viernes, 13 de septiembre de 2019

Malvinas, los héroes y las bajas después de la guerra

Malvinas I: Recuerdo de una gesta que terminó en tragedia

Para muchos, la recuperación de las Islas Malvinas, producida un 2 de abril de hace tres décadas, fue una gesta histórica. Para todos, la acción militar terminó en una tragedia que abrió heridas que aún hoy no cicatrizan.

El Ancasti

La cantidad de efectivos argentinos fallecidos durante el conflicto, asciende a 649 hombres, mientras que 1.082 fueron heridos; resultando un total de 1.703 bajas. Los catamarqueños muertos durante la guerra fueron 5: el Cabo Primero Edmundo Federico Marcial, oriundo de Santa María, que falleció en combate el 28 de mayo de 1982 en el paraje Ganso Verde; el cabo de infantería Mario Rodolfo Castro, de Tinogasta, muerto en Darwin el 28 de mayo; el sargento 1° Mario Antonio Cisneros, muerto en combate en el cerro Dos Hermanas, el 10 de junio; y los suboficiales Robustiano Barrionuevo, de Andalgalá, y Carlos Alberto Valdez, de Tinogasta, ambos fallecidos en el Crucero General Belgrano, hundido por las fuerzas inglesas el 1° de mayo.

Las secuelas de la guerra perduran hasta hoy. Muchos de los veteranos que tuvieron la suerte de regresar con vida, decidieron terminarla drásticamente por medios propios. A la fecha, son más los ex combatientes que se suicidaron, que los que cayeron en el campo de combate.

Bazán, soldado heroico

Uno solo de los veteranos catamarqueños adoptó esa trágica decisión. Se trata de Ignacio Bazán, quien en 2006, cuando contaba con 42 años, apareció ahorcado en su casa de Lanús. Bazán, nacido en Mutquín, había sido distinguido por el Senado de la Nación y la Armada con medalla de honor por su actuación en combate. Entre sus hazañas se cuenta la de haber salvado a un compañero. Cuando los ingleses bombardearon el Monsunen, el barco inglés que Argentina había ocupado al comienzo de la guerra y en el que estaba Bazán, el cabo primero Carlos Javier Rivero se cayó al mar. Bazán se arrojó inmediatamente a las aguas heladas y lo rescató, pese a que casi no sabía nadar.

Bazán fue un activo militante de la causa Malvinas, en el intento de que se reconocieran los derechos y el aporte patriótico de los ex combatientes. La frustración por los escollos en su empeño, y problemas familiares le causaron una gran depresión, que lo empujó, en definitiva, hasta la muerte misma.



En nuestra provincia los ex combatientes han logrado un importante grado de organización. Cuentan con sede propia, ubicada en calle Almagro al 700, y han logrado presencia institucional permanente y que la sociedad les reconozca el aporte valioso que hicieron en defensa de la soberanía nacional. Valoran las medidas adoptadas en el orden nacional por el ex presidente Néstor Kirchner, quien decidió mejorar sustancialmente las pensiones que reciben, y en el orden provincial, los aportes realizados al Centro de Ex Combatientes provincial por el ex gobernador Eduardo Brizuela del Moral.

En la sede de calle Almagro, tres veteranos de guerra nos contaron las historias que vivieron desde las trincheras. Relatos, como tantos otros, cargados de emoción y que albergan recuerdos de actos heroicos y de ingratitudes, que permanecen como resabios de un pasado imborrable para varias generaciones de argentinos.

Héroes convertidos en parias

Francisco Mario Cardozo pertenecía al Regimiento de Infantería Aerotransportado 17 de Catamarca. Con el grado de sargento, fue movilizado desde Catamarca el 17 de abril. Su llegada a las Islas se produce ya en plena guerra, el 18 de mayo. Desde el continente, a bordo de un avión, intentan la difícil misión de aterrizar, en medio del asedio inglés al archipiélago aún controlado por tropas argentinas. Recién lo logran en el tercer intento.

Fue, sin embargo, una misión casi suicida, porque debieron saltar a tierra con el avión en movimiento, carreteando en la pista. Al saltar perdimos un montón de objetos y pertenencias, elementos de campaña, raciones dice Cardozo-. Sí nos aferramos a todo lo que era armamento y municiones, porque era lo que nos iba a proteger. Desde el aeropuerto fuimos en camión hacia Puerto Argentino, donde tomamos contacto con lo que era el caos de la guerra, porque nos llevaron directamente al hospital. El hospital era una carnicería. Gente herida, mutilada, con los ojos salidos, médicos que operaban permanentemente cortando miembros....

Continúa su relato: A las 6 de la mañana del día siguiente nos ordenan embarcar en camión. Éramos 38 personas con 24 piezas de ametralladoras. A los 100 metros de salir se escucha un estampido de la artillería inglesa, nos arrojamos detrás de una cerca de madera justo un momento antes de que el proyectil impactara debajo del motor del camión. Por suerte no hubo heridos. Entonces caminamos hasta Monte Longdon, donde nos agregamos al Regimiento 7 de la plata. Llegamos a primer línea de combate sólo con una manta, el poncho impermeable, ametralladora, las bandas y municiones, y la bolsa de rancho. Para no hacer peso nos tuvimos que despojar de muchísimas cosas.

