El "cóndor" que desapareció de mi artículo
Roberto Bardini
Hace pocas semanas publiqué en RODELU un artículo de casi 4 mil palabras titulado "El vuelo de los cóndores". Fue un homenaje a aquellos 18 jóvenes –una mujer y 17 varones– que el 28 de septiembre de 1966, durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, desviaron un avión en pleno vuelo, aterrizaron en las Islas Malvinas y durante 36 horas hicieron ondear al viento banderas argentinas.
Bueno, el asunto es que después de corregir ese artículo me "comí" un párrafo de cinco líneas. Y en ese párrafo figuraba el nombre de uno de los muchachos, que no apareció mencionado. No fue un olvido, sino un involuntario error técnico: en el apuro, uno aprieta la tecla DELETE cuando debe apretar SAVE, o algo así. Una de esas fallas más o menos habituales en esta era tecnológica que si llegan a ocurrir durante un concierto de rock o la transmisión de un partido de fútbol a uno lo linchan.
Por suerte, en este caso uno puede enmendar el error con una aclaración, una posdata o una fe de erratas. Yo lo haré con un artículo-presentación. Permítanme, entonces, que les hable del joven que desapareció de mi trabajo: se llama Andrés Castillo y en la época del Operativo Cóndor tenía 23 años. Fue el último en unirse al grupo comando y el primero en descender en suelo malvinense.
Como muchos adolescentes argentinos de la década del 60, Castillo –nacido el 2 de noviembre de 1942– había pasado por el movimiento Tacuara: "En el barrio no me acuerdo quién de nosotros se conecta con grupos nacionalistas y tenemos contacto con Tacuara", relató en Historia de la Juventud Peronista 1955-1988 (Oscar Anzorena, Ediciones del Cordón, Buenos Aires, 1989). "Casi todos los chicos del barrio entran a Tacuara (...), que levantaba la violencia como elemento de militancia y para nosotros era una cosa buenísima, algo en lo que creíamos. A partir de esto cae entre nosotros una serie de bibliografía, incluso fascista; leemos a José Antonio Primo de Rivera y tenemos una corrida hacia la derecha sin saber qué era la derecha, ni qué era el peronismo, ni la izquierda, ni qué era nada. (...) Nos integramos por el tema del nacionalismo, de la violencia, de la verdad de los puños y las pistolas por encima de lo racional, que prendía en nosotros".
En 1961 se produjo un desprendimiento en Tacuara, encabezado por dos militantes de sus Brigadas Sindicales: Dardo Cabo y Edmundo Calabró fundaron el Movimiento Nueva Argentina (MNA), que se definía como peronista. El lanzamiento oficial del nuevo grupo fue el 9 de junio de aquel año, en conmemoración del levantamiento dirigido en 1956 por el general Juan José Valle contra la "revolución libertadora".
El MNA nació en el Café "Matheu", en el popular barrio de Once, con siete miembros iniciales. Además de Cabo y Calabró, los primeros en llenar las fichas de afiliación fueron Andrés Castillo, Américo Rial, Rodolfo Pfaffendorf, López Vargas y Antonio Arroyo. El MNA se transformó en uno de los grupos más numerosos y activos de la Juventud Peronista.
Al atardecer del 27 de septiembre de 1966, Castillo salió de su trabajo en la Caja de Ahorro y se encontró para tomar un café con Pfaffendorf cerca del Luna Park. Allí se enteró que el Operativo Cóndor estaba en marcha. "Yo quiero participar", dijo y se fue hasta el aeroparque en taxi. Como era primavera, vestía un delgado traje Príncipe de Gales y mocasines. Tras una breve conversación con Dardo Cabo, jefe del comando, logró subir al avión Douglas DC-4 y fue el primero en bajar de la aeronave en Puerto Stanley, capital de las Malvinas. Luego del operativo, los integrantes del grupo permanecieron presos nueve meses en el sur argentino. Castillo se casó en la cárcel.
A comienzos de la década del 70, el ex militante del MNA fue uno de los fundadores de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), vinculada a Montoneros. Fue dirigente bancario y luego del golpe militar del 24 de marzo de 1976 permaneció desaparecido en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
A las cuatro de la tarde del 19 de mayo de 1977, Castillo fue secuestrado por un grupo de hombres vestidos de civil e introducido a golpes en una ambulancia. En el vehículo le colocaron una capucha en la cabeza y le ataron los brazos y las piernas con grilletes de acero. Lo llevaron a la ESMA, donde fue torturado durante cinco días, en sesiones que duraban entre diez y doce horas. Uno de sus interrogadores fue el capitán de corbeta Jorge Eduardo Acosta, alias El tigre. Posteriormente vivió exiliado en Venezuela y España.
Hoy, con 60 años de edad, Andrés Castillo continúa haciendo política con la misma pasión que en su juventud. En el peronismo, muchos lo consideran un "histórico". Como ven, no es justo que un personaje de este calibre desaparezca dos veces: una, en la ESMA; otra, en un artículo de homenaje. Honor a quien honor merece.
17 de octubre de 2003
© Roberto Bardini
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lunes, 17 de marzo de 2014
domingo, 16 de marzo de 2014
Desidia desmalvinizadora en la tierra de la corrupción
A un año de la caída del Mirage aún no fue restituido
Ayer se cumplió un año de la caída del avión Mirage que había sido emplazado en un monumento en la ría local en memoria por los caídos en Malvinas. Sin embargo, un temporal ocasionó que la aeronave se desplomara, lo que derivó a que se realice una investigación sobre la obra.
El incidente se produjo un sábado 10 de marzo de 2013, al mediodía, en medio de un temporal que tuvo lugar en la localidad. El monumento era una aeronave Mirage M5 “Mara” que estaba emplazado en las calles Chacabuco y Pasaje William Halliday, enclavado junto al monumento a los Pilotos Caídos en Malvinas.
La inclemencia climática sumada a lo que se presumió fue un defecto en la construcción de la base donde se emplazó la aeronave, causó que la misma se precipitara al suelo.
Las autoridades municipales de Río Gallegos se encargaron de realizar una investigación sumaria sobre lo ocurrido, mientras la Fuerza Aérea Argentina puso en marcha las tareas necesarias para el traslado del avión a un lugar adecuado para comenzar con el proceso de restauración.
A más de un año de su caída poca información a circulado sobre el estado de la reparación, así como tampoco ha trascendido si se colocará nuevamente la aeronave en la Costanera.
(TiempoSur-Digital)
Ayer se cumplió un año de la caída del avión Mirage que había sido emplazado en un monumento en la ría local en memoria por los caídos en Malvinas. Sin embargo, un temporal ocasionó que la aeronave se desplomara, lo que derivó a que se realice una investigación sobre la obra.
El incidente se produjo un sábado 10 de marzo de 2013, al mediodía, en medio de un temporal que tuvo lugar en la localidad. El monumento era una aeronave Mirage M5 “Mara” que estaba emplazado en las calles Chacabuco y Pasaje William Halliday, enclavado junto al monumento a los Pilotos Caídos en Malvinas.
La inclemencia climática sumada a lo que se presumió fue un defecto en la construcción de la base donde se emplazó la aeronave, causó que la misma se precipitara al suelo.
Las autoridades municipales de Río Gallegos se encargaron de realizar una investigación sumaria sobre lo ocurrido, mientras la Fuerza Aérea Argentina puso en marcha las tareas necesarias para el traslado del avión a un lugar adecuado para comenzar con el proceso de restauración.
A más de un año de su caída poca información a circulado sobre el estado de la reparación, así como tampoco ha trascendido si se colocará nuevamente la aeronave en la Costanera.
(TiempoSur-Digital)
sábado, 15 de marzo de 2014
Cuando Gadafi ayudó
Gadafi fue un amigo solidario de la dictadura durante la guerra por las Islas Malvinas
Muamar Kadafi se ha convertido, en las últimas semanas, en un paria internacional, tras la represión que viene llevando a cabo contra los grupos de manifestantes que piden su renuncia y que ya ha dejado centenares de muertos. Pero hubo tiempos en los que no sólo era el centro de atracción mundial, sino también un gran amigo de la Argentina.
Es que el líder libio es una caja de sorpresas capaz de dejar sin palabras, con sus actitudes, a cualquier analista internacional. Y así lo hizo durante la Guerra de Malvinas, cuando decidió apoyar abiertamente al gobierno del general Leopoldo Fortunato Galtieri. Si bien existía una relación bilateral desde 1973, luego del ingreso de la Argentina al Movimiento de Países No Alineados (MPNA) y la visita de José López Rega a Trípoli al año siguiente, los vínculos no pasaban de meros intereses comerciales.
Eran más los puntos que separaban a ambos países que las coincidencias, sacando los negocios. Esto se profundizó con la llegada de la última dictadura militar, ya que Libia tenía un régimen musulmán pro soviético y Buenos Aires uno “occidental y cristiano”. Incluso, el gobierno libio se dedicaba a entrenar a miembros de Montoneros en sus bases.
Por eso es que hasta la propia Junta se sorprendió cuando, a principios de abril de 1982, Kadafi se ofreció a enviarles ayuda para enfrentar una guerra contra Inglaterra, que ya se veía como inevitable. Si bien, en un comienzo, el gobierno militar le dio poca importancia a este gesto, con el correr de las semanas fue tornándose cada vez más trascendente a medida que crecía su aislamiento internacional, tras los embargos de la Comunidad Económica Europea, el Commonwealth y, finalmente, el de los Estados Unidos.
Entonces, la Junta decidió enviar a Trípoli una comitiva compuesta por el brigadier Teodoro Waldner, el contraalmirante Juan Carlos Marengo, el coronel José Dante Caridi, el sacerdote Aníbal Fosbery y el profesor Eduardo Sarme, a quienes se les sumó el agregado cultural de la embajada libia en Buenos Aires, Mohamed Khalifa Rhaiam.El objetivo era analizar la oferta y tomar contacto más cercano con la administración Kadafi.
La visita generó un gran impacto en los argentinos debido a las diferencias culturales y religiosas que había entre ambos países, sumado al atraso que vivía la nación africana y a su estilo de gobierno casi tribal. “Me probaron varias veces cómo era mi forma de pensar. Comenzamos a hablar con el vicepresidente y me empezó a hablar de religión. Siete horas después le dije: ‘No vine acá para esto. Ni usted me va a convencer a mí, ni yo a usted, así que por qué no dejamos este tema a un costado’, afirma Waldner en el libro Operación Israel, el rearme argentino durante la dictadura, de este autor, que se publicará el próximo mes. "Encima, me pusieron a un chico de siete años por si yo tenía deseos sexuales. Eso me dio mucho asco. Me siguió los cuatro días que estuvimos allí, era una cosa que nunca había visto”. Luego, se entrevistaron con el jefe del Estado mayor de las Fuerzas Armadas libias que los dejó paralizados cuando afirmó que Buenos Aires debía de “tener un padrino muy poderoso para lanzarse a una guerra contra Inglaterra” porque, si no, eran “muy tontos”. Pero más sorprendido se mostró el militar ante la respuesta del brigadier argentino: “General, somos tontos”. Sin embargo, el encargado de realizar los acercamientos políticos entre ambas partes fue fray Aníbal Fosbery, quien obtuvo el compromiso final de Kadafi para enviar armamentos al país.
