Un comando cuenta cómo fueron los combates del 2 de abril en Malvinas: “Volvería a jugarme la vida por la patria”
Horacio Nuñez era Cabo 1° de la Armada y fue uno de los 84 comandos anfibios de la infantería de Marina que desembarcaron el 1 de abril por la noche y reconquistaron las islas la mañana siguiente. La llegada en los botes. El ataque al cuartel de los Royals Marines. La bandera en las islas. La lucha en la casa del gobernador y la muerte del Capitán Giachino. Y la foto sonriendo después de la tarea cumplidaHoracio
Nuñez en su casa natal de Ituzaingó, en Corrientes, con la foto que lo
hizo conocido en 1982 después de reconquistar las islas Malvinas
(Nicolás Stulberg) El 1 de abril de 1982, exactamente a las 21:18, 84 comandos anfibios y buzos tácticos
de la Armada se zambulleron en dos kayaks y botes de goma desde el
buque ARA Santísima Trinidad, que había detenido sus motores, hacia la
oscuridad de la bahía Enriqueta. Iban camuflados y bien pertrechados:
cada uno llevaba las granadas que podía acarrear y 1500 municiones para
su fusil. Iban al mando del capitán de corbeta Guillermo Sánchez Sabarots y su segundo, el capitán de fragata Pedro Giachino.
Intentaron el desembarco en un pequeño arroyo llamado Mullet Creek,
pero los cachiyuyos -una suerte de algas- se enredaban en los botes. Lo
hicieron en la zona de Lake Point, a la que bautizaron “Playa Verde”. El primero en pisar suelo malvinense fue el capitán de fragata Carlos Cerqueira. Se aseguró la zona y se colocó una señal infrarroja. Entre el grupo que arribó en los 20 botes restantes se encontraba Horacio Nuñez. Tenía
24 años, era Cabo 1°, llevaba seis dentro de la Armada y participaba
del curso de comando anfibio cuando fue convocado, sin saberlo, a la Operación Virgen del Rosario.
Cuarenta años después, Nuñez está en Ituzaingó, Corrientes, donde nació.
Tiene, en su brazo izquierdo, un enorme tatuaje: las islas pintadas de
celeste y blanco y un ancla cruzándolas. Este verano peleó otra guerra,
esta vez contra el fuego. Pero su paso breve y decisivo por Malvinas
será eterno. La tensión, para él, llegó desde el primer momento que bajó
del bote, munido de su FAL, con cuatro granadas de mano y dos antitanque en el arnés y munición a granel en la mochila:
“Habíamos atravesado una tormenta y yo me mareaba. Además la turba es
acolchada. Así que cuando bajé a la isla era como que iba caminando en
el aire, aunque la mochila era bastante pesada. ¡Pero no sabía si era la
turba o si era yo!”.
Vehículos anfibios en Puerto Argentino tras el desembarco del 2 de abril de 1982 Nuñez
habla bajo, es sincero hasta para admitir sus propias debilidades, no
hay estridencias en él. Ni tiene falsa modestia ni vende un Rambo. A
veces tensa los músculos cuando un recuerdo fuerte lo atraviesa. Tiene
los mismos ojos achinados que en la famosa fotografía que ilustró la
recuperación de las islas. Sólo una barba candado y el pelo raleado
delatan que ya son cuatro las décadas que transcurrieron. Y su propia
historia: está casado con Ana María. tiene un hijo, Nahuel Horacio y cinco nietos: Mayte, Ian, Nahomi, Máximo y Lucille. Se retiró de la Infantería de Marina hace 11 años y vive en Bahía Blanca.
El
28 de marzo embarcó en el destructor Santísima Trinidad en Mar del
Plata. A pesar que la reconquista de las islas lo tomó por sorpresa,
según dice, habían entrenado duro en Sierra de los Padres poco antes, lo
que luego descubrió como un indicio. “Hicimos una semana de instrucción
con navegación nocturna, supervivencia. Para nosotros era algo normal.
Pero si van al terreno, van a ver que esa zona,
cerca de Balcarce, es muy parecida a Malvinas, excepto que hay árboles. Y
el clima, por supuesto. Pero las piedras, cómo caminar de noche y esas
cosas, nos ayudaron…”, cuenta.
Ya en
plena navegación, los comandos anfibios y los buzos tácticos pensaban
que iban a Tierra del Fuego “por el despliegue, y porque en el 78
estuvimos muy cerca de la guerra con Chile por el Beagle, pensamos que
era por ahí la cosa. Nunca imaginamos Malvinas. Pero cuando recibimos
la orden que íbamos a recuperar las islas, hubo una algarabía total en
toda la tripulación”.
