La niña que desembarcó en Malvinas
Un 28 de septiembre, 53 años atrás, Lucía estuvo en Malvinas
Ary Garbovetzky ||
La Voz
Tenía 9 y viajaba con su mamá en el avión secuestrado por militantes peronistas que izaron la Bandera en las islas.
A Teresita, su mamá, le corría una lágrima. Miraba por la ventanilla del Douglas DC4 de Aerolíneas Argentinas que habían tomado en Buenos Aires para ir a Comodoro Rivadavia, donde ella trabajaba vendiendo ropa entre sus amigas y conocidas. No le dijo por qué, incluso intentó tranquilizarla, pero Lucía, con 9 años, entendió que tenía miedo.
Eran las 6 o las 7 de la mañana del 28 de septiembre de 1966 y ya debían haber aterrizado, cuando Teresita se levantó para hablar con su amigo, el comandante Ernesto García Fernández (a quien Lucía nombra como Raúl), y en pocos segundos volvió a sentarse, con una lágrima que, como el agua del mar que se veía por debajo, parecía no tener fin.
Después de dar varias vueltas en redondo y llegar al límite del combustible, el avión aterrizó en el potrero para carreras cuadreras, en un claro de menos de 800 metros rodeado de cables de alta tensión, en las Islas Malvinas.
Un grupo de 18 militantes nacionalistas y peronistas liderados por Dardo Cabo y por María Cristina Verrier se habían infiltrado entre los pasajeros y habían secuestrado el avión, con el resto del pasaje y de la tripulación, para desviar su recorrido y aterrizar en Puerto Stanley. Era la respuesta política al recibimiento con honores del dictador Juan Carlos Onganía al duque Felipe de Edimburgo, quien visitaba el país para jugar un torneo de polo.
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La única foto. Lucía, a la izquierda, junto a su mamá, Teresita, a la azafata y a una familia que viajaba también en el avión, en la iglesia de Malvinas.
Lucía Miriam del Milagro París era la única niña entre los 20 pasajeros que no eran parte del grupo que bautizó la misión como “Operativo Cóndor” y que se convirtió en uno de los antecedentes de la lucha armada de las organizaciones políticas en Argentina, al punto de que es reseñada en el primer tomo de La Voluntad, el libro de Martín Caparrós y de Eduardo Anguita que recorre la historia de los militantes en los violentos ’60 y ’70.
El contexto político y la biografía de Cabo se unían en la Operativo Cóndor: el peronismo cumplía 11 años de proscripción, tras el golpe que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955, y Dardo Cabo, el líder de “los cóndores”, era hijo de Armando Cabo, secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y de María Campano, quien murió por los derrames cerebrales que le causaron los estruendos del bombardeo sobre Plaza de Mayo. Con los años, Cabo sería un líder de la Tendencia Revolucionaria; primero, fundador de Descamisados, y luego, parte de Montoneros. Moriría fusilado, en una falsa fuga del penal de La Plata en 1977.
En Malvinas
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“Cuando aterrizamos en ese potrero, el avión se hundió muchísimo. Los primeros que se bajaron fueron ellos, que pusieron unas banderas argentinas en los cercos y en un palo que usaron como mástil. Era ya de día, estaba claro. Y en pocos minutos se llenó el lugar de curiosos. Tomaron rehenes y al rato aparecieron los policías o los militares”, recuerda Lucía en el comedor de diario de su casa de barrio Liceo, tercera sección, donde vive con su esposo, Jesús Paxiaroni.
Lucía vivía con sus abuelos, en Córdoba, y estudiaba como alumna pupila en el Colegio Santa Infancia. Extrañaba a su mamá, por eso Teresita decidió llevarla a Comodoro Rivadavia. Tomaron ese vuelo para estar un tiempo juntas.
“Como a las 11.30, con el cura de ahí como mediador (el holandés Rodolfo Roel, quien tuvo un rol clave en la negociación), nos dejaron salir. Bajamos por una salida de emergencia, de goma, como un tobogán. Y nos llevaron a todos a la iglesia”, relata la mujer, que ahora es abuela de niños que tienen la edad que ella tenía cuando conoció Malvinas. “Cuando nos quisieron separar en grupos, mi mamá me abrazó muy fuerte. No iba a dejar que no estuviéramos juntas”, rememora.
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“En la iglesia, nos dieron una sopa crema de tomate y un pedazo de carne horrible. ‘Tiene olor a pis’, le dije a mi mamá, que me dijo que era capón, una oveja vieja, por eso tenía ese sabor. A nosotras nos tocó ir a la casa del alcalde, que era muy linda, tenía escaleras de mármol y una habitación para cada uno. Fuimos con el comandante, el boxeador, el periodista y una persona que no me acuerdo quién era”, cuenta.
Del boxeador no hay registro y de quien no se acuerda Lucía es muy probable que haya sido el gobernador de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, contraalmirante José María Guzmán, la mayor autoridad argentina entre los pasajeros y, curiosamente, en el territorio que pisaba por primera vez en su vida y le habían asignado bajo su mando, a pesar de estar bajo control británico.
El periodista era Héctor Ricardo García, por entonces director de la revista Así y del diario Crónica (luego, también, del canal de televisión con el mismo nombre). García había subido al avión con su cámara de fotos siguiendo una misteriosa invitación de Cabo: “Tomá el avión que sale a Río Gallegos, vos solo, con tu cámara. Y vas a tener la primicia de tu vida”. No se equivocó: García publicó una de las crónicas más famosas del periodismo con la aventura del Operativo Cóndor: “Vi flamear la Bandera argentina en Malvinas”.
