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sábado, 20 de enero de 2024

COAN: Los apuntes matemáticos que ayudaron en el hundimiento del HMS Ardent

Los apuntes de la UNS que permitieron hundir un buque inglés en Malvinas

La sorprendente historia de un libro que permitió a los pilotos de la Aviación Naval asestar un duro golpe a la marina británica en  la guerra de 1982.


Adrián Luciani || La Nueva Provincia

   A medida que pasan los años, cada vez más hechos demuestran no sólo el valor y el profesionalismo con el que combatieron nuestros pilotos de la Aviación Naval en Malvinas, sino también doctrinas de combate propias utilizadas, en inferioridad de medios, para sorprender la abrumadora cantidad de tecnología disponible en el bando enemigo.

   El caso de la Tercera Escuadrilla de Caza y Ataque, unidad nacida en la Base Espora a comienzos de los 70`s, que para 1981 había alcanzado el límite de vida útil en sus jets monoplazas reactores Skyhawk A4Q, es uno de estos ejemplos.


   Ocho aviones se encontraban con posibilidad de vuelo, pero varios presentaban fisuras a consecuencia de la operación en portaaviones y requerían el recambio de las alas para seguir volando. 

   Los cañones no funcionaban, salían dos o tres disparos y se trababan dejando al caza indefenso ante un hipotético combate aéreo contra otro caza enemigo. A esto había que agregarle que los cohetes en los asientos eyectables estaban vencidos, poniendo en peligro la vida del piloto al quedar atrapado dentro de la cabina. 

   Sin embargo, los pilotos conocían cada avión, cada uno de ellos volaba diferente y cada uno tenía un A4Q preferido.

    El 21 de mayo de 1982 no fue un día más para los aviadores navales y mucho menos para los británicos. Ese jornada la Tercera Escuadrilla de Ataque iba a entrar en la historia al hundir a la fragata clase 21  “HMS Ardent” en la bahía de San Carlos. 

   Eso forma parte de una historia ampliamente difundida. Sin embargo, detrás de la escena, hubo otra historia desconocida y no menos apasionante:: la de los apuntes de la UNS que permitieron semejante proeza militar cargada de alto profesionalismo.

   Los hechos, que se remontan al conflicto con Chile, fueron rescatados del olvido por el escritor bahiense Claudio Meunier y formarán parte de un nuevo libro.

   “Gerardo Agustín Sylvester, matemático estadístico bahiense y profesor titular del Departamento de Matemática en la UNS; escribió una obra de estudio y consulta que se llamó Montecarlo, aplicación en las Empresas y las Fuerzas Armadas, que se editó en 1970. Copias de esta obra se pueden encontrar en el Conicet o hasta en Mercado libre.

   Durante la guerra las fotocopias de esa obra estaban en el kiosquito de apuntes del departamento de Matemáticas de la universidad a disposición de los alumnos y son esas mismas páginas las que el MI5 del servicio británico de Inteligencia debió haber  rastreado pues en el final del libro se publica un ejercicio de estadística clave. 

   Allí se detalla un supuesto ataque a un buque de guerra con una clase específica de avión en cuanto a sus características, con uso de determinado armamento, formas de atacarlo y se precisan también,  a través de la estadística, los resultados del ataque. 

   “Por ejemplo, mencionaba que dos grupos de tres aviones cada uno, seis en total con un total de 24 bombas (cuatro cada uno), lanzadas en reguero (una tras otra separadas por fracciones de milisegundos) y cruzando el objetivo desde diferentes ángulos, podían impactar de lleno al buque hundiéndolo u horquillándolo, es decir haciendo explotar las bombas a sus costados y ocasionándole serias averías. 

   “También precisaba que en la acción se iba a perder el 50% del grupo de atacante. Esa es la estadística a la que habían llegado en el departamento de Matemática de la UNS el Profesor Sylvester con un núcleo de docentes muy capacitados que lo acompañaron en este trabajo único”, señala Meunier.

   “El ataque del 21 de mayo de 1982, con la misión de los Skyhawk de la Aviación Naval Argentina, estuvo basado en las fotocopias de un libro de la UNS. Es decir que si los británicos querían saber cómo los iban a atacar sólo tenían que ir al kiosco y fotocopiarlo”, agrega.