Cómo tomaron el cuartel inglés de Moody Brook (Video: Matías Arbotto)
El
paso del tiempo va aguando la memoria. Nuñez no recuerda la fecha
exacta en que se enteró del verdadero destino. “El 30 habrá sido… Se que
se modificó el día porque los ingleses se habían enterado del
desembarco y nos estaban esperando. Digo esto porque el coronel
Seineldín tenía como objetivo la casa del gobernador, pero en su sección
la mayoría eran conscriptos. Entonces cambiaron. A él le ordenaron que tome el aeropuerto y al capitán Giachino la casa del gobernador. Nos dividimos en tres grupos: el otro, en el que estaba yo, tenía como objetivo a Moody Brook”.
En
efecto, el 30 de marzo la inteligencia británica alertó al gobernador
de las islas, Rex Hunt, la inminencia del ataque. Los Royals Marines,
cuyo cuartel general estaba en Moody Brook -a unos 4.5 km de Puerto
Argentino-, se prepararon para defender las islas. Ya el 1 de abril, el faro fue apagado y las radiobalizas del aeropuerto local dejaron de funcionar. Por
la noche, la oscuridad total recibió a Nuñez y los comandos anfibios.
Apenas la mortecina luz de luna dejaba adivinas las siluetas. Eso, y los
visores infrarrojos que usaban los destacados en la vanguardia. “Ser un
comando significa formar parte de las fuerzas especiales, se necesita
mucho carácter, mucha instrucción, mucho estado físico. Nosotros, dentro
de nuestras habilidades, tratamos de desarrollar el oído, el olfato y
el tacto, porque en la oscuridad nos desplazamos. Nos ayuda al tocar
algo que no vemos. A oír voces y movimientos. Y a oler. Cuando uno está
en territorio enemigo, éste puede estar oculto, pero come, y la comida
se huele. El que está acostumbrado a estar en el campo, olfatea la
comida. Y entonces, algo hay ahí…”, dice, y entrecierra los ojos.
Infantes de Marina luego del desembarco en Malvinas el 2 de abril de 1982 En
Lake Point se dividieron. El capitán Giachino y sus hombres marcharon a
tomar la casa del gobernador. El capitán de corbeta Sánchez Sabarots y
los suyos -entre ellos Nuñez- partieron rumbo a Moody Brook, donde
pensaban que estaría la mayor resistencia. Empezaron a caminar cerca de
las 23 hs. Lo hicieron “en sigilosa”, como dice el veterano comando.
Casi sin hablar ni hacer ruido, llegaron al cuartel británico después de caminar unas cuatro horas. Allí, el diablo casi mete la cola. Y el diablo pudo ser Nuñez. “Estábamos en posición para pasar al asalto en sí, hacíamos las últimas coordinaciones, y mi reloj empezó a sonar. Yo
todos los días ponía el despertador a las 5.30 de la mañana, era
automático. Pero no sonó mucho tampoco. Pero ese pip pip que hizo,
parecía que se había escuchado… no sé. Lo oí, y menos mal que no tenía
los guantes colocados, así que lo pude apagar rápido. Si llego a tener
los guantes, ¿cómo hacía?”. Ahora sonríe Nuñez. Y cuenta que el reloj,
un Casio, todavía funciona y lo tiene en Bahía Blanca.
La hora “H”, cuando todas las unidades atacarían en forma coordinada, se había establecido para las 6:00. En
Moody Brook, la acción fue rápida. “Ya teníamos los distintos grupos
para tomarlo y fuimos haciendo un movimiento de pinzas, así (ilustra con
las manos)... Había tres o cuatro soldados
ingleses y cuando vieron que los rodeamos, hicieron un par de tiros como
para amedrentarnos y escaparon. Se fueron porque no había forma de
detenernos, nosotros éramos muchos”. A continuación, el capitán de corbeta Sánchez Sabarots y el suboficial mayor Guillermo Rodríguez izaron por primera vez la bandera argentina en el cuartel de Moody Brook.
El
primer izamiento de la bandera argentina después de la recuperación fue
el 2 de abril en el cuartel de Moody Brook, y lo hicieron el el
capitán de corbeta Guillermo Sánchez Sabarots y el suboficial mayor
Guillermo Rodríguez Donde sí se
combatía duro era alrededor de la casa del gobernador, en el extremo
este de Puerto Argentino. Desde Moody Brook, a 40 minutos a pie de allí,
Nuñez y sus compañeros percibían lo que sucedía a la distancia. “Escuchábamos los disparos y veíamos la munición trazante. Veíamos cómo se estaba luchando. Cómo se defendía la casa.
Y bueno… La misión nuestra era la recuperación de Moody Brook. Y el
capitán Giachino tomar la casa… pero se le hizo pesado. No se
entregaban, así que fuimos en apoyo del capitán Giachino”, recuerda.
