Malvinas: el helicopterista que participó de la recuperación de la islas y sobrevivió al hundimiento del Belgrano
El
autor era aviador naval de los Alouette durante 1982. El 2 de abril de
1982 integró el Grupo Aeronaval Embarcado, a bordo del Portaaviones ARA
25 de Mayo. Ocho días más tarde, se embarcó en el Crucero General
Belgrano. Sus vivencias, el recuerdo de sus camaradas, los dramáticos
instantes cuando fueron alcanzados por los misiles del Conqueror y los
días congelado en las balsas antes del rescate
Por Mario Carranza Horteloup || Infobae
El helicóptero Alouette con el teniente de corbeta Mario Carranza Horteloup y como piloto el teniente de fragata José Callisto
Hacía
unos días que había regresado a mi Escuadrilla de helicópteros
Aeroespatiale Alouette III luego de participar de la recuperación de
nuestras islas Malvinas el 2 de abril, como integrante del Grupo
Aeronaval Embarcado (GAE), a bordo del Portaaviones ARA “25 de Mayo”.
Aún escuchaba las palabras del comandante del portaaviones, capitán de navío Sarcona, cuando reunió a los oficiales en el comedor del buque para comunicarnos que nuestro verdadero destino era Malvinas y nuestra misión recuperarlas.
Aún
sentía las emociones de la experiencia vivida. Recordaba, con cierta
resignación, las transmisiones de las radios chilenas anunciando que “el
portaaviones argentino había sido hundido por un submarino inglés”.
Tenía claro que mi próximo evento trascendente sería el viernes 16 de
abril en Buenos Aires como testigo del casamiento de mi íntimo amigo,
aviador naval y compañero de promoción el teniente de corbeta Arturo
Médici.
Estaba
en la sala de pilotos de mi escuadrilla cuando recibí la orden de
embarcar con un Alouette en el Crucero ARA “General Belgrano”. La
configuración ordenada era la de ataque antisuperficie y antisubmarina,
es decir misiles AS-12 y torpedos. Por eso, la tripulación debía estar
conformada por un Comandante Táctico es decir un adiestrado guiador de
misiles aire–superficie, que recayó en el teniente de fragata Juan José Callisto, un piloto táctico que era yo mismo y un especialista en armamentos, el suboficial mayor aeronáutico Ramón Barrios. Para el mantenimiento y soporte técnico en armas y electrónica embarcaron el suboficial
segundo Roberto Lobo, el cabo principal José María Gómez, el cabo
primero Adolfo Suárez y los cabos segundos Guillermo Ricardo Carro,
Dalmiro Horacio Muñoz y Néstor Andrés Scheffer, todos integrantes de
la Escuadrilla. El suboficial mayor Barrios era el segundo más antiguo
de la unidad. Cuando llegó la orden de embarcar se presentó al Segundo
Comandante diciendo que debía ir porque no había nadie con más
experiencia y conocimiento sobre los sistemas de armas que él, lo cual
era cierto. Barrios era un señor. Fue un conductor para su gente y un
ejemplo para todos.
Alouette lanzando misiles AS-11 Con el Alouette matrícula 3-H-105 anavizamos en el Crucero el 10 de abril de 1982.
El buque estaba amarrado a muelle y de inmediato fue hangarado. El
hangar estaba a popa debajo de la plataforma principal y por diseño
estaba previsto guardar allí, un hidroavión. La pluma permitía sacar el
hidroavión del hangar y apoyarlo en la superficie del mar para que el
avión pudiera despegar. Nunca la Armada Argentina había operado con un hidroavión desde el Crucero Belgrano.
Sin embargo, a uno de esos ingeniosos hacedores que siempre existe se
le ocurrió reanalizar su uso para embarcar un helicóptero sin que eso
implicara perder la capacidad de las dos torres de artillería de popa
con tres cañones de 5 pulgadas cada uno. Este hacedor fue el capitán de corbeta Enrique Gómez Paz.
La maniobra de hangarar y deshangarar el helicóptero con la pluma había
sido ensayada y practicada durante la navegación de enero del Crucero a
Ushuaia llevando a los cadetes navales. El éxito fue absoluto.
