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miércoles, 15 de octubre de 2025

Tumbledown: El valiente soldado Ramón García


El valiente soldado Ramón García


Como tantos héroes anónimos, poco se sabe de este valiente soldado. No pudimos encontrar ninguna foto de él, pero sabemos que sirvió en el Regimiento de Infantería N° 12.

Este relato nos lleva a la noche del 13 de junio de 1982. Esa noche, los infantes de marina del BIM 5 estaban reforzados por soldados del Ejército pertenecientes a los regimientos 4 y 12. Estos soldados habían llegado el día anterior, después de haber combatido contra los ingleses en los montes Harriet y Dos Hermanas. Entre ellos se encontraba un joven callado, pero que decidió voluntariamente quedarse a pelear junto a los infantes de marina. Se trataba del soldado Ramón García, del RI-12.

El subteniente Silva, del RI-4, fue puesto a cargo de un grupo de cinco hombres: el cabo Pintos, los soldados Castillo, Gregorio y Frías (todos del RI-4) y el soldado García (del RI-12). Su misión era cubrir el sector de repliegue en caso de que los hombres del BIM 5 fueran sobrepasados y tuvieran que retroceder. Desde su posición, también podían apoyar con sus armas a los infantes de marina.

Esa noche, habían sido atacados por la Guardia Escocesa. Los hombres del BIM 5 y del Ejército lograron rechazarlos tras un combate que se extendió desde las 23:00 hasta la 01:00. Cuando los escoceses comenzaron a retroceder, se escucharon los gritos de alegría de los infantes de marina. El subteniente Silva exclamaba: "¡Viva la Patria, viva la Patria, carajo!". Continuamente alentaba a sus hombres, les ordenó recargar munición al máximo y les aseguraba que pronto llegarían refuerzos.

De pronto, se lanzó un segundo ataque inglés. Esta vez, avanzaron directamente sobre el suboficial de Infantería de Marina Castillo y su grupo, quienes combatieron con una ferocidad impresionante. Los hombres de Silva, entre ellos el soldado García, comenzaron a cubrir a Castillo y su unidad. El fuego era infernal, las explosiones iluminaban la noche como si fuera de día. Se escuchaban gritos de ambos bandos, el monte era un infierno. Ya no había un solo frente de ataque, sino tres; los escoceses avanzaban desde distintos flancos. La artillería comenzó a castigar a los ingleses.



Era un combate sin tregua: disparar, recargar y sobrevivir. Se lanzaban granadas, cohetes, se utilizaba todo lo disponible. En medio del caos, una ráfaga alcanzó al soldado Gregorio (RI-4), hiriéndolo gravemente. Gritaba de dolor, mientras el soldado Ramón García permanecía a su lado. El subteniente Silva intentó socorrer a Gregorio, lo tomó y lo arrastró hasta un lugar seguro. Luego, recogió un FAP para seguir combatiendo, pero fue alcanzado por una ráfaga enemiga.

A pesar de la brutalidad del combate, García continuaba disparando contra las tropas británicas. Pero un cohete LAW de 66 mm impactó cerca de él, acabando con la vida de este valiente soldado.

Una vez finalizada la guerra, una patrulla compuesta por el TFIM Marquardt, el GUIM García, el CSIM Sánchez, el CSIM Robles, el CSIM Valdez y el sargento británico Canesa recorrió el sector oeste de Tumbledown (posiciones del TC Vázquez). Todo estaba cubierto de nieve. Encontraron el cuerpo del subteniente Silva junto a dos soldados del Ejército (todos del RI-4). Silva evidenciaba una actitud de combate hasta el final, y es posible que los británicos le hubieran retirado su fusil de las manos. El TFIM Marquardt le cortó la chapa de identificación y posteriormente la entregó en mano al jefe de su unidad, el teniente coronel Soria (RI-4).

Más allá, estaban los cinco infantes de marina caídos. Finalmente, la patrulla halló a un soldado del Ejército solo, dentro de su posición, con una cantidad enorme de vainas servidas en su pozo. Lo encontraron porque uno de los infantes de marina tropezó con la nieve que cubría el refugio. Ese valiente era el soldado Ramón García, del RI-12.

Hoy, este soldado descansa en paz en el cementerio de Darwin.



Que Dios te tenga en su gloria, valiente soldado Ramón García. Contamos esta historia para que tu nombre nunca sea olvidado.



sábado, 11 de octubre de 2025

El accionar de los Canberras (2/2)

𝐂anberras detectados por la Flota (𝐩𝐚𝐫𝐭𝐞 𝟐)

𝘙𝘦𝘭𝘢𝘵𝘢𝘯: 𝘊𝘢𝘱𝘪𝘵á𝘯 𝘌𝘥𝘶𝘢𝘳𝘥𝘰 𝘎𝘢𝘳𝘤í𝘢 𝘗𝘶𝘦𝘣𝘭𝘢 (𝘱𝘪𝘭𝘰𝘵𝘰). 𝘛𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘑𝘰𝘳𝘨𝘦 𝘚𝘦𝘨𝘢𝘵 (𝘕𝘢𝘷𝘦𝘨𝘢𝘥𝘰𝘳)





No sé que mecanismo o sentido me alertó, pero lo hice. Del vientre de una nube apareció un pequeño filete blanquecino con pasmosa velocidad. Se dirigía paralelo a mi rumbo, hacia el No 1. Cuando esa imagen se graba en mi retina ya estaba gritando con todas las fuerzas:
— ¡ Pájaro, abrite, un misil ! — ¡Ruptura!
Simultáneamente accioné violentamente los aceleradores a su tope máximo, todo el volante y pedal a la izquierda y atrás.
— ¡ Jorge, lanza bengalas y chaff, cada 15 segundos !
Pasé rozando el agua con mi ala izquierda, que se extiende a 10 metros de la cabina; pero sin sacar la vista del misil. El No 1 giraba rápidamente hacia la derecha, lo que quizás provocó que el Sidewinder calórico, enganchara la estela caliente del numeral 2, sumado a que éste iba más alto y que su trayectoria era aún lineal. Con desesperación grité:
— ¡ Guarda el 2 ! ¡¡¡Guarda el 2 !!!!
— ¡Vire carajo!.
— ¡ Dios !....
Ya era tarde… no tuvo tiempo de evadirlo. Vi el misil entrar en su motor derecho lo que no provocó ninguna explosión violenta como el lector podría imaginar, pero si provoco la destrucción progresiva del motor. En este instante perdíamos de vista la acción por el brusco cambio de rumbo. Pero el Capitán Baigorrí por estar virando hacia ese lado pudo ver la eyección y los dos hongos de los paracaídas, como así la caída del avión al agua con fuego en el motor derecho.
Nuestro pecho se conmovió instintivamente, si es que eso era posible, dadas las circunstancias que corrían, al pensar que nuestros amigos no tenían salvación en la inmensidad del mar abierto.
Realizando la mencionada maniobra el número 1 alcanzó a divisar la silueta oscura de un Sea
Harrier, que seguramente nos perdió en el radar y se lanzó a nuestra caza en forma visual. Por accidente la diferencia tecnológica momentáneamente se había achicado. Entraban en juego otros factores, habilidad, experiencia y, por qué no, providencia. En eso Jorge me dijo:
— ¡Eyectá los tanques de puntera loco!  Efectivamente con tanques nuestras posibilidades de evasión eran mínimas, ya que no podríamos superar los 700 Kms. por hora, con riesgo de desprenderse uno de ellos, provocando un impacto inevitable de la aeronave contra el agua al haber resistencia diferente en cada ala . Estiré la mano hacia el panel derecho para eyectarlos; pero la violencia de la maniobra incrementó el peso de mi brazo al punto de escaparle dos veces al botón 1-. En el tercer intento, y por el exceso de velocidad vimos salir catapultados hacia atrás sendos "tips". El avión crujió y se aceleró en forma brusca como si lo hubiesen soltado de golpe. En ese instante, coincidente con el lanzamiento de bengalas, sentí otro golpe o estremecimiento en la cola. Afiebradamente comprobé los comandos y le dije a Jorge:
— Pensé que nos habían dado pero anda todo bien.
— ¿ Pájaro ? — lo llamé porque debía consultarlo ya que era el jefe de esa unidad de combate, la escuadrilla ”Rifle” — ¿ qué hacemos ?
— "Volvemos individual". (Cada uno por su cuenta).
— "Ojo que nos andan buscando".
— "Eyectamos bombas de planos".
Realmente no tenía sentido seguir hacia el objetivo, detectados por los radares de la flota, con dos Harrier arriba y 300 Kmts. que aún nos separaban de la isla. Con gran congoja, por ser nuestro elemento ofensivo, lanzamos las bombas exteriores para poder acelerar aún más.