Cardozo recuerda que los recibió el teniente Galíndez, no recuerdo el nombre, un oficial al que hasta el día de hoy valoro profundamente, porque si no hubiera sido por él, nosotros no hubiéramos vuelto. El luchó al lado nuestro, él nos salvó. El día 13 fue el combate más sangriento. Estábamos en la pendiente de una ladera. Los ingleses nos tiraban a aniquilarnos. Fue una situación de terror. No había posibilidad ni de sacar la cabeza. Pero yo digo que Dios y la Virgen los iluminó a los ingleses. Hicieron un alto del fuego durante 15 segundos cuando el teniente Galíndez nos ordenó que nos repleguemos. Alcanzamos a llegar a la cima de la montaña y volvieron a abrir fuego. Era como si nos dijeran, vayan, sálvense porque si no van a morir. Fue la última noche de combate. Corrimos más o menos entre 10 y 12 kilómetros, y no sabíamos para donde corríamos, porque era un descontrol total. Hubo muchas bajas. De hecho el regimiento de La Plata fue una de las unidades que más gente perdió. Una de las compañías fue atacada mientras descansaba por gurkas.

Prosigue: Esa noche del 13 ya no había manejo de tropas. Es mas, tropas argentinas nos tiraban con artillería a nosotros. Era toda una gran desorientación. Así que estábamos entre dos fuegos, en medio del caos total. Es ahí donde yo resalto la capacidad del teniente Galíndez, que con el brazo izquierdo prácticamente cortado, supo manejar la situación, y no quiso ir al hospital, sino que siguió luchando como creo que debe luchar un soldado argentino. El juntaba a la tropa como se junta a un rebaño. Cuando logró reunirnos a todos nos hizo correr y nos dio un punto de referencia hacia donde teníamos que salir, y así llegamos hasta Puerto Argentino. Nunca más lo volví a ver. La rendición se produjo a las 6.10.

Cardozo y su grupo estuvieron 5 días encerrados en un galpón, hasta que fueron embarcados en el buque inglés Canberra. A partir de se momento, Cardozo vivió momentos que lo marcaron para el resto de su vida, tanto como los combates en la trinchera. Debieron permanecer varios días en el buque porque, por orden del todavía presidente de la Nación, Leopoldo Galtieri, se les prohibía el ingreso al país por cobardes. Un calificativo que para nada se ajustaba a la realidad de un puñado de argentinos que había combatido con valor, y con notable inferioridad en el poder de fuego, contra el enemigo. Un trato despectivo y humillante que, paradójicamente, fue diametralmente opuesto de parte del adversario.

Llegó un momento en que nos comunicaron que no podíamos entrar a la Argentina y que Uruguay nos brindaba asilo político señala Cardozo, quien actualmente presidente el Centro de Ex Combatientes de Catamarca-. Y cuando ya ordenaban que se mueva el buque hacia Uruguay, vino la contraorden de la Junta militar que nos permitió el ingreso. Los ingleses nos despidieron en Puerto Madryn con todos los honores. Formaron filas de los dos lados de las escaleras laterales del buque, y nos saludaron haciendo la venia como corresponde, como caballeros de la guerra.

Sigue el relato: nos subieron a camiones y colectivos tapados con papeles y lonas para que no nos vieran; todos los movimientos se hacían de noche. No éramos héroes, éramos parias. En Trelew nos embarcaron en un avión hasta Campo de Mayo, hasta la escuela General Lemos. Llegamos a las 8 de la mañana y el director de la escuela hace la formación como si no hubiera pasado absolutamente nada. Tres suboficiales se insubordinaron, y luego nos insubordinamos todos. Hicimos desastres. Y esa misma noche, empezaron a llamar a todas las empresas de transportes y nos embarcaron en ómnibus para las distintas provincias. Nos embarcaron con las botas de combate, sin cordones, pantalones de combate, chaqueta sin cinturón y algunas pertenencias nuestras en una bolsa de consorcio. Volvíamos a nuestras casas como cirujas. El pasaje, los choferes de los ómnibus, cuando se enteraron de quienes éramos, nos besaban, nos abrazaban, no sabían qué darnos. Nos sentíamos muy contenidos por la gente que venía en el ómnibus.

Llegamos tipo 9 y 30, a 10 de la noche a Catamarca rememora Cardozo-. Éramos 9, porque Ricardo Véliz había quedado en el barco hospital. En la Terminal no nos recibió ningún oficial ni suboficial. Había solo un camión unimog de los chiquitos, manejado por un soldado. Fuimos a la Catedral a visitar y agradecer a la Virgen del Valle por habernos dado la oportunidad de volver. Pasamos al cuartel, donde nos esperaba el jefe del regimiento, coronel Anchen. Nos saludo fríamente, no dijo nada especial y nos mandó a nuestro domicilios, diciéndonos que nos esperaba al otro día a las 7 de la mañana con formación y actividad normal.

