por Rubén Durán
Este 3 de mayo se cumplen 30 años del ataque de
naves de la Royal Navy contra una pequeña embarcación argentina, que pese a
haber sido impactada por devastadores misiles y haber perdido a su comandante,
pudo mantenerse a flote y navegar de regreso al continente, en contra de todos
los pronósticos.
El aviso ARA “Alférez
Sobral” es un pequeño buque destinado a misiones de apoyo a la flota de la
Armada Argentina que durante los comienzos de la Guerra de Malvinas se
encontraba en la zona de operaciones realizando misiones de patrulla, rescate y
salvamento al noroeste del archipiélago.
En esa zona lo sorprendió
el inicio de las hostilidades del 1 de mayo de 1982, cuando la aviación y la
armada británicas atacaron a las tropas argentinas acantonadas en Puerto
Argentino y provocaron la reacción de la Fuerza Aérea Argentina (FAA), que lanzó varias
incursiones contra el enemigo, algunas de ellas exitosas, pero al costo de
varias pérdidas.
Una de esas bajas fue un
bombardero Canberra MK 62 que fue derribado por los Se Harriers de la Royal
Navy y cuya tripulación fue vista eyectándose de su avión en llamas sobre la
Zona de Exclusión británica.
Suponiendo que esos
aviadores se hallaban con vida en medio de las heladas aguas del Atlántico, el
aviso “Alférez Sobral” recibió la orden de dirigirse a la zona de la caída para
intentar un rescate.
Al mando de esa unidad se
encontraba el Capitán de Corbeta Daniel Gómez Roca, un salteño de 39 años que de
inmediato puso proa hacia el sector indicado, a pesar de saber que en el mismo
podría estar parte o el grueso de la Task Force despachada por Londres para
volver a invadir las Malvinas.
Las probabilidades de
supervivencia de la nave no eran las mejores, ya que se trataba de un buque
construido en 1944, armado con un cañón de 40 mm y dos de 20 mm y sin la
electrónica necesaria para afrontar un combate con alguna unidad naval o aérea
moderna.
El ARA Alférez Sobral
llegó a la zona asignada recién a la noche del 2 de mayo, cuando ya se conocía
lo sucedido con el crucero ARA General Belgrano, otro venerable recuerdo de la
II Guerra Mundial que servía bajo la bandera argentina.
Aunque presentían que
podían estar cerca de la flota británica, Gómez Roca y su tripulación ignoraban
que el radar del destructor HMS Coventry ya los había detectado y había dado la
alerta al portaviones HMS Hermes, buque insignia de la Task Force, que despachó
un helicóptero de transporte Sea King para verificar la presencia del intruso.
En medio de la oscuridad
austral los tripulantes del Sobral oyeron la aproximación de la aeronave y
Gómez Roca ordenó de inmediato que todos ocupen sus puestos de combate,
mientras disponía el cambio de rumbo para abandonar la zona de peligro.
El Sea King no representaba en sí una amenaza seria para la nave argentina, pero su sobrevuelo de reconocimiento anticipaba una reacción armada por parte de los ingleses.
Efectivamente, un par de helicópteros de ataque Sea Linx, armados con los aún experimentales misiles Sea Skua, partieron de los destructores HMS Coventry y Glasgow para dar caza al Sobral.
El Sea King no representaba en sí una amenaza seria para la nave argentina, pero su sobrevuelo de reconocimiento anticipaba una reacción armada por parte de los ingleses.
Efectivamente, un par de helicópteros de ataque Sea Linx, armados con los aún experimentales misiles Sea Skua, partieron de los destructores HMS Coventry y Glasgow para dar caza al Sobral.
Helicóptero Sea Linx HAS.2 con misil Sea Skua. Malvinas 1982 (Imperial War Museum)
A bordo del aviso
argentino todos y cada uno de sus tripulantes se hallaban en sus puestos,
esperando el próximo paso del enemigo. Lamentablemente, la ausencia de un moderno
sistema de detección los obligaba a asumir el combate casi a ciegas.
El primer golpe llegó a
eso de las 2 de la mañana, cuando por estribor se divisaron unas luces
similares a unas bengalas: eran los primeros Sea Skua que disparaba la Royal
Navy en combate.
Uno de los proyectiles
impactó contra una de las lanchas de salvamento, destruyéndola y proyectando
una lluvia de esquirlas que hirieron a parte de la tripulación y dañaron el
sistema de comunicaciones de la nave. Otro misil pasó a pocos metros del
puente, provocando que el encargado de uno de los cañones de 20 mm disparara
contra el mismo, creyendo que se trataba de un avión.
En el breve instante de
calma que sobrevino, Gómez Roca le ordenó a su segundo, el Teniente de Navío Sergio
Bazán, que bajara hasta el puesto de radio para que informara sobre el ataque,
mientras disponía la inversión del rumbo para estabilizar la nave y ofrecer un
mejor campo de tiro para sus pocas armas.
