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lunes, 29 de septiembre de 2025

Las fotos encontradas del soldado Pérez Grandi

Después de casi 42 años, un ex combatiente de Malvinas recuperó las fotos que dejó en las islas cuando fue herido

El subteniente Jorge Pérez Grandi llevó una pequeña cámara a Malvinas. Malherido en su repliegue desde el monte Dos Hermanas, dejó abandonadas sus pertenencias. Un efectivo inglés, antes de regresar de la guerra, se llevó el rollo de fotos con él. A través de Agustín Vázquez, un santafesino que busca reliquias del conflicto de 1982, los negativos fueron devueltos. La vida en combate y el duro destino del británico que hizo el hallazgo

Por Hugo Martin || Infobae



Una de las fotos que recuperó el subteniente Jorge Pérez Grandi. Está en la zona del hipódromo de Puerto Argentino con las botas de goma inglesas que encontró y usó en gran parte del conflicto

El 1 de mayo de 1982, el ejército británico atacó por primera vez Puerto Argentino. Ese día, el subteniente Jorge Pérez Grandi tomó las últimas fotos que le quedaban en el rollo que había comenzado en el continente. Luego guardó su cámara, una vieja Kodak Fiesta, y regresó a su puesto de combate en el hipódromo. Recién pudo ver las imágenes que tomó casi 42 años después.

Jorge es cordobés, nació en Río Cuarto, pero se crió en un pueblo, Coronel Moldes. Su padre era comerciante, no había militares en su familia. Desde chico quiso lucir el uniforme del Ejército. Después de cumplir con la conscripción, en 1979 ingresó al Colegio Militar en El Palomar. El 2 de abril de 1982, cuando era cadete de cuarto año, los reunieron en el patio y les informaron que Argentina había recuperado las islas Malvinas. Cinco días después, adelantaron el egreso de su promoción. Como subteniente, fue destinado a reforzar el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, en Corrientes. Muy pronto, lo que tanto deseaba se hizo realidad: fue enviado a Río Gallegos y, el 26 de abril, llegó a Malvinas.

Pérez Grandi, en el aeropuerto de Puerto Argentino, al llegar a las islas el 26 de abril de 1982

“Me destinaron a la Compañía C y llegamos en avión a Puerto Argentino. Recuerdo que viajamos sentados en el piso, como podíamos”, relata. Los enviaron a Monte Wall, el punto más avanzado entre los cerros que rodean Puerto Argentino y que fueron escenario de las batallas más cruentas de la guerra. “Marchamos unos 15 kilómetros bajo la lluvia. Llegamos mojados, casi de noche. Y nuestro jefe me ordenó que regresara a Puerto Argentino, al mando de media sección, unos 15 soldados, para dar seguridad en la zona del hipódromo, donde había un depósito de proyectiles para los cañones Otto Melara. Nos instalamos en la boletería. Estábamos ahí cuando nos agarró el ataque del 1 de mayo. Fue una sorpresa, quedamos impactados al escuchar a los aviones y a nuestra artillería antiaérea, que disparaba con todo”.

Cuando amaneció y cesó el bombardeo al aeropuerto, Pérez Grandi tomó un Unimog y le pidió a un soldado que manejara hasta la escena de la batalla. Con él llevó su cámara y agotó el rollo: “Era una Kodak, de esas chiquitas, de plástico gris y negro, de las que se ponía y sacaba el rollo por una puertita que tenían detrás. La tenía desde el Colegio Militar, y la llevé. Ahí saqué fotos, se ve una pared amarilla con las esquirlas... En el hipódromo tenía otras, estoy con casco, fusil y unas botas de goma que le saqué a unos ingleses. Eran de pesca, así que las corté a la altura de la rodilla. Me fueron útiles más adelante, en la posición que tenía me protegieron del barro. Recién me las saqué dos días antes de que me hirieran porque ya me pasaba el frío, de tan extremo, y me puse borceguíes”.

Una foto que tomó luego de la llegada y estaba en el rollo que dejó en las islas cuando se replegó herido del monte Dos Hermanas

Una semana después, le ordenaron regresar al Monte Wall con su sección. La posición exacta de Pérez Grandi estaba en la punta del Wall, desde donde se dominaba un valle. “Nuestras posiciones miraban hacia la costa. Por las noches, una fragata se acercaba y comenzaba el bombardeo. Estábamos a unos ocho kilómetros y veíamos los fogonazos; y por la mañana, cuando se levantaba la bruma, los barcos. Recuerdo que el 15 o 16 de mayo aparecieron dos aviones nuestros que los atacaron, y uno de ellos explotó en el aire”. Sin embargo, hasta ese momento, las bombas no eran un problema para él y sus hombres, ya que pasaban por encima de sus cabezas.

En los últimos días en el Monte Wall, el teniente Martella se hizo cargo de la sección. Darwin había caído, y les ordenaron retirarse hacia el monte Dos Hermanas. “Sabíamos que los ingleses ya estaban camino a Puerto Argentino”, explica. Con los bolsos de armamento, llevaron una oveja que habían carneado. “A pesar de la orden del generalato de no matar ovejas, si aparecía una yo ordenaba matarla para alimentarnos mejor. La comida escaseaba y no teníamos las suficientes calorías para pasar todo el día. Y el frío cada vez era peor”, añade.

Cuando llegaron a la cima del Dos Hermanas, un Sea Harrier los atacó, pero no alcanzó a ninguno. A la mañana siguiente, una tormenta de nieve cubrió la zona. Era el 1 de junio. Desde su posición, Pérez Grandi podía ver a los ingleses acercándose. “Éramos la vanguardia de la defensa de Puerto Argentino. A mí me habían ordenado que mi posición era de sacrificio… de sacrificio hasta las últimas consecuencias”, recuerda. Sobre el monte Dos Hermanas se formaba una especie de planicie, explica Pérez Grandi. Allí cavaron pozos de zorro y dispusieron una ametralladora MAG apuntando hacia el llamado “río de Piedra”, que separa al Dos Hermanas del Monte Kent. De repente, aparecieron dos helicópteros ingleses. Querían colocar piezas de artillería. “Hicimos fuego reunido y levantaron las piezas y se instalaron detrás del monte. Como consecuencia de ese ataque, me trajeron una ametralladora Browning, la que se usaba en la Segunda Guerra Mundial. Fue muy útil y la manejaba yo”.

