domingo, 16 de febrero de 2014

Un nudo en la garganta: Rescatando al Sargento Villegas

Rescatando al sargento Villegas







Los aviones ingleses bombardeaban a toda hora o pasaban a baja altura y ametrallaban las posiciones. Los combates cuerpo a cuerpo se habían desatado a pocos kilómetros del vivac y llegaban noticias de que las refriegas eran sangrientas en San Carlos y en Darwin.
Todos los días había "alerta roja", explotaban los misiles tierra-aire y la lluvia constante inundaba los pozos de zorro y los obligaba a levantar chozas con palos y chapas, enmascaradas con pasto.
Así y todo, hasta al horror de la guerra se acostumbra el hombre: la Compañía A del 3 de Oro dejó al soldado Esteban Tríes de cuartelero y marchó alegremente a bañarse.
El cuartelero recorría el campamento vacío cuando, de repente, oyó que alguien tiraba de la corredera de una 9 milímetros reglamentaria. Dentro de un pozo de zorro, un compañero tenía apoyado el cañón de su pistola en la sien.
Tríes había cumplido el servicio militar obligatorio en esa compañía del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 de La Tablada. Antiguamente, sus oficiales llevaban una pechera amarilla y por eso es que todavía lo llamaban, con orgullo, "el 3 de Oro". Y cuando Tríes ya estaba trabajando afuera y estudiando ingeniería, el 8 de abril de 1982 recibió, en su casa de Villa Ballester, un aviso de reincorporación.
Un negrazo valiente que vivía en González Catán y que había instruido a Tríes lo quería a su lado en la guerra: el sargento Manuel Villegas, conocido por su extrema dureza y, a la vez, por su extraña sensibilidad de hombre bueno.
Sesenta días después, Tríes ya no era un simple conscripto que intentaba disuadir a un soldado de que no se volara la tapa de los sesos. Era un guerrero de Villegas con la responsabilidad de que no se perdiera ni un hombre ni una bala. Estuvo una hora entera tratando de que el soldado dejara la depresión, creyera que saldrían vivos de aquella guerra, soltara la pistola y saliera del pozo de zorro. Al final lo logró, y cuando Villegas regresó con el resto de la compañía no se dio cuenta de lo que había ocurrido. El soldado que había querido suicidarse en Malvinas entró luego en combate y fue herido, pero regresó entero a su casa. Y Tríes calló aquel pequeño pero grave incidente a pesar de que le debía lealtad total a su jefe, a quien había insultado por lo bajo durante la instrucción a raíz del rigor y fiereza con que Villegas los preparaba para la lucha. Pero con quien luego estableció una relación de respeto y afecto, y con el tiempo de amistad profunda. Villegas era duro pero jamás cruel ni arbitrario. Un líder nato seguido por una soldadesca capaz de acompañarlo hasta el mismísimo infierno.
La Compañía "A" acampaba en medio de la nada, a varios kilómetros de Puerto Argentino. Nevisca, frío, hambre y tristeza. Y las detonaciones de las baterías enemigas cada vez más cerca. Villegas se parecía a aquellos sargentos de los westerns de John Ford: hombres con más corazón que odio. Su debilidad era otro soldado débil a quien todos llamaban Lupin, un huérfano total apellidado Serrezuela, que desde los siete años había vivido en el campo sin familia y sin destino, y a quien nadie jamás le había enviado una carta. A Villegas le daba lástima esa carencia. Así que le ordenó a un conscripto del grupo que le pidiera a su novia un favor: debía buscar a una amiga para que ésta escribiera de su puño letra una misiva dirigida a Lupin. Cuando se hacían los corros para recibir la correspondencia, Lupin se quedaba atrás descansando o cumpliendo tareas. Sabía que en ese rito deseado no había nada para él. Pero un día el encargado del correo voceó por primera vez su apellido: "¡Serrezuela!". Y entonces Villegas vio que Lupin ni siquiera se mosqueaba. Como si no lo hubiera oído. "¡Serrezuela!", repitieron varias veces. Y nada. Lupin miraba distraídamente el horizonte. Villegas lo enfrentó: "Che, boludo, ¿usted no es Serrezuela?". Lupin pareció regresar del más allá: "Sí, pero yo no recibo cartas, mi sargento. Debe ser un Serrezuela de otra compañía". Villegas tomó el sobre y se lo entregó. La cara de Lupin se transformó como si hubiera descubierto un tesoro. Abrió lenta y cuidadosamente el sobre, leyó esas pocas líneas dirigidas a él y a nadie más, y después arrugó la carta contra el pecho y caminó mirando al cielo: "Gracias, Dios míos, gracias, gracias".
Eso no impidió que el sargento lo castigara con dureza por maltratar a su fusil, un pecado mortal en tiempos de batalla. El fusil es como la novia, soldado: se lo cuida, se lo mima y se lo lleva siempre consigo. No hacerlo equivale a poner en peligro a todos. Y Serrezuela no lo limpiaba y se lo olvidaba en cualquier rincón. Villegas no tenía forma de saber que Serrezuela le salvaría la vida cuando le impuso una tarea extenuante: vaciar de agua todos los días de la semana aquellos pozos de zorro. Una noche Lupin se acercó a la tienda de su jefe y pidió cruzar unas palabras con el sargento. Villegas salió al frío de mala gana, y entonces Serrezuela le dijo, en voz muy baja: "Máteme, mi sargento, yo no sirvo para esto, soy un estorbo. Pégueme un tiro; acá nadie se va a enterar que fue usted y nadie me va a extrañar". Villegas le pegó un abrazo de oso y le dijo: "Pedazo de hijo de puta, no digas eso". Se lo dijo con los dientes apretados y conteniendo las lágrimas.
No le gustaba a Villegas mostrar los sentimientos. Ni las flaquezas. A nadie había contado que cuando eran atacados el 1° de mayo por las ráfagas inglesas el sargento más bravo había empezado a temblar como una hoja. Por suerte, su tropa no lo había visto en esos renuncios, pero a partir de esa vergüenza íntima el sargento cargaba su propio calvario. Le rezaba todas las noches a Dios para que le diera temple en el combate y para que pudiera llevarse de este mundo a cuatro o cinco enemigos antes de morir. No rezaba para salvarse. Rezaba para irse al otro barrio con los honores que siempre había soñado.
A las dos de la madrugada del 14 de junio, el 3 de Oro recibió la orden de cargar armamento y municiones y avanzar sobre el cerro Tumbledown, vadeando el arroyo de Moody Brook. Se combatía en todas partes, y ese riacho no era muy ancho pero resultaba profundo y traicionero. Había luna llena y el cielo estaba lleno de rumores, bengalas, luces de misiles y toda clase de fuegos artificiales cuando Villegas y sus hombres se metieron en el agua y cruzaron dificultosamente con los fusiles en alto. Llegaron con frío y sin fuerzas a la otra orilla, pero escucharon la orden "¡A lo gaucho, carrera march! ¡Viva la Patria, carajo!". Y se pusieron de pie y empezaron a escalar el monte lleno de rocas. Villegas, contra lo aconsejable, iba delante de todos trepando por esa ladera escarpada, cuando desde arriba los haces de luz de dos fusiles M16 con mira infrarroja le resbalaron por el cuerpo. Saltó en un segundo hacia el costado y evitó un proyectil, pero el segundo le entró por el abdomen y le estalló en el hueso de la cadera.
Villegas se tomó la panza y vio que le salía sangre a borbotones y que comenzaba a arderle como si le hubieran arrojado encima dos paladas de brasas de carbón. "Tiren -les gritó a sus soldados-. Tiren que están escondidos detrás de esas rocas." Tríes no podía disparar sin correr el riesgo de balear a su propio sargento. "Córrase, que le voy a pegar", le gritó entre las piedras. "Tire igual que yo ya estoy listo." Como Tríes y Serrezuela no le hacían caso, Villegas se estiró para agarrar el fusil y entonces el francotirador le atravesó una mano de otro balazo. El inglés podía eliminarlo, pero prefería dejarlo fuera de combate. No tanto quizá por razones humanitarias sino por cuestiones estrictamente operativas: el manual indica que un herido ocupa a dos o tres soldados, y que hace más daño eso que matar lisa y llanamente a un enemigo.
