriba. Tenía los ojos llenos de barro, pero no sentía dolores, ni palpé sangre en ninguna parte de mi cuerpo. Volvía correr y pude alejarme en la oscuridad de mis perseguidores.
Relato del Conscripto de Infantería de Marina Clase 62 Jorge Sanchez
_
Pintura : José Garay
viernes, 26 de noviembre de 2021
sábado, 25 de septiembre de 2021
Robacio: Las bajas británicas triplican las nuestras
Malvinas, 25 años después: Entrevista a Carlos Robacio (Almirante retirado. Ex Jefe del BIM 5)
Los británicos, no demasiado propensos al elogio, no vacilan en señalar que las fuerzas argentinas más difíciles de enfrentar en Malvinas fueron las del Batallón de Infantería de Marina 5, a cargo del entonces capitán de fragata Carlos Robacio. Se enfrentaron a los ingleses en Tumbledown, una de las batallas finales, junto a la de Monte Longdon. Un cuarto de siglo después, en su casa de Bahía Blanca, Robacio evoca.—Estábamos convencidos de que peleábamos por lo nuestro. Malvinas hoy no sólo es un sentimiento, fue una gesta y creo que es tal vez la única cosa que nos puede unir a todos los argentinos. Yo estuve hace muy poco en una reunión en Gran Bretaña con los comandantes que me atacaron. Empezamos a combatir el 13 de junio. El 13 a la tarde nos hacen un ataque con una compañía reforzada que la aniquilamos. Teníamos muy buen fuego preparado. Pero cometimos muchos errores, hacía casi doscientos años que no estábamos en guerra, por lo menos en guerras clásicas. El BIM 5 era la única unidad que estaba equipada, ambientada y adiestrada para estar en Malvinas. Pero yo me enamoré del Ejército (risas) porque mis camaradas, sin tener nada, pelearon muy duro. Es difícil entender las condiciones en las que peleamos en Malvinas. Por eso cuando regresamos no me importó que nos sacaran medio ocultos porque yo pensé que, al haber sido derrotados, y yo que era comandante, íbamos a ser fusilados. Tuve un batallón con gente de un valor encomiable. El comandante de los gurkhas me escribió para decirme que jamás pasaron tanto miedo como cuando atacaron Tumbledown. Los ingleses no pueden creer que yo tuviera conscriptos: "No, sus hombres eran veteranos. No podíamos sacarlos de los pozos", me dicen hoy. Por eso creo también que las bajas inglesas triplican a las argentinas. La munición que pensábamos nos iba a durar veinte días, se agotó en un día y medio de combate. Nuestra artillería tiró diecisiete mil proyectiles en dos días. Y todos los hombres que lucharon en Malvinas fueron muy valientes. No hay registros en todo el siglo XX de unidades que hayan sido bombardeadas durante cuarenta y cuatro días y en el terreno de combate por más de sesenta, sin haber sido relevadas.
“Yo creo que las bajas de los ingleses triplican las nuestras”
ClarínLos británicos, no demasiado propensos al elogio, no vacilan en señalar que las fuerzas argentinas más difíciles de enfrentar en Malvinas fueron las del Batallón de Infantería de Marina 5, a cargo del entonces capitán de fragata Carlos Robacio. Se enfrentaron a los ingleses en Tumbledown, una de las batallas finales, junto a la de Monte Longdon. Un cuarto de siglo después, en su casa de Bahía Blanca, Robacio evoca.—Estábamos convencidos de que peleábamos por lo nuestro. Malvinas hoy no sólo es un sentimiento, fue una gesta y creo que es tal vez la única cosa que nos puede unir a todos los argentinos. Yo estuve hace muy poco en una reunión en Gran Bretaña con los comandantes que me atacaron. Empezamos a combatir el 13 de junio. El 13 a la tarde nos hacen un ataque con una compañía reforzada que la aniquilamos. Teníamos muy buen fuego preparado. Pero cometimos muchos errores, hacía casi doscientos años que no estábamos en guerra, por lo menos en guerras clásicas. El BIM 5 era la única unidad que estaba equipada, ambientada y adiestrada para estar en Malvinas. Pero yo me enamoré del Ejército (risas) porque mis camaradas, sin tener nada, pelearon muy duro. Es difícil entender las condiciones en las que peleamos en Malvinas. Por eso cuando regresamos no me importó que nos sacaran medio ocultos porque yo pensé que, al haber sido derrotados, y yo que era comandante, íbamos a ser fusilados. Tuve un batallón con gente de un valor encomiable. El comandante de los gurkhas me escribió para decirme que jamás pasaron tanto miedo como cuando atacaron Tumbledown. Los ingleses no pueden creer que yo tuviera conscriptos: "No, sus hombres eran veteranos. No podíamos sacarlos de los pozos", me dicen hoy. Por eso creo también que las bajas inglesas triplican a las argentinas. La munición que pensábamos nos iba a durar veinte días, se agotó en un día y medio de combate. Nuestra artillería tiró diecisiete mil proyectiles en dos días. Y todos los hombres que lucharon en Malvinas fueron muy valientes. No hay registros en todo el siglo XX de unidades que hayan sido bombardeadas durante cuarenta y cuatro días y en el terreno de combate por más de sesenta, sin haber sido relevadas.
domingo, 19 de septiembre de 2021
Robacio combate con su batallón a una brigada británica
El “Batallón del Infierno” que diezmó al enemigo inglés
Diario PrensaGRANDES HEROES DE CUYO ACCIONAR EN MALVINAS POCO SE CONOCE:
El Batallón de Infantería de Marina 5, reforzado con 200 hombres del Ejército, pasó a ser una leyenda heroica por su extraordinario desempeño en la guerra de 1982. Esa unidad fue entrenada, formada y preparada para el combate por su jefe, el entonces Capitán de Fragata Carlos Robacio.
En nuestras Islas Malvinas, Carlos Hugo Robacio combatió al frente de sus hombres de una manera tan decidida que asombró al enemigo. The Sunday Times dijo: “No se rindieron ni se retiraron los argentinos en la montaña de Tumbledown, donde la Guardia Escocesa debió enfrentar la más violenta de todas las acciones. Allí se hallaba el Batallón de Infantes de Marina argentinos muy expertos y bien atrincherados que disparaban sin cesar y de una manera impresionante”.
Robacio y su BIM 5 no acataron la orden de rendición el 14 de junio de 1982. Siguieron combatiendo con furor hasta agotar la munición y luego en combate cuerpo a cuerpo con armas blancas. Entraron a Puerto Argentino en perfecta formación, armas al hombro y a paso de desfile. Los ingleses, asombrados por tanto derroche de coraje, se formaron para saludarlos militarmente y recibirlos con honores.
El testimonio de Robacio revela detalles que ponen la piel de gallina a cualquiera por el orgullo, la valentía y el coraje que demostraron nuestros soldados en la batalla de Tumbledown: “Tenía a mi mando 700 hombres del Batallón, y alrededor de 200 efectivos del Ejército, con los que luchamos en el momento más crítico y más feroz del ataque británico; pese a ello, se registró un grado increíblemente ínfimo de bajas: 30 muertos y 105 heridos. Como contrapartida, les provocamos al enemigo el más alto número de muertos: aunque no lo reconocen oficialmente, en la zona donde peleó el BIM 5 los británicos perdieron 359 hombres, ¿de dónde saco esa cifra? ellos mismos me la dijeron”.
“A las 3 de la madrugada del 14 de junio hicimos uno de los contraataques más intensos contra el enemigo, en Tumbledown, junto con la compañía de Ejército del Mayor Jaimet. Ellos son los que chocan con los famosos gurkhas. Los nuestros eran más o menos 150 hombres. Ellos eran entre 800 y 1.000. Allí concentré fuego de la artillería de Ejército . Según me contó luego el General inglés Wilson, de la Quinta Brigada –con quien conversé cuando estuve prisionero- allí sólo quedó un tercio en pie. Los barrimos. Aunque ahora lo niegue, fue así”.
En la fotografía, parte del glorioso “Batallón del Infierno”. Eran unos 150 hombres que se enfrentaron a alrededor de mil soldados británicos y ghurkas.
“Todo un regimiento de ellos chocaba contra 60 u 80 hombres míos, y los bajamos sin asco, y los paramos. Una de las preguntas que me hicieron fue por qué no había contraatacado, si les habíamos quebrado el ataque. Yo tenía a la Compañía Mar lista para el contraataque. Pero la realidad es que, cuando pudimos hacerlo, ya no teníamos munición. Por otra parte, había llegado la orden de repliegue. Sobre nuestras posiciones caían mil proyectiles de obuses por hora, además del bombardeo naval, más los aviones y los helicópteros. Era tremendo. Así y todo, podíamos haber contraatacado, de haber tenido un poco de munición. Pero no hubiera cambiado el curso de la batalla. La suerte estaba echada. Claro: los ingleses no sabían mi situación real. Esperaban el contraataque nuestro. Rezaban, me dijeron, para que no contraatacáramos. Pero ¿Con qué? Cuando les conté que nosotros éramos un batallón, no lo podían creer. También recuerdo que, en el momento de decidir el contraataque, llamo a los oficiales de mi Estado Mayor y les cuento mi plan. Tomo la carta y hago un esbozo de las órdenes. Ellos se miran entre sí. No dicen nada. Cumplen. Pero después del 14 de junio, a mí me había quedado una duda: ¿Por qué se miraron entre ellos? Un día se los pregunté. Me dijeron que pensaban que yo estaba loco. Entonces, una vez que pasaron las cosas y terminó, yo seguí preguntando: ¿Y ustedes que hubieran hecho, aun así? “Hubiéramos cumplido la orden. Punto”.
“Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La confianza. Pero quisiera destacar que en Malvinas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de nosotros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tenemos miedo, que no somos indios y que sus soldados no van a venir de picnic”.
Fuente: Reconocimiento de Tomás Bertotto.
Edición:
Noticias de: Ushuaia – Tolhuin – Río grande
y toda Tierra del Fuego.
martes, 6 de octubre de 2020
sábado, 12 de septiembre de 2020
sábado, 13 de junio de 2020
Noche del 13 de junio: "Saquen a esas ratas del pueblo y mándemelos al frente"
La noche del 13 de Junio
Sapucay de MalvinasHoy 13 de Junio por la Noche se desarrollaban tres Combates, comenzando con el BIM5 y su Compañía OBRA en Pony Pass quizas la única Batalla ganada por Argentina que obliga a los británicos a retirarse en una accion conjunta entre morteros del Batallón y la artillería del EA que fue excelente, ademas de los últimos campos minados colocados por los Ingenieros Anfibios en los que cayó el enemigo, Luego pocas horas mas Tarde llega Tumbledown donde comenzaremos a contar LA MENTIRA MAS GRANDE DE MALVINAS... allí en el Oeste del Monte Chocando de frente contra el enemigo solo combaten los 12 Hombres del Suboficial Castillo peleado con su jefe el teniente Vázquez y los hombres de diferentes unidades del EA que se replegaban y estaban bajo las órdenes del entonces Subteniente Silva, hablamos de un puñado de 40 hombres contra 3 Pelotones británicos
a los que rechazaron por 3 horas en el primer embate y los dejaron en el medio del campo regalados para que nuestra artillería o morteros los barran, pero el jefe estaba escondido en un pozo y se perdió una excelente oportunidad, alli solo quienes combatieron entregaron sus vidas y solo fueron los 4 hombres de Castillo y 5 del Subteniente Silva, mas tarde en el Sector Este del Monte de nuevo la lucha con los ingenieros anfibios intentando atacar enviados allí junto a los Bravos Hombres del RI 6 con un Subteniente como Jefe Don Esteban Vilgré muy a la altura de la situación, ejemplo en todo sentido para sus Soldados, los hicieron subir a la Cresta sin saber que pasaba allí casi de madrugada, los hombres del EA debían hacer un Bloqueo y los Ingenieros Avanzar con solo 21 hombres hacia el Oeste para rescatar a la 4º Sección que quedó atrapada,
pero nadie informó que dos compañías completas británicas estaban ya en el lugar, eran mas de 300 hombres contra no más de 60 de los nuestros, por suerte antes de avanzar el Teniente Miño de los Ingenieros Anfibios y el Subteniente Esteban Vilgré reconocieron el lugar y vieron a las dos Compañías británicas haciendo el recambio, una ya cumplía su misión que era la LF la otra llamada RF llegaba Fresca para seguir el avance, pero se toparon con una férrea resistencia donde 5 valientes hombres dejaron sus vidas, los británicos antes de avanzar tiraron sobre ellos mas de 50 cohetes LAW 66 , aun así se combatió hasta de día... pero el punto más importante era Wireless Ridge o la Continuación de Longdon pues si caía ese lugar el enemigo entraba al pueblo, en cambio si caía Tumbledown todavía quedaba la linea principal del BIM5 en Sapper Hill, hombres valientes a la altura de lo que es defender a la Patria mientras los Generales enviaban a las dos Compañías de Comandos la 601 y 602 lejos de la batalla al norte porque sabían que ellos no se rendirían, que hubiera pasado con los comandos peleando en el Frente? nadie lo sabe, pero si sabemos que en Longdon con inferioridad numérica nuestra gente dos veces casi obliga a retirarse a los británicos..de la misma forma con Comandos en el Oeste de Tumbledown ellos no pasaban ....los grandes como dije pensando y muriendo por la Patria,,,otros en Puerto Argentino planificando una rendición Honrosa y otro Hombre como Don Carlos Robacio jefe del BIM 5 sin querer ceder un metro pedía a los Gritos a los Generales que
"Saquen a esas ratas del pueblo y mándemelos al frente"
en clara alusión a los miles de soldados que se concentraban en el pueblo ...el termino ratas puede sonar despectivo pero la culpa no es de ellos si no de los Jefes ademas viendo como unos morian en los montes otros se paseaban por el Pueblo que tenía todas sus luces encendidas ....todas
Etiquetas:
13 de junio,
Argentina,
BIM 5,
Carlos Robacio,
conducta en el campo de batalla,
defensa de Puerto Argentino,
Ejército Argentino,
Monte Longdon,
Sapper Hill,
Tumbledown,
Wireless Ridge
viernes, 2 de noviembre de 2018
Oscar Quinteros, el valiente cocinero voluntario del BIM 5
Historias de vida: El panadero del BIM5 que eligió ir a Malvinas
El SureñoCaminando por el centro de Río Grande durante un franco. La foto está tomada en avenida San Martín casi Piedra Buena, donde había una concesionaria de Ford.