A su regreso a Buenos Aires, previa escala en España, la comitiva informó a la Junta sobre lo que habían visto y la propuesta libia. Esto llevó a que el 14 de mayo el gobierno militar firmara una resolución para aceptar la ayuda y enviar una segunda misión en busca de los equipamientos. No tenían demasiadas alternativas por delante y necesitaban reabastecerse para continuar con los combates.
La mayor tentación se generó cuando Kadafi ofreció entregarles misiles Exocet que habían resultado efectivos para hundir buques británicos y que a la Argentina se les estaban acabando. La Marina los buscaba por todos lados e, incluso, había depositado cuatro millones de dólares en el mercado negro para intentar comprar algunos. Pero todos los esfuerzos fueron en vano.
“El que nos ofreció Exocet y no se materializó fue Libia. Ellos los tenían, pero no tenían capacidad para operarlos. Entonces, mandamos una comisión en la que iba un brigadier, un general y un almirante en un Boeing”, afirma Lami Dozo en el libro. Esta vez, el viaje fue mucho más precipitado debido a las necesidades propias de la guerra y al apuro por conseguir insumos para los combates. “Me llamó Lami Dozo al mediodía y a las seis de la tarde estaba saliendo para Libia”, recuerda Waldner.
La misión llegó a Trípoli en dos aviones de la Fuerza Aérea a fines de mayo en lo que se conoció como “Operativo Libia”. El representante el Ejército llevaba en mano una carta de Galtieri dirigida a Kadafi en la que comparaba el conflicto de Malvinas con una guerra santa: “Nuestro país ha sufrido el ataque artero de las fuerzas colonialistas ateas y anticristianas que Su Excelencia bien conoce. Estamos convencidos de que esta cruzada nuestra tiene el sentir del yihad”.
La comisión logró su cometido, ya que firmó con el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas libias, el brigadier Mustafá Muhammad Al Jarrubí, un acuerdo el 27 de mayo, gracias al que se recibirían armas de origen soviético. En el documento, se señalaba como “bárbara” a la “odiosa agresión imperialista británica”. Sin embargo, lo que tenían para llevar era de poca utilidad para los argentinos, ya que sus arsenales tenían, en su mayoría, armamentos de origen soviético, que eran desconocidos en el país, además de que no sabían cómo operarlos.
Más allá de esto, cargaron todo lo que pudieron en dos Boeing 707. Antes de partir, les preguntaron qué querían a cambio de que Kadafi había ofrecido toda la ayuda en forma gratuita. La respuesta los sorprendió: “frutas”.
Los aviones partieron rumbo a la Argentina y tenían prevista una escala en las Islas Canarias, pero mientras surcaban aún el continente africano, se les acercó un grupo de cazabombarderos británicos que había sido alertado de la operación. “Nos iluminaron los ingleses, pero les dieron la orden de no tirarnos. Entonces, me dijeron de Buenos Aires que no aterrizáramos allí y llegamos a Brasil al límite”, recuerda Waldner.
La escala para reabastecimiento se realizó en la ciudad de Recife, en el nordeste brasileño, donde las autoridades locales ya habían sido alertadas de lo que contenía la aeronave. Por eso, pudieron seguir su camino sin que fueran revisados. Luego de descargar todo el material en Buenos Aires, los aviones partieron una vez más hacia Trípoli, pero esta vez, cargados de alimentos y caballos de salto en señal de agradecimiento.
“Libia envió mucho armamento a cambio de manzanas, peras y caballos”, destaca el almirante Isaac Anaya, en el libro El oro de Moscú. Lami Dozo concuerda. “Vino un avión completamente cargado de material, mucho para el Ejército. Kadafi no quería nada en retribución. Entonces, Galtieri le mandó a decir si no deseaba unos caballos de salto. Parece que le gusta cabalgar y dijo: ‘Bueno’. Entonces, se los enviamos de regalo”, afirma.
Los cuatro vuelos que realizaron los Boeing 707 de la Fuerza Aérea trajeron muchas armas, entre ellas, 15 misiles aire-aire 530 calorías, cinco aire-aire 530 radares, veinte aire-aire 550 junto con veinte motores, veinte lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Grail/Strela-2 con sesenta proyectiles, diez morteros de 60 mm con accesorios y 492 proyectiles, diez de 81 mm con accesorios, 498 proyectiles súper-explosivos y 198 iluminantes. A su vez, se enviaron mil bombas iluminantes de 26,5 mm, cincuenta ametralladores calibre 50 mm con 49.500 proyectiles, 4 mil minas antitanque y 5 mil antipersonales. La mayoría no se usaron durante los combates. El acercamiento se vio coronado con las cartas que envió el general Galtieri a Kadafi y al comandante del Ejército libio, agradeciendo la ayuda recibida para enfrentar a “un imperialismo anacrónico y cruel”. Paradójicamente, los dos mensajes fueron escritos el 14 de junio de 1982, el mismo día en que el general Mario Benjamín Menéndez firmaba la rendición ante su colega Jeremy Moore, con lo que se daba por terminada la guerra.
Fuente:Bahia Digital.
Muamar Kadafi se ha convertido, en las últimas semanas, en un paria internacional, tras la represión que viene llevando a cabo contra los grupos de manifestantes que piden su renuncia y que ya ha dejado centenares de muertos. Pero hubo tiempos en los que no sólo era el centro de atracción mundial, sino también un gran amigo de la Argentina.
Es que el líder libio es una caja de sorpresas capaz de dejar sin palabras, con sus actitudes, a cualquier analista internacional. Y así lo hizo durante la Guerra de Malvinas, cuando decidió apoyar abiertamente al gobierno del general Leopoldo Fortunato Galtieri. Si bien existía una relación bilateral desde 1973, luego del ingreso de la Argentina al Movimiento de Países No Alineados (MPNA) y la visita de José López Rega a Trípoli al año siguiente, los vínculos no pasaban de meros intereses comerciales.
Eran más los puntos que separaban a ambos países que las coincidencias, sacando los negocios. Esto se profundizó con la llegada de la última dictadura militar, ya que Libia tenía un régimen musulmán pro soviético y Buenos Aires uno “occidental y cristiano”. Incluso, el gobierno libio se dedicaba a entrenar a miembros de Montoneros en sus bases.
Por eso es que hasta la propia Junta se sorprendió cuando, a principios de abril de 1982, Kadafi se ofreció a enviarles ayuda para enfrentar una guerra contra Inglaterra, que ya se veía como inevitable. Si bien, en un comienzo, el gobierno militar le dio poca importancia a este gesto, con el correr de las semanas fue tornándose cada vez más trascendente a medida que crecía su aislamiento internacional, tras los embargos de la Comunidad Económica Europea, el Commonwealth y, finalmente, el de los Estados Unidos.
Entonces, la Junta decidió enviar a Trípoli una comitiva compuesta por el brigadier Teodoro Waldner, el contraalmirante Juan Carlos Marengo, el coronel José Dante Caridi, el sacerdote Aníbal Fosbery y el profesor Eduardo Sarme, a quienes se les sumó el agregado cultural de la embajada libia en Buenos Aires, Mohamed Khalifa Rhaiam.El objetivo era analizar la oferta y tomar contacto más cercano con la administración Kadafi.
La visita generó un gran impacto en los argentinos debido a las diferencias culturales y religiosas que había entre ambos países, sumado al atraso que vivía la nación africana y a su estilo de gobierno casi tribal. “Me probaron varias veces cómo era mi forma de pensar. Comenzamos a hablar con el vicepresidente y me empezó a hablar de religión. Siete horas después le dije: ‘No vine acá para esto. Ni usted me va a convencer a mí, ni yo a usted, así que por qué no dejamos este tema a un costado’, afirma Waldner en el libro Operación Israel, el rearme argentino durante la dictadura, de este autor, que se publicará el próximo mes. "Encima, me pusieron a un chico de siete años por si yo tenía deseos sexuales. Eso me dio mucho asco. Me siguió los cuatro días que estuvimos allí, era una cosa que nunca había visto”. Luego, se entrevistaron con el jefe del Estado mayor de las Fuerzas Armadas libias que los dejó paralizados cuando afirmó que Buenos Aires debía de “tener un padrino muy poderoso para lanzarse a una guerra contra Inglaterra” porque, si no, eran “muy tontos”. Pero más sorprendido se mostró el militar ante la respuesta del brigadier argentino: “General, somos tontos”. Sin embargo, el encargado de realizar los acercamientos políticos entre ambas partes fue fray Aníbal Fosbery, quien obtuvo el compromiso final de Kadafi para enviar armamentos al país.
A su regreso a Buenos Aires, previa escala en España, la comitiva informó a la Junta sobre lo que habían visto y la propuesta libia. Esto llevó a que el 14 de mayo el gobierno militar firmara una resolución para aceptar la ayuda y enviar una segunda misión en busca de los equipamientos. No tenían demasiadas alternativas por delante y necesitaban reabastecerse para continuar con los combates.
La mayor tentación se generó cuando Kadafi ofreció entregarles misiles Exocet que habían resultado efectivos para hundir buques británicos y que a la Argentina se les estaban acabando. La Marina los buscaba por todos lados e, incluso, había depositado cuatro millones de dólares en el mercado negro para intentar comprar algunos. Pero todos los esfuerzos fueron en vano.
“El que nos ofreció Exocet y no se materializó fue Libia. Ellos los tenían, pero no tenían capacidad para operarlos. Entonces, mandamos una comisión en la que iba un brigadier, un general y un almirante en un Boeing”, afirma Lami Dozo en el libro. Esta vez, el viaje fue mucho más precipitado debido a las necesidades propias de la guerra y al apuro por conseguir insumos para los combates. “Me llamó Lami Dozo al mediodía y a las seis de la tarde estaba saliendo para Libia”, recuerda Waldner.
La misión llegó a Trípoli en dos aviones de la Fuerza Aérea a fines de mayo en lo que se conoció como “Operativo Libia”. El representante el Ejército llevaba en mano una carta de Galtieri dirigida a Kadafi en la que comparaba el conflicto de Malvinas con una guerra santa: “Nuestro país ha sufrido el ataque artero de las fuerzas colonialistas ateas y anticristianas que Su Excelencia bien conoce. Estamos convencidos de que esta cruzada nuestra tiene el sentir del yihad”.
