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domingo, 23 de octubre de 2022

Las rubias taradas: La agenda degenero prostituye la causa Malvinas

Pensando Malvinas con perspectiva de géneros y diversidad

Cancillería organizó un panel literario para revisar la Guerra de Malvinas, 40 años después, bajo perspectiva de géneros y diversidad.
Por Adriana Carrasco || Pasquín Bolche




Raquel Robles, Frida Herz, Florencia Mártire, Victoria Torres y Alba Rueda. Imagen: Cancillería Argentina

Presentado por Sol Branca, se realizó en el salón San Martín de la Cancillería un panel literario para Pensar Malvinas 40 años después de la guerra, bajo perspectiva de géneros y diversidad. La iniciativa partió de la representante especial sobre Orientación Sexual e Identidad de Género del Ministerio de Relaciones Exteriores, Alba Rueda.

La Guerra de Malvinas siempre se contó desde una perspectiva cis masculina y heterosexista. “Cis” quiere decir lo contrario de “trans”. Personas cis son las que se autoperciben con el sexo asignado al nacer. Y se contó desde el relato del Estado según los gobiernos y desde las subjetividades de los hombres veteranos de guerra. Más recientemente se incorporó la mirada de las enfermeras que estuvieron en el escenario de operaciones y el relato de una subjetividad trans, Tahiana Marrone, que combatió como soldado del Batallón de Ingenieros 9 y transicionó después de género masculino a femenino.

El panel estuvo integrado por Alba Rueda, Victoria Torres, Raquel Robles, Frida Herz y Florencia Mártire, femineidades que escribieron libros sobre el tema en los que se desmarcan del relato de la Patria masculinizada. Y trajeron los relatos de cómo vivieron ellas durante la adolescencia cuando sus amigos eran convocados para ir a combatir a Malvinas, las historias de sexualidad y de erotismo a partir de las cartas que las chicas les escribían a los soldados, cómo lo tramitaron las diversidades sexuales, las vivencias de la hija de un soldado que se suicidó después de la guerra cuando ella era muy pequeña y en la casa no se hablaba del padre, la mirada de una hija de desaparecidos durante la dictadura de 1976 y la reflexión sobre Malvinas como un campo de concentración más mientras los militares argentinos genocidas dirigían las operaciones bélicas.

Alba Rueda invitó (y nos invita a todes, a les lectores de Soy también) a “ubicarnos en una posición subjetiva sobre la guerra, y no solamente la mirada objetiva sobre el debate de fondo”. Quienes vivimos aquellos días recibimos un impacto emocional, afectivo, especialmente por lo que estaban viviendo los soldados conscriptos de las clases 1962-1963 y por las noticias que llegaban al continente.

“Yo soy bastante menor que los conscriptos que fueron a Malvinas”. Durante la vigencia del servicio militar obligatorio en la Argentina se sorteaba a los muchachos según los últimos números de la libreta de enrolamiento o DNI. Los que sacaban número bajo se salvaban de la conscripción, pero eran los menos. “Fui sorteada con los pibes de la secundaria al año siguiente del asesinato del soldado Omar Carrasco. Muchas personas travestis eran sorteadas todos los años en el grupo de los varones”, recuerda Alba Rueda.

Omar Carrasco fue un conscripto asesinado a golpes mientras cumplía con el servicio militar obligatorio en la guarnición neuquina de Zapala.

“La marca generacional de Omar Carrasco fue muy fuerte para todos. Éramos una generación que estaba creciendo en la década de 1990 con un proceso de desmantelamiento del Estado y la consolidación del neoliberalismo. Yo desacaté la intimación para enrolarme al servicio militar obligatorio. Para ese momento ya existía un movimiento de familiares para que no nos presentemos a los cuarteles. Con 17 años, asistía sola a esas convocatorias de familiares. Las fuerzas armadas nos enviaban cartas intimándonos a presentarnos, para detenernos en el momento en que lo hiciéramos. Esto habla de los imperativos de las fuerzas armadas a las distintas generaciones. Pensar Malvinas es pensar estas tramas que atraviesan nuestra biografía”, desarrolló Alba Rueda.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Guerra psicológica: La acción de Silvia Fernández Barrio, "Miss Liberty"

Silvia Fernández Barrio: "Miss Liberty"





Profesional impecable, abogada de causas nobles, todos saben que fue una de la caras más lindas del periodismo televisivo en la Argentina. Pero la mayoría ignora su otra faceta: la de luchadora por Malvinas. Desde Radio Nacional-RAE, bajo el nombre de Miss Liberty, en su perfecto inglés británico adquirido en el Colegio Barker de Lomas de Zamora, le hablaba todos los días a los tripulantes de la Task Force para desalentarlos. Una suerte de "Rosa de Tokio", pero al uso nostro, sin ningún elemento tenebroso.



La voz de Silvia Fernández Barrio se podía escuchar en una hermosa casa en Belgrave Square o en un barco navegando en altamar. "Hola soy Liberty, he decidido mostrarme al mundo desde un lugar que está muy lejos de usted, en Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur, soy una voz, un espíritu, un país", dijo alguna vez, mientras el tema Yesterday, de The Beatles, sonaba de fondo.



Tras hacer escuchar las campanas del Big Ben, se daban los resultados del fútbol inglés y se les recordaba a los soldados lo lejos que estaban de sus hogares. "Nos hemos encontrado, soy Liberty y tú eres Tomy, simpatizante del Tottenham, sí, debes estar navegando en alta mar, por eso hemos decidido brindarte compañía. ¿Te gustaría que te recuerde tu pueblo?", leía Fernández Barrio.
Un años atrás, había tenido un encuentro cara a cara con la primera ministra británica, Margaret Thatcher, en Londres, en la casa de unos amigos portugueses que se habían escapado del gobierno comunista. Nunca se sabrá si la "Dama de Hierro" se acordó de aquella cena y de su voz cuando escuchó Liberty. Lo cierto es que fue ella quien ordenó que el 19 de mayo de 1982, desde la Isla Ascensión, comenzara a transmitir Radio Atlántico Sur, con el único fin, al decir del Ministro de Defensa, de desmoralizar o engañar a las tropas argentinas. Se pasaban mensajes para los soldados de tal o cual batallón, en los que sus familias les decían, supuestamente, que estaban bien y que los esperaban de regreso. Los ingleses llamaron a esta emisión "Operación Moonshine", que significa luz de Luna.



Radio Liberty podía ser sintonizada en el Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, mientras que en las islas funcionaba LRA60 Radio Nacional Islas Malvinas. Los soldados y oficiales británicos se referían a Silvia como "Argentine Annie". Algún día esas comunicaciones (si es que sobrevivieron a la censura de la época) serán valiosas joyas de museos. La Rosa de Tokio vivió hasta muy avanzada edad, es lo que le deseo a Silvia.




(Oscar Horacio Ávila - Historias Perdidas de Buenos Aires).

domingo, 7 de febrero de 2021

En 1830 nacía la primera malvinense argentina: Matilde Malvinas Vernet y Sáez

5 de Febrero de 1830 - Nace la primera malvinense argentina: Matilde Malvinas Vernet y Sáez



   

Matilde Vernet y Sáez (Puerto Soledad, Islas Malvinas, 5 de febrero de 1830 - San Isidro, 24 de septiembre de 1924), apodada Malvina, fue la primera persona de la que se tenga registro oficial en nacer en las Islas Malvinas y primer descendiente de argentinos antes de la ocupación británica del territorio en 1833.​
Matilde siempre fue llamada Malvina por su familia y amistades, ya que prefirió utilizar dicho apodo en lugar de su nombre de bautismo.
Malvina no es la única descendiente de argentinos nacida antes de 1833, ya que hubo otros niños nacidos bajo la bandera argentina. Uno de los niños nacidos fue hijo de Gregorio Sánchez y Victoria Enríquez, a quienes Vernet casó el 29 de mayo de 1830, celebrando el primer matrimonio civil de la Argentina, ya que las islas no contaban con autoridades eclesiásticas.
Cuando Vernet fue nombrado gobernador-comandante en 1829 se trasladó a Puerto Soledad con sus (hacia entonces) tres hijos y con su esposa embarazada de dos meses.​ María Sáez contaría desde el 15 de julio en su "Diario de 1829 en Malvinas", no sólo la vida cotidiana de la colonia argentina, sino también todo el embarazo de Matilde. Al respecto del nacimiento, se cita a María en su diario:

''¡Mi mujercita malvinense! La tengo en mis brazos. Su boquita ávida como un botón de rosa ya quiere succionar. Me embarga de dulzura. Es un milagro. Beso sus deditos. Perfecta. Mi mujercita isleña. Mi niña valiente que ha nacido en una isla, ahora más que nunca, como si hubiéramos enarbolado entre las dos una bandera...''
Diario de 1829 en Malvinas
Como fue la primera «habitante autóctona» de la colonia, el día de su nacimiento hubo fiestas y celebraciones en Puerto Soledad, que incluyeron bebidas, música y bailes.
Matilde y su familia se retiraron de las islas tras el ataque de la Lexington contra la colonia en 1832, el 19 de noviembre, a bordo de la goleta lobera Harriet que había sido apresada a los estadounidenses antes del incidente. Otra parte de la población argentina en las islas, pero no en su totalidad, y las autoridades y guarnición militar fue expulsada tras la invasión británica de 1833 cuando el Reino Unido tomó posesión de la colonia de Puerto Soledad.



Matilde siempre reivindicó ante el periodismo mundial, su nacimiento en el archipiélago y los reclamos argentinos. Su esposo también la apoyó en su defensa de los derechos argentinos en las islas. Cilley (su esposo norteamericano), ante el consulado de Estados Unidos en Buenos Aires, protocolizó de puño y letra su desagravio personal ante el incidente de la Lexington.
Se hizo tradición que en cada generación subsiguiente, al menos una integrante de la familia Vernet llevará el nombre de las islas de las que había sido expulsada Matilde. Ella se sentía «orgullosa» al respecto.