En Malvinas, donde integró la compañía de apoyo logístico
Oscar Quinteros es actualmente el presidente del Centro de Veteranos de Malvinas de Arroyo Seco, Santa Fe.
Oscar Quinteros es el presidente del Centro de Veteranos de Guerra de Malvinas de Arroyo Seco, Santa Fe. Estaba haciendo el servicio militar en el BIM 5 cuando se desató la guerra contra Inglaterra. Era uno de los panaderos del Batallón y no estaba obligado a ir a Malvinas, pero uno de sus compañeros, que no sabía leer ni escribir, insistió en que fuera para ayudarle con sus cartas. Y fue.
RIO GRANDE.- En agosto de 1981 Oscar Quinteros se subió al tren en la estación de Arroyo Seco donde nació, con destino a Buenos Aires, para incorporarse al servicio militar obligatorio en el Centro de Instrucción y Formación de Infantes de Marina (Cifim) que funcionaba en el Parque Pereyra Iraola. Allí conoció a Sergio Márquez, otro santafesino de Venado Tuerto. “Al poco tiempo de llegar nos dijeron que había que mandar cartas a nuestras familias y como Sergio no sabía leer ni escribir, me pidió que le escribiera a su mamá. Pero además me hizo escribirle a los tíos, a los primos, a las primas y a toda la familia”. Así fue como Oscar se convirtió en el redactor oficial de Sergio. “Lo ayudé durante los dos meses de instrucción y luego nos dieron destino. A mí me tocó Río Grande”.
Llegó al BIM 5 sin conocer el destino de su amigo y gracias a que tenía un oficio, se le asignó tarea en la panadería del establecimiento. “A los pocos días de estar ahí, me lo encuentro a Márquez, que estaba en la compañía mar y como era de esperarse, no zafé. Tenés que escribirme una carta, me dijo”.
Escribía sus cartas y las de Márquez tratando de ser optimista, buscando llevar alegría y tranquilidad a los padres, amigos y hermanos. “Cuando necesitaba que le escribiese, Márquez me mandaba los datos con algún compañero o se acercaba él. Yo escribía en papel de vía aérea, finito y suave. No sé cuántas habrán sido, pero fueron muchas”.
Oscar recuerda que con Sergio y otros compañeros salían a recorrer Río Grande durante los francos. No había mucho para hacer, casi siempre iban al Roca o al cine.
“Cuando llegó el momento de ir a Malvinas, Márquez estaba internado y me mandó a pedir que hablara con su jefe, porque su compañía se iba y él no se quería quedar. Conseguimos que le dieran el alta y entonces me preguntó si yo iba también “Le dije, Márquez, yo no tengo idea de nada. Siempre estuve acá en la panadería. Qué voy a hacer yo allá. Él me contestó: Y quién me va a escribir las cartas”.
Lo cierto es que Oscar sólo tenía los conocimientos y las prácticas del Cifim, pero así todo se decidió a ir. Le dijo a su jefe Juan Salvador Pellegrino, que no quería quedarse en el Batallón mientras sus compañeros se iban todos a la guerra e inmediatamente lo equiparon, preparó sus cosas y subió al avión con sus compañeros. Fue el 8 de abril.
“En Malvinas, con Márquez no nos cruzamos, pero él me ubicó y se las ingeniaba para mandar alguien para que le hiciera las cartas. Yo tenía un dedo quebrado de cavar piedras en el bunker, pero me arreglaba igual. Pertenecía a la compañía de apoyo logístico que se conocía como “Tacotaco” y mi grupo estaba con el Teniente Waldemar Aquino. Cerca nuestro estaban las 1270 del suboficial Enrique. Más atrás de nosotros estaba Galluci con los morteros”.
Como todos, no tenía mucha conciencia de lo que podía suceder, hasta que el 1° de mayo lo encontró fuera de su posición mientras el enemigo comenzó a desplegar toda su fuerza. “A Puerto Argentino volví una sola vez, que fuimos al apostadero naval a buscar carne. Caminando por los pasillos del muelle, escuchamos a los perros aullar y supimos que algo iba a pasar. Entonces escuchamos pasar los aviones ingleses. Después se escucharon las alarmas. Y entonces pasaron Harrier, baterías antiaéreas, defensas antiaéreas. Me dije, nunca más. Me quedo allá, en mi posición y comeré ovejas, acá al pueblo no vuelvo más. Solo regresé durante el repliegue”.
“Márquez estaba en la tercera sección de la compañía mar que estuvo muy complicada. Nosotros ya estábamos replegados en Sapper Hill y ellos seguían combatiendo. Le escribí mientras pude. Mi mamá me mostró una carta que yo le mandé los últimos días, donde le decía que esto no da para más, tal vez sea la última carta que reciban. Y esa parte estaba tachada con un fibrón negro porque nuestras cartas pasaban por una censura naval”.
No recuerda el día que volvió al continente, pero sí recuerda claramente lo que sentía. “Mi familia no sabía nada cuando me fui, se enteraron por carta, mientras estaba allá. Llegamos a Puerto Belgrano de madrugada, en medio de un clima desagradable, una tirantez en el trato como si fuéramos culpables de lo que pasó. Lo que yo escuché es que estábamos ahí para una revisación médica y que por la mañana volvíamos a Río Grande y así fue. No estaba Robacio, ni el segundo, ni algunos guardiamarinas que conocíamos mejor allá, que quedaron demorados. Nos dieron la baja, un pasaje y a casa, sin hablar. Llegamos a Buenos Aires, subimos a los trenes y en cada estación se bajaba alguno que nunca volvimos a ver”.
Entre las cosas que le devolvieron al regresar al BIM5, había infinidad de cartas, muchas de las cuales nunca leyó y hoy están guardadas en un tambor de plástico en el fondo de su casa. “Sólo conservo especialmente tres cartas encarpetadas que son de una escuela de Venado Tuerto de 7° grado”.
“Cuando llegué a mi casa, me impactó ver a mis padres tan avejentados y sufridos que sentí culpa por la decisión que había tomado de haberme ido, bancando a un amigo”.
Luego le cayó la ficha, se hizo miles de preguntas que no tenían respuesta. “En ese momento no había a quién recurrir, que te ayude a superar los males de la posguerra. Eso nos costó la pérdida de un montón de veteranos que se suicidaron. Supongo que se habrán hecho las mismas preguntas que yo. Nos hicieron a un lado, nos escondieron, nos hicieron responsables de algo que no hicimos. Yo lo superé con trabajo, tratando de mantener siempre la cabeza ocupada”.
Después de Malvinas trabajó en una acería y luego volvió a Tierra del Fuego buscando una oportunidad, aunque no tuvo suerte. Regresó a sus pagos y después de varios intentos en otros trabajos, consiguió el empleo que buscaba: desde 1993 a 2014 trabajó embarcado en buques pesqueros, actividad de la que se retiró por problemas de salud.
“Trabajábamos al norte o al este de Malvinas, siempre fuera de la zona común económica. Una vez tuvimos un accidente, pedimos ayuda y nos negaron la entrada a las islas. Tuvimos que acercarnos a las 200 y un helicóptero tuvo que buscar al marinero accidentado. “Se dio la oportunidad de ir alguna vez a Malvinas en una comitiva, pero no acepto ir con pasaporte”, afirma. En cuanto a la identificación de los soldados enterrados en Malvinas, opina que “eso ha dado un poco de paz a las familias. Me alegra por esos padres que pudieron arrodillarse en la tumba de sus hijos”.
Al regresar de la guerra, Oscar conoció a otros dos excombatientes de Arroyo Seco que pertenecían al BIM5 como él, Juan Martínez y Víctor Giménez. Ambos también retornaron al pueblo y aunque hoy no participan de las actividades del centro de veteranos, son parte de él.
Sergio Márquez también volvió a su pueblo y hoy en día está participando en uno de los dos centros de veteranos que hay en Venado Tuerto. Con Oscar se encontraron después de muchos años y se mantienen comunicados permanentemente, al igual que con otros veteranos de diversos lugares del país a través de whatsapp y facebook. También después de muchos años logró conocer personalmente a la principal destinataria de sus cartas: la madre de Sergio.
En su provincia, hay un proyecto para crear el “Archivo Oral de las memorias de Malvinas de Santa Fe” en el cual se recopilarán, mediante el registro de entrevistas audiovisuales, las historias y experiencias de los involucrados antes, durante y después del conflicto bélico de Malvinas. Por ello, todos los centros se están organizado para recoger los testimonios en cada localidad.
La otra mujer que esperaba sus cartas con devoción, es su madre, con quien tiene planeado viajar el año próximo a Río Grande para que conozca y poder participar juntos de la vigilia. “Es un deseo de los dos que espero poder cumplir”, expresa Oscar con una sonrisa.
VETERANOS DE GUERRA DE ARROYO SECO
Romanini Oscar Raúl
Reynaldo Díaz Eduardo
De Bernardo Alfredo
Romero Néstor Omar
Pereyra Juan Carlos
Sanabria Víctor Hugo
Zingoni Jorge Alberto
Jorge Cerino
Martínez Juan Antonio
Giménez Víctor Hugo
Quinteros Oscar Alfredo
sábado, 24 de febrero de 2018
Conscriptos: Ricardo Argentino Ramírez se va con su madre en Sapper Hill
Malvinas: "Mi mamá me está llamando y me quiero ir con ella", las últimas palabras del conscripto Ricardo Argentino Ramírez
En las islas, donde cumplió los 20 años, Ramírez estuvo al mando de seis compañeros
Federico Acosta Rainis || La Nación
Ricardo Argentino Ramírez, Soldado conscripto de la Armada
La historia de Ricardo Argentino Ramírez -conscripto de la Armada, clase 62, enviado a combatir a Malvinas - es una historia contada a destiempo.
Ricardo es uno de los 88 soldados que fueron identificados el año pasado en el cementerio argentino de Darwin, donde hay 121 tumbas que permanecían sin identificación. En los próximos meses, esos caídos en la guerra tendrán una placa con su nombre.
Su familia no supo que había ido a la guerra hasta que llegaron sus cartas desde el archipiélago; no supo de su muerte hasta un mes después, porque el reporte oficial lo daba como desaparecido; no tuvo foto alguna hasta que, tras años y años de revolver en publicaciones, su hermano menor Alberto lo encontró en la tapa de una revista.
"Estaba en una camilla junto a Quiroga, el enfermero que lo fue a atender, todo hinchado por una explosión -cuenta Alberto-. Durante mucho tiempo consulté en todos lados: veteranos de guerra, libros, revistas, filmaciones. Busqué centenares de datos para saber qué le había pasado".
Ramírez fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos Ramírez fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos
Ricardo nació en Quitilipi, Chaco, un 25 de mayo, y por eso le pusieron de segundo nombre Argentino. La suya era una familia de constructores y él quería seguir ese mismo camino. En 1969 se mudaron a Lanús. De "Ricky", Alberto recuerda sobre todo su buen humor, sus chistes y su pinta, que arrancaba suspiros entre las chicas del barrio: "'Tirá una para este lado', le decíamos. Andábamos siempre juntos; esa cofradía que solo existe entre hermanos. Todo quedó trunco ahí, en la guerra. Yo tengo 63 años y hasta hoy no puedo hablar del tema sin llorar: el dolor es todavía muy fuerte".