   Para llevar a la práctica la teoría del matemático local, la escuadrilla adquirió bombas americanas Mk 82 con cola retardada.

   El personal terrestre, clave en el mantenimiento de los Skyhawks a través de su departamento de armas, conocía el manejo de ellas por el alto grado de adiestramiento. 

   De esta forma la escuadrilla entraba en la historia de la aviación mundial al ser la única en el mundo preparada para combatir a buques de guerra enemigos con doctrina propia y armamento especial para este cometido. 

   No fue ninguna sorpresa cuando el 21 de mayo seis Skyhawks partieron con sus cuatro bombas para producir daños en el desembarco ingles. Sin embargo, el primer vuelo de la mañana retornó con su armamento al desviarse de la zona de ataque por un problema en el sistema de navegación instalado días antes, el cual no permitió que los pilotos lograran, bajo la presión del combate, la preparación correcta. 

   En el segundo vuelo participaron seis aviones divididos en dos grupos de tres. El  líder del primer grupo era el del capitán de corbeta y vecino bahiense Alberto Philippi, quien solicitó que le dieran un avión sin ese equipo de navegación ya que lo haría como siempre había volado.

   El segundo grupo tuvo dos aviones con navegador provisto de los valores correctos, en tanto el restante debía volar a la vista de los otros dos para no perderse en el retorno.

   “La escuadrilla se preparó para atacar a los buques. No era como el Super Etendard, que lanzaba el misil fuera del horizonte del enemigo  y se volvía. Los Skyhawks navales debían llegar hasta el blanco volando rasante, bajo fuego antiaéreo, esquivando misiles, sin poder disparar sus cañones, elevarse a 50 metros de altura exponiéndose aun más al fuego enemigo y  lanzar las bombas pasando por encima del buque”, refiere Meunier.

   “Como los Skyhawks no tenían intervalómetro para lanzar las bombas unas detrás de otra, emplearon un método criollo local: utilizaron los lanzadores de sonoboyas que tenían los aviones Grumman Tracker de lucha antisubmarina. Fue realmente una obra maestra lo que hicieron para lanzar en reguero esas bombas americanas de 250 kilos con cola retardada. Estas se frenaban en el aire permitiendo que el avión pudiese escapar y no ser alcanzado por la onda expansiva”.

   Pero esa historia tuvo un capítulo más, no exento de dramatismo, ya que el hijo del profesor Gerardo Agustín Sylvester, el teniente de navío Roberto Gerardo Sylvester, era uno de los seis pilotos que ese 21 de mayo se preparó para atacar al desembarco británico en San Carlos.

   “El padre lo llamó la noche anterior, estaba preocupado, su hijo se encontraba en esa lotería del 50 por ciento de pérdidas. Es decir, un ejercicio que él fabricó le toco vivirlo a su hijo, lo que resultó algo terrible para él”, comenta Meunier. 

   La mañana del día del ataque –agregó-- Sylvester se subió a su automóvil Opel K 180 y se fue a la Base Espora a escuchar en los equipos de radio el ataque a los buques. Seguramente escuchó al capitán Philippi decir: ‘Soy Mingo, me eyecto, me dieron, estoy bien’ y también el grito de alerta del teniente de fragata Marcelo Marquez diciendo ‘Harrier, Harrier’. Segundos más tarde su voz se apagaba cuando uno de los Sea Harrier piloteado por John Leeming lo alcanzaba con una salva de cañones esparciendo su Skyhawk en el firmamento luego de explotar su turbina.

   “Luego escuchó al teniente de navío José César Arca, con su avión averiado, informando que se trababa en combate con un Harrier para luego eyectarse en Puerto Argentino. Así. una de las máximas del libro del profesor Sylvester, se cumplía: la mitad del grupo atacante era derribado. Márquez murió y Philippi y Arca lograron eyectarse. El primero fue tomado prisionero y el segundo fue rescatado por un helicóptero del Ejército Argentino.

   El matemático vivió momentos muy difíciles, escuchar a su hijo yendo al combate volando en el segundo grupo. Los tenientes de navío Benito Rotolo, Sylvester y Carlos Lecour, alertados por las voces de los primeros tres pilotos que estaban siendo  atacados, emplearon lo practicado una y mil veces: acercarse al blanco volando bajo estricto silencio de radio. 