El 10 de junio de 1929, en el centenario del nombramiento como gobernador de Malvinas de Luis Vernet, se reunieron en la casona de San Isidro casi cien descendientes. Por parte de Malvina, cinco de sus hijos vivieron y, antes de su muerte, tenía ya veintidós nietos. Las generaciones posteriores continuaron bautizando a muchas de sus mujeres Malvina y utilizan como recurso este nacimiento para seguir reclamando que las islas siguen siendo nuestras.

martes, 9 de junio de 2020

Un conscripto de la BAM San Julián se reencuentra con una niña que le regaló guantes

Malvinas: guardó los guantes que le regaló una nena en plena guerra y 38 años después la encontró por una búsqueda que se hizo viral 

En 1982 José Luis Dorney hacía el servicio militar en Tandil cuando se desató el conflicto bélico. Fue enviado a Santa Cruz. Un día se cruzó con una niña que se acercó a saludarlo junto a su madre. Al notar que el soldado tenía las manos heladas, la pequeña tuvo un gesto que quedó registrado en una fotografía. Luego de una campaña en redes sociales iniciada por sus compañeros, logró conectarse con ella
Por Agustina Larrea 1 de mayo de 2020
alarrea@infobae.com



 
José Luis Dorney hacía el servicio militar obligatorio en Tandil cuando fue enviado a Puerto San Julián, Santa Cruz, a realizar tareas de asistencia para la Fuerza Aérea durante la Guerra de Malvinas

No tenía muy claro qué era una guerra. Pero por lo que veía a su alrededor, Magalí Triviño suponía que no era nada bueno. En 1982 tenía 5 años y vivía con su familia en Puerto San Julián, Santa Cruz. Durante la noche veía a su mamá poner frazadas en las ventanas: había toque de queda y las casas debían permanecer a oscuras. Ella y su hermana se iban a dormir con la ropa puesta, por si pasaba algo y había que salir rápido; el auto también quedaba listo. Conocía los crujidos que provocaba el viento patagónico y todo lo que implicaba vivir en una ciudad–puerto, pero no se podía acostumbrar al ruido persistente de los aviones.

No tenía muy claro qué era el frío. Pero por lo que sintió cuando llegó a la Patagonia, José Luis Dorney se dio cuenta de que se avecinaban tiempos duros. En 1982 tenía 19 años y estaba haciendo el servicio militar obligatorio en la VI Brigada de Tandil, cuando fue uno de los 30 enviados de esa repartición a Puerto San Julián a cumplir tareas de asistencia durante la Guerra de Malvinas. Su mamá, que lo extrañaba en la ciudad Las Flores, provincia de Buenos Aires, le escribía cartas. En una ocasión le mandó una radio y una cámara Kodak, que acompañaba los días del joven soldado mientras hacía guardia con sus colegas, ayudaba en el despliegue de aviones y pasaba algunas noches durmiendo en un gimnasio del pueblo.

 
Con 19 años, el soldado llegó a la Patagonia, para hacer guardias en un aeropuerto. Durante la guerra, su madre le envió una cámara de fotos con la que pudo registrar algunos momentos

Magalí y José Luis se encontraron un día muy frío de 1982: la nena quiso saludarlo a él y a un compañero, sorprendida por ver a esos jóvenes desconocidos que circulaban por las calles de Puerto San Julián. Al darle la mano, notó que el soldado tenía los dedos helados. Entonces, con inocencia, le pidió a su mamá que le diera un par de guantes y una bufanda, que le regaló de inmediato a aquel hombre vestido de verde que acababa de conocer. El momento quedó registrado por la cámara de José Luis, en una foto que él conservó durante 38 años. También guardó cartas, algunos objetos personales y parte del regalo de Magalí: los guantes, casi intactos, son parte todavía hoy de aquel tesoro.

La guerra terminó y el resultado –como en toda guerra– fue doloroso. La historia de “la nena de los guantes” se convirtió en anécdota: todos los años, cuando Dorney y los ex conscriptos de la clase ‘63 que estuvieron en VI Base Aérea de Tandil se encuentran, vuelven una y otra vez a aquellos días y recuerdan la escena. También rememoran los días de la guerra en un grupo de Whatsapp.

 
Magalí y José Luis hace 38 años. Ella le dio la mano, sintió sus dedos helados y decidió regalarle unos guantes y una bufanda

Hace una semana, un poco cansado del tedio de los días de cuarentena, a Cachilo Vega, uno de los compañeros de brigada de Dorney que se quedó cumpliendo funciones en Tandil, se le ocurrió iniciar una búsqueda: tanto escuchó hablar de aquella historia que decidió que sería un buen momento para dar con esa pequeña que, en medio del frío y la incertidumbre de los días del conflicto bélico, había tenido un gesto conmovedor.

Con ayuda de su hija porque no es muy ducho en cuestiones tecnológicas, como dice, escribió un mensaje en su cuenta de Facebook, comentó esto con sus compañeros, que por su lado también habían hecho algunos intentos fallidos, y tiró la botella al mar. No se imaginó lo que llegaría después: miles de mensajes, un pueblo movilizado y un teléfono.

EL VIAJE

“Yo soy incorporado en la VI Brigada Aérea de Tandil el 5 de enero del ’82. Teníamos poco tiempo de instrucción cuando nos comunican que algunos íbamos a ser trasladados a otro lugar, no sabíamos dónde. Así fue que sacaron de la compañía a 30 soldados y el 27 de abril salimos rumbo a Puerto San Julián. Yo no conocía ese pueblo, como mucho había escuchado hablar de Comodoro Rivadavia. Para todos era todo nuevo”, le cuenta José Luis Dorney a Infobae.

“El primer recuerdo que tengo es el frío, el viento que había en ese momento. Me acuerdo que nos llevaron a un gimnasio municipal. Nosotros fuimos exclusivamente a cuidar los aviones de la Fuerza Aérea, así que un día estábamos de guardia en el aeropuerto, cuidando todo en las pistas y en los hangares, y otro día estábamos en el pueblo. Era intercalado: hacíamos guardia en la terraza del gimnasio y en los alrededores. Y en la costa, claro”, agrega.

 
José Luis junto a sus compañeros de la VI Brigada Aérea de Tandil. De esa repartición, fueron enviados 30 conscriptos a Puerto San Julián

Había cumplido 19 años en febrero y nunca se imaginó viajar en esas circunstancias a la Patagonia: “Era un pueblo que estaba militarizado. Estaban todos los soldados de tierra, que eran muchísimos. Y después de Fuerza Aérea, de otras brigadas. Era mucha la gente, soldados por todos lados. En el aeropuerto dormíamos en pozos, que estaban bajo tierra. El día que se llamaba de ‘descanso de guardia’ –que no quiere decir que descansáramos sino que nos daban otras actividades–, hacíamos guardias en el gimnasio del pueblo o nos dedicábamos a otras actividades. Nosotros caminábamos por ahí normalmente, andábamos para todos lados. Nos daban permiso para ir a comprar algo para comer o hablar por teléfono”, señala 38 años después.

Fue en una de esas recorridas que se encontró con Magalí: “Habían pasado varios días que estábamos en Puerto San Julián, yo ya me había comunicado con mi mamá por teléfono. Ella me mandó una radio de las chiquitas y una cámara Kodak, una maquinita muy sencilla. Así que andaba con la camarita para todos lados, me llamaba la atención que había empezado a nevar”.

 
Dorney conservó durante 38 años varios objetos de los días en Puerto San Julián. Entre los más queridos están los guantes que le regaló Magalí

–¿Qué recuerda del encuentro con aquella nena?
–Íbamos caminando con un compañero, había nevado. Vimos a una nena con la mamá. La mamá se acercó y nos dijo que ella quería hablar con nosotros, saludarnos. Después vimos que la nena hablaba algo con la madre y al rato vino con algo: me dio unos guantes, que los conservé durante 38 años, me los traje escondidos con otras cosas que me dieron en San Julián: un rosario, cartas, fotos de la base y más. Hablando ahora parece que también me dio una bufanda, que yo no me acordaba, pero la tengo puesta en la foto.

“¡NO FUE ALGO TAN GRANDE!”

“En el sur se vivió de una manera muy distinta a como se vivió en el norte o en el centro del país. En otros lugares del país por ahí se vivía con patriotismo, como algo heroico. Pero nosotros en el sur lo vivíamos con angustia. Y a mí me quedó eso. Para ser que tenía 5 años, a mí me quedó esa sensación, eso de que no era una pavada lo que pasaba. Aunque no entendía la magnitud, sí sabía que no era algo bueno”, relata a Infobae desde Comodoro Rivadavia Magalí Triviño, que durante la Guerra de Malvinas vivía con su familia en una casa humilde de Puerto San Julián.

“Era un pueblo chiquito y de golpe y porrazo teníamos mucha gente, teníamos aviones, chicos uniformados con armas por la calle. Se vivía esa atmósfera. Con el tiempo, cada 2 de abril, en la escuela se recordaba eso, cómo habíamos vivido aquellos días. Y yo recordaba que había regalado una bufanda, ¡no me acordaba tanto de los famosos guantes! (risas). Francamente no los tenía en la memoria. Como le dije a José Luis, ¡para mí no fue algo tan grande! Era lo que había que hacer. Si alguien necesitaba algo, había que ayudarlo. La opción no era mirar para el costado. Tenías que ayudar como sea. En casa mi mamá hacía pan casero y tortas fritas y les llevábamos a los soldados.

 
Magalí Triviño, "la nena de los guantes", hoy vive en Comodoro Rivadavia y tiene dos hijos

–¿Qué es lo primero que te viene a la memoria al pensar en esos días?

–Me acuerdo de cosas puntuales. Mi recuerdo era de tapar las ventanas con frazadas. Cuando los bomberos hacían sonar la sirena no podía haber luz, te podían llevar preso. No sabíamos qué podía pasar: nosotros tenemos el gasoducto cerca del pueblo. Los aviones salían de ahí. Y tenemos el mar ahí nomás: vivíamos todo el tiempo como esperando algo. Y notábamos que esos chicos que veíamos por la calle no la estaban pasando bien.

–¿Qué te pasó cuando viste la foto?

–Fue como si alguien te golpeara fuerte la espalda. Yo sabía que era yo, pero en el fondo prefería que no. El tapado era mío, porque mi hermana la que me sigue siempre fue siempre más delicadita y a ella le habían hecho un tapado rojo, con cintas. Y a mí me hicieron esa cosa cuadrada color mostaza de la foto. Fue lindo y también conmovedor ver una imagen de esos años. Porque fotos, más que las del jardín de infantes de la típica con la seño, de esa época no tengo.

–¿Pensaste en estas horas en ese gesto tan conmovedor que tuviste siendo tan chica?

–A mí me da vergüenza y por eso prefería que no se supiera que era yo. Porque no sé, si está en mis posibilidades yo te voy a ayudar. Pero no quiero eso de que te estén preguntando mucho.


Otra de las imágenes que tomó José Luis con su cámara

LA CUARENTENA Y UNA OPORTUNIDAD

Cachilo Vega –todo el mundo lo conoce así en Norberto de la Riestra, un pequeño pueblo bonaerense del partido de 25 de Mayo y a él nunca le gustó el nombre que figura en su documento– se retiró hace seis meses de la policía, después de trabajar allí por más de 30 años.

“Como todo soldado, siempre uno tiene una anécdota o algo para contar. Cuando nosotros hacemos los encuentros en Tandil, en un momento José Luis contó lo de la nena y los guantes. Y me quedó eso dando vueltas. Con todo esto de la pandemia, que hay que quedarse en casa, uno un poco aburrido dije: ¿’Qué puedo hacer?’. Entonces hablo con él y le pido que me pase la foto. Me dio una mano mi hija, escribimos en Facebook, pusimos la imagen y al toque empezaron a pedirme solicitud de amistad personas de San Julián y de todos lados”, le cuenta por teléfono a Infobae.