Mis ojos escudriñaban cada nube y cada chubasco y giraban de un lado a otro como el haz del radar. Sentía como la velocidad aumentaba y aparecían fuertes vibraciones en los comandos.
Lógicamente el resto de atención que me quedaba estaba afectado a no embestir la cresta de las olas. Pero Segat que no veía tanto hacia afuera, colaboraba con los instrumentos.
— ¡ Viejo ! ¡ Guarda la velocidad, que nos desarmamos !
Teníamos más de 950 km. por hora siendo la máxima, por límites estructurales 850 kmts por hora. Reduje aceleradores y me pegué más a la superficie del agua.
A continuación de algunas maniobras colocamos rumbo general 330° a Trelew, mientras sacábamos cálculos de consumo, por no saber si llegábamos con el alto gasto que ocasionaban la poca altura y velocidad de nuestro vuelo.
Era difícil de entender pero estábamos enfrentados inteligencia contra inteligencia, los segundos corrían y el golpe no llegaba.
— Che, parece que nos perdió. ¿ Cómo le irá al "Pájaro" ?
— Pájaro - Cobra - (mi indicativo normal) -¿ Cómo andas ?
— “¡ Bien loco ! No me enganchó”
— ¡ A mí tampoco Pichón !
En la penumbra del avanzado atardecer, me pareció ver buques con reflectores grisáceos. -
¡Estábamos rodeados por la flota !. Se me apretó el corazón.
— ¡ Estamos rodeados, veo fragatas por todos lados, no tengo por donde pasar !
Aunque no había forma de distinguirlos estaban demasiado cerca del continente por lo que dedujimos eran de la Armada Argentina. Dada la forma de nuestra aparición eso no era ninguna garantía de supervivencia si no alcanzábamos a avisarles, pues con toda seguridad en sus pantallas veían acercarse aun agresor. — ¡Jorge, ¡urgente!, con la clave, llama en la frecuencia de los "Navis", que son nuestros. Yo por las dudas miro afuera para tratar de esquivar si nos tiran algo.



Todo ocurría tan vertiginosamente que los sentidos parecían lentos y torpes.
— ¡ “Lobo – Matienzo” ! (Llamada en clave).Prontamente arreciaron las llamadas de distintos buques pidiendo autenticación. (Confirmación por medio de códigos especiales). Lo que quería decir que estaban a punto de tirarnos con todo. Con un poco de alivio hicimos enlace con unaa fragata que nos recibió el informe adelantado y pedido de auxilio:
— Escuadrilla Rifle, tres Canberras, fuimos interceptados por aviones Harrier a 150 millas náuticas por el radial 330 de Malvinas. Un Canberra derribado por misil aire-aire, dos tripulantes eyectados.
— Recibido, enviamos el informe y para el rescate informamos al Aviso "Alférez Sobral" (Que en esta empresa fuera atacado).
Regresamos de noche junto con el "Palito" Nogueira, que por avería o falla de sus equipos de navegación, sumada a la falta de su puntera izquierda, venía casi sin combustible al aterrizaje.
Toda la gente, Oficiales, Suboficiales y Civiles nos esperaba al bajar. Nos abrazaron y sufrieron silenciosamente por la caída de nuestros camaradas el 1eer.Teniente "Coquena" Mario González y el Teniente "Pituso" De Ibáñez .
De ahí me fui a la capilla de la Base. Entré, estaba a oscuras. Recé por los camaradas caídos.
Y a medida que me acostumbraba a la penumbra me encontré con muchas siluetas que me acompañaban. Estábamos todos allí. Asumimos nuestra pérdida, "Levantamos el guante" y comenzamos la espera con la "vela de las armas" para asestar nuestro "golpe de maza" (símbolo de nuestro escudo de combate).
Luego de este traspié la F.A.S.2 -nos dejó varios días inactivos por considerar que nuestra lentitud con tanque de puntera colocados y la falta de repuestos para eyectarnos en todas las misiones, agregadas a las condiciones momentáneas de la batalla hacían excesivamente riesgosa nuestra operación.
Estábamos "tascando el freno", cada camarada que caía era una espina clavada en el alma y un multiplicador de nuestra impotencia.
Llegó el desembarco de San Carlos. Mientras se realizaban los primeros ataques de escuadrillas argentinas a la flota en la Bahía, organizábamos una salida de ocho Canberras con ocho bombas de 1.000 Ibs cada uno, con una escolta de Mirage III, previamente coordinada.
El Mayor Chevallier, a cargo del Escuadrón en ese momento, expuso la misión a la F.A.S. El bombardeo sería de zona desde 15.000 mts. de altura, cubriendo un paño de terreno de 2.000
Mts. por 2.000 mts., con 64.000 Ibs. de bombas (32.000 Kgs.) para destruir o desmembrar la cabeza de playa. El sistema de puntería sería visual y/o con el apoyo del "amado radar de Puerto
Argentino". Este sistema se utilizó en varias ocasiones logrando batir objetivos, consistiendo básicamente en calcular interpolando los vientos existentes desde el terreno hasta la altura de lanzamiento, compatibilizados con la trayectoria balística de la bomba y de esta forma obtener un punto de lanzamiento y a órdenes del radar todos descargar sus bombas. Las posibilidades de retorno eran estimadas en el 40% pero la importancia del blanco hizo que la mayoría nos ofreciéramos como voluntarios. La iniciativa fue bien recibida por la F.A.S. La orden llegó. Alcanzaron a despegar tres aviones y nos ordenaron regresar al aterrizaje. Quizás por haberse desperdigado la cabeza de playa, o por la alta posibilidad de derribo o por otras razones de comando que no llegaron a nuestro conocimiento. Lástima, era una misión a nuestra justa medida.



Si bien no pudimos llevarla a cabo a partir de allí comenzamos a operar en las famosas (entre las tropas enemigas) misiones nocturnas que nos ganó el apodo de "Murciélagos". En sus dos variantes: las rasantes, donde luchábamos contra la poca visibilidad, la meteorología, la tortuosa navegación, la temida proximidad al agua y obstáculos y la dificultad de encontrar el blanco. Naturalmente también contra las defensas del enemigo. Con la ventaja de ser sorpresiva y evitar los sistemas defensivos de gran alcance. Y las nocturnas de altura que nos facilitaba mucho la navegación pero estábamos más expuestos a los misiles de fragatas. Así regresamos, penetramos las defensas del enemigo, a veces a velocidades irrisorias para cuidar el combustible y los tanques y los golpeamos muy duro. Vale el testimonio del Teniente Lucero, que todos vimos en la filmación de la Fuerza Aérea al ser rescatado del agua por los ingleses. Por aquellos días se hallaba internado en un hospital de campaña en San Carlos, cuando a la media noche uno de nuestros ataques hizo temblar con sus bombas toda la zona lo que ocasionó su evacuación inmediata para recibir, según le manifestaban Médicos Ingleses, gran cantidad de heridos y muertos (Quizá más de los que reconocieron en toda la guerra). Un inglés le dijo:  -"Hubo mucha sangre hoy aqui" . Otro testimonio es el recogido por corresponsales extranjeros que indican que los bombardeos al Monte Kent (algunos relatados anteriormente) produjeron la destrucción de un vivac con tropas y gran cantidad de pertrechos bélicos, acopiados para la irrupción final a Puerto Argentino. La que aparentemente debió postergarse y derivó en el desembarco de Bahía Agradable, que como sabemos fue muy "desagradable" para ellos. Coincidentemente el Capitán Pastrán, piloto derribado de Canberra, fue interrogado insistentemente por la inteligencia enemiga sobre el sistema que utilizamos para apuntar con precisión y sin visibilidad, ya que en dos ocasiones batimos el puesto de comando. De las declaraciones recogidas informalmente de ex-prisioneros se corroboró el temor permanente de las tropas invasoras a los bombardeos nocturnos. Pasado el tiempo llegó a mis manos una revista Air-Pictorial, donde se publica un artículo de George Baldwin, titulado: (Operaciones de Sea Harrier en las Falklands", donde entre otras cosas enuncia: (lo encerrado entre paréntesis es de mi pluma con fines esclarecedores) "Al atardecer (1° de mayo) tres Canberras argentinos fueron avistados cerca de la flota (escuadrilla del Capitán  Nogueira) con los radares de abordo y luego perdidos, pero el rumbo del alejamiento fue tomado por un piquete (helicóptero con radar asociado al de una fragata) y pasado a una PAC (patrulla aérea de combate dos Harrier vistos por la escuadrilla “Ruta”). Prontamente salieron en su busca los Harrier, que poco después hicieron contacto con los Canberras argentinos con sus radares



