viernes, 22 de julio de 2016

La falta de "atlanticidad" de Argentina

Pensarnos “atlánticos” para recuperar Malvinas
Nuestro Mar



Cuando era chico me encantaba ir de vacaciones al mar. Disfrutaba meterme en el agua y combatir con las olas, juntar almejas y, después de la playa, recién bañado y ardido, hacer la vuelta del perro para ir a los jueguitos y a las librerías de usados. Después, si se podía, comprar alfajores para la familia y algún amigo, ir a alguna feria artesanal, o mandar una postal. Lo que se hace en las vacaciones puede ser diferente en contraste con esos veraneos de los tardíos setentas, pero lo que estoy seguro que ha cambiado muchísimo menos es la relación de los argentinos con el mar. Los habitantes de un país atlántico, con miles de kilómetros de costas y que reclama soberanía sobre millones de kilómetros cuadrados del Atlántico Sur imaginan el mar sobre todo como un lugar de veraneo.

Ahora que el bicentenario de la Independencia ya pasó, vale que intentemos, además de reverentes hacia el pasado, ser propositivos. Una declaración de independencia, como una constitución, es un pacto acerca del destino que una comunidad se imagina, las formas organizativas que se dará para lograrlo (por eso, entre otras cosas, después de la independencia tuvimos unos cuantos años más de guerras civiles). Las “fechas redondas” sirven para volver a pensar esos compromisos contraídos por nuestros antepasados. Porque, en tanto son pactos entre los hombres, están atados a los deseos y expectativas de las personas en un momento histórico. Esto significa que aunque algunas certezas no cambien, sí lo hace la forma en la que nos relacionamos con ellas, las defendemos, las enseñamos.

Malvinas, con su cantidad de significados, es un nudo convocante de nuestra memoria y, por lo tanto, un punto de encuentro para pensarnos como colectivo. Si se quiere, para imaginar una idea de patria. Por eso es que hay, por ejemplo, tantas discusiones en torno a la guerra y sus consecuencias. Decir Malvinas, entonces, significa hablar de nuestras contradicciones y posibilidades. Contradicciones porque aún no sabemos cómo nombrar la guerra, cómo tratar a sus sobrevivientes. Posibilidades porque quizás una manera de honrarlos sea la de asumir que Malvinas, por eso de que no deja a nadie indiferente, puede ser la plataforma para imaginar nuestro país desde otro lugar.

¿Qué significa, para la Argentina del 2016, “recuperar las Malvinas”? Es una gran pregunta en este Bicentenario, y un proyecto interesante para años más humildes pero que requieren trabajo constante y un cambio cultural. Más que una respuesta, se me ocurren una propuesta y muchas preguntas. La propuesta: que nos pensemos como un país marítimo y, más específicamente, atlántico. Esto significa que las Malvinas serán efectivamente argentinas cuando a través de ellas nos pensemos como algo que también pudimos haber sido, y todavía podemos ser: un país del mar.

Es verdad que es difícil pensar de esta manera, pero vale la pena intentarlo. Es difícil porque Malvinas es una causa nacional, y cualquier causa tiene mucho de sagrado, y por lo tanto de intangible. Hubo una guerra, muy cercana, de por medio, lo que aumenta la dificultad: a la sacralidad de la causa se agrega la de los muertos.

Pero quizás el principal problema sea el porteño centrismo que pesa sobre nuestras formas de pensar la historia y autorrepresentarnos como país. El relato histórico nacional dominante sobre Malvinas aún refleja el país que pensó un grupo social triunfante a fines del siglo XIX, que basaba su “grandeza” en un papel concreto en el mercado mundial: agroexportadores. Cueros, carne, lanas, cereales, últimamente soja y minerales. Nunca peces, ni siquiera ballenas cuando aún se cazaban, para un país que reclama aguas riquísimas en esos recursos. Reclamamos el mar con cabeza agrícola-ganadera.

Doscientos años después de la Independencia, ¿no podríamos proponernos dejar de vernos de esa manera? Dejar de ver el mar desde la orilla y ver cómo son nuestras costas desde la borda de un barco. ¿Qué otras formas de relaciones con el mundo? ¿De qué manera diferente imaginaríamos nuestro lugar en la región, en el planeta?

Se abrirían incontables preguntas: ¿de qué formas diferentes nos imaginaríamos? ¿Como viajeros? ¿Como navegantes? ¿Como pescadores? ¿Qué formas de solidaridades hay en un puerto, en un barco patero? ¿Dónde empieza y termina un país cuando se imagina marítimo? ¿Cómo sigo una ruta cuando no hay asfalto ni carteles de vialidad nacional? ¿Cómo es pensarse como un lugar de partida?

¿Hasta qué punto nos seguimos viendo como vieron este territorio nuestros conquistadores, es decir, como un lugar de llegada, de explotación, y no mucho más?

Entonces, en términos de renovar el pacto de 1816, pensar Malvinas, sin abandonar el reclamo de nuestros derechos, nos da la posibilidad de que nos soñemos como un país marítimo. Quizás doscientos años después de la Independencia sea el momento de reflexionar sobre lo que significa ser uno de los países con mayor litoral atlántico, y que las Malvinas no son “tierra que nos falta”, sino que están enclavadas en un espacio complejo y riquísimo que es el Atlántico Sur.

Transformar la costa de límite en posibilidad. (Por Federico Lorenz, Director del Museo Malvinas e islas del Atlántico Sur; Río Negro)

20/07/16

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