La llegada de Cardozo a su casa fue un tremendo impacto, porque días antes, el propio Jefe del Regimiento les había comunicado a los familiares, que los integrantes de ese grupo habían muerto en combate. De modo que cuando tocó la puerta de su casa y lo atendió su propia esposa, ésta cayó desmayada, como si hubiese visto un fantasma.

Su regreso a la vida militar fue un calvario: La plana mayor nos ordenó no hacer declaraciones y que no se hable más del tema Malvinas. Y empezó la persecución a los que estuvimos en las islas, peleando por nuestra patria.

En la primera línea, desde el primer momento

Darío Salas- con 18 años y el rango de cabo- integró el comando especial que recuperó, el 2 de abril de 1982, las Islas Malvinas. En ese momento formaba parte del Regimiento 25 de Infantería, de Chubut. Integraba una compañía especial que se había formado entre las tres fuerzas armadas para desembarcar en las islas.

Cuando fue convocado, Salas tenía información muy acotada de lo que se planeaba. Los oficiales que fueron elegidos por el coronel (Mohamed Alí) Seineldín sí lo sabían, pero la orden de operaciones real la conocimos nosotros recién en el barco (el buque de desembarco San Antonio). Nos sentíamos orgullosos de ser elegidos entre tanta gente del ejército para formar parte de esa gesta, rememora.

Este grupo de avanzada tenía tres misiones distintas: la encabezada por el capitán Pedro Giachino era tomar la sede del gobierno en las islas; la que comandaba Seineldín, tomar el aeropuerto; y la integrada por los comandos, tomar el cuartel de los Royal Marines. Sólo hubo resistencia en la sede de gobierno, en la que cayó el capitán Giachino y otros oficiales fueron heridos. Cuenta Salas: nosotros teníamos órdenes de no disparar, pero ellos sí. De todos modos, nuestra superioridad numérica fue determinante para el éxito de la misión.

Esa compañía especial estuvo cinco días en Puerto Argentino entró en combate en Puerto Argentino, Darwin, Ganso Verde y en la batalla de San Carlos, donde desembarcaron los ingleses el 21 de mayo. He visto escenas memorables de arrojo y valor cuenta Salas-, porque éramos 30 argentinos contra 5.000 ingleses.

El 27 de mayo vuelven a entrar en combate hasta el día 29, en que caen prisioneros. A esa altura, la compañía había sido muy diezmada, con muchas bajas. Como prisioneros fueron entregados a la Cruz Roja y vía Uruguay volvieron a la Argentina.

Estuve hospitalizado en Campo de Mayo; no dejaban que nos vea nadie. Allí me enteré de la rendición el 14 de junio.

Cuenta que, a diferencia de otros soldados y oficiales, no pasó hambre. La preocupación de los jefes era que, como avanzada de combate, estemos bien equipados y bien alimentados.

La orden que nunca llegó

Hugo Ruartes Coronel tenía 29 años y el rango de sargento primero cuando llegó a las islas, cinco días después del desembarco argentino. Pertenecía al Regimiento 25. La misión que le habían encomendado a él y su grupo de 10 oficiales pertenecientes a la sección morteros 120 era transportar armamento a las islas.

Una vez cumplida la misión, su superior le ordena replegarse, volver al continente, pero Ruartes Coronel no estuvo dispuesto a dejar a su grupo, al cual lo unía un sentimiento de lealtad, en las islas. De modo que decide quedarse voluntariamente, aún a riesgo de, posteriormente, recibir alguna sanción disciplinaria.

Estuvo casi todo el conflicto ocupando una posición situada a 8 kilómetros de Puerto Argentino, en las inmediaciones del aeropuerto de las islas. La misión era defender esa posición ante los ataques ingleses. Sin embargo, su grupo nunca recibió la orden de disparar.

Sobre el final de la guerra, más precisamente el 11 de junio, la situación en la zona cercana a Puerto Argentino se hacía insostenible. El asedio inglés era cada vez más fuerte, y el bombardeo inglés permanente, procurando tornar inoperable la pista de aterrizaje. En ese contexto, Ruartes Coronel recibe la orden de trasladarse 10 kilómetros hasta detrás del destacamento de los Royal Marines, en el oeste del archipiélago, con dos morteros. Nos situamos en una quebrada por bajo el fuego de la artillería. Era un corredor aéreo enemigo relata-. Nos quedamos en esa posición esperando la orden para abrir fuego, pero ésta no llegó, nunca supimos por qué. Tampoco recibimos la orden de replegarnos.

Al momento de la rendición, Ruartes Coronel ya estaba en la posición original, cerca del aeropuerto. El 14 de junio, a las 9 de la mañana, empezamos a ver los Hércules por sobre nuestras cabezas. No sabíamos si eran argentinos o ingleses, hasta que pudimos ver las escarapelas y nos dimos cuenta de que eran ingleses, recuerda.

Después del mediodía de aquella jornada dolorosa el grupo cae prisionero. Ruartes Coronel y sus camaradas permanecieron cinco días más en las islas y luego fueron trasladados al continente, más precisamente a Puerto Madryn.

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