Tríes le dijo a Serrezuela: "Vamos a buscarlo". El sargento se empezó a sacar el correaje y le gritó: "Tríes, quedate porque te va matar". Tríes y Serrezuela se miraron en la oscuridad. Luego se incorporaron, arrojaron ostensiblemente los fusiles al suelo y levantaron las manos. Subieron en esa posición audaz quince metros hasta su jefe, lo tomaron de los brazos y lo bajaron hasta el lugar donde se habían parapetado. El inglés que los tenía en la mira dejó que hicieran todo eso sin apretar el gatillo. Villegas pedía desesperadamente agua. Tríes le dio una botellita de whisky y le llenó la boca con trozos de nieve. Había que retroceder ya mismo. "Tríes -lo llamó Villegas-. No creas que me pongo en héroe, pero quiero que le avises a mi familia que me quedo acá. Contales de la forma que les duela lo menos posible, ¿sabés? A mí mujer decile que lamento no haberme casado con ella y a mi nena de tres años decile que, decile." En ese momento se fue en llanto. Pero se contuvo. Lo agarró a Tríes de la solapa y le dijo, en un hilo de voz: "Meteme un tiro. Son ocho kilómetros hasta el pueblo. Yo ya estoy listo. Meteme un tiro, no me dejés sufriendo".
El soldado parpadeaba, anonadado por la orden. De pronto se rehizo y le dijo: "De ninguna manera, usted me debe un asado". Y entonces Lupin y Tríes agarraron al sargento, que pegaba alaridos de bronca y se resistía, le hicieron sillita de oro y lo pasaron por un pequeño puente sin que ningún inglés les disparara, mientras el combate seguía atrás y se tornaba cada vez más virulento. La marcha de esos dos soldados llevando al sargento herido en la noche de luna llena fue penosa. Caminaron y caminaron, y Villegas perdió sangre y conciencia, y al final lograron encontrar una ambulancia. Subieron los tres y el chofer trató de llevarlos hasta el hospital de campaña, pero había demasiado hielo, resbalaron y volcaron en una cuneta. Salieron como pudieron de entre los hierros y siguieron adelante. Llegaron con el último aliento a ese hospital lleno de amputados y heridos, y le entregaron el cuerpo maltrecho de Villegas a los cirujanos. El sargento escuchó a uno de ellos que decía: "Le queda poco". Villegas alcanzó a decirles que no lo amputaran, que lo durmieran para siempre. Al despertarse, varias horas después, vio a varios ingleses con fusiles en la mano. "No entiendo nada", susurró. Un enfermero le respondió: "No te preocupes, ya se arregló todo". Villegas seguía sin comprender. "Nos rendimos, macho -le aclararon-. Nos rendimos." Y Villegas se echó a llorar.
Tríes y Serrezuela ayudaron a los heridos y se acoplaron a otras tropas. Tríes recuerda que iban corriendo por Puerto Argentino y que las casas explotaban a su lado. También que algunos soldados comentaban los maltratos y las defecciones y cobardías de algunos jefes. Regresaron a casa en el Camberra y se separaron para siempre en El Palomar. Eran fruto de una causa amada y luego aborrecida, venían derrotados y su karma era la marginalidad y el olvido.
El sargento regresó en un buque hospital. Tríes hizo lo que los superiores de su sargento no hicieron: lo visitó en el hospital de Campo de Mayo, donde Villegas estuvo un año y medio internado. Pero lo vio tan amargado y tan mal, que no quiso volver. Tampoco quiso hablar de Malvinas. Estuvo veinte años vendiendo autos, haciendo negocios en el nefasto sube y baja económico del país y eludiendo prolijamente las anécdotas del pasado. Un día hizo un clic y lloró por primera vez, y comenzó a reencontrarse con los veteranos y a buscar a Villegas, que después de la kinesiología y de años y años de asistencia psiquiátrica, le decretaron un 45% de incapacidad y lo borraron de la carrera. El viejo sargento estaba resentido con el Ejército: se fue a trabajar de chofer de colectivos y de remisero. Tuvo hijos y nietos. Y ya de grande quiso reencontrase con Tríes. Lo buscó por Castelar y finalmente lo encontró. Poco después los sacaron a los dos por la radio y hablaron por primera vez de lo que habían vivido en el cerro Tumbledown, en el arroyo de Moody Brook y luego en aquel monte siniestro donde los francotiradores ingleses estuvieron a punto de borrarlos del mapa.
Desde ese cruce se hicieron íntimos amigos. Asistieron juntos a escuelas a dar charlas, ayudaron a los veteranos más desvalidos, presentaron a sus familias, y comieron muchos asados. Hay un afecto especial entre ellos. Esa clase de sentimiento entre hermanos que florece solamente en la trinchera y en la solidaridad del dolor.
Un día, sin embargo, Villegas le dijo a Tríes que tenía una asignatura pendiente: encontrar a Serrezuela y explicarle por qué lo había castigado tan duramente en aquellas vísperas. Le debía esa explicación además de deberle la vida. Lo rastrearon a Lupin por toda la provincia de Buenos Aires, y sólo tuvieron una pista firme en el velatorio de un ex soldado. "Tenemos a un Serrezuela en Olivos -les dijo un veterano-. Pero apúrense porque tiene cáncer de pulmón y se está muriendo."
Hacía quince días que no se levantaba de la cama ni se afeitaba. Tríes le avisó a su esposa que él y Villegas lo visitarían esa tarde. La cita era a las dos, y Lupin hizo un terrible esfuerzo para levantarse, bañarse y pegarse una afeitada. Estuvo sentado en una silla esperándolos a los dos, que se atrasaron y recién pudieron llegar a las cuatro de la tarde. Les caían las lágrimas a los tres. Lupin lo llamaba "mi sargento", a pesar de que Villegas ya no tenía cargos ni ganas de tenerlos. "Usted va a ser siempre mi sargento -le dijo aquel huérfano congénito-. Usted ha sido mi papá." Villegas tragó saliva y le respondió: "Yo vengo a pedirte disculpas, Lupin, y a explicarte por qué te castigué aquella vez". No hacía ninguna falta, pero se quedaron hablando horas y horas de aquellos tiempos en los que fueron gloriosamente vencidos.
El viernes de la semana siguiente repitieron la visita, pero esta vez Lupin no pudo levantarse de la cama. "Esta noche me voy", les dijo, y lo sacaron carpiendo. Al día siguiente, cuando Villegas cruzaba un peaje, sonó su celular. Era la mujer de Serrezuela: acababa de morir. Dio la vuelta, llamó a Tríes y llegaron cuando el cadáver todavía estaba tibio. En el velatorio, los veteranos de la zona pedían hablar con Villegas y abrazarlo como si fuera el sargento Cabral. Lupin les había hablado durante veinte años de aquel héroe personal que los había guiado durante sesenta días de sangre y fuego.
Acaban de filmar un documental con las odiseas calladas de este puñado de hombres. Su título es significativo: "14 de junio: lo que nunca se perdió".
En noviembre la esposa de Villegas lo llamó a Tríes para decirle que el viejo sargento había sufrido un golpe de presión y que no podía hablar bien. El viejo soldado sacó el auto y condujo a gran velocidad por el conurbano hasta encontrar a Villegas. Lo subió de apuro y apretó el acelerador por la autopista en busca del Hospital Militar. "Otra vez llevándote a un hospital, sargento -le dijo Tríes-. La puta madre, ya me estoy cansado de andar salvándote la vida." Comenzaron a reírse.
Todavía se están riendo.