Una imagen que tomó en el aeropuerto luego del ataque inglés del 1 de mayo de 1982

Los combates se intensificaron. Les empezaron a disparar con un mortero. “Justo un proyectil cayó dentro de la posición donde estaba la MAG. Pero en ese momento yo había llamado a los soldados para repartirles munición. Ellos se salvaron. A uno, al soldado Sosa, una esquirla lo hirió cerca de la columna. Lo evacuaron a Puerto Argentino y lo mandaron de vuelta. Pero la MAG quedó fuera de combate. Al principio, te digo la verdad, quedé impactado. Fueron 10 o 15 segundos de quedar medio inmovilizado y ahí nomás cambias el chip y te das cuenta de que estás combatiendo. Y aparte, en mi caso, tenés que asumir la responsabilidad de ser jefe de una sección, que tenés suboficiales y soldados a cargo tuyo. Y peleás. Pero nos quedó solo la Browning, y ahí estuvimos hasta la noche, cuando nos atacó el Batallón de Comandos 45 de la Marina Real”.

Ya era el 11 de junio. Contrariamente a lo esperado por los ingleses, que pensaron que encontrarían a los argentinos durmiendo, la sorpresa fue para ellos. Pérez Grandi recuerda todo como si hubiera sucedido ayer: “Me adelanté hacia una roca y arrojamos una bengala. Ellos se dieron cuenta de que habíamos detectado su avance. Les disparamos con un lanzacohetes y salieron corriendo como seis o siete ingleses. Habrán sido media hora o 40 minutos de combate. Yo estaba cuerpo a tierra y las municiones trazantes me pasaban a dos metros de la cabeza. Esa noche murió el cabo Gómez combatiendo, era el jefe del tercer grupo de tiradores de mi sección. Y tuve que dejar en el lugar al soldado herido en la espalda, era arriesgado trasladarlo porque para eso necesitaba dos o tres soldados y podían caer. Además, ya sabíamos que los británicos trataban bien a los heridos argentinos”.

Otra escena que captó con su pequeña cámara Kodak y es fiel reflejo de los destrozos del ataque inglés al aeropuerto

En una guerra, el coraje es una condición necesaria, pero no suficiente. La enorme superioridad de armamento de los ingleses se impuso a la determinación de Pérez Grandi y sus soldados de defender el monte Dos Hermanas. La Browning se trabó, ya no tenían municiones, y tomó la decisión de replegarse. “Cuando estábamos reagrupándonos me encontré con unl teniente y le dije que se llevara a mi gente, que me quedaba a cubrir el repliegue, porque nos seguían bombardeando. En ese momento, cuando estaba al pie del monte, explotó un proyectil de mortero a cinco metros mío. Ordené cuerpo a tierra, y cuando caí, sentí un ardor en las dos piernas, en la planta de los pies. Cuando pasó, ordené ‘carrera marcha…’ de ahí, y al intentar ponerme de pie, el brazo no me ayudó, y la pierna derecha se me fue para un costado. Sentí un dolor terrible. Tuve triple fractura expuesta en la pierna derecha, con pérdida de carne, fractura de peroné en la izquierda y en el brazo derecho quebradura expuesta de cúbito y pérdida ósea”.

Ensangrentado y “creyendo que mis horas estaban contadas”, Pérez Grandi ordenó el repliegue a Puerto Argentino de sus hombres. Pero uno de ellos, el soldado Barroso, se acercó y le dijo “no, mi subteniente, me quedo a morir con usted”. Las palabras del veterano se cortan por la emoción: “Tuvimos un intercambio de malas palabras, que no voy a pronunciar ahora. Pero se quedó. Fue hasta un jeep Unimog que estaba destruido y rescató un bolsón porta equipo. Desparramó ropa arriba mío, porque yo sentía frío, lloviznaba, y me dio para tomar un poquito de whisky, porque el último día habíamos recibido unas raciones, y como yo ni fumaba ni tomaba, al whisky se lo daba a los soldados… Llegó un momento en que empecé a sentir como que ya me iba de este mundo”.

Una foto que sacó en Malvinas a poco de llegar. De las islas eran apenas cinco o seis fotos de un rollo del que fueron recuperadas 22 imágenes, la mayoría de ellas tomadas en el continente antes de viajar

Pérez Grandi, asistido por Barroso, estuvo una hora y media tirado en el campo de batalla. Pero sus hombres regresaron por él. El entonces subteniente cuenta que un cabo, Nicolás Urbieta, “regresó con otros soldados. Con fusiles y una manta hicieron una especie de camilla y me subieron. Fue un parto, yo sentía unos dolores terribles y cada diez metros tenían que parar”.

Ya era la madrugada del 12 de junio, y faltaban unas horas para que saliera el sol. Llegaron hasta las proximidades de Puerto Argentino, donde había un grupo de artillería, lo subieron a un Unimog y lo llevaron al hospital. “Me pusieron en un salón grande, junto a varios heridos. Me cortaron todo el uniforme y me sacaron los borceguíes. Barroso seguía a mi lado. Le di mi documento y le dije ‘entregáselo a mi viejo y decile que lo quiero mucho’”.

Pérez Grandi junto a otro oficial en Malvinas

Media hora después, lo llevaron a la sala de cirugía. Pasaron casi 42 años y esa imagen sigue como un sello en su cabeza: “Había sangre por todos lados. Me pusieron arriba de la mesa de operaciones y le dije al médico ‘por favor no me corte la pierna’. Es lo último que recuerdo de Malvinas. Cuando me desperté, estaba en la terapia intensiva de un hospital de Río Gallegos. Me dijeron que salí con el último Hércules”.

En la capital de Santa Cruz estuvo dos días más y voló a Buenos Aires. El cuadro de Pérez Grandi era de gravedad. Lo llevaron de inmediato a la terapia intensiva del Hospital Militar. Tenía las dos piernas y el brazo derecho enyesados. “El coronel Moore, el jefe de traumatología, me sacó una placa para ver todo. Y descubrió que tenía gangrena en el muslo de la pierna izquierda. De urgencia me llevaron a la sala de operaciones. Me limpiaron y sacaron parte del muslo, con dos cortes un poquito arriba de la cadera para impedir que la gangrena avanzara”.

Ian Kendrick, el inglés que encontró el rollo y lo tuvo en su poder 40 años

Lo derivaron al Hospital Muñiz, que tenía una cámara hiperbárica. Su memoria es vívida: “La máquina era inglesa y estaba fuera de servicio, pero la reactivaron por mi caso. Después me enteré de que me ponían ahí para combatir la gangrena con mucho oxígeno. Y por la mañana y la tarde me hacían curaciones con azúcar en la zona. Lo peor era que las vendas se pegaban. Fueron diez días espantosos. Pero fui saliendo… recuerdo a todos los médicos y enfermeros del Muñiz. Con el tiempo me hicieron un injerto óseo en el cúbito del brazo derecho, que me quedó un poco más débil que el otro…”.