Blue Fox (persiguiendo a la escuadrilla ”Ruta”). (Casualmente dieron con nosotros que veníamos en trayectoria opuesta). Los Canberras volaban a 50 pies (error de apreciación ya que volábamos a mucho menor altura) y eyectaron sus bombas (incorrecto ya que eyectamos solamente los tanques de puntera y luego del derribo). El Teniente Al Curtis, que después murió, disparó su Sidewinder y vio su blanco explotar (esto ocurrió antes de lo relatado en el párrafo anterior y el blanco no explotó); presto buscó el último Canberra dañado por otro Sidewinder disparado por el Teniente Comandante Mike Brodwater. (No nos derribó porque volábamos a dos metros del agua, por la ruptura oportuna y por el lanzamiento de bengalas; aunque evidentemente detonó bajo la panza de nuestro avión). Este avión escapó lo mismo que el otro Canberra . Pero se calcula que fue dañado e improbable que haya regresado a la base (en carta dirigida a los nombrados destinatarios con todas las consideraciones antes escritas agrego que doy fe de que ¡ sí regresamos a nuestra base y que lanzamos con posterioridad varias toneladas de bombas sobre sus tropas

viernes, 3 de octubre de 2025

Geoffrey Cardozo: La valentía de los soldados argentinos

Geoffrey Cardozo: “Los argentinos no tienen aún real dimensión de lo valientes que fueron sus soldados”




 
Geoffrey Cardozo, el capitán británico que enterró a los argentinos caídos en Malvinas.
Foto AP
Beatriz Reynoso || Clarín




El capitán Geoffrey Cardozo llegó a las Islas Malvinas, el 15 de junio de 1982, al día siguiente de la rendición argentina. Formaba parte de las fuerzas británicas en la guerra del Atlántico Sur, en la Logística. Trabajó, arduamente, en la tarea de enterrar a los soldados argentinos, muchos de ellos sin identificación. Fue el creador del cementerio de Darwin, a 88 km. de Puerto Argentino, gracias a la donación de un isleño. Apoyado en su profesionalismo, valores familiares y creencias religiosas realizó un trabajo excepcional que 35 años más tarde serviría para la esperada, no sólo por los familiares, identificación de nuestros héroes. Junto a Julio Aro está postulado por la Universidad Nacional de Mar del Plata para el premio Nobel de la Paz.

¿Cómo fue su llegada a las islas?

Inicialmente, mi tarea era la responsabilidad y el bienestar de nuestros soldados en la post guerra. Considerando la importancia de los sobrevivientes. Tenían adrenalina en sus venas, quizás por alcoholismo, heridas o violaciones. Sabíamos que había cuerpos y teníamos que tomar la responsabilidad de dar una sepultura digna. Esperamos que el gobierno argentino tomara la iniciativa para hacerlo, pero eso no sucedió. Permanecí en las islas 8 meses. Necesitábamos expertos para ese trabajo, hombres entre 30 y 40 años, que tuvieran una madurez sicológica y fuerza física para hacer la tarea. Los instruimos, militarmente. Cuando encontraba un cuerpo, rezaba. En enero de 1983 se hizo un informe muy detallado del trabajo de identificación que duró 5 semanas.. La ceremonia de sepelio, con los honores merecidos, fue 19 de febrero. Los argentinos no tienen, aún, real dimensión de lo valientes que fueron sus soldados.

¿Qué sintió entonces?

Dicen que hice algo extraordinario, no es así. Hice algo ordinario, normal. Con respeto y amor como si fueran mis hijos. Mi madre me despidió a mis 32 años. Nunca antes ella me había abrazado así, quizás ella pensaba que nunca volvería de la guerra. De frente al primer cuerpo, pensé en mi madre e inmediatamente, en la madre de ese héroe argentino. La palabras cuerpo, muerte, nunca son palabras fáciles.

¿Qué marca le dejó aquella experiencia de la posguerra en Malvinas?

Algunos quedaron con secuelas sicológicas traumáticas, no todos logran la resiliencia. Trabajé muchos años en Veterans Aid y pude ver de cerca las marcas profundas de la guerra. Ahora, formo parte de un proyecto en Ginebra, “The Management of the Dead” sobre desaparecidos en terremotos, inmigrantes que cruzan en barco de Libia a Grecia, etc. En los documentos de la ley internacional, humanitaria, se llaman cuerpos. Los excelentes resultados de este proyecto se utilizarán como modelos para otros grupos humanitarios. Si hablamos de cuerpos, de muertos, se transforman en objetos, sin valor legal. Tenemos que hablar de personas con una historia y un legado, entonces hay un valor. Algunos abogados, en Ginebra, me han dicho: “hay que cambiar ese concepto”.

En 2008, Usted protagoniza otro acontecimiento: su encuentro con Julio Aro en Londres...

Antes de aquel encuentro, supe por internet que los familiares no sabían dónde habían quedado sus soldados. Se hablaba de fosas comunes e inclusive que en el cementerio de Darwin no había nada debajo de las cruces. La providencia hizo que fuese uno de los traductores designados, en Londres, cuando Julio Aro junto a otros ex combatientes buscaban técnicas de sanación post guerra. Les entregué una copia del informe pormenorizado, donde constaba todo sobre los soldados sin identificar. Ese sería el comienzo, conjuntamente con la creación de la Fundación “No Me Olvides” para llevar a los familiares una esperanza, pensando en una posible identificación. Destaco el enorme y comprometido trabajo de Julio Aro.


Años después, en 2015, viaja a la Argentina para contactar a las familias...

Lo hice de modo personal. Las familias sabían poco. Quería confortar a las madres. Dar credibilidad al informe. Fui a al Chaco, supe que era una provincia aislada del país. Confirmarles que había un cementerio, también les mostraba el video de la ceremonia en Darwin. En mayo de 2016, la Cruz Roja Internacional me contacta para el proyecto de identificación, con el acuerdo de los familiares. En 2017, volví a las islas con el equipo asignado. Sentí temor de que ellos no hicieran el trabajo apropiadamente. Tenía que proteger a “mis chicos” Advertí que estos hombres y mujeres no sólo eran científicos, antropólogos, forenses, eran personas confiables. Hay historias fabulosas de post guerra, no debemos olvidarlas. De la historia contemporánea, este proyecto de identificación de los soldados argentinos es fabuloso. El alivio, el reconocimiento al ser humano en su país. No son desaparecidos, son seres humanos. No sólo las familias, se involucraron muchas personas. Es un movimiento humanitario.

Finalmente, en 2018, protagoniza el primer viaje a las islas con los familiares...