En el camino tomaron tres prisioneros.
Los llevaron a donde estaba el comandante de la agrupación, que se hizo
cargo. Ellos siguieron la marcha hacia el pueblo. “Llegamos a la casa
del gobernador con Batista (Jacinto Eliseo Batistal). Él era Cabo
Principal y yo Cabo 1º, así que me dijo ‘vos andá por el frente que yo
me voy por atrás’. Ahí nos dividimos. Atrás, él tomó prisionero a un grupo de soldados ingleses, que es la famosa foto donde salen con las manos levantadas. Yo me fui por el frente, donde encontré unos soldados ingleses”.
El combate de la casa del Gobernador
En ese momento, por primera vez en su vida, Horacio Nuñez vio a la muerte frente a él.
En la punta del cañón de un fusil inglés. “A nosotros nos enseñan a
tener respeto y a superar el miedo. Una vez que se logra eso, parece que
uno no le teme a nada, pero no es así. Uno tiene miedo, pero sabe dominarlo. Yo
siempre respete lo que fuera: a saltar en paracaídas, a meterse al
agua. Es decir, no porque sepa nadar me voy a mandar al agua como sea. A
todo hay que respetar”, señala con simpleza y sabiduría. Lo que vivió,
define, fue “un momento tenso”. “Venía agazapado detrás de una
ligustrina, llegué a unos 30 metros, o quizás menos, a 20 metros de la
casa y en el jardín vi a un soldado apuntando hacia mi derecha. Me
escondí, saqué el seguro del fusil y cuando me paré, le apunté. Cuando
lo hice, me mostró la mano así (muestra la palma). Pero él no me estaba
apuntando a mí. Me miraba, pero el fusil iba para otro lado. Le hice una
seña con el fusil para que se pare y él miró hacia el costado. Yo hice
lo mismo y vi que había dos ingleses que si me apuntaban, no recuerdo si
con una ametralladora o un fusil. Cuando los vi, me volví hacia ellos,
les apunté y bueno, levantaron las manos. Les hice señas, se pararon. De
atrás de otras plantas aparecieron otros más, y se fueron rindiendo.
Los llevé a la calle frente a la casa del gobernador y los hice tirar
cuerpo a tierra por mi seguridad. Yo estaba solo, mis compañeros no
habían llegado todavía”.
Esa mañana le deparaba un duro golpe todavía. El único muerto argentino de la Operación Virgen del Rosario fue el Capitán Pedro Giachino. “Mi ídolo”, dice Nuñez.
También cuenta que al inicio de la batalla, cuando llegó desde Moody
Brook, vio su cuerpo tirado, sin saber que era él. “No fui a socorrerlo
primero porque no sabía quién era. Segundo, no sabía si estaba muerto,
vivo… lo vi tirado, acostado. E imaginé que si alguien estaba ahí era
porque estaba custodiado bajo el fuego de los ingleses. Seguí haciendo
lo que debía, ir al frente de la casa del gobernador. Pero sí
supe cuando lo llevaron, cuando me llegó la información que era el
Capitán Giachino al que estaban levantando… Me dio una bronca, quería
patearle la cabeza a los ingleses que tenía ahí abajo, pero bueno,
teníamos orden de no tocarlos…”. Y se siente en el aire que la bronca perdura.
Junto a Giachino, a dos metros de él, cayó herido el teniente de fragata Diego García Quiroga,
que recibió tres disparos de diferentes fusiles: uno en el brazo, otro
en el cuerpo y al tercero se incrustó en un cortaplumas suizo que
colgaba de su cinturón. Fue el primer efectivo que atendieron en el
hospital de Comodoro Rivadavia. El cabo 1º Ernesto Urbina, que como enfermero corrió a auxiliarlos, fue el segundo herido del combate.
La muerte del Capitán Pedro Giachino
Para Nuñez, Giachino
era “el jefe, el cabeza. Siempre estaba al frente de todo, era un
referente para nosotros. Si había que hacer algo, él no tenía problema.
Él se tenía que sacrificar, lo hacía primero. Daba una orden, él era el
ejemplo. Y el ejemplo a seguir. Por la forma, por su carácter, por la buena persona que era”. Y se queda en silencio, mirando al vacío. O a 40 años atrás.
Después que los Royals Marines se rindieron, vino la calma. Y ahí llegó el click, la foto, la imagen de Nuñez sonriendo, con cuatro granadas colgando de su cuello y la cara camuflada con pomada negra.
Una imagen a la que intentó escapar: “Vi venir al fotógrafo adonde
estaba yo. Lo entré a esquivar para no salir. En un momento dado hablo
con un compañero y le digo ‘fijate, este muchacho me viene siguiendo’.