Hoy, Pérez Grandi, a los 64 años, tiene las secuelas de la guerra a flor de piel. En solo dos de los dedos de su mano derecha tiene sensibilidad, en el resto, nada. Después de su recuperación, que demandó en total un año, lo destinaron al Regimiento de Patricios. “Yo quería ser un oficial de tropa, y veía que no iba a poder. Así que me puse a estudiar Derecho y pedí el retiro como Teniente”. Se recibió de abogado y más adelante hizo un máster de Derecho Intelectual en Chicago, Estados Unidos. Se casó, se divorció, tuvo una hija en Estados Unidos y dice que, aún hoy, Malvinas lo persigue: “Mi madre murió un 14 de junio, el día que terminó la batalla. Y mi hija nació un 10 de junio, el día del reclamo de nuestra soberanía en las islas. Eran las 11.58 y le pedí al obstetra peruano si podía nacer antes del 11. Y dijo que sí. A mi hija le pusimos María Paz”.

Kendrick, el primero desde la derecha, en Puerto Argentino con compañeros de armas. La casa donde halló el rollo con las fotos de Pérez Grandi aparece a sus espaldas

Lo que quedó en Malvinas

Cuando Pérez Grandi se replegó del monte Dos Hermanas con su sección, dejó el bolso con sus pertenencias. Entre ellas, la cámara de fotos. Años más tarde, por medio de un oficial inglés, se enteró de que los gurkhas se habían encargado de la limpieza del campo de batalla. “Todas nuestras cosas personales las dejaron en un galpón grande. Por supuesto, cada uno se llevó un souvenir”.

No se llevaron todo. Hace diez años tuvo una sorpresa. “El cabo Urbieta y otros soldados fueron a Malvinas y recorrieron nuestras posiciones. Y encontraron un cepillo de uñas que era mío. ¿Sabes cuál fue su importancia? En los últimos días estábamos todos sucios, embarrados. Ni enmascaramiento necesitábamos. Ya habíamos perdido los guantes… Entonces yo calentaba agua, agarraba una media mía y pasaba, posición por posición, para que lavaran las manos y las uñas con ese cepillo. Cuando me lo trajeron, sentí una gran emoción…”.

Kendrick hoy, en un hospital de Australia, donde le amputaron una pierna, con una camiseta de la selección Argentina

Pero las fotos tardaron más. Y en su recuperación tuvo mucho que ver Agustín Vázquez, un santafesino que desde hace años investiga Malvinas y contacta a veteranos o coleccionistas ingleses que poseen elementos que pertenecían a argentinos. Es una tarea paciente y que da resultados de tanto en tanto. Pero cuándo alguna sale bien, sabe que el esfuerzo paga en emoción.

A través suyo, el soldado Oscar Bauchi recuperó una carta que escribió desde las islas, que nunca envió y fue llevada a Inglaterra, subastada y adquirida por un coleccionista británico. Y otro, Jorge “Beto” Altieri, que en 2019 se había reencontrado con su casco, pudo volver a tener en sus manos el diario donde dejaba por escrito su día a día en la guerra.

Agustín Vázquez, incansable buscador de tesoros de Malvinas, ya fue intermediario de varios hallazgos que regresaron a sus dueños. Aquí, con Jorge Pérez Grandi en diciembre de 2023, el día que le devolvió las fotos y los negativos

Esta vez, cuenta Vázquez, “Jorge dejó su equipo en la montaña, lo llevaron y alguien tiró el rollo solo, sin la cámara. Ahí, en un pozo en una casa de la calle Philomel lo encontró un inglés, Ian Kendrick. Se lo llevó a Inglaterra, lo reveló y quedó 40 años en su poder”.

Kendrick formaba parte del Ejército Británico, era Lance Corporal del Royal Corp of Transport 52. Durante la guerra estuvo a bordo del buque Sir Geraint. En total, estuvo en Malvinas cinco meses y medio, ya que permaneció en forma voluntaria luego del 14 de junio, fecha en que cesó el combate. Por su rol en el conflicto, recibió un diploma por parte de la Reina Isabel, que enmarcó con orgullo. En las consideraciones señala que “siempre se destacó por su alegría y su capacidad para animar a los demás. Tenía un sentido del humor contagioso y a menudo era una fuente de inspiración para los que le rodeaban durante los largos, agotadores y a menudo aterradores días en las aguas del estrecho de San Carlos”. Hoy Kendrick vive en Australia y tiene una enfermedad renal. Hace diálisis y poco tiempo atrás le tuvieron que amputar una pierna. Desde la cama de un hospital le envió una fotografía a Agustín luciendo la camiseta argentina de Messi que él le envió. Y con una sonrisa.

La emoción de Jorge Pérez Grandi al ver por primera vez algunas imágenes hace 20 días. Otras ya las había recuperado hace dos años

El siguiente paso fue dado por otro veterano inglés que conocía a Vázquez, y le comentó que Kendrick tenía esas imágenes en su poder. “Como estoy en contacto con veteranos, lo contacté, hablamos y me envió unas pocas fotos. Se las mostré a varios veteranos argentinos y Marcelo Llambías, se reconoció en una y me dijo que podían ser de Jorge. Lo llamé y efectivamente, eran suyas”. Esto sucedió hace un par de años. Ahora, en diciembre de 2023, cuando Agustín tuvo la totalidad de los 22 negativos que resistieron el paso del tiempo en su poder, se reunió con Pérez Grandi y su hermano Adrián en Santa Fe, y se los entregó. Una vez más, Vázquez ayudó a cerrar un círculo.

Jorge Pérez Grandi reconoce que no es demasiado demostrativo. Pero aunque recién en los últimos tiempos pudo volver a hablar de su experiencia en Malvinas, agradece el reencuentro con las fotos. “Yo no quería estar todo el tiempo en 1982. Trato de guardarme las cosas adentro. Pero tengo que volver siempre, porque cuando me levanto y me quiero abrochar el pantalón tengo problemas para hacerlo o dolor en las piernas. Y es por Malvinas, ¿entiendes? Estas imágenes son algo muy especial, porque cierran algunas cosas de mi vivencia en las islas. Pero más allá de eso, hoy lo que agradezco es estar vivo y ver el sol cada día”. Pero tiene un sueño: regresar alguna vez al monte Dos Hermanas. A su posición. Llevar a su hija y a su hermano (“mi primer fan”, aclara), y contarles, en el campo de batalla, lo que hizo en la guerra.


sábado, 2 de agosto de 2025

Monte Longdon: El liderazgo del soldado Miguel Falcón


𝐌𝐈𝐆𝐔𝐄𝐋 Á𝐍𝐆𝐄𝐋 𝐅𝐀𝐋𝐂Ó𝐍 𝐔𝐍 𝐋𝐈𝐃𝐄𝐑 𝐄𝐍 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐄 𝐋𝐎𝐍𝐆𝐃𝐎𝐍.