Significó el comienzo de los frutos del proyecto. El alivio para padres que sobrevivieron a sus hijos. La certeza de que el trabajo no había sido en vano, que valió la pena. Nos falta la identificación de 10 humanos que no tienen un ser y tenemos que juntar el ser humano, al ser que no son cuerpos, son personas. Si en un año pudiéramos identificar a estos hombres que tienen nombre y no son NN ( no name), entonces podría decir que he cumplido mi misión. Sin dudas, la más importante de mi vida.

Señas particulares



Geoffrey Cardozo El británico que levantó el cementerio de Darwin para los caidos argentinos

Geoffrey Cardozo nació el 3 de marzo de 1950 en Francia. Madre francesa y padre británico. Asistió a las universidades de Zaragoza y Colonia antes de convertirse en soldado profesional. Sirvió en misiones de restauración de paz en Irlanda del Norte. En 1982, participó en la guerra de Malvinas. Se retiró en 2005 y trabajó 10 años para Veterans Aid, organización con sede en Londres que cuida a ex combatientes en crisis o con trastornos. Es vicepresidente de la Fundación Franco-británica en París, organización que atiende a 800 jóvenes con problemas mentales.

martes, 9 de septiembre de 2025

Piloto de combate: Guillermo Anaya, el principito del CAE

 

El Top Gun de Malvinas: las increíbles misiones del helicopterista que apodaron “el principito”

Guillermo Anaya era teniente de la aviación de Ejército. Cuando comenzó la guerra estaba en una silla de ruedas producto de un grave accidente en moto. Tenía 8 implantes óseos, una placa con doce tornillos y una larga recuperación. Pero hizo todo para ir a la guerra. “Era mucho más fácil aguantarme el dolor en la pierna que la humillación de faltarle a la Patria”, dice. La patrulla que salvó de una muerte segura y sus días de prisionero en Malvinas


Guillermo Anaya era teniente de la aviación de Ejército

De todos los helicópteros que yo veía operando en Malvinas, había uno que se destacaba por lo acrobático de sus evoluciones en el aire. Lo comandaba Guillermo Anaya. Me intrigó. ¿Por qué piloteaba de esa manera tan temeraria y volando tan bajo? Pues porque el teniente de Aviación de Ejército consideraba que cuando la tropa oye sonar tan fuerte las palas sobre sus cabezas, cobra aliento y se fortalece: sabe que está protegida desde arriba. Y además porque al volar a tan corta distancia del suelo, realizando maniobras bruscas, le impedía al enemigo centrar la puntería.

Otra cosa que me llamó la atención de este piloto es que ostentaba una fuerte renguera. No era para menos: al inicio de la guerra se encontraba en silla de ruedas, producto de un grave accidente de moto que le había volado el fémur. Debía permanecer todo un año sin tocar el piso, por cuanto tenía ocho implantes óseos y una placa con doce tornillos. Recién después de ese lapso se iba a saber si volvería a caminar o no. Pero el “Navy” Anaya igualmente quería ir a la guerra.

“El país gastó un montón de plata en capacitarme, por si alguna vez me necesitaba”, rememora. “Como ese día llegó, le supliqué a mi padre que diera la orden de que me envíen al frente. Y si no me quieren confiar una aeronave, que me dejen batirme como infante. No quería perder la oportunidad de ofrecer mi vida. Era mucho más fácil aguantarme el dolor en la pierna que la humillación de faltarle a la Patria. No lo hubiera podido soportar”.

Los dolores eran tan fuertes, que los comandos no pudieron menos que notar el sufrimiento que le causaban. Y por eso le cedieron una de sus motos Kawasaki Enduro, que Anaya usaba para moverse cuando no estaba volando.

El helicóptero del teniente Anaya en las islas (foto Guillermo Anaya)

A pesar de su corta edad, el teniente ya había entrenado mucho con las fuerzas especiales, y eso le permitía realizar maniobras dignas de Hollywood. Por ejemplo, tras producirse el golpe de mano británico contra nuestra base en la Isla Borbón, debía llevar hasta allí a un grupo de comandos que se encontraba en San Carlos. Pero no tenía suficiente combustible como para detenerse a recogerlos. Lo que hizo entonces Anaya, fue pasar en vuelo rasante, haciendo deslizamiento con los esquíes, entre dos líneas paralelas de combatientes, que iban lanzándose dentro del helicóptero. Ninguno de los 11 comandos dejó de embarcar…

Había comenzado su carrera en la Escuela Naval Militar, pero advirtió que le daban un trato de privilegio por ser hijo del comandante de la fuerza. “Me di cuenta que si me pasaba eso siendo cadete, toda mi carrera iba a ser ‘el hijo de’, en vez de ser yo mismo; y me fui al Ejército”.

Te metiste –y de motu proprio– en los berenjenales más peligrosos durante la guerra. Pero siempre te fue bien…

—Es que tuve la suerte de llevar de copiloto a Dios. Él me decía lo que debía hacer.

—¿Cómo es eso?

—Hay cosas inexplicables que suceden en una guerra. Me tenían que haber derribado en más de una oportunidad. ¿Porqué no pasó? Hay una sola respuesta: Dios tiene escrito el día y la hora de cada uno. Uno tiene una misión en la Tierra y hasta que no esté cumplida no va a tener el derecho de estar al lado de Él. Dios es quien determina qué, cuándo y cómo. Cuando la lógica era que te derriben, Él te decía: “Aplicá una palancazo a la derecha, ponelo en 90 grados y y mandalo en descenso”. Y la ráfaga de cañón pasaba por detrás. Cuando no hay explicación lógica, como cristiano pienso que Dios todavía tenía algo importante para uno hacia el futuro. Y nosotros orábamos muchísimo. Los oficiales de Aviación de Ejército a menudo nos juntábamos por las noches y rezábamos el Rosario. Era una necesidad que uno tenía de pedirle a Dios que sea generoso. No para que no te maten, sino para que -si debo morir- que sea en gracia de Dios.

—Tu camarada, el teniente primero Buschiazzo, no tenía que salir en la misión de rescate del pesquero Narwal, y fue igual, a sabiendas que era una misión suicida. ¿Cómo se explica esa actitud?

—Eso es ser un buen oficial. Vos no vas a combatir si sabés que ganás. Vas a combatir porque es tu deber. Y en ese caso era una posibilidad de salvar vidas, remota, pero había que aprovecharla. No hay cosa más importante que no pensar en uno mismo, sino en el otro.

Guillermo Anaya junto a sus compañeros (foto Guillermo Anaya)

Pensar en el otro, es lo que Anaya hizo durante toda la guerra. En una oportunidad, cuando le dieron la orden de llevar alimentos a primera línea en los Montes Longdon y Twelve O’clock, descubrió que sólo se trataba de un par de bolsas de porotos y garbanzos. ¡Para dos regimientos! Indignado, el piloto le dijo al subteniente de Intendencia José Luis Parra: ‘¿Usted sabe manejar una MAG? Suba, que va a volar conmigo como artillero de puerta. Y si me derriban, y muero con mi mecánico, ¡también va a morir por lo menos uno de Intendencia! Voy a llevarles comida a mis soldados”.

Cuando despegaron con rumbo norte, vieron a un montón de ovejas en el campo. Estaba terminantemente prohibido tocarlas -el generalato protegía los intereses de los kelpers más que los de sus propios hombres- pero Anaya comenzó a dar vueltas alrededor de los animales para agruparlos y cuando estaban bien juntos, le dijo a Parra: “¡Saque el seguro, fuego libre, mate a todas las ovejas!

Cuando habían caído todas, aterrizaron y las cargaron, llenando la aeronave hasta el techo. Tras lo cual volaron directamente hasta las posiciones argentinas y comenzaron a pasar sobre ellas tirando ovejas. Como maná del cielo para los soldados.

Apenas volvieron, un jeep estaba esperando a Anaya para llevarlo en presencia del general Jofre.

—Anaya, ¿usted estaba volando recién?

—Si, mi general.

