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martes, 19 de septiembre de 2023

Visita de familiares a la tumba del Escuadrón Alacrán

Los caídos del Escuadrón Alacrán en Malvinas: sus emotivas historias y el viaje que hicieron sus familiares 41 años después

Un contingente de familiares de caídos de Gendarmería estuvo una semana en las islas. Visitaron el cementerio y vieron el lugar donde un misil derribó el helicóptero que los transportaba. Un viaje que ellos describieron como sanador en el que, por fin, luego del proceso de identificación, pudieron dejar un rosario en la tumba de su ser querido

“Todavía estamos emocionados”, dijeron apenas bajaron la escalerilla del Boeing 737-800 “Islas Malvinas”, que los trajo desde Río Gallegos, adonde habían arribado de un vuelo comercial desde el archipiélago. Anoche a las 20:10 finalizó para una docena de familiares de caídos del Escuadrón Alacrán de Gendarmería un impactante viaje que había comenzado el fin de semana anterior.

Para ellos, fue el fin de 41 años de imaginar cómo habían muerto sus familiares. Estuvieron en el cementerio argentino en Darwin y vieron, aunque sea de lejos, el lugar donde habían caído en combate, al pie del Monte Kent.

En 1982, nadie se echó atrás cuando les pidieron que dieran un paso al frente los que quisieran ir a Malvinas. Fueron 65 los designados, de los cuales solo 40 alcanzarían a cruzar. Alguien dijo que eran “letales como los alacranes”, y desde entonces el escuadrón pasó a llamarse así.

Los caídos de Gendarmería son el primer alférez Ricardo Julio Sánchez; subalférez Guillermo Nasif; sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta; los cabos primero Marciano Verón y Víctor Guerrero; cabo Carlos Misael Pereyra y el gendarme Juan Carlos Treppo.

De izq. a derecha: cabo primero Misael Pereyra, Gendarme Juan Carlos Treppo, primer alférez Ricardo Sánchez, sub alférez Guillermo Nasif y cabo primero Marciano Verón

Ricardo Julio Sánchez fue uno de los que decidió hacer testamento. Muy querido por sus compañeros deseaba que, si algo le pasaba, su esposa y su hija recibiesen el sable de Güemes como el que usan los oficiales de Gendarmería. Tenía 26 años y había sido uno de los organizadores del escuadrón.

El subalferez Guillermo Nasif, 23 años, de abuelo inmigrante sirio, era egresado de la Escuela de Gendarmería con un promedio excelente, había recibido una decena de premios, entre ellos el de mejor compañero de su promoción. Había hecho el curso comando, incluido el de paracaidismo, esquí, buzo y motociclista, y a la familia no le dijo nada de Malvinas para no preocuparlos.

El cabo primero Marciano Verón era un correntino de Saladas, el pueblo del granadero Juan Bautista Cabral. Familia muy numerosa, criados en el campo. Se enganchó en Gendarmería cuando cumplió con el servicio militar. También se ofreció a pelear en las islas.

Los familiares hicieron tres visitas al cementerio, y dejaron rosarios en las cruces de las tumbas (Stephanie Bridger)

Víctor Samuel Guerrero era cabo primero y el primer gendarme en la familia. Había nacido en Pirané, Formosa, y le gustaba jugar de arquero en los partidos de fútbol. Dos compañeros se habían ofrecido a ir en su lugar a Malvinas porque tenía una hija chiquita, Noelia Carolina, y su esposa estaba embarazada, pero se negó.

Elsa Beatriz y Carlos Misael Pereyra se casaron muy jóvenes. Entrerrianos, ella de Concepción del Uruguay y él de Gobernador Maciá. Era el que no podía retar a los hijos, el que debajo del birrete les llevaba chupetines bolita. Era alegre, optimista y cuando se enteró de que iría a Malvinas, bromeaba con las criaturas, diciéndoles que les traería caramelos de pingüino. A su esposa le confesó que no regresaría.

Los Treppo eran diez hermanos y Juan Carlos era el mayor. Eran todos muy familieros y existía ese respeto especial por el hermano mayor. Eran de La Leonesa, Chaco, y Juan Carlos era como un segundo padre. A los 9 ya manejaba el tractor y a los 13 el camión. Llegó hasta tercer año en la Técnica, fue camionero, tuvo un paso por Prefectura antes de ser gendarme. Hizo el curso de comando. Su familia no sabía que se había ofrecido como voluntario, tampoco dijo nada para no preocuparlos.

Los familiares estuvieron una semana, y recorrieron diversos puntos de la isla (Stephanie Bridger)

La guerra

El plan original era el de permanecer en las islas luego del repliegue de las fuerzas que habían recuperado el archipiélago. Desempeñarían tareas de seguridad y policial. Pero a esa altura las órdenes ya habían cambiado.

En Malvinas operaron con el nombre de Compañía de Tropas Especiales 601. Recibieron la misión de llegar en helicóptero a un punto en Monte Kent, donde comandos de Ejército tomarían tres posiciones en el centro y los gendarmes las dos de los flancos para atacar a los británicos por retaguardia. Llevaban explosivos, lanza cohetes, proyectiles y minas.

Era las ocho de la mañana del domingo 30 de mayo. En el helicóptero en la base de Moody Brook ya estaban los quince comandos, al mando del Segundo Comandante Jorge San Emeterio. Pero serían 16. El primer alférez Ricardo Julio Sánchez, 26 años, oficial de operaciones, estaba en tierra agachado atándose los cordones de los borceguíes. Tenía tiempo porque iría en el segundo viaje, ya que ese helicóptero debía volver para llevar en tandas sucesivas a otras patrullas. Pero subió en ese porque era el que mejor manejaba la cartografía.

A la media hora de vuelo a baja altura, el piloto teniente primero Pedro Ángel Obregón sorprendió con una maniobra evasiva. Un Sea Harrier les había disparado un misil. Su pericia permitió que el proyectil no impactase de lleno en la máquina sino que se estrellase en el rotor de cola.

Miembros del Escuadrón Alacrán en 1982, antes de partir a Malvinas.

El helicóptero comenzó a sacudirse. La maniobra del piloto ayudó a retardar la caída. Antes de impactar sobre el terreno, el sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta se tiró por una de las ventanas. La máquina comenzó a incendiarse y el peligro inmediato era que las llamas afectasen a la gran cantidad de explosivos que transportaban.

Las llamas provocaron un denso humo negro. El sargento primero Miguel Víctor Pepe recuerda que fue hacia la cabina y golpeó los vidrios. Vio un rayo de sol que se colaba por el techo. Pudo distinguir a Acosta que desesperadamente le hacía señas. Lo ayudó a salir y se abrazaron.

En el Puma que se incendiaba había más gente atrapada. Tantearon en la humareda y vieron una mano que sobresalía. Así lograron sacar de los pelos al sub alférez Aranda. Pepe alcanzó a ver al sargento primero Justo Rufino Guerrero. “¡Hermano, sácame de acá!”, rogó. Con la ayuda de Aranda, Acosta y San Emeterio -parado sobre el techo de la máquina- lo salvaron. Impresionaban sus piernas destrozadas.

A Guerrero lograron llevarlo lejos de la máquina. Querían seguir buscando posibles sobrevivientes. Pero los explosivos, alcanzados por el fuego, estallaron.

Además del cementerio y Monte Kent, visitaron otros lugares donde se combatió. Dijeron que fueron tratados por los kelpers con respeto (Stephanie Bridger)

Nasif había muerto junto a Sánchez, aprisionados por la carga del helicóptero. Tampoco pudieron salir ni Pereyra, Verón, Guerrero y Treppo. El 10 de junio, también en cercanías del Monte Kent un proyectil de mortero mataría al gendarme Acosta.

La vida después

Cynthia Sánchez viajó dos veces a las islas, primero con la Cruz Roja y la segunda con el contingente con hijos y hermanos. Le confesó a Infobae que aún le cuesta hablar de su papá.

Los Nasif se enteraron de la muerte de Guillermo al día siguiente. Se había formado en el Liceo Militar General Paz y hasta había estudiado un año de ingeniería civil, mientras esperaba ingresar a Gendarmería, donde fue escolta de bandera.