Aunque era un simple conscripto, Ricardo fue nombrado dragoneante, el cargo que recibe un soldado raso por sus méritos. En las islas, donde cumplió los 20 años, estuvo al mando de seis compañeros. "Según me contó por carta su jefe, el suboficial Elvio Ángel Cuñé, Ricardo fue premiado por su carisma, su inteligencia y su proceder", explica Alberto. "Tu hermano cumplió con la bandera: juró morir por la patria y así lo hizo", le escribió Cuñé.
La noche del 13 de junio de 1982 nadie durmió en Malvinas. Bajo una fuerte nevada, los británicos iniciaron una serie de ataques para lograr la avanzada definitiva sobre Puerto Argentino. El combate más duro ocurrió en Monte Tumbledown, defendido por el Batallón de Infantería de Marina N°5, uno de los mejor preparados, que peleó hasta el final. Ricardo estaba encargado de disparar un mortero de 81 mm, con el que ocasionó numerosas bajas a la Guardia Escocesa y a los temibles gurkas.
Superadas en número por el enemigo y ya sin municiones, a media mañana del 14 las tropas argentinas recibieron la orden de repliegue. Durante la maniobra, a la altura del Cerro Zapador (Sapper Hill), un obús de gran tamaño cayó cerca del grupo al que pertenecía Ricardo. Los soldados quedaron aturdidos por la explosión y tardaron varios segundos en reincorporarse; todos menos Ricardo: las esquirlas y la onda expansiva lo habían herido de gravedad.
Uno de sus compañeros, el conscripto Sergio Pantano, quiso cargarlo en los hombros, pero el dragoneante se negó. "Dejame acá, me duele mucho -le dijo-. Mi mamá me está llamando y me quiero ir con ella". Su madre había fallecido seis meses antes. Esas fueron sus últimas palabras; ese fue también el último día de la guerra: unas horas después Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición ante el general Moore.
"Son cosas que te ponés a pensar -dice ahora Alberto-: nació un 25 de mayo y por esa ironía del destino murió por su patria veinte años después. De los 45 hombres que formaban parte de su grupo de morteros solo perdió la vida él".
Treinta y cinco años más tarde, siempre a destiempo, la familia finalmente pudo saber dónde estaba enterrado. También recuperó tres objetos que el soldado tenía entre sus ropas: una medallita con su nombre, un cortauñas y un recuerdo de Ushuaia, ciudad cercana a Río Grande, donde había hecho el servicio militar.
"Nos dieron todo en una bolsita cerrada al vacío que no se puede abrir porque si no las cosas se arruinan. Fue una emoción muy fuerte y en cierto modo también un alivio -cuenta Alberto y hace una breve pausa-. Mi papá, que murió unos años después, quería que Ricardo se quede ahí, porque eso es Argentina. Nosotros también: él regó con su sangre ese lugar y por eso también es suyo".
Etiquetas:
ARA,
Argentina,
BIM 5,
cementerio de Darwin,
conducta en el campo de batalla,
conscriptos,
IMARA,
Malvinas,
Sapper Hill,
Tumbledown,
vida de soldado
viernes, 16 de junio de 2017
Dos conscriptos del BIM 5 detienen el avance británico
Malvinas: la épica historia de los conscriptos que detuvieron durante horas el avance británico
Por Alicia Panero | Infobae
La rendición llegó el 14 de junio a las nueve de la noche. Los soldados combatieron hasta el minuto final entre bombardeos constantes de la flota británica
El monte Tumbledown fue el último punto estratégico defendido por los argentinos antes de la derrota en la Guerra de Malvinas. El combate que lleva su nombre, entre la noche del 13 de junio y las primeras horas del día siguiente, en 1982, depara historias inesperadas. Una de ellas, la de un grupo de soldados de servicios de la cuarta sección de la compañía Nácar, que sin ningún tipo de experiencia militar, detuvieron durante tres horas el avance británico.
Un grupo de soldados de servicios del Batallón de Infantería de Marina Número 5 de Río Grande cambió sus elementos de limpieza por fusiles y sus escobas y carritos por granadas, y resistieron los embates del Segundo Batallón de la Guardia Escocesa, solos, al oeste del monte, en la primera línea de fuego. Recién cuando llegó la luz del día dimensionaron la crudeza del combate. Los muertos y heridos daban cuenta de ello. Muchos británicos han definido a esa batalla en la que se peleó casi cuerpo a cuerpo como el mismísimo infierno, el peor de los lugares, la más oscura pesadilla.
De todo lo que se ha escrito en el Reino Unido y Argentina, casi nada rescata el valor de los soldados de servicios, que no eran otra cosa que civiles cumpliendo una carga pública, el servicio militar obligatorio. Sólo son mencionados en algunos libros que hablan de otros héroes.
Habían recibido sólo 45 días de instrucción militar. Barrían el BIM 5, lo mantenían limpio, juntaban los "puchos" del piso, y lo hacían bien, tanto, que el jefe de servicios, el suboficial Julio Saturnino Castillo, tras encomendarles que lo pinten, les dio una semana de franco. Volvieron a sus casas. Fue la última vez que algunos de ellos vieron a sus familias.
BIM 5, el batallón de Infantería que se llenó de gloria
El suboficial Castillo era un infante de marina destinado a servicios del BIM 5 por una diferencia con un oficial. Sus hombres rescatan su figura como la de un hombre que supo sacar lo mejor de ellos.
Cuando se desató la guerra, Castillo reunió a sus hombres. "¿Quién quiere ir a Malvinas?", les preguntó. Todos dieron un paso al frente. José Luis Galarza, Héctor Cerles, Ricardo Fernández, Jorge del Valle Palavecino, Juan Carlos González, Pablo Rodríguez, Ricardo Sánchez, Félix Aguirre, Carlos Villa, Carlos Ibalos, Juan Carlos Gonzáles y Daniel Zacarías llegaron a Tumbledown al mando del suboficial Julio Castillo y el cabo Amílcar Tejada. Ninguno de ellos tenía chapas o medallas identificatorias, por lo que les pidieron que llevaran sus cédulas militares y las tuvieran siempre encima.
Se ubicaron en el oeste del monte, en un espacio de 200 metros de largo por 50 de ancho, apoyados por algunos soldados de Ejército, que se ubicaron más atrás, en otras posiciones. Pero en su lugar, en ese extremo oeste de Tumbledown, estaban solos. Por allí los atacaron la noche del 13 de junio. Quedaron entre el fuego enemigo y el de la retaguardia.
Daniel Zacarías tenía 19 años cuando fue a la guerra. "Todos teníamos el mismo sueño: queríamos volver a nuestras casas y tomar un mate cocido con tortas fritas. Nos pensábamos con nuestros hermanos y deseábamos volver por un futuro. Pero también pensábamos en lo que habíamos dejado en la casita del grupo móvil, que era el lugar donde estábamos los de servicios en el BIM 5: el queso, el fiambre, los cigarrillos. Al volver a nuestras casas, todo fue distinto a como lo soñamos. Los sueños se fueron y salió a la luz ese animal que llevamos adentro y que estaba herido", rememora a la distancia. Cada soldado es una guerra, una historia, una vivencia, un regreso más o menos amargo. El de Zacarías tiene sus peculiaridades.
El 20 de mayo, Zacarías no estaba de guardia en Tumbledown, por lo que decidió dormir. Jura y perjura que lo despertaron tres veces, pero que al abrir los ojos, no encontraba a nadie. Cuando se despabiló por completo, recuerda que empezó a sentir olor a rosas y otras flores con un perfume intenso. Llamó a su compañero Carlos Villa y le preguntó si no olía lo mismo. Le contestó que no. Se angustió. Ese sentimiento lo acompañó hasta el final de la guerra. También empezó a sentir que alguien lo acompañaba. Tiempo después le daría un cierre a esa historia. Pero todavía faltaba el combate. En dos oportunidades los estallidos fueron cercanos a su posición. "Siempre digo que hubo milagros en Tumbledown. El grupo de Castillo, los que quedamos entre dos fuegos, pudimos morir todos y a la mayoría no nos pasó nada", evalúa a la distancia.
Zacarías fue finalmente herido en la cabeza por el roce de una bala. Salía mucha sangre. Eso no impidió que ayudara a un soldado del Ejército cuyo nombre no recuerda y que también estaba herido. Lo dejó a resguardo junto a su compañero Pablo Rodríguez, que había sido herido al principio de la batalla. Los abrigó y los tapó con una carpa.
Todavía no entiende cómo hizo para arrastrarse por las rocas con la herida en la cabeza y volver a su posición. Lo que vino después fue lo peor del combate, el avance británico. Cree que por cada seis, siete tiros que disparaba, le devolvían cincuenta. "Tiraban con todo", sintetiza.
En algún momento dejó de escuchar a Castillo, que murió en el combate. Y finalmente se rindió junto a su compañero Carlos Villa, con quien fueron tomados prisioneros. La guerra había terminado con una derrota. Zacarías volvió a Puerto Madryn en el Camberra, el 19 de junio de 1982. Ese día empezó otra guerra.
Desde Puerto Madryn llamó a su hermana al lugar donde trabajaba en Resistencia, Chaco, pero ella no lo quiso atender, porque su familia había recibido un informe que lo daba por muerto. Llamó a su padre a la ferretería donde él trabajaba desde que tenía 14 años, porque sabía que su madre siempre iba a atenderlo allí. Pero el que levantó el teléfono fue su papá. Le dijo, sin pelos en la lengua, que él no era su hijo, que su hijo había muerto. Llorando, Zacarías le preguntó por su madre. No le dijeron la verdad.
"En Puerto Madryn lloré, lloré y lloré en un hueco para que nadie me viera. No sabía a cuál de mis diez hermanos podía llamar. Cuando volví al BIM en Río Grande me enteré, porque pregunté, que mi madre había muerto", recuerda. Había sido el 20 de mayo, el mismo día que sintió que alguien lo despertaba, que recuerda un fuerte olor a flores.
Los tres días siguientes desapareció del batallón. "¿Qué hice? Lloré, como estoy llorando ahora", cuenta entre lágrimas.
Volvió a su Chaco natal. Tuvo varios trabajos. Sus hermanos le recuerdan que por aquellos días salía a correr en las noches alrededor de la casa y que gritaba. Ellos lo miraban en silencio. Él no se acuerda.
La historia de Daniel Zacarías es la de un sobreviviente que nunca pudo atender su estrés postraumático, porque debió ocuparse de su padre y de sus hermanos, que a la vez fueron su apoyo. Durante 20 años no habló de la guerra, hasta que alguien le dijo que en Tumbledown, en ese lado oeste del monte, los británicos creían haberse enfrentado a un grupo comando.
"Ese día sentí un golpe como el de esa noche en la que murió mi madre. Nosotros no éramos comandos y fuimos parte de la primera línea. Ese día Malvinas volvió a mi cabeza y empecé a recordar todo", comenta.
El balance personal es negativo. "La guerra no me dejó nada. Perdí camaradas, a mi madre, y tuve que hacer de tripas, corazón; y decidir con qué problema me quedaba, si con la guerra o el drama de mi familia. Decidí ocuparme de mi familia", reflexiona.
De los "Valientes de Servicios" murieron en el combate, además de Castillo, los soldados José Luis Galarza, Félix Aguirre y Héctor Cerles. Juan Carlos González falleció un día antes en una patrulla a la que llamaron "Chocolate", porque habían salido a buscar comida.
De los sobrevivientes, sólo algunos fueron condecorados. Todos son un ejemplo de coraje. Jóvenes de 19 y 20 años, sin instrucción militar, llenos de sueños rotos. A Daniel Zacarías, en tanto, no le resulta fácil contar su historia. Remover las cenizas de la guerra y la muerte es lo más doloroso en la posguerra. Pero eso hace de él un ejemplo de superación.
Por Alicia Panero | Infobae
La rendición llegó el 14 de junio a las nueve de la noche. Los soldados combatieron hasta el minuto final entre bombardeos constantes de la flota británica
El monte Tumbledown fue el último punto estratégico defendido por los argentinos antes de la derrota en la Guerra de Malvinas. El combate que lleva su nombre, entre la noche del 13 de junio y las primeras horas del día siguiente, en 1982, depara historias inesperadas. Una de ellas, la de un grupo de soldados de servicios de la cuarta sección de la compañía Nácar, que sin ningún tipo de experiencia militar, detuvieron durante tres horas el avance británico.
