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lunes, 24 de febrero de 2014

El ataque de los entrerrianos

Los entrerrianos en Malvinas 

Héctor Luis Destri (*) 



A las 06 horas del día 4 de junio de 1982, cinco aviones Canberra del Grupo 1 de Bombardeo atacaron las posiciones terrestres inglesas en las islas. Emplearon tácticas de bombardeo horizontal nocturno a 3.500 metros, sobre una capa de nubes bajas, guiados por sus equipos de navegación dopler con las coordenadas indicadas por el Puesto Comando de la Fuerza Aérea en Malvinas. Fueron detectados por el destructor inglés ‘Exeter’, que les lanzó sucesivamente siete misiles antiaéreos Sea Dart visualizados y eludidos con maniobras evasivas por los pilotos argentinos”. 

INGENIO Y CAPACIDAD. Esto es parte de la crónica sintética de tales operaciones aéreas y sugiere este interrogante: ¿Cómo fue posible degradar la reconocida eficacia de estos misiles de última generación , que ya habían ocasionado importantes derribos a nuestros cazabombarderos Skyhawk y Mirage durante sus ataques a la flota inglesa? La respuesta se encuentra en la persistente actitud de tripulantes y técnicos de la II Brigada Aérea , para suplir las carencias defensivas de sus aviones y dotarlos de elementos que los protegieran contra esos mortíferos misiles. 

CONOCIMIENTOS FUNDAMENTALES. 
Ellos llevaron a la práctica los conocimientos teóricos de guerra electrónica recientemente obtenidos e inculcados por la Escuela Superior de Guerra de la Fuerza Aérea. En efecto, las maniobras evasivas de los pilotos, eran acompañadas por lanzamientos simultáneos de chaff (1) y bengalas con paracaídas. Constituían un sistema defensivo ideado, desarrollado y construido artesanal y urgentemente, en abril de l982, en la Base de Paraná, previendo una escalada bélica del conflicto Malvinas. 
Todo comenzó por iniciativa del propio jefe de tripulantes de los bombarderos Canberra, quien tenía conocimientos y la imprescindible bibliografía para calcular las dimensiones y el volumen de los chaff, según el tipo de misil a neutralizar. Luego, veinte días antes del inicio de las hostilidades, se obtuvo más información sobre los misiles ingleses, su radar director de tiro y los valores magnéticos e infrarrojos del sistema de guiado de la cabeza del misil. 
Con todos estos datos, en la II Brigada se formó un equipo encargado de planificar y desarrollar el equipamiento de chaff y bengalas para sus aviones Canberra y Lear Jet. 
Para fabricar las bengalas, se obtuvo de Fabricaciones Militares, un grano de pólvora que —una vez lanzado en paracaídas— quemaba a 500º C durante 15 segundos. Eran 100º C más que la temperatura de los gases de escape de las turbinas de los aviones: parámetros suficientes para atraer a los sensores infrarrojos del guiado de los misiles y desviarlos unos 2 km de sus trayectorias hacia los aviones, los que ya deberían estar en plena maniobra evasiva. 
Para desarrollar los chaff era necesario obtener láminas de papel metalizado grueso. En los depósitos de la misma Brigada había grandes rollos de ese material, utilizado para cubrir los tubos de chorro de las turbinas y disipar el calor de sus gases de escape. 