   Uno detrás de otro, en fila india, los tres Skyhawks se acercaron a una velocidad de casi mil kilometros por hora llevando un regalo impensado para los británicos, practicar con ellos la parte final del ejercicio de ataque incluido en el libro, que algunos poseían en fotocopias. 

   Al llegar a la bahía de San Carlos, Rotolo observó a la fragata “Ardent” humeando profusamente, una bomba del capitán Philippi y una del teniente Arca habían dado de lleno en la popa ocasionándole incendios de magnitud. 

   Rotolo la señaló y los tres pilotos fueron tras la castigada fragata que en horas de la mañana había sido blanco de los Dagger de la Fuerza Aerea Argentina basados en Río Grande. 

   Las bombas de Rotolo explotaron a cada lado del buque, Lecour la alcanzó con una de nuevo en la popa, destrozándola por completo. Esa fue la estocada, el golpe de gracia.
Sylvester, impresionado por la explosión delante suyo, apuntó a la “Ardent” y lanza su carga con resultados dantescos para el buque británico que pocas horas después se hundía producto de las averías. 

   En la base Espora, Gerardo Agustín Sylvester, respiró profundo y hondo, volviendo a la vida cuando escuchó la voz de su hijo y sus compañeros llamándose entre ellos e iniciando el retorno a Río Grande.

   Los tres pilotos sobrevivientes formaron parte de la estadística Montecarlo, lograban retornar a su base y ser el otro 50% que salía con vida. 

   “Es decir que se cumplieron los parámetros de hundimiento, uso de bombas, lanzamiento y pérdidas, fue a mi entender el ejercicio de estadística mas peligroso que creó este notable matemático de nuestro medio”, concluyó Meunier.


miércoles, 23 de junio de 2021

Teoría de la guerra: Prediciendo el inicio de las guerras

Por qué nos equivocamos: reflexiones sobre cómo predecir el futuro de la guerra

Kori Schake || War on the Rocks




Nota del editor: Este es un extracto de "Book Review Roundtable: The Future of War" de nuestra publicación hermana, Texas National Security Review. Asegúrese de consultar la mesa redonda completa.

Me encanta el concepto de The Future of War: A History de Lawrence Freedman. Freedman analiza cómo las personas en el pasado esperaban que se desarrollaran los conflictos y explora por qué se equivocaron con tanta frecuencia, y a menudo de manera espectacular. Es un prisma magnífico a través del cual ver lo poco que el presente tiene que decir sobre el futuro.

Freedman es el mejor tipo de guía turístico, amigable e informativo, sembrando historias conocidas con hechos inesperados para saborear. Los títulos de los capítulos por sí solos empujan la imaginación a medida que trazan la evolución del pensamiento sobre la guerra, destacando la capacidad de Freedman para aprovechar ejemplos de periódicos de la década de 1890, las lamentaciones de Walt Whitman sobre la infracción de la guerra contra la población civil, películas sobre las guerras de Vietnam e Irak, y Guerras de pandillas en Los Ángeles: un ejemplo nacional de insurgencias de bajo nivel que debilitan la gobernabilidad en entornos urbanos.

Los futuristas de la guerra sufren los mismos fallos de imaginación que con frecuencia encadenan a sus hermanos en otras profesiones: enfatizan demasiado las tendencias actuales y asumen que las normas culturales de su sociedad unirán de manera similar a sus adversarios. Los futuristas a menudo se equivocan en sus predicciones porque dibujan proyecciones en línea recta a partir de datos actuales. Como escribe Freedman, las proyecciones son "tanto sobre el presente como sobre el futuro". Proyectar con precisión hacia el futuro requiere imaginar un comportamiento discontinuo: guerras que diezman el desarrollo económico de China, o quizás lo impulsan; avances en tecnología que modifican radicalmente las curvas de oferta y demanda de energía; cambios dramáticos de las actitudes públicas que expanden o contraen el espacio político.