Los Verón cuentan que a Marciano no le tocaba ir a la guerra pero que pidió ir. Ellos se enteraron de que estaba en las islas cuando le notificaron de su muerte. Gente de campo, toda la vida vivieron del fruto de su chacra, muestran orgullosos el libro que cuenta su historia. Se llama Entre lagunas y mares.

Guerrero nunca conoció a su hijo Víctor Gastón, actualmente suboficial de Gendarmería. Su hija Noelia Carolina es sargento en la misma fuerza y estuvo por no entrar porque pensó que no iba a soportar el curso. “Ahora no podría hacer otra cosa”, confiesa. Su marido también es suboficial y tienen dos hijos. En el 2000 visitó Malvinas. El papá de Víctor se ganaba la vida vendiendo chipá con un carrito y había perdido un ojo por un ataque de presión cuando se enteró de la muerte de su hijo.

Los comandos de Gendarmería cumplieron diversas misiones en la guerra. La del 30 de mayo sería su bautismo de fuego

Antes de irse a Malvinas, Carlos Misael Pereyra dejó grabado un cassete, que lo pasaron a un cd, en el que cantaba e imitaba sonidos y en la familia lo conservan como una reliquia. Su esposa cumplió lo que le hizo prometer, que si no regresaba que se volviese a Concepción del Uruguay. Sus hijos siguieron sus pasos: Elsa Verónica es suboficial de Gendarmería, Carlos oficial y fue Casco Azul y Marcos oficial de la Policía Federal.

Los Treppo vivían a cuatro cuadras de la sede del Escuadrón. A la mamá, Teresa de Jesús le habían dicho que a Juan Carlos había tenido un accidente con un helicóptero en Mendoza, pero ella enseguida presintió la verdad. Nelson, uno de sus hijos, recuerda que desde entonces sus padres tuvieron una mirada triste. Todas las tardes su mamá se sentaba en la puerta de la casa, como mirando a lo lejos.

Las identificaciones

En 2012 comenzó el Plan Proyecto Humanitario, pedido por el gobierno argentino y liderado por el comité internacional de la Cruz Roja. En el transcurso del mismo, los funcionarios se encontraron con dos tumbas colectivas que le generaban dudas de cuántos cuerpos contendrían.

Una de ellas era la C 1 10, que estaba identificada con el nombre de Sánchez “y tres soldados argentinos más”. En esa primera etapa de identificación, se pudo descartar que esos restos sean los de Sevilla, Luna y Aguirre, como entonces se suponía, ya que fueron localizados en otras tumbas.

Fue en la segunda etapa, desarrollada en 2021 cuando la Cruz Roja, con la colaboración del Equipo Argentino de Antropología Forense, se identificaron los restos de cuatro gendarmes, enterrados en la tumba C 1.10: Nasif, Verón, Pereyra y Treppo. Además, se confirmó la identidad de Sánchez y logró reasociar los restos de Guerrero.

La decisión de Cynthia Sánchez, hija del primer alférez Sánchez, fue fundamental: ella autorizó que se abriera la tumba en la que figuraba el nombre de su papá y se pudiera desarrollar el proceso que culminó con la identificación.

Los familiares coincidieron en describir la visita a las islas como “triste y emotiva”, y que “eran nudos que se empiezan a desatar”.

“Cuando visitamos el cementerio -contó Elsa Beatriz Cremona, viuda de Pereyra-, todos lloramos, pero con la convicción de que teníamos que seguir adelante por nosotros, por nuestros hijos y por nuestros descendientes”.

“Me aflojé en el cementerio”, admitió Jesús Berón; su hermano, Marciano, era el mayor, y por mucho tiempo le costó admitir que había muerto, ya que no había visto el cuerpo.

Hicieron tres visitas a Darwin. En una de ellas se acercó un cura católico que rezó un responso en español.

Con algunos de los familiares no se conocían y en esa semana crearon lazos indestructibles. “Somos hermanos de la esperanza, no del dolor”, aclaró.

Juan Martín Mena, viceministro de Justicia, le contó a Infobae que una vez que esos restos fueron inhumados como correspondía, se les ofreció a los familiares la posibilidad de viajar a las islas para visitar las tumbas. Todos accedieron. El Ministerio de Justicia coordinó el viaje.

El funcionario aclaró que hubo que esperar a que pasara la pandemia y que la isla volviese a abrir. Se dispuso entonces que cada familia de los caídos nombrase a dos representantes, que serían los que viajarían.

El viaje tuvo lugar el fin de semana pasado. En un vuelo del Estado llegaron a Río Gallegos, donde trasbordaron a uno comercial. Fueron acompañados por un psicólogo, un médico y un asistente del ministerio de Relaciones Exteriores.

El grupo con la gran cruz blanca del cementerio de fondo (Stephanie Bridger)

El gobierno, además del alojamiento, les contrató la movilidad y un guía, lo que posibilitó que pudieran visitar no solo el cementerio, sino además llegar hasta las inmediaciones de donde aún quedan restos del helicóptero en el que murieron los gendarmes, al pie del monte Kent. No pudieron llegar al lugar exacto porque están en propiedad privada y el dueño no permite visitas.

De todas formas, para los familiares, que contemplaron el lugar desde la ruta, fue significativo. Coincidieron ante Infobae en señalar que el terreno que estaban contemplando fue lo último que vieron ellos.

Mena subrayó que hasta el momento hay 121 cuerpos identificados y que aún restan cuatro o cinco casos sin resolver. El misterio está en la tumba colectiva B 4 16 y contiene los restos de la tripulación del Lear Jet, una máquina del Escuadrón Fénix, derribado el 7 de junio de 1982 sobre la Isla Borbón. Allí murieron el vicecomodoro Rodolfo de la Colina, su copiloto el mayor Juan José Falconier, el aerofotógrafo capitán Marcelo Pedro Lotufo, el operador de comunicaciones suboficial ayudante Francisco Tomás Luna y el mecánico suboficial auxiliar Diego Antonio Marizza.

Cansados, tristes, felices y con la tranquilidad en el espíritu de haber podido haber rezado frente a la tumba de su ser querido

El dilema está en que en la isla Borbón también hay una tumba. Esta tercera etapa del proyecto humanitario está en plena negociación con las autoridades británicas.

En el salón de la aeroestación militar aeroparque, donde se los recibió, los familiares están satisfechos. Alegres por los lazos construidos, tristes por las pérdidas que no se olvidan, dicen que el hecho de haber visto y de haber conocido de primera mano fue lo ayudó a darle una dosis de alivio y tranquilidad a un proceso de sanación cuyas heridas nunca terminan de cicatrizar y que sangran, pero para adentro.


miércoles, 21 de septiembre de 2022

Darwin: El conscripto héroe Horacio José Echave

Horacio José Echave





Nació el 22 de junio de 1962 en la ciudad de Bolivar. Su familia esta compuesta por su padre Horacio, su madre Nelida Montoya, sus hermanos Liliana, Marcela, Susana, Analia, Vanesa, Maria Julieta y Juan Pablo( nacido en octubre del 82) Horacio era el hijo mayor de la familia y unico varon en el momento de la guerra.
Cuando tiene dos años de edad su padre, ferroviario de profesion, es trasladado a la ciudad de Lobos, donde se radifa la familia.
Curso sus estudios primarios en la escuela Nro 1 y el secundario en los colegios Nacional e Industrial. Trabajo como empleado en la colocacion de antenas.
Era un chico muy carismático, portador de una sonrisa irradiante, muy alegre. Le gustaba la pesca, el asado con amigos y disfrazarse junto a ellos en los carnavales de su ciudad. Lo apasionaba bailar "rock and roll" su ritmo favorito y el garage de su casa lo había empapelado con los posters de sus ídolos para que su mamá no lo retara por arruinar las paredes del cuarto que compartía con su hermana Analía. Fue muy compañero de sus hermanas y un protector único para ellas.
Tenia una cabellera larga llena de rulos que resigno al incorporarse al Servicio Militar Obligatorio, ingresando al mismo el dia 17 de Marzo de 1981 en el Regimiento de Infantería Mecanizado N° 6 "Gral Viamonte" de Mercedes Pcia. de Bs. As. siendo jefe del mismo el Teniente Coronel Jorge Halperin, cumpliendo servicio en la compañía "B" Peribebuy, marcho a Malvinas como Apuntador de FAL con esta misma compañía el dia 12 de Abril desde el aeropuerto El Palomar a cargo del jefe de operaciones Mayor Oscar Ramón Jaimet, llegando el martes 13 al aeropuerto de Malvinas. Fue destinado con su compañía al mando del Teniente 1° Raul Daniel Abella al cerro Dos Hermanas, distancia 10km. al oeste de Puerto Argentino para detener el avance enemigo hacia esta Capital. Cae el dia 14 de Junio cerca del medio día durante el repliegue a Puerto Argentino frente a la casa del gobernador de las Islas.
Durante 35 años sus restos estuvieron sepultados en Darwin bajo la leyenda " Soldado Argentino Solo Conocido por Dios". El 15 de Diciembre de 2017 su familia fue notificada que los restos de Horacio habían sido identificados en el cementerio de Darwin.