Problemas resuletos. El segundo problema era cortar las laminillas con dimensiones aplicables a la fórmula correspondiente ya obtenida. Entonces apareció el ingenio y la iniciativa, pues cada laminilla tenía el ancho de un tallarín comestible. Al principio se cortaron artesanalmente con tijeras para hacer las primeras pruebas. 
Luego se cortaron con una tallarinera doméstica, que al ser empleada con buenos resultados, dio pie para gestionar una tallarinera industrial. La entonces fábrica de pastas “Vía Nápoli” de Paraná (Echagüe y Presidente Perón) facilitó generosamente una que adaptada, cortaba en cantidad y rapidez, los miles y miles de laminillas necesarias para fabricar los chaff. 
El tercer problema era construir los lanzadores de bengalas y chaff y ubicarlos en los fuselajes de los aviones, de manera de ser fácilmente comandados desde la cabina de pilotaje, en el instante que se veía venir un misil. Esto también fue resuelto oportunamente por los técnicos en estructura del avión, quienes usaron vainas descartables de los cartuchos de puesta en marcha de los Canberra. Tambien se adaptaron espejos retrovisores en las punteras de ala de los Lear Jet, para visualizar las estelas de los misiles que podían atacarlos de atrás. 
Pocos días después de iniciadas las hostilidades, los aviones de la Brigada quedaron equipados con las nuevas autodefensas, lo que significó un respaldo muy alentador en las expectativas de supervivencia de sus tripulaciones, que ya habían sufrido un derribo en el primer día de combates (2). 
Actualmente, la tallarinera industrial y los lanzadores de bengalas y chaff, pueden observarse en la sala histórica de la II Brigada Aérea, como muestras del ingenio, capacidad y profesionalismo de su personal, para crear una mínima posibilidad de defensa en el combate. 
Los Lear Jet, diseñados como aviones ejecutivos, pero no para el combate, volaron 220 horas y cumplieron 153 salidas de reconocimiento aerofotográfico, enlace, guiado de cazabombarderos y misiones de “diversión y engaño”. (Por su forma, tamaño y alta velocidad (900 km/h), podían simular incursiones de aviones de combate contra la flota británica, y penetrars en las pantallas de radar del enemigo hasta provocarles el alerta de ataque aéreo y el consecuente decolaje de sus Harriers defensivos (1.050 km/h). Recién entonces y monitoreados por el radar de la Fuerza Aérea en Malvinas, los falsos atacantes emprendían veloz regreso al continente. Esta riesgosa táctica causó muchos desgastes a la aviación enemiga). 
Los Lear Jet también dejaron su cuota de sangre en suelo malvinero cuando el 7 de junio, sufrieron un derribo en el que fallecieron cinco tripulantes: viceomodoro Rodolfo de la Colina, jefe del Escuadrón Lear Jet; mayor Juan Falconier; capitán Marcelo Lotufo; suboficial ayudante Francisco Luna; y el suboficialauxiliar Guido Marizza, quienes en ese vuelo integraron la tripulación en forma voluntaria. 



Notas 

(1) Chaff: manojo de laminillas de papel metálico que, sueltos en el aire, producen un eco en las pantallas de radar, que momentáneamente puede confundirse con un avión por el director de tiro de misiles y por el sistema de guiado de sus ojivas. 
(2) Los Canberra volaron 395 horas en 52 misiones, en las que lanzaron 48 toneladas de bombas contra objetivos terrestres británicos, y causaron numerosas bajas. Además, intervinieron en el hundimiento de un buque tanque de apoyo a la flota inglesa que, por sus averías, debió ser hundido frente a las costas de Brasil. Nuestros bombarderos tuvieron dos derribos: uno en el primer día de ataque aquéllla, el 1 de mayo, (cuando aún no tenían implementado el sistema autodefensivo). Otro fue durante la última noche de combates por la defensa de Puerto Argentino, cuando dos Canberra, guiados por el radar de la Fuerza Aérea, atacaron las posiciones enemigas, produciendo impactos muy cercanos al Puesto de Comando inglés (según su propio comandante, general Jeremy Moore). El bombardero sobreviviente, aterrizó en la Base Aérea de Rio Gallegos a las 00:05 hs. del l4 de junio, horas antes de la capitulación. Estos fueron los dos últimos aviones argentinos que entraron en combate en la batalla aérea de Malvinas. En esos derribos del Escuadrón Canberra, fallecieron tres tripulantes: primer teniente Mario González, teniente Jorge Raúl De Ibáñez y capitán Fernando Casado. 


(*) Brigadier mayor 


El Diario de Paraná