Quizás los predictores de la guerra leen demasiada historia y no suficiente biología evolutiva. La idea de Stephen J. Gould de la evolución contingente puede ajustarse al desarrollo intelectual incluso mejor que al proceso de selección natural. Gould postula que en cualquier escenario hay muchas trayectorias potenciales, quizás incluso muchas desviaciones de la ruta actual, sin embargo, las personas tienden a trazar una línea recta desde el punto de partida hasta la ubicación actual; no tienen en cuenta los callejones sin salida o las rutas de mariposas que meandro. La naturaleza y la estrategia pueden ser más despilfarradoras en su desarrollo que la captura de líneas rectas.

La narrativa de la batalla decisiva

Pero si los futuristas se equivocan al proyectar las tendencias actuales hacia adelante en el tiempo, los que creen en la victoria derivada de una batalla decisiva se equivocan porque se proyectan con nostalgia hacia el pasado. Se imaginan una época mística en la que se formaron y pelearon ejércitos, y se establecieron acuerdos políticos duraderos mientras se asentaba el polvo de la batalla. Profesionales militares adornados con tecnologías de vanguardia y sin obstáculos por la interferencia de los políticos dictaron los planes y produjeron resultados políticamente importantes con un mínimo de bajas civiles.

Es un placer ver a Freedman abordar la expectativa errónea de una batalla decisiva en su enorme trabajo. Si Geoffrey Blainey tiene razón en que la navaja de Occam borra todas las demás explicaciones de por qué los estados van a la guerra, dejando solo que creen que pueden ganar, el corolario de Freedman es que los estrategas anticipan erróneamente un conflicto clave que decidirá el destino de la guerra. En su trabajo anterior, Estrategia: una historia, Freedman remonta esa teoría errónea del conflicto a las guerras napoleónicas, donde los estrategas se centraron en Jena y Waterloo en lugar de las agotadoras campañas ibéricas y rusas. En El futuro de la guerra, utiliza la batalla de Sedan de 1870 entre Alemania y Francia para clavar los últimos clavos en un ataúd que ha estado construyendo en gran parte de su trabajo en los últimos quince años.

Freedman, en cambio, reemplaza la decisión con la duración como factor crítico en la guerra, "porque si el enemigo demostraba ser resistente, con el tiempo los factores no militares se volverían progresivamente más importantes". Esta es la lección esencial de su libro: los esfuerzos para dar el primer golpe "no se tomaron como advertencias de la locura y futilidad de la agresión, sino en lugar de cómo los incautos podrían ser atrapados". En realidad, según Freedman, la capacidad de absorber un ataque sorpresa y desencadenar una guerra (lo que en los debates de la administración Eisenhower sobre la política de seguridad nacional se discutió como guerra de retroceso) es la estrategia ganadora. Sin embargo, es una lección que los triunfalistas de las batallas decisivas desde Austerlitz hasta la teoría de la guerra de la conmoción y el sobrecogimiento estadounidense han tenido que volver a aprender con deprimente regularidad.

Lo que hace que el último libro de Freedman, y gran parte del trabajo reciente de Freedman, sea tan poderoso es que da toda la vela a la amplitud de su conocimiento sobre tantos temas y los aplica al tema de la estrategia militar. Es especialmente bueno explorando las formas en que se ha utilizado la literatura para sacudir al establishment de la complacencia, desde La batalla de Dorking de Sir George Tomkyns Chesney hasta August Cole y La flota fantasma de Peter Singer. Es un placer ver al mejor estratega académico escribir hoy en día elaborar la trayectoria de esta historia.

Sin embargo, Freedman se desliza a la ligera sobre los fracasos de los estrategas militares y civiles contemporáneos para enfrentar las fallidas guerras estadounidenses actuales, lo cual es sorprendente dado que Freedman fue la fuerza intelectual del Informe Chilcot que evaluó de manera tan mordaz los errores de la Guerra de Irak del gobierno de Blair. Mientras Freedman narra los puntos ciegos y las deficiencias de los pronosticadores y estrategas de la guerra, me hubiera gustado leer más de sus pensamientos sobre otras posibles elecciones que esas personas podrían haber hecho y adónde habrían llevado a Estados Unidos y el Reino Unido. También me hubiera gustado leerlo celebrando más de los valores atípicos astringentes, las voces solitarias que han acertado el futuro, como Charles J. Dunlap, el abogado militar cuyo oscuro presentimiento de cómo Estados Unidos perdería guerras futuras fue un shock cuando él lo escribió en 1996.