Estando
todos a bordo la zarpada se pospuso varios días por razones que
desconocíamos. Indudablemente obedecía a la evolución de la situación
internacional del conflicto. Finalmente, el 16 de abril zarpamos y pusimos rumbo al sur. Me preocupaba mi faltazo al casamiento, sin previo aviso, y como lo subsanarían llegado el momento.
El
navío entró en Ushuaia para reabastecerse de combustible y munición
40-60, además se realizaron reuniones de coordinación relacionadas con
las operaciones en curso. En la tarde del 26 de abril el Crucero
General Belgrano dejó Ushuaia por última vez. Nunca volvería a un
amarradero en territorio nacional.
Esta pluma (grúa) es la que permitía deshangarar al hidroavión original Comenzaba
con la misión impuesta, que consistía en patrullar el sector sur de la
Isla de los Estados y de Malvinas, para detectar un posible tráfico
marítimo británico y constituir un Grupo de Tareas Naval de diversión y
engaño para los británicos y por supuesto vigilar y disuadir a la marina
chilena si eventualmente cruzaba.
Efectuamos varios vuelos de simulacro de ataque a buques con misiles AS-12,
algunas tareas de exploración y el menos agradable de avión blanco para
las ejercicios de tiro antiaéreo. En esos adiestramientos vimos
trabajar a nuestros hombres y a los del buque. Los más complicado era el
cambio de configuración del helicóptero. El suboficial Roberto Lobo era
quien estaba a cargo del mantenimiento mientras el suboficial mayor
Barrios tenía los sistemas de armas. La coordinación y el trabajo en
equipo era fundamental, pero a eso se agregaba el buen ánimo y el mejor
humor. En cada cambio de configuración todos trabajaban y lo hicieron en
tiempos récord. Armas, Mecánicos y Electrónicos: todos eran todo.
Siempre estuve orgulloso del personal de la Escuadrilla, pero allí
fueron un reloj, una máquina. Los nueve éramos un equipo.
Durante
varios días operamos con las lanchas rápidas ARA “Indómita” y ARA
“Intrépida”. En una nueva asignación de medios ordenada por la
superioridad, los destructores ARA “Piedrabuena” y “Bouchard” junto al
Buque Tanque “Puerto Rosales” de YPF se incorporaron a nuestro Grupo de
Tareas 79.3 cuya nave capitana era el Crucero “General Belgrano”.
El Crucero ARA General Belgrano en Ushuaia El
29 de abril, al teniente Callisto se le ordena examinar un lugar de
aterrizaje para nuestro helicóptero en la Isla de los Estados para
establecer un pequeño campamento. La razón era que el Crucero debía
navegar a un rumbo general 090º / 120º y si para empeñarse en combate y
abrir fuego, el helicóptero en cubierta constituía una limitación y
debería ser evacuado inmediatamente para usar las baterías de popa. El
hangaraje requería algo de tiempo y maniobra.
A
fin de inspeccionar el lugar, con el teniente Callisto nos trasladamos
al Aviso ARA “Gurruchaga” que nos dejó en proximidades de la playa de
Isla de los Estados. Desembarcamos en un zodiac del Aviso a cargo del guardiamarina Carlos Enrique Aguilera
para buscar un sitio conveniente. Esta tarea nos llevó varias horas.
Luego de examinar el lugar y evaluar el soporte logístico necesario para
operar desde la isla se asesoró que no era una opción adecuada.
Nuevamente a bordo del Crucero, el comandante ordenó a los buques poner proa al Este. Aparentemente la
misión de nuestro Grupo de Tareas había cambiado. Alguna información
sobre un ataque inglés al aeropuerto de Puerto Argentino había llegado.
El 1º de mayo realizamos el que iba a ser el último vuelo del 3-H-105. Buscamos a los comandantes de los destructores escoltas capitán de fragata Horacio Grassi y capitán de fragata Washington Bárcena para una reunión de coordinación a bordo del Belgrano a cargo del capitán de navío Bonzo, comandante del Crucero y
del Grupo de Tareas 79.3. Algunas horas más tarde los trasladamos de
regreso a sus navíos y el helicóptero fue hangarado. Nunca más
desplegaría las aspas de su rotor para volar.