 
Cachilo Vega subió la foto a Facebook y de inmediato su mensaje se volvió viral

“Me contacta Sergio, un hombre de allá que enseguida armó un grupo de WhatsApp en el pueblo. Y ahí me empezaron a llover mensajes. Hasta que me encuentro con uno que decía: ‘Yo le puedo brindar mucha información’. ¡Qué suspenso! Así que llamo a esta persona, que me dice: ‘En un 80% le puedo certificar que es Magalí’. Y le digo: ‘¿Usted está seguro?’. Me responde: ‘Y, sí, en un 80%. Yo soy el padrastro’. Entonces me contó toda la historia”, sostiene.

Poco después Cachilo estaba hablando con Magalí.

–¿Cómo fue la charla? ¿Qué sintió?

–Ella tenía vergüenza y no quería salir en ningún lugar. Hasta que se animó. Y el día 27, tengo todo anotado en un papel para recordar, a las 11 y nueve minutos de la noche la llamo. Fueron muchas sensaciones tan distintas que no sabía qué decirle, no tenía palabras, me tildé (risas). Con pocas palabras alcancé a explicarle de la foto y que la andábamos buscando. Corto, lo llamo a José Luis y le digo: ‘Acabo de hablar con la nena de la foto’. Se quería morir. Y así se pusieron en contacto.



 
José Luis con su uniforme, durante la Guerra de Malvinas

EL REENCUENTRO

“Si bien la guerra no duró mucho, el que la vivió sabe que eso fue eterno. Fue muy largo. Cuando volví a casa, cada tanto yo sacaba los guantes de la bolsa y los miraba. O sacaba alguna carta, una medalla. Nunca me imaginé que iba a poder reencontrarme con ella”, señala el ex soldado.

Pero gracias a la campaña que armaron sus compañeros, aquel encuentro que parecía imposible finalmente se dio, por teléfono, él en Las Flores, ella en Comodoro Rivadavia– el 27 de abril.

“¡Fue justo el día 27, que se cumplían los 38 años de la llegada a San Julián! Fue una emoción muy grande, hablamos más de una hora”, dice José Luis conmovido. “Yo quiero agradecer a los que hicieron posible esto, Cachilo Vega, Juan Baldomiro y Neber Suárez. También fue lindo el gesto del intendente de San Julián, que estuvo haciendo algunas movidas para poder dar con ella”.

 
José Luis Dorney hoy pasa la cuarentena en Las Flores, provincia de Buenos Aires. Sueña con volver a Puerto San Julián

Para “La nena de los guantes”, que hoy tiene dos hijos de 21 y 24 años y pasa la cuarentena en su casa mientras espera para volver a trabajar en su emprendimiento de transporte escolar, la charla también fue muy grata: “Me encontré con una persona re amable, muy simpática. Una conversación re amena. Como si hubiera estado hablando con un amigo de muchos años. No nos dimos cuenta del tiempo que pasó. Fue encontrar a un amigo”.

Mientras siguen recordando aquellos días –se multiplican los llamados, los pedidos en radios locales para entrevistas, los mensajes de personas que se sintieron movilizadas con la historia– los protagonistas no descartan encontrarse personalmente.

De hecho el propio José Luis, antes de que se declararan las medidas de distanciamiento social por el coronavirus, tenía pensado volver a Puerto San Julián, un lugar al que regresa con frecuencia en su memoria cuando busca los objetos que guardó tanto tiempo y toca los guantes que le regaló Magalí, pero no volvió a pisar.

“Con el grupo de movilizados de Tandil ya veníamos pensando en ir para allá, de hecho teníamos la idea de hacer un viaje este mismo año. Somos un grupo de 10 o 12 que estamos en condiciones de ir y estábamos buscando los medios para hacerlo y abaratar un poco la cosa para llegar. Estábamos justo en el tema cuando apareció esto del coronavirus. Pensábamos ir en septiembre u octubre porque en invierno ninguno quería saber nada. ¡Sabemos lo que es allá el clima! Por ahora quedó en suspenso, pero habiendo encontrado a Magalí seguro que cuando se pueda vamos. Ese lugar nos trae muchos recuerdos, hay muchas familias que nos han ayudado y de alguna manera uno necesita volver a ese lugar”, concluye.

domingo, 15 de marzo de 2020

Emoción y honores a Elma Pelozo en el Cementerio de Darwin

Malvinas: honores para la madre de un soldado argentino que por primera vez visitó la tumba de su hijo

Elma Pelozo, madre de Gabino Ruiz Díaz, nunca había podido honrar a su hijo recientemente identificado. En silla de ruedas, con sus piernas amputadas por la diabetes, dejó el paraje en Corrientes para volar hasta Darwin. El veterano Julio Aro y una enorme cadena solidaria hicieron posible este viaje. Infobae fue testigo de un día histórico, donde los soldados británicos lloraron junto a la madre del caído

Por Gaby Cociffi  ||  Infobae
Directora Editorial de Infobae | gcociffi@infobae.com



Elma Pelozo en el cementerio de Darwin. El veterano Julio Aro la acompaña llevando su silla de ruedas. El comandante de las Fuerzas Británicas en las Islas del Atlántico Sur mantiene una respetuosa distancia luego de darle la bienvenida. El teniente de aviación y sacerdote, Adrien Klos, se emociona de rodillas frente a la madre del caído argentino

De rodillas frente a la madre del soldado argentino, el teniente de aviación de las Fuerzas Británicas en el Atlántico Sur deja que las lágrimas se deslicen despacio por su cara. Ella le habla en español, él solo responde en inglés, pero ninguno necesita comprender las palabras para sentir que están unidos en este silencio profundo que envuelve al cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas.

-Los bendigo a todos para que Jesús los lleve de regreso a sus hogares y a sus familias. Mi hijito no volvió, pero deseo que ustedes vuelvan sanos a sus seres amados - dice la madre.

-Amén - responde el militar conmovido.

-Les ha tocado la difícil tarea de obedecer y de dar todo por su Patria como nuestros hijos también lo hicieron. Hoy ustedes están acá y nosotros allá, pero al final del camino estaremos todos juntos cuando el Señor nos llame a su lado.

-Amén.

-Ya lo dijo Jesús: Yo soy la verdad, el camino y la vida y sin mí nadie llega al Padre. Entonces, vamos a seguir todos juntos esas pisadas para llegar al lugar que Dios nos prometió.

-Amén.

-Cuando vi a los soldaditos con su uniforme me imaginé a mi hijo escondido entre ellos. Fue como volver a verlo. Me ilusioné y pensé que él le preguntaba a su jefe si podía salir de la fila para venir a abrazarme. Y el oficial le daba el permiso y nos abrazábamos...Todos estos soldaditos son también mis hijos.

La madre besa al militar inglés. El hombre, que mide más de un metro noventa, parece pequeño mientras llora. Ya nadie habla. Ahora sólo se escucha el viento.

Honor para un soldado argentino

“Recordemos ante Dios a los que han muerto por su país en conflicto, a los caídos en batalla, aquellos que conocimos y cuyo recuerdo atesoramos. Ellos no envejecerán a medida que los que nos quedan envejecen. La edad no los alcanzará ni los años condenarán. En la puesta del sol y en la mañana, los recordaremos”.

En su uniforme de combate de la Compañía de Rifles A, el militar y sacerdote Adrien Klos es el encargado de oficiar la conmovedora ceremonia frente a la cruz mayor del camposanto argentino. Lo acompañan 10 guardias de honor, un trompetista que ejecuta The Last Post, un marine que traduce la palabra de Dios al castellano, el brigadier mayor de las fuerzas inglesas en las Islas del Atlántico Sur, Nick Sawyer, y el vicegobernador Alex Mitham.



Los militares británicos honran a Elma Pelozo, madre del soldado Gabino Ruiz Díaz, quien por primera vez llegó -con sus 80 años y en su silla de ruedas, porque tuvieron que amputarle las piernas por su diabetes- hasta la tumba identificada de su “Cambacito”, como lo llamaban en su Colonia Pando natal, un paraje a 140 kilómetros de Corrientes capital.

“Me llevo en mi corazón el haber encontrado a mi hijo. Lloré, recé, pude dejarle una flor de tela y un rosario. Me sentí más cerca de él, aunque es duro saber que ahí está su cuerpito, un cuerpito que salió de mí…”, dice emocionada.

El camino para que la madre de Gabino pueda rezar por primera vez en 38 años frente a la cruz de su hijo muerto en la batalla de Goose Green, el 28 de mayo de 1982, fue largo y difícil. La voluntad de un veterano por cumplir el sueño de Elma y una enorme cadena solidaria la trajeron hoy, finalmente, hasta las islas.

“Aquí hay heridas, hay dolor, pero también hoy hay alegría y hay paz porque cumplí con la promesa de buscar y encontrar a mi Negrito”, se conmueve rodeada por las 237 cruces de Darwin.

Las tumbas sin nombre

El viaje de esta madre quizás comenzó muchos años antes, cuando ninguno de los protagonistas podía imaginarlo. Fue cuando el soldado Julio Aro llegó a Malvinas con el Regimiento 6 de Mercedes en 1982. Allí, con solo 19 años tuvo que enterrar a sus compañeros cuando las esquirlas de una bomba alcanzaron sus cuerpos en la trinchera que compartían.

En 2008 regresó por primera vez a las islas. “Fui a buscar al chico que había dejado allí cuando terminó la guerra. Y cuando visité el cementerio de Darwin no encontré a muchos de mis compañeros. Sus nombres no estaban en las cruces. Las placas decían Soldado argentino solo conocido por Dios... Y eso me partió la cabeza”.

Al regresar, le contó a su madre el dolor que sentía. Ella le respondió: “Yo te hubiera buscado hasta el último día de mi vida”. Esas palabras se le hicieron carne.


Lucy y Liliana, quienes cuidan a Elma en Colonia Pando, el veterano Celso Farías y Julio Aro frente a la cruz de Gabino, muerto el 28 de mayo de 1982 en Pradera del Ganso

Los meses pasaron. Aro, junto a los veteranos José Raschia y José Luis Capurro, creó la Fundación No Me Olvides de Mar del Plata para acompañar a los veteranos y a sus familias en los traumas de la guerra. Cuando ya concluía el año fueron invitados a Londres para reunirse con excombatientes ingleses de gran experiencia en estrés post traumático.

El destino hizo que se cruzara con el coronel Geoffrey Cardozo, que oficiaba de traductor ya que habla perfecto español. En sus largas conversaciones, Aro le contó sobre esas tumbas que lo desvelaban. El día que partían, el militar inglés les entregó un sobre de papel madera: “Ustedes van a saber qué hacer con esto”.

Los veteranos, sorprendidos, encontraron documentos, planos, fotos, listas de soldados ¿Qué eran esos documentos? En 1982 el Reino Unido le había encomendado a Cardozo la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles honorífica sepultura en el cementerio. Y ahora él les entregaba cada dato que había anotado y la forma en que los soldados habían sido encontrados y enterrados para que ellos pudieran comenzar la búsqueda.