(Javier Ferreyra/La Voz)
En la casa del alcalde, García le había dado una tarea fundamental a Lucía: avisar cuándo levantaban el teléfono en la planta baja para, sin hacer ruido, levantarlo él en la planta alta para escuchar las conversaciones. “Yo tenía que espiar desde el balcón; y cuando la servidumbre atendía el teléfono, tenía que levantar la mano”, relata.
La primera noche fue muy fría y los casi 20 jóvenes nacionalistas que habían quedado junto al fuselaje del avión sacaron las valijas e hicieron una fogata con todo lo que tuvieron a mano: ropa, papeles, libros.
Lo único que se salvó de las valijas de Teresita y de Lucía París fue una foto de la niña, de estudio, que al otro día encontraron junto al mar y hoy es casi el único recuerdo de esos días en la isla.
Hay otra foto, en la que está junto a su mamá, la azafata y una pareja con dos niños, dos varones, cuyos nombres no recuerda.
Los primeros en dejar la isla fueron los 18 militantes nacionalistas y peronistas, entre los que había obreros de la UOM, varios empleados y algunos estudiantes, con un promedio de 25 años.
Los pasajeros tuvieron que esperar un poco más, hasta que regresara por ellos el mismo buque, el Bahía Buen Suceso. Esos días, mientras aguardaban el barco, Lucía paseó por las calles de Malvinas, por “el pueblo”, como dice.
En unas lanchas militares, las llevaron hasta el buque.
Los tripulantes del Bahía Buen Suceso la adoptaron. Le regalaron dulces y un banderín firmado por todos que quedó en alguna parte en la casa de un tío, donde fue a parar luego de todas las mudanzas que tuvo que hacer en su vida.
“Cuando llegamos a Argentina, yo bajé con mi mamá al lado. Tenía puesto el tapadito que me gustaba, a cuadritos, color té con leche, pero al que mi mamá le había puesto unos botones horribles”, recuerda Lucía.
–¿Qué pensás hoy sobre lo que hicieron esos jóvenes en Malvinas?
–Con el paso del tiempo, creo que fue algo heroico, porque así le demostraron al mundo que las islas son argentinas.
Malvinas otra vez en su destino
En 1982, cuando estalló la guerra, Lucía estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo.
Jesús, su marido, era controlador aéreo y debía ser movilizado hacia el conflicto, pero su jefe le dio permiso para esperar el nacimiento. El 12 de junio de 1982, Juan Pablo II daba su misa en Luján y Lucía iba en un auto al hospital Aeronáutico para parir. “Todos nos decían que iba a ser una niña, pero nació varón. Y como no teníamos nombre, le pusimos Juan Pablo”, recuerda. Jesús nunca fue a Malvinas: dos días después, ocurrió la rendición.
A fin del año pasado, Lucía se jubiló como enfermera del Hospital Nacional de Clínicas. Tiene cuatro hijos y seis nietos que pasan buena parte del día en su casa. Jesús, quien trabajó años en Río Turbio e hizo tres campañas antárticas semestrales, también está con ella: a fin de año se va a jubilar, promete.
Ella sueña con visitar otra vez Malvinas. Él, con volver a Río Turbio. El viaje al Sur, si logran concretarlo, tendrá dos escalas.
Hito en la resistencia peronista
El Operativo Cóndor estaba planeado para el 20 de noviembre, día de la Soberanía, pero la llegada del duque de Edimburgo aceleró los planes de Dardo Cabo, el líder del grupo de estudiantes, de obreros de metalúrgicos y de empleados, todos peronistas, que venían hablando del desembarco en Malvinas desde dos años antes, cuando Miguel Fitzgerald aterrizó en el mismo potrero que usaron ellos luego con su avioneta Cessna y dejó una proclama de soberanía a los isleños.
Dardo Cabo se casó, días antes, con la periodista María Cristina Verrier, la única mujer del grupo, quien tenía como segundo a Alejandro Giovenco.
La proeza. En un poste junto al hipódromo pusieron la Bandera.
Los derroteros de Cabo y de Giovenco son un símbolo de la “grieta” peronista de los ’70. Como tenían antecedentes, fueron a prisión por la toma del avión; y cuando salieron, Giovenco se unió a los grupos armados de la ultraderechista Concentración Nacional Universitaria (CNU), mientras que Cabo fundó “Descamisados”, una facción de izquierda peronista que terminó fusionada en Montoneros. Giovenco murió al explotarle una granada de mano, en 1974; Cabo fue fusilado en un falso operativo por fuga de la cárcel de La Plata, donde estaba detenido desde 1975, acusado de ser parte del grupo montonero que secuestró al empresario Jorge Born.
Verrier, hija de uno de los abogados que defendió a los militantes nacionalistas, no tuvo más participación política tras la muerte de Cabo.
Onganía recién dejó el gobierno tras el Cordobazo, en 1969.
Los "cóndores". El grupo que izó la Bandera en Malvinas.
El peronismo pudo volver a presentarse a elecciones en 1973, tras 18 años de proscripción.
El Operativo Cóndor fue reivindicado en 2012 por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien hizo una ofrenda en la Basílica Nuestra Señora de Itatí, de Corrientes, a una de las banderas que se izaron en Malvinas en septiembre de 1966.
Una noticia con un enorme impacto
Juzgados. Los militantes fueron juzgados por el secuestro del avión, pero no por invasión, ya que era suelo argentino.
Rendición. Así se informó dos días después de la toma simbólica. Nunca entregaron las banderas a los ingleses.
En vilo. La población estaba a favor de los jóvenes, pero el gobierno militar se había disculpado con los británicos.
Sorpresa. El 28 de septiembre, La Voz informaba sobre el aterrizaje del grupo en Malvinas.