Durante
la noche del 1º al 2 de mayo la tripulación entera cubrió puestos de
combate, dado que, manteniendo arrumbamiento 090º / 120º nos acercábamos a la zona de exclusión decretada por los británicos alrededor de las Islas Malvinas. Nos
trasladábamos de una zona de operaciones a la nueva zona asignada,
denominada Ignacio. La larga noche y la madrugada fue tensa, llena de
expectativas. En el norte de las Malvinas, los buques de la Armada con
el Portaaviones “25 de Mayo” iniciaban un acercamiento a las unidades de la Royal Navy para un enfrentamiento aeronaval y de superficie de una magnitud que desconocíamos.
Nuestros amigos, nuestros camaradas estaban allí. Creo que nadie durmió
esa noche. Circunstancias así nos llevan a hacer algunos análisis de
nuestras vidas que debiéramos realizar con mayor frecuencia. Lo
verdaderamente importante surge en estos contextos.
Se visualiza la grúa, la tapa del hangar y las torres de artillería con los tubos cañón En las primeras horas del 2 de mayo el rumbo cambió a 270º/ 290º. Volvíamos a la zona de la que habíamos partido. Habíamos
pasado toda la noche en los puestos de combate y como supusimos que el
peligro potencial disminuía al virar hacia el Oeste, la tensión también
disminuyó. El buque mantuvo ese rumbo Oeste hasta que fuimos torpedeados
minutos antes de las 16 horas del 2 de mayo.
Después
del almuerzo, el teniente Callisto que había estado toda la noche y
madrugada en la Central de Informaciones de Combate, se fue descansar.
Yo me quedé con el guardiamarina Sevilla que me iba a enseñar a
jugar a las damas chinas. Charla agradable más que juego. A eso de las
15 horas decido irme a descansar y le comento que andaba sin linterna.
El Flaco Sevilla, gaucho como era, me ofrece una suya y la va a buscar a
su camarote. “Gracias Flaco, compro pilas y se la devuelvo mañana”,
fue mi despedida. Nunca lo volvería a ver. Si bien abandonó el Crucero
falleció en una balsa. Abandoné el buque con la linterna que me
había prestado. Se la devolveré con un abrazo cuando me encuentre con él
en el fondeadero final.
Al llegar al camarote comencé a desvestirme para acostarme. El teniente Callisto que estaba despierto me dice: ‘¿No sería mejor dormir vestidos?’ Respondí
que no ya que quería descansar, pero al pensarlo mejor así lo hice.
Cuando tuvimos que salir del camarote con el buque a oscuras después del
torpedo fue más fácil porque sólo debimos tomar el chaleco y el bolso.
No sé cuánto tiempo dormitamos, cuando una violenta explosión nos despertó. ‘Nos dieron’,
dijo Callisto e inmediatamente sentimos otra explosión similar a la
primera. El buque se paró, se escoró unos 20º a babor y quedó en
completo silencio. Nunca, desde mi primer embarco como cadete naval,
había escuchado el silencio en un buque. Una sensación muy rara estar en
el Crucero sin los típicos ruidos de máquinas y ventiladores. En total
oscuridad saltamos de nuestras literas nos pusimos nuestras camperas de
vuelo, los salvavidas y salimos para ver qué había sucedido.
Nos encontramos con el teniente Stuart que,
con esa flema y voz calma que lo caracterizaba, organizaba y priorizaba
la salida del personal que provenía de las cubiertas bajas hacia la
cubierta principal a cubrir el rol de abandono. El personal
evacuaba las cubiertas inferiores pues algunas se inundaban y otras
estaban llenas de humo dificultando la respiración. Me di cuenta de que
la situación era verdaderamente dramática. Tenía el revólver de
supervivencia que podía ser útil en caso de pánico de la tripulación.