Los desafíos y beneficios del análisis cuantitativo

Al igual que otros críticos, encontré que el extenso estudio de Freedman sobre los análisis cuantitativos de los científicos políticos no concordaba con la primera mitad del libro. Estoy de acuerdo con la evaluación de Freedman de que la manía por los estudios cuantitativos a menudo carece del contexto necesario para comprender las causas y consecuencias de la guerra. Como Freedman ha enfatizado en otra parte, las guerras interestatales son raras y sus circunstancias particulares. Otto von Bismarck lo resumió bien cuando afirmó que la política no es una ciencia, es un arte. La construcción de conjuntos de datos codificados corre el riesgo de cometer el mismo error que cometió Graham Allison en su libro sobre la "trampa de Tucídides": forzar un problema en un marco de ciencia política en el que n debe ser mayor que uno. En realidad, cada guerra interestatal es completamente única, por lo que n nunca puede ser mayor que uno. La broma entre los fanáticos del béisbol sobre si hay una temporada de 162 juegos o 162 temporadas de un juego llega al meollo del problema. La historia de la guerra seguramente se compone de 162 temporadas de un juego.

Sin embargo, estoy menos convencido de que la inclinación de las ciencias políticas por los estudios cuantitativos haya impedido comprender los conflictos que prevalecieron después de la Guerra Fría, porque tal afirmación parecería otorgar a una rama del estudio académico en gran parte inaccesible mucha más influencia de la que merece. Los departamentos universitarios de ciencias políticas prejuzgan la contratación en la dirección de la ciencia política cuantitativa, pero esos trabajos tienen muy poco efecto en la comprensión pública o en las decisiones políticas. Solo para tomar el ejemplo de la teoría de la paz democrática, la obsesión académica por demostrarla se quedó más de medio siglo por detrás de la relevancia política de la idea. Este campo tampoco ha impedido que los especialistas e historiadores regionales tengan influencia.

Que la cuantificación excesiva puede oscurecer más que iluminar el estudio de la guerra ha sido claro desde el Ensayo sobre el principio de población de 1798 de Thomas Malthus. Sin embargo, tanto trabajo cuantitativo es más oscuro que esclarecedor no es suficiente para merecer ignorar sus contribuciones. Primero, porque, históricamente hablando, la ciencia política cuantitativa aún se encuentra en sus primeras etapas, y los refinamientos están mejorando los números y proporcionando conocimientos más sólidos. Las críticas de Freedman, aunque estén bien fundadas, pueden subestimar la evolución de la forma; quizás el mejor paralelo sea el uso de la sabermetría en el béisbol, donde el cálculo numérico alguna vez visto como una afrenta al juicio estudiado de los cazatalentos experimentados ahora se ha convertido en una ayuda invaluable para ellos .

La segunda defensa de la ciencia política cuantitativa proviene del Apocalipsis de Theodore Sturgeon. El escritor de ciencia ficción fue cuestionado una vez por la baja calidad del género. Respondió que lo relevante no era que el 90 por ciento de la escritura de ciencia ficción fuera una mierda, sino que "el noventa por ciento de todo es una mierda". Es decir, el problema no era exclusivo del género, sino que podía aplicarse a todos los géneros. Precisamente así, se puede responder a la crítica de Freedman a la ciencia política cuantitativa señalando que gran parte de la escritura histórica es igualmente poco esclarecedora: el trabajo de contabilidad o sobrecargar al lector con hechos y citas excesivas, en lugar de la característica narrativa vivaz del trabajo de Freedman.

Una discusión completa sobre el futuro de la guerra

Debido a que el trabajo de Freedman es tan amplio y la pregunta que plantea es relevante en tantos campos de estudio, esta mesa redonda ha reunido a expertos de varios campos diferentes para compartir sus pensamientos sobre su último libro. Todos ellos están, de diferentes maneras, en el negocio de imaginar el futuro: guiando la política, impulsando la tecnología, utilizando la tecnología para sacar ventaja en la guerra o estableciendo límites para su uso ético. Cada colaborador profundiza en diferentes aspectos de El futuro de la guerra, iluminando la guerra desde sus perspectivas únicas.