La comisión logró su cometido, ya que firmó con el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas libias, el brigadier Mustafá Muhammad Al Jarrubí, un acuerdo el 27 de mayo, gracias al que se recibirían armas de origen soviético. En el documento, se señalaba como “bárbara” a la “odiosa agresión imperialista británica”. Sin embargo, lo que tenían para llevar era de poca utilidad para los argentinos, ya que sus arsenales tenían, en su mayoría, armamentos de origen soviético, que eran desconocidos en el país, además de que no sabían cómo operarlos.
Más allá de esto, cargaron todo lo que pudieron en dos Boeing 707. Antes de partir, les preguntaron qué querían a cambio de que Kadafi había ofrecido toda la ayuda en forma gratuita. La respuesta los sorprendió: “frutas”.
Los aviones partieron rumbo a la Argentina y tenían prevista una escala en las Islas Canarias, pero mientras surcaban aún el continente africano, se les acercó un grupo de cazabombarderos británicos que había sido alertado de la operación. “Nos iluminaron los ingleses, pero les dieron la orden de no tirarnos. Entonces, me dijeron de Buenos Aires que no aterrizáramos allí y llegamos a Brasil al límite”, recuerda Waldner.
La escala para reabastecimiento se realizó en la ciudad de Recife, en el nordeste brasileño, donde las autoridades locales ya habían sido alertadas de lo que contenía la aeronave. Por eso, pudieron seguir su camino sin que fueran revisados. Luego de descargar todo el material en Buenos Aires, los aviones partieron una vez más hacia Trípoli, pero esta vez, cargados de alimentos y caballos de salto en señal de agradecimiento.
“Libia envió mucho armamento a cambio de manzanas, peras y caballos”, destaca el almirante Isaac Anaya, en el libro El oro de Moscú. Lami Dozo concuerda. “Vino un avión completamente cargado de material, mucho para el Ejército. Kadafi no quería nada en retribución. Entonces, Galtieri le mandó a decir si no deseaba unos caballos de salto. Parece que le gusta cabalgar y dijo: ‘Bueno’. Entonces, se los enviamos de regalo”, afirma.
Los cuatro vuelos que realizaron los Boeing 707 de la Fuerza Aérea trajeron muchas armas, entre ellas, 15 misiles aire-aire 530 calorías, cinco aire-aire 530 radares, veinte aire-aire 550 junto con veinte motores, veinte lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Grail/Strela-2 con sesenta proyectiles, diez morteros de 60 mm con accesorios y 492 proyectiles, diez de 81 mm con accesorios, 498 proyectiles súper-explosivos y 198 iluminantes. A su vez, se enviaron mil bombas iluminantes de 26,5 mm, cincuenta ametralladores calibre 50 mm con 49.500 proyectiles, 4 mil minas antitanque y 5 mil antipersonales. La mayoría no se usaron durante los combates. El acercamiento se vio coronado con las cartas que envió el general Galtieri a Kadafi y al comandante del Ejército libio, agradeciendo la ayuda recibida para enfrentar a “un imperialismo anacrónico y cruel”. Paradójicamente, los dos mensajes fueron escritos el 14 de junio de 1982, el mismo día en que el general Mario Benjamín Menéndez firmaba la rendición ante su colega Jeremy Moore, con lo que se daba por terminada la guerra.
Fuente:Bahia Digital.
viernes, 14 de marzo de 2014
Un VGM muere en un accidente en Malvinas, QEPD
Trágica muerte de un excombatiente de Malvinas cuando visitaba las Islas
Había ido a colocar placas en homenaje y tuvo un accidente de tránsito.
Una visita que terminó mal.
El ex combatiente de la guerra de 1982 Gustavo Antelo falleció hoy en un accidente de tránsito en las islas Malvinas, cuando regresaba del cementerio de Darwin donde había concurrido para colocar placas en homenaje a los soldados caídos.
Así lo confirmó el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián Domínguez, quien expresó su "más profundo" dolor por el fallecimiento de Antelo. El accidente se produjo cuando la camioneta en la que se trasladaba Antelo y el resto de los integrantes de una comitiva de ex combatientes se despistó en un camino de ripio entre Darwin y Puerto Argentino.
En el siniestro, otras personas resultaron heridas y fueron derivadas de urgencia en helicóptero hacia un hospital local. Uno de los pasajeros del vehículo que se accidentó era el secretario de General de la APL, Norberto Di Próspero, además de Fabián Zaccardi y Facundo Di Próspero, familiar del primero.
Según se informó en un comunicado, tras conocerse la noticia, Domínguez "se acercó a la sede de APL para solidarizarse y hacerles saber a los integrantes del gremio que ya se había comunicado con Cancillería para facilitar los trámites del traslado de los involucrados en el accidente".
"Siempre apoyamos la participación de los excombatientes de Malvinas como trabajadores del Congreso, por eso este suceso nos afecta aún más profundamente", afirmó el titular de la Cámara baja, que estuvo afectado al teatro de operaciones durante el conflicto bélico con el Reino Unido en 1982.
TN
jueves, 13 de marzo de 2014
Otra foto de Bahía Agradable
Otra foto de Bahia Agradable
Hay muy pocas fotos de Bahía Agradable donde aparecen los tres buques destruidos ese día...RFA Sir Galahad RFA Sir Tristam y en el medio el Foxtrot 4 destruido en la segunda oleada de ataques, la foto obviamente fue tomada en la pausa que hubo entre ambos ataques de la FAA y el lanchón esta apoyando la evacuación de personal y elementos....había en Malvinas dos buques logísticos similares que tenían lanchones desembarco, eran el HMS Fearless y el HMS Intrepid, la diferencia entre los lanchones de cada buque estaba en la pintura o cammo que utilizaban, por ello no hay dudas que el de la foto es perteneciente al Fearless y destruído ese día 8 de Junio en cuya acción entregan la vida nuestros Bravos pilotos el Turquito Arrarás, Danilo Bolzan y Alfredo Vazquez.
Sapucay de Malvinas
Hay muy pocas fotos de Bahía Agradable donde aparecen los tres buques destruidos ese día...RFA Sir Galahad RFA Sir Tristam y en el medio el Foxtrot 4 destruido en la segunda oleada de ataques, la foto obviamente fue tomada en la pausa que hubo entre ambos ataques de la FAA y el lanchón esta apoyando la evacuación de personal y elementos....había en Malvinas dos buques logísticos similares que tenían lanchones desembarco, eran el HMS Fearless y el HMS Intrepid, la diferencia entre los lanchones de cada buque estaba en la pintura o cammo que utilizaban, por ello no hay dudas que el de la foto es perteneciente al Fearless y destruído ese día 8 de Junio en cuya acción entregan la vida nuestros Bravos pilotos el Turquito Arrarás, Danilo Bolzan y Alfredo Vazquez.
Sapucay de Malvinas
miércoles, 12 de marzo de 2014
La Operación Cóndor de 1966
El primer secuestrador aéreo de la historia argentina fue un tresarroyense
El Periodista, Tres Arroyos, 2002
Noticias de un secuestro
Un tresarroyense dirigió, el 28 de setiembre de 1966, el primer secuestro aéreo de la historia nacional. Dardo Cabo, al frente de un grupo de 17 hombres, tomó un avión de Aerolíneas Argentina y lo desvió de su ruta regular entre Buenos Aires y Río Gallegos, rumbo a las Islas Malvinas. En el archipiélago, en poder de Inglaterra, plantaron banderas argentinas y reclamaron simbólicamente la soberanía. A 37 años de aquel episodio, conocido como Operativo Cóndor, "El Periodista" reconstruye los pasos del vecino que, diez años más tarde, fue asesinado por la dictadura militar
Por Lucas Martínez y Marcelo Rivas
La noticia conmocionó a la opinión publica e incomodó al gobierno de facto presidido por Juan Carlos Onganía, quien había derrocado al Presidente Arturo Illia. El miércoles 28 de septiembre de 1966 dieciocho jóvenes obreros y estudiantes, pasajeros del vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas que unía Buenos Aires-Río Gallegos, desviaron la aeronave hacia las Islas Malvinas con el fin de recuperar simbólicamente la soberanía y generar contradicciones en el flamante gobierno. Se consumaba así el "Operativo Cóndor".
Ni bien se conoció el episodio, los diarios nacionales informaron que entre los tripulantes se encontraba "el dirigente de la Juventud Peronista, Eduardo Cabo". No era Eduardo, sino el tresarroyense Dardo Manuel Cabo, quien efectivamente comandaba el operativo.
Sus integrantes, autodenominados "cóndores", tenían entre 18 y 32 años y militaban en diferentes agrupaciones nacionalistas y peronistas. También había sido invitado el periodista del diario "Crónica" y director de la Revista "Así", Héctor García y entre los pasajeros se encontraba el Contralmirante José María Guzmán, gobernador del, por ese entonces, Territorio Nacional de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, quien por fin se encontraba en parte del suelo argentino que supuestamente gobernaba y nunca había imaginado pisar.
"Les informamos que nos quedamos a vivir en tierra Argentina e invitamos al gobernador a plegarse bajo nuestra bandera", fueron las palabras que Cabo escribió en la proclama que entregaron al gobernador inglés.
Puerto Rivero
Dardo Cabo nació en Tres Arroyos el 1 de enero de 1941, era hijo de Armando Cabo, trabajador de la fábrica Istilart, Secretario General de la C.G.T regional y uno de los principales colaboradores de Eva Duarte de Perón. A los pocos años sus padres se separaron y se radicó en Buenos Aires junto a su madre, María Campano. En la capital fue pupilo en el Colegio San José de Calasanz, ubicado en pleno barrio de Once. Antes de abandonar la niñez ya conocía muy bien lo que era la persecución política y frecuentemente "desensillaba", aconsejado por Armando, y viajaba a Tres Arroyos para disfrutar de la protección de sus tíos y la tranquilidad del pueblo natal.
A las 8:42 del miércoles 28 de septiembre, el avión DC4, con bandera Argentina, aterrizó en una despareja pista para carreras hípicas, ubicada detrás de la casa del gobernador. Inmediatamente los habitantes de las islas se acercaron a observar aquel extraño suceso, mientras que dos vehículos se ubicaron en los extremos del avión para impedir que retome vuelo.
Ante la mirada de todos, los "cóndores" bajaron armados y colocaron -en diferentes lugares de la pista-, siete banderas argentinas que flamearon por más de 24 horas en Puerto Stanley.
Rebautizaron el lugar como Puerto Rivero, en homenaje al gaucho entrerriano que gobernó las Islas Malvinas durante varios meses entre 1833 y 1834 luego de rebelarse, boleadoras y facón en mano, junto a ocho compañeros, contra los invasores ingleses que los mantenían trabajando en condiciones infrahumanas.