Un grupo de soldados de servicios del Batallón de Infantería de Marina Número 5 de Río Grande cambió sus elementos de limpieza por fusiles y sus escobas y carritos por granadas, y resistieron los embates del Segundo Batallón de la Guardia Escocesa, solos, al oeste del monte, en la primera línea de fuego. Recién cuando llegó la luz del día dimensionaron la crudeza del combate. Los muertos y heridos daban cuenta de ello. Muchos británicos han definido a esa batalla en la que se peleó casi cuerpo a cuerpo como el mismísimo infierno, el peor de los lugares, la más oscura pesadilla.
De todo lo que se ha escrito en el Reino Unido y Argentina, casi nada rescata el valor de los soldados de servicios, que no eran otra cosa que civiles cumpliendo una carga pública, el servicio militar obligatorio. Sólo son mencionados en algunos libros que hablan de otros héroes.
Habían recibido sólo 45 días de instrucción militar. Barrían el BIM 5, lo mantenían limpio, juntaban los "puchos" del piso, y lo hacían bien, tanto, que el jefe de servicios, el suboficial Julio Saturnino Castillo, tras encomendarles que lo pinten, les dio una semana de franco. Volvieron a sus casas. Fue la última vez que algunos de ellos vieron a sus familias.
BIM 5, el batallón de Infantería que se llenó de gloria
El suboficial Castillo era un infante de marina destinado a servicios del BIM 5 por una diferencia con un oficial. Sus hombres rescatan su figura como la de un hombre que supo sacar lo mejor de ellos.
Cuando se desató la guerra, Castillo reunió a sus hombres. "¿Quién quiere ir a Malvinas?", les preguntó. Todos dieron un paso al frente. José Luis Galarza, Héctor Cerles, Ricardo Fernández, Jorge del Valle Palavecino, Juan Carlos González, Pablo Rodríguez, Ricardo Sánchez, Félix Aguirre, Carlos Villa, Carlos Ibalos, Juan Carlos Gonzáles y Daniel Zacarías llegaron a Tumbledown al mando del suboficial Julio Castillo y el cabo Amílcar Tejada. Ninguno de ellos tenía chapas o medallas identificatorias, por lo que les pidieron que llevaran sus cédulas militares y las tuvieran siempre encima.
Se ubicaron en el oeste del monte, en un espacio de 200 metros de largo por 50 de ancho, apoyados por algunos soldados de Ejército, que se ubicaron más atrás, en otras posiciones. Pero en su lugar, en ese extremo oeste de Tumbledown, estaban solos. Por allí los atacaron la noche del 13 de junio. Quedaron entre el fuego enemigo y el de la retaguardia.
Daniel Zacarías tenía 19 años cuando fue a la guerra. "Todos teníamos el mismo sueño: queríamos volver a nuestras casas y tomar un mate cocido con tortas fritas. Nos pensábamos con nuestros hermanos y deseábamos volver por un futuro. Pero también pensábamos en lo que habíamos dejado en la casita del grupo móvil, que era el lugar donde estábamos los de servicios en el BIM 5: el queso, el fiambre, los cigarrillos. Al volver a nuestras casas, todo fue distinto a como lo soñamos. Los sueños se fueron y salió a la luz ese animal que llevamos adentro y que estaba herido", rememora a la distancia. Cada soldado es una guerra, una historia, una vivencia, un regreso más o menos amargo. El de Zacarías tiene sus peculiaridades.
El 20 de mayo, Zacarías no estaba de guardia en Tumbledown, por lo que decidió dormir. Jura y perjura que lo despertaron tres veces, pero que al abrir los ojos, no encontraba a nadie. Cuando se despabiló por completo, recuerda que empezó a sentir olor a rosas y otras flores con un perfume intenso. Llamó a su compañero Carlos Villa y le preguntó si no olía lo mismo. Le contestó que no. Se angustió. Ese sentimiento lo acompañó hasta el final de la guerra. También empezó a sentir que alguien lo acompañaba. Tiempo después le daría un cierre a esa historia. Pero todavía faltaba el combate. En dos oportunidades los estallidos fueron cercanos a su posición. "Siempre digo que hubo milagros en Tumbledown. El grupo de Castillo, los que quedamos entre dos fuegos, pudimos morir todos y a la mayoría no nos pasó nada", evalúa a la distancia.
Zacarías fue finalmente herido en la cabeza por el roce de una bala. Salía mucha sangre. Eso no impidió que ayudara a un soldado del Ejército cuyo nombre no recuerda y que también estaba herido. Lo dejó a resguardo junto a su compañero Pablo Rodríguez, que había sido herido al principio de la batalla. Los abrigó y los tapó con una carpa.
Todavía no entiende cómo hizo para arrastrarse por las rocas con la herida en la cabeza y volver a su posición. Lo que vino después fue lo peor del combate, el avance británico. Cree que por cada seis, siete tiros que disparaba, le devolvían cincuenta. "Tiraban con todo", sintetiza.
En algún momento dejó de escuchar a Castillo, que murió en el combate. Y finalmente se rindió junto a su compañero Carlos Villa, con quien fueron tomados prisioneros. La guerra había terminado con una derrota. Zacarías volvió a Puerto Madryn en el Camberra, el 19 de junio de 1982. Ese día empezó otra guerra.
Desde Puerto Madryn llamó a su hermana al lugar donde trabajaba en Resistencia, Chaco, pero ella no lo quiso atender, porque su familia había recibido un informe que lo daba por muerto. Llamó a su padre a la ferretería donde él trabajaba desde que tenía 14 años, porque sabía que su madre siempre iba a atenderlo allí. Pero el que levantó el teléfono fue su papá. Le dijo, sin pelos en la lengua, que él no era su hijo, que su hijo había muerto. Llorando, Zacarías le preguntó por su madre. No le dijeron la verdad.
"En Puerto Madryn lloré, lloré y lloré en un hueco para que nadie me viera. No sabía a cuál de mis diez hermanos podía llamar. Cuando volví al BIM en Río Grande me enteré, porque pregunté, que mi madre había muerto", recuerda. Había sido el 20 de mayo, el mismo día que sintió que alguien lo despertaba, que recuerda un fuerte olor a flores.
Los tres días siguientes desapareció del batallón. "¿Qué hice? Lloré, como estoy llorando ahora", cuenta entre lágrimas.
Volvió a su Chaco natal. Tuvo varios trabajos. Sus hermanos le recuerdan que por aquellos días salía a correr en las noches alrededor de la casa y que gritaba. Ellos lo miraban en silencio. Él no se acuerda.
La historia de Daniel Zacarías es la de un sobreviviente que nunca pudo atender su estrés postraumático, porque debió ocuparse de su padre y de sus hermanos, que a la vez fueron su apoyo. Durante 20 años no habló de la guerra, hasta que alguien le dijo que en Tumbledown, en ese lado oeste del monte, los británicos creían haberse enfrentado a un grupo comando.
"Ese día sentí un golpe como el de esa noche en la que murió mi madre. Nosotros no éramos comandos y fuimos parte de la primera línea. Ese día Malvinas volvió a mi cabeza y empecé a recordar todo", comenta.
El balance personal es negativo. "La guerra no me dejó nada. Perdí camaradas, a mi madre, y tuve que hacer de tripas, corazón; y decidir con qué problema me quedaba, si con la guerra o el drama de mi familia. Decidí ocuparme de mi familia", reflexiona.
De los "Valientes de Servicios" murieron en el combate, además de Castillo, los soldados José Luis Galarza, Félix Aguirre y Héctor Cerles. Juan Carlos González falleció un día antes en una patrulla a la que llamaron "Chocolate", porque habían salido a buscar comida.
De los sobrevivientes, sólo algunos fueron condecorados. Todos son un ejemplo de coraje. Jóvenes de 19 y 20 años, sin instrucción militar, llenos de sueños rotos. A Daniel Zacarías, en tanto, no le resulta fácil contar su historia. Remover las cenizas de la guerra y la muerte es lo más doloroso en la posguerra. Pero eso hace de él un ejemplo de superación.
martes, 14 de junio de 2016
13 de Junio: Tumbledown
Tumbledown
El 13 de junio, la lucha no era ni naval ni aérea: era por tierra. El 2do Batallón de Guardias Escoceses asumió la misión de tomar el monte Tumbledown junto al Primer Batallón de Fusileros “Gurkas”, el cual no participó del combate ya que rodeó el monte en dirección a Sapper Hill como parte de la estrategia británica de rodear y capturar las alturas que circundan Puerto Argentino para obligar la capitulación.
En la noche del 13, los escoceses lanzaron el ataque sobre Tumbledown donde se toparon con una resistencia feroz y violentísima del Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5) conformado en un setenta y cinco por ciento por conscriptos. En total, eran 800 marinos y 200 del Ejército, entre estos últimos había hombres de los regimientos de Infantería 4 y Mecanizado 7 y de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10, que se habían replegado junto a los del Regimiento de Infantería Mecanizado 6 desde Monte Dos Hermanas.
A continuación, les compartimos un testimonio del coronel "VGM" Augusto Esteban Vilgré Lamadrid
Ejército Argentino
El 13 de junio, la lucha no era ni naval ni aérea: era por tierra. El 2do Batallón de Guardias Escoceses asumió la misión de tomar el monte Tumbledown junto al Primer Batallón de Fusileros “Gurkas”, el cual no participó del combate ya que rodeó el monte en dirección a Sapper Hill como parte de la estrategia británica de rodear y capturar las alturas que circundan Puerto Argentino para obligar la capitulación.
En la noche del 13, los escoceses lanzaron el ataque sobre Tumbledown donde se toparon con una resistencia feroz y violentísima del Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5) conformado en un setenta y cinco por ciento por conscriptos. En total, eran 800 marinos y 200 del Ejército, entre estos últimos había hombres de los regimientos de Infantería 4 y Mecanizado 7 y de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10, que se habían replegado junto a los del Regimiento de Infantería Mecanizado 6 desde Monte Dos Hermanas.
A continuación, les compartimos un testimonio del coronel "VGM" Augusto Esteban Vilgré Lamadrid
Ejército Argentino
Etiquetas:
Argentina,
batalla terrestre,
BIM 5,
defensa de Puerto Argentino,
Ejército Argentino,
IMARA,
Sapper Hill,
Tumbledown,
Wireless Ridge
domingo, 14 de febrero de 2016
Conducta militar: Pedro, el héroe anónimo de Tumbledown
Un héroe, todos los héroes
Varios relatos británicos mencionan a un heroico soldado argentino del que casi nada se sabe, que fue ultimado poco antes de la caída de Puerto Argentino, tras negarse a rendirse, cuando su sección ya lo había hecho. En 1983, fue hallado un cuerpo en la zona de ese combate y se lo enterró como NN en Darwin. Con los años, varios estudios empezaron a relacionar una cosa con otra dando origen a "la leyenda del soldado Pedro", un héroe anónimo al que todavía sus ex compañeros de batalla siguen tratando de identificar.
Por Sergio Núñez y Ernesto Castillo
La noche del 13 de junio de 1982, cubierto por la nevisca reinante, el Segundo Batallón de Guardias Escoceses asaltó las posiciones argentinas en Tumbledown, un monte de 228 metros de altura que dominaba la última línea defensiva de las tropas nacionales alrededor de Puerto Argentino, capital de las islas Malvinas. Tras ocho horas de combate -reconocido por ambos bandos como el más duro de la campaña- y un último y desesperado contraataque, los argentinos se vieron forzados a retirarse. Detrás dejaban la última chance de detener el asalto enemigo hasta la llegada del invierno y evitar así la derrota total, que llegaría pocas horas más tarde. Pero su resistencia y entrega dejaban algo más entre los británicos: una leyenda.
Ya en la madrugada del 14 de junio, cuando las posiciones argentinas iban cayendo, un soldado criollo habría decidido seguir peleando, quizá para permitir la retirada de sus compañeros o tal vez por no aceptar la inminente derrota.
Algunos relatos británicos dicen que resistió una hora, otros sostienen que aguantó aunque todos coinciden en que este muchacho cambió de posición constantemente e hizo fuego contra los Guardias, negándose a rendirse; incluso cuando un oficial argentino capturado le ordenó hacerlo. Hasta que fue abatido por una combinación de cohetes antitanque y un último y fatal disparo en la frente. Cayó en la ladera este del monte, denominada La Terraza, en un despeñadero tan inaccesible que su cuerpo recién pudo ser recuperado en enero de 1983.
Foto:DyN/ARTE DE TAPA: SILVINA NICASTRO
Los Royal Pioneers y los enterradores civiles que rescataron el cadáver desconocían el nombre de este joven, como el de la mayoría de los 649 argentinos que murieron en las islas. Sólo sabían que había sido un héroe, que de haber sido uno de ellos, hubiera recibido los más altos honores. Su recuerdo perduró, y con el tiempo lo apodaron Pedro. ¿Por qué Pedro? Probablemente, porque para los británicos es un nombre apropiado para un latino desconocido, como John podría serlo para un británico desconocido. Sea como fuere, recién varios años después se empezó a profundizar en el tema.