martes, 1 de junio de 2021

Visión británica del proceso de identificación de soldados desconocidos

Los fantasmas de nuestros enemigos de las Malvinas que encontraron la paz ... al fin

Neil Darbyshire para el Daily Mail





El mensaje de radio se transmitió en el lenguaje brusco y demótico del escuadrón británico. —Hemos encontrado una rigidez en el monte Longdon, señor. En medio de un campo minado. ¿Qué hacemos?'

Era el cuerpo de un recluta argentino, probablemente muerto durante la retirada caótica final en Port Stanley cuando las fuerzas británicas se acercaron, apoyadas por un intenso fuego de artillería.

No hubo tiempo para el entierro, o probablemente ni siquiera para las oraciones mientras sus camaradas corrían a cubrirse.

Poco más que un niño, no llevaba placa de identificación ni identificación obvia. Solo una víctima desconocida abandonada de la guerra.

En el otro extremo de la línea estaba Geoffrey Cardozo, entonces un joven capitán de la Guardia de Dragones que operaba desde una escuela reconvertida en la capital de las Malvinas.

La amarga guerra por el control de las islas había terminado unas semanas antes y se le encomendó la tarea de cuidar los problemas de bienestar y disciplina después de la victoria.


Prisioneros argentinos recogen a los muertos después de la Batalla del Monte Longdon en 1982


Pero como todos los demás estaban almorzando ese día, decidió que debía responder a la llamada.

Fue el comienzo de un extraordinario viaje de detección y descubrimiento que llevaría a la nominación de Cardozo 39 años después para el Premio Nobel de la Paz 2021.

Lo llevaría a campos minados tanto políticos como reales, lo vería forjar una asociación profunda con un hombre del otro lado del conflicto y cerraría un poco las afligidas madres argentinas cuyos hijos habían sido asesinados en acción.

"Todos éramos soldados", dice Cardozo. "Hacemos el mismo trabajo, nos reímos de los mismos chistes, sabemos lo que es tener un amigo policía a tu lado. Inglés, argentino, realmente no hay diferencia ".

Los popios antepasados ​​de Cardozo eran de origen portugués y se establecieron en el comercio del té de Londres desde el siglo XVII.

“Cuando me fui a las Malvinas, recibí el abrazo más increíble de mi madre. El tipo de abrazo largo y fuerte que no había tenido de ella desde que tenía cinco o seis años. No se dijo nada, pero supongo que sabía muy bien que existía la posibilidad de que no regresara.

“No pensé mucho en eso en ese momento, pero recordé cuando vi ese primer cuerpo en Longdon. Él también tenía una madre ".

Armado con una referencia de cuadrícula, Cardozo interrumpió la pausa del cigarrillo de un piloto de helicóptero y poco tiempo después lo bajaron al campo minado con una cuerda.


Geoffrey Cardozo, fotografiado en 1982, cerró el duelo de las madres argentinas y obtuvo una nominación para el Premio Nobel de la Paz 2021 en el proceso

El ejército argentino había enterrado artefactos explosivos en la mayoría de los accesos principales a Stanley, a menudo de forma fortuita. Limpiarlos fue una tarea hercúlea, completada solo a fines del año pasado.

`` Me agaché y hurgué un poco con un pie para comprobar que era seguro. Y ahí estaba él. Un joven de 18 o 19 años. Tuve que tener cuidado de que no tuviera ninguna granada lista para estallar, pero luego vi su cara.

`` El frío lo había conservado, por lo que parecía casi vivo. Y tan joven. Solo pensaba en mi madre. Y su dolor.'

Ese fue el momento en que Cardozo decidió asumir la responsabilidad de reunir, grabar, volver a enterrar y hacer todo lo posible para darle un nombre a cada militar argentino muerto en combate.

Su oficial al mando, el general de división David Thorne, se mostró inmediatamente a favor y le dio su apoyo. Pero fue un trabajo agotador. "Siguieron llegando hasta que se encontró un proverbial tsunami de cadáveres".

Algunas simplemente se habían dejado a la intemperie o se habían descubierto en recovecos entre riscos. Otros habían sido enterrados en tumbas poco profundas al borde de la carretera. Y había fosas comunes en Stanley, principalmente de soldados muertos por bombarderos Vulcan, disparos navales o bombardeos de artillería.

"Sabíamos que teníamos que desenterrarlos, darles un entierro decente". Pero, ¿cómo y dónde?

La política de ambos lados fue tóxica. Los isleños, comprensiblemente todavía profundamente amargados por la invasión, no querían un santuario para el enemigo en sus propios cementerios en Stanley o cerca de ellos.


Royal Marines custodia a los prisioneros argentinos durante la Guerra de las Malvinas en 1982

El gobierno argentino tampoco los quería de vuelta. Aunque el general Galtieri y la mayor parte de su junta habían sido depuestos, todavía existía una sensación de profunda humillación nacional por la derrota.

Una procesión de los ataúdes descargados en Buenos Aires solo serviría para agravarlo y enfatizaría el terrible costo humano de esa fallida aventura arrogante.

La idea de "repatriar" a los caídos también provocó problemas. En lo que respecta a Argentina, los muertos ya estaban en tierra natal.

Devolverlos al continente, creían los nacionalistas, podría debilitar su reclamo de soberanía.

Entonces, habiéndose embarcado de buena fe en una misión humanitaria, Cardozo se encontró en medio de una pesadilla diplomática.

Finalmente, dos cosas rompieron el impasse. Primero, Buenos Aires dio permiso para que sus bajas fueran exhumadas donde fuera necesario y enterradas juntas en las Malvinas. En segundo lugar, el administrador de una granja llamado Brook Hardcastle ofreció un terreno cerca del asentamiento de Darwin como posible sitio para un cementerio.

Teniendo en cuenta que Hardcastle estuvo detenido durante todo el conflicto, fue un gesto magnánimo.

Darwin era un lugar apropiado, el sitio del primer compromiso real por la tierra y un remanso de paz con una belleza cruda de las Hébridas.

Las cosas empezaron a moverse rápidamente. En dos días, un representante de la Commonwealth War Graves Commission voló, inspeccionó el sitio y lo aprobó.

A mediados de diciembre de 1982, Cardozo estaba de regreso en Londres (después de haber cambiado su uniforme de faena embarrado por una camisa y un traje prestados a toda prisa del Club de Guardias y Caballería en Piccadilly) seleccionando posibles enterradores y enterradores de una lista elaborada por el Ministerio de Defensa.

Y así fue como el 19 de febrero de 1983, 220 militares argentinos fueron enterrados formalmente con honores militares en una suave pendiente de turba en las afueras de Darwin.

El general Thorne asistió, junto con Cardozo y un destacamento de los Royal Hampshires y Royal Engineers, quienes limpiaron y construyeron el cementerio.



Un familiar argentino de una víctima de la guerra asiste a la tumba de un ser querido caído

Dirigida por el representante del Vaticano en las Malvinas, la ceremonia fue de reflexión sombría y profundo respeto. Un grupo de diez hombres disparó una andanada de saludo sobre las tumbas y el clarín hizo sonar The Last Post.

Este era un grupo de soldados honrando a otro, sabiendo que de no haber sido por la gracia de Dios, sus posiciones podrían haberse revertido fácilmente.

Las cruces blancas en forma de cuadrícula recordaron los cementerios de la Primera Guerra Mundial en Francia. El epitafio en 114 de esas cruces también era inquietantemente familiar: un soldado argentino conocido por Dios.