LOS PERSONAJES

Datos personales: Villegas es padre de tres hijos y abuelo de dos nietos. Tríes es padre de dos hijos. El primero trabajó de colectivero y remisero. El segundo es comerciante y tiene un programa de FM dedicado a los ex combatientes.
Dónde lucharon: cerca de Puerto Argentino. Pertenecían a la Compañía A Tacuarí del Regimiento Mecanizado 3 de La Tablada. También llamado "el 3 de Oro". Cruzaron el arroyo de Moody Brook y combatieron en Wireless Right.
Qué pasó: el sargento cayó herido y le pidió al soldado que lo matara. Pero éste, con ayuda de otro conscripto, lo sacó de esa situación y le salvó la vida. Se hicieron íntimos amigos. Dicen que el 14 de junio de 1982 se perdió una guerra, pero no el coraje ni los ideales ni el honor. .
MANUEL VILLEGAS Y ESTEBAN TRIES Veteranos de la guerra de Malvinas





sábado, 15 de febrero de 2014

Los diputados uruguayos en Malvinas y su repudio local

Malvinas: un nuevo traspié con Argentina
Por más empeño que le pongan los presidentes José Mujica y Cristina Fernández, la relación entre Uruguay y Argentina parece signada por los choques políticos. Ahora desde el congreso argentino se pide un repudio oficial al Uruguay.





El episodio más reciente es de este fin de semana cuando un reclamo que un diputado argentino hizo a la Cancillería de su país para que se repudie oficialmente el viaje de una delegación de representantes nacionales uruguayos a las islas Malvinas, respondiendo a una invitación de la Asamblea Legislativa del archipiélago austral.

El diputado argentino Alberto Asseff, del Frente Renovador de Sergio Massa, calificó como "traición" la visita de los legisladores uruguayos a las Islas Malvinas, que se viene cumpliendo desde el viernes a última hora. Además, Asseff presentó un proyecto de repudio formal a la Cancillería señalando que se pretende "complicarle el gobierno" a Mujica y que ese viaje se condice con "cierta histórica tendencia anglófila que desgraciadamente persiste" en Uruguay.

A fines de enero, en la cumbre de la Celac, en Cuba, los presidentes José Mujica y Cristina Fernández acordaron implementar un ámbito de diálogo para tratar de reencauzar las deterioradas relaciones bilaterales. Sin embargo, el jueves 6, el canciller Luis Almagro no se mostró tan contemplativo con Argentina cuando tuvo un duro cierre en la interpelación en el Senado contra la política del gobierno de Fernández respecto al Uruguay, afirmando, entre otros, conceptos que el gobierno tiene la convicción de que las medidas argentinas que afectan el funcionamiento de los puertos de Montevideo y Nueva Palmira son la consecuencia de la autorización dada por Uruguay para el aumento de la producción de la planta de UPM.

Unos días atrás, Almagro había reconocido que tras la autorización dada por el gobierno a UPM "se pudrió todo" en la relación con Argentina, después de lo cual recién en la cumbre de la Celac, Mujica y Fernández se encontraron y fijaron una agenda de "prioridades" para mejorar la relación bilateral.

Horas después y por decisión de su sector para no incomodar al gobierno argentino, el diputado frenteamplista Jorge Pozzi fue bajado del avión a Malvinas que tomaron los diputados nacionalista Jaime Trobo y Daniel Mañana, el colorado Fitzgerald Cantero y el del Partido Independiente Daniel Radío.

Ayer domingo Asseff manifestó su rechazo, en primera instancia, a través de su cuenta de Twitter, en la que expresó: "Repudio a los diputados uruguayos que irán a Malvinas. Hay una vieja palabra castellana que los identifica: traición".

Más tarde, y en el sitio web de su partido Asseff publicó el "proyecto de declaración de repudio de viaje a Malvinas de diputados uruguayos".

En la fundamentación del pedido, el diputado recuerda las estrategias utilizadas por el Reino Unido en el conflicto con Argentina y asegura que "no podemos quedarnos callados y consentir una `invitación` como la realizada a legisladores uruguayos".

Los diputados uruguayos que viajaron a Port Stanley han tenido relación con colegas del archipiélago desde tiempo atrás y por eso fueron invitados por una nota firmada por la presidenta de la Asamblea Legislativa, Jan Cheek.

En el archipiélago, los diputados uruguayos comenzaron este fin de semana con sus actividades. Particularmente el interés es la operativa portuaria y el comercio, uno de los temas que los legisladores van a discutir con empresarios malvinenses y legisladores locales.

El gobierno ha tenido algunas señales amistosas hacia la administración de la presidenta Fernández en relación con las Malvinas. Por ejemplo, en todos los foros internacionales se ha manifestado claramente la posición de Uruguay a favor de la reivindicación que se hace sobre el archipiélago. Y más recientemente se puede recordar que el Poder Ejecutivo aprobó una prohibición para que operen en puertos uruguayos pesqueros de bandera de la Gran Bretaña registrados en las Falklands/Malvinas, a pesar de los perjuicios económicos al puerto de Montevideo.

Entre Uruguay y Malvinas, a nivel privado, hay una corriente comercial que se busca potenciar.

"Se nota tendencia anglófila"

El diputado argentino Alberto Asseff consideró que "es evidente" que el viaje a las islas Malvinas tiene dos motivaciones: "Complicarle el gobierno" al presidente José Mujica y "cierta histórica tendencia anglófila que desgraciadamente persiste desde el génesis del país rioplatense hermano". Dijo que le sorprendió la presencia de diputados nacionalistas, recordando la "imborrable raigambre federal y rioplatense" de ese partido. "Esta conducta echa por la borda esa bicentenaria historia".

El País

viernes, 14 de febrero de 2014

Traidores orientales

Diputados de Uruguay viajaron a Malvinas para buscar acuerdos comerciales con los kelpers
Según publica el diario El País, los legisladores intentan ofrecer mano de obra uruguaya en la islas y cerrar negocios vinculados a la pesca, el petróleo, el turismo y hasta un vuelo directo
La Nación


Cuatro diputados uruguayos tuvieron ayer una reunión con los ocho miembros de la Asamblea Legislativa de Malvinas, para acordar temas comerciales. Foto: Archivo

Según publica hoy el diario El País, de Uruguay, miembros de la Asamblea Legislativa de Malvinas -el órgano político de las islas- expresaron a una delegación del Parlamento uruguayo su "alto interés" por poder contar con la presencia de trabajadores uruguayos para desempeñarse en distintas actividades del archipiélago, como así también su deseo de profundizar las relaciones comerciales, culturales, turísticas y sociales.

El informe señala que desde la la isla se trasmitió el interés por la mejora de los negocios en áreas de creciente explotación como las actividades petrolera y pesquera, y la intención de explorar la posibilidad de implementar un vuelo directo con Montevideo para mejorar la conectividad con el continente.

Una delegación de los partidos de la oposición formada por los diputados nacionalistas Jaime Trobo y Daniel Mañana, el colorado Fitzgerald Cantero e Iván Posada del Partido Independiente se encuentra en la capital de Malvinas.

Sin embargo, el diputado del Frente Amplio Jorge Pozzi había sido invitado a Malvinas. Pero una decisión de último momento del Nuevo Espacio, su sector, lo hizo bajarse del avión. Los argumentos de la izquierda para no autorizar a Pozzi a viajar fueron la intención de preservar el ámbito de diálogo que se intenta restablecer con Argentina a partir del encuentro en La Habana de los presidentes José Mujica y Cristina Kirchner.

Los cuatro diputados uruguayos tuvieron ayer una reunión con los ocho miembros de la Asamblea Legislativa de Malvinas. Se trata del ámbito político de la conducción en las islas. En la conversación con los diputados mostraron su "alto interés" por fortalecer los lazos comerciales, sociales y culturales con Uruguay, dijo Trobo a El País.