 

Una tarde, revisando los documentos, encontraron un dato que les llamó la atención: en las listas como “identificación militar” figuraba un número de documento argentino. El soldado no estaba identificado y su cuerpo había sido hallado en Pradera del Ganso. El DNI los llevó hasta un nombre: Gabino Ruíz Díaz. Y el nombre hasta una provincia: Corrientes. “Ahí entendimos que la identificación era posible, que debajo de cada cruz había un cuerpo, y que nuestros compañeros podían recuperar los nombres que habían perdido el día que murieron en combate”, recuerda Julio Aro.

Les llevó semanas averiguar quién cobraba la pensión del soldado. No existían listas de deudos de Malvinas en ningún organismo oficial. Finalmente llegaron a la madre del caído: Elma Pelozo, de Colonia Pando.

Aro no dudó: se subió a un auto y fue a verla. Recorrió con el corazón en la boca los kilómetros de tierra, pozos y zanjas de un abandonado camino que llevaba hasta la casa en el paraje correntino. Elma, desde ese primer día, lo recibió como a un hijo.

Hubo horas de charla, mate, tortas fritas y lágrimas. La mujer le mostró la carta que su hijo le había enviado desde las islas. La apretada letra de Gabino, en esa amarillenta hoja, le decía: “Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la patria”.

“Cambacito sabía que no iba a volver”, reflexionó la mujer.


Elma Pelozo con la única foto de su hijo, en Colonia Pando

Luego le mostró la foto de su hijo, la única que se sacó en toda su vida. Se lo veía orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes. Y le contó que en 1997 había volado por primera vez a las islas para visitar el cementerio de Darwin en un viaje organizado por la Cruz Roja.

“Llevé una placa, pero caminé entre las cruces y no encontré a mi Cambacito. ¿Dónde tengo que poner este recordatorio?, me pregunté. Esperé sentir una señal y elegí una tumba al azar, porque ahí lo sentí cerca”.

Gabino Ruiz Díaz era un soldado no identificado, pero Julio sabía que ese número de documento le estaba señalando la cruz del caído. Entonces, con delicadeza le preguntó: “¿Querrías saber dónde está Gabino?”. Y esta madre le respondió lo mismo que su madre le había dicho un año antes: “Sí, yo querría buscarlo hasta el fin de mis días”.

Así, Elma Pelozo se convirtió en la primera madre que inició la causa de la identificación de los soldados de Malvinas. Julio Aro fue el impulsor -con el apoyo de esta periodista de Infobae, y la colaboración de Geoffrey Cardozo, el músico inglés Roger Waters y el Equipo Argentino de Antropología Forense- de un trabajo que concluyó en el Plan Proyecto Humanitario que desde 2017 permitió identificar 115 caídos de los 125 enterrados como Soldado Argentino Solo Conocido por Dios en el cementerio argentino.

Los años pasaron, la diabetes de Elma avanzó, tuvieron que amputarle las piernas y cuando los familiares de los soldados identificados viajaron a las islas en 2018 y 2019 -en dos viajes históricos solventado por Eduardo Eurnekian y Aeropuertos Argentina 2000- ella no pudo hacerlo por problemas de salud.

Julio Aro entonces le prometió que él movería cielo y tierra para llevarla hasta la cruz de Cambacito. Y así lo hizo.

Cadena solidaria para una madre

¿Cómo organizar el viaje de Elma hasta las islas? ¿En qué avión llevarla? ¿Se necesitaría un vuelo sanitario? ¿Cómo conseguir los fondos? Cientos eran las preguntas que se agolpaban en las cabezas de Aro y del veterano Celso Farías -su compañero durante la guerra y miembro de la Fundación No Me Olvides- cuando comenzaron a planear cada paso para concretar la promesa.


Elma había viajado por primera y única vez a las islas en 1997. La tumba de su hijo no estaba identificada y eligió una al azar. "Allí lo sentí", confesó. En este viaje supo que era la cruz que estaba al lado de donde su hijo descansa en Darwin

Una síntesis apretada de meses de idas y vueltas, estrés, trabajo, viajes, llamados telefónicos y cientos de reuniones para conseguir lo que parecía imposible, se podría resumir asÍ: la ayuda fundamental del embajador inglés Mark Kent; las videos conferencias con miembros del gobierno de las islas que se pusieron a disposición para honrar a la madre del caído; los trámites organizados por Harriet Beach, secretaria política de la embajada inglesa, y la ayuda de Robin Smith, agregado militar; la respuesta positiva al pedido de Aro del Jefe del Ejército General de Brigada Agustín Humberto Cejas de enviar un helicóptero para que la madre pueda ir desde Colonia Pando a Corrientes y así iniciar el primer tramo del viaje; el compromiso de Miguel Livi, dueño de la compañía Royal Class, que ofreció el avión solo por el costo operativo; los consejos sobre la mejor ruta para el vuelo de Roberto Curilovic, director de desarrollo de negocios de AA2000, veterano de la aviación naval y quien organizó los viajes anteriores de los familiares; la ayuda de la Fundación Banco Macro, Banco de la Provincia de Buenos Aires, Banco Ciudad y Ripsa Centro de cobros; la idea de la Cámara de cerveceros de Mar del Plata de crear la cerveza “No me Olvides” y donar todo lo recaudado para el viaje; el show a beneficio de Miraketres; el apoyo de Smata Mar del Plata y el Hotel Sasso; el compromiso de decenas de famosos con la campaña -desde Facundo Arana a Christian Sancho- junto a los cientos de particulares y familiares de caídos que colaboraron para que la madre pudiera finalmente orar frente a la tumba de su hijo en Darwin.

“El viaje de Elma fue muy importante. Qué bien que lo hemos logrado. Con el apoyo de muchas personas en Argentina y en las Islas. Mucho esfuerzo para lograr un hecho humanitario. Para que Elma tenga paz. Sigamos trabajando por lo humanitario”, sintetizó el embajador Kent en sus redes sociales cuando el sueño ya se había cumplido.

Flores de papel y un rosario

El miércoles 4 de marzo, fecha indicada para comenzar la travesía hacia las islas, Elma nos esperaba con tortas fritas recién hechas en su casita de Colonia Pando.

Allí, donde Gabino creció cosechando tabaco y sandías, recordó frente a Infobae el día que lo vio partir hacia la guerra: “La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. Se vino para la casa arriba de su tordillo negro para despedirse de los siete hermanos, hablar con su padre y darme un beso lleno de amor”.


Elma Pelozo frente al helicóptero del Ejército Argentino. Los oficiales de la Sección de Aviación 3 -el comandante Alexis Dubowik y su tripulación, el Mayor Luis Daniel Márquez, Subteniente Julián Ramírez y Cabo Primero Mauricio Senol- fueron los encargados de llevar a la madre desde Colonia Pando a Corrientes capital

Con el primer mate, siguió su relato, agregando detalles que conmueven: “Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: ‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con botones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Fue como un cumpleaños. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos”.



Entre recuerdos estaba Elma cuando el motor del helicóptero de la Sección de Aviación 3, rompió la paz del campo. El comandante Alexis Dubowik y su tripulación - Mayor Luis Daniel Márquez, Subteniente Julián Ramírez y Cabo Primero Mauricio Senol- habían aterrizado el Bell para llevarla hasta el aeropuerto de Corrientes donde la esperaba el avión de Royal Class para seguir la ruta a Mar del Plata, la primera escala antes de volar a Malvinas a la mañana siguiente.

Elma se había vestido como para una misa de domingo. Coqueta, eligió su suéter rojo, el saco bordó, la falda larga. Llevó en una bolsita un pequeño florero con flores azules de tela (a las islas no se pueden llevar naturales) que le dio su hija Antonia para dejar en la tumba de Gabino, y un rosario de madera para colgar en la cruz.


El avión de Royal Class listo para volar a las Malvinas. Elma y Julio Aro junto al comandante César Miranda y el copiloto Juan Poggi. Ambos aviadores llevaron una ofrenda para Gabino

El grupo elegido para viajar a las islas se acomodó en el helicóptero: Julio Aro, Celso Farías, Miguel Monforte -de la Fundación no me Olvides-, Liliana y Lucy -quienes cuidan a la madre en el campo-, y esta periodista de Infobae. En esta primera escala también se sumó Tania Aro, hija del veterano y quien acompaña a su padre en todos los trabajos por los caídos, veteranos y familiares de Malvinas.

Aterrizaje en Corrientes, recibimiento del Mayor Márquez, jefe de la Sección 3 (“Es lo menos que podemos hacer por la mamá de un soldado del Ejército que cumplió con su Juramento de ’si fuera necesario hasta perder la vida’"), una boina de los aviadores para Elma de recuerdo y el traslado hasta el avión LV CBK para cumplir con el plan.

La madre pasó la noche en Mar del Plata. Durante la cena detalló cómo fue el día en que los antropólogos del EAAF le dijeron que Cambacito había sido identificado: “Me trajeron un reloj y un pañuelito que habían encontrado junto a su cuerpito. El reloj se lo había regalado su papá. Yo creía que lo había perdido antes de la guerra. No estaba húmedo ni manchado. Y al verlo tan nuevito pensé que no podía haber estado tantos años enterrado, pero es el reloj de la joyería La Perla que su papá le compró. ¿Y el pañuelito? Debía ser de alguna novia, en ese entonces las chicas les daban uno a sus novios con su perfume para que las recordaran. Pero hoy tiene el olor del cuerpito de mi hijo”.

El vuelo a Malvinas

Son las seis de la mañana. La neblina no permite ver el mar desde la costa. “Arriba de las nubes el cielo está limpio”, tranquiliza un operario del aeropuerto de Mar del Plata. Las comunicaciones con las islas son constantes: hasta el día anterior los vientos eran tan fuertes que hicieron peligrar el viaje. “Yo oré toda la semana hasta llegar al día de hoy. Gabino nos ayudó con Dios. Todo va a estar bien, porque este es el día mas lindo de los últimos tiempos”, lanza Elma con una sonrisa antes de subir al avión de Royal Class. El piloto Aldo César Miranda y el copiloto Juan Poggi se acomodan en la cabina de la nave para 7 pasajeros. Se encienden los motores.


En dos horas y quince minutos el avión aterrizó en Mount Pleasant. Elma junto a Julio Aro, Celso Farías, Miguel Monforte -de la Fundación No Me Olvides-, y Liliana y Lucy, quienes cuidan a Elma en Corrientes

“El tiempo de vuelo será de dos horas y quince minutos y la temperatura en destino es de 9 grados”, anuncia el comandante. Cuando el sol pega fuerte en la ventanilla, Elma Pelozo dice: “Siento paz, estoy yendo a visitar a mi hijo”.