Cardozo había sugerido esas palabras, que para él tenían una resonancia particular. Su abuelo había sido gravemente herido en el frente occidental en el mismo compromiso de 1915 que el hijo de Rudyard Kipling, John, cuyo cuerpo nunca fue encontrado.

Kipling viajó a Francia en una búsqueda infructuosa de noticias sobre su hijo, y su inquietante poema 'My Boy Jack', aunque no directamente sobre él, hizo eco del dolor y la incomprensión de todos los padres que habían dado a sus hijos 'al viento y la marea. '.

Más significativamente, fue Kipling a quien se le ocurrió la inscripción 'Un soldado británico conocido por Dios', inscrita en las tumbas de los muertos en la guerra de 1914-18 pero cuyos cuerpos estaban muy mal mutilados o enterrados demasiado en Flandes o Somme. barro para ser identificado. Eran simplemente los desaparecidos.

Cardozo estaba decidido a que aquellos de sus cargos argentinos a quienes eventualmente se les pudiera dar un nombre, lo serían.

"Estaba seguro de que estos niños serían reclamados y exhumados en un futuro próximo, así que pensé que debíamos preservarlos lo mejor que pudiéramos", dice.

"Cada cuerpo fue colocado, envuelto en un sudario de algodón blanco, luego en tres bolsas para cadáveres una dentro de la otra y finalmente el ataúd".

De manera crucial, Cardozo mantuvo un registro meticuloso de todo lo relacionado con el lugar donde se había encontrado cada cuerpo, dónde estaba ahora y todo lo que se sabía sobre él.

Para los muchos que no llevaban placas de identificación u otra identificación, las pistas se reunieron a partir de cartas u otros efectos personales recuperados a través de búsquedas a menudo horripilantes de los restos.

Su informe final es un modelo de erudición minuciosa y detallada. Pero todavía sentía que su trabajo estaba a medio hacer.

“Cuando salía de las islas en un [avión] Hércules, primero pensé, Geoffrey, hiciste lo mejor que pudiste. Segundos después me di cuenta de que con la mitad de los cuerpos aún sin identificar, no había hecho mi trabajo. Fue como si me hubieran golpeado con un martillo ".

Avance rápido un cuarto de siglo. Cardozo había terminado su carrera militar como coronel y trabajaba para una organización benéfica de ayuda a los veteranos.

Hablando español con fluidez, se le preguntó en 2008 si interpretaría a un veterano argentino que investiga los efectos del trastorno de estrés postraumático en quienes lucharon en las Malvinas.

Fue casi una serendipia divina.

Julio Aro había sido un recluta de 19 años durante el conflicto y unas semanas antes había visitado el cementerio de Darwin en un intento por "encontrar al Julio que había dejado atrás". Se sorprendió al encontrar 122 cruces allí (ocho más habían sido enterradas desde 1983) sin nombre.

Regresó a Argentina y le preguntó a su madre cómo se habría sentido si él fuera uno de esos soldados desconocidos. Ella respondió: "Te habría buscado hasta el final de mi vida".

Aro decidió descubrir tantas identidades como pudiera. Las pruebas de ADN ya estaban bien establecidas, por lo que si podía rastrear a los parientes cercanos y persuadirlos para que dieran muestras de ADN, el problema de la identificación podría resolverse.

Implicaría la exhumación, para la que se requerían todo tipo de permisos. Pero fue posible.

Se podría haber pensado que rastrear a las familias de los militares desaparecidos era un asunto bastante sencillo. Consulta la lista oficial, localiza las direcciones y contacta.

No en Argentina. Si existía una lista oficial, ciertamente no se estaba haciendo pública. La guerra era todavía un recuerdo doloroso y ni el gobierno, ni el ejército ni las organizaciones de derechos humanos querían saberlo. Estos hombres y sus familias estaban siendo borrados de la memoria silenciosamente por conveniencia política.

Hubo otro problema importante. Aro no tenía un mapa de cuadrícula del cementerio de Darwin ni información sobre los ocupantes de las tumbas individuales. Entonces, incluso si pudiera obtener una muestra de ADN, verificarla podría implicar desenterrar docenas de cuerpos al azar. ¿Sería eso realmente aceptable?

Luego, quizás en el momento más extraordinario de esta notable historia, mientras Aro detallaba estas dificultades aparentemente insuperables, el hombre sentado a su lado y traduciendo sus palabras también era el hombre que tenía la mayoría de las soluciones.

En la terminal del aeropuerto de Heathrow, Cardozo le entregó a Aro una copia de toda su investigación. Más tarde también le daría un video de la ceremonia fúnebre de Darwin de 1983, para mostrar la dignidad y el honor que el ejército británico había otorgado a sus camaradas caídos.

Era el catalizador que necesitaba Aro. Luego creó una organización cuya traducción al inglés es "No me olvides" y, con la inestimable ayuda de la periodista y ex corresponsal de guerra Gaby Cociffi, se dedicó a localizar a las familias con nuevo vigor.

La mayoría sospechaba al principio, como explica Gaby. "Las personas manejan el dolor de diferentes maneras. Estas madres sintieron que habían sido olvidadas y que nadie se preocupaba mucho por ellas o sus hijos. Entonces se preguntaron por qué nos importaba después de tanto tiempo.

“Algunos actuaron como si sus hijos aún estuvieran vivos, manteniendo sus habitaciones iguales, sus bicicletas, hablando con ellos, incluso preparándoles lugares en la cena de Navidad. Quizás en realidad no querían pruebas de que estaba muerto. Otros sintieron que habían llorado tanto y durante tanto tiempo que ya no podían llorar ".

Pero finalmente la mayoría se dio cuenta, en gran parte porque el video de 1983 y el plan del cementerio de Cardozo anularon las teorías de la conspiración de que el cementerio de Darwin era una farsa y que los cuerpos habían sido arrojados sin ceremonias en fosas comunes.

En 2016 Londres y Buenos Aires sancionaron a la Cruz Roja para realizar exhumaciones y controles de ADN. En otro giro, Gaby contó con la ayuda de Roger Waters de Pink Floyd, cuyo propio padre estaba entre los desaparecidos presuntamente muertos en Anzio en la Segunda Guerra Mundial.

Mientras estaba de gira en Argentina, presionó con éxito a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner para que le brindara su apoyo.

El asiduo mantenimiento de registros de Cardozo y su previsión al envolver los cuerpos en agudos hicieron que el trabajo de identificación fuera infinitamente más fácil de lo que hubiera sido de otro modo.

"En 2017, cuando la Cruz Roja finalmente los desenterró, me sorprendió descubrir que, aunque los ataúdes se habían desintegrado, los cuerpos dentro de las tres bolsas estaban casi intactos".

Dos años más tarde, 89 familiares de los desaparecidos caminaron juntos por el camino empedrado hasta el cementerio de Darwin para finalmente poner nombres en las tumbas de sus hijos perdidos. Algunos se quedaron llorando en silencio, otros hablaron con sus hijos, llevaron regalos, les contaron todas las noticias familiares que se habían perdido.

“Llegaron con paso tan pesado pero se fueron con la cabeza en alto y quizás con un nuevo sentido de orgullo”, dice Cardozo. "Por supuesto que no querían que sus hijos murieran, pero al menos ahora saben cómo, dónde y que murieron por su causa".

El año siguiente se llevó a cabo otra ceremonia y se están planificando otras después de la emergencia de Covid.

Solo siete cuerpos aún están sin identificar. Por lo general, Aro, Gaby y Cardozo, aunque complacidos de que su trabajo haya producido resultados tan reconfortantes, creen que estará incompleto hasta que a cada cruz se le haya dado un nombre.

El proceso de selección del Premio Nobel de la Paz está envuelto en secreto, pero se entiende que la lista final final será elaborada (por un panel no identificado) en el próximo mes.

Las opciones son muy políticas y, a veces, controvertidas. Cardozo está naturalmente encantado con su nominación, pero no contiene la respiración. Tiene su recompensa.

“Ver a una madre poner flores en la tumba de su hijo por primera vez 36 años después de perderlo es un momento increíble.

“A la salida del cementerio, una madre se volvió hacia mí con lágrimas en los ojos, y extendí la mano para secarlas, lo que me dejó hacer.