Mike Gallagher, un veterano de la Infantería de Marina de los EE. UU., Representa al octavo distrito de Wisconsin en la Cámara de Representantes de los EE. UU. Y es miembro del Comité de Servicios Armados. Su ensayo se centra en el fracaso de la tecnología para evitar que los adversarios encuentren formas creativas de obstaculizar el éxito, a pesar del optimismo de que la tecnología cambiaría los fundamentos de la guerra. También expresa su decepción, como funcionario electo responsable de preparar las fuerzas militares estadounidenses para el futuro, de que Freedman no ofrezca más consejos prácticos sobre cómo mejorar las predicciones de la guerra. Gallagher explora las “limitaciones internas que pueden explicar el fracaso de los pronósticos”, en particular el continuo fracaso de Estados Unidos para reunir experiencia regional y cultural en su establecimiento de seguridad nacional.

Heather Roff es analista de investigación senior en el Laboratorio de Física Aplicada de Johns Hopkins. Anteriormente, fue la especialista en ética en Deep Mind, la división de inteligencia artificial de Google, y ha estado en las facultades de la Universidad de Oxford y la Universidad de Colorado en Boulder. En su reseña, Roff desafía la exclusión de Freedman de las guerras de Corea y Vietnam de su discusión sobre cómo los conflictos pasados ​​pueden encerrar a los futuros estrategas en "guiones" fijos, ya que esas guerras proyectan las sombras más largas sobre los desafíos actuales de la política exterior y la tecnología. En particular, analiza la expansión del poder de la presidencia en tiempos de guerra y el fracaso de Estados Unidos para entender la guerra de Vietnam desde la perspectiva de su adversario.

Sakunthala Panditharatne es el fundador de la empresa Asteroid Technologies que diseña gráficos y animaciones 3D para aplicaciones de realidad aumentada. Su exploración de ideas en Twitter es el equivalente intelectual a zarpar con Columbus. Su revisión del último trabajo de Freedman establece paralelismos con las Revoluciones Tecnológicas y Capital Financiero de la historiadora económica Carlota Pérez. Panditharatne ve que "las tendencias en la tecnología y la dinámica organizacional han llevado a la creciente complejidad e hibridación de la guerra, al igual que la creciente complejidad en los negocios conocida como la 'economía del conocimiento'". Particularmente interesante es su exploración de cómo las computadoras personales y la conectividad a Internet son el cambio de poder de las organizaciones grandes y centralizadas hacia las pequeñas organizaciones en red, tanto en las empresas como en las fuerzas armadas, y el papel que desempeña ahora la legitimidad a raíz de ese cambio. Espero fervientemente que tenga razón en su afirmación de que “la guerra híbrida debería brindar una ventaja a las naciones con mucho poder blando, que pueden atraer y retener a los mejores talentos técnicos tanto en la industria como en el ejército directamente, una conclusión alentadora para los defensores de democracia liberal."

Pavneet Singh y Michael Brown están en DIUx, el brazo de exploración del Departamento de Defensa de tecnología comercial para uso militar. Brown es ex presidente y director ejecutivo de Symantec y ha dirigido muchas otras empresas de tecnología, incluidas Quantum y EqualLogic. Singh ha trabajado en el Consejo de Seguridad Nacional, el Consejo Económico Nacional y el Banco Mundial. Su ensayo explora algunas de las "señales" para predecir la guerra que, según ellos, Freedman pasó por alto. Esto incluye sugerir expandir el análisis más allá del Reino Unido y Estados Unidos para comprender cómo otras culturas, que tienen una visión más amplia de la historia que la cultura y los sistemas políticos angloamericanos, ven el futuro de la guerra; profundizar más en el vínculo entre las tendencias económicas y los resultados de la guerra, debido a la dependencia de la guerra en la fuerza económica; y reconociendo "el papel y la determinación de la tecnología superior". Brown y Singh argumentan: "No se puede negar el hecho de que quien tenga una tecnología significativamente superior saldrá vencedor en un conflicto futuro". También ven diferencias importantes entre las guerras de grandes potencias y las guerras regionales, distinciones que Freedman no considera en su análisis.