—¿Usted estuvo matando ovejas?

—No, mi general.

—Sin embargo, un kelper ha denunciado que le mataron todas las ovejas, y el único helicóptero que había en vuelo era el suyo.

—¡No me diga, mi general! ¿Eran ovejas? Yo divisé tropas británicas con uniforme de invierno y ordené hacer fuego, pero no corroboré las bajas.

—¡Ahora retírese, Anaya! Pero cuando volvamos al continente, lo espera un tribunal militar.

La amenaza no hizo mella alguna en el espíritu del joven oficial. Siguió incumpliendo órdenes, cada vez que las consideraba erróneas. Y su preocupación principal siempre fueron los soldados rasos.

“Primero me matan a mí, antes de que me toquen un subalterno”, decía Anaya, a quien habían apodado “el Principito”

Durante el repliegue del Regimiento 4, el teniente advirtió que una patrulla de correntinos estaba abandonada a su suerte, los Ava Ñaró, “Indios Bravos”, como se hacían llamar, comandados por un cabo, que habían estado en calidad de observadores adelantados y los habían dejado como apoyo de fuego durante la retirada. “¡Los van a matar a todos!”, pensó Anaya y puso en marcha las turbinas, cosa que tenía prohibido hacer. Al encontrarlos en el Monte Low, vio que no entrarían en el UH1H Bell, ya que eran quince. Abnegadamente, el cabo ofreció que se quedaría. “¡Salimos todos o no sale nadie!”, tronó Anaya. “Tiren todos los equipos, métanse en la máquina, y los que no entren, párense arriba de los esquíes. A esos de afuera, los de adentro agárrenlos de las chaquetillas, para que no se me caigan.” Así, asemejándose a un panal de abejas volador, el helicóptero regresó sano y salvo a Puerto Argentino.

“Primero me matan a mí, antes de que me toquen un subalterno”, me decía Anaya, a quien habían apodado “el Principito”. Y lo probó literalmente, estando prisionero. El teniente observó que uno de los guardias estaba agarrando del pelo a su mecánico Carlos Corsini, irritado porque el suboficial argentino no entendía sus órdenes en inglés. “No toleré ese maltrato, esa humillación, fue más fuerte que yo y agarré a trompadas al brit”, cuenta Anaya.


El capitán Guillermo Anaya, el coronel Geoffrey Cardoso, el general de Brigada Sergio Fernández -también Presidente de la Asociación de Veteranos de la Guerra de Malvinas-, el comodoro Luis Puga, el Comodoro Héctor Sánchez -piloto del II Escuadrón del Grupo 5 de Caza en Malvinas- y su esposa Inés en una reunión de veteranos ingleses y argentinos que se hizo en marzo de 2022 (Foto: Franco Fafasuli)

De más está decir que inmediatamente le cayeron encima todos los ingleses presentes. Y no sólo le rompieron tres costillas, sino que después lo metieron en una jaula durante cuatro días, sin comida ni agua. El teniente caminaba en círculos durante toda la noche para no morir de hipotermia y se echaba a dormir, cuando llegaba la luz. Trasladado luego a las cámaras frigoríficas de San Carlos junto a los demás prisioneros, su estado era tan calamitoso, que la Cruz Roja estaba dispuesta a evacuarlo al continente sin mayor demora. Pero Anaya se negó tajantemente: no se iría, si no evacuaban también a sus cinco suboficiales. “No los iba a dejar solos. Fui educado en códigos de honor”, me explica, como si ello no fuera harto evidente.

“Y el honor no tiene precio”, subrayó. A tal punto, que después de la guerra, teniendo el grado de capitán, pidió el retiro para no tener que cohonestar los chanchullos de ciertos superiores.

Estas son sólo algunas de las aventuras corridas por el Top Gun de los helicopteristas argentinos en la Gesta de Malvinas. Para reflejarlas todas probablemente haría menester un libro.


domingo, 10 de agosto de 2025

Robacio sobre Tumbledown


Palabras del Contraalmirante Carlos Hugo Robacio VGM del BIM 5


Tenía a mi mando 700 hombres del batallón, y alrededor de 200 efectivos del Ejército, con los que luchamos en el momento más critico y más feróz del ataque británico; pese a ello, se registró un grado increíblemente ínfimo de bajas: 30 muertos y 105 heridos. Como contrapartida, les provocamos al enemigo el más alto número de muertos: aunque no lo reconocen oficialmente, en la zona donde peleó el BIM 5 los británicos perdieron 359 hombres, de donde saco esa cifra? ellos mismos me la dijeron.
“De los 74 días que pasamos en Malvinas, 44 recibimos fuego permanente sin poder responder. Solo los 4 o 5 últimos días fueron de real combate para nosotros… Recuerdo un momento del último día, el 14 de junio, a las 10 y media de la mañana. Era un momento muy crítico. Nos estábamos replegando sobre Sapper Hill, desde Tumbledown y Williams. Veo que el segundo comandante, Daniel Ponce, capitán de fragata, cae, agotado, rendido. El fue un segundo comandante perfecto, un ejemplo. Cuando cae, dos conscriptos van a auxiliarlo. No estaba herido. Estaba agotado, no podía más. Ponce ordena a los conscriptos que lo dejen. Ellos le dicen: “Si hay que morir, morimos los tres”. Lo ayudaron, lo levantaron, lo llevaron y los tres salieron con vida. A esto yo le llamo cohesión.



Todos sabían lo que estaban haciendo. Me conmovió la entrega del subteniente Silva, del Ejército, que se incorporó a mi unidad cuando se replegó el Regimiento 4. Silva era un valiente. Vino y me dijo que lo destine en el lugar donde se iba a luchar más duramente. Fue a Tumbledown. Murió con sus 4 soldados, peleando con la mayor bravura. Allí estaban los escoceses (muy buenos, como los paracaidistas ingleses) y los famosos gurkhas, que eran pura propaganda. Caían como moscas. También recuerdo a un conscripto que desobedeció mis órdenes. En un momento del combate en que los británicos eran rechazados, él corre detrás de ellos, baleándolos sin parar. Yo le ordeno que se detenga. Pero él sigue. El fuego enemigo lo alcanza y cae muerto. Yo mismo lo enterré estaba a 500 metros delante de las posiciones en que debía estar…y rodeado de enemigos muertos. Actos de arrojo así hubo a montones, aunque no por desobedecer mis órdenes.


“Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hombre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle. Pero en Malvinas no pude tener miedo. No pude tenerlo porque creo que Dios no me dejó tenerlo, y la preocupación por mis hombres, su entrega, obviamente no me podían permitir el privilegio de tener miedo.”

“Sí sentí amargura. Ha sido la más grande amargura de mi vida, en dos momentos críticos: uno, cuando tuve que ordenar el inicio del repliegue hacia Sapper Hill; y el segundo, terrible, cuando entró mi batallón, desfilando, armas al hombro, entero, a Puerto Argentino. Eso significaba la rendición. Ahí aflojé. Más de uno me habrá visto llorar”.


A las 3 de la madrugada del 14 de junio hicimos uno de los contraataques más intensos contra el enemigo, en Tumbledown, junto con la compañía de Ejército del mayor Jaimet. Ellos son los que chocan con los famosos gurkhas.



Los nuestros eran más o menos 150 hombres. Ellos eran entre 800 y 1.000. allí concentré fuego de la artillería de Ejército (de los grupos tres y cuatro, que me apoyaron indiscriminadamente, con el coronel Balza y el coronel Quevedo). Según me contó luego el general inglés Wilson, de la Quinta Brigada –con quien conversé cuando estuve prisionero- allí sólo quedó un tercio en pié. Los barrimos. Aunque ahora lo niegue, fue así.