Nació el 6 de Octubre de 1.962 en Barranqueras, provincia de Chaco. Su familia afirma que Miguel siempre fue un niño rebelde. No acataba demasiado las reglas, ni en casa ni en el colegio. De hecho, era famoso por escaparse todas las semanas al menos un día de la escuela. Perteneció al Regimiento de Infantería 7 Coronel Conde. Murió en el enfrentamiento del Monte Longdon y entre sus pertenencias se encontró un mazo de cartas españolas. Esa rebeldía juvenil fue la que le hizo protagonizar una historia memorable en la noche de su última batalla. El suceso fue relatado en una carta por otro ex combatiente:"La noche del 12 de junio cuando los ingleses nos atacan, en un real infierno, con cientos de proyectiles y lluvia de trazantes que cruzaban el cielo, veo que se prepara la primera sección de nuestra compañía en apoyo a la Compañía "B". Eran El teniente Castañeda, un cabo y 44 conscriptos como yo. Los veo prepararse en la oscuridad, todos en fila india, en silencio, temblorosos. Entonces, de la fila, saltó un soldado que estaba muy flaquito, un pibe que era muy humilde, que casi nunca hablaba porque era tímido, - Era el soldado Falcón-



Empezó a arengarlos, a aplaudirse las manos, flexionándose, con el FAL rebatido en la espalda, y les gritaba : '¡Vamos carajo!!, ¡Ingleses de mierda, los vamos a reventar!, Somos el 7, el Regimiento 7, Vamos Carajo!!!' Surgió un líder de la nada, un tipo que, en las circunstancia más límite, le dio ánimo al resto".
La acción de esta sección quedó registrada en libros británicos como uno de los actos más heroicos de los enfrentamientos terrestres en Malvinas. De los 46 que salieron, volvieron 25. Falcón fue uno de los que se quedó allí.



𝐄𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐣𝐞 𝐚 𝐥𝐚 𝐞𝐭𝐞𝐫𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐭𝐨 𝐌𝐢𝐠𝐮𝐞𝐥 𝐀𝐧𝐠𝐞𝐥 𝐅𝐚𝐥𝐜ó𝐧,
𝘙𝘦𝘢𝘭𝘢𝘵𝘢 𝘦𝘭 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘵𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘊𝘢𝘴𝘵𝘢ñ𝘦𝘥𝘢:
Nos toco lanzar un contraataque flaqueados por una sección de infantería  otra de ingenieros que habían tratado de contraatacar y habían llegado a media cresta por el intenso fuego de los ingleses, Era la noche del 11 al 12 de junio¬. Fuimos guiados por un conscripto estafeta, del mayor Carrizo, Este soldado  conocía un camino de ovejas, ya que  recorría a diario el monte Longdon llevando mensajes y conocía todos los recovecos que existían.  Una vez en posición teníamos en frente un enemigo que parecía cada vez más numeroso con el correr de las horas. Si pesarlo mas despache al conscripto y nos lanzamos al ataque. Recuperando gran parte del terreno perdido
Los hombres de Castañeda trataban de responder a los ingleses con parejo caudal de fuego, para que no se envalentonaran. Al mismo tiempo les gritaban y los insultaban. Los ingleses respondían con la misma moneda. Algunos conscriptos utilizaban la munición y las armas que les habían quitado a los enemigos, muertos o que habían abandonado por el ímpetu del ataque de los soldados argentinos. ¬
Volviendo al relato del teniente Castañeda: A pocos metros mio, el fusil del soldado Miguel Ángel Falcón no dejaba de escupir fuego, mostraba el ímpetu que demostró cuando nos pusimos en marcha. De repente ocurrió algo insólito. Falcón se enfureció, salió de su posición, se plantó desafiante frente a los británicos y continuó disparando desde la cintura mientras los cubría de insultos., el ruido era ensordecedor disparos, granadas, cohetes, y artillería, todo eso formaba una atmósfera irrespirable, las explosiones nos retumbaban en el cuerpo. Yo le grite no seas bol… tiráte al suelo, pero tal vez no me escucho, o no quiso escucharme. ¬ Disparaba todo lo que tenia, arrojaba granadas, Finalmente, una ráfaga de ametralladora le dio. Falcón Cayó de rodillas y cuando se desplomaba hacia adelante, el cañón de su fusil se clavo en el suelo, quedando su pecho apoyado sobre la culata. Parecía que estaba arrodillado rezando. Desafiando a su vez el fuego enemigo, el soldado Gustavo Luzardo se le acercó, lo recostó en el suelo, me miró  y con un gesto le dio a entender que Falcón había partido.¬
¿Porqué actuó así? "Eso sólo lo sabe él", -me expresó el teniente Castañeda- Creo que ya no le importaba nada, estaba haciendo lo que realmente sentía. Dios lo había llamado y se iba feliz, sabedor de que había cumplido"
La batalla de Monte Longdon duró más de doce horas horas, pese a la gran disparidad de fuerzas. Esa noche, los soldados argentinos debieron hacer frente a más de 6.000 disparos, al fuego de morteros, granadas, bombardeos de artillería. Fue una pelea atroz que mostró el coraje inaudito de nuestros combatientes. el Soldado Falcón fue condecorado post mortem con la Medalla " La Nación Argentina al Muerto en Combate" y fue Declarado Héroe Nacional del RI 7.
Por: Malvinas Historias de Coraje
(www.facebook.com/profile.php?id=100071458564601)



domingo, 27 de julio de 2025

El recuerdo del Jefe del Equipo de Combate Solari


El recuerdo de un jefe hacia sus soldados del Equipo de Combate Solar





𝘙𝘦𝘭𝘢𝘵𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘛𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘊𝘰𝘳𝘰𝘯𝘦𝘭 𝘐 (𝘙𝘌) «𝘝𝘎𝘔» 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝘊𝘢𝘳𝘭𝘰𝘴 𝘠𝘰𝘳𝘪𝘰 (𝘊𝘰𝘮𝘱𝘢ñí𝘢 𝘥𝘦 𝘐𝘯𝘧𝘢𝘯𝘵𝘦𝘳í𝘢 «𝘉» 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘨𝘪𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘐𝘯𝘧𝘢𝘯𝘵𝘦𝘳í𝘢 12 «𝘎𝘦𝘯𝘦𝘳𝘢𝘭 𝘈𝘳𝘦𝘯𝘢𝘭𝘦𝘴»).
En el año 1982 El entonces Teniente Primero Juan Carlos Yorio se encontraba prestando servicio en La escuela de suboficiales General Lemos» Con la recuperación de las islas al igual que muchos militares fueron reasignados a distintas unidades del país para cubrir los puestos necesarios en cada una .