Capitán de Corbeta Sergio Gómez Roca y Capitán
de Navío Sergio Bazán, comandante y segundo oficial, respectivamente, del ARA
Sobral.
La maniobra y el oleaje
imperante en la zona confundieron a los radares ingleses que vieron desaparecer
al buque de sus pantallas, por lo que asumieron que lo habían hundido. Sin
embargo, los helicópteros siguieron en la zona, ante la posible presencia de
otra nave.
Los sensores de los Sea
Linx volvieron a detectar al Sobral unos minutos después y abrieron fuego
nuevamente.
No se sabe si el comandante
Gómez Roca o alguno de los que se hallaba en el puente pudieron ver la aproximación
del misil, ese es un dato que se llevaron a la eternidad.
Una violenta explosión
estremeció al aviso y destruyó la totalidad del puente, provocando la muerte
instantánea del capitán y de otros siete tripulantes. Bazán se salvó porque el
médico lo había detenido en el camino para revisarle la herida sufrida durante
el primer ataque.
De esta forma, el Capitán
de Corbeta Sergio Gómez Roca se convirtió en el primer comandante de
nacionalidad argentina de la Armada en morir en combate.
El cuarto de radio también
había sido afectado por el impacto del Sea Skua, y sólo se pudo rescatar a un
sobreviviente, el cabo Enríquez, gravemente herido.
Objetivo: Salvar el buque y regresar a casa
“No había nadie. Todo
estaba destruido. En un sector vi fuego, sólo fuego. Entonces me di cuenta que
todos los que estaban en ese lugar estaban muertos”.
Las muertes no eran el único problema del
buque, ya que el mismo se había quedado sin gobierno y el incendio generado por
el incendio amenazaba con expandirse por toda la superestructura.
No hubo tiempo para
echarse a llorar por los caídos, Bazán asumió el mando de ese despojo flotante y los equipos de control de daños entablaron
un duro combate contra las llamas, mientras el personal de máquinas logró
restablecer precariamente un sistema de gobierno.
Una vez que el fuego
pareció estar dominado surgió un nuevo problema: La explosión había destruido
todo el instrumental de navegación, tan vital para orientarse en alta mar y tan
necesaria para regresar al continente.
Los sobrevivientes se las
tuvieron que ingeniar para resolver ese problema recurriendo a los
conocimientos básicos de la marinería, tomando en cuenta la dirección de las
olas, que antes del segundo ataque venían del norte. Para calcular la
velocidad, los maquinistas se basaban en las vueltas que daba el eje de la
hélice.
Precisamente hacia el
norte se dirigió el Sobral con sus 52 tripulantes vivos, que esperaban la
llegada del golpe final de los británicos que nunca llegó. Después de navegar
durante un día con ese rumbo, Bazán ordenó desviarse hacia el oeste, en
dirección al continente.
De entre los restos del
puente se pudo rescatar la rosa del compás magnético, inexplicablemente
intacta, que fue colocada en la proa entre las dos cadenas de las anclas y que junto
a dos brújulas de infantería de marina se convirtió en el improvisado
instrumental que los guiaría a su destino.
En ese momento tan difícil
y en medio de constantes rebrotes de los incendios a bordo, el Teniente Juan
Carlos Casal y tres tripulantes solicitaron permiso para izar la bandera de
guerra. Como el palo mayor había sido derribado por el ataque, los marinos la
izaron en la pluma y formaron frente a ella, rindiendo honores a los caídos y a
la insignia nacional, en un gesto que muchos asumieron como un acto de
despedida.
La Fuerza Aérea al rescate
De esta forma, el barco
comenzó a aproximarse a la Argentina continental, sin saber que desde la misma
se había organizado una operación de búsqueda y rescate que involucraba a
aeronaves de la Armada y la Fuerza Aérea, además de embarcaciones civiles.
El 4 de mayo, el Primer Teniente
de la Fuerza Aérea Miguel Lucero, a los
mandos de un helicóptero Bell 212, partió de una base en Comodoro Rivadavia
para participar en las tareas de búsqueda del aviso ARA Alférez Sobral, que
había sido declarado como desaparecido por la Armada, en la creencia de que el
mismo sólo tenía fallas en su sistema de comunicación.
Aviones de ala fija, con
mayor autonomía que el helicóptero, extendían su área de exploración en busca
del Sobral, pero con resultados negativos, debido a las condiciones climáticas
adversas. Por ese motivo se les ordenó regresar a base.