Conclusión

El futuro de la guerra sirve como un recordatorio de que los estrategas deben reevaluar sin descanso sus análisis, buscando dónde sus suposiciones pueden haber sido incorrectas o dónde ya no captan los elementos críticos del problema. Los buenos estrategas también deben ser paranoicos desesperados, constantemente temerosos de que se abra una trampilla debajo de ellos, siempre elaborando planes de respaldo sobre cómo evitar ser arrojados a la alcantarilla que espera debajo.

Freedman advierte que el factor contemporáneo más peligroso y desestabilizador sería "una decisión de Estados Unidos de desvincularse de sus compromisos de alianza". Esto es particularmente conmovedor dado el reciente comportamiento vergonzoso del presidente Donald Trump hacia los aliados de Estados Unidos en la OTAN. El mundo ahora puede estar viendo desplegarse el futuro que más preocupa a este gran estudioso de la guerra. La exploración de Freedman de las actitudes, el arte y la erudición de individuos de la historia sugiere que puede que no pase mucho tiempo antes de que estos años se denominen el período de entreguerras.

Sir Lawrence Freedman es el escrito académico más incisivo e influyente sobre la guerra en la actualidad. Tomó la profesión por asalto con su Ph.D. disertación sobre inteligencia estadounidense y la amenaza estratégica soviética, escribió la historia oficial británica de la Guerra de las Malvinas, construyó el renombrado Departamento de Estudios de Guerra en el King's College de Londres, hizo contribuciones fundamentales tanto a la doctrina Blair de 1999 como al informe Chilcot, y ha sido un mentor a prácticamente todos los jóvenes académicos en el campo. Este libro le muestra un estratega en su totalidad, basándose en una carrera de pensar cuidadosamente sobre la guerra para preguntarse por qué es tan difícil ver venir el tipo de guerras que realmente se libran. En un momento en el que gran parte de la academia ha reducido su enfoque, su trabajo es una llamada de atención para hacer preguntas grandes e importantes. Estoy muy contento y agradecido de que este interesante grupo de pensadores de diferentes campos hayan dedicado su tiempo para mirar El futuro de la guerra. Y estoy encantado de que no se sometieran a su estatura ni se sintieran intimidados por la inmensidad de sus conocimientos al criticar su trabajo. En cambio, le rindieron el más alto honor profesional: comprometerse seria y críticamente con sus ideas y discutir sobre su aplicabilidad a la guerra y más allá. 

lunes, 18 de mayo de 2015

Matemática y la guerra: Batalla de Malvinas, 1914

Batalla de Malvinas, diciembre de 1914 
Por Alberto Rojo - Publicado originalmente en Crítica Digital 
23.03.2010 

¿Cómo sabemos que la Tierra gira? El Sol podría moverse y salir cada mañana en una Tierra quieta. El cielo de la noche podría girar y la Tierra estar inmóvil. La pregunta es típica de un examen de física: ¿Cuál es la evidencia de que estamos parados en una Tierra que gira respecto de un eje invisible que va del Polo Norte al Polo Sur? ¿Qué experimento podríamos hacer para mostrarlo? 



Una respuesta sería tirar un projectil verticalmente y que suba muy alto. Si al volver al piso no cae en el mismo punto la Tierra gira. ¿Por qué muy alto? Porque si lo tiramos a alturas chicas (una pelota de básquet a unos pocos metros por ejemplo) el efecto de la rotación es muy pequeño. Para alturas chicas el movimiento del piso debajo de la pelota es equivalente a un movimiento uniforme, como si estuviéramos en el subte y, mientras se mueve a velocidad constante, tiráramos una moneda verticalmente. La moneda vuelve a la mano. Pero para proyectiles reales a velocidades grandes el efecto de la rotación de la Tierra es apreciable. Para ejemplificarlo, muchos libros introductorios de física refieren al enfrentamiento entre barcos ingleses y alemanes en la batalla de Malvinas, el 8 de diciembre de 1914, durante la Primera Guerra Mundial. Los ingleses ganaron la batalla, hundiendo al Scharnhorst y al Gneisenau a unos 80 km al sur de Puerto Argentino, luego de persecuciones que duraron alrededor de cuatro horas. Según la historia de los libros de física, los barcos ingleses podrían haber hundido a los alemanes en menos tiempo, pero las balas de cañón no daban en el blanco porque estaban ajustadas para corregir por la rotación de la Tierra en el hemisferio norte y desperdiciaron miles de balas antes de ajustar la dirección y dar en el blanco. 