"Pedro podría haber esquivado la batalla, pero en cambio peleó solo y a muerte, y es triste que su nombre no sea conocido y honrado como merece", afirma el historiador británico-estadounidense Hugh Bicheno en su libro Razon´s edge, que aunque con algunas críticas, es considerado el más serio de los que alude al personaje.
Cuando se dio con el cuerpo, todos los argentinos caídos en Malvinas ya estaban enterrados en Darwin, en tumbas anónimas. A Pedro le correspondió la B-1-15, y con eso pasó a ser un "soldado desconocido" más.
¿Cómo develar entonces quién fue este heroico conscripto? Hay una primera respuesta bastante imprecisa, aunque cierta: Pedro fue uno de los cerca de 30 argentinos que murieron en Tumbledown.
Los tropas enemigas consideraban al BIM-5 de lo mejor de la Argentina. Y la unidad hizo justicia a su fama: sobre dos secciones de la Compañía Nácar cayó la furia de la Compañía Left Flank de los Guardias Escoceses, pero los infantes contuvieron a esa fuerza muy superior en número alrededor de seis horas. Para desalojarlos, los británicos tuvieron que asaltar una a una sus posiciones, recurriendo a la artillería terrestre y naval, los misiles antitanque, las granadas, y el combate cuerpo a cuerpo. Teniendo en cuenta que Pedro luchó con tanta garra, no sería de extrañar que hubiera pertenecido a este grupo.
Salvo por un dato: el BIM-5 batalló, en general, en la parte oeste de Tumbledown, lejos de donde hallaron a Pedro. Sin embargo, por mucho tiempo no se descartó que Pedro pudiera ser un infante de marina que escapó de la derrota inicial y se replegó para seguir peleando. Aunque algo revelado por Bicheno a Enfoques permitiría desechar esa posibilidad: "Pedro vestía como los del Ejército. Si hubiese tenido el uniforme del BIM-5, los que recuperaron su cadáver lo habrían comentado. Los británicos pensaban erróneamente que el vestuario de los infantes de marina era distintivo de los comandos argentinos".
Dado que no es lo mismo combatir con una fuerza de élite que con conscriptos, si Pedro hubiese vestido como un integrante del BIM-5, los británicos no se hubieran privado de destacarlo. Eso es lo que hicieron en las batallas donde enfrentaron a grupos comandos porque les enorgullecía haberlos vencido. Así las cosas, si Pedro era del Ejército, ¿a qué unidad pudo pertenecer?
En Tumbledown participaron varias unidades del Ejército: 48 hombres de la 3ª sección de la Compañía B del Regimiento de Infantería Motorizada 6, de Mercedes, Buenos Aires; 12 de la compañía B del Regimiento del Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, a cargo del subteniente Celestino Mosteirín y que sufrió la baja del conscripto Ramón García, y otra sección aún más disminuida (cinco hombres) del Regimiento de Infantería 4, con asiento en Monte Caseros, Corrientes, a cargo del subteniente Oscar Silva, que murió junto a sus cuatro muchachos. La mayoría procedía de Dos Hermanas, enclave perdido la noche anterior.
Oscar Teves, autor local del libro Pradera del Ganso y próximo a escribir otro sobre Tumbledown, no descarta a ninguno de estos grupos. Ni siquiera al BIM-5: "En verdad, no sé si La Terraza es el lugar donde cayó Pedro. Es más, recorrí la zona y no vi lugares inaccesibles como el que describe Bicheno".
En cambio, para el hoy teniente coronel y por entonces subteniente de 19 años de la 3ª B/RIM6, Esteban Vilgré La Madrid, las líneas de investigación siempre fueron dos: "Hasta saber lo del uniforme de Pedro, siempre pensé que era un infante de marina desprendido de la sección del teniente de corbeta Carlos Vázquez -la última del BIM-5 en resistir- o uno de mi sección, que luchó en el lado este de Tumbledown, donde abatieron a Pedro. Aparentemente, este joven cayó a 400 metros del sitio inicial donde estaba yo, pero eso no significa que no perteneciera a mi grupo porque no estábamos todos juntos".
La Madrid descarta a los muchachos del subteniente Silva, ya que se encontraban en el sector oeste del monte. También al soldado García, del RI-12. "Me lo aseguró el subteniente Mosteirín", acota.
Los conscriptos muertos del RIM-6 en Tumbledown cayeron durante un contraataque lanzado sobre el final, una vez doblegada la sección del teniente Vázquez. El RIM-6 estaba bien entrenado por su jefe, el teniente coronel Oscar Jaimet, antiguo comando que había instruido a sus hombres en combate nocturno. Pese a no estar tan aclimatados como los fueguinos del BIM-5, los muchachos del RIM-6 eran en general peones de Lobos, Mercedes, Luján y zonas aledañas, que sabían de heladas e intemperie. Y coraje no les faltaba: Oscar Poltronieri, el soldado más condecorado del Ejército en su historia era uno de sus dos ametralladores (ver recuadro).
La historia de Poltronieri tiene varios puntos en común con la de Pedro: Poltronieri cambió constantemente de posición y se rezagó durante la retirada, aletargando el ataque británico. Y también fue dado por muerto, aunque en realidad logró escapar.
¿Es posible que la leyenda británica mezclara varias historias? No se puede descartar. De hecho, en batallas anteriores también aparecieron relatos de francotiradores o ametralladores argentinos deteniendo ataques durante horas. Hay un cierto patrón en la psique británica, más dispuesta a creer en historias de "súperargentinos" que en la resistencia organizada de varios grupos oponiéndoseles al mismo tiempo. Es más, como en el caso de Pedro, en los relatos sobre el combate del 28 de mayo en Pradera de Ganso, se habla de criollos negándose a rendirse ante el pedido de oficiales capturados.
No es lo único. Ya que hay diferentes versiones de la leyenda de Pedro: en una, el joven dispara contra los helicópteros británicos de evacuación médica. En otra, son dos los que lo hacen, y se encuentran al otro lado del monte.
Esto tiene su lógica. La batalla de Tumbledow no sólo fue de noche sino que nevaba, por lo que la visibilidad era muy mala. Y los militares británicos estaban librando una durísima pelea, bajo fuego enemigo. Relatos de ambos bandos cuentan que el monte literalmente temblaba por los impactos de sendas artillerías, que saltaban esquirlas cortantes de roca y que el ruido era tan ensordecedor que apenas se escuchaban las órdenes y se tenía conciencia de lo que sucedía a pocos metros. Es factible entonces que bajo tanto estrés, los británicos mezclaran situaciones diferentes con distintos soldados argentinos (entre ellos Poltronieri). Además de los relatos que ya habían escuchado y lo que esperaban de sus enemigos.
Por eso no hay que desechar que haya habido más de un Pedro. Uno de ellos, el hallado en enero de 1983.
Pero dándoles crédito a los dichos de Bicheno, ¿de quién era el cuerpo recuperado en el despeñadero?
Las alternativas se reducen a los soldados del RIM-6 que cayeron en combate. En 2010, para el bicentenario de ese regimiento, Enfoques viajó a su nuevo cuartel, en Toay, La Pampa, donde hay una placa en homenaje al conscripto Juan Horisberger, que dice que el enemigo lo apodó Pedro por su valentía. Sin embargo, más allá de su coraje, sólo se trataría de una iniciativa ligada a la buena voluntad de algunas personas. Asimismo, testimonios de varios de sus compañeros indican sin duda que Horisberger fue el primero en morir, de un tiro en el pecho.
Otros tres soldados, Horacio Balvidares, Horacio Echave y Héctor Guanes, murieron en posiciones conocidas. Los dos primeros habían caído cerca de Sapper Hill y Guanes, en Dos Hermanas.
Sobre Ricardo Luna surgieron dudas, pero para La Madrid, su deceso no coincide con el momento en que habría caído Pedro. También hubo interrogantes en torno a Juan Rodríguez, aunque según La Madrid, el tirador de la sección David Torres fue testigo de su muerte, cerca del fin del combate de Tumbledown, en la madrugada del 14 de junio. La última baja del RIM-6 fue Sergio Azcárate, que murió cuando la sección se encaminaba a Puerto Argentino, alcanzado por fuego enemigo.
Así, quedan sólo dos: Luis Jorge Bordón, de Lobos, y Walter Ignacio Becerra, que en 1982 vivía en el barrio Zarza de Moreno, Buenos Aires. Ambos integraban el primer grupo de tiradores.
"A mí me suena más la chance de Becerra. Primero, porque Bordón no estaba tan cerca del lugar descripto, aunque tampoco lo descarto. Y además, por su forma de ser: un tipo muy astuto, vivaracho. El relato sobre un muchacho cambiando de posiciones para despistar al enemigo cuadraría con él, con su personalidad. Y también por el arma que usaba, un FAP, versión ametralladora del FAL normal, con mucha cadencia de fuego, que hubiera llamado poderosamente la atención de los británicos, por sonar distinto al grueso de las armas propias y ajenas", señala La Madrid.
Una forma de saber si Pedro y Becerra fueron la misma persona era averiguar quién fue el militar argentino que lo habría intimado a rendirse. Según relatos británicos, ese oficial podía ser Vázquez. No obstante, en ese momento el teniente del BIM-5 estaba siendo "interrogado" por sus captores del otro lado del monte porque lo confundieron con un francotirador que les había matado varios hombres. Vázquez no habla mucho sobre Malvinas, aunque por intermedio del investigador Teves se pudo confirmar que él no fue quien habría intentado disuadir a Pedro. Tampoco lo fue el subteniente Mosteirín, que cayó preso junto al teniente de corbeta. Por lo que la leyenda de Pedro sigue reservándose algunos misterios.
El Ejército no se pronunció oficialmente sobre esta historia. Por ende, se descarta que se haya pensado en recurrir a análisis de ADN para conocer la verdadera identidad de Pedro. Además, en cuanto a Becerra sería imposible hasta que no se logre dar con su familia. "En los casos de Becerra y Guanes, nunca pudimos establecer contacto; con el resto, sí. Al principio, cuando llamábamos, muchos estaban muy enojados, eran padres que habían perdido a sus hijos en la guerra. Pero cuando les explicábamos que lo hacíamos para invitarlos a homenajes que rendíamos a sus hijos, cambiaban de actitud", explica el teniente coronel Marcelo Pollicino, responsable de algunas de esas búsquedas, como de actividades relacionadas con el stress postraumático de veteranos de guerra y familiares y entusiasta seguidor de la historia de Pedro. "Hacer estudios de ADN conllevaría una decisión política, cuestiones diplomáticas, fondos. Además, debería ser para todas las familias que tienen un hijo sepultado como NN en Malvinas", añade.
El último intento para localizar a la familia de Becerra fue en 2004, en la dirección y teléfono de su madre, en el barrio porteño de Parque Patricios. Enfoques retomó la búsqueda mediante la Unidad de Atención y Asistencia al Veterano de Malvinas de la ANSES, aportándole nombre completo y DNI del fallecido, aunque al cierre de esta edición no se había obtenido respuesta, lo que impidió saber si alguien cobra una pensión en su nombre e intentar contactarlo.
Como Pedro habría muerto en soledad y nadie pudo certificar que se tratara de Becerra, esta investigación sigue abierta. Sólo un testimonio clave que este trabajo tal vez no halló o un ADN al cuerpo enterrado en la tumba B-1-15 de Darwin podría quizá desentrañar el interrogante. Pero no cabe duda de que, sea quien fuere, Pedro encarna el valor de muchos jóvenes que ofrendaron o estuvieron dispuestos a dar su vida por la Patria. Muchos de los cuales hoy caminan por las calles, anónima y humildemente, a pesar de haber actuado como verdaderos héroes.
© LA NACION
Varios relatos británicos mencionan a un heroico soldado argentino del que casi nada se sabe, que fue ultimado poco antes de la caída de Puerto Argentino, tras negarse a rendirse, cuando su sección ya lo había hecho. En 1983, fue hallado un cuerpo en la zona de ese combate y se lo enterró como NN en Darwin. Con los años, varios estudios empezaron a relacionar una cosa con otra dando origen a "la leyenda del soldado Pedro", un héroe anónimo al que todavía sus ex compañeros de batalla siguen tratando de identificar.