Mientras tanto, a bordo
del aviso herido las cosas no parecían ir mejor, ya que comenzaron a surgir
dudas sobre la exactitud de la navegación, temiendo que el barco se encuentre
en una posición muy diferente de la calculada. Para colmo, se generaron nuevos
incendios entre las ruinas del puente, obligando a los agotados tripulantes a
seguir luchando para que las llamas no terminen de devastar la frágil
embarcación.
El 5 de mayo, Lucero y su
equipo despegaron de Puerto Deseado a las 08:30 de la mañana y se dirigieron hacia el
sur. Después de una hora se cruzaron con el buque Cabo San Antonio de la Armada
Argentina y con algunos pesqueros.
Otra aeronave la Fuerza
Aérea, un Fokker F-27, había detectado una embarcación que no respondía a los
mensajes radiales, por lo que comunicó la novedad al continente.
El helicóptero de Lucero
se dirigió hacia el lugar indicado por el F-27, que se encontraba como a una
hora y media de vuelo. Pasado ese tiempo, el aviador pudo ver medio de la bruma
un pequeño punto perdido en el mar que navegaba a la deriva.
Era cerca del mediodía
cuando los cansados ojos de los sobrevivientes del Sobral vieron aparecer a lo
lejos un helicóptero que se aproximaba a ellos.
De inmediato partieron dos
bengalas que fueron avistadas por
Lucero, que aceleró en dirección al buque.
El ARA Alférez Sobral visto desde el aire (Revista Gente Nº 878)
A medida que el
helicóptero se acercaba, sus tripulantes pudieron ver la cubierta superior
arrasada del aviso, y recién tomaron conciencia de lo que había sucedido.
“Desde arriba pude observar
la alegría de la tripulación. Empezaron a revolear las mantas, a saludarnos y a
abrazarse entre ellos”, recordaba el suboficial auxiliar Horacio Raúl Deseta,
un paracaidista de rescate de la FAA que participó de ese encuentro.
Precisamente fue Deseta el
primero descender sobre el Sobral, suspendido del cable de la grúa del
helicóptero que permanecía en vuelo estacionario a doce o quince metros de
altura.
La operación no era nada
sencilla, ya que había muchos cables y antenas esparcidas por la cubierta del
barco. Deseta hizo señas a sus compañeros para que lo depositaran en una
pequeña área sobre la popa.
Cuando el rescatista fue
depositado en ese lugar, los marinos se acercaron para ayudarlo a sacarse el
arnés y abrazarlo con lágrimas en los ojos. Pero no había tiempo que perder,
Deseta le preguntó a Bazán por los heridos, y éste le señaló que el más grave
era el cabo primero Enríquez, por lo que debía ser rescatado en primer lugar.
Suboficial Auxiliar de la Fuerza Aérea Horacio
Deseta (Revista Gente Nº 878)
El suboficial aeronáutico
pidió al helicóptero que le envíen una camilla para la evacuación, pero surgió
otro problema: fuertes ráfagas de viento azotaban la cubierta y hacían imposible
el ascenso del herido. Valiéndose de unas cuerdas, Deseta improvisó un arnés de
izado para la camilla, donde ya se había colocado a Enríquez.
De esta forma se lo pudo
subir al helicóptero, y luego se hizo lo mismo con otros dos lesionados, siendo
todos trasladados al hospital de Puerto Deseado. Deseta se quedaría con los
heridos menos graves, los muertos y el resto de la tripulación del Sobral.
Más tarde se completaría
el traslado de los lesionados y los cadáveres al ARA Cabo San Antonio, un buque
de desembarco de tanques de la Armada que se encontraba en la zona y que
también remolcaría al Sobral hasta Puerto Deseado, donde llegaría durante la
tarde de ese día, con toda su tripulación formada sobre la cubierta y con la
bandera ondeando desafiante en su improvisado mástil.
La Guerra de Malvinas no
significaría el final de la carrera del ARA Alférez Sobral, ya que el mismo
sería reconstruido en las instalaciones de la Armada en Puerto Belgrano y
volvería a prestar servicios en el Atlántico Sur. Posteriormente, en 2010
recibiría como nuevo destino el apostadero de la Base Naval Mar del Plata.
El ARA Alférez Sobral se despide de Ushuaia para
dirigirse a Mar del Plata, en febrero de 2010 (Gaceta Marinera Digital)
Fuentes:
. Historia de la Fuerza Aérea Argentina- Tomo VI- Vol. 1- Dirección de Estudios Históricos- 1998.-
. La Guerra de las Malvinas- Versión Argentina- Ed.
Fernández Reguera- 1987.
. La Batalla por las Malvinas- M. Hastings y S. Jenkins-
Ed. Emecé Editores- 1984.
. Revista Gente Nº 878- 1982- Ed. Atlántida.
. Biografía del Capitán de Fragata Sergio Gómez Roca-
Lic. Benicio Oscar Ahumada-
Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada Argentina.
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