Hagamos el cálculo estimativo de cuánto se desviaría una bala debido a la rotación terrestre. Como dije “estimativo” supongamos que tiramos una bala desde el Polo Norte hacia el sur, digamos en la dirección del meridiano de Greenwich. Al llegar al piso, debido a la rotación de la Tierra, la bala aterriza en un meridiano diferente, desviada hacia el oeste. La pregunta es, estimativamente, cuántos metros se desvió. El alcance de las balas (según el libro The Naval Battles of the First World War, de Geoffrey Bennett) es de unos doce kilómetros. Digamos diez. Un proyectil disparado a 45 grados (el ángulo de máximo alcance), tarda unos 20 segundos en llegar a 10 km. Debido a la rotación de la Tierra, en ese tiempo mi blanco se movió 15 metros hacia el este, de modo que, para pegarle, el cañón tiene que estar calibrado para apuntar 15 metros hacia la izquierda del blanco. La cosa cambia en el hemisferio sur ya que, si miro hacia el norte, el este está ahora hacia la derecha. Y si el cañón está calibrado para el hemisferio norte, le pifiaría al blanco por unos 30 metros. 

Ahora bien, en una situación de guerra uno tiene que pasar de estimativo a cuantitativamente preciso. Y ahí es donde la historia de la batalla de Malvinas y la rotación de la Tierra, por lo que estuve indagando, es apócrifa. Por un lado, la distancia al barco es variable, de modo que habría que corregir dependiendo de la distancia al barco. Por otro lado, la corrección depende de la latitud: el cálculo estimativo del polo da resultados distintos a distintas latitudes. Y finalmente, si bien la desviación por el efecto de la rotación de la Tierra es de unos 30 o 40 metros (dependiendo de la distancia al barco) al parecer esa distancia es aproximadamente el error natural de tiro. Según algunos informes posteriores, el efecto de la rotación de la Tierra se usó como excusa para desviar la atención ante la indagatoria de por qué los barcos ingleses tuvieron una efectividad tan pobre en sus disparos. En resumen, el efecto existe pero la historia no es tan clara. Lo que sí es claro es que los aviones actuales corrigen por el efecto de rotación de la Tierra. 
Otro efecto visible es el del movimiento de grandes masas de aire y de agua. En una Tierra quieta, el aire se calienta en el Ecuador y sube para luego enfriarse y bajar en los polos. Entonces, en un esquema simplificado, la circulación de vientos de una Tierra quieta es (en el hemisferio sur) de norte a sur en la altura y de sur a norte en la superficie. En una Tierra que gira, los vientos se desvían hacia el este hasta que a unos 60 grados de latitud se mueven casi de este a oeste. Entonces se crea una nueva circulación: vientos que suben a unos 60 grados de latitud, luego bajan a treinta grados y vuelven a subir en el Ecuador. 

Algo similar pasa con las corrientes marinas. Y así como la historia de los barcos de Malvinas es cuestionable, la historia de que el agua de la bañaera gira en sentido opuesto en cada hemisferio es un mito cuantitativo: el efecto existe pero es tan pequeño que está enmascarado por otras causas, por ejemplo, la inevitable inclinación de la canilla respecto del agujero. El agua de la bañadera gira en ambos sentidos en ambos hemisferios. 

Y el último efecto, el experimento “casero” que demuestra el giro de la Tierra, es el famoso péndulo de Foucault: imaginemos uno suspendido de un punto que está justo arriba del Polo Norte. Visto desde la Luna, el plano de oscilación del péndulo se mantiene inalterado. Pero visto desde la Tierra el plano completa un giro en 24 horas. El giro del plano de oscilación del péndulo es evidencia del giro de la Tierra. Claro que, como ya vimos, en el polo las cosas son más sencillas. En latitudes intermedias, el plano gira distintos ángulos en un día, y en el Ecuador no gira nada.