“Para mí no es un viaje más, es el viaje que le habíamos prometido al Negrito en el momento que supimos donde estaba su cuerpo -se emociona Julio Aro-. Fue Gabino quien nos abrió las puertas de este increíble proyecto humanitario de la identificación de nuestros compañeros. A lo largo de mi vida, y sobre todo después del regreso a las islas en 2008, intento formar una palabra de tres letras: PAZ. Con el transcurso del tiempo y de los proyectos, de haber armado la fundación, empezamos a conseguir la P, con la identificación de estos 115 compañeros teníamos la A y la Z , pero a esta última letra le faltaba una patita. Y es Elma la que nos ayudó a dibujar la Z completa. Hoy me siento en paz, con el deber cumplido, con la misión cumplida, con la promesa cumplida”.

De pronto, entre las nubes, las Malvinas se recortan en un mar intensamente azul. Es imposible no emocionarse. Como una caricia, el avión toca la pista de Mount Pleasant. La puerta se abre y el viento golpea fuerte. Una leve llovizna amenaza con una mañana gris.


Vestido con su uniforme de gala el brigadier Nick Sawyer, Comandante de las Fuerzas Británicas de las Islas del Atlántico Sur, recibe a Elma Pelozo

Dos funcionarios del aeropuerto nos esperan al pie de la escalerilla junto a Alex Mitham, vicegobernador de las islas. “Yo seré su guía y su chofer hasta Darwin. Les pido disculpas porque el camino es de ripio y puede no ser cómodo porque la camioneta salta un poco. Por favor háganme saber si la madre del soldado necesita algo”, dice amable.

Han organizado que dos empleados chilenos, Marcelo Díaz y Dayana Salas, oficien de traductores. “He pedido que cierren el cementerio para ustedes así la señora puede vivir tranquila y en la intimidad este momento”, continúa Mitham mientras maneja con el volante a la derecha como en el Reino Unido.

El viaje se hace en silencio. Son cuarenta minutos donde solo se ve una verde pradera y algunas ovejas. Mientras el bus avanza, el cielo se abre y el sol comienza a brillar con fuerza. “Es increíble, es el mejor día del año. El tiempo se arregló para ustedes”, asegura Díaz. “Ese fue mi hijo que está con Dios y nos ayudó”, asegura Elma.

Un pequeño cartel dice “Argentine Cemetery” y dos soldados, que aguardan firmes en la primera tranquera que lleva al camposanto, hacen la venia cuando la camioneta pasa por el camino.

La cruz mayor de Darwin se recorta en el cielo. “Gabino, ya llegamos”, dice Elma.

Honor y lágrimas para un soldado argentino

Vestido con su uniforme de gala el brigadier Nick Sawyer, Comandante de las Fuerzas Británicas de las Islas del Atlántico Sur, recibe a Elma Pelozo. La madre le toma las dos manos. El militar que fue miembro de la Artillería Real en los Balcanes, Irak, Afganistán, Chipre y Congo, fue condecorado en Kosovo, recibió la Medalla de la Orden al Mérito en Estonia y fue agregado de Defensa en las crisis de Crimea y Ucrania, está visiblemente conmovido frente a la madre argentina. “Es un honor recibirla”, murmura.

La comitiva está integrada, además, por la secretaria del comando Clare Pilkington, el ayudante de campo Lindsay-Bayley, la oficial de enlace Ailsa Crichton y el padre y teniente de aviación Adrien Klos.

Han dispuesto una carpa de campaña con té, café, galletitas y refrigerios para el grupo. Anuncian que hay una pequeña ceremonia preparada para Elma y su hijo. Frente a la gran cruz está la guardia de honor esperando a la madre del caído argentino.

“Quiero ir primero hasta su cruz”, pide Elma. Julio Aro empuja la silla de ruedas hasta la parcela donde descansa Gabino Ruiz Díaz. No hay sorpresa cuando ella descubre que la tumba de su hijo está al lado de la que eligió en 1997: “Yo lo sentí cerca aquella vez y así lo siento hoy”.


”Yo he derramado una lágrima cada día desde que él no está. Cuando le hablo a la foto de mi hijo, cuando llegan los cumpleaños y Cambacito falta. Por eso hoy no voy a llorarlas todas juntas. Las lágrimas han salido durante muchos años”, dijo frente a la cruz

Como en un monólogo dictado por el corazón, la madre del héroe correntino habla mientras acaricia la cruz:

”Yo he derramado una lágrima cada día desde que él no está. Cuando le hablo a la foto de mi hijo, cuando llegan los cumpleaños y Cambacito falta. Por eso hoy no voy a llorarlas todas juntas. Las lágrimas han salido durante muchos años”.

“Cambacito me dijo lo que iba a pasar, me preparó para este momento, sabía que no iba a volver de la guerra. Y me pidió que no lo llorara, que había jurado por Dios y por la Patria dar la vida por esta tierra”.

“Él está todos los días conmigo, en mi vida y en mi corazón. ¿Saben? Era un chico bueno, lindo, educado y trabajador. Una madre no se olvida, las heridas están siempre, no se cicatrizan. Soy una mamá orgullosa de mi hijo por lo que era y por lo que sigue siendo”.


Rompiendo el rígido protocolo militar, los militares ingleses se fotografiaron con Elma antes de la despedida

El padre Klos se acerca y le dice: “Su hijo está con Dios, está en la Gloria y descansa en Paz”. Elma le besa las manos.

Ahora todos en una pequeña procesión caminamos hacia la gran cruz. Se escucha la voz de mando del suboficial Henderson. Los guardias de honor levantan sus armas, golpean sus talones, se ponen en posición firme. Comienza la ceremonia.

“Agita tu poder, Oh Dios, y ven entre nosotros. Cura nuestras heridas, calma nuestros miedos y danos paz”, reza el sacerdote. El cabo Cousins lee en español la palabra de Dios. Elma Pelozo, ora frente al cenotafio.

“Agradezco tanto sus palabras. Ustedes me honran y soy solo una madre. Ahora tengo la tranquilidad de saber que su cuerpito esta ahí, pero faltan otros hermanitos para identificar así que hay que seguir”, dice con humildad.

Las largas notas de la trompeta, como un lamento, traen el recuerdo de los muertos en la guerra. Entonces, aparecen las lágrimas.

martes, 18 de febrero de 2020

Elma Pelozo quiere ver la tumba de su hijo caído en Goose Green: Podemos colaborar

Es la madre de un soldado de Malvinas y aún no pudo visitar la tumba de su hijo: “Necesito despedirlo frente a su cruz”

Elma Pelozo, mamá de Gabino Ruiz Díaz, nunca pudo honrar a su hijo en la tumba recientemente identificada por un grave problema de salud. Hoy los médicos la autorizan a ir a las islas. La Fundación No Me Olvides lanzó una campaña para que pueda volar en un avión sanitario. Su hijo fue clave en la identificación de los cuerpos en Darwin
Por Gaby Cociffi || Infobae
Directora Editorial de Infobae | gcociffi@infobae.com



Elma Pelozo es la madre del soldado Gabino Ruiz Diaz, muerto en la batalla de Goose Green, el 28 de mayo de 1982. Desde Colonia Pando, un paraje en Corrientes, sueña con viajar a la islas para honrar a su hijo

“Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la Patria”.

La apretada letra de Gabino Ruiz Díaz, en la amarillenta hoja de encotel –Empresa Nacional de Correos y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las Islas Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor. “'Cambacito' sabe que no va a volver”, se dijo Elma Pelozo (hoy 80), sentada en la cocina de su casita de adobe y chapa, en Colonia Pando, a 140 kilómetros de la ciudad de Corrientes.

“Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo haré por mi Patria”, estiró las palabras para llenar el renglón con su caligrafía infantil en aquel lejano 1982.

En soledad Elma dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con el repasador. No quería que su familia la vea triste. Su Cambacito (“por negrito”, aclara) estaba en Malvinas y se había transformado en el orgullo de la humilde colonia donde cosechaban tabaco y sandías.

A su memoria regresan todas las imágenes del día en que su hijo se fue a la guerra para siempre.

“La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del ’82. Se vino para la casa arriba de su tordillo negro para despedirse de los hermanos, hablar con su padre y darme un beso lleno de amor”, recuerda y busca la única foto que Gabino se sacó en toda su vida. Gastada por los años, con los colores apagados por el paso del tiempo, allí se lo ve, con solo 19 años, posando orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el servicio militar. Serio y firme en su camisa blanca, el pantalón y el corbatín caquis, el birrete con el escudo nacional apenas ladeado hacia la derecha, luce con honor su vestimenta de soldado.

La muerte al grito de sapucay

Elma acaricia la foto de su hijo. “En ese entonces éramos una familia feliz”, suspira. Casi 38 años después, esa familia ya no es la misma. Su marido, don Gabino, murió en 2011 luego de una penosa enfermedad que lo tuvo postrado durante una década. Pero ella encuentra otra explicación para el sufrimiento del único hombre que amó, que va mucho más allá de la medicina: “Empezó a apagarse el día en que le dijeron que su hijo estaba desaparecido en la guerra, que ya no volvería”.

Los recuerdos -entre mates y pastelitos de queso y dulce caseros- se cuelan por todos los rincones de esta casa que, gracias al dinero que recibieron de la pensión por el hijo muerto, tiene cielorraso, machimbre, cerámicos y ladrillos.


"Hicimos una cena para despedirlo. Fue como un cumpleaños.A la mañana siguiente ensilló el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en la cocina, callada y triste. Y vino y me abrazó”, recordó Elma el último día que vio a su hijo


Elma relee aquella carta y llora en silencio. “Yo lucharé por mi Patria”, escribió Cambacito pocos días antes de morir en la cruenta batalla de Goose Green, el 28 de mayo de 1982. Llevaban días enfrentando al Segundo Batallón de Paracaidista británico cuando el joven correntino saltó de su trinchera y al grito de sapucay “les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos en el pozo”, recordó frente a Infobae Ramón Alegre, compañero en el Regimiento 12.

Mi hijo se fue a la guerra

Fue en el tiempo de Pascuas de Resurrección cuando Gabino se despidió de su familia."Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: ‘Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva fruta’. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con botones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Fue como un cumpleaños. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos", recuerda Elma cada detalle con una precisión que conmueve.


La única foto que Gabino se sacó en su corta vida de 19 años: orgulloso en su uniforme del regimiento 12 de Corrientes

“A la mañana siguiente ensilló el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en la cocina, callada y triste. Y vino y me abrazó”, cuenta. Antes de partir habló a solas con su padre, a quien siempre había obedecido sin cuestionar una sola de sus palabras, y cargó un pequeño bolso con todas sus pertenencias: un pantalón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampado en colorado y negro que usaba para los bailes, su pulóver azul y las botas del uniforme recién lustradas.