Todo un regimiento de ellos chocaba contra 60 u 80 hombres míos, y los bajamos sin asco, y los paramos. Una de las preguntas que me hicieron fue porqué no había contraatacado, si les habíamos quebrado el ataque. Yo tenía a la compañía Mar lista para el contraataque. Pero la realidad es que, cuando podíamos hacerlo, ya no teníamos munición. Por otra parte, había llegado la orden de repliegue. Sobre nuestras posiciones caían mil proyectiles de obuses por hora, además del bombardeo naval, más los aviones y los helicópteros. Era tremendo. Así y todo, podíamos haber contraatacado, de haber tenido un poco de munición. Pero, no hubiera cambiado el curso de la batalla. La suerte estaba echada. Claro: los ingleses no sabían mi situación real. Esperaban el contraataque nuestro. Rezaban, me dijeron, para que no contraatacáramos. Pero…¿Con que?...Cuando les conté que nosotros éramos un batallón, no lo podían creer. También recuerdo que, en el momento de decidir el contraataque, llamo a los oficiales de mi Estado Mayor y les cuento mi plan. Tomo la carta y hago un esbozo de las órdenes. Ellos se miran entre sí. No dicen nada. Cumplen. Pero después del 14 de junio, a mí me había quedado una duda: ¿porqué se miraron entre ellos? Un día se los pregunté. Me dijeron que pensaban que yo estaba loco. Entonces, una vez que pasaron las cosas y terminó, yo seguí preguntando: ¿Y ustedes que hubieran hecho, aún así? “Hubiéramos cumplido la orden. Punto”.”Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La confianza. Pero quisiera destacar que en Malvinas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de nosotros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tenemos miedo, que no somos indios y que sus soldados no van a venir de pic-nic.”

sábado, 2 de agosto de 2025

Monte Longdon: El liderazgo del soldado Miguel Falcón


𝐌𝐈𝐆𝐔𝐄𝐋 Á𝐍𝐆𝐄𝐋 𝐅𝐀𝐋𝐂Ó𝐍 𝐔𝐍 𝐋𝐈𝐃𝐄𝐑 𝐄𝐍 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐄 𝐋𝐎𝐍𝐆𝐃𝐎𝐍.

Nació el 6 de Octubre de 1.962 en Barranqueras, provincia de Chaco. Su familia afirma que Miguel siempre fue un niño rebelde. No acataba demasiado las reglas, ni en casa ni en el colegio. De hecho, era famoso por escaparse todas las semanas al menos un día de la escuela. Perteneció al Regimiento de Infantería 7 Coronel Conde. Murió en el enfrentamiento del Monte Longdon y entre sus pertenencias se encontró un mazo de cartas españolas. Esa rebeldía juvenil fue la que le hizo protagonizar una historia memorable en la noche de su última batalla. El suceso fue relatado en una carta por otro ex combatiente:"La noche del 12 de junio cuando los ingleses nos atacan, en un real infierno, con cientos de proyectiles y lluvia de trazantes que cruzaban el cielo, veo que se prepara la primera sección de nuestra compañía en apoyo a la Compañía "B". Eran El teniente Castañeda, un cabo y 44 conscriptos como yo. Los veo prepararse en la oscuridad, todos en fila india, en silencio, temblorosos. Entonces, de la fila, saltó un soldado que estaba muy flaquito, un pibe que era muy humilde, que casi nunca hablaba porque era tímido, - Era el soldado Falcón-



Empezó a arengarlos, a aplaudirse las manos, flexionándose, con el FAL rebatido en la espalda, y les gritaba : '¡Vamos carajo!!, ¡Ingleses de mierda, los vamos a reventar!, Somos el 7, el Regimiento 7, Vamos Carajo!!!' Surgió un líder de la nada, un tipo que, en las circunstancia más límite, le dio ánimo al resto".
La acción de esta sección quedó registrada en libros británicos como uno de los actos más heroicos de los enfrentamientos terrestres en Malvinas. De los 46 que salieron, volvieron 25. Falcón fue uno de los que se quedó allí.



𝐄𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐣𝐞 𝐚 𝐥𝐚 𝐞𝐭𝐞𝐫𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐭𝐨 𝐌𝐢𝐠𝐮𝐞𝐥 𝐀𝐧𝐠𝐞𝐥 𝐅𝐚𝐥𝐜ó𝐧,
𝘙𝘦𝘢𝘭𝘢𝘵𝘢 𝘦𝘭 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘵𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘊𝘢𝘴𝘵𝘢ñ𝘦𝘥𝘢:
Nos toco lanzar un contraataque flaqueados por una sección de infantería  otra de ingenieros que habían tratado de contraatacar y habían llegado a media cresta por el intenso fuego de los ingleses, Era la noche del 11 al 12 de junio¬. Fuimos guiados por un conscripto estafeta, del mayor Carrizo, Este soldado  conocía un camino de ovejas, ya que  recorría a diario el monte Longdon llevando mensajes y conocía todos los recovecos que existían.  Una vez en posición teníamos en frente un enemigo que parecía cada vez más numeroso con el correr de las horas. Si pesarlo mas despache al conscripto y nos lanzamos al ataque. Recuperando gran parte del terreno perdido
Los hombres de Castañeda trataban de responder a los ingleses con parejo caudal de fuego, para que no se envalentonaran. Al mismo tiempo les gritaban y los insultaban. Los ingleses respondían con la misma moneda. Algunos conscriptos utilizaban la munición y las armas que les habían quitado a los enemigos, muertos o que habían abandonado por el ímpetu del ataque de los soldados argentinos. ¬
Volviendo al relato del teniente Castañeda: A pocos metros mio, el fusil del soldado Miguel Ángel Falcón no dejaba de escupir fuego, mostraba el ímpetu que demostró cuando nos pusimos en marcha. De repente ocurrió algo insólito. Falcón se enfureció, salió de su posición, se plantó desafiante frente a los británicos y continuó disparando desde la cintura mientras los cubría de insultos., el ruido era ensordecedor disparos, granadas, cohetes, y artillería, todo eso formaba una atmósfera irrespirable, las explosiones nos retumbaban en el cuerpo. Yo le grite no seas bol… tiráte al suelo, pero tal vez no me escucho, o no quiso escucharme. ¬ Disparaba todo lo que tenia, arrojaba granadas, Finalmente, una ráfaga de ametralladora le dio. Falcón Cayó de rodillas y cuando se desplomaba hacia adelante, el cañón de su fusil se clavo en el suelo, quedando su pecho apoyado sobre la culata. Parecía que estaba arrodillado rezando. Desafiando a su vez el fuego enemigo, el soldado Gustavo Luzardo se le acercó, lo recostó en el suelo, me miró  y con un gesto le dio a entender que Falcón había partido.¬
¿Porqué actuó así? "Eso sólo lo sabe él", -me expresó el teniente Castañeda- Creo que ya no le importaba nada, estaba haciendo lo que realmente sentía. Dios lo había llamado y se iba feliz, sabedor de que había cumplido"
La batalla de Monte Longdon duró más de doce horas horas, pese a la gran disparidad de fuerzas. Esa noche, los soldados argentinos debieron hacer frente a más de 6.000 disparos, al fuego de morteros, granadas, bombardeos de artillería. Fue una pelea atroz que mostró el coraje inaudito de nuestros combatientes. el Soldado Falcón fue condecorado post mortem con la Medalla " La Nación Argentina al Muerto en Combate" y fue Declarado Héroe Nacional del RI 7.
Por: Malvinas Historias de Coraje
(www.facebook.com/profile.php?id=100071458564601)



lunes, 21 de julio de 2025

Héroe de la Nación: El valiente sargento Adolfo Luis Cabrera

Adolfo Luis Cabrera... Un valiente sargento



 

Argentina tiene muchos héroes desconocidos. Uno de ellos es el Sargento Adolfo Luis Cabrera.
El sargento del Ejército Argentino, Adolfo Luis Cabrera, es para casi todos los argentinos un ilustre desconocido. Este Héroe cuyo nombre ahora es parte de la gesta de Malvinas. Nació en Concordia, Entre Ríos. Integró la "Reserva de a pie" que dirigió el Capitán Rodrigo Soloaga, como segundo jefe del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10 “Coronel Isidoro Suarez”. 