"No hay premio, incluido el Premio Nobel, que es mayor que eso ".

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Julio Aro y Geoffrey Cardozo serán candidatos al Nobel de la Paz

Ex combatientes

Un argentino y un inglés, veteranos de Malvinas, serán candidatos al Premio Nobel de la Paz


Julio Aro y Geoffrey Cardozo serán postulados al galardón 2021 por su trabajo en la identificación de soldados argentinos sepultados en las islas Malvinas.

Clarín


 
Julio Aro y Geoffrey Cardozo, postulados al Premio Nobel de la Paz.


El argentino Julio Aro y el británico Geoffrey Cardozo, ambos excombatientes en la Guerra de Malvinas, serán candidatos al premio Nobel de la Paz 2021, según notificó el Comité Noruego del Nobel, que cada año entrega el galardón en Oslo.

Aro y Cardozo recibieron la nominación por impulsar el proceso de identificación de los soldados argentinos sepultados en el cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas.

En declaraciones al diario La Capital de Mar del Plata, de donde Aro es oriundo, dijo que se siente "muy emocionado" por la perspectiva del Nobel, pero precisó que "ya tenemos un premio noble que nos da paz: el abrazo y agradecimiento de las madres y las familias".

 
Ceremonia con la participación de familiares de excombatientes de Malvinas en la que se distinguieron al músico, Roger Waters.

El y Cardozo -agregó- están "muy contentos. Ya hablé con Geoffrey, que también está enterado. Las mamás también. Tengo el celular repleto de mensajes que me rompen el corazón. Me tratan como a un hijo y eso me emociona muchísimo".

Aro comenzó a promover el trabajo de identificación tras visitar el cementerio de Darwin, años atrás, y descubrir que casi la mitad de las tumbas mencionaban a un soldado desconocido, con la leyenda "soldado argentino solo conocido por Dios".

Así se reunió con veteranos de guerra británicos y conoció a Cardozo, que se había encargado de recoger a los muertos argentinos en la guerra y brindó información clave para la identificación.

Así surgió la fundación "No me olvides", que devolvió la identidad a decenas de caídos argentinos en las islas.

AFG

sábado, 30 de mayo de 2020

Darwin: Homenaje al Tte Fragata (PM) Daniel Enrique Miguel

Homenaje al Tte Fragata (Post Mortem) Daniel Enrique Miguel




Los integrantes del INSTITUTO AERONAVAL queremos rendir nuestro más sincero homenaje al Teniente de Fragata (Post Mortem) Daniel Enrique MIGUEL, a los 38 años de su fallecimiento en combate.



Compartimos el relato del Capitán de Navío (RE) VGM Carlos Alberto MOLTENI (Comandante de la Primera Escuadrilla Aeronaval de Ataque en 1982).

Durante todo el 27 de mayo intentamos recuperar el avión con falla eléctrica; usamos para ello los repuestos que teníamos más los que ordené sacar de los dos aviones averiados (les sacamos casi todo lo "sacable" para utilizar si fuese necesario).

Esa noche, al regresar al pueblo, nos enteramos de las operaciones sobre puerto Darwin; nos imaginamos que la orden de alerta iba a venir a la madrugada siguiente...... y así fue.
Por lo que notamos, ya que la temperatura descendía cada vez más, el problema se centraría en las baterías, ya que si se enfrían demasiado no dan los 19 voltios necesarios para cumplir el arranque, por más que tengan un grupo de puesta en marcha exterior. Por lo tanto, optamos por sacar todas las baterías y llevarlas a dormir con nosotros, y les dimos el lugar preferencial al lado de la única estufa.
El 28 de mayo amaneció muy feo: la neblina y poca visibilidad eran una constante. Con el correr de la mañana mejoró un poco el tiempo, ya que se levantó un viento del oeste; antes de mediodía recibimos la orden de salir para dar apoyo de las tropas de puerto Darwin; un oficial de la Fuerza Aérea Argentina nos iba a controlar allí para el apoyo aéreo cercano.



Intentamos poner en marcha los motores, y solamente dos lo conseguimos, el Teniente de Corbeta Daniel Miguel y yo; al Teniente Giretti le falló el arranque y comenzó un cambio de baterías. Por la premura del apoyo solicitado, ordeno la salida de dos aviones y no esperar al tercero; no bien despegamos y cumpliendo la navegación prevista, observé que la mejora del tiempo en Puerto Argentino no se extendió hacia el oeste. Nuestra navegación era rasante y casi en la línea de costa; íbamos a entrar a la zona de combate con un rumbo general norte, Aproximadamente a dos minutos de llegar a la zona de objetivos enlazo con el control de la Fuerza Aérea Argentina para que designe blanco; su contestación fue que saliéramos de allí porque el tiempo había cerrado completamente el área. En el giro que hicimos con Miguel volamos diez segundos por instrumentos (sin ver) en vuelo rasante; ganamos muy poca altura ya que había unidades navales inglesas y sabíamos que al radar y a los misiles no les importa la meteorología. Arribamos sin problemas a Puerto Argentino y nos aprovisionamos para otra salida.



Entre las 12.00 y las 15.00 observamos una rotación del viento en la pista; se puso cruzado y con gran intensidad. Era absolutamente imposible nuestra operación allí, ya que el día anterior habíamos "limpiado" solamente el ancho de una laja (5 metros aproximadamente) y el control del avión se hacia difícil operando dentro de los límites de viento previstos para la utilización de los Macchi, imposible fuera de ellos.
Después de las tres de la tarde se nota una nueva rotación hacia la pista, por lo que ordeno salir. En esta misión volvemos a salir el teniente Miguel y yo, ya que no se reparó la falla del avión del Teniente Giretti.
Hacemos la misma navegación y, próximos al objetivo, nos comunicamos con el control de la Fuerza Aérea Argentina; el tiempo estaba un poco mejor, por lo menos había visibilidad horizontal.
Allí se nos indica un punto notable y un área de posiciones enemigas. Elevo un poco mi avión para entrar en corrida de cañones y cohetes, me comunico con el Teniente Miguel para ver si había identificado el blanco ordenado y después de su respuesta afirmativa, abro fuego sobre unas hondonadas donde aprecié las posiciones inglesas más próximas a nuestra primera línea.
Descargo todas mis armas (me quedé sólo con el 50 por ciento de cañones aproximadamente); en esa corrida y durante mi escape observo por un instante como un "globo naranja” en tierra, interpreto que puede ser un misil y automáticamente corto motor y cambio mi giro hacia él, para luego volver a girar pegándome al suelo.



Al finalizar esa maniobra oigo que el control de la Fuerza Aérea Argentina me dice: "escape, escape, le dieron a su numeral"; desesperado pregunto si vio eyección y me contesta que no.
En ese instante me sobrevino una peligrosa depresión; siempre en las relaciones con personas uno tiene con algunas muchas afinidades en carácter y personalidad. Con el teniente Miguel yo sentía eso; por eso sufrí como un desgarro en lo más íntimo de mi ser. Volví a preguntarme ¿por qué? Me surgió la imagen de su novia que, cuando fue a despedirlo a Buenos Aires le dijo: "Cuídense", y el gordo le contestó: "Si no me avisabas, no me daba cuenta...". Se iban a casar dentro de pocos días, pero Dios no lo quiso.
En mi vuelo de regreso a Puerto Argentino tuve una continua visión de todo lo que habíamos compartido, de su buen humor (que nunca perdió), de su coraje, de su carácter que todo lo volvía fácil, de su corta edad y de su futuro trunco. No tuve dudas de que el fin había sido rápido, ya que habíamos entrado en un embudo de proyectiles, viendo pasar las trazadoras de las ametralladoras que convertían eso en lo más parecido al infierno.
Cuando aterricé me estaba esperando todo el grupo de la escuadrilla, y nuestra comunicación fue un respetuoso silencio. El Teniente Henry, (compañero de Miguel), en una explosión de llanto, me preguntó si había visto alguna eyección ...



Cuando comenzó a hacerse de noche fui hasta el Comando en el pueblo y allí me enteré de que Puerto Darwin se perdía. ¡Qué desazón y qué impotencia se siente cuando uno realizó esfuerzos, vivió tensiones extremas, hizo lo mejor que pudo y el resultado es negativo! Y además: ¡qué exigencias presenta la guerra, en la cual hay frustraciones que hay que superar rápidamente, para convencerse y convencer de que la próxima vez no será así!