Por Sergio Núñez y Ernesto Castillo
La noche del 13 de junio de 1982, cubierto por la nevisca reinante, el Segundo Batallón de Guardias Escoceses asaltó las posiciones argentinas en Tumbledown, un monte de 228 metros de altura que dominaba la última línea defensiva de las tropas nacionales alrededor de Puerto Argentino, capital de las islas Malvinas. Tras ocho horas de combate -reconocido por ambos bandos como el más duro de la campaña- y un último y desesperado contraataque, los argentinos se vieron forzados a retirarse. Detrás dejaban la última chance de detener el asalto enemigo hasta la llegada del invierno y evitar así la derrota total, que llegaría pocas horas más tarde. Pero su resistencia y entrega dejaban algo más entre los británicos: una leyenda.
Ya en la madrugada del 14 de junio, cuando las posiciones argentinas iban cayendo, un soldado criollo habría decidido seguir peleando, quizá para permitir la retirada de sus compañeros o tal vez por no aceptar la inminente derrota.
Algunos relatos británicos dicen que resistió una hora, otros sostienen que aguantó aunque todos coinciden en que este muchacho cambió de posición constantemente e hizo fuego contra los Guardias, negándose a rendirse; incluso cuando un oficial argentino capturado le ordenó hacerlo. Hasta que fue abatido por una combinación de cohetes antitanque y un último y fatal disparo en la frente. Cayó en la ladera este del monte, denominada La Terraza, en un despeñadero tan inaccesible que su cuerpo recién pudo ser recuperado en enero de 1983.
Foto:DyN/ARTE DE TAPA: SILVINA NICASTRO
Los Royal Pioneers y los enterradores civiles que rescataron el cadáver desconocían el nombre de este joven, como el de la mayoría de los 649 argentinos que murieron en las islas. Sólo sabían que había sido un héroe, que de haber sido uno de ellos, hubiera recibido los más altos honores. Su recuerdo perduró, y con el tiempo lo apodaron Pedro. ¿Por qué Pedro? Probablemente, porque para los británicos es un nombre apropiado para un latino desconocido, como John podría serlo para un británico desconocido. Sea como fuere, recién varios años después se empezó a profundizar en el tema.
"Pedro podría haber esquivado la batalla, pero en cambio peleó solo y a muerte, y es triste que su nombre no sea conocido y honrado como merece", afirma el historiador británico-estadounidense Hugh Bicheno en su libro Razon´s edge, que aunque con algunas críticas, es considerado el más serio de los que alude al personaje.
Cuando se dio con el cuerpo, todos los argentinos caídos en Malvinas ya estaban enterrados en Darwin, en tumbas anónimas. A Pedro le correspondió la B-1-15, y con eso pasó a ser un "soldado desconocido" más.
¿Cómo develar entonces quién fue este heroico conscripto? Hay una primera respuesta bastante imprecisa, aunque cierta: Pedro fue uno de los cerca de 30 argentinos que murieron en Tumbledown.
Tras un manto de misterio
El notable desempeño de Pedro no fue la excepción en Tumbledown. La noche del 13 al 14, el grueso de los argentinos que permanecía allí pertenecía al Batallón de Infantería de Marina Nº 5, Compañía Nácar, con base en Tierra del Fuego en tiempo de paz. Los hombres del BIM-5 estaban acostumbrados al frío y al viento, y su duro entrenamiento de dos años los había preparado mejor que a la mayoría del Ejército. Estaban bien equipados y contaban con amplio entrenamiento en cartografía y combate nocturno, algo fundamental en Malvinas, donde la mayoría de los ataques británicos se dio por la noche.Los tropas enemigas consideraban al BIM-5 de lo mejor de la Argentina. Y la unidad hizo justicia a su fama: sobre dos secciones de la Compañía Nácar cayó la furia de la Compañía Left Flank de los Guardias Escoceses, pero los infantes contuvieron a esa fuerza muy superior en número alrededor de seis horas. Para desalojarlos, los británicos tuvieron que asaltar una a una sus posiciones, recurriendo a la artillería terrestre y naval, los misiles antitanque, las granadas, y el combate cuerpo a cuerpo. Teniendo en cuenta que Pedro luchó con tanta garra, no sería de extrañar que hubiera pertenecido a este grupo.
Salvo por un dato: el BIM-5 batalló, en general, en la parte oeste de Tumbledown, lejos de donde hallaron a Pedro. Sin embargo, por mucho tiempo no se descartó que Pedro pudiera ser un infante de marina que escapó de la derrota inicial y se replegó para seguir peleando. Aunque algo revelado por Bicheno a Enfoques permitiría desechar esa posibilidad: "Pedro vestía como los del Ejército. Si hubiese tenido el uniforme del BIM-5, los que recuperaron su cadáver lo habrían comentado. Los británicos pensaban erróneamente que el vestuario de los infantes de marina era distintivo de los comandos argentinos".
Dado que no es lo mismo combatir con una fuerza de élite que con conscriptos, si Pedro hubiese vestido como un integrante del BIM-5, los británicos no se hubieran privado de destacarlo. Eso es lo que hicieron en las batallas donde enfrentaron a grupos comandos porque les enorgullecía haberlos vencido. Así las cosas, si Pedro era del Ejército, ¿a qué unidad pudo pertenecer?
En Tumbledown participaron varias unidades del Ejército: 48 hombres de la 3ª sección de la Compañía B del Regimiento de Infantería Motorizada 6, de Mercedes, Buenos Aires; 12 de la compañía B del Regimiento del Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, a cargo del subteniente Celestino Mosteirín y que sufrió la baja del conscripto Ramón García, y otra sección aún más disminuida (cinco hombres) del Regimiento de Infantería 4, con asiento en Monte Caseros, Corrientes, a cargo del subteniente Oscar Silva, que murió junto a sus cuatro muchachos. La mayoría procedía de Dos Hermanas, enclave perdido la noche anterior.
Oscar Teves, autor local del libro Pradera del Ganso y próximo a escribir otro sobre Tumbledown, no descarta a ninguno de estos grupos. Ni siquiera al BIM-5: "En verdad, no sé si La Terraza es el lugar donde cayó Pedro. Es más, recorrí la zona y no vi lugares inaccesibles como el que describe Bicheno".
En cambio, para el hoy teniente coronel y por entonces subteniente de 19 años de la 3ª B/RIM6, Esteban Vilgré La Madrid, las líneas de investigación siempre fueron dos: "Hasta saber lo del uniforme de Pedro, siempre pensé que era un infante de marina desprendido de la sección del teniente de corbeta Carlos Vázquez -la última del BIM-5 en resistir- o uno de mi sección, que luchó en el lado este de Tumbledown, donde abatieron a Pedro. Aparentemente, este joven cayó a 400 metros del sitio inicial donde estaba yo, pero eso no significa que no perteneciera a mi grupo porque no estábamos todos juntos".
La Madrid descarta a los muchachos del subteniente Silva, ya que se encontraban en el sector oeste del monte. También al soldado García, del RI-12. "Me lo aseguró el subteniente Mosteirín", acota.
Los conscriptos muertos del RIM-6 en Tumbledown cayeron durante un contraataque lanzado sobre el final, una vez doblegada la sección del teniente Vázquez. El RIM-6 estaba bien entrenado por su jefe, el teniente coronel Oscar Jaimet, antiguo comando que había instruido a sus hombres en combate nocturno. Pese a no estar tan aclimatados como los fueguinos del BIM-5, los muchachos del RIM-6 eran en general peones de Lobos, Mercedes, Luján y zonas aledañas, que sabían de heladas e intemperie. Y coraje no les faltaba: Oscar Poltronieri, el soldado más condecorado del Ejército en su historia era uno de sus dos ametralladores (ver recuadro).
La historia de Poltronieri tiene varios puntos en común con la de Pedro: Poltronieri cambió constantemente de posición y se rezagó durante la retirada, aletargando el ataque británico. Y también fue dado por muerto, aunque en realidad logró escapar.
¿Es posible que la leyenda británica mezclara varias historias? No se puede descartar. De hecho, en batallas anteriores también aparecieron relatos de francotiradores o ametralladores argentinos deteniendo ataques durante horas. Hay un cierto patrón en la psique británica, más dispuesta a creer en historias de "súperargentinos" que en la resistencia organizada de varios grupos oponiéndoseles al mismo tiempo. Es más, como en el caso de Pedro, en los relatos sobre el combate del 28 de mayo en Pradera de Ganso, se habla de criollos negándose a rendirse ante el pedido de oficiales capturados.
No es lo único. Ya que hay diferentes versiones de la leyenda de Pedro: en una, el joven dispara contra los helicópteros británicos de evacuación médica. En otra, son dos los que lo hacen, y se encuentran al otro lado del monte.
Esto tiene su lógica. La batalla de Tumbledow no sólo fue de noche sino que nevaba, por lo que la visibilidad era muy mala. Y los militares británicos estaban librando una durísima pelea, bajo fuego enemigo. Relatos de ambos bandos cuentan que el monte literalmente temblaba por los impactos de sendas artillerías, que saltaban esquirlas cortantes de roca y que el ruido era tan ensordecedor que apenas se escuchaban las órdenes y se tenía conciencia de lo que sucedía a pocos metros. Es factible entonces que bajo tanto estrés, los británicos mezclaran situaciones diferentes con distintos soldados argentinos (entre ellos Poltronieri). Además de los relatos que ya habían escuchado y lo que esperaban de sus enemigos.
Por eso no hay que desechar que haya habido más de un Pedro. Uno de ellos, el hallado en enero de 1983.
Las bajas del RIM-6
Pero dándoles crédito a los dichos de Bicheno, ¿de quién era el cuerpo recuperado en el despeñadero?
Las alternativas se reducen a los soldados del RIM-6 que cayeron en combate. En 2010, para el bicentenario de ese regimiento, Enfoques viajó a su nuevo cuartel, en Toay, La Pampa, donde hay una placa en homenaje al conscripto Juan Horisberger, que dice que el enemigo lo apodó Pedro por su valentía. Sin embargo, más allá de su coraje, sólo se trataría de una iniciativa ligada a la buena voluntad de algunas personas. Asimismo, testimonios de varios de sus compañeros indican sin duda que Horisberger fue el primero en morir, de un tiro en el pecho.
Otros tres soldados, Horacio Balvidares, Horacio Echave y Héctor Guanes, murieron en posiciones conocidas. Los dos primeros habían caído cerca de Sapper Hill y Guanes, en Dos Hermanas.
Sobre Ricardo Luna surgieron dudas, pero para La Madrid, su deceso no coincide con el momento en que habría caído Pedro. También hubo interrogantes en torno a Juan Rodríguez, aunque según La Madrid, el tirador de la sección David Torres fue testigo de su muerte, cerca del fin del combate de Tumbledown, en la madrugada del 14 de junio. La última baja del RIM-6 fue Sergio Azcárate, que murió cuando la sección se encaminaba a Puerto Argentino, alcanzado por fuego enemigo.
Así, quedan sólo dos: Luis Jorge Bordón, de Lobos, y Walter Ignacio Becerra, que en 1982 vivía en el barrio Zarza de Moreno, Buenos Aires. Ambos integraban el primer grupo de tiradores.
"A mí me suena más la chance de Becerra. Primero, porque Bordón no estaba tan cerca del lugar descripto, aunque tampoco lo descarto. Y además, por su forma de ser: un tipo muy astuto, vivaracho. El relato sobre un muchacho cambiando de posiciones para despistar al enemigo cuadraría con él, con su personalidad. Y también por el arma que usaba, un FAP, versión ametralladora del FAL normal, con mucha cadencia de fuego, que hubiera llamado poderosamente la atención de los británicos, por sonar distinto al grueso de las armas propias y ajenas", señala La Madrid.
Una forma de saber si Pedro y Becerra fueron la misma persona era averiguar quién fue el militar argentino que lo habría intimado a rendirse. Según relatos británicos, ese oficial podía ser Vázquez. No obstante, en ese momento el teniente del BIM-5 estaba siendo "interrogado" por sus captores del otro lado del monte porque lo confundieron con un francotirador que les había matado varios hombres. Vázquez no habla mucho sobre Malvinas, aunque por intermedio del investigador Teves se pudo confirmar que él no fue quien habría intentado disuadir a Pedro. Tampoco lo fue el subteniente Mosteirín, que cayó preso junto al teniente de corbeta. Por lo que la leyenda de Pedro sigue reservándose algunos misterios.
El Ejército no se pronunció oficialmente sobre esta historia. Por ende, se descarta que se haya pensado en recurrir a análisis de ADN para conocer la verdadera identidad de Pedro. Además, en cuanto a Becerra sería imposible hasta que no se logre dar con su familia. "En los casos de Becerra y Guanes, nunca pudimos establecer contacto; con el resto, sí. Al principio, cuando llamábamos, muchos estaban muy enojados, eran padres que habían perdido a sus hijos en la guerra. Pero cuando les explicábamos que lo hacíamos para invitarlos a homenajes que rendíamos a sus hijos, cambiaban de actitud", explica el teniente coronel Marcelo Pollicino, responsable de algunas de esas búsquedas, como de actividades relacionadas con el stress postraumático de veteranos de guerra y familiares y entusiasta seguidor de la historia de Pedro. "Hacer estudios de ADN conllevaría una decisión política, cuestiones diplomáticas, fondos. Además, debería ser para todas las familias que tienen un hijo sepultado como NN en Malvinas", añade.