“Lo vi irse por ese camino. La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tanto se daba vuelta y saludaba con la mano”, relata con angustia. En ese entonces Elma no sabía que su hijo se iba a la guerra. “Nadie del Regimiento llamó para decirme que se iban a las islas. Y tendrían que haberlo hecho…. Seguro que ahora Galtieri está pagando en el infierno porque dejó morir a nuestros chicos y enlutó la Argentina”, finaliza con la voz quebrada.

Desaparecido en acción

Los mates siguen de mano en mano mientras cae la tarde. Elma, entrañable y cariñosa, casi susurrando confiesa: “Mi hijo murió en las Malvinas, pero vino a casa esa noche a despedirse”. Y relata que una mañana de mayo del 82′ se fue caminando por el baldío hacia la casa de su madre. Doña Lucía estaba angustiada y la recibió con una frase que sería premonitoria: “Tu hijo no va a volver”. Ella la cortó con dureza: “¡Cállese mamá! No hable de eso que de usted no depende”.

Esa noche se quedó a dormir en la cama que su hijo había usado desde los diez años, allí en la casa de la abuela. “Y sentí que Gabino vino, se acostó a mi lado y me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpito”, murmura. Era la madrugada del 28 de mayo de 1982, la misma fecha en la que su hijo cayó peleando en la batalla de Pradera del Ganso.

“Hoy sé que me visitó para despedirse. Yo sentí el calor de mi hijo que no quería irse sin decirme adiós”, cuenta.


La batalla en Pradera del Ganso. Fue la primera batalla terrestre que libraron ambos contendientes luego de que las fuerzas británicas desembarcadas consolidaran su cabecera de playa en San Carlos

Y un día la guerra terminó. Los soldados volvieron al Continente. Los llevaron en trenes y camiones a sus pueblos. Pero Cambacito no regresó. Desesperada, Elma llegó jadeando al Regimiento: “¿Dónde está mi hijo?”, imploró. “El soldado Gabino Ruiz Díaz está desaparecido”, informaron los oficiales a cargo. Elma se quebró: “¿Desaparecido? ¿Dónde? ¿Va a volver? ¿Alguien lo vio?”. La única respuesta que obtuvo fue el silencio.

Mucho tiempo después de la guerra, tanto que ya no recuerda, le entregaron en la Municipalidad un sobre certificado con el remitente del Regimiento de Mercedes. En el mismo instante en que lo abrió, se desvanecieron todas sus esperanzas: “Esperé hasta el último momento que Gabino un día golpeara la puerta y regresara a casa. Figuraba como ‘desaparecido’ y eso me daba esperanzas. Pero en esa carta me vino la medallita de identificación. Tenía su nombre y su número de documento. Era una chapita de zinc, partida al medio, y estaba manchada de sangre seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería”.

En unas islas lejanas

Durante años nadie volvió a hablar de Cambacito en la casa. Como si el silencio, el no nombrarlo, pudiera tapar el dolor de la ausencia. “Tenía algo atragantado en la garganta, se me hacía un nudo y se me atoraban las palabras”, asegura. En 1997 pudo viajar a Malvinas por primera vez. En el cementerio de Darwin recorrió las 237 cruces blancas, sin derramar una sola lágrima. “Allí sentí que estaba cumpliendo con lo que él me había pedido en sueños: no llorarlo en el lugar que sufrió y murió”.

Se abrazó a la placa que había llevado, y en la que había grabado su nombre, y caminó entre las tumbas. Ninguna cruz tenía el nombre de su hijo. “¿Dónde tengo que poner este recordatorio?”, se preguntó. “Esperaba sentir algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que debía apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hijo me dijera: ‘Estoy acá, mami’. Entonces me arrodillé, dejé la placa y le recé”, recuerda.

Elma no pudo, en ese primer viaje, honrar a su hijo en una tumba con nombre. Durante casi cuatro décadas el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 122 caídos, no estaba identificado. Su cruz rezaba simplemente: “Soldado argentino solo conocido por Dios”


Cementerio de Darwin

En 2017 los restos de Gabino fueron identificados gracias al Plan Proyecto Humanitario, luego de un acuerdo entre la Argentina y el Reino Unido. Con el trabajo de la Cruz Roja Internacional y del Equipo Argentino de Antropología Forense se supo finalmente que Gabino descansa en la parcela A, fila 2, tumba 15. Pero Elma nunca pudo visitarla.

La causa para devolverle el nombre a los caídos en Malvinas fue impulsada desde 2008 por el veterano Julio Aro -con el apoyo de esta periodista, Roger Waters y el coronel inglés Geoffrey Cardozo- luego de volar a las islas para cerrar su propia historia de guerra. Al visitar el cementerio quedó conmovido por las placas sin nombres ¿Dónde estaban sus compañeros? ¿Dónde estaban los que allí habían quedado?

Ese mismo año Aro creó la Fundación No me Olvides en Mar del Plata, y viajó -junto a José Raschia y José Luis Capurro, ex combatientes- a Londres para reunirse con veteranos ingleses de gran experiencia en la post guerra. El destino quiso que se cruzara con el coronel Cardozo, que oficiaba de traductor y en 1982 había sido enviado a las islas con la difícil tarea de recoger los cuerpos de los campos de batalla y darles honorífica sepultura en el cementerio. El militar británico les entregó su gran informe sobre las sepulturas de los argentinos en Darwin: “Ustedes van a saber qué hacer con esto”.

Las listas mostraban números, ubicaciones en el cementerio, detalles de dónde fueron las batallas y dónde se habían encontrado los muertos. En una columna aparecía un número: 16404614. Era el documento de Gabino. Aro recuerda: “Averiguamos que su mamá vivía en San Roque y fuimos a visitarla. Si había una posibilidad de hallar a su hijo ella debía saberlo”. Cuando llegaron al paraje correntino, Elma Pelozo no dudó: “Por favor, encuentren a mi hijo”.

La campaña por Elma

El pedido de esa madre fue el puntapié inicial que concluyó en el Plan Proyecto Humanitario. Fue la aguja que comenzó tejer esta historia que terminó con -hasta hoy- 115 soldados identificados.

Los familiares de estos soldados realizaron dos vuelos históricos a las islas, en 2018 y 2019. Los viajes humanitarios fueron organizados en toda su dimensión por Eduardo Eurnekian y Aeropuertos Argentina 2000. Pero Elma no pudo viajar. Por esos años su diabetes se había agravado y tuvieron que amputarle las piernas. Roberto Curilovic -director de desarrollo de nuevos negocios de AA2000, veterano de guerra y fundamental en la organización de estos vuelos- ofreció siempre un lugar para ella, pero los médicos no aconsejaron que hiciera la travesía.

Hoy, los doctores le han dicho que lo más difícil ya pasó, que puede volar. Julio Aro -quien siente a Elma como a una madre, y ella lo llama “hijo”- decidió entonces lanzar una campaña para que finalmente pueda despedir a Gabino frente a la blanca cruz en Malvinas.

 
Elma Pelozo y el veterano Julio Aro, impulsor de la identificación de los caídos y quien hoy encabeza la campaña para que esta madre pueda visitar la tumba de su hijo por primera vez desde que fue identificada

“Necesitamos un avión sanitario por su tema de salud -explica Aro-. El Ejército Argentino nos facilitó un helicóptero que la llevará desde Colonia Pando al aeropuerto de Corrientes. Y de allí organizaremos el vuelo. El embajador inglés Mark Kent nos ayudó con todos los trámites en las islas. La compañía Royal Class de vuelos privados, a través de su dueño Miguel Livi, nos ofreció cobrar solamente el costo operativo del viaje. El veterano Celso Farías, colabora incansablemente... Necesitamos dinero para cubrir esos gastos y todos los costos en las islas. Muchas fundaciones nos están ayudando y todo aporte -sea difundiendo la historia, sea con un peso- es importante. Estamos muy agradecidos y solo queremos que Elma pueda visitar la tumba de su hijo”.

En el patio de la casa de Elma Pelozo hay un árbol florido. La madre lo señala y cuenta: “Cuando Cambacito estaba en las Malvinas yo miraba este árbol y pensaba que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. Entonces, yo elegía una flor cada día y se la dedicaba a Nuestro Padre celestial pensando que quizá así no se llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino, hija, nadie”.

″Saber donde está el cuerpo de Cambacito me trajo paz -dice la madre-. Sueño con poder despedirlo frente a su cruz. Rezarle una oración a Dios para que lo tenga a su lado y me lo cuide en el Cielo. Y dejarle una flor. Será una de tela, como piden en las islas, pero no importa: es una flor que yo sueño ofrendarle desde que la guerra me lo quitó".

Cómo colaborar: A través de la página de la Fundación No Me Olvides, o bien con un depósito a la cuenta del Banco Provincia: Titular: Fundación No Me Olvides / No. de cuenta: 6189-50720/4 /CBU: 0140401601618905072049

jueves, 28 de noviembre de 2019

Biografía: Los últimos días de la Thatcher

Los sombríos días finales de Margaret Thatcher: entre el afecto de la reina Isabel II y las afrentas de sus hijos 

Charles Moore cerró su trilogía sobre la ex primera ministra británica con “Herself Alone”, libro en el que revela el buen trato excepcional que dio la monarca a la política conservadora, mientras sus hijos intentaban aprovechar la “marca Thatcher” y traicionaban el secreto de su enfermedad


Infobae

 
Margaret Thatcher murió en 2013 luego de sucesivos honores de Isabel II y dolorida por el arresto de su hijo en Sudáfrica y la traición de su hija, que reveló su demencia senil. (Reuters)

Una mujer más acostumbrada al poder que a la vida, una amiga buena y leal de sus amigos, una madre atormentada por sus hijos, una personalidad enorme corroída por la demencia senil: esas son las imágenes principales que deja el tercer y último tomo de la monumental biografía de Margaret Thatcher que escribió Charles Moore. Después de From Grantham to the Falklands y Everything She Wants, este volumen, Herself Alone abre con la elección de 1987 en la cual la primera ministra se confirmó en el poder que ejercía desde 1979, por una mayoría abrumadora sólo comparable con el odio abrumador que también despertaba en el Reino Unido.

Pero poco después, por obra de sus propios pares conservadores —"una conspiración de tories", definió, sin ambages, Moore— Thatcher fue forzada a la renuncia. De un día para el otro lo perdió todo. Y se encontró vacía, “a solas consigo misma”, como describe el título del libro de casi 1.000 páginas. Sin saber qué hacer. Sin dinero en el banco. Sin entender cómo funcionaban el contestador telefónico y otros gadgets que se habían popularizado mientras ella había tenido secretarios y asistentes que amortiguaban su roce con lo banal cotidiano.

El libro parece llegar para corregir todo lo que se daba por cierto sobre su presunta mala relación con Isabel II: en realidad, la reina surge como uno de los personajes más amables con Thatcher en este tramo final, que va desde la cima que tan perfectamente sintetiza la foto de la portada, sacada por el fotógrafo de estrellas Helmut Newton, hasta el retrato de una anciana desarticulada que Meryl Streep hizo en La dama de hierro.