La aventura de los jóvenes incomodaba al gobierno de la "Revolución Argentina" que se definía como nacionalista y sin embargo estrechaba sus vínculos con Inglaterra y Estados Unidos. Se cumplían tres meses de la asunción al poder de Onganía y el canciller Costa Méndez reclamaba formalmente por las Islas en la reunión anual de las Naciones Unidas. También en ese momento se encontraba en el país el príncipe Felipe, esposo de la reina de Inglaterra, en una visita no oficial, como presidente de la Federación Ecuestre Internacional, con motivo del Campeonato Mundial de Hipismo que se iba a realizar en Argentina.
Ante la aprobación popular por el "Operativo Cóndor", el gobierno emitió el 29 de septiembre un comunicado donde destacaba que "la recuperación de las Islas Malvinas no puede ser una excusa para facciosos". Igualmente las adhesiones no tardaron en aparecer. Las ciudades de Buenos Aires, La Plata y Córdoba, entre otras, fueron escenarios de numerosas manifestaciones populares donde se festejaba la osadía de los jóvenes.
Regreso con "pena"
Cabo inició su militancia política a muy temprana edad, padeciendo la cárcel durante la Revolución Libertadora en 1955 que depuso al General Juan Domingo Perón y fue nuevamente detenido durante el gobierno de Arturo Frondizi. A comienzos de la década del '60 fundó el "Movimiento Nueva Argentina", de clara tendencia nacionalista y peronista, y años después se alineó con "Descamisados" donde creó el periódico de la agrupación, que llegó a ser el más influyente de la resistencia peronista. Iniciados los años setenta pasó a formar parte de Montoneros y logró el tan esperado retorno del General Perón.
Casi 48 horas después del aterrizaje en las islas, los integrantes del plan Cóndor depusieron su actitud, entregaron sus armas y fueron alojados en la Iglesia de Puerto Rivero, bajo la protección del sacerdote del lugar, Rodolfo Roel ,quién incluso les dio una misa en castellano en el avión. El barco de la Armada Argentina, Bahía Buen Suceso, fue el encargado de hacerlos volver al continente donde no los esperaban las condecoraciones sino las frías cárceles patagónicas. El Juez Federal de Tierra del Fuego, Miguel Angel Lima, procesó a los integrantes del Operativo en atención a los delitos de privación de la libertad personal calificada y tenencia de armas de guerra, por los que finalmente fueron condenados a distintas penas el 26 de Junio de 1967. Esta sentencia fue confirmada por la Cámara Federal de Bahía Blanca, el 13 de octubre de ese mismo año. Sobre el tresarroyense recayó la pena más extensa, no sólo por ser el jefe de la operación, sino también por contar con antecedentes policiales.
Se casó estando en la cárcel, con María Cristina Verrier, la única mujer que protagonizó el Operativo Cóndor, y tuvieron una hija a la que llamaron María, igual que la abuela paterna. Cabo murió 10 años después de pisar Malvinas, el 5 de enero de 1977, cuando acababa de cumplir 36 años y padecía su cuarto período en prisión. Fue cobardemente fusilado por la dictadura militar en un "traslado" desde la penitenciaría Nº 9 de la ciudad de La Plata. Oficialmente se informó que había resultado abatido en un intento de fuga.
Cuando en 1982 el gobierno militar tomó la decisión de recuperar las Islas, dispuso por decreto que Puerto Stanley pasara a llamarse Puerto Argentino, a pesar de que en la sociedad estaba instalada la denominación de Puerto Rivero.
Paradojas de la historia, dieciséis años después de la gesta de Dardo Cabo y sus compañeros, Costa Méndez ocupaba el mismo cargo de canciller. Tanto el gaucho entrerriano, abatido durante los heroicos combates de Vuelta de Obligado, como el cóndor tresarroyense, asesinado por la última dictadura militar, intentaron ser eliminados de la memoria de los argentinos. Sin embargo, hoy forman parte de la lista de hombres imprescindibles, siguiendo la clasificación de Bertold Brecht, que lucharon toda su vida.
Los "cóndores"
Estas fueron las 18 personas que formaron parte del "Operativo Cóndor", con sus edades y ocupaciones al momento del hecho: Dardo Manuel Cabo, 25 años, periodista y metalúrgico; Alejandro Armando Giovenco, 21, estudiante (subjefe del grupo); Juan Carlos Rodríguez, 31, empleado; Pedro Tursi, 29, empleado; Aldo Omar Ramírez, 18, estudiante; Edgardo Jesús Salcedo, 24, estudiante; Ramón Adolfo Sánchez; María Cristina Verrier, 27, periodista y autora teatral; Edelmiro Ramón Navarro, 27, empleado; Andrés Ramón Castillo, 23, empleado; Juan Carlos Bovo, 21, obrero metalúrgico; Víctor Chazarreta, 32, metalúrgico; Pedro Bernardini, 28, metalúrgico; Fernando José Aguirre, 20, empleado; Fernando Lizardo, 20, empleado; Luis Francisco Caprara, 20, estudiante de ingeniería; Ricardo Alfredo Ahe, 20 estudiante y empleado y Norberto Eduardo Karasiewicz, 20, obrero metalúrgico
Fuente: www.elperiodista3a.com.ar
El Periodista, Tres Arroyos, 2002
Noticias de un secuestro
Un tresarroyense dirigió, el 28 de setiembre de 1966, el primer secuestro aéreo de la historia nacional. Dardo Cabo, al frente de un grupo de 17 hombres, tomó un avión de Aerolíneas Argentina y lo desvió de su ruta regular entre Buenos Aires y Río Gallegos, rumbo a las Islas Malvinas. En el archipiélago, en poder de Inglaterra, plantaron banderas argentinas y reclamaron simbólicamente la soberanía. A 37 años de aquel episodio, conocido como Operativo Cóndor, "El Periodista" reconstruye los pasos del vecino que, diez años más tarde, fue asesinado por la dictadura militar
Por Lucas Martínez y Marcelo Rivas
La noticia conmocionó a la opinión publica e incomodó al gobierno de facto presidido por Juan Carlos Onganía, quien había derrocado al Presidente Arturo Illia. El miércoles 28 de septiembre de 1966 dieciocho jóvenes obreros y estudiantes, pasajeros del vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas que unía Buenos Aires-Río Gallegos, desviaron la aeronave hacia las Islas Malvinas con el fin de recuperar simbólicamente la soberanía y generar contradicciones en el flamante gobierno. Se consumaba así el "Operativo Cóndor".
Ni bien se conoció el episodio, los diarios nacionales informaron que entre los tripulantes se encontraba "el dirigente de la Juventud Peronista, Eduardo Cabo". No era Eduardo, sino el tresarroyense Dardo Manuel Cabo, quien efectivamente comandaba el operativo.
Sus integrantes, autodenominados "cóndores", tenían entre 18 y 32 años y militaban en diferentes agrupaciones nacionalistas y peronistas. También había sido invitado el periodista del diario "Crónica" y director de la Revista "Así", Héctor García y entre los pasajeros se encontraba el Contralmirante José María Guzmán, gobernador del, por ese entonces, Territorio Nacional de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, quien por fin se encontraba en parte del suelo argentino que supuestamente gobernaba y nunca había imaginado pisar.
"Les informamos que nos quedamos a vivir en tierra Argentina e invitamos al gobernador a plegarse bajo nuestra bandera", fueron las palabras que Cabo escribió en la proclama que entregaron al gobernador inglés.
Puerto Rivero
Dardo Cabo nació en Tres Arroyos el 1 de enero de 1941, era hijo de Armando Cabo, trabajador de la fábrica Istilart, Secretario General de la C.G.T regional y uno de los principales colaboradores de Eva Duarte de Perón. A los pocos años sus padres se separaron y se radicó en Buenos Aires junto a su madre, María Campano. En la capital fue pupilo en el Colegio San José de Calasanz, ubicado en pleno barrio de Once. Antes de abandonar la niñez ya conocía muy bien lo que era la persecución política y frecuentemente "desensillaba", aconsejado por Armando, y viajaba a Tres Arroyos para disfrutar de la protección de sus tíos y la tranquilidad del pueblo natal.
A las 8:42 del miércoles 28 de septiembre, el avión DC4, con bandera Argentina, aterrizó en una despareja pista para carreras hípicas, ubicada detrás de la casa del gobernador. Inmediatamente los habitantes de las islas se acercaron a observar aquel extraño suceso, mientras que dos vehículos se ubicaron en los extremos del avión para impedir que retome vuelo.
Ante la mirada de todos, los "cóndores" bajaron armados y colocaron -en diferentes lugares de la pista-, siete banderas argentinas que flamearon por más de 24 horas en Puerto Stanley.
Rebautizaron el lugar como Puerto Rivero, en homenaje al gaucho entrerriano que gobernó las Islas Malvinas durante varios meses entre 1833 y 1834 luego de rebelarse, boleadoras y facón en mano, junto a ocho compañeros, contra los invasores ingleses que los mantenían trabajando en condiciones infrahumanas.
La aventura de los jóvenes incomodaba al gobierno de la "Revolución Argentina" que se definía como nacionalista y sin embargo estrechaba sus vínculos con Inglaterra y Estados Unidos. Se cumplían tres meses de la asunción al poder de Onganía y el canciller Costa Méndez reclamaba formalmente por las Islas en la reunión anual de las Naciones Unidas. También en ese momento se encontraba en el país el príncipe Felipe, esposo de la reina de Inglaterra, en una visita no oficial, como presidente de la Federación Ecuestre Internacional, con motivo del Campeonato Mundial de Hipismo que se iba a realizar en Argentina.
Ante la aprobación popular por el "Operativo Cóndor", el gobierno emitió el 29 de septiembre un comunicado donde destacaba que "la recuperación de las Islas Malvinas no puede ser una excusa para facciosos". Igualmente las adhesiones no tardaron en aparecer. Las ciudades de Buenos Aires, La Plata y Córdoba, entre otras, fueron escenarios de numerosas manifestaciones populares donde se festejaba la osadía de los jóvenes.
Regreso con "pena"
Cabo inició su militancia política a muy temprana edad, padeciendo la cárcel durante la Revolución Libertadora en 1955 que depuso al General Juan Domingo Perón y fue nuevamente detenido durante el gobierno de Arturo Frondizi. A comienzos de la década del '60 fundó el "Movimiento Nueva Argentina", de clara tendencia nacionalista y peronista, y años después se alineó con "Descamisados" donde creó el periódico de la agrupación, que llegó a ser el más influyente de la resistencia peronista. Iniciados los años setenta pasó a formar parte de Montoneros y logró el tan esperado retorno del General Perón.