"Ellos saben que hay un problema político, pero sin perjuicio de ello quieren fortalecer esa relación", agregó. En el encuentro se les informó que hay unos 300 trabajadores chilenos en el archipiélago y que "les gustaría que hubiera algunos cientos de uruguayos en áreas como la industria de extracción de petróleo y gas, las inversiones en infraestructura, los servicios logísticos a la pesca y la actividad de los cruceros de pasajeros, muchos de los cuales recalan también en Montevideo", indicó Trobo al matutino uruguayo.

Además le hicieron saber a los diputados que quisieran tener una línea aérea regular entre Montevideo y Stanley, en una travesía de dos horas y media. Hoy para llegar a Stanley los diputados debieron hacerlo a través de Santiago de Chile y Punta Arenas en el país trasandino, cruzando a Malvinas previa escala en la ciudad argentina de Río Gallegos.

SERVICIOS MÉDICOS

La intención de los legisladores "kelpers" es de aumentar los contactos con Uruguay en materia de salud y educación. Hasta no hace poco, los hijos de las familias de las Malvinas completaban su bachillerato en el colegio British School de Montevideo, pero ahora los tienen que enviar a Gran Bretaña. Ese aspecto se busca corregir a través de la mejora de la relación con nuestro país.

También la sociedad del archipiélago tiene muchos gastos para enviar a los pacientes con necesidades médicas de alta complejidad al exterior. Según explicaron, preferirían enviarlos a Montevideo para atenderse en el Hospital Británico. En la isla, de unos 3000 habitantes, tienen una atención médica básica.

"Uruguay tiene un gran potencial para venderle servicios en las aéreas de la salud y la educación", sostuvo Trobo. "Podemos ser buenos vecinos, cooperar con ellos, sin meternos en cuestiones de soberanía", insistió el diputado blanco.

Luego de una recorrida con los otros visitantes, el diputado Trobo indicó que toda la flota de pesca de esta zona del Atlántico sur "tiene mucha afinidad con el puerto de Montevideo por su cercanía, sus costos, y hasta por la posibilidad del trasbordo de mercadería".

Los cuatro diputados permanecerán en Stanley el resto de la semana cumpliendo con otras reuniones.

jueves, 13 de febrero de 2014

Una emocionante anécdota de Tumbledown

Un posición de combate del RI 3


Posición de combate de la Compañía A del Regimiento de Infantería 3, delante portando su armamento al Soldado JULIO SEGURA quien cayera en cercanías del Monte Tumbledown.
¡¡Que imagen !! sobre todo la expresión de Julio con una mirada especial y su crucifijo en el pecho !!
Uno de sus camaradas llamado solamente "Don Sureño" nos cuenta lo que sucedió ese día con Julito Segura
"... el 11 de Junio se nos indica ocupar posiciones en Monte Tumbledown entre las posiciones del Regimiento 6 en Monte Dos Hermanas y el BIM 5... es donde en el cruento bombardeo del 13 de junio Muere en el Cumplimiento del Deber Militar y por su Patria el Soldado/62 JULIO CESAR SEGURA primer Héroe de Nuestra Compañía ......en ese momento por mis conocimientos de Bombero Voluntario y echo el curso de Paramedico el Jefe de Compañía me ordena cumplir la dura misión de asistir a los heridos orden que cumplo ...... Julio es llevado hasta la posición del BIM 5 lo subimos en una Dodge que mas adelante es alcanzada por un proyectil y al no poder seguir al Negro Segura lo trasladamos en los Hombros con otro Soldado del BIM 5 quien no se su Apellido y Nombre si lee esto por favor conectarse conmigo llegando al Hospital el Negro sin vida todo esto bajo intenso fuego naval y de Artillería solo me queda Hoy pedir perdón NEGRITO SEGURA no te pude salvar la Vida Hermano pero me queda el color y el olor de tu Sangre derramada para toda mi vida....."
Gracias Sureño...Gracias gfs1979



Original de Christian Papavero

miércoles, 12 de febrero de 2014

A la población implantada le duele el celeste y blanco


La odisea de dos hinchas de Racing en las Islas Malvinas

Querían tener un recuerdo con la bandera de la "Academia" que tiene los mismos colores que la argentina. La Oficina de Turismo y la Polícia les prohibió sacarse una foto pero terminaron cumpliendo su objetivo



Dos hinchas en Racing arriesgaron su libertad y fueron en contra de las normas en las Falklands Islands, como llaman los Kelpers a las Islas Malvinas. Grabaron un video con el backstage del momento en que tomaron la foto y las maniobras que hicieron para que no los descubrieran.

Ariel Cabrejos y Greta Guastavino siempre suelen posar con una bandera de la "Academia" de la Filial España. Según cuentan lo hacen en cada lugar a donde se van de viaje. Pero el último destino tenía una traba que impedía tomar la foto. La bandera de Racing tiene los mismos colores que la argentina.

Ambos preguntaron a la Oficina de Turismo, a la policía del lugar y a los kelpers para ver si podía tomar solo esa foto sin causar problemas. Pero la respuesta que encontraron siempre fue negativa.

No es la primera vez que los argentinos que visitan las islas quieren sacarse fotos con la bandera nacional y la prohibición es estricta, al límite de que aquellos que lo hicieron fueron detenidos y deportados por incumplir las normas.

Pese a todas las prohibiciones, los dos hinchas de Racing lograron sacarse la foto con la bandera después de esperar más de una hora para que nadie los vea. Una locura por los colores de la "Academia" que, finalmente, llegó a las Islas Malvinas.

Infobae

martes, 11 de febrero de 2014

Un Hercules ataca a la Hercules



El legendario ataque del Hercules




Hércules C-130 en una configuración poco habitual, como bombardero. Nótese las bombas aparentemente de 500 libras debajo de la estación alar. Es posible que este TC 68 fuese el empleado para atacar al buque petrolero British Wye perteneciente al grupo de tareas británico el 29 de mayo de 1982

lunes, 10 de febrero de 2014

García Cuerva es vecino ilustre de Lomas de Zamora

Nombraron vecino ilustre a un capitán de la Fuerza Aérea caído en Malvinas


Se trata de Gustavo García Cuerva, quien falleció a los 36 años cuando combatía en la Guerra de Malvinas. El joven vivió su adolescencia y formó su familia en Llavallol, motivo por el que el Concejo Deliberante lo nombró vecino ilustre de Lomas de Zamora. Para su madre, esta mención es el mayor reconocimiento que tienen los caídos y veteranos.


Pelear y morir por la patria durante la Guerra de Malvinas de 1982 merece reconocimientos, sin dudas. Y fue por ello que el Concejo Deliberante de Lomas de Zamora decidió declarar al capitán de la Fuerza Aérea Gustavo García Cuerva como “vecino ilustre post mortem”.

Gustavo nació en la ciudad bonaerense de Dolores el 28 de febrero de 1946 y luego se instaló junto a su familia en la Patagonia argentina. A los 15 años, fijó domicilio en la localidad lomense de Llavallol, donde pasó su adolescencia y juventud, se llenó de amigos y tuvo tres hijos junto a su esposa Liliana.

“Viajábamos mucho por el país debido a que mi marido se desempeñaba como contador de una empresa de yacimientos carboníferos, así que cada cuatro años nos mudábamos. Y él hacía amigos en todos lados en los que nos asentábamos. Llavallol fue donde finalmente nos quedamos”, precisó Isabel, la mamá de Gustavo.

Justamente ese tiempo y “el cariño que le tenían sus amigos y vecinos” le valió este reconocimiento como “vecino ilustre post mortem”, el cual responde a la ordenanza número 6112. Es que este reconocimiento surgió como una iniciativa de Luis, un vecino de la familia García Cuerva y empleado de la municipalidad de Lomas de Zamora, quien acercó el proyecto al Concejo.

La mujer destacó que Gustavo “siempre quiso ser parte de la Fuerza Aérea”. “Fue su interés desde chiquito y quería ser aviador, y acabó siendo capitán del equipo en la fuerza”, contó. Y esa dedicación lo llevó a combatir en la Guerra de Malvinas, en la que falleció a los 36 años.