Lo tenía atrás mío. Y me dice, ‘¿quién, mostrame?’ Me dí vuelta para
señalarlo y lo vi apuntándome con la cámara, por eso mi sonrisa… Estaba
distendido, después de haber pasado esos momentos de adrenalina a full.
Estaba más relajado. Para mi fue muy importante
esa foto: mi señora, que en ese momento era mi novia, se enteró que
estuve en Malvinas porque la vio. Y los periodistas vinieron a Corrientes para hacerle una entrevista a mi mamá”.
Horacio
Nuñez tal como lo publicó la revista Gente en 1982. En la página
opuesta, Rex Hunt, el entonces gobernador inglés de Malvinas que fue
depuesto por la acción de los comandos de la Armada Después
de la recuperación, los comandos anfibios regresaron al continente.
Nuñez no volvió nunca más a Malvinas. “A los ingleses les quitamos el
armamento, los tomamos prisioneros, los llevamos a un lugar descampado.
Ellos podían hablar, fumar, comer, no estaban esposados. Estaban libres,
digamos. Al jefe se les preguntó quiénes estaban en el pueblo y quiénes
en Moody Brook. A estos se les autorizó a buscar sus pertenencias, sus
documentos. Cuando estuvieron todos se los embarcó en un avión rumbo a
Montevideo. Y a nosotros nos llevaron al continente. Ya en ese momento
el Ejército se había hecho cargo de la conducción de la ciudad”.
Nuñez
no tiene encono con los ingleses que combatió. “Para mí el inglés no es
un enemigo. Ellos deben pensar, al igual que nosotros, que las islas
Malvinas les corresponden. Y como nosotros, lucharon. Las recuperamos y
lamentablemente después las perdimos. El soldado pelea por su patria.
Pero nosotros, los argentinos, nunca invadimos ningún país. Siempre nos
defendimos. Desde la época de San Martín que nos liberó. Pero al soldado inglés no le tengo bronca ni rencor”.
El
entonces Cabo Principal y comando Jacinto Batista lleva a un grupo
Royal Marines detenidos en la mañana del 2 de abril. Encabeza la hilera
Lou Armour Los comandos de
Infantería de Marina regresaron a Mar del Plata. Un grupo regresó más
tarde a las islas: entre ellos los del Batallón de Infantería de Marina
5, algunos de artillería de campaña e ingenieros anfibios que colocaban
minas. El resto de la guerra, Nuñez estuvo en Río Gallegos. “Permanecí
allí junto a un grupo de comandos. Ahí nos
enteramos de lo que sucedía en las islas. No fue fácil. Sabíamos que
estábamos perdiendo, sabíamos que el Ejército no podía. Dos veces
estuvimos en el aeropuerto para embarcar y volver. Primero para hacer un
contraataque. Suspendieron el vuelo porque íbamos en un Fokker y ya no
se podía aterrizar los aviones nuestros porque el espacio aéreo ya
estaba dominado por los ingleses”. El 14 de junio, día del cese de fuego, lo encontró lejos Puerto Argentino.
Después
de la guerra tampoco volvió a las islas. Dice que “hasta que no esté
flamenando la bandera argentina, no voy a regresar. Excepto que vayamos a
recuperarlas. Sin dudas, volvería a poner en juego mi vida por la patria”.
El tatuaje de Horacio Nuñez: las Malvinas y la Armada Argentina en la piel y el corazón (Nicolás Stulberg) A
su regreso, dice “tuve suerte de tener a mi familia cerca. Después de
la guerra, si uno no se apoyaba en la familia, se sabe lo que pasó. Tuve
compañeros internados por brotes psicóticos, algunos se hicieron
alcohólicos, otros empezaron con la droga… Encontraron un vacío, porque a nosotros la sociedad nos dio la espalda.
Eso se supera con la familia, la gente que está atrás de uno, que no te
da tiempo a deprimirte, que te da responsabilidades que cumplir. Eso te
mantiene vivo. Pero no se supera la guerra. Lo que podemos hacer es contarla. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién? Fuimos
los protagonistas, los que la vivimos. A veces me invitan a dar charlas
en escuelas, o como en Merlo, a un grupo de motoqueros. Y es una
satisfacción que la gente se entere que somos soldados y estamos para
defender la patria. No tenemos otra misión”.
Lo
que no puede hacer, a veces, es evitar llorar por Malvinas. “Si, lloro,
las siento. Yo creo que algún día, de alguna forma, las Malvinas van a
volver a ser argentinas. Seguramente no a través de la guerra. La
historia lo dirá: son argentinas y a eso no hay forma de negarlo”.