De la Escuela de Servicios Para Apoyo de Combate «General Lemos», que en esa época era uno de los dos institutos de formación de futuros suboficiales del Ejército, fuimos movilizados al RI 12 «General Arenales» con asiento de paz en la ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, conmigo también fueron movilizados los entonces Tenientes Alejandro Garra, José Fernando López,  del Colegio Militar de la Nación, entre otros, como recién egresado con motivo del incipiente conflicto armado, los Subtenientes Celestino Mosteirín y Ernesto Peluffo. Viajamos junto a otros muchos oficiales, entre ellos, cursantes de la Escuela Superior de Guerra, algunos de quienes también reforzaríamos en definitiva al RI 12 y con algunos suboficiales también redistribuidos y otros de los institutos de formación, recién egresados (estos eran cabos EC, en comisión). Al enterarnos que seríamos enviados al RI 12, mi alegría y tranquilidad estaban fundadas había sido por tres años, mi primer destino militar como Subteniente recién egresado.
Una vez arribados al regimiento Yo pase a formar parte de la Compañía de infantería «B», que luego, con el agregado de los helicópteros de Ejército, sería el Equipo de Combate «SOLARI», Nuestra compañía quedó organizada de esta manera:



Un jefe de compañía, segundo jefe de compañía, Grupo Comando de Compañía, tres Secciones de Tiradores y una Sección Apoyo.
Como jefe del Grupo Comando: el Encargado de Compañía, Sargento Primero José Luis «el Mencho » García.

  • Jefe de la 1ra Sección de Tiradores: Subteniente Daniel Fernando Benítez
  • Jefe de la Segunda: Subteniente Carlos Francisco Tamini
  • Jefe de la tercera: Subteniente Ramón Cañete
  • Jefe Sección Apoyo: Teniente José Fernando López y Segundo Jefe de Sec.: Subteniente «EC» Celestino Mosteirín.

Yo fui designado Segundo jefe de la Compañía «B», con las responsabilidades de ese cargo
En Malvinas a nuestra compañía la segregaron, para ser utilizada para contraatacar a donde se requiriera. Éramos una reserva helitransportada y así es como nació el EQUIPO DE COMBATE SOLARI., Mientras que el resto del regimiento fue enviado a Darwin, nosotros permanecimos en a la ladera Noroeste del monte Kent. Los días pasaban y  debíamos soportar las inclemencia del clima a la que estábamos poco acostumbrados.



En lo que la comida, todos comíamos de la única «olla» (Medio tacho de 200 litros en el cocinabamos). A falta de heladera para la carne y los víveres perecederos, los mismos se colocaban sobre las piedras al aire libre tratando que no le diera el poco sol que cada uno diez días aparecía radiante. Eso era suficiente para que no se descompusiera hasta el siguiente reabastecimiento. Por suerte, el clima «ayudaba» bastante para este caso. A veces me he preguntado si no hubiese sido así, si hubiésemos podido ser abastecidos más frecuentemente, o cómo solucionar esto sin «heladeras naturales». Logrado para el medio tacho que servía de olla, el primer fuego, enterrado para evitar que su luminosidad sea fácilmente vista en la noche y para guarecerlo del incesante viento, se procuró que no se apagara más, manteniéndolo siempre al cuidado del centinela del Puesto Comando y con un precario «techito » que evitara algo del agua de la también persistente lluvia y/o llovizna. El clima frío y el escaso valor calórico del combustible (que no era otra cosa que la turba que como hormigas buscaba el grupo Comando), no permitía cocinar más que el desayuno (mate con pan) que empezaba a cocinarse luego de lavar el tacho del guiso de la cena, que salía a eso de las 8 hs. y luego el guiso de carne, papas, verduras y complementos, más el pan, que salía a eso de las 16 ó 17 hs. Pese a la expresa prohibición de cazar, autoricé a los jefes de sección a hacerlo controladamente para reforzar con lo que se consiguiera, las necesidades calóricas del personal. La cocina centralizada, entregaba además, ciertos víveres como papa, zanahoria, dulce, para acompañar esos necesarios refuerzos. Si bien el personal no pasó hambre, las necesidades calóricas no alcanzaban a ser cubiertas a pesar de todo. Nadie aumentó de peso y positivamente, todos adelgazábamos día a día. Se debe recordar en especial, que entre los dieciocho y veintidós años, los hombres comemos más que el término medio, a esa edad uno siempre tiene hambre a eso había que sumarle la tensión nerviosa.
En una ocasión, pasaba recorriendo por uno de los sectores de la Compañía y un grupo de soldados me llamó. Al acercarme, me dicen: «¿Quiere papas fritas?» ¡No podía creerlo! Un manjar inesperado en ese lugar inhóspito. ¿Cómo hicieron? les pregunté.




La respuesta fue muy lógica: habían pedido papas, aceite y sal en la cocina y usando una lata de 5 kg de dulce de batata ya consumido a manera de sartén, hacer las papas fritas era muy simple. Seguí mi camino encantado por el reconfortante momento y algo decepcionado por mi propia pregunta de cómo habían hecho, pues en realidad, era muy fácil de realizar, mis soldados eran gente de campo que siempre se las habían ingeniado en su vida civil porque debería ser diferente en Malvinas.



Respecto del agua, no teníamos un tanque aguatero, PERO: lo teníamos al «Indio» Julio Romero, un soldado correntino del grupo comando, que luego de caminar un poco, señalaba un lugar en el suelo a donde levantar las rocas y cavando unos centímetros, debajo había un curso de agua subterránea, pura y cristalina usable para el mate, el guiso, para beberla y para la higiene personal. ¡Gracias a Dios que «el Indio» estaba allí con nosotros! «El indio» ROMERO era infalible en su excepcional habilidad, de allí lo de «Indio». Mi sentido homenaje al querido y recordado «Indio » que muriera en combate cuando el Mte. Kent fuera atacado. Él vive en la memoria de cada uno de los integrantes del Equipo de Combate «SOLARI». Tengo actualmente su cara, su figura, su actitud su humildad y su voz en mi mente. ¡Indio Querido!


lunes, 21 de julio de 2025

Héroe de la Nación: El valiente sargento Adolfo Luis Cabrera

Adolfo Luis Cabrera... Un valiente sargento



 

Argentina tiene muchos héroes desconocidos. Uno de ellos es el Sargento Adolfo Luis Cabrera.
El sargento del Ejército Argentino, Adolfo Luis Cabrera, es para casi todos los argentinos un ilustre desconocido. Este Héroe cuyo nombre ahora es parte de la gesta de Malvinas. Nació en Concordia, Entre Ríos. Integró la "Reserva de a pie" que dirigió el Capitán Rodrigo Soloaga, como segundo jefe del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10 “Coronel Isidoro Suarez”. 