El último intento para localizar a la familia de Becerra fue en 2004, en la dirección y teléfono de su madre, en el barrio porteño de Parque Patricios. Enfoques retomó la búsqueda mediante la Unidad de Atención y Asistencia al Veterano de Malvinas de la ANSES, aportándole nombre completo y DNI del fallecido, aunque al cierre de esta edición no se había obtenido respuesta, lo que impidió saber si alguien cobra una pensión en su nombre e intentar contactarlo.
Como Pedro habría muerto en soledad y nadie pudo certificar que se tratara de Becerra, esta investigación sigue abierta. Sólo un testimonio clave que este trabajo tal vez no halló o un ADN al cuerpo enterrado en la tumba B-1-15 de Darwin podría quizá desentrañar el interrogante. Pero no cabe duda de que, sea quien fuere, Pedro encarna el valor de muchos jóvenes que ofrendaron o estuvieron dispuestos a dar su vida por la Patria. Muchos de los cuales hoy caminan por las calles, anónima y humildemente, a pesar de haber actuado como verdaderos héroes.
© LA NACION
EL UNICO CONSCRIPTO CONDECORADO
"Constituirse durante toda la campaña en ejemplo permanente de sus camaradas, por su espíritu de lucha, sencillez y arrojo, ofreciéndose como voluntario para misiones riesgosas. En combates desarrollados en las zonas de los montes Dos Hermanas y Tumbledown operó eficazmente con una ametralladora deteniendo ataques enemigos. Fue siempre el último en replegarse, resultando sobrepasado en ocasiones por los ingleses. Dos veces se lo tuvo por muerto, pero logró reunirse con su sección y siguió combatiendo con igual decisión y eficacia". Así reseña la Cruz de la Nación Argentina al Heroico Valor en Combate el accionar en Malvinas de Oscar Poltronieri, el único conscripto condecorado con este galardón por el Ejército Argentino en toda su historia. "El Poltro" nació en Mercedes el 3 de abril de 1962, hoy cumple 49 años. En su ciudad natal realizó diversas tareas de campo desde chico (no pudo ir a la escuela) y también hizo la conscripción, a la que se presentó porque no lo convocaban. Tras la guerra, con las medallas, pasó por la TV local y europea, hasta que llegó la hora de seguir con su vida. Se casó, tuvo cinco hijos (el primero murió), se mudó al conurbano y trabajó 14 años en una compañía láctea. Luego empezó a deambular por un sinfín de lugares y hasta llegó a pedir en los trenes. Callado y solitario, ahora vive humildemente en Entre Ríos, aunque al menos ya no piensa en vender las medallas que dan cuenta de sus hazañas malvineras".LIBROS EN LA PESQUISA
El primer texto británico que hizo referencia a la heroica resistencia de un soldado argentino en Tumbledown fue Going back: return to the Falklands, de Simon Weston, un ex guardia galés que sufrió muy graves quemaduras durante el hundimiento del buque Sir Galahad. El libro, tildado de poco confiable debido a la experiencia que atravesó su autor, habla de dos conscriptos del BIM-5 que le dispararon a helicópteros médicos del Reino Unido en el lado opuesto del monte al que aludirían los siguientes títulos. En 1989, salió The fight for the Malvinas, del militar e historiador Martin Middlebrook, el primero en cruzar fuentes de ambos bandos. 5th Infantry Brigade in the Falklands, de Nicholas van der Bijl y David Aldea, volvió a decir en 2002 que el conscripto le había tirado a los helicópteros de evacuación. Algo que el historiador Hugh Bicheno negó tajantemente en Razon´s edge, en 2006. De los cuatro, sólo el último texto se tradujo al castellano tres años después como Al filo de la navaja.
Etiquetas:
14 de Junio,
BIM 5,
cementerio de Darwin,
conducta en el campo de batalla,
conscriptos,
defensa de Puerto Argentino,
Ejército Argentino,
identificación soldado,
IMARA,
RI 12,
RIM 6,
Tumbledown
jueves, 5 de marzo de 2015
BIM 5 en maniobras en 1981
BIM 5 en maniobras en 1981
Fuente: Sapucay de Malvinas
Los muchachos de Don Carlos Robacio mostraron de que madera estaban echos en Malvinas ...!!!!
Hoy cuando un grupo de inadaptados esta promoviendo una movida traidora en contra del BIM 5 y su jefe histórico más aún los recordaremos con el mayor de los respetos y cariño
viernes, 16 de mayo de 2014
Los héroes de Sapper Hill
La increíble historia de los sobrevivientes del último combate de Malvinas
Son los sobrevivientes de la colina de Sapper Hill que, sin tener noticias del fin de la guerra, provocaron un daño letal a la Royal Marine en un último combate que prefirió no contabilizar.
Los integrantes de la Compañía Mar del Batallón de Infantería de Marina Nº 5, el jueves en Rosario.
Por Silvia Carafa / La Capital
Eligieron Rosario para reunirse por primera vez después de 31 años. Pensaron en el Día de la Bandera porque en ella encuentran un sentido a los días heroicos que vivieron y además decidieron que había llegado el momento de hablar sobre el vínculo que los marcó a fuego. Son los sobrevivientes de la colina de Sapper Hill que, sin tener noticias del fin de la guerra de Malvinas, provocaron un daño letal a la Royal Marine en un último combate que Gran Bretaña prefirió no contabilizar. Fueron las propias viudas de los ingleses muertos las que actualizaron el tema. Después de aquel acto de arrojo de la tropa de argentinos, las armas enmudecieron en aquella geografía de frío y muerte.
"Era la primera vez que íbamos a desfilar”, dijeron los siete integrantes que pertenecieron a la Tercera Sección de Tiradores de la Compañía Mar del Batallón de Infantería de Marina Nº 5, con asiento en Tierra del Fuego, que llegaron a Rosario desde distintos puntos del país pero sin saber que el formato del acto había cambiado. Por eso, como grupo sólo decidieron participar del izamiento de la bandera. Después se reunieron alrededor de una mesa, con una taza de café, en el local que los ex combatientes tienen en Ayacucho 1477. Allí y confortados quizás por el marco del lugar, hablaron con La Capital.
El grupo que llegó a Rosario estuvo conformado por Alejandro Koch (guardiamarina retirado), Daniel Benítez (suboficial mayor de infantería de Marina, en actividad), Atilio Romero, Gabriel Rodríguez, Sergio González, Ismael Torres y Jorge Santana. Todos formaron parte de los 45 argentinos que el mediodía del 14 de junio de 1982, dos horas después de que había cesado el fuego, rechazaron el aterrizaje de seis helicópteros ingleses que avanzaron sobre Sapper Hill como un trámite más en la batalla que habían ganado. Los argentinos utilizaron armas de trayectoria tendida, fusiles FAL, FAP, ametralladora Mag y lanzacohetes.
Con valentía. El equipo de retaguardia del guardiamarina Koch abrió fuego con una valentía reconocida más tarde por sus propios pares.
Un helicóptero inglés aterriza en llamas, otro averiado, los demás hacen lo mismo, desembarcan sus efectivos y se generaliza el enfrentamiento final. Allí perdieron la vida los conscriptos clase 1962 Roberto Leyes, Eleodoro Monzón y Sergio Robledo.
A los ingleses les fue peor, perdieron un helicóptero, otro resultó averiado y sumaron un importante número de bajas que nunca se conoció, salvo cuando comenzó el reclamo legal de sus viudas. ¿Cómo admitiría Gran Bretaña que un pequeño grupo decidiera dar una pelea tan dura cuando el final había llegado? “Ellos sí sabían que había terminado la guerra, se expusieron al combate, podrían haberlo evitado porque estaban en helicópteros y tenían la información necesaria”, explicó Koch.
“Es la primera vez que hablamos juntos y en público”, dijeron los integrantes de la Tercera Sección que después de 31 años eligieron Rosario como punto de encuentro.
Fueron llegando el miércoles para pasar la mayor cantidad de tiempo juntos.
Algunos no se reconocieron en el lobby del hotel donde se alojaron. “Estábamos de espaldas y no nos dimos cuenta, pensar que yo era radioperador y en la trinchera vivíamos hora a hora, minuto a minuto, tenía que estar siempre a su lado porque Koch era el jefe”, evocaron.
“Les presento a Koch”, cuentan que les dijo Marcos Basabilvaso, un historiador de Villa Cañás que quedó fascinado con la odisea del último combate e invirtió años en lograr el encuentro que se dio en Rosario. No tienen palabras para ponerle a la sensación de volver a estar juntos para evocar aquellos 72 días en los que conocieron el límite entre la vida y la muerte.
“El reencuentro llena el alma”, dijeron. ¿De qué forma? Son tipos fuertes, curtidos y enumerar las sensaciones no los achica: con lágrimas, risas, abrazos y emoción adentro y afuera de la piel.
En el encuentro, cada uno ayudó a completar los recuerdos, algunos tan propios del grupo que jamás habían salido a la luz.
En 1982 estaban haciendo el servicio militar en Tierra de Fuego, asiento de la compañía, cuando estalló la guerra y Malvinas estaba a tan sólo 45 minutos de navío.
Todos tenían más de seis meses de aclimatados a la zona y compartieron “segundo a segundo” la trinchera de Sapper Hill, donde escuchaban radio Carmen de Montevideo, así se enteraron del hundimiento del ARA General Belgrano.
Ahora esperan encontrarse con el resto de sus compañeros de combate. Lo sienten como una necesidad, porque retoman una parte de la vida que los marcó a fuego y que les permite ir hilvanando los recuerdos con un soporte de afecto y contención que sólo da un grupo.
El Día de la Bandera, sintieron que estaban saldando su parte de historia viviente, están orgullosos de haberla defendido y de ser parte de un grupo particular: entre los primeros en llegar y los que dieron el último de los combates.
La Capital
jueves, 9 de enero de 2014
Biografías: Sub My (RE) Jorge Hernández (IMARA)
El encargado del batallón que arruinó el picnic
El suboficial mayor retirado Jorge Hernández cuenta su experiencia en las islas con el BIM5 y su relación con el contralmirante Robacio, con quien escribió Desde el frente.
Hernández hojea el libro que escribió con Robacio en busca de una cita textual.
Por Gustavo Pereyra
El suboficial mayor retirado Jorge Ramón Hernández fue el encargado del memorable Batallón de Infantería de Marina Nº 5 (BIM5), que comandó el entonces capitán de fragata Carlos Robacio, y combatió hasta lo último en la guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas.
"La batalla fue dura —recuerda Hernández—. Estuvimos 44 días bajo cañoneo. Hasta que llegó el momento de la verdad."
Hernández se refiere al “enfrentamiento grande” que tuvo el BIM5 y que desembocó en el 14 de junio, cuando finalmente la Argentina firmó la rendición.
A 30 años, dice que pensar en la guerra es horrible, pero en aquel entonces él no se la quería perder: "Con 29 años como infante de Marina, quería probarme en combate".
Después de Malvinas, Hernández y el comandante del BIM5, Robacio, se hicieron muy amigos. Ya se habían cruzado varias veces a lo largo de sus carreras y las ideas que compartían sobre el servicio, la disciplina y la religión los fueron uniendo en la vida militar y civil. Y Hernández hasta lo convenció de que escribieran juntos un libro: Desde el frente.
"Él no quería. Su modestia le impedía tomarse el atrevimiento”, cuenta.
Jorge Hernández (que en 1982 tenía 46 años y ya era suboficial principal de la Infantería de Marina), advierte que los hombres de su BIM5 estaban cabalmente preparados para la guerra y que por su accionar en Malvinas, los ingleses llegaron a tenerles un respeto profundo.
“Fue la disciplina la que fue endureciendo al batallón —señala—. Eso, porque el comandante [Robacio] se ponía a la cabeza. Y los segundos comandantes y los suboficiales mayores también.”
* * *
El 2 de abril tomaron las islas y el 3 regresó el almirante Carlos Busser con oficiales. Hernández estaba “embroncado” por no haber participado de la Operación Rosario y esperaba con desesperación poder probarse en combate.
Pero a Malvinas no lo pensaban mandar. La superioridad necesitaba un encargado de cuartel en Río Grande. Y ese era él (su experiencia en el ya inexistente BIM6 al norte de Tierra del Fuego y de la conformación de otro para el sostén logístico lo hacían el hombre indicado para coordinar desde el continente todo lo que necesitaran las tropas en el frente de guerra).