“Gustavo había hecho su turno a la mañana y por la tarde suplantó a un colega. Sus compañeros de Ejército desconocieron que mi hijo viajaba en ese avión y lo confundieron con un enemigo porque no se distinguían bien las naves de uno y otro país. Ellos mismos fueron los que dispararon a su avión y acabaron derribándolo. Su avión cayó al mar, a cien metros de la costa y murió”, recordó.

Sobre el reconocimiento, Isabel destacó: “Fue una linda sorpresa haberme enterado de este reconocieron para mi hijo. Me pareció muy bueno y un gran gesto que le hayan dado este título aún después de fallecido”. Esta mención es prueba del mayor reconocimiento que se le otorgan a los veteranos y caídos en la Guerra de Malvinas, a diferencia del “desinterés con que se los trató una vez que finalizó el combate”.

Isabel destacó que si bien nunca viajó a las islas, la idea siempre está latente… El objetivo del viaje sería “darle un cierre y despedir a Gustavo como se lo merece”.


* Nota correspondiente a la publicación del día 23 de Enero de 2014

InfoRegión

domingo, 9 de febrero de 2014

Biografías: CN (VGM) Alberto Philippi (COAN)

CN (VGM) Alberto Philippi (COAN)



La balada del piloto Alberto Philippi y el estanciero kelper 


Ese 21 de mayo de 1982, después de conocer la orden de ataque, el bahiense Alberto Philippi entendió que había hecho lo correcto. Por más que su vida corriera peligro.
Estaba cómodo en la Base Aeronaval Río Grande de la Armada, cerca de Graciela y sus cuatro hijos. Pero el país se preparaba para sangrar la guerra por nuestras Malvinas y él, capitán de corbeta experto en los aviones A4Q Skyhawk (Águila del Cielo), sabía que uno de cada tres pilotos era novato. Por eso había vuelto.
Y ahora, a los 43 años, debía dar un paso al frente de combate. Los ingleses acababan de desembarcar en San Carlos con la protección de la fragata HMS Ardent, que en el amanecer, mientras bombardeaba posiciones argentinas en Darwin y Pradera del Ganso, soportó 16 incursiones de Mirages y Daggers de la Fuerza Aérea.
El Comando de Aviación Naval definió la acción: seis aviones atacarían la zona, sin escolta y sin superioridad aérea.
Alberto (que en el aire era Mingo ) lideró una sección de tres, integrada además por el teniente de navío José César Arca (Cacha ) y el teniente de fragata Marcelo Márquez (Loro).
Despegaron de Río Grande a las 15.15. Cada uno llevaba cuatro bombas de 500 libras tipo Snake Eye (Ojo de Serpiente), de efecto retardado para poder alejarse de las explosiones.
Antes de llegar a Malvinas descendieron y tomaron a la derecha por la costa del Cabo Belgrano, que era un dedo indicando el camino . Llovía y las nubes permanecían muy bajas. Todo estaba oscuro.
Llegaron a la entrada sur del Estrecho San Carlos (el que separa las islas Gran Malvina y Soledad). En Puerto Rey vieron al averiado buque de transporte Río Carcarañá . Volaban a 800 kilómetros por hora y casi a nivel de las olas; el agua golpeaba los parabrisas.
De repente, entre las rocas Alberto divisó los mástiles de una fragata que rumbeaba al centro del canal. Era la HMS Ardent , que huía luego de haberlos detectado (y sin que ellos se hubieran enterado: ningún A4Q disponía del sistema para avisar cuando el radar enemigo los localizaba).
Alberto señaló el blanco y ordenó el ataque.
Al asomarse recibieron una pared de fuego que Arca, el segundo de la formación, sólo había visto en las películas.
Cuando Alberto soltó las bombas, Arca deseó que errara. Iba entre siete y diez segundos detrás, y necesitaba 19 para evitar las esquirlas. Sin embargo, mientras maniobraba para escapar, Alberto escuchó:
--¡Muy bien, señor!
Era Arca reportando lo que no quería: el último explosivo del jefe había hecho impacto directo en popa.
Alberto miró sobre el hombro izquierdo y vio a la fragata británica humeando su destino: Ardent significa ardiente. Y ardía. Arca liberó sus bombas y atravesó la columna de fuego.
--¡Otra en la cubierta! --avisó Márquez.
Los tres volvían por donde habían llegado cuando una palabra repetida sonó en la radio y los paralizó:
--¡Harrier, Harrier!
Fue lo último que dijo el teniente Márquez antes de que lo alcanzara una ráfaga de cañones de 30 milímetros. Ni Mingo ni Cacha vieron cómo se desplumaba el Loro.
Alberto y Arca intentaron refugiarse en las nubes, pero tenían la patrulla de dos Sea Harrier muy encima.
Pese a las averías, Arca logró fugar. En cambio Alberto sintió una explosión en la cola. La nariz del avión se elevó, descontrolada. Con los dos brazos intentó maniobrar. No pudo. El motor no respondía. Miró a la derecha y a 150 metros venía un Harrier a rematarlo.
--Estoy bien, me eyecto --comunicó. Accionó el mecanismo y se produjo un ruido descomunal. Alberto sintió un dolor tremendo en la nuca. "Caigo como una roca", pensó antes de desmayarse. (1)
Podría haber muerto: el manual del piloto recomienda eyectarse a 240 kilómetros por hora y nunca a más de 650. Alberto lo hizo a 900 km/h.
Y por eso al recuperar el sentido agradeció a Dios. Colgaba en el aire, sin casco ni máscara, y abajo lo esperaban las aguas gélidas. Pero durante el combate el oxígeno puro le había emborrachado la sangre y con tanta adrenalina ni cuenta se dio del frío.
Mientras descendía advirtió que el viento del oeste arrastraba el paracaídas hacia la costa de la isla Soledad y empezó a hacer fuerza sobre las cuerdas para colaborar con la suerte.
Intentó inflar el bote; la válvula (quizá congelada) se abrió y no respondió. Entonces para flotar pasó a depender de su chaleco de supervivencia.
La caída fue muchísimo más violenta de lo que esperaba. Se hundió unos tres metros. Lo levantó el paracaídas y de nuevo en la superficie se dejó ir. La corriente lo acercaba, pero a unos 100 metros de tierra firme se enganchó en las algas. (2)
Las cortó con un cuchillo, soltó el paracaídas y empezó a nadar. Se le enredó el arnés. Y después el paquete de supervivencia. Llegó a la playa tan exhausto que no podía caminar.
Tiró la emergencia radial y trató de descansar un poco. Miró la hora: todavía no eran las cuatro de la tarde pero faltaba poco para que se fuera el sol. Empezó a cavar una cueva de zorro con el cuchillo (un Puma alemán modelo White Hunter que le había regalado a su hijo menor; pero Manfred a sus dos años y medio no lo iba a necesitar y Alberto se lo llevó). Cuando terminó lo cubría la impenetrable noche malvinense.
Mientras dormía los ingleses abandonaron la HMS Ardent . Cada uno de ellos vio cómo las llamas la devoraban. Y antes de arribar a la costa todos la vieron irse a pique.
--Esta es la fragata HMS Ardent. Estamos averiados y nos hundimos por popa.
Tony Blake escuchó pasmado el mensaje. No era como los otros que solía interceptar y grabar entre tanto ruido de guerra: en este, el emisor irradiaba el nombre de la embarcación, neutralizada por los ataques argies. (3)
Lamentó la noticia, pero tenía que hacer. No es fácil administrar una estancia como "North Arm" (Brazo Norte), que se extiende a lo largo de 150 mil hectáreas pobladas por 72 mil ovejas y 365 caballos: "Uno por cada día del año", le gustaba ilustrar.
Más o menos cada una hora, Alberto se levantaba y trataba de encender un fuego. En una de esas, a las 2, el cielo se iluminó. Un barco enemigo bombardeaba al triste, solitario y ya finalizado Río Carcarañá , quizá porque al registrar la señal del piloto bahiense creyó que aún quedaban tripulantes.
Los tiros pasaban muy cerca y los británicos podían desembarcar. (4) "El Señor es mi pastor, nada me falta", recitaba Alberto. El salmo 23 le daba fuerzas. Dios lo acompañaría en su repliegue.
Caminó varios kilómetros hacia el sur. Recordaba que en los mapas de la región aparecían ranchos de ovejas y esperaba masticarse alguna: la comida de supervivencia se le escurría.
Y de repente Tony Blake dijo:
--Por acá anduvo alguien.
La guerra y sus avatares eran de lejos lo más excitante que había vivido desde el día que llegó a las islas para hacerse cargo del rancho. Y quizá también en sus 42 años.
El sábado 22 de mayo de 1982 patrullaba la vasta zona campestre (de un lado al otro de "North Arm" había unos 55 kilómetros) con otros kelpers. Detectaron en la bahía al buque Río Carcarañá y la curiosidad los arrimó. Entonces vieron las huellas humanas en el suelo.