El Sargento Cabrera llegó "de pase" al Escuadrón 10 en el mes diciembre de 1981. En realidad era oficinista y antes de que el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10 partiera hacia Malvinas pidió el pase a caballería para ser voluntario y poder ir. El mérito y heroísmo de este gran soldado no está dado solo por el hecho relatado sino que lo que lo hace más valioso aún es que no había compartido el año militar con sus soldados conscriptos.



Cuando fueron desplegados en Malvinas  Cabrera revistaba como jefe de grupo en la 1ra sección de exploración.  En la noche del 13 al 14 de Junio de 1982, después de realizar varios desplazamientos ordenados, el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10  se incorporó al dispositivo del RI Mec 7 en las alturas de Wireless Ridge y ocupó el extremo oeste, con la 1ra sección en dicha posición, cerrando el flanco correspondiente. El ataque británico, después de ejecutar un aferramiento frontal, se materializó con un envolvimiento con centro de gravedad en ese sector, implicando como consecuencia natural, que la citada sección recibiera el ataque más intenso. Cuando la situación se tornaba insostenible, se recibió la  orden de repliegue para el escuadrón de exploración  blindado. El capitán Rodrigo Soloaga comunica la orden a las secciones. Esta orden para la 1ra Sección resultaba más complicada de ejecutar dado que se encontraba combatiendo en las distancias cortas, con un nivel de aferramiento importante y con riesgo de ser aferrada definitivamente. En ese marco, su jefe el Teniente Bertolini, transmitió a sus grupos la orden de repliegue, el grupo del Sargento Cabrera combatía valerosamente con el enemigo, ellos eran los que estaban bajo mas presión. Ante esta situación este bravo Entrerriano se jugó su vida en defensa de sus hombres. Esta actitud, tan simple en su ejecución y tan grande en su trascendencia, es propia de un héroe de nuestra moderna historia militar, de un soldado cabal y de alguien que supo transformar en hechos su promesa de morir en cumplimiento del sagrado deber militar.



Ante las dificultades para poder despegar y desaferrarse del ataque enemigo, tuvo la nobleza de ordenar a sus hombres ejecutar el repliegue mientras él los cubría con intenso fuego ganando tiempo precioso para que sus hombres se pusieran a salvo. Mientras protegía el repliegue de sus hombres el sargento Cabrera fue abatido por el fuego enemigo y perdió la vida." Quedando para siempre allá en la turba malvinera.
El Sargento Cabrera entregó su vida en la forma en que lo hacen los grandes soldados. Ese hecho, nos muestra grandeza de espíritu, nobleza de alma, espíritu de sacrificio, virtudes que sólo caben en un corazón noble como el que tenía nuestro suboficial. Indudablemente, habrá quien piense que el Sargento Cabrera cumplió con su misión, y eso es verdad, pero no sólo cumplió con ella, sino que ofreció su vida, logrando así preservar la de sus subordinados. 


sábado, 5 de julio de 2025

Becerra, el soldado que murió protegiendo una retirada

La historia del soldado que murió en Malvinas para que sus compañeros pudieran replegarse y el homenaje que demoró cuarenta años

El soldado Walter Becerra combatió y murió en el conflicto bélico del Atlántico Sur. Su papel en la guerra contra las fuerzas británicas y por qué la burocracia y la ignorancia demoraron más de una década en imponerle su nombre a su escuela, para que fuera recordado

Por Adrián Pignatelli || Infobae



Walter Becerra soldado, luciendo el uniforme de salida (Flia Becerra)

Era ya avanzada la noche cuando Mónica se sobresaltó por los golpes que alguien le daba al vidrio de la ventana en su casa de la calle Río Amazonas al 300 del Barrio Zarza, en Moreno. Recién abrió la puerta cuando vio que era su cuñado Walter Ignacio Becerra, 19 años, que se había escapado del cuartel del regimiento 6 donde estaba haciendo el servicio militar. Había ido al barrio con tres amigos para despedirse de su novia Mirta y de paso de su familia, porque se iba a la guerra.

Adelante vivía su hermano Carlos y en la casa de atrás los padres Andrés Ignacio y Julia Díaz. Cuando lo vio, la madre no pudo de la alegría. Enseguida preparó su plato preferido: milanesas con bombas de papa rellenas con paté y recubiertas con mayonesa. Esa noche fue la última vez que lo verían.

Marcado en el círculo, junto a sus compañeros del regimiento 6 de Mercedes

Walter Ignacio Becerra nació en el Hospital Castex, en General San Martín el 5 de mayo de 1962. Al tiempo el padre compró dos lotes en Moreno, cuando todo era campo, y no se fueron más del barrio. Walter, como toda la familia, era hincha de Boca y cada tanto se daba una vuelta por el gimnasio a hacer pesas y a pegarle unas piñas a la bolsa. Según su hermano Carlos, siete años mayor, era querible y cariñoso, al punto tal que sus amigos del barrio, en la medida que formaban familia, a sus hijos varones les pusieron Walter o Ignacio.

Le gustaba bailar el rock, escuchar a los Bee Gees y tomar vermouth. A pesar de su juventud, era un padrino muy presente de su sobrina Julieta, quien recuerda que la llevaba a la calesita del barrio.

Junto a sus compañeros del Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de Mercedes partió el 12 de abril de 1982 a Malvinas. A la noche llegaron a El Palomar y al día siguiente estaban en las islas.