Casi 48 horas después del aterrizaje en las islas, los integrantes del plan Cóndor depusieron su actitud, entregaron sus armas y fueron alojados en la Iglesia de Puerto Rivero, bajo la protección del sacerdote del lugar, Rodolfo Roel ,quién incluso les dio una misa en castellano en el avión. El barco de la Armada Argentina, Bahía Buen Suceso, fue el encargado de hacerlos volver al continente donde no los esperaban las condecoraciones sino las frías cárceles patagónicas. El Juez Federal de Tierra del Fuego, Miguel Angel Lima, procesó a los integrantes del Operativo en atención a los delitos de privación de la libertad personal calificada y tenencia de armas de guerra, por los que finalmente fueron condenados a distintas penas el 26 de Junio de 1967. Esta sentencia fue confirmada por la Cámara Federal de Bahía Blanca, el 13 de octubre de ese mismo año. Sobre el tresarroyense recayó la pena más extensa, no sólo por ser el jefe de la operación, sino también por contar con antecedentes policiales.
Se casó estando en la cárcel, con María Cristina Verrier, la única mujer que protagonizó el Operativo Cóndor, y tuvieron una hija a la que llamaron María, igual que la abuela paterna. Cabo murió 10 años después de pisar Malvinas, el 5 de enero de 1977, cuando acababa de cumplir 36 años y padecía su cuarto período en prisión. Fue cobardemente fusilado por la dictadura militar en un "traslado" desde la penitenciaría Nº 9 de la ciudad de La Plata. Oficialmente se informó que había resultado abatido en un intento de fuga.
Cuando en 1982 el gobierno militar tomó la decisión de recuperar las Islas, dispuso por decreto que Puerto Stanley pasara a llamarse Puerto Argentino, a pesar de que en la sociedad estaba instalada la denominación de Puerto Rivero.
Paradojas de la historia, dieciséis años después de la gesta de Dardo Cabo y sus compañeros, Costa Méndez ocupaba el mismo cargo de canciller. Tanto el gaucho entrerriano, abatido durante los heroicos combates de Vuelta de Obligado, como el cóndor tresarroyense, asesinado por la última dictadura militar, intentaron ser eliminados de la memoria de los argentinos. Sin embargo, hoy forman parte de la lista de hombres imprescindibles, siguiendo la clasificación de Bertold Brecht, que lucharon toda su vida.
Los "cóndores"
Estas fueron las 18 personas que formaron parte del "Operativo Cóndor", con sus edades y ocupaciones al momento del hecho: Dardo Manuel Cabo, 25 años, periodista y metalúrgico; Alejandro Armando Giovenco, 21, estudiante (subjefe del grupo); Juan Carlos Rodríguez, 31, empleado; Pedro Tursi, 29, empleado; Aldo Omar Ramírez, 18, estudiante; Edgardo Jesús Salcedo, 24, estudiante; Ramón Adolfo Sánchez; María Cristina Verrier, 27, periodista y autora teatral; Edelmiro Ramón Navarro, 27, empleado; Andrés Ramón Castillo, 23, empleado; Juan Carlos Bovo, 21, obrero metalúrgico; Víctor Chazarreta, 32, metalúrgico; Pedro Bernardini, 28, metalúrgico; Fernando José Aguirre, 20, empleado; Fernando Lizardo, 20, empleado; Luis Francisco Caprara, 20, estudiante de ingeniería; Ricardo Alfredo Ahe, 20 estudiante y empleado y Norberto Eduardo Karasiewicz, 20, obrero metalúrgico
Fuente: www.elperiodista3a.com.ar
martes, 11 de marzo de 2014
Historia de los kelpers
Malvinas y un relato sobre los colonos de Gran Bretaña
Las transformaciones que en dos siglos atravesaron los pobladores de las islas que aún reclama la Argentina, en este adelanto. El primer capítulo de Kelpers se puede leer abajo.
Kelpers, Natasha Niebieskikwiat
Ojeo uno de los libros de la vasta biblioteca de producciones locales y británicas que tiene el Lafone House de Stanley, mezcla de hotel y bed & breakfast. Clavo la mirada como un imán en una foto vieja. Un joven rubio, muy bronceado y con el rostro bien curtido está parado con sus ropas de fajina sobre un elefante marino que yace en la playa pedregosa, sin sangre.
El hombre se jacta, sobria y tímidamente, de su bestia trofeo. Es posible que lo haya matado él, pero no queda claro. A su alrededor hay otros cuatro jóvenes, vestidos no con harapos pero sí con el saco y el sombrero de los viejos pescadores. La foto –“Elefante marino capturado-Puerto Stanley”– integra una suerte de catálogo de postales de las Malvinas y ha sido tomada por George P. Biggs, nieto de James, el primer Biggs en llegar a las islas junto con Richard C. Moody, el gobernador que inauguró la ocupación británica, a bordo del bergantín Hebe, en enero de 1842.
Biggs inventó un negocio vendiendo postales como souvenirs en ese bastión remoto del Imperio. La foto dice más. Dice, por ejemplo, que George aprovechaba las curiosidades locales para vendérselas a las tripulaciones de los miles de barcos que pasaban por Stanley durante el período que va de 1800 a principios de 1900. Pingüinos, lobos y elefantes marinos, aves, ballenas. Víctimas de la depredación apreciada en una foto en blanco y negro para el recuerdo.
El libro cuenta que la terminación del canal de Panamá hacia 1914, el reemplazo gradual de la navegación a vapor y la suspensión en 1917 del correo a través de Pacific Steam Navigation Company representaron un golpe muy duro para este tipo de emprendimientos (...) Gracias a los Biggs y a otros fotógrafos amateurs de fines de 1800 y principios de 1900 se puede apreciar el viejo Stanley: las edificaciones impresionan menos que la cantidad de barcos anclados en la bahía. Una escena que no volvería a repetirse hasta fines del siglo XX y que ahora los isleños temen que se repita con la explosión del petróleo que esperan a partir de 2017.
En 1885, la capital de la colonia tenía 800 habitantes. En 1916, 900. Casi un siglo después, se registraron poco más de 2.800 habitantes en todo el archipiélago.
Stanley sigue siendo un pueblito; sin embargo, tiene unos aires de ciudad que a veces ni cabe en sí mismo. (...) Jan y Coleen descienden de James Biggs, que había nacido en Portsea (Portsmouth, Inglaterra) en 1806 y había sido bautizado en la misma iglesia que Charles Dickens. James sembró hasta nueve generaciones en el archipiélago, si se tienen en cuenta los niños y niñas nacidos ahí. En marzo de 1825, James se unió al Cuerpo Real de Mineros en Portsmouth, aquel grupo de militares e ingenieros que sirvieron en las guerras de Inglaterra facilitando el avance de las tropas propias y dificultando el del enemigo. James era un soldado raso que trabajó en la excavación, demolición y construcción de calles y casas necesarias a partir de 1843 para levantar la nueva capital de la colonia. “Sus papeles militares lo describen de poco menos de un metro setenta de alto, con complexión robusta y pelo marrón. Ojos azules”. En junio de 1826 se embarcó con los zapadores hacia Gibraltar, donde había mucho empleo en las fortificaciones navales y el astillero. En Gibraltar se casó con Margareth Martin (...) Al volver a Inglaterra, el matrimonio se estableció en las afueras de la superpoblada Londres con sus cuatro hijos. Entonces, el lugarteniente luego gobernador general de la colonia, Moody, hizo un llamado a voluntarios que quisieran acompañarlo a las Malvinas.
Biggs sirvió a Moody y viajó con toda su prole, decidido a convertirse en colono. El Hebe partió de Inglaterra en octubre de 1841 y llegó a Puerto Louis a mediados de enero de 1842 (...) La paga al principio era de un chelín y seis peniques por día. Los zapadores, como Biggs, debían además tener experiencia n el manejo de los caballos. Con el tiempo, casi todos estos isleños desarrollarían destrezas equiparables a las de los gauchos sudamericanos que los precedieron en la ocupación de las islas.
Además de conservar dos enormes biblias de familia con la historia de los Biggs y la de los Cheek, Jan tiene un acervo de fotos y documentos que prueba la fortaleza de su árbol genealógico y sus vínculos de sangre y políticos. Gentilmente, saca fotocopias de cartas (...)
Clarín
Las transformaciones que en dos siglos atravesaron los pobladores de las islas que aún reclama la Argentina, en este adelanto. El primer capítulo de Kelpers se puede leer abajo.
Kelpers, Natasha Niebieskikwiat
Ojeo uno de los libros de la vasta biblioteca de producciones locales y británicas que tiene el Lafone House de Stanley, mezcla de hotel y bed & breakfast. Clavo la mirada como un imán en una foto vieja. Un joven rubio, muy bronceado y con el rostro bien curtido está parado con sus ropas de fajina sobre un elefante marino que yace en la playa pedregosa, sin sangre.
El hombre se jacta, sobria y tímidamente, de su bestia trofeo. Es posible que lo haya matado él, pero no queda claro. A su alrededor hay otros cuatro jóvenes, vestidos no con harapos pero sí con el saco y el sombrero de los viejos pescadores. La foto –“Elefante marino capturado-Puerto Stanley”– integra una suerte de catálogo de postales de las Malvinas y ha sido tomada por George P. Biggs, nieto de James, el primer Biggs en llegar a las islas junto con Richard C. Moody, el gobernador que inauguró la ocupación británica, a bordo del bergantín Hebe, en enero de 1842.
Biggs inventó un negocio vendiendo postales como souvenirs en ese bastión remoto del Imperio. La foto dice más. Dice, por ejemplo, que George aprovechaba las curiosidades locales para vendérselas a las tripulaciones de los miles de barcos que pasaban por Stanley durante el período que va de 1800 a principios de 1900. Pingüinos, lobos y elefantes marinos, aves, ballenas. Víctimas de la depredación apreciada en una foto en blanco y negro para el recuerdo.
El libro cuenta que la terminación del canal de Panamá hacia 1914, el reemplazo gradual de la navegación a vapor y la suspensión en 1917 del correo a través de Pacific Steam Navigation Company representaron un golpe muy duro para este tipo de emprendimientos (...) Gracias a los Biggs y a otros fotógrafos amateurs de fines de 1800 y principios de 1900 se puede apreciar el viejo Stanley: las edificaciones impresionan menos que la cantidad de barcos anclados en la bahía. Una escena que no volvería a repetirse hasta fines del siglo XX y que ahora los isleños temen que se repita con la explosión del petróleo que esperan a partir de 2017.
En 1885, la capital de la colonia tenía 800 habitantes. En 1916, 900. Casi un siglo después, se registraron poco más de 2.800 habitantes en todo el archipiélago.