Por eso, el segundo comandante del batallón le dio una serie de órdenes para concretar en lo logístico antes de la salida del grupo grande de infantes de Marina.
Hernández las escuchó, pero ya estaba convencido de que acatarlas no estaba en su mira.
—Estas cosas no las cumplo, señor —le dijo a su jefe—. Mañana me voy a Malvinas.
—¿Y quién lo retiene? —le contestó el oficial—. ¡Váyase!
Y Hernández se fue.
Al otro día tomaría el primer vuelo a las islas. Pero esa noche reuniría a su familia en su casa y les comunicaría su decisión.
“¡Hmmm! —inspira hondo y exhala un suspiro—. Una despedida como todas las de ese tipo —recuerda.”
El Batallón de Infantería de Marina N° 5 fue a las islas alrededor del 7 de abril. Hernández se encuentró allá con Robacio, que había salido unos días atrás:
—Voy a ver Malvinas y vuelvo —le dijo Robacio a su mujer. Quería ver dónde ponía al Batallón.
Lo lindo, lo feo y lo triste de los más de 70 días que estuvieron en Malvinas quedó plasmado en el libro de ambos.
“Días y días bajo cañoneo. De un momento para otro aparecía algo: fragatas tirando o aviones bombardeando o cohetes de helicópteros —rememora—. Y el momento de la verdad, cuando en Tumbledown nos atacaron 5 batallones del Ejército británico, la Guardia Galesa [fuerza de elite], la escocesa y la nepalesa; y detrás, de reserva, 2 comandos de Infantería de Marina."
4.000 hombres contra 1.500. Y no pudieron tomar la posición del BIM5 hasta que a Robacio le ordenaron que se repliegue.
—Los ingleses creyeron que se habían topado con un batallón entero. Y habían estado luchando contra apenas una compañía. Se dieron cuenta de que no habían venido de picnic —dice, en relación al libro No Picnic que escribió posteriormente el comandante británico de la Brigada 3 de Marines, Julian Thompson, sobre lo duro que fue batallar contra el glorioso BIM5—. No fue un paseo para ellos.
—¿Cómo conocí a Robacio?
—Nos encontramos por primera vez, sin estar en la misma unidad, en el año 57. Él era guardiamarina y yo cabito segundo, ambos recién recibidos. Él hacía de ayudante de guardia, recorría los médanos por la Base Baterías y yo hacía un trabajo en el Polígono. Nos pusimos a charlar y ahí empezó nuestra relación. De una conversación nació otra y a lo último cometimos infracción los dos: nos pusimos a tomar mate.
—¿Infracción?
—Estaba requetecontraprohibido.
—¿Y cuándo se hicieron amigos?
—Nos volvimos a encontrar en 1963, en el Batallón de Infantería de Marina Nº 3, de Zárate. Ahí sí estaba subordinado a él, que era jefe de una compañía. Él, teniente de fragata y yo, cabo primero. Todavía no teníamos ningún trato de amistad. Después no estuvimos más juntos; nos encontrábamos ocasionalmente en el edificio Libertad o en Baterías, nos saludábamos, charlábamos y nada más.
—Pero esas conversaciones triviales fueron uniéndolos.
—Sí. Y en 1982 llegué al BIM5 y estaba Robacio. Yo ya había ascendido a mayor. Nos encontramos y ya fue un abrazo. Nuestras esposas e hijos también se hicieron amigos.
—¿Cómo era él?
—Adentro y afuera era de la misma forma. Era duro consigo mismo. Yo no me quedaba atrás. Pesábamos igual. Así se formó una unidad con el concurso de buenos suboficiales primeros y segundos, de fierro, que en seguida agarraron la idea inicial y la apoyaron.
Hernández cuenta que Robacio tenía la costumbre de tocar diana silenciosa a la madrugada y poner en marcha el Batallón. Cada compañía recorría 15 o 20 kilómetros a alguna estancia para adiestrar: "Eso, cada 20 o 30 días, con nieve, barro, granizo, lluvia. Volvíamos hechos un desastre, pero ese tipo de actividad fue bueno. Sobre todo porque el que conducía hacía lo mimo".
* * *
—Vamos a trotar. Seguime —le dice Robacio a Hernández.
—Vamos.
Y atrás, todo el Batallón. Eso se hacía en el 5. Malvinas los agarró de sorpresa, pero preparados.
Después de Malvinas, Hernández y Robacio ya eran amigos. Y cuando regresaron a Puerto Belgrano, más todavía.
—¿Por qué no escribís un libro? —le dice Hernández.
—No —contesta Robacio—. ¿Hablar de mí mismo? No puedo tomarme ese atrevimiento.
—Sí, podés.
Ese tira y afloje insumió muchas caminatas por las tarde, en Monte Hermoso, un balneario al sur de la Provincia de Buenos Aires, cerca de Punta Alta y Bahía Blanca. Hasta que un día:
—¿Por qué no escribís un libro?
—Mmm. Bué…
Hernández y Robacio pasaron 2 años empapándose de diferentes visiones sobre la guerra de Malvinas. Y después empezaron a escribir la suya. La que se vio Desde el frente.
Gaceta Marinera
El suboficial mayor retirado Jorge Hernández cuenta su experiencia en las islas con el BIM5 y su relación con el contralmirante Robacio, con quien escribió Desde el frente.
Hernández hojea el libro que escribió con Robacio en busca de una cita textual.
Por Gustavo Pereyra
El suboficial mayor retirado Jorge Ramón Hernández fue el encargado del memorable Batallón de Infantería de Marina Nº 5 (BIM5), que comandó el entonces capitán de fragata Carlos Robacio, y combatió hasta lo último en la guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas.
"La batalla fue dura —recuerda Hernández—. Estuvimos 44 días bajo cañoneo. Hasta que llegó el momento de la verdad."
Hernández se refiere al “enfrentamiento grande” que tuvo el BIM5 y que desembocó en el 14 de junio, cuando finalmente la Argentina firmó la rendición.
A 30 años, dice que pensar en la guerra es horrible, pero en aquel entonces él no se la quería perder: "Con 29 años como infante de Marina, quería probarme en combate".
Después de Malvinas, Hernández y el comandante del BIM5, Robacio, se hicieron muy amigos. Ya se habían cruzado varias veces a lo largo de sus carreras y las ideas que compartían sobre el servicio, la disciplina y la religión los fueron uniendo en la vida militar y civil. Y Hernández hasta lo convenció de que escribieran juntos un libro: Desde el frente.
"Él no quería. Su modestia le impedía tomarse el atrevimiento”, cuenta.
Duros
Jorge Hernández (que en 1982 tenía 46 años y ya era suboficial principal de la Infantería de Marina), advierte que los hombres de su BIM5 estaban cabalmente preparados para la guerra y que por su accionar en Malvinas, los ingleses llegaron a tenerles un respeto profundo.
“Fue la disciplina la que fue endureciendo al batallón —señala—. Eso, porque el comandante [Robacio] se ponía a la cabeza. Y los segundos comandantes y los suboficiales mayores también.”
* * *
El 2 de abril tomaron las islas y el 3 regresó el almirante Carlos Busser con oficiales. Hernández estaba “embroncado” por no haber participado de la Operación Rosario y esperaba con desesperación poder probarse en combate.
Pero a Malvinas no lo pensaban mandar. La superioridad necesitaba un encargado de cuartel en Río Grande. Y ese era él (su experiencia en el ya inexistente BIM6 al norte de Tierra del Fuego y de la conformación de otro para el sostén logístico lo hacían el hombre indicado para coordinar desde el continente todo lo que necesitaran las tropas en el frente de guerra).
Por eso, el segundo comandante del batallón le dio una serie de órdenes para concretar en lo logístico antes de la salida del grupo grande de infantes de Marina.
Hernández las escuchó, pero ya estaba convencido de que acatarlas no estaba en su mira.
—Estas cosas no las cumplo, señor —le dijo a su jefe—. Mañana me voy a Malvinas.
—¿Y quién lo retiene? —le contestó el oficial—. ¡Váyase!
Y Hernández se fue.
Al otro día tomaría el primer vuelo a las islas. Pero esa noche reuniría a su familia en su casa y les comunicaría su decisión.
“¡Hmmm! —inspira hondo y exhala un suspiro—. Una despedida como todas las de ese tipo —recuerda.”
70 días
El Batallón de Infantería de Marina N° 5 fue a las islas alrededor del 7 de abril. Hernández se encuentró allá con Robacio, que había salido unos días atrás:
—Voy a ver Malvinas y vuelvo —le dijo Robacio a su mujer. Quería ver dónde ponía al Batallón.
Lo lindo, lo feo y lo triste de los más de 70 días que estuvieron en Malvinas quedó plasmado en el libro de ambos.
“Días y días bajo cañoneo. De un momento para otro aparecía algo: fragatas tirando o aviones bombardeando o cohetes de helicópteros —rememora—. Y el momento de la verdad, cuando en Tumbledown nos atacaron 5 batallones del Ejército británico, la Guardia Galesa [fuerza de elite], la escocesa y la nepalesa; y detrás, de reserva, 2 comandos de Infantería de Marina."
4.000 hombres contra 1.500. Y no pudieron tomar la posición del BIM5 hasta que a Robacio le ordenaron que se repliegue.
—Los ingleses creyeron que se habían topado con un batallón entero. Y habían estado luchando contra apenas una compañía. Se dieron cuenta de que no habían venido de picnic —dice, en relación al libro No Picnic que escribió posteriormente el comandante británico de la Brigada 3 de Marines, Julian Thompson, sobre lo duro que fue batallar contra el glorioso BIM5—. No fue un paseo para ellos.
—¿Cómo conocí a Robacio?
—Nos encontramos por primera vez, sin estar en la misma unidad, en el año 57. Él era guardiamarina y yo cabito segundo, ambos recién recibidos. Él hacía de ayudante de guardia, recorría los médanos por la Base Baterías y yo hacía un trabajo en el Polígono. Nos pusimos a charlar y ahí empezó nuestra relación. De una conversación nació otra y a lo último cometimos infracción los dos: nos pusimos a tomar mate.
—¿Infracción?
—Estaba requetecontraprohibido.
—¿Y cuándo se hicieron amigos?
—Nos volvimos a encontrar en 1963, en el Batallón de Infantería de Marina Nº 3, de Zárate. Ahí sí estaba subordinado a él, que era jefe de una compañía. Él, teniente de fragata y yo, cabo primero. Todavía no teníamos ningún trato de amistad. Después no estuvimos más juntos; nos encontrábamos ocasionalmente en el edificio Libertad o en Baterías, nos saludábamos, charlábamos y nada más.
—Pero esas conversaciones triviales fueron uniéndolos.
—Sí. Y en 1982 llegué al BIM5 y estaba Robacio. Yo ya había ascendido a mayor. Nos encontramos y ya fue un abrazo. Nuestras esposas e hijos también se hicieron amigos.
—¿Cómo era él?
—Adentro y afuera era de la misma forma. Era duro consigo mismo. Yo no me quedaba atrás. Pesábamos igual. Así se formó una unidad con el concurso de buenos suboficiales primeros y segundos, de fierro, que en seguida agarraron la idea inicial y la apoyaron.
Hernández cuenta que Robacio tenía la costumbre de tocar diana silenciosa a la madrugada y poner en marcha el Batallón. Cada compañía recorría 15 o 20 kilómetros a alguna estancia para adiestrar: "Eso, cada 20 o 30 días, con nieve, barro, granizo, lluvia. Volvíamos hechos un desastre, pero ese tipo de actividad fue bueno. Sobre todo porque el que conducía hacía lo mimo".
* * *
—Vamos a trotar. Seguime —le dice Robacio a Hernández.
—Vamos.
Y atrás, todo el Batallón. Eso se hacía en el 5. Malvinas los agarró de sorpresa, pero preparados.
El libro
Después de Malvinas, Hernández y Robacio ya eran amigos. Y cuando regresaron a Puerto Belgrano, más todavía.
—¿Por qué no escribís un libro? —le dice Hernández.
—No —contesta Robacio—. ¿Hablar de mí mismo? No puedo tomarme ese atrevimiento.
—Sí, podés.
Ese tira y afloje insumió muchas caminatas por las tarde, en Monte Hermoso, un balneario al sur de la Provincia de Buenos Aires, cerca de Punta Alta y Bahía Blanca. Hasta que un día:
—¿Por qué no escribís un libro?
—Mmm. Bué…
Hernández y Robacio pasaron 2 años empapándose de diferentes visiones sobre la guerra de Malvinas. Y después empezaron a escribir la suya. La que se vio Desde el frente.
Gaceta Marinera
viernes, 20 de septiembre de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)