Héctor Guanes, otro de los caídos del 6 (Comisión de familiares de caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur)

Con los soldados que estaban por irse de baja se formó la Compañía B. Becerra integraba el primer grupo de la tercera seccion de infanteria, a cargo del Cabo 1ro Zapata. De ese grupo murieron en combate Becerra y Jorge Luis Bordon, cuyos restos fueron identificados en 2018. Miguel Luis Todde y Néstor Brilz fueron heridos en combate, Segovia murió en la posguerra, y el grupo era completado con Polizzo, Roldan, Arrua y Benitez,

Todos concuerdan que el “cabezón” era un tipo bueno, sin maldad y recuerdan entre risas cuando en una noche de niebla, que no se veía nada, salieron con el único visor nocturno que disponían a buscar comida en un galpón y se terminaron perdiendo y que en lugar de comida volvieron con sus bolsos portaequipos, a los que consideradan extraviados.

Los primeros días en Malvinas fueron de expectativa, pendientes de las negociaciones políticas y de la intervención del Papa. Sin embargo, los bombardeos del primero de mayo avisaron que la guerra había llegado, y más aún cuando se enteraron del hundimiento del Crucero General Belgrano.

Su hermano Carlos, emocionado, luego de descubrir la placa

Ya casi al final de la guerra Walter, ese muchacho querendón, divertido, gracioso y atorrante, debió luchar con sus bajones anímicos que el joven jefe Lamadrid intentaba levantar en las largas esperas en las trincheras frías y húmedas.

Becerra cayó en la madrugada del 14 de junio, combatiendo contra el Segundo Batallón de Guardias Escoceses, en el sector este del Monte Tumbledown. Los soldados de la sección de Vilgré Lamadrid, a pesar de los días de cansancio y de mal comer, mantuvieron a raya el avance enemigo la noche del 13, hasta que las municiones comenzaron a escasear y los ingleses a multiplicarse.

Cuando fue alcanzado el soldado Juan Domingo Horisberger, apuntador de la ametralladora Mag, quien había dejado de disparar porque se le había trabado, fue Becerra quien con su fusil automático pesado -un arma parecida al Fal pero con caño reforzado para poder disparar más ráfagas sin que se dilatase el cañón y que además llevaba un trípode en su extremo- abría fuego a la par que cambiaba de posición, desorientando a los británicos -”peleaban como verdaderos demonios”, dirían después- que no lograban dar con él.

Misión cumplida. A la izquierda Pichi Contardi y a la derecha Víctor Hugo Iópolo, uno de los que trabajó para que la escuela llevase el nombre del compañero muerto

Aún sabiendo que se había transformado en el principal blanco enemigo, Becerra se negó a replegarse porque quería cubrir a sus compañeros. Una hora estuvo disparando en esas condiciones hasta que lo abatieron con un lanza cohetes.

En la familia estaban pendientes de los contingentes de soldados que regresaban y ante la misma pregunta que se repetía una y otra vez, la respuesta era que a Becerra no lo habían visto, búsqueda que finalizó cuando estacionó un jeep del Ejército frente a la casa y dos oficiales les llevaron la noticia que nunca imaginaron escuchar.

Desde 1983 sus restos descansan identificados en la tumba 15, de la fila 1 del sector B del cementerio argentino en Darwin.

El papá falleció de un infarto dos años después, y su médico lo atribuyó a la tristeza. Su mamá, sumida en la desesperación, solía salir de su casa de madrugada para ir a buscar a su hijo, quien sabe dónde.

Veteranos posan junto a la directora del establecimiento

El recuerdo del Negro Guanes

Víctor Hugo Iópolo es para todo el mundo “el colorado”, un veterano del regimiento 6, corpulento, de emoción fácil, que el pasado noviembre cumplió 64 años. Era clase 60 pero había pedido prórroga para terminar sus estudios de maestro mayor de obra. La vida quiso que a diez días de irse de baja, le tocase ir a Malvinas.

Nació y vive en Moreno, y su obsesión fue que había que hacer algo por Becerra y Guanes, los dos veteranos caídos del 6 que eran de Moreno, porque como le confesó a Infobae, “de estos muchachos nadie se va a acordar”.

Trabajó muchos años en la gráfica hasta que el médico le indicó que debía parar y se empleó como auxiliar en una escuela de Moreno. Dice sentir un profundo dolor mientras se señala el corazón cuando, diez días después de haber regresado de la guerra, la mamá del Negro Guanes, que lo había tenido de soltera, fue a su casa porque no tenía noticias de su hijo. Iópolo sabía que Guanes, muchacho introvertido que era más de mirar que de hablar, había sido gravemente herido en las piernas por una bomba en las últimas horas de la guerra; que el soldado Goñi, desentendiéndose del intenso fuego enemigo y de la tierra que no dejaba de temblar por las explosiones, le aplicó morfina mientras se desangraba y perdía el conocimiento; y que sus compañeros, cuyos rostros exhaustos por el combate se iluminaban intermitentemente con las bengalas, lo rodeaban y atinaron a rezarle a la virgencita paraguaya de Caacupé, del que su amigo al que la vida se la iba era devoto; y que como no podían llevarlo con ellos, lo dejaron cubierto por una sábana blanca, que indicaba que era un soldado herido.

Terminadas las acciones se enteraron de que había fallecido, pero Iópolo no tuvo el valor de enfrentar a la mujer y contarles los detalles de los últimos minutos de su hijo e hizo salir al padre. Ella entendió, dio las gracias y no la vio nunca más. Iópolo iría a terapia por veinte años, porque en el fondo, él hubiera querido que, de haber muerto en Malvinas, su madre supiera la verdad.

Con banda militar y todo. El acto fue una revolución en el barrio, del que participaron los vecinos

La puja con el Che Guevara

Con los años se empleó como portero en la Escuela de Educación Secundaria N° 30 de Moreno, ubicada en el barrio 2000, a pocas cuadras del Acceso Oeste, zona insegura pero que, en el universo de la delincuencia que domina al conurbano, él define que ahora está más tranquilo.

No como cuando el año en que entró a trabajar, cuando manos cobardes la quemaron. Junto a otros veteranos se desvivieron para reconstruirla, tarea que les llevó un año. Van chicos de primero a sexto año, en dos turnos, mañana y tarde.

Unos doce años atrás Iópolo vio un pequeño cartelito, medio escondido, donde se invitaba a los profesores a sugerir nombres para bautizarla. Iópolo, quien además presidía la cooperadora y era famoso por publicar los balances, increpó al director de entonces. Que la escuela era del barrio, que todos los vecinos tenían el derecho de votar, y que el cartel debía ponerlo en la entrada para que fuera visible para todos. “Yo sabía que con vos iba a tener problemas”, se quejó el director.