Stanley sigue siendo un pueblito; sin embargo, tiene unos aires de ciudad que a veces ni cabe en sí mismo. (...) Jan y Coleen descienden de James Biggs, que había nacido en Portsea (Portsmouth, Inglaterra) en 1806 y había sido bautizado en la misma iglesia que Charles Dickens. James sembró hasta nueve generaciones en el archipiélago, si se tienen en cuenta los niños y niñas nacidos ahí. En marzo de 1825, James se unió al Cuerpo Real de Mineros en Portsmouth, aquel grupo de militares e ingenieros que sirvieron en las guerras de Inglaterra facilitando el avance de las tropas propias y dificultando el del enemigo. James era un soldado raso que trabajó en la excavación, demolición y construcción de calles y casas necesarias a partir de 1843 para levantar la nueva capital de la colonia. “Sus papeles militares lo describen de poco menos de un metro setenta de alto, con complexión robusta y pelo marrón. Ojos azules”. En junio de 1826 se embarcó con los zapadores hacia Gibraltar, donde había mucho empleo en las fortificaciones navales y el astillero. En Gibraltar se casó con Margareth Martin (...) Al volver a Inglaterra, el matrimonio se estableció en las afueras de la superpoblada Londres con sus cuatro hijos. Entonces, el lugarteniente luego gobernador general de la colonia, Moody, hizo un llamado a voluntarios que quisieran acompañarlo a las Malvinas.
Biggs sirvió a Moody y viajó con toda su prole, decidido a convertirse en colono. El Hebe partió de Inglaterra en octubre de 1841 y llegó a Puerto Louis a mediados de enero de 1842 (...) La paga al principio era de un chelín y seis peniques por día. Los zapadores, como Biggs, debían además tener experiencia n el manejo de los caballos. Con el tiempo, casi todos estos isleños desarrollarían destrezas equiparables a las de los gauchos sudamericanos que los precedieron en la ocupación de las islas.
Además de conservar dos enormes biblias de familia con la historia de los Biggs y la de los Cheek, Jan tiene un acervo de fotos y documentos que prueba la fortaleza de su árbol genealógico y sus vínculos de sangre y políticos. Gentilmente, saca fotocopias de cartas (...)
Clarín
lunes, 10 de marzo de 2014
Las cargas nucleares de los buques británicos
Las cargas nucleares ASW británicas
Los Británicos llegaron con sus barcos repletos de material atómico en especial cargas atómicas como la We-177, después de Malvinas dieron a conocer una lista (foto de abajo) donde consta el tipo de material que llevaban los buques y OH CASUALIDAD el día o fecha en que los mismos fueron retirados de los mismos, como podrán ver solo fue una "rotación" es decir pasaron de uno a otro buque y MAS CASUALIDAD que los hundidos JUSTO ESE DIA no tenían cargas a bordo...hoy la MENTIRA Británica ya no corre más, es bien sabido que el HMS Coventry llevaba dicho material cuando fue hundido al igual que el HMS Sheffield, en la foto de la derecha, el implemento que usaban los Británicos para medir los efectos de estos materiales si llegaban a hacer explosión...EN NINGÚN CASO HABLAMOS DE ARMAS NUCLEARES PARA ATACAR EL CONTINENTE...son armas de uso de la Royal Navy casi todas para guerra anti submarina pues el VERSO o cuento de que atacarían el continente con estas armas ya a sido demostrado que fue humo y contra inteligencia Británica para infundir temor...y de esto saben y mucho.
Sapucay Malvinas
Los Británicos llegaron con sus barcos repletos de material atómico en especial cargas atómicas como la We-177, después de Malvinas dieron a conocer una lista (foto de abajo) donde consta el tipo de material que llevaban los buques y OH CASUALIDAD el día o fecha en que los mismos fueron retirados de los mismos, como podrán ver solo fue una "rotación" es decir pasaron de uno a otro buque y MAS CASUALIDAD que los hundidos JUSTO ESE DIA no tenían cargas a bordo...hoy la MENTIRA Británica ya no corre más, es bien sabido que el HMS Coventry llevaba dicho material cuando fue hundido al igual que el HMS Sheffield, en la foto de la derecha, el implemento que usaban los Británicos para medir los efectos de estos materiales si llegaban a hacer explosión...EN NINGÚN CASO HABLAMOS DE ARMAS NUCLEARES PARA ATACAR EL CONTINENTE...son armas de uso de la Royal Navy casi todas para guerra anti submarina pues el VERSO o cuento de que atacarían el continente con estas armas ya a sido demostrado que fue humo y contra inteligencia Británica para infundir temor...y de esto saben y mucho.
Sapucay Malvinas
domingo, 9 de marzo de 2014
Malvinas: Liderazgo de pequeños grupos en la grava malvinense
Malvinas: liderazgo en pequeños grupos
Marcos Gallacher
Hace un cuarto de siglo (el 28 de mayo de 1982), comenzaron los combates terrestres en la localidad de Darwin-Prado del Ganso (Malvinas). Tras la derrota de la guarnición argentina allí ubicada, las fuerzas británicas avanzaron hacia Puerto Argentino, librando los combates que concluyeron con el resultado conocido. Aunque se ha escrito mucho sobre Malvinas, aún queda bastante por dilucidar. Un tema poco analizado es el del comportamiento de los oficiales que participaron --liderando pequeñas unidades-- en esos combates.
La importancia del liderazgo queda bien ilustrada en la clásica película El puente sobre el río Kwai : el comandante de los prisioneros británicos (el actor Alec Guinness) se resiste a que sus oficiales realicen trabajos manuales junto a sus hombres. Esta falta de colaboración lo lleva a ser brutalmente golpeado por sus captores. El argumento del comandante británico es simple: si los oficiales hacen el trabajo de los soldados rasos, toda la estructura jerárquica se desmorona. Sin oficiales, un batallón de combate --aun prisionero-- se transforma en una turba amorfa.
Traemos a colación esa referencia por lo siguiente: mirando en TV los actos conmemorativos del 2 de abril, llamó la atención que los responsables de diseñar los programas periodísticos hayan ignorado este importante principio. En esos programas se mezcla el valioso testimonio de soldados conscriptos que estuvieron en las islas con el de periodistas, historiadores populares y comentaristas políticos. Se ignoró por completo a aquellos bajo cuya conducción directa los soldados enfrentaron al enemigo. Nos referimos a los jóvenes oficiales que aportaron, en el terreno, el liderazgo necesario para que un grupo humano funcionara como una unidad de combate.
El grado militar de estos oficiales fue variado: en el Ejército, desde subtenientes recién egresados del Colegio Militar hasta mayores, teniente coroneles o coroneles. A casi ninguno de éstos se entrevistó. Una excepción a lo anterior fue el actual embajador Balza (teniente coronel en Malvinas). Los comentarios de Balza fueron --merece destacarse-- muy valiosos para entender lo que realmente ocurrió. En definitiva, el militar profesional --al igual que el médico, el abogado o el ingeniero-- conoce su oficio mejor que la mayoría de los legos. Son ellos --y no los legos-- los que mejor pueden analizar qué pasó y las enseñanzas que pueden sacarse de lo actuado. El militar profesional --en particular el oficial-- es el que vertebra un grupo de hombres y lo transforma en un instrumento de combate. Este oficial tiene una preparación que le permite poner en un contexto más amplio la experiencia cotidiana y, por lo tanto, aprender de ella.
El ciudadano medio tiene dificultad en comprender el conflicto Malvinas, pues --entre otras causas-- la mayor parte de lo que lee o ve en televisión proviene de observadores que no estuvieron en el teatro de combate o, si estuvieron allí, lo hicieron como soldados conscriptos, cuyo valor no se pone en duda, pero cuya perspectiva es necesariamente limitada. Pocos saben, por ejemplo, que el porcentaje de oficiales muertos en los combates terrestres fue superior al de suboficiales y soldados: el 2,5 por ciento de los oficiales que participaron en el teatro de operaciones fue muerto en combate, contra el 1,7 de los suboficiales y el 1,9 de los soldados. No somos especialistas en historia militar. Sin embargo, por lo poco que hemos leído, no resulta frecuente que las bajas de oficiales superen a las de soldados: en el Ejército Argentino, esto efectivamente ocurrió.
El conflicto Malvinas sigue siendo una herida abierta para muchos argentinos. Sin embargo, pueden aprovecharse lecciones positivas. Al respecto, la dura resistencia que ofrecieron nuestros compatriotas en varios de los enfrentamientos resultó --en una medida importante-- de liderazgo a nivel de las pequeñas unidades. Las organizaciones argentinas --sean privadas o públicas-- tienen una enorme falencia de liderazgo. Tal vez algunos de los ejemplos positivos de Malvinas --que los hay-- pueden servir para comprender mejor en qué consiste este liderazgo que tanto necesitamos.
Marcos Gallacher es profesor de Organización Empresaria en la Universidad del CEMA.
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Marcos Gallacher
Hace un cuarto de siglo (el 28 de mayo de 1982), comenzaron los combates terrestres en la localidad de Darwin-Prado del Ganso (Malvinas). Tras la derrota de la guarnición argentina allí ubicada, las fuerzas británicas avanzaron hacia Puerto Argentino, librando los combates que concluyeron con el resultado conocido. Aunque se ha escrito mucho sobre Malvinas, aún queda bastante por dilucidar. Un tema poco analizado es el del comportamiento de los oficiales que participaron --liderando pequeñas unidades-- en esos combates.
La importancia del liderazgo queda bien ilustrada en la clásica película El puente sobre el río Kwai : el comandante de los prisioneros británicos (el actor Alec Guinness) se resiste a que sus oficiales realicen trabajos manuales junto a sus hombres. Esta falta de colaboración lo lleva a ser brutalmente golpeado por sus captores. El argumento del comandante británico es simple: si los oficiales hacen el trabajo de los soldados rasos, toda la estructura jerárquica se desmorona. Sin oficiales, un batallón de combate --aun prisionero-- se transforma en una turba amorfa.
Traemos a colación esa referencia por lo siguiente: mirando en TV los actos conmemorativos del 2 de abril, llamó la atención que los responsables de diseñar los programas periodísticos hayan ignorado este importante principio. En esos programas se mezcla el valioso testimonio de soldados conscriptos que estuvieron en las islas con el de periodistas, historiadores populares y comentaristas políticos. Se ignoró por completo a aquellos bajo cuya conducción directa los soldados enfrentaron al enemigo. Nos referimos a los jóvenes oficiales que aportaron, en el terreno, el liderazgo necesario para que un grupo humano funcionara como una unidad de combate.
El grado militar de estos oficiales fue variado: en el Ejército, desde subtenientes recién egresados del Colegio Militar hasta mayores, teniente coroneles o coroneles. A casi ninguno de éstos se entrevistó. Una excepción a lo anterior fue el actual embajador Balza (teniente coronel en Malvinas). Los comentarios de Balza fueron --merece destacarse-- muy valiosos para entender lo que realmente ocurrió. En definitiva, el militar profesional --al igual que el médico, el abogado o el ingeniero-- conoce su oficio mejor que la mayoría de los legos. Son ellos --y no los legos-- los que mejor pueden analizar qué pasó y las enseñanzas que pueden sacarse de lo actuado. El militar profesional --en particular el oficial-- es el que vertebra un grupo de hombres y lo transforma en un instrumento de combate. Este oficial tiene una preparación que le permite poner en un contexto más amplio la experiencia cotidiana y, por lo tanto, aprender de ella.