--Tenemos que saber qué está pasando --dijo Tony.
El domingo, un día y medio después del ataque, Alberto se acercó a un pequeño grupo de corderos silenciosos. Tomó la calibre 38 y apuntó, pero permanecía húmeda.
Entonces improvisó una manga y arrió seis animales. Eligió uno. Con el cuchillo de Manfred le cortó la garganta y (cazador de ley) lo carneó y limpió prolijamente, aunque se lastimó un dedo. Juntó turba y quiso prenderla con fósforos; todavía estaban mojados. Salió del paso con una bengala. Asó a fuego bajo una pata y un brazuelo.
"El Señor es mi pastor, nada me falta." Devoró el banquete y guardó en la mochila una ración similar para después.
Tony Blake no se alteró al encontrar los restos de uno de sus corderos. "Qué bien carneado. El que lo hizo sabía lo que hacía", pensó. La piel del animal estaba colgada como se debe.
--Sigamos --pidió.
Al mediodía del lunes 24 el hambre detuvo la marcha de Alberto. Comía el otro brazuelo apoyado contra un poste cuando advirtió movimiento de vehículos a unos dos mil metros. Hizo señales con un espejo y esperó.
Un tractor y un Land Rover se aproximaron.
--No weapons! --gritó, con la idea de tranquilizar a los desconocidos. Pero estaba listo para recurrir a sus armas.
Un hombre se bajó de la camioneta. Cargaba una escopeta de caza y dijo que se llamaba Tony Blake. En buen inglés, Alberto también se presentó y le comentó que pretendía regresar con las tropas argentinas. Tony lo miró de arriba abajo. Le pareció que le vendría muy bien una afeitada; lucía áspero, aunque no peligroso.
--Suba --indicó.
Alberto se sentó en el Rover entre Tony y un acompañante. Había dormido a la intemperie tres noches, con la misma ropa y sin bañarse; sin embargo, nadie notó olores fuertes.
Tony detuvo el coche en la colina Top Standing Man, la más alta de la zona. Abajo, a unos cinco kilómetros, el casco de la estancia "North Arm" era una mancha en el paisaje silvestre. Buscó los ojos de Alberto y con la mayor firmeza de la que fue capaz le dijo:
--Si me das tu palabra de que no me vas a traer problemas, podrás quedarte en mi casa. Si no, voy a tener que encerrarte.
--Por supuesto --concedió Alberto: "El Señor es mi pastor, nada me falta"--. Sólo quiero volver con mi gente.
--Yo te voy a ayudar. Pero ahora no hay nada que hacer. Recién mañana pediremos que te vengan a buscar.
Cada día, entre las 8 y las 8.30, funcionaba la llamada Medical Net (red médica), único espacio para que los granjeros establecieran contacto radial con Puerto Argentino.
En la residencia Blake vivían Tony, su esposa Lyn y los hijos, Tom y Heidi. Por la guerra tenían dos inquilinos : Joan y Mark, mujer e hijo de Terry Spruce, funcionario de la entonces poderosísima Falkland Island Company, quien se había quedado en la capital.
Ninguno demostró que para ellos el argentino era otro invasor. Alberto se duchó y al salir del baño Tony le entregó ropa limpia. Tenían casi el mismo talle. Después de cambiarse apareció Lyn.
--Ponete cómodo --dijo ella. En sus manos llevaba un atado de cigarrillos Rothmans, una brocha, una hoja de afeitar, pasta dentífrica y un cepillo de dientes--. Te esperamos para tomar el té.
Algo olía riquísimo. Alberto vio que Lyn metía el cucharón en una olla, descargaba el contenido sobre una plancha caliente y sin humo salían unos escones...
--¡Deliciosos! --halagó.
Charló un rato con Tony. Descubrieron que tenían varias cosas en común: amaban la caza y la pesca y eran radioaficionados. "Este es un buen hombre", pensó el anfitrión.
En Puerto Argentino oyeron que en la casa de Tony Blake estaba sano y salvo el capitán de corbeta Alberto Philippi, contestaron que mandarían un helicóptero a la brevedad posible y cortaron la comunicación, para darle al instante la buena nueva al comandante de la escuadrilla en Río Grande.
El capitán de corbeta Rodolfo Castro Fox no lo podía creer. Para todos, Alberto había desaparecido en acción. Inmediatamente trepó al jeep y recorrió cinco kilómetros hasta la casa de los Philippi.
Desde el 21 de mayo Graciela no era la misma seño de la escuela; había visto salir seis aviones y volver tres. Faltaba la sección completa de su marido. Y ahora, cuatro días después, escuchaba: "¡Sí, Alberto está vivo!". (5)
--¿Te gustaría conocer la estancia? --invitó Tony. Le prestó un par de botas de goma y una campera y subieron al Rover. Llegaron a un galpón de esquila construido a finales del siglo XIX e impecablemente conservado: incluso las máquinas y herramientas centenarias resistían la jubilación. Tony interrumpió a los obreros para contarles quién era el extraño y qué hacía ahí.
El encargado del lugar, un grandulón de mejillas coloradas, reclamó atención:
--Tenemos dos motivos para celebrar --arrancó pomposa, ceremoniosamente. Y dirigió su mano derecha al bolsillo trasero del pantalón. Tony sospechó que el personaje iba a sacar un arma para matar a Alberto.
Se alarmó y con razón: quien hablaba era Des Peck, menos conocido como poeta que como furioso antiargentino. Sin embargo, Peck sacó una botella de ron Lamb's--. Dos motivos: este piloto sobrevivió a un terrible accidente y hoy es día patrio en la Argentina.
Mientras Tony cerraba los ojos con alivio y sorpresa, Alberto tomaba un trago y la dimensión del tiempo otra vez: era 25 de mayo. (6)
Había provocado el hundimiento de una fragata enemiga, dos Sea Harrier habían derribado su avión, había pasado tres días enteros solo y al aire libre, lo había ayudado un kelper y ahora lo rescataba un helicóptero de la Fuerza Aérea, justo al mediodía del 25 de mayo. Llorar era lo de menos.
--Esto es para el pequeño Manfred. --Tony le extendió una pequeña caja. Dentro había un camioncito amarillo de colección marca Matchbox.
--Y esto es para Graciela. --Lyn le entregó un sobre--. No lo abras. Simplemente dáselo: ella va a saber qué hacer.
Un día del vínculo más humano había bastado para hacerlos lagrimear a todos.
"Señor, que no lo bajen --imploró Tony. Sabía que las fuerzas inglesas volteaban helicópteros argentinos como moscas--. A este no, por favor."
Alberto volvió a sentir la guerra en Darwin.
Cada 15 o 20 minutos los Harriers tiraban algo, mientras las tropas británicas preparaban el asalto decisivo.
Al día siguiente, el 26 de mayo, tomó el último helicóptero que voló a Puerto Argentino antes del ataque.
En la capital percibió optimismo. O eso creyó luego de buscar cobijo espiritual en el capellán naval. Al oír el relato del piloto, protestante de religión, el presbítero católico capitán de navío Angel Mafezzini (el mismo que había participado en el desembarco del 2 de abril) reparó en la reiteración del salmo 23. Buscó en su bolsillo. Sonrió.
--¿Este? --le preguntó. En la palma de la mano tenía un adorno de porcelana. Simbolizaba un libro abierto. "El Señor es mi pastor, nada me falta", decía el texto.
Esa noche Alberto juntaba sus cosas para retornar al continente. Aunque algo olía mal. La pata del cordero: todavía estaba en la mochila.
El Hércules C-130 intentó despegar, pero las bombas con retardo de los ingleses empezaron a explotar.
Recién el 28 de mayo partió rumbo a Comodoro Rivadavia, donde se reunían los replegados. Alberto le dijo al comandante que quería bajarse en Río Gallegos para estar con su familia.
--Tengo orden de llevarlos a Comodoro --contestó el piloto.
El Hércules aterrizó en Gallegos para cargar combustible y al primer descuido Alberto dejó el avión. Caminó por la pista hasta el aeropuerto y se cruzó con el capitán de fragata Miguel Boix, quien le prestó un jeep para ir hasta la base de Marina.
Ahí sus camaradas coordinaron con Prefectura para que lo trasladaran en un Skyvan (Camioneta del Cielo); según Alberto, un Citröen volador.
Todo el grupo aeronaval le dio la bienvenida en Río Grande. Incluso los tenientes de navío Benito Rotolo, Carlos Lecour y Roberto Sylvester, los tres integrantes de la otra sección de A4Q que había salido el 21 de mayo.
Por supuesto, apenas lo saludaron. Tenía que volver a casa. Graciela y los chicos lo esperaban. (La bella emoción que produce el recuerdo de ese reencuentro queda mucho mejor en el corazón de Alberto que en un papel de diario.)