Nunca me equivoqué tanto en mi vida, ya que el comportamiento de todos
fue ejemplar. Entendí que eso era adiestramiento y más
adiestramiento. Cada ejercicio, cada zafarrancho que se hacía y repetía
durante las navegaciones era para esto. Era igual a los procedimientos
de vuelo que una y otra vez repetíamos en la Escuela de Aviación Naval.
Se continuó evacuando las cubiertas inferiores hacia la cubierta
principal.
Cuando
llegué a la cubierta principal vi a los dos destructores escoltas
alejándose del Crucero cumpliendo las instrucciones impartidas de
hacerlo en caso de ataque submarino para evitar ser alcanzados por
torpedos. En la cubierta me encontré con el teniente Di Poi,
nadador de rescate y único compañero de promoción a bordo. A partir de
ese día mi hermano. Cada uno fue a su puesto de abandono para cumplir
con lo ordenado.
La imagen muestra la ausencia de la proa del Crucero Se
percibía una calma tensa, nos movíamos en silencio, sólo se escuchaban
las órdenes que no se repetían, se acataban, en el puente de Comando
había movimientos y la tripulación comenzó a formar frente a la balsa
que le correspondía a cada uno, mientras el buque se escoraba más y más,
pero lo hacía muy lentamente.
El
Comandante y su estado mayor evaluaban la posibilidad de salvar al
Crucero, pero a las 4 y 20 de la tarde se da la orden de abandonarlo. Dos de nuestros hombres faltaban en la formación frente a nuestra balsa: los suboficiales Barrios y Lobo.
Supimos más tarde que el “Mayor Barrios” murió en la cubierta principal
por las heridas que le generó la explosión del torpedo de proa. Del
suboficial Lobo, “Lobito” como le decíamos, nunca supimos nada excepto
que, previo al ataque, se había ido a descansar y su alojamiento estaba
en la zona de impacto del torpedo de popa. Pienso que murió allí.
Nuestra
balsa la conformábamos parte del personal de refuerzo a la dotación del
Crucero y no estaba integrada por 20 personas como era lo habitual,
sino por menos. Antes de abandonar el buque comprobamos que éramos
aún menos (Barrios, Lobo y otros no estaban). La balsa siguiente a la
nuestra no se había inflado adecuadamente. Por ello, se resolvió
completar nuestra balsa con personal de la balsa desinflada hasta las 25
personas y reasignar a los 5 restantes a otras balsas para no exceder
demasiado la capacidad ideal que era de 20 personas. Entre los 25 había dos (2) conscriptos que tenían quemaduras en sus manos.
Dos jóvenes impecables que nunca se quejaron, nunca pidieron nada y
nunca perdieron su buen ánimo. Lástima que no recuerde sus nombres.
Fueron verdaderos hombres que se ganaron todo nuestro afecto y
admiración.Una vez que la balsa estuvo en el agua, el teniente Callisto,
el más antiguo, nos ordenó al cabo principal Gómez y a mí lanzarnos
primero sobre el techo de la balsa y prepararla para recibir a los
heridos y ayudar a subir a aquellos que cayeran al agua.
El
oleaje estaba bravo y la balsa se movía caóticamente motivando que
muchos al lanzarse cayeran al agua. Completamos la dotación prevista de
la balsa. El último en embarcar fue el teniente Callisto.
La primera y más ardua tarea fue alejarnos del costado del Crucero, ya que las olas nos empujaban contra el casco. Finalmente, después de mucho esfuerzo logramos alcanzar el objetivo y ubicarnos a una distancia segura.
En cada balsa cabían 20 personas En un momento me llama el teniente Callisto para que vaya a la puerta de la balsa.
Pudimos ver como el “Belgrano” escoraba cada vez más hasta recostarse
90 grados sobre la banda de babor mientras la popa se hundía lentamente,
muy lentamente como si no quisiera irse y menos arrastrar ninguna balsa
de sus tripulantes en ese hecho. A las 16:58 horas el viejo y orgulloso
guerrero, el Crucero ARA “General Belgrano”, desaparecía en las grises y
frías aguas del Atlántico Sur. A los pocos minutos sentimos en nuestras
sentaderas un par de explosiones provenientes, probablemente, de las
calderas.