 
Aunque se habló mucho sobre la rivalidad entre Thatcher e Isabel II, este nuevo libro muestra una relación afectuosa. (AP)

A diferencia del historiador Ben Pimlott, quien describió en su biografía La reina que Isabel II se sentía “profundamente incómoda con los excesos” del gobierno de Margaret Thatcher, por ejemplo su inflexibilidad ante la famosa huelga minera de 1984, Moore cree que las rivalidades entre las dos mujeres se fueron suavizando durante los casi 11 años de gobierno de la primera ministra, y más aún después. Ninguna de las dos habló nunca sobre la otra; Thatcher apenas mencionó en sus memorias, como “muy profesionales”, sus encuentros semanales con la monarca en el palacio de Buckingham.

“Su problema con la reina era la clase social”, sintetizó el biógrafo, quien ciertamente no los tiene: estudió en Eton y en Trinity College, Cambridge, y dirigió los medios principales del conservadurismo británico: The Spectator, The Sunday Telegraph y The Daily Telegraph.

Thatcher era de clase baja y monárquica: en general se sentía incómoda en presencia de la reina pero su deferencia era tal, siempre tan temerosa de hacer el gesto equivocado o decir una palabra de más, que la propia Isabel II la encontraba casi condescendiente. Thatcher era impaciente y combativa, la reina no; ignoraba todo sobre el ocio de las clases altas, y según escribió Andrew Marr en The Real Elizabeth, la reina llegó a burlarse de eso: “La señora Thatcher sólo camina por la carretera”, respondió cuando un auxiliar en Balmoral le preguntó si la primera ministra iría a una excursión en la montaña.

 
La madre de Isabel II, la Reina Madre, fue desde el primer momento de la elección de Thatcher "una fanática apasionada" de la primera ministra. (James Gray/Daily Mail/Shutterstock)


De la familia real, la única que realmente quiso a Thatcher fue la Reina Madre, “una fanática apasionada” según Moore. Pero a pesar de que a Isabel II podrían haberle irritado inicialmente todos los esfuerzos de Thatcher por encajar, como usar el “nosotros” al hablar (lo cual es un privilegio de la corona) y vestirse de una manera inquietantemente parecida a ella, la monarca decidió cambiar las normas de la Orden de la Jarretera, la más antigua del reino, exclusiva para varones, a fin de poder entregársela a la primera ministra.

Isabel II y el escandaloso John Profumo

Margaret Thatcher salió extrañamente conmovida de la audiencia —una formalidad— en la que comunicó a Isabel II que renunciaba como primera ministra del Reino Unido, donde se había mantenido una década. Una de las damas de la reina debió ayudarla a bajar la escalera y apenas entró a Downing Street 10, corrió hacia el apartamento en el piso superior y se encerró a llorar en el baño. “Duele más cuando la gente es amable. ¡La reina ha sido tan amable conmigo!”, le dijo a su histórica secretaria privada, Cynthia Crawford, Crawfie.

“Se había señalado que la reina quería ‘darle algo’, lo cual significa alguna clase de honor. Como entre los planes inmediatos de Thatcher no estaba dejar la Cámara de los Comunes, no querría, por el momento, un título”, recordó Moore. Más adelante se pensaría en el título de barón para el marido, Denis, que la haría baronesa y sería hereditario, como ella quería, pues tenía una debilidad no correspondida por su hijo varón, Mark. Pero en el momento de su salida la reina decidió que, mientras eso sucedía, le daría un honor: la Orden al Mérito, que habían recibido sólo cinco mujeres en el casi siglo de su historia, entre ellas Florence Nightingale y (de manera honorífica) la Madre Teresa. Isabel II se lo anunció el 28 de noviembre de 1990, su último día como primera ministra.

 

En abril de 1995 recibió la Orden de la Jarretera, la orden de caballería más importante del Reino Unido, fundada en 1348 por el rey Eduardo III. “En 1987 la reina había cambiado las reglas para que, por primera vez, a la única orden religiosa que había sobrevivido a la Reforma pudieran sumarse mujeres que no pertenecieran a la nobleza", escribió Moore. La Reina Madre primero se resistió al cambio, pero cuando supo que su hija deseaba otorgarle la Jarretera a Thatcher pasó al equipo de los impulsores de la novedad.

“La reina también honró al Lady Thatcher al aceptar asistir a la comida en honor a su cumpleaños 70, que se realizó en el Claridge’s", contó el biógrafo el episodio que ilustra mejor hasta qué punto la relación entre las mujeres era distinta de lo que se ha creído. “No había hecho algo así por ninguno de sus anteriores primeros ministros”.

Y esa ocasión tenía una particularidad, muy polémica. A la fiesta también asistió John Profumo, el conservador caído en desgracia en 1963, cuando era ministro de Defensa, y que arrastró en un escándalo de sexo y política al gobierno completo del primer ministro Harold Macmillan.


John Profumo, el conservador que ocupó el centro del mayor escándalo de sexo y política en el Reino Unido. (Nils Jorgensen/Shutterstock)

Profumo tenía 46 años y estaba casado cuando conoció a Christine Keeler, una modelo de 19, que frecuentaba, con otras mujeres jóvenes y bellas, los ambientes del poder llevada por un amante, Stephen Ward. Loco por la muchacha, Profumo no tomó las mínimas medidas de seguridad y se zambulló en el affair. Cuando se enteró que Keeler también tenía otro amante además de Ward, Yevgeny Ivanov, que tenía la inconveniente profesión de espía como agregado naval de la embajada soviética, también lo supo el país entero. El caso causó la caída del gobierno conservador y el suicidio de Ward.

“Lady Thatcher había insistido en invitar a John Profumo” al Claridge’s. “Luego de mentir ante la Cámara de los Comunes sobre su romance con Christine Keeler”, historió, el conservador “había dedicado su vida a las obras de beneficencia”. Entre los políticos que siguieron siendo sus amigos se contaba Thatcher, que lo admiraba por el nuevo rumbo que había dado a su vida. “Quería ayudar a su rehabilitación tardía”.

No sólo la reina asistió al cumpleaños número 70 de Thatcher a pesar de la presencia del político nefando, escribió Moore: "Lady Thatcher sintió mucho gusto porque la reina invitó a Profumo a sentarse a su lado durante la cena”.

 
Margaret Thatcher junto a su amigo John Profumo (izq.) y Bill Deedes al lado de Dennis Thatcher, en 2003. (Coleccion privada/Herself Alone)

La lealtad de Thatcher por ese amigo llegó a involucrar a su familia. Su esposo, Denis Thatcher, era amigo del matrimonio Foreman, Ken y Mandy Foreman. El nombre de soltera de ella, Mandy Rice-Davies, también había estado en los diarios en 1963: “Junto con Christine Keeler, Rice-Davies había sido una de las dos mujeres principales en el escándalo Profumo y había mantenido relaciones con varios de los hombres involucrados, pero no Profumo", señaló el libro. En una ocasión, cuando Margaret invitó a Profumo a una fiesta de navidad, debió explicarle a Mandy:

—Me da vergüenza decirte esto, pero Margaret es muy amiga de Profumo y él va a estar.

—Bueno, yo nunca lo conocí —respondió ella. Pero prefirió quedarse en su casa y sólo su esposo, Ken, fue a la fiesta.

La reina del brazo de Lady Thatcher

Isabel II también asistió al cumpleaños 80 de Thatcher, en el Hyde Park Hotel (hoy Mandarin Oriental). “El encuentro fue un gran buffet, lo cual le permitió a la reina circular con Lady Thatcher a su lado. Las dos viejas damas parecían cómodas juntas: dos abuelas que pasaban un buen rato", escribió Moore. Todos los medios del momento destacaron lo inusual de la ocasión: la reina, del brazo de su ex primera ministra, departió amablemente con los demás invitados.

 
Thatcher recibe a la reina Isabel II en su fiesta de cumpleaños 80. (PA/TopFoto/Herself Alone)

Llegó la hora de los discursos. La reina los escuchó con paciencia educada. Al terminar, le dijo a Thatcher:

—Me temo que ahora debo marcharme.

—¡Qué buena idea! —respondió la homenajeada, que ya sentía las señales de su salud debilitada—. Creo que yo también me iré!

—¡Claro que no! —le dijo la reina—. Es tu fiesta.

Con su habitual temor a equivocarse, Thatcher le hizo caso.

Pocos años después, cuando ya la ex primera ministra estaba muy enferma, Isabel II manifestó que le gustaría asistir a su funeral en caso de poder hacerlo. “El único de sus primeros ministros al que le había brindado ese privilegio había sido Winston Churchill", destacó Moore.

Por entonces hasta la propia Thatcher hablaba de los preparativos para el día de su muerte. Pero “la expectativa de la presencia de la reina cambió las actitudes”. Algunos especularon con un funeral estado; por fin se acordó un funeral ceremonial, apenas un peldaño más abajo pero menos controversial: no requería una moción de la Cámara de los Comunes. Considerando que algunos de los carteles de los manifestantes que se acercarían a las exequias dirían “¡Púdrete en el infierno!” y “Murió la bruja”, evitar la discusión política fue una decisión razonable.

 
Isabel II y el príncipe Felipe encabezaron el funeral de Margaret Thatcher, al que asistieron 2000 personas, entre ellos Dick Cheney y Henry Kissinger. (AFP)

Margaret Thatcher murió el 8 de abril de 2013 en una habitación del hotel Ritz, invitada por los dueños desde su última internación —además de las isquemias que afectaban su cerebro, tenía cáncer de vejiga— después de la navidad de 2012. “El funeral se realizó el 17 de abril de 2013 en la capilla del Parlamento, y se anunció que la reina asistiría”, recordó el libro. Durante la ceremonia estuvieron unas 2000 personas, encabezadas por la reina y el duque de Edinburgo; entre los visitantes se contaron F. W. de Klerk, Dick Cheney y Henry Kissinger.

Cuando el ataúd salió del templo, alguien pidió tres vivas para Thatcher; al tope de la escalera, la reina se quedó mirando el espectáculo. “El obispo Chartres, detrás de ella, quedó impresionado por su ‘inmovilidad hierática’ mientras observaba la despedida señorial de su octava primera ministra".

La terrible relación con sus hijos mellizos

A pesar de sus orígenes humildes, Thatcher parece haber aprendido con menos dificultad cómo vincularse con la alteza máxima que con sus propios hijos. Mark y Carol nacieron por cesárea seis semanas antes de tiempo, justo cuando su madre se convirtió en abogada. Siempre se llevaron mejor con el padre, Denis, que con ella.

 
Denis Thatcher celebra la victoria de su esposa, Margaret Thatcher, junto al hijo de ambos, Mark. (Clive Limpkin/Daily Mail/Shutterstock)

Mark se casó con la hija del dueño de una empresa automovilística y durante un tiempo participó en el rally París-Dakar. En una ocasión, con la piloto Charlotte Verney y un mecánico, se perdió en el Sahara. Seis días más tarde los encontró un avión del ejército argentino y, lejos de la gratitud, Mark mostró la irritabilidad que lo caracterizaría durante el gobierno de su madre.