El apuntó el nombre de Walter Becerra, pero también hubo otros que apoyaban la candidatura de Ernesto Che Guevara, y hubo quienes optaron por Leonardo Da Vinci y otros que su memoria ya borró. Para la selección final, el trámite se le complicó, ya que cada postulante debía presentar un video con la justificación de por qué lo proponía. Para los otros postulantes, fue sencillo: recurrieron a videos publicados en youtube, pero él no sabía qué hacer. Se le ocurrió grabarlo a Fernando Pichi Contardi, gran amigo de Becerra, y luego viajó a Buenos Aires donde lo filmó a Esteban Vilgré Lamadrid, que había sido su jefe. Cada uno relató quién había sido el soldado muerto en Tumbledown.

La escuela 30 ahora tiene nuevo logo y homenajea a un caído en Malvinas

Durante una semana los alumnos tuvieron la oportunidad de ver todos los videos y Becerra ganó con el 99% de los votos. El resultado fue asentado en el libro de actas del colegio y el directivo, contrariado por el resultado, cajoneó el trámite.

Ese director se fue, y vino una seguidilla de una interina, un profesor, luego otra directora, y todos se desentendieron del tema. Iópolo no se acuerda bien de ninguno de ellos.

El veterano estaba cansado. Era mucho el desgaste de tantos años porque además era la cabeza de la cooperadora, y a comienzos de este año renunció, si hacía cuatro o cinco que se había jubilado. Está separado y tiene tres hijas.

En agosto, una llamada lo volvió a la vida. El vice director Pablo Roncio le dijo que la provincia había aprobado la imposición del nombre. Solo había que buscar una fecha para hacerlo realidad.

Por los compromisos de los funcionarios municipales, se eligió el 21 de noviembre, para hacerlo coincidir, casi con el día de la soberanía, que es el 20.

El acto fue un tremendo alboroto de los buenos en el barrio. Se consiguió que fuera la banda de música del Grupo 1 de Artillería “Tomás de Iriarte”, que tiene asiento en Campo de Mayo, y el modesto patio de la escuela se llenó de vecinos, funcionarios municipales, provinciales y veteranos.

Iópolo, que ese día fue abanderado, agradeció quebrado por la emoción a los veteranos que participaron de este reconocimiento, como a Alberto “Culata” Curieses, que trabajaba en el Consejo Escolar de Moreno y ayudó mucho cuando la escuela se quemó. También estaba el coronel Mario Albérico Moyano -teniente primero en la guerra- “el papá de todos los veteranos”, y muchos compañeros del 6, que siempre se mueven como en una suerte de inquebrantable hermandad guerrera.

Estaban los Becerra, a quien se les obsequió una bandera, y su hermano Carlos participó del descubrimiento de la placa. El jefe del regimiento 6, coronel Sebastián Marincovich, envió un diploma para la escuela.

“Lo que hicimos en el colegio fue dejar una familia a nuestros compañeros”, aseguró Iópolo. Porque en 2017 también se había cumplido con el otro caído, cuando a la Escuela de Educación Secundaria N° 42 de Paso del Rey pasó a llamarse Héctor Guanes.

En la familia están más que contentos que, después de tantos años, se hayan acordado de Walter. A la vuelta de la casa, en una placita un monolito tiene su nombre y también hay otro en la plaza principal de Moreno, frente a la municipalidad. Hace tiempo hubo un intento de un concejal de ponerle el nombre a la calle donde vive la familia, pero el edil falleció y todo quedó en la nada.

Esa noche, la de las milanesas con bombas de papa, su cuñada Mónica les preguntó si tenían miedo, y ellos respondieron que no, que los “iban a hacer pelota a los ingleses”. En la puerta de calle fue la despedida, y la última vez que lo vieron fue cuando cruzó la calle para tomar el colectivo 57. En un momento los cuatro muchachos que iban a la guerra se dieron vuelta y saludaron, pensando tal vez en un hasta luego, pero que duraría para toda la vida.


jueves, 3 de julio de 2025

GA 4: La experiencia del joven Subteniente Jorge Zanela

𝐑elato de un joven subteniente



 

Jorge Zanela, que entonces era un subteniente de 23 años, jefe de la sección piezas del GA 4
A partir del 24 de mayo, la batería de tiro A, compuesta de cuatro piezas, ocupó una posición en la zona de Darwin, agregándose a la fuerza de tareas “Mercedes”. Les harían frente con fuego de hostigamiento a los británicos que se desplazaban hacia ese punto luego de haber desembarcado en la bahía de San Carlos.
Dos piezas fueron enviadas por mar con el Río Iguazú. Luego de ser atacado por la aviación británica, en un complicado rescate que demoró más de un día de las piezas que se buscaron al tanteo en la bodega inundada del buque, llegaron a Darwin. Otros dos Oto Melara fueron llevados con un helicóptero Chinook el 26 de mayo por la tarde.
Ese día fue las piezas comenzaron a ser accionadas. Apuntaron además a una fragata inglesa a la que, luego de 16 disparos, la hicieron retroceder.
El 28 de mayo fue un día de combate intenso. Zanela recuerda que todo se resumía en cargar y tirar. Cada obús estaba a cargo de un suboficial y era asistida por cinco soldados. Calcula que se dispararon entonces 2400 proyectiles, “todo lo que había”, describió.
La mayoría de la actividad era de noche. De día iban a reconocer el terreno y a llevar la munición. Era un ir y venir con los cajones.



Los Oto Melara tenían un alcance de diez kilómetros y no llegaban a hacer daño a las posiciones enemigas. Tiene un tiro más corto que había que hacerlo con mayor ángulo. De todas maneras, el suelo blando de la turba hacía que tanto los proyectiles argentinos como los británicos se hundiesen demasiado, y las explosiones no fueran suficientemente efectivas.
Fueron dos días de combate sin descanso. A algunos le salían sangre por los oídos, debido a los tímpanos que no soportaban el continuo estruendo de las piezas. Muchos quedaron temporalmente sordos y los soldados terminaron con sus puños hinchados de tanto hacer fuerza para empujar el proyectil dentro de la pieza. No contábamos con observador adelantado, ni centro de dirección del tiro por lo que se Usó cartografía kelper muy precisa y la información de la infantería adelantada
El 29 de mayo a las dos de la mañana se produjo el cese del combate en Darwin. Los artilleros no tuvieron bajas, sino heridos leves por esquirlas y un suboficial con un brazo lastimado cuando fue golpeado por el retroceso del cañón.
Se inutilizaron los cañones: se les quitó el block de cierre, los anteojos de puntería y, junto a otras piezas, se las tiró al mar. A un jeep Mercedes Benz, que solo tenía un rodaje de 80 kilómetros, se le quitó el aceite y se lo dejó en marcha para que se fundiera. Como el motor resistió, se rompieron partes del motor a golpes de maza.