Después del esfuerzo físico que significó recibir a mis camaradas de balsa y de haberme mojado mucho tuve
un estado de agotamiento y frío que me afectó seriamente. Fueron mis
compañeros de balsa, en especial Carro y Scheffer, que subían mis
piernas sobre sus pechos y la refregaban para ayudar a la circulación
quienes fueron determinantes para que me recuperara.
En
el trascurso de la noche se organizaron turnos de vigilia para achicar
el agua que entraba en la balsa a causa de la tormenta. A Dios
gracias no faltó mano de obra con 25 hombres, más uno que rescatamos de
una balsa a la que estábamos atados que tenía 9 hombres a bordo y que
había naufragado. Esto nos permitió conservar el calor humano.
Todos demostraron una gran fuerza de voluntad y nuestros heridos no se
quejaron en ningún momento. Una figura importantísima en la balsa por su
apoyo, iniciativa y espíritu fue el cabo principal Gómez que se transformó en una pieza clave para la distribución y realización del trabajo.
Noche
durísima, vientos muy fuertes que generaban olas que desde una balsa
parece que va a devorarnos y parte de ella entraba a la balsa y nos
recordaba lo que era el frío. A la mañana siguiente, 3 de mayo, el
día se presentaba bastante mejor. Pudimos ver muchas balsas a la
distancia. Recuerdo que nos asomamos con Callisto y nos preguntamos ‘¿vendrán a rescatarnos?’
La amenaza submarina era cierta, pero los marinos no abandonan a otros
marinos en el mar. Sean ingleses, argentinos o chilenos.
El rescate de los sobrevivientes del Crucero General Belgrano Pasado
el mediodía escuchamos los motores inconfundibles de un Neptune, el
avión explorador de la Armada que había ubicado la mancha de petróleo
del Crucero y a partir de allí a las balsas con sus tripulantes. El
teniente Callisto se comunica con el teniente Andersen, “la vieja Andersen”, copiloto del Neptune matrícula 2-P-111 avisando que estábamos bien. Allí nos informa que el rescate había comenzado. El sobrevuelo del viejo Neptune levantó los ánimos y reforzó aún más nuestra moral.
A la tarde divisamos a los primeros buques de salvamento.
Cuando cayó la noche los ubicábamos porque parecían barcos pesqueros de
calamar con todas sus luces encendidas. Estaban a la vista, estaban
cerca. Finalmente, a eso de las 23 horas le tocó el turno a nuestra balsa y fuimos rescatados por el Aviso ARA “Gurruchaga”.
Volvíamos al mismo buque con el que habíamos explorado la Isla de los
Estados. El teniente Callisto hizo desembarcar a los heridos y a todo el
resto y cuando sólo quedábamos nosotros dos me ordenó subir. Todos volvimos a casa, salvo Barrios y Lobo.
Fueron los primeros dos muertos de la Aviación Naval. Cumplieron su juramento. Merecen descansar en paz con el reconocimiento de todos.
Años después me enteré de que el Comandante del Aviso “Gurruchaga”, el capitán de corbeta Álvaro Vázquez al iniciar el rescate dijo a su tripulación: “Aunque haya un submarino en el área de acá no nos vamos hasta recuperar la última balsa”.
Había que tener las convicciones bien puestas para decir eso antes de
empezar la tarea y cumplirlo. De hecho, el pequeño gigante que fue el
Aviso ARA “Gurruchaga” rescató al 46 por ciento de los náufragos. Tantos
hechos que desconocen nuestros conciudadanos. Tanta gente que cumplió
con su deber a la perfección sin pedir ni reclamar nada a cambio.
Cuando
me reencontré con los míos le pregunté a la flamante señora de Médici
que había pasado en el casamiento. Allí me enteré que mi amigo Arturo
estaba destacado en Malvinas y de que mi hermano, a quien ellos no
conocían, había concurrido al Registro Civil y había actuado como
testigo. Al final, mi apellido figuró en el Acta de ese entrañable
matrimonio amigo que hasta hoy perdura.