Un joven Héroe nos dejó

“Coquito”, como lo llamaban los que compartiron su formación en la Escuela Naval Militar y en la Escuela de Aviación Naval (1980), fue una persona que se caracterizaba por su alegría y bondad, alguien muy fácil de tratar y querer. De carácter inquieto y ocurrente, dedicado y con un objetivo bien definido, ser un “marino con alas”.



En el año 2000, en una zona rural de la Patagonia llamada Treorcky, cerca de la ciudad de Trelew en el valle inferior del río Chubut, la Escuela Provincial Nro 55 con 100 alumnos decidió incorporar el nombre de nuestro héroe como homenaje y reconocimiento a la memoria de un joven de 24 años que guardaba un enorme coraje en su alma de marino y que quedó como custodio eterno en nuestro suelo malvinense.

domingo, 15 de marzo de 2020

Emoción y honores a Elma Pelozo en el Cementerio de Darwin

Malvinas: honores para la madre de un soldado argentino que por primera vez visitó la tumba de su hijo

Elma Pelozo, madre de Gabino Ruiz Díaz, nunca había podido honrar a su hijo recientemente identificado. En silla de ruedas, con sus piernas amputadas por la diabetes, dejó el paraje en Corrientes para volar hasta Darwin. El veterano Julio Aro y una enorme cadena solidaria hicieron posible este viaje. Infobae fue testigo de un día histórico, donde los soldados británicos lloraron junto a la madre del caído

Por Gaby Cociffi  ||  Infobae
Directora Editorial de Infobae | gcociffi@infobae.com



Elma Pelozo en el cementerio de Darwin. El veterano Julio Aro la acompaña llevando su silla de ruedas. El comandante de las Fuerzas Británicas en las Islas del Atlántico Sur mantiene una respetuosa distancia luego de darle la bienvenida. El teniente de aviación y sacerdote, Adrien Klos, se emociona de rodillas frente a la madre del caído argentino

De rodillas frente a la madre del soldado argentino, el teniente de aviación de las Fuerzas Británicas en el Atlántico Sur deja que las lágrimas se deslicen despacio por su cara. Ella le habla en español, él solo responde en inglés, pero ninguno necesita comprender las palabras para sentir que están unidos en este silencio profundo que envuelve al cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas.

-Los bendigo a todos para que Jesús los lleve de regreso a sus hogares y a sus familias. Mi hijito no volvió, pero deseo que ustedes vuelvan sanos a sus seres amados - dice la madre.

-Amén - responde el militar conmovido.

-Les ha tocado la difícil tarea de obedecer y de dar todo por su Patria como nuestros hijos también lo hicieron. Hoy ustedes están acá y nosotros allá, pero al final del camino estaremos todos juntos cuando el Señor nos llame a su lado.

-Amén.

-Ya lo dijo Jesús: Yo soy la verdad, el camino y la vida y sin mí nadie llega al Padre. Entonces, vamos a seguir todos juntos esas pisadas para llegar al lugar que Dios nos prometió.

-Amén.

-Cuando vi a los soldaditos con su uniforme me imaginé a mi hijo escondido entre ellos. Fue como volver a verlo. Me ilusioné y pensé que él le preguntaba a su jefe si podía salir de la fila para venir a abrazarme. Y el oficial le daba el permiso y nos abrazábamos...Todos estos soldaditos son también mis hijos.

La madre besa al militar inglés. El hombre, que mide más de un metro noventa, parece pequeño mientras llora. Ya nadie habla. Ahora sólo se escucha el viento.

Honor para un soldado argentino

“Recordemos ante Dios a los que han muerto por su país en conflicto, a los caídos en batalla, aquellos que conocimos y cuyo recuerdo atesoramos. Ellos no envejecerán a medida que los que nos quedan envejecen. La edad no los alcanzará ni los años condenarán. En la puesta del sol y en la mañana, los recordaremos”.

En su uniforme de combate de la Compañía de Rifles A, el militar y sacerdote Adrien Klos es el encargado de oficiar la conmovedora ceremonia frente a la cruz mayor del camposanto argentino. Lo acompañan 10 guardias de honor, un trompetista que ejecuta The Last Post, un marine que traduce la palabra de Dios al castellano, el brigadier mayor de las fuerzas inglesas en las Islas del Atlántico Sur, Nick Sawyer, y el vicegobernador Alex Mitham.



Los militares británicos honran a Elma Pelozo, madre del soldado Gabino Ruiz Díaz, quien por primera vez llegó -con sus 80 años y en su silla de ruedas, porque tuvieron que amputarle las piernas por su diabetes- hasta la tumba identificada de su “Cambacito”, como lo llamaban en su Colonia Pando natal, un paraje a 140 kilómetros de Corrientes capital.

“Me llevo en mi corazón el haber encontrado a mi hijo. Lloré, recé, pude dejarle una flor de tela y un rosario. Me sentí más cerca de él, aunque es duro saber que ahí está su cuerpito, un cuerpito que salió de mí…”, dice emocionada.

El camino para que la madre de Gabino pueda rezar por primera vez en 38 años frente a la cruz de su hijo muerto en la batalla de Goose Green, el 28 de mayo de 1982, fue largo y difícil. La voluntad de un veterano por cumplir el sueño de Elma y una enorme cadena solidaria la trajeron hoy, finalmente, hasta las islas.

“Aquí hay heridas, hay dolor, pero también hoy hay alegría y hay paz porque cumplí con la promesa de buscar y encontrar a mi Negrito”, se conmueve rodeada por las 237 cruces de Darwin.

Las tumbas sin nombre

El viaje de esta madre quizás comenzó muchos años antes, cuando ninguno de los protagonistas podía imaginarlo. Fue cuando el soldado Julio Aro llegó a Malvinas con el Regimiento 6 de Mercedes en 1982. Allí, con solo 19 años tuvo que enterrar a sus compañeros cuando las esquirlas de una bomba alcanzaron sus cuerpos en la trinchera que compartían.

En 2008 regresó por primera vez a las islas. “Fui a buscar al chico que había dejado allí cuando terminó la guerra. Y cuando visité el cementerio de Darwin no encontré a muchos de mis compañeros. Sus nombres no estaban en las cruces. Las placas decían Soldado argentino solo conocido por Dios... Y eso me partió la cabeza”.

Al regresar, le contó a su madre el dolor que sentía. Ella le respondió: “Yo te hubiera buscado hasta el último día de mi vida”. Esas palabras se le hicieron carne.


Lucy y Liliana, quienes cuidan a Elma en Colonia Pando, el veterano Celso Farías y Julio Aro frente a la cruz de Gabino, muerto el 28 de mayo de 1982 en Pradera del Ganso

Los meses pasaron. Aro, junto a los veteranos José Raschia y José Luis Capurro, creó la Fundación No Me Olvides de Mar del Plata para acompañar a los veteranos y a sus familias en los traumas de la guerra. Cuando ya concluía el año fueron invitados a Londres para reunirse con excombatientes ingleses de gran experiencia en estrés post traumático.

El destino hizo que se cruzara con el coronel Geoffrey Cardozo, que oficiaba de traductor ya que habla perfecto español. En sus largas conversaciones, Aro le contó sobre esas tumbas que lo desvelaban. El día que partían, el militar inglés les entregó un sobre de papel madera: “Ustedes van a saber qué hacer con esto”.

Los veteranos, sorprendidos, encontraron documentos, planos, fotos, listas de soldados ¿Qué eran esos documentos? En 1982 el Reino Unido le había encomendado a Cardozo la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles honorífica sepultura en el cementerio. Y ahora él les entregaba cada dato que había anotado y la forma en que los soldados habían sido encontrados y enterrados para que ellos pudieran comenzar la búsqueda.

 

Una tarde, revisando los documentos, encontraron un dato que les llamó la atención: en las listas como “identificación militar” figuraba un número de documento argentino. El soldado no estaba identificado y su cuerpo había sido hallado en Pradera del Ganso. El DNI los llevó hasta un nombre: Gabino Ruíz Díaz. Y el nombre hasta una provincia: Corrientes. “Ahí entendimos que la identificación era posible, que debajo de cada cruz había un cuerpo, y que nuestros compañeros podían recuperar los nombres que habían perdido el día que murieron en combate”, recuerda Julio Aro.