Notas a vuelo de estribo 

Alberto Philippi descansó poco. Tuvo que volver a la escuadrilla porque había comenzado un reclutamiento de emergencia: pilotos expertos que se desempeñaban en vuelos de Aerolíneas Argentinas y de Austral entraron en acción. Alberto debía adiestrarlos.
Eso hizo hasta el último día de la guerra. No volvió a pelear.
Luego de la rendición del 14 de junio de 1982 recibió dos condecoraciones de Honor al Valor en Combate, una de la Marina y otra de la Nación Argentina, pero no lo ascendieron.
En 1983 comandó nuevamente la III Escuadrilla de Caza y Ataque, desactivada tras 15 años en diciembre de 1986.
Entre 1990 y 1992 trabajó como asesor en el Colegio Interamericano de Defensa, en Washington.
En 1994 dejó la fuerza con el grado de capitán de navío. Tenía 54 años.
"Me felicito por la decisión --dice-- porque pude pasar con Graciela sus últimos años." Una enfermedad la arrancó de su lado en 1998. Entre muchísimas otras cosas, ella lo deleitaba con unos escones exquisitos cuya receta le había llegado en un sobre arrugado.
El A4Q Skyhawk 0660/3-A-307 que piloteaba Philippi recibió el impacto de un misil aire-aire AIM-9L, lanzado desde un Sea Harrier por el teniente Clive Morrell, miembro del Escuadrón 800 de la Royal Navy que operaba desde el portaaviones HMS Hermes. Después de la guerra Morrell fue ascendido y le otorgaron la medalla del Atlántico Sur.
El avión del teniente de navío José César Arca sufrió una serie de impactos que dañó las dos alas, pero igual zafó del remate y llegó a Puerto Argentino. Quiso aterrizar y no pudo. Se eyectó en la bahía y lo rescató un helicóptero del Ejército.
El teniente de fragata Marcelo Márquez murió en el acto cuando su máquina se desintegró en el aire luego del ataque de un Sea Harrier comandado por el teniente John Leeming.
Un par de horas después de la incursión de Philippi, Arca y Márquez, el comunicado Nº 74 del Estado Mayor Conjunto enumeraba las pérdidas del enemigo. Entre ellas: "[...] cuatro fragatas con averías de gran magnitud, de las cuales una fragata tipo 42 y otra no identificada se habrían hundido".
Poco más tarde el ministro de Defensa británico John Nott admitía a la prensa que la Aviación Naval argentina había provocado el hundimiento de la fragata HMS Ardent (tipo 21, similar a nuestras Hércules y Santísima Trinidad , ambas protagonistas de la recuperación del 2 de abril de 1982). El funcionario habló de alrededor de 20 muertos y 30 heridos.
La Argentina perdió en esos ataques 19 Skyhawks de la Fuerza Aérea y tres de la Armada. Pero eran aviones viejos (los A4Q se habían fabricado a principios de los 60) frente a una de las marinas más modernas del mundo.
El as francés de la Segunda Guerra Mundial, Pierre Clostermann, escribió en una carta a sus colegas argentinos: "Nunca en la historia desde 1944 un piloto enfrentó tantos obstáculos mortales como ustedes; ni los ingleses en 1940 en Londres ni los alemanes en el 45".
El enviado de la BBC de Londres con la flota británica, Brian Hanraham, fue más gráfico: "Los pilotos argentinos se comportaron como verdaderos kamikazes", dijo.


(1) Cada vez que se combinan el frío y la humedad, Alberto vuelve a sentir dolor en la nuca. Ha visitado varios especialistas y todos concluyeron lo mismo: tendrá que convivir con la distensión.
(2) De esas algas marinas características de Malvinas, llamadas kelps en inglés, proviene el gentilicio informal kelpers con el que se identifica a los pobladores de las islas.
(3) Tony conserva la grabación original del mensaje. Y una doble curiosidad: ayudó al argentino que había liderado el ataque letal contra la HMS Ardent y un mes después de la guerra conoció al capitán de la fragata, Alan West.
(4) El 22 de mayo el ministro Nott confirmaba que empleando 100 buques y 25 mil hombres Gran Bretaña había establecido exitosamente una cabeza de playa de 2.590 hectáreas en la isla Soledad, con cinco mil efectivos: "Volvimos a Malvinas para quedarnos", sentenció.
(5) "Graciela pensaba que me había perdido", alcanza a decir hoy Alberto antes de que las lágrimas le impidan continuar.
(6) El 25 de mayo de 1982, en su mensaje de salutación por el aniversario de la Revolución de Mayo, el presidente norteamericano Ronald Reagan suscribió: "Nunca ha sido tan importante reafirmar los comunes intereses y valores que unen a la Argentina y a los Estados Unidos, y reiterar nuestro compromiso de cooperación en este hemisferio".
La historia demostró que efectivamente su gobierno hizo honor a ese "compromiso de cooperación"..., pero con Inglaterra.
Cada mediodía de domingo, durante la guerra, se reunían entre 70 y 90 personas en el club Gloria, cerca de la estancia de Tony Blake. Des Peck leía sus poemas y todos brindaban por la Reina y por las fuerzas británicas.
"Probablemente Des era el único poeta de las islas --dice Tony--. Y no muy bueno que digamos: creo que nadie va a juntar sus escritos para publicar un libro, ahora que ha muerto."

Fuente: Abel Escudero Zadrayec, Diario La Nueva Provincia (09/11/03)


 
El Capitan de Navio (RE) VGM Alberto "Mingo" Philippi junto a su eterno compañero el Halcón con quien fue a la batalla el 21 de Mayo. Adelanto Fotografia de la Obra Literaria dedicada al accionar de la Aviacion Naval durante 1982. Fotografia de Pablo Cersosimo.

sábado, 8 de febrero de 2014

Woodward: ¡Maldito 25 de Mayo!