El Sargento Cabrera llegó "de pase" al Escuadrón 10 en el mes diciembre de 1981. En realidad era oficinista y antes de que el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10 partiera hacia Malvinas pidió el pase a caballería para ser voluntario y poder ir. El mérito y heroísmo de este gran soldado no está dado solo por el hecho relatado sino que lo que lo hace más valioso aún es que no había compartido el año militar con sus soldados conscriptos.



Cuando fueron desplegados en Malvinas  Cabrera revistaba como jefe de grupo en la 1ra sección de exploración.  En la noche del 13 al 14 de Junio de 1982, después de realizar varios desplazamientos ordenados, el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindado 10  se incorporó al dispositivo del RI Mec 7 en las alturas de Wireless Ridge y ocupó el extremo oeste, con la 1ra sección en dicha posición, cerrando el flanco correspondiente. El ataque británico, después de ejecutar un aferramiento frontal, se materializó con un envolvimiento con centro de gravedad en ese sector, implicando como consecuencia natural, que la citada sección recibiera el ataque más intenso. Cuando la situación se tornaba insostenible, se recibió la  orden de repliegue para el escuadrón de exploración  blindado. El capitán Rodrigo Soloaga comunica la orden a las secciones. Esta orden para la 1ra Sección resultaba más complicada de ejecutar dado que se encontraba combatiendo en las distancias cortas, con un nivel de aferramiento importante y con riesgo de ser aferrada definitivamente. En ese marco, su jefe el Teniente Bertolini, transmitió a sus grupos la orden de repliegue, el grupo del Sargento Cabrera combatía valerosamente con el enemigo, ellos eran los que estaban bajo mas presión. Ante esta situación este bravo Entrerriano se jugó su vida en defensa de sus hombres. Esta actitud, tan simple en su ejecución y tan grande en su trascendencia, es propia de un héroe de nuestra moderna historia militar, de un soldado cabal y de alguien que supo transformar en hechos su promesa de morir en cumplimiento del sagrado deber militar.



Ante las dificultades para poder despegar y desaferrarse del ataque enemigo, tuvo la nobleza de ordenar a sus hombres ejecutar el repliegue mientras él los cubría con intenso fuego ganando tiempo precioso para que sus hombres se pusieran a salvo. Mientras protegía el repliegue de sus hombres el sargento Cabrera fue abatido por el fuego enemigo y perdió la vida." Quedando para siempre allá en la turba malvinera.
El Sargento Cabrera entregó su vida en la forma en que lo hacen los grandes soldados. Ese hecho, nos muestra grandeza de espíritu, nobleza de alma, espíritu de sacrificio, virtudes que sólo caben en un corazón noble como el que tenía nuestro suboficial. Indudablemente, habrá quien piense que el Sargento Cabrera cumplió con su misión, y eso es verdad, pero no sólo cumplió con ella, sino que ofreció su vida, logrando así preservar la de sus subordinados. 


sábado, 5 de julio de 2025

Becerra, el soldado que murió protegiendo una retirada

La historia del soldado que murió en Malvinas para que sus compañeros pudieran replegarse y el homenaje que demoró cuarenta años

El soldado Walter Becerra combatió y murió en el conflicto bélico del Atlántico Sur. Su papel en la guerra contra las fuerzas británicas y por qué la burocracia y la ignorancia demoraron más de una década en imponerle su nombre a su escuela, para que fuera recordado

Por Adrián Pignatelli || Infobae



Walter Becerra soldado, luciendo el uniforme de salida (Flia Becerra)

Era ya avanzada la noche cuando Mónica se sobresaltó por los golpes que alguien le daba al vidrio de la ventana en su casa de la calle Río Amazonas al 300 del Barrio Zarza, en Moreno. Recién abrió la puerta cuando vio que era su cuñado Walter Ignacio Becerra, 19 años, que se había escapado del cuartel del regimiento 6 donde estaba haciendo el servicio militar. Había ido al barrio con tres amigos para despedirse de su novia Mirta y de paso de su familia, porque se iba a la guerra.

Adelante vivía su hermano Carlos y en la casa de atrás los padres Andrés Ignacio y Julia Díaz. Cuando lo vio, la madre no pudo de la alegría. Enseguida preparó su plato preferido: milanesas con bombas de papa rellenas con paté y recubiertas con mayonesa. Esa noche fue la última vez que lo verían.

Marcado en el círculo, junto a sus compañeros del regimiento 6 de Mercedes

Walter Ignacio Becerra nació en el Hospital Castex, en General San Martín el 5 de mayo de 1962. Al tiempo el padre compró dos lotes en Moreno, cuando todo era campo, y no se fueron más del barrio. Walter, como toda la familia, era hincha de Boca y cada tanto se daba una vuelta por el gimnasio a hacer pesas y a pegarle unas piñas a la bolsa. Según su hermano Carlos, siete años mayor, era querible y cariñoso, al punto tal que sus amigos del barrio, en la medida que formaban familia, a sus hijos varones les pusieron Walter o Ignacio.

Le gustaba bailar el rock, escuchar a los Bee Gees y tomar vermouth. A pesar de su juventud, era un padrino muy presente de su sobrina Julieta, quien recuerda que la llevaba a la calesita del barrio.

Junto a sus compañeros del Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de Mercedes partió el 12 de abril de 1982 a Malvinas. A la noche llegaron a El Palomar y al día siguiente estaban en las islas.

Héctor Guanes, otro de los caídos del 6 (Comisión de familiares de caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur)

Con los soldados que estaban por irse de baja se formó la Compañía B. Becerra integraba el primer grupo de la tercera seccion de infanteria, a cargo del Cabo 1ro Zapata. De ese grupo murieron en combate Becerra y Jorge Luis Bordon, cuyos restos fueron identificados en 2018. Miguel Luis Todde y Néstor Brilz fueron heridos en combate, Segovia murió en la posguerra, y el grupo era completado con Polizzo, Roldan, Arrua y Benitez,

Todos concuerdan que el “cabezón” era un tipo bueno, sin maldad y recuerdan entre risas cuando en una noche de niebla, que no se veía nada, salieron con el único visor nocturno que disponían a buscar comida en un galpón y se terminaron perdiendo y que en lugar de comida volvieron con sus bolsos portaequipos, a los que consideradan extraviados.

Los primeros días en Malvinas fueron de expectativa, pendientes de las negociaciones políticas y de la intervención del Papa. Sin embargo, los bombardeos del primero de mayo avisaron que la guerra había llegado, y más aún cuando se enteraron del hundimiento del Crucero General Belgrano.

Su hermano Carlos, emocionado, luego de descubrir la placa

Ya casi al final de la guerra Walter, ese muchacho querendón, divertido, gracioso y atorrante, debió luchar con sus bajones anímicos que el joven jefe Lamadrid intentaba levantar en las largas esperas en las trincheras frías y húmedas.

Becerra cayó en la madrugada del 14 de junio, combatiendo contra el Segundo Batallón de Guardias Escoceses, en el sector este del Monte Tumbledown. Los soldados de la sección de Vilgré Lamadrid, a pesar de los días de cansancio y de mal comer, mantuvieron a raya el avance enemigo la noche del 13, hasta que las municiones comenzaron a escasear y los ingleses a multiplicarse.

Cuando fue alcanzado el soldado Juan Domingo Horisberger, apuntador de la ametralladora Mag, quien había dejado de disparar porque se le había trabado, fue Becerra quien con su fusil automático pesado -un arma parecida al Fal pero con caño reforzado para poder disparar más ráfagas sin que se dilatase el cañón y que además llevaba un trípode en su extremo- abría fuego a la par que cambiaba de posición, desorientando a los británicos -”peleaban como verdaderos demonios”, dirían después- que no lograban dar con él.

Misión cumplida. A la izquierda Pichi Contardi y a la derecha Víctor Hugo Iópolo, uno de los que trabajó para que la escuela llevase el nombre del compañero muerto

Aún sabiendo que se había transformado en el principal blanco enemigo, Becerra se negó a replegarse porque quería cubrir a sus compañeros. Una hora estuvo disparando en esas condiciones hasta que lo abatieron con un lanza cohetes.