“Era un malcriado que se comportaba realmente mal”, citó Herself Alone a dijo un funcionario estadounidense superior que lo trató. “Explotaba la posición de su madre.” Como si el primer ministro fuera él, hacía escándalos si no lo ubicaban en la mesa principal de un evento, presentaba “toda clase de objeciones” y en general ”era extremadamente difícil".

Moore recordó que “The Observer denunció la participación de Mark en un polémico contrato de construcción en Oman”; también The Guardian publicó en su tiempo el testimonio de dos personas que lo acusaron de haber cobrado “una comisión millonaria” por un contrato que su madre firmó con Arabia Saudita en 1985. Si bien Margaret Thatcher debió auxiliar a su hijo en más de una ocasión por sus problemas financieros, se estima que Sir Mark —heredó el título de barón a la muerte de su padre— acumuló unos £ 60 millones. Desde 1986, para cambiar su domicilio fiscal, dejó de residir en el Reino Unido.

 
Carol, la otra hija de Margaret Thatcher, es periodista.

La política poderosa “también tenía dificultades con Carol”, siguió Moore. "Lady Thatcher tendía más a ser indulgente con los hombres que con las mujeres. Aunque ella fue ferozmente leal a su hija en su carrera de periodista —nunca perdonó a Max Hastings por haberla despedido del Daily Telegraph— ella deseaba que Carol pudiera de algún modo ser una persona diferente: más elegante, menos casual, alguien que pudiera asentarse, casarse y tener hijos. Desde luego, Carol se molestaba por ese deseo más bien fútil de su madre de cambiarla. En ocasiones llegó a decir, como una adolescente: ‘Odio a mi madre’”.

Carol se volvió famosa y participó en realities como I’m a Celebrity… Get Me Out of Here! y Most Haunted. Hizo un libro sobre su padre, otro sobre el ascenso político de su madre y un documental sobre la guerra de Malvinas, Mummy’s War, que la llevó a enfrentar en Argentina a las madres de soldados muertos: “Estábamos en guerra”, les dijo; “nosotros ganamos, ustedes perdieron”. Pero quizá la máxima falta de consideración de Carol Thatcher haya sido el libro que publicó poco antes de la muerte de su madre, en el que detalló su decadencia mental.

“Mark está arruinándote la vida”

“Mark, quien había regresado a Gran Bretaña desde los Estados Unidos apenas su madre lo llamó para decirle que renunciaba, apareció para ayudar. ‘Vio la oportunidad de manejar la vida de su madre’ recordó Amanda Ponsonby. ‘Tenía buena intención, pero no era el mejor organizador’”, citó Moore. Y así, mientras Carol “mantenía la distancia”, el intentó montar una oficina y crear una Fundación Thatcher. “Si algún miembro de la familia tuvo poder en esa situación, fue Mark".


 
Cuando debió dejar el poder abruptamente, Thatcher quedó por completo desorientada. (Monty Fresco/Daily Mail/Shutterstock)

—Dios mío, todo ha terminado —le dijo la secretaria de su madre, Crawford, al verlo.

—No, Crawfie —respondió Mark—. Esto apenas empieza.

Desde su perspectiva, “él ejercitaba la responsabilidad de un hijo sobre sus padres y rescataba a su madre, a quien describía como ‘extremadamente dubitativa y deprimida debido a los hechos recientes’”, siguió el libro. “Cada tanto caía desde los Estados Unidos, lleno de ideas y ansioso por capitalizar la ‘marca’ Thatcher”. Pero en la práctica funcionaba como un portero que administraba el acceso a su madre, sin poder lograr organizar mucho. Los colaboradores de ella lo describieron como alguien que “no era un buen compañero” y "no informaba a nadie sobre sus conversaciones y actividades”.

La puesta en marcha de la fundación marcó un límite. El personal de la oficina de su madre se quejaba: “Las intervenciones de Mark Thatcher eran cada vez más difíciles de administrar”. El ex embajador americano en Londres, Walter Annenberg, quien era amigo de la ex primera ministra, y un hombre rico, “en privado le manifestó que ella no lograría recaudar dinero para la Fundación Thatcher que se proponía hacer en tanto Mark estuviera involucrado”. Los potenciales patrocinadores del emprendimiento “pensaban que debía gestionarse con objetivos estrictamente filantrópicos” y que no debía estar a cargo de “alguien que que sólo podía, por razones impositivas, estar en Gran Bretaña por 90 días al año”.



 
Los Thatcher acompañados por su hijo Mark. (Shutterstock)

Algunos comentarios se filtraron al Sunday Times, que publicó: “‘Mark está arruinándote la vida’, los amigos le dicen a Thatcher”.

Pocas horas antes de hacer el anuncio oficial de la fundación, un control interno descubrió que “Mark había apresurado el desarrollo del proyecto sin cumplir con los requisitos legales y financieros para que fuera sin fines de lucro”; poco después la Comisión de Beneficencia le negó el estatus caritativo porque la fundación “realizaba demasiada obra política”. Julian Seymour, encargado del equipo de Thatcher desde 1991, tomó las riendas del asunto.

Mark también intentó intervenir en el contrato por las memorias de su madre. Primero “quiso hundir las negociaciones, porque pensaba que podía sacarle más dinero a Robert Maxwell (incluida, según se dice, una comisión de intermediario de USD 1 millón para sí mismo)”; el Sunday Times, de otro interesado, Rupert Murdoch, lo denunció, y el libro quedó en la nada. Un agente literario estadounidense intervino y consiguió un contrato con HarperCollins, que se estimó en su momento en unos £ 6 millones, por los volúmenes que serían Los años de Downing Street y El camino hacia el poder.

Mark detenido en Sudáfrica


 
Margaret Thatcher publicó en vida dos tomos de memorias y una colección de documentos. (Reuters)

A su manera, Mark quería a su madre, pero la relación era muy tensa. Cada vez que la visitaba los asistentes de Thatcher notaban “un aumento agudo en sus niveles de ansiedad”. Él, impulsado a “compensar su ausencia”, hacía cambios sin consultarla, como sacar de las ventanas las macetas con flores. “En algunas ocasiones se le escuchó gritar a su madre, quien nunca había sido buena a la hora de ponerle límites", describió Moore. Un miembro de su equipo recordó cómo ella ‘se apichonó’ cuando él le dijo, enojado, que había viajado con el portafolios equivocado, no el que él le había regalado. Él solía ser generoso con ella, pero su presencia no la tranquilizaba, precisamente”.

En 2004, cuando la salud de su madre ya era mala y él vivía en Sudáfrica, “Mark fue arrestado por su presunta participación en un complot para un golpe de estado en Guinea Ecuatorial (conocido como el golpe de Wonga), que fracasó cuando los mercenarios fueron detenidos, camino a su objetivo, en Zimbabwe. Sir Mark fue acusado de ayudar a financiar un helicóptero necesario para el golpe, por pedido de un ex militar británico, Simon Mann. Fue detenido en su casa de Ciudad del Cabo”.

La situación era difícil; Mann, que pagó el episodio con varios años de prisión, comprometió mucho al hijo de Thatcher. Mark negoció con la fiscalía: fue sentenciado a cuatro años sin cárcel efectiva: un tiempo de arresto domiciliario y una multa de 2 millones de rands.

 
Poco después de la muerte de su padre, Denis, a cuyo funeral asistió con Margaret Thatcher, Mark fue arrestado en Sudáfrica por haber financiado un intento de golpe en Guinea Ecuatorial. (Alisdair Macdonald/Shutterstock)

“Para Lady Thatcher el episodio fue naturalmente muy angustiante, y sucedió cuando, todavía recuperándose de la muerte de Denis, estaba débil para recibir un nuevo golpe", contó Herself Alone. Como otras veces había pagado las cuentas de Mark en esta ocasión fue prudente: “Ella sabía cómo eran las cosas con su hijo”, dijo Seymour a Moore. Quería ayudarlo pero "sabía que no podía ser arrastrada en el proceso y correr el riesgo de que se convirtiera en un escándalo político”. Por fin pagó el dinero, unas £175.000, y su hijo le cedió obras de arte de Edward Seago que eran de su propiedad pero estaban en la casa de ella.


El libro sorpresa de Carol

La comunicación entre Thatcher y su hija era tan escasa que una vez, cuando Carol preparaba un libro sobre su padre, Below the Parapet, y fue a la oficina de ella para buscar documentación de los años de su compromiso, nadie tenía idea de por qué los querría. Pero la verdadera sorpresa —literalmente: no dijo nada— fue la publicación en 2008 de una descripción minuciosa de la demencia senil de la ex primera ministra, el libro A Swim-on Part in the Goldfish Bowl.

“Carol hizo el primer relato público de la demencia y la pérdida de memoria que sufría su madre. Aunque el ocaso mental de Lady Thatcher no era un secreto precisamente, nunca se había reconocido en público, para proteger su privacidad”, destacó Moore. “Por eso la narración de Carol escandalizó al personal y a los amigos de Lady Thatcher. Carol no les había avisado que iba a hacerlo público”.

 
Los colaboradores de Margaret Thatcher intentaron ocultarle que su hija había publicado un libro en el que exponía en detalle su demencia senil. (Mike Floyd/Daily Mail/Shutterstock)

Según el libro, Carol había notado los primeros síntomas de su madre en el año 2000, cuando confundió la guerra en Bosnia con la guerra en Malvinas. “Los días malos apenas podía recordar el comienzo de una oración cuando llegaba a su final”, escribió.

El equipo de Thatcher quiso esconderle las revelaciones de Carol. “Controlaban cuidadosamente los periódicos que le mostraron apenas se conoció la historia”, relató Moore. Pero una tarde, cuando Lady Thatcher miraba televisión, vio el anticipo de una entrevista con su hija, que decía algo así como ‘Hablamos con Carol Thatcher sobre cómo sobrelleva la enfermedad de su madre’".

Thatcher se enfureció. "Llegó a decir que iba a desheredar a Carol, y comenzó a dar pasos para hacerlo, pero finalmente Julian Seymour la disuadió”, detalló la biografía. En todo caso, el secreto ya había dejado de serlo: "La revelación de Carol inauguró, sin que ella lo quisiera, la temporada de caza”.

Poco antes de su muerte, en 2012, cuando se estrenó La dama de hierro, Thatcher no quiso verla. La película pintaba de manera tan precisa su decadencia y su casa que se llegó a pensar que alguien de confianza había ayudado a la producción. A pesar de todo, a Thatcher le importó saber cómo la había retratado Meryl Streep. Cuando le mostraron una foto de la actriz caracterizada como ella dijo: ‘Hmmm, es atractiva, ¿no?”.

 
Thatcher no quiso ver "La dama de hierro", pero pidió una foto para ver cómo se había caracterizado Meryl Streep. (AP)