El ciudadano medio tiene dificultad en comprender el conflicto Malvinas, pues --entre otras causas-- la mayor parte de lo que lee o ve en televisión proviene de observadores que no estuvieron en el teatro de combate o, si estuvieron allí, lo hicieron como soldados conscriptos, cuyo valor no se pone en duda, pero cuya perspectiva es necesariamente limitada. Pocos saben, por ejemplo, que el porcentaje de oficiales muertos en los combates terrestres fue superior al de suboficiales y soldados: el 2,5 por ciento de los oficiales que participaron en el teatro de operaciones fue muerto en combate, contra el 1,7 de los suboficiales y el 1,9 de los soldados. No somos especialistas en historia militar. Sin embargo, por lo poco que hemos leído, no resulta frecuente que las bajas de oficiales superen a las de soldados: en el Ejército Argentino, esto efectivamente ocurrió.
El conflicto Malvinas sigue siendo una herida abierta para muchos argentinos. Sin embargo, pueden aprovecharse lecciones positivas. Al respecto, la dura resistencia que ofrecieron nuestros compatriotas en varios de los enfrentamientos resultó --en una medida importante-- de liderazgo a nivel de las pequeñas unidades. Las organizaciones argentinas --sean privadas o públicas-- tienen una enorme falencia de liderazgo. Tal vez algunos de los ejemplos positivos de Malvinas --que los hay-- pueden servir para comprender mejor en qué consiste este liderazgo que tanto necesitamos.
Marcos Gallacher es profesor de Organización Empresaria en la Universidad del CEMA.
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sábado, 8 de marzo de 2014
Asesinato de prisioneros argentinos en Malvinas
Estremecedor relato de un soldado inglés en Malvinas: "Rematamos argentinos con las bayonetas"
"El muchacho cayó de rodillas. Por fin, alguien tiró una lona sobre él, le disparó y lo remataron con una bayoneta".
INGLATERRA.- La Guerra de las Malvinas fue breve y muy repugnante. La lucha que he experimentado como joven soldado en el Regimiento de Paracaidistas fue como la Primera Guerra Mundial; luchamos cuerpo a cuerpo, limpiando trincheras de las tropas argentinas con las bayonetas y granadas.
Tony Banks relata que "Vi a amigos cercanos asesinados y mutilados, llorando por sus madres. Fui testigo de los hombres heridos y con graves quemaduras, retorciéndose, gritando en agonía."
Pero yo era un Para -un tipo duro en una de las más famosas unidades en el ejército británico- y toda esa muerte y destrucción no me molestó. O eso creía yo.
Yo tenía sólo 20 años cuando fui, como parte del Grupo de Tareas, enviado a recapturar las islas azotadas por el viento en el Atlántico Sur en 1982. Yo estaba lleno de vida y espíritu de lucha y dispuesto a hacer un trabajo que me encantó.
Llegué a casa poco más de dos meses más tarde, duro y cínico, atormentado por los recuerdos terribles.
De vuelta en mi ciudad natal de Dundee, pasé largas noches con sólo una botella de whisky como compañía.
Beber era una forma de sustraerme a las pesadillas. Me enojé, me volví una persona temperamental, y como resultado mi matrimonio se desintegró.
Durante mucho tiempo, yo dudaba de que el sacrificio de las vidas de mis amigos y el trauma causado a los que sobrevivieron habían valido la pena. Pero finalmente llegué a ver el valor de lo que hemos conseguido y estuve orgulloso de ello.
Doscientos cincuenta y ocho soldados británicos pagaron con sus vidas por la reconquista de las islas, y 775 más resultaron heridos. Muchos de los que sobrevivimos pagamos con nuestra paz mental.
Pero, con el gobierno argentino nuevamente sacudiendo sables, es importante saber que hace 30 años hicimos lo correcto. Los isleños son británicos hasta la médula. A pesar de lo que los soldados tenían que hacer y soportar, no hay duda en mi mente que arrancar de nuevo las Malvinas de los invasores argentinos estaba justificada.
Y si se llegara a haber otra guerra para luchar ahí abajo, yo querría hacerlo todo de nuevo.
La primera vez que viví una batalla en 1982, sufrí miedo como nunca antes en mi vida. Estábamos comprometidos en una guerra sin cuartel en la que dos ejércitos nacionales estaban tratando de golpearse entre sí, matando a tantos enemigos como fuera posible. Estábamos en clara inferioridad numérica y lejos de casa.
Habíamos estado a bordo del buque durante seis largas semanas bajando de Gran Bretaña. Creímos que estábamos en una misión inútil.
No iba a haber ninguna lucha. Todo estaría resuelto diplomáticamente, la flota se daría la vuelta en medio del océano y todos podemos ir a casa. Pero siguió adelante hacia el sur, sin descanso. No hubo acuerdo de paz de última hora. Íbamos a tierra.
Nuestro desembarco en la costa oeste de las islas no tuvo oposición. Después de una semana nos dieron la orden de marchar sobre Goose Green, el segundo asentamiento más grande de las Islas Malvinas. Los argentinos tenían una pista de aterrizaje allí y había encarcelado a más de 100 aldeanos en la sala de la comunidad. Iba a ser el sitio de uno de los combates más famosos de la guerra.
A medida que avanzábamos, balas de ametralladora montada en el aire, morteros y granadas de fósforo blanco explotaron y se iluminó el cielo. Los hombres gritaban de terror y dolor. Todo lo que pude pensar fue: "Por favor Dios, sácame de esta batalla".
A medida que avanzábamos a través de las posiciones enemigas, vimos imágenes terribles. Fue sorprendente la rapidez con que nos acostumbramos a las escenas macabras.
A medida que seguimos adelante, nos encontramos atacando una escuela fuertemente fortificada. Oí un grito y vi que Steve, mi mejor amigo durante toda la formación, había recibido un disparo.
Suspiró, vi una lágrima por su cara y él se fue. Todos los detalles de sus últimos momentos quedaron grabados en mi conciencia. Casi 30 años han pasado desde entonces, pero esa imagen vívida aún me persigue. Siempre lo hará.
Por último, una bandera blanca apareció en la escuela, y nuestro comandante del pelotón y otros dos fueron hacia adelante para tomar la rendición. Mientras se acercaban, el enemigo argentino los mató a tiros.
Todos nos mirábamos con incredulidad. Entonces, tengo que admitir, nos volvimos locos. Abrimos fuego con ametralladoras, cohetes y granadas. En el momento en que había terminado el ataque, el edificio había sido destruido y decenas de ellos fueron muertos.
Poco después, el resto se rindió, y la batalla de Goose Green había terminado. Teníamos cientos de prisioneros hacinados en un galpón enorme. La mayoría eran reclutas.
Ellos estaban desnutridos, a pesar de las reservas de alimentos abundantes que luego encontramos.
Habían soportado el tratamiento duro de parte de sus propios oficiales, que los habían matado de hambre, guardando las mejores raciones para ellos mismos.
Ellos estaban apenas entrenados y hemos escuchado historias de que sus propias fuerzas especiales habían ejecutado a los que trataron de desertar. Nosotros cuidamos de ellos mejor que lo que su propia gente lo hizo.
Pero uno de los prisioneros se destacó entre la multitud, con un aire de superioridad, como si estuviera por encima de todo. Su arrogancia me hizo enojar al pensar en la muerte de Steve y los demás.
Me acerqué a él y le golpee la boina que llevaba la cabeza. Me miró con desafío, y yo le destrocé la culata de un fusil en la cara. Casi quería que uno de los argentinos se saliera de la línea, porque yo no hubiera tenido ningún reparo en dispararle.
Pradera del Ganso fue una gran victoria, conseguida sin la artillería completa o apoyo aéreo y en contra de la superioridad numérica. Pero había sido costoso. Diecisiete de nuestros compañeros estaban muertos y muchos más heridos.
Al reflexionar sobre la batalla, sabía que había tenido suerte.
También habíamos sufrido la pérdida innecesaria de coronel de 2° de Paracaidistas, Jones ’H’, en una carga suicida contra el enemigo. Él era valiente, pero irresponsable.
Una semana más tarde, estaba frente a las colinas que rodean Puerto Argntino, cuando los buques Sir Tristram y el Sir Galahad echaban el ancla y comenzaban a descargar pertrechos. Recuerdo haberme preguntado por qué se demoraba tanto la operación. Fueron presas fáciles para un ataque aéreo.
Ante mis ojos, el mayor desastre de Gran Bretaña de toda la guerra se estaba desarrollando.
Corrimos hasta la orilla, y hicimos lo que pudimos. Cincuenta y seis hombres murieron y más de 150 resultaron heridos. Y nunca me olvidé de la terrible olor a carne quemada.
Años más tarde iba conduciendo por la autopista M6 y pasé por un sitio donde los animales eran sacrificados e incinerados durante la epidemia de fiebre aftosa. El olor flotaba en el coche y de repente, en mi cabeza, yo estaba de vuelta en Bluff Cove.
El ataque final a Puerto Argentino comenzó con un bombardeo masivo de artillería machacando las posiciones enemigas durante horas para ablandarlos.
Mi estómago era un nudo. Yo no quería morir en una helada y oscura ladera en el medio de la nada.
Finalmente, nos dieron la orden de avanzar con la bayonetas. Luego vino una instrucción aún más terrible: “Sin prisioneros, muchachos"…
Durante los combates en la oscuridad total, simplemente no tienes los recursos para hacer prisioneros.
Y nos pareció que los argentinos tenían pocos motivos de queja.
Habían comenzado la guerra y no habían mostrado mucho respeto por la bandera blanca cuando se había disparado a mis tres compañeros que se fueron hacia adelante para tomar la rendición en Pradera del Ganso.
Luego de atravesar un campo de minas, llegamos a las primeras trincheras enemigas, pero no había nadie allí. Luego, cuando avanzamos más, comenzamos a encontrar una fuerte resistencia.
Pedimos apoyo de la artillería, con consecuencias desastrosas. Diez proyectiles de la artillería propia se vinieron encima de nosotros.
Luchamos nuestro camino por la cresta, lanzando granadas a las posiciones enemigas. A veces, los ocupantes lucharon hasta el final.
Pero no podíamos correr ningún riesgo con ninguno de ellos.
Un joven soldado aterrorizado se puso de pie con las manos en el aire farfullando en español y, obviamente, queriendo rendirse. Parecía un adolescente, un niño como nosotros.
Estaba rogando por su vida. Nos miramos el uno al otro y vacilamos. Una breve discusión estalló entre nosotros. Alguien nos apuró a seguir las órdenes: "Dispárale”.