El día de la Patria pleno de ataques aéreos

Woodward maldice el 25 de mayo
“La pérdida del HMS Conventry, el último de mis originales buques piquete (sic), cayó pesadamente sobre mí. Me paré una vez más […] en la ocupada cubierta del Hermes con mi mirada puesta en el helado Atlántico, maldiciendo al mundo en general. Maldiciendo específicamente a la Argentina y a su maldito (sic) Día Nacional. Todavía era 25 de mayo, como había venido siéndolo para mí durante las últimas 1.000 horas. Miré mi reloj. Apenas pasadas las 19hs; aún restaba un par de horas diurnas más, y muchas más horas de oscuridad incierta antes de que llegue, si algo de suerte quedaba, el 26 de mayo..."


Tiempo Argentino

viernes, 7 de febrero de 2014

Una nena británica en Malvinas y sus vivencias

Lisa Watson, la nena de 12 años que le hizo frente a un militar argentino



Nació en Malvinas en 1969. Fue evacuada al campo durante el conflicto. Escribió un libro en el que cuenta cómo vivió la guerra y lo que siente hacia los argentinos. "...Su abuela le sacudió el hombro: "Despertate. El tiroteo empezó. Tenemos que ir abajo". Así, Lisa Watson se enteró del desembarco argentino en Malvinas. Tenía 12 años y aquel día no fue al colegio. El gobernador en las islas, Rex Hunt, había advertido a los isleños sobre la Operación Rosario y suspendió las clases. Fue una de las pocas cosas que le dio alegría durante la guerra. Hasta aquel día, Lisa vivía con su abuela en la capital de Malvinas para poder ir a clases. Sus padres trabajaban en la granja familiar a menos de 30 kilómetros de allí. Desde esa época, Lisa ama andar a caballo. Tenía una potranca, Sally, hija de padrillo argentino y yegua isleña. Su simpatía por lo argentino estaba intacta. Hasta el 2 de abril de 1982. Lisa cuenta sus aventuras y sus vivencias en el libro Walking up to war (Andando la guerra). "Ahí estaba, nuestro agradable, pacífico, pequeñito mundo. Ahora tenía la adición de la flota argentina, Fuerzas Especiales, una gigantesca fuerza de desembarco ", escribió. Al principio el ruido de las balas cortando el aire la sobresaltaba pero se acostumbró. "Recuerdo mirar por la ventana y ver el rastro de color rojo de las balas pasando. Le habían dado a la casa de al lado. Había mucho ruido y fue extremadamente intimidante" A los dos días del desembarco, los chicos fueron evacuados hacia el campo. "Mi papá vino a buscarme a mí y a mi hermano (Paul) para llevarnos a la granja. Fuimos en caravana". En el medio se toparon con periodistas que filmaban el despliegue de las tropas argentinas. El auto de Lisa rozó a uno de ellos y los militares lo pararon. Bajaron a su padre y se lo llevaron. "Nos dejaron sentados en la ruta sin saber. No teníamos idea de lo que podía llegar a sucederle. Y me puse a llorar". Una de las nenas que viajaba en la 4x4 preguntó: "¿Si le disparan cómo vamos a volver a casa?". Lisa enloqueció: "Callate, callate", le gritó. El tiempo se congeló. Lisa no entendía lo que pasaba, las reglas de ese mundo. Se le ocurrió esconder el cuchillo de granjero su padre. "Pensé que se iba a meter en problemas por tener un arma". Su padre volvió intacto y siguieron camino. "Pequeña cobarde", le dijo cuando le confesó lo que había hecho. Su madre, Glenda, la esperaba en la puerta de casa. "Papá, soldados. Vienen desde la playa", le advirtió Lisa un día en el corral de los caballos. Eran británicos. "No son argies", el peyorativo para los argentinos, festejó Neil. Lisa también. La simpatía se había ido al cuerno. Estos soldados británicos se habían escondido el día del desembarco. Y debatían si entregarse o no. Al final, el padre de Lisa llamó a las autoridades argentinas. En menos de 45 minutos tres helicópteros rodearon la granja. "Las tropas corrieron, rodearon la casa, patearon la puerta y entraron con sus armas". Un oficial les ordenó formarse. "Mis padres lo hicieron pero yo estaba tan enojada que me rehusé a moverme. Me metí el dedo en la boca y me quedé mirando sus pies". "Vos también por favor", insistió el argentino. Lisa, nada. "No supo qué hacer. Estoy segura de que no quería amenazar a una chiquita y al final se encogió de hombros y les dijo a los otros que se sentaran. Entonces pensé gané, gané ese round", recuerda aún orgullosa. En su libro, Lisa confiesa que pensó: "Andate maldito argentino". No fue el único contacto con argentinos. Un día dos soldados llegaron a pedir ayuda. Querían bañarse. La madre de Lisa los dejó con una condición: que no le contaran a nadie. "No voy a dejar que un batallón de argentinos transformen este lugar en un hotel", advirtió Glenda. Lisa pasó días jugando con un pedazo de jabón que dejó el soldado argentino Pedro Miguel Espinosa. Lisa perseguía a su amiga Debbie Summers refregándole el jabón en la cara. Su amiga chillaba de asco y horror. Lisa, de risa. Del Crucero General Belgrano y sus 323 muertos Lisa no dice nada en su libro. Pero sí cuenta que el hundimiento del buque inglés Sheffield le arrancó lágrimas a su madre y marcó el comienzo de mayo, "el mes más largo" de su vida. "Los padres tenían que encontrar el modo de entretener a los chicos". Glenda impuso un juego para matar las horas. Adivina adivinador. Cuando alguien proponía un animal todos respondían "Galtieri". Lisa y Debbie pasaron juntas casi toda la guerra. "Hablábamos de lo que pasaba y como yo era un poco más grande que ella trababa de protegerla, de asegurarle que las cosas iban a estar bien. Muchas veces no sabía si iba a ser así", repasa. "El 14 de junio fue un día muy extraño para nosotros. Cuando nos dijeron que había banderas flameando sobre la capital, mi madre no lo creyó. Ella dijo me rehúso a creerlo hasta que no vea un helicóptero británico aterrizando en mi tierra", recuerda Lisa. Los hombres se dieron la mano y las mujeres se abrazaron. Lisa salió a buscar a su yegua argentina. Se puso en puntas de pie y le susurró al oído. "Se acabó Sally. Se acabó y estamos todos bien". Nota : "...Obviamente este informe està lleno de mentiras y Propaganda , pero asì funciona el Comitè Anti-Argentino en las islas , liderado por la editora del diario isleño "The Penguin News " , Lisa Watson . Meses atràs ella participò de un documental basado en el libro "Falklands , la guerra de los Isleños" , un film propagandìstico que muestra a los soldados argentinos como sàdicos torturadores psicològicos . Todos los integrantes del diario isleño son parte de una confabulaciòn para una campaña anti-"argie" , donde se injuria la memoria de los Veteranos argentinos . Se inventan historias de soldados argentinos que apuntan a isleños indefensos , falsos datos sobre la agrupaciòn de isleños en el galpòn anti-bombardeo de Pradera del Ganso . Cuentos sobre isleños con hambre , sin agua potable o letrinas , etc. Libros , videos , films , documentales todos surgen desde las islas y llegan a la BBC o programas britànicos . Una gran campaña de años en distintos lugares y distintos medios que agita aùn màs los "ruidos se sable" . Segùn una fuente , el Padre de Lisa fue el quien tomò la foto de los soldados Royal Marines en el piso , mientras son sujetados por personal de la Policìa Militar 181 . Algo que Lisa Watson evita en su relato fantàstico que transcurre durante una "razia militar" en el camino . Relatos que pareciesen que salieron de un film de Drama , asì estàn las cosas , mientras Lisa posa junto a efectivos britànicos en la actualidad en algùn lugar de las islas ...mientras sostiene un arma de guerra .....