Les llevó semanas averiguar quién cobraba la pensión del soldado. No existían listas de deudos de Malvinas en ningún organismo oficial. Finalmente llegaron a la madre del caído: Elma Pelozo, de Colonia Pando.

Aro no dudó: se subió a un auto y fue a verla. Recorrió con el corazón en la boca los kilómetros de tierra, pozos y zanjas de un abandonado camino que llevaba hasta la casa en el paraje correntino. Elma, desde ese primer día, lo recibió como a un hijo.

Hubo horas de charla, mate, tortas fritas y lágrimas. La mujer le mostró la carta que su hijo le había enviado desde las islas. La apretada letra de Gabino, en esa amarillenta hoja, le decía: “Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la patria”.

“Cambacito sabía que no iba a volver”, reflexionó la mujer.


Elma Pelozo con la única foto de su hijo, en Colonia Pando

Luego le mostró la foto de su hijo, la única que se sacó en toda su vida. Se lo veía orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes. Y le contó que en 1997 había volado por primera vez a las islas para visitar el cementerio de Darwin en un viaje organizado por la Cruz Roja.

“Llevé una placa, pero caminé entre las cruces y no encontré a mi Cambacito. ¿Dónde tengo que poner este recordatorio?, me pregunté. Esperé sentir una señal y elegí una tumba al azar, porque ahí lo sentí cerca”.

Gabino Ruiz Díaz era un soldado no identificado, pero Julio sabía que ese número de documento le estaba señalando la cruz del caído. Entonces, con delicadeza le preguntó: “¿Querrías saber dónde está Gabino?”. Y esta madre le respondió lo mismo que su madre le había dicho un año antes: “Sí, yo querría buscarlo hasta el fin de mis días”.

Así, Elma Pelozo se convirtió en la primera madre que inició la causa de la identificación de los soldados de Malvinas. Julio Aro fue el impulsor -con el apoyo de esta periodista de Infobae, y la colaboración de Geoffrey Cardozo, el músico inglés Roger Waters y el Equipo Argentino de Antropología Forense- de un trabajo que concluyó en el Plan Proyecto Humanitario que desde 2017 permitió identificar 115 caídos de los 125 enterrados como Soldado Argentino Solo Conocido por Dios en el cementerio argentino.

Los años pasaron, la diabetes de Elma avanzó, tuvieron que amputarle las piernas y cuando los familiares de los soldados identificados viajaron a las islas en 2018 y 2019 -en dos viajes históricos solventado por Eduardo Eurnekian y Aeropuertos Argentina 2000- ella no pudo hacerlo por problemas de salud.

Julio Aro entonces le prometió que él movería cielo y tierra para llevarla hasta la cruz de Cambacito. Y así lo hizo.

Cadena solidaria para una madre

¿Cómo organizar el viaje de Elma hasta las islas? ¿En qué avión llevarla? ¿Se necesitaría un vuelo sanitario? ¿Cómo conseguir los fondos? Cientos eran las preguntas que se agolpaban en las cabezas de Aro y del veterano Celso Farías -su compañero durante la guerra y miembro de la Fundación No Me Olvides- cuando comenzaron a planear cada paso para concretar la promesa.


Elma había viajado por primera y única vez a las islas en 1997. La tumba de su hijo no estaba identificada y eligió una al azar. "Allí lo sentí", confesó. En este viaje supo que era la cruz que estaba al lado de donde su hijo descansa en Darwin

Una síntesis apretada de meses de idas y vueltas, estrés, trabajo, viajes, llamados telefónicos y cientos de reuniones para conseguir lo que parecía imposible, se podría resumir asÍ: la ayuda fundamental del embajador inglés Mark Kent; las videos conferencias con miembros del gobierno de las islas que se pusieron a disposición para honrar a la madre del caído; los trámites organizados por Harriet Beach, secretaria política de la embajada inglesa, y la ayuda de Robin Smith, agregado militar; la respuesta positiva al pedido de Aro del Jefe del Ejército General de Brigada Agustín Humberto Cejas de enviar un helicóptero para que la madre pueda ir desde Colonia Pando a Corrientes y así iniciar el primer tramo del viaje; el compromiso de Miguel Livi, dueño de la compañía Royal Class, que ofreció el avión solo por el costo operativo; los consejos sobre la mejor ruta para el vuelo de Roberto Curilovic, director de desarrollo de negocios de AA2000, veterano de la aviación naval y quien organizó los viajes anteriores de los familiares; la ayuda de la Fundación Banco Macro, Banco de la Provincia de Buenos Aires, Banco Ciudad y Ripsa Centro de cobros; la idea de la Cámara de cerveceros de Mar del Plata de crear la cerveza “No me Olvides” y donar todo lo recaudado para el viaje; el show a beneficio de Miraketres; el apoyo de Smata Mar del Plata y el Hotel Sasso; el compromiso de decenas de famosos con la campaña -desde Facundo Arana a Christian Sancho- junto a los cientos de particulares y familiares de caídos que colaboraron para que la madre pudiera finalmente orar frente a la tumba de su hijo en Darwin.

“El viaje de Elma fue muy importante. Qué bien que lo hemos logrado. Con el apoyo de muchas personas en Argentina y en las Islas. Mucho esfuerzo para lograr un hecho humanitario. Para que Elma tenga paz. Sigamos trabajando por lo humanitario”, sintetizó el embajador Kent en sus redes sociales cuando el sueño ya se había cumplido.

Flores de papel y un rosario

El miércoles 4 de marzo, fecha indicada para comenzar la travesía hacia las islas, Elma nos esperaba con tortas fritas recién hechas en su casita de Colonia Pando.

Allí, donde Gabino creció cosechando tabaco y sandías, recordó frente a Infobae el día que lo vio partir hacia la guerra: “La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. Se vino para la casa arriba de su tordillo negro para despedirse de los siete hermanos, hablar con su padre y darme un beso lleno de amor”.


Elma Pelozo frente al helicóptero del Ejército Argentino. Los oficiales de la Sección de Aviación 3 -el comandante Alexis Dubowik y su tripulación, el Mayor Luis Daniel Márquez, Subteniente Julián Ramírez y Cabo Primero Mauricio Senol- fueron los encargados de llevar a la madre desde Colonia Pando a Corrientes capital

Con el primer mate, siguió su relato, agregando detalles que conmueven: “Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: ‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con botones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Fue como un cumpleaños. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos”.



Entre recuerdos estaba Elma cuando el motor del helicóptero de la Sección de Aviación 3, rompió la paz del campo. El comandante Alexis Dubowik y su tripulación - Mayor Luis Daniel Márquez, Subteniente Julián Ramírez y Cabo Primero Mauricio Senol- habían aterrizado el Bell para llevarla hasta el aeropuerto de Corrientes donde la esperaba el avión de Royal Class para seguir la ruta a Mar del Plata, la primera escala antes de volar a Malvinas a la mañana siguiente.

Elma se había vestido como para una misa de domingo. Coqueta, eligió su suéter rojo, el saco bordó, la falda larga. Llevó en una bolsita un pequeño florero con flores azules de tela (a las islas no se pueden llevar naturales) que le dio su hija Antonia para dejar en la tumba de Gabino, y un rosario de madera para colgar en la cruz.


El avión de Royal Class listo para volar a las Malvinas. Elma y Julio Aro junto al comandante César Miranda y el copiloto Juan Poggi. Ambos aviadores llevaron una ofrenda para Gabino

El grupo elegido para viajar a las islas se acomodó en el helicóptero: Julio Aro, Celso Farías, Miguel Monforte -de la Fundación no me Olvides-, Liliana y Lucy -quienes cuidan a la madre en el campo-, y esta periodista de Infobae. En esta primera escala también se sumó Tania Aro, hija del veterano y quien acompaña a su padre en todos los trabajos por los caídos, veteranos y familiares de Malvinas.

Aterrizaje en Corrientes, recibimiento del Mayor Márquez, jefe de la Sección 3 (“Es lo menos que podemos hacer por la mamá de un soldado del Ejército que cumplió con su Juramento de ’si fuera necesario hasta perder la vida’"), una boina de los aviadores para Elma de recuerdo y el traslado hasta el avión LV CBK para cumplir con el plan.