"El muchacho cayó de rodillas. Por fin, alguien tiró una lona sobre él, le disparó y lo remataron con una bayoneta". Eso fue todo.
Al romper el alba, podríamos ver las líneas de los soldados enemigos en retirada hacia Puerto Argentino, en silueta contra el sol naciente. Uno de nuestro pelotón abrió fuego contra ellos.
Muy pronto se acabó todo. Habíamos tomado Wireless Ridge. Todos los demás objetivos -Hermanas Gemelas, Tumbledown, Monte Longdon y Monte Harriet- también estaban ahora en manos de los ingleses. Puerto Argentino abierto, y las negociaciones de rescate estaban en marcha.
Más tarde ese día una bandera blanca volaba sobre la capital de las Malvinas.
Más tarde hubo una ceremonia en memoria de nuestros muertos. Todos se apiñaron en la catedral de Port Stanley para escuchar el padre diciendo que la dura realidad de lo que había pasado iba a cambiar nuestras vidas para siempre. No creo que muchos de nosotros le creyera en ese momento. Sería muchos años de sufrimiento antes de comprender el sentido de sus palabras.
El Intransigente
"El muchacho cayó de rodillas. Por fin, alguien tiró una lona sobre él, le disparó y lo remataron con una bayoneta".
Combatiente argentino muerto en Malvinas |
Tony Banks relata que "Vi a amigos cercanos asesinados y mutilados, llorando por sus madres. Fui testigo de los hombres heridos y con graves quemaduras, retorciéndose, gritando en agonía."
Pero yo era un Para -un tipo duro en una de las más famosas unidades en el ejército británico- y toda esa muerte y destrucción no me molestó. O eso creía yo.
Yo tenía sólo 20 años cuando fui, como parte del Grupo de Tareas, enviado a recapturar las islas azotadas por el viento en el Atlántico Sur en 1982. Yo estaba lleno de vida y espíritu de lucha y dispuesto a hacer un trabajo que me encantó.
Llegué a casa poco más de dos meses más tarde, duro y cínico, atormentado por los recuerdos terribles.
De vuelta en mi ciudad natal de Dundee, pasé largas noches con sólo una botella de whisky como compañía.
Beber era una forma de sustraerme a las pesadillas. Me enojé, me volví una persona temperamental, y como resultado mi matrimonio se desintegró.
Durante mucho tiempo, yo dudaba de que el sacrificio de las vidas de mis amigos y el trauma causado a los que sobrevivieron habían valido la pena. Pero finalmente llegué a ver el valor de lo que hemos conseguido y estuve orgulloso de ello.
Doscientos cincuenta y ocho soldados británicos pagaron con sus vidas por la reconquista de las islas, y 775 más resultaron heridos. Muchos de los que sobrevivimos pagamos con nuestra paz mental.
Pero, con el gobierno argentino nuevamente sacudiendo sables, es importante saber que hace 30 años hicimos lo correcto. Los isleños son británicos hasta la médula. A pesar de lo que los soldados tenían que hacer y soportar, no hay duda en mi mente que arrancar de nuevo las Malvinas de los invasores argentinos estaba justificada.
Y si se llegara a haber otra guerra para luchar ahí abajo, yo querría hacerlo todo de nuevo.
La primera vez que viví una batalla en 1982, sufrí miedo como nunca antes en mi vida. Estábamos comprometidos en una guerra sin cuartel en la que dos ejércitos nacionales estaban tratando de golpearse entre sí, matando a tantos enemigos como fuera posible. Estábamos en clara inferioridad numérica y lejos de casa.
Habíamos estado a bordo del buque durante seis largas semanas bajando de Gran Bretaña. Creímos que estábamos en una misión inútil.
No iba a haber ninguna lucha. Todo estaría resuelto diplomáticamente, la flota se daría la vuelta en medio del océano y todos podemos ir a casa. Pero siguió adelante hacia el sur, sin descanso. No hubo acuerdo de paz de última hora. Íbamos a tierra.
Nuestro desembarco en la costa oeste de las islas no tuvo oposición. Después de una semana nos dieron la orden de marchar sobre Goose Green, el segundo asentamiento más grande de las Islas Malvinas. Los argentinos tenían una pista de aterrizaje allí y había encarcelado a más de 100 aldeanos en la sala de la comunidad. Iba a ser el sitio de uno de los combates más famosos de la guerra.
A medida que avanzábamos, balas de ametralladora montada en el aire, morteros y granadas de fósforo blanco explotaron y se iluminó el cielo. Los hombres gritaban de terror y dolor. Todo lo que pude pensar fue: "Por favor Dios, sácame de esta batalla".
A medida que avanzábamos a través de las posiciones enemigas, vimos imágenes terribles. Fue sorprendente la rapidez con que nos acostumbramos a las escenas macabras.
A medida que seguimos adelante, nos encontramos atacando una escuela fuertemente fortificada. Oí un grito y vi que Steve, mi mejor amigo durante toda la formación, había recibido un disparo.
Suspiró, vi una lágrima por su cara y él se fue. Todos los detalles de sus últimos momentos quedaron grabados en mi conciencia. Casi 30 años han pasado desde entonces, pero esa imagen vívida aún me persigue. Siempre lo hará.
Por último, una bandera blanca apareció en la escuela, y nuestro comandante del pelotón y otros dos fueron hacia adelante para tomar la rendición. Mientras se acercaban, el enemigo argentino los mató a tiros.
Todos nos mirábamos con incredulidad. Entonces, tengo que admitir, nos volvimos locos. Abrimos fuego con ametralladoras, cohetes y granadas. En el momento en que había terminado el ataque, el edificio había sido destruido y decenas de ellos fueron muertos.
Poco después, el resto se rindió, y la batalla de Goose Green había terminado. Teníamos cientos de prisioneros hacinados en un galpón enorme. La mayoría eran reclutas.
Ellos estaban desnutridos, a pesar de las reservas de alimentos abundantes que luego encontramos.
Habían soportado el tratamiento duro de parte de sus propios oficiales, que los habían matado de hambre, guardando las mejores raciones para ellos mismos.
Ellos estaban apenas entrenados y hemos escuchado historias de que sus propias fuerzas especiales habían ejecutado a los que trataron de desertar. Nosotros cuidamos de ellos mejor que lo que su propia gente lo hizo.
Pero uno de los prisioneros se destacó entre la multitud, con un aire de superioridad, como si estuviera por encima de todo. Su arrogancia me hizo enojar al pensar en la muerte de Steve y los demás.
Me acerqué a él y le golpee la boina que llevaba la cabeza. Me miró con desafío, y yo le destrocé la culata de un fusil en la cara. Casi quería que uno de los argentinos se saliera de la línea, porque yo no hubiera tenido ningún reparo en dispararle.
Pradera del Ganso fue una gran victoria, conseguida sin la artillería completa o apoyo aéreo y en contra de la superioridad numérica. Pero había sido costoso. Diecisiete de nuestros compañeros estaban muertos y muchos más heridos.
Al reflexionar sobre la batalla, sabía que había tenido suerte.
También habíamos sufrido la pérdida innecesaria de coronel de 2° de Paracaidistas, Jones ’H’, en una carga suicida contra el enemigo. Él era valiente, pero irresponsable.
Una semana más tarde, estaba frente a las colinas que rodean Puerto Argntino, cuando los buques Sir Tristram y el Sir Galahad echaban el ancla y comenzaban a descargar pertrechos. Recuerdo haberme preguntado por qué se demoraba tanto la operación. Fueron presas fáciles para un ataque aéreo.
Ante mis ojos, el mayor desastre de Gran Bretaña de toda la guerra se estaba desarrollando.
Corrimos hasta la orilla, y hicimos lo que pudimos. Cincuenta y seis hombres murieron y más de 150 resultaron heridos. Y nunca me olvidé de la terrible olor a carne quemada.
Años más tarde iba conduciendo por la autopista M6 y pasé por un sitio donde los animales eran sacrificados e incinerados durante la epidemia de fiebre aftosa. El olor flotaba en el coche y de repente, en mi cabeza, yo estaba de vuelta en Bluff Cove.
El ataque final a Puerto Argentino comenzó con un bombardeo masivo de artillería machacando las posiciones enemigas durante horas para ablandarlos.
Mi estómago era un nudo. Yo no quería morir en una helada y oscura ladera en el medio de la nada.
Finalmente, nos dieron la orden de avanzar con la bayonetas. Luego vino una instrucción aún más terrible: “Sin prisioneros, muchachos"…
Durante los combates en la oscuridad total, simplemente no tienes los recursos para hacer prisioneros.
Y nos pareció que los argentinos tenían pocos motivos de queja.
Habían comenzado la guerra y no habían mostrado mucho respeto por la bandera blanca cuando se había disparado a mis tres compañeros que se fueron hacia adelante para tomar la rendición en Pradera del Ganso.
Luego de atravesar un campo de minas, llegamos a las primeras trincheras enemigas, pero no había nadie allí. Luego, cuando avanzamos más, comenzamos a encontrar una fuerte resistencia.
Pedimos apoyo de la artillería, con consecuencias desastrosas. Diez proyectiles de la artillería propia se vinieron encima de nosotros.
Luchamos nuestro camino por la cresta, lanzando granadas a las posiciones enemigas. A veces, los ocupantes lucharon hasta el final.
Pero no podíamos correr ningún riesgo con ninguno de ellos.
Un joven soldado aterrorizado se puso de pie con las manos en el aire farfullando en español y, obviamente, queriendo rendirse. Parecía un adolescente, un niño como nosotros.
Estaba rogando por su vida. Nos miramos el uno al otro y vacilamos. Una breve discusión estalló entre nosotros. Alguien nos apuró a seguir las órdenes: "Dispárale”.
"El muchacho cayó de rodillas. Por fin, alguien tiró una lona sobre él, le disparó y lo remataron con una bayoneta". Eso fue todo.
Al romper el alba, podríamos ver las líneas de los soldados enemigos en retirada hacia Puerto Argentino, en silueta contra el sol naciente. Uno de nuestro pelotón abrió fuego contra ellos.
Muy pronto se acabó todo. Habíamos tomado Wireless Ridge. Todos los demás objetivos -Hermanas Gemelas, Tumbledown, Monte Longdon y Monte Harriet- también estaban ahora en manos de los ingleses. Puerto Argentino abierto, y las negociaciones de rescate estaban en marcha.
Más tarde ese día una bandera blanca volaba sobre la capital de las Malvinas.
Más tarde hubo una ceremonia en memoria de nuestros muertos. Todos se apiñaron en la catedral de Port Stanley para escuchar el padre diciendo que la dura realidad de lo que había pasado iba a cambiar nuestras vidas para siempre. No creo que muchos de nosotros le creyera en ese momento. Sería muchos años de sufrimiento antes de comprender el sentido de sus palabras.
El Intransigente
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