En la familia estaban pendientes de los contingentes de soldados que regresaban y ante la misma pregunta que se repetía una y otra vez, la respuesta era que a Becerra no lo habían visto, búsqueda que finalizó cuando estacionó un jeep del Ejército frente a la casa y dos oficiales les llevaron la noticia que nunca imaginaron escuchar.

Desde 1983 sus restos descansan identificados en la tumba 15, de la fila 1 del sector B del cementerio argentino en Darwin.

El papá falleció de un infarto dos años después, y su médico lo atribuyó a la tristeza. Su mamá, sumida en la desesperación, solía salir de su casa de madrugada para ir a buscar a su hijo, quien sabe dónde.

Veteranos posan junto a la directora del establecimiento

El recuerdo del Negro Guanes

Víctor Hugo Iópolo es para todo el mundo “el colorado”, un veterano del regimiento 6, corpulento, de emoción fácil, que el pasado noviembre cumplió 64 años. Era clase 60 pero había pedido prórroga para terminar sus estudios de maestro mayor de obra. La vida quiso que a diez días de irse de baja, le tocase ir a Malvinas.

Nació y vive en Moreno, y su obsesión fue que había que hacer algo por Becerra y Guanes, los dos veteranos caídos del 6 que eran de Moreno, porque como le confesó a Infobae, “de estos muchachos nadie se va a acordar”.

Trabajó muchos años en la gráfica hasta que el médico le indicó que debía parar y se empleó como auxiliar en una escuela de Moreno. Dice sentir un profundo dolor mientras se señala el corazón cuando, diez días después de haber regresado de la guerra, la mamá del Negro Guanes, que lo había tenido de soltera, fue a su casa porque no tenía noticias de su hijo. Iópolo sabía que Guanes, muchacho introvertido que era más de mirar que de hablar, había sido gravemente herido en las piernas por una bomba en las últimas horas de la guerra; que el soldado Goñi, desentendiéndose del intenso fuego enemigo y de la tierra que no dejaba de temblar por las explosiones, le aplicó morfina mientras se desangraba y perdía el conocimiento; y que sus compañeros, cuyos rostros exhaustos por el combate se iluminaban intermitentemente con las bengalas, lo rodeaban y atinaron a rezarle a la virgencita paraguaya de Caacupé, del que su amigo al que la vida se la iba era devoto; y que como no podían llevarlo con ellos, lo dejaron cubierto por una sábana blanca, que indicaba que era un soldado herido.

Terminadas las acciones se enteraron de que había fallecido, pero Iópolo no tuvo el valor de enfrentar a la mujer y contarles los detalles de los últimos minutos de su hijo e hizo salir al padre. Ella entendió, dio las gracias y no la vio nunca más. Iópolo iría a terapia por veinte años, porque en el fondo, él hubiera querido que, de haber muerto en Malvinas, su madre supiera la verdad.

Con banda militar y todo. El acto fue una revolución en el barrio, del que participaron los vecinos

La puja con el Che Guevara

Con los años se empleó como portero en la Escuela de Educación Secundaria N° 30 de Moreno, ubicada en el barrio 2000, a pocas cuadras del Acceso Oeste, zona insegura pero que, en el universo de la delincuencia que domina al conurbano, él define que ahora está más tranquilo.

No como cuando el año en que entró a trabajar, cuando manos cobardes la quemaron. Junto a otros veteranos se desvivieron para reconstruirla, tarea que les llevó un año. Van chicos de primero a sexto año, en dos turnos, mañana y tarde.

Unos doce años atrás Iópolo vio un pequeño cartelito, medio escondido, donde se invitaba a los profesores a sugerir nombres para bautizarla. Iópolo, quien además presidía la cooperadora y era famoso por publicar los balances, increpó al director de entonces. Que la escuela era del barrio, que todos los vecinos tenían el derecho de votar, y que el cartel debía ponerlo en la entrada para que fuera visible para todos. “Yo sabía que con vos iba a tener problemas”, se quejó el director.

El apuntó el nombre de Walter Becerra, pero también hubo otros que apoyaban la candidatura de Ernesto Che Guevara, y hubo quienes optaron por Leonardo Da Vinci y otros que su memoria ya borró. Para la selección final, el trámite se le complicó, ya que cada postulante debía presentar un video con la justificación de por qué lo proponía. Para los otros postulantes, fue sencillo: recurrieron a videos publicados en youtube, pero él no sabía qué hacer. Se le ocurrió grabarlo a Fernando Pichi Contardi, gran amigo de Becerra, y luego viajó a Buenos Aires donde lo filmó a Esteban Vilgré Lamadrid, que había sido su jefe. Cada uno relató quién había sido el soldado muerto en Tumbledown.

La escuela 30 ahora tiene nuevo logo y homenajea a un caído en Malvinas

Durante una semana los alumnos tuvieron la oportunidad de ver todos los videos y Becerra ganó con el 99% de los votos. El resultado fue asentado en el libro de actas del colegio y el directivo, contrariado por el resultado, cajoneó el trámite.

Ese director se fue, y vino una seguidilla de una interina, un profesor, luego otra directora, y todos se desentendieron del tema. Iópolo no se acuerda bien de ninguno de ellos.

El veterano estaba cansado. Era mucho el desgaste de tantos años porque además era la cabeza de la cooperadora, y a comienzos de este año renunció, si hacía cuatro o cinco que se había jubilado. Está separado y tiene tres hijas.

En agosto, una llamada lo volvió a la vida. El vice director Pablo Roncio le dijo que la provincia había aprobado la imposición del nombre. Solo había que buscar una fecha para hacerlo realidad.

Por los compromisos de los funcionarios municipales, se eligió el 21 de noviembre, para hacerlo coincidir, casi con el día de la soberanía, que es el 20.

El acto fue un tremendo alboroto de los buenos en el barrio. Se consiguió que fuera la banda de música del Grupo 1 de Artillería “Tomás de Iriarte”, que tiene asiento en Campo de Mayo, y el modesto patio de la escuela se llenó de vecinos, funcionarios municipales, provinciales y veteranos.

Iópolo, que ese día fue abanderado, agradeció quebrado por la emoción a los veteranos que participaron de este reconocimiento, como a Alberto “Culata” Curieses, que trabajaba en el Consejo Escolar de Moreno y ayudó mucho cuando la escuela se quemó. También estaba el coronel Mario Albérico Moyano -teniente primero en la guerra- “el papá de todos los veteranos”, y muchos compañeros del 6, que siempre se mueven como en una suerte de inquebrantable hermandad guerrera.

Estaban los Becerra, a quien se les obsequió una bandera, y su hermano Carlos participó del descubrimiento de la placa. El jefe del regimiento 6, coronel Sebastián Marincovich, envió un diploma para la escuela.

“Lo que hicimos en el colegio fue dejar una familia a nuestros compañeros”, aseguró Iópolo. Porque en 2017 también se había cumplido con el otro caído, cuando a la Escuela de Educación Secundaria N° 42 de Paso del Rey pasó a llamarse Héctor Guanes.

En la familia están más que contentos que, después de tantos años, se hayan acordado de Walter. A la vuelta de la casa, en una placita un monolito tiene su nombre y también hay otro en la plaza principal de Moreno, frente a la municipalidad. Hace tiempo hubo un intento de un concejal de ponerle el nombre a la calle donde vive la familia, pero el edil falleció y todo quedó en la nada.

Esa noche, la de las milanesas con bombas de papa, su cuñada Mónica les preguntó si tenían miedo, y ellos respondieron que no, que los “iban a hacer pelota a los ingleses”. En la puerta de calle fue la despedida, y la última vez que lo vieron fue cuando cruzó la calle para tomar el colectivo 57. En un momento los cuatro muchachos que iban a la guerra se dieron vuelta y saludaron, pensando tal vez en un hasta luego, pero que duraría para toda la vida.