La madre pasó la noche en Mar del Plata. Durante la cena detalló cómo fue el día en que los antropólogos del EAAF le dijeron que Cambacito había sido identificado: “Me trajeron un reloj y un pañuelito que habían encontrado junto a su cuerpito. El reloj se lo había regalado su papá. Yo creía que lo había perdido antes de la guerra. No estaba húmedo ni manchado. Y al verlo tan nuevito pensé que no podía haber estado tantos años enterrado, pero es el reloj de la joyería La Perla que su papá le compró. ¿Y el pañuelito? Debía ser de alguna novia, en ese entonces las chicas les daban uno a sus novios con su perfume para que las recordaran. Pero hoy tiene el olor del cuerpito de mi hijo”.

El vuelo a Malvinas

Son las seis de la mañana. La neblina no permite ver el mar desde la costa. “Arriba de las nubes el cielo está limpio”, tranquiliza un operario del aeropuerto de Mar del Plata. Las comunicaciones con las islas son constantes: hasta el día anterior los vientos eran tan fuertes que hicieron peligrar el viaje. “Yo oré toda la semana hasta llegar al día de hoy. Gabino nos ayudó con Dios. Todo va a estar bien, porque este es el día mas lindo de los últimos tiempos”, lanza Elma con una sonrisa antes de subir al avión de Royal Class. El piloto Aldo César Miranda y el copiloto Juan Poggi se acomodan en la cabina de la nave para 7 pasajeros. Se encienden los motores.


En dos horas y quince minutos el avión aterrizó en Mount Pleasant. Elma junto a Julio Aro, Celso Farías, Miguel Monforte -de la Fundación No Me Olvides-, y Liliana y Lucy, quienes cuidan a Elma en Corrientes

“El tiempo de vuelo será de dos horas y quince minutos y la temperatura en destino es de 9 grados”, anuncia el comandante. Cuando el sol pega fuerte en la ventanilla, Elma Pelozo dice: “Siento paz, estoy yendo a visitar a mi hijo”.

“Para mí no es un viaje más, es el viaje que le habíamos prometido al Negrito en el momento que supimos donde estaba su cuerpo -se emociona Julio Aro-. Fue Gabino quien nos abrió las puertas de este increíble proyecto humanitario de la identificación de nuestros compañeros. A lo largo de mi vida, y sobre todo después del regreso a las islas en 2008, intento formar una palabra de tres letras: PAZ. Con el transcurso del tiempo y de los proyectos, de haber armado la fundación, empezamos a conseguir la P, con la identificación de estos 115 compañeros teníamos la A y la Z , pero a esta última letra le faltaba una patita. Y es Elma la que nos ayudó a dibujar la Z completa. Hoy me siento en paz, con el deber cumplido, con la misión cumplida, con la promesa cumplida”.

De pronto, entre las nubes, las Malvinas se recortan en un mar intensamente azul. Es imposible no emocionarse. Como una caricia, el avión toca la pista de Mount Pleasant. La puerta se abre y el viento golpea fuerte. Una leve llovizna amenaza con una mañana gris.


Vestido con su uniforme de gala el brigadier Nick Sawyer, Comandante de las Fuerzas Británicas de las Islas del Atlántico Sur, recibe a Elma Pelozo

Dos funcionarios del aeropuerto nos esperan al pie de la escalerilla junto a Alex Mitham, vicegobernador de las islas. “Yo seré su guía y su chofer hasta Darwin. Les pido disculpas porque el camino es de ripio y puede no ser cómodo porque la camioneta salta un poco. Por favor háganme saber si la madre del soldado necesita algo”, dice amable.

Han organizado que dos empleados chilenos, Marcelo Díaz y Dayana Salas, oficien de traductores. “He pedido que cierren el cementerio para ustedes así la señora puede vivir tranquila y en la intimidad este momento”, continúa Mitham mientras maneja con el volante a la derecha como en el Reino Unido.

El viaje se hace en silencio. Son cuarenta minutos donde solo se ve una verde pradera y algunas ovejas. Mientras el bus avanza, el cielo se abre y el sol comienza a brillar con fuerza. “Es increíble, es el mejor día del año. El tiempo se arregló para ustedes”, asegura Díaz. “Ese fue mi hijo que está con Dios y nos ayudó”, asegura Elma.

Un pequeño cartel dice “Argentine Cemetery” y dos soldados, que aguardan firmes en la primera tranquera que lleva al camposanto, hacen la venia cuando la camioneta pasa por el camino.

La cruz mayor de Darwin se recorta en el cielo. “Gabino, ya llegamos”, dice Elma.

Honor y lágrimas para un soldado argentino

Vestido con su uniforme de gala el brigadier Nick Sawyer, Comandante de las Fuerzas Británicas de las Islas del Atlántico Sur, recibe a Elma Pelozo. La madre le toma las dos manos. El militar que fue miembro de la Artillería Real en los Balcanes, Irak, Afganistán, Chipre y Congo, fue condecorado en Kosovo, recibió la Medalla de la Orden al Mérito en Estonia y fue agregado de Defensa en las crisis de Crimea y Ucrania, está visiblemente conmovido frente a la madre argentina. “Es un honor recibirla”, murmura.

La comitiva está integrada, además, por la secretaria del comando Clare Pilkington, el ayudante de campo Lindsay-Bayley, la oficial de enlace Ailsa Crichton y el padre y teniente de aviación Adrien Klos.

Han dispuesto una carpa de campaña con té, café, galletitas y refrigerios para el grupo. Anuncian que hay una pequeña ceremonia preparada para Elma y su hijo. Frente a la gran cruz está la guardia de honor esperando a la madre del caído argentino.

“Quiero ir primero hasta su cruz”, pide Elma. Julio Aro empuja la silla de ruedas hasta la parcela donde descansa Gabino Ruiz Díaz. No hay sorpresa cuando ella descubre que la tumba de su hijo está al lado de la que eligió en 1997: “Yo lo sentí cerca aquella vez y así lo siento hoy”.


”Yo he derramado una lágrima cada día desde que él no está. Cuando le hablo a la foto de mi hijo, cuando llegan los cumpleaños y Cambacito falta. Por eso hoy no voy a llorarlas todas juntas. Las lágrimas han salido durante muchos años”, dijo frente a la cruz

Como en un monólogo dictado por el corazón, la madre del héroe correntino habla mientras acaricia la cruz:

”Yo he derramado una lágrima cada día desde que él no está. Cuando le hablo a la foto de mi hijo, cuando llegan los cumpleaños y Cambacito falta. Por eso hoy no voy a llorarlas todas juntas. Las lágrimas han salido durante muchos años”.

“Cambacito me dijo lo que iba a pasar, me preparó para este momento, sabía que no iba a volver de la guerra. Y me pidió que no lo llorara, que había jurado por Dios y por la Patria dar la vida por esta tierra”.

“Él está todos los días conmigo, en mi vida y en mi corazón. ¿Saben? Era un chico bueno, lindo, educado y trabajador. Una madre no se olvida, las heridas están siempre, no se cicatrizan. Soy una mamá orgullosa de mi hijo por lo que era y por lo que sigue siendo”.


Rompiendo el rígido protocolo militar, los militares ingleses se fotografiaron con Elma antes de la despedida

El padre Klos se acerca y le dice: “Su hijo está con Dios, está en la Gloria y descansa en Paz”. Elma le besa las manos.

Ahora todos en una pequeña procesión caminamos hacia la gran cruz. Se escucha la voz de mando del suboficial Henderson. Los guardias de honor levantan sus armas, golpean sus talones, se ponen en posición firme. Comienza la ceremonia.

“Agita tu poder, Oh Dios, y ven entre nosotros. Cura nuestras heridas, calma nuestros miedos y danos paz”, reza el sacerdote. El cabo Cousins lee en español la palabra de Dios. Elma Pelozo, ora frente al cenotafio.

“Agradezco tanto sus palabras. Ustedes me honran y soy solo una madre. Ahora tengo la tranquilidad de saber que su cuerpito esta ahí, pero faltan otros hermanitos para identificar así que hay que seguir”, dice con humildad.

Las largas notas de la trompeta, como un lamento, traen el recuerdo de los muertos en la guerra. Entonces, aparecen las lágrimas.