Mostrando entradas con la etiqueta ARA Alte Irizar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ARA Alte Irizar. Mostrar todas las entradas

viernes, 16 de mayo de 2025

Mujeres en la guerra: Las 6 instrumentadoras del Irizar

La sorprendente historia de las 6 instrumentadoras que salvaron cientos de vidas en Malvinas

En esos frenéticos días de junio de 1982, seis mujeres -que a fuerza de carácter lograron hacerse un lugar en un ejército exclusivo de varones- ayudaron a salvar las vidas de combatientes argentinos en los quirófanos del Irízar

El grupo de las seis instrumentadoras, fotografía tomada con la cámara de Silvia Barrera.

Como todas las mañanas Silvia Barrera desayunaba temprano, con Radio Colonia de fondo. Como todas las mañanas, prestaba atención a la emisora que su papá, un suboficial retirado de Ejército, decía que había que escuchar para enterarse de lo que pasaba. Así supo, ese viernes 2 de abril de 1982, de la recuperación de las islas Malvinas

Y ya no sería una mañana cualquiera.

En 1979, Silvia se había recibido de Instrumentadora luego de dos años de exigentes estudios en el Hospital Ramos Mejía, donde había aprendido con los mejores cirujanos. Pero además quería ser azafata, curso que también aprobó. Esa chica delgada, de carácter, a los 17 años había egresado del secundario en el Colegio Conservación de la Fe de Villa Urquiza, ahí nomás de su casa del barrio militar de Villa Maipú. Solo debía cruzar la General Paz.

Por decisión propia, y tomando el consejo de su padrino, dejó atrás sus sueños de azafata y en septiembre de 1980 ingresó al Hospital Militar Central, luego de aprobar exámenes teóricos y prácticos. Ignoraba que ese nuevo trabajo la sometería a las pruebas más duras de su vida. No solo por haber sido una de las 5 mujeres que logró entrar al hospital de un total de 100, sino que con 2 de ellas -Norma Navarro y María Marta Lemme- serían parte de las 6 instrumentadoras enviadas a la guerra de Malvinas.

En el hospital, entraba a las 7 de la mañana y si bien su turno finalizaba a las 14 no se iba hasta terminar el trabajo, que incluía limpiar y ordenar el instrumental y hasta lavar y esterilizar los guantes de látex, en tiempos en que no existían los descartables.

Cada instrumentadora debía elegir una especialidad, Silvia escogió urología, ya que el cirujano era rápido y exigente, y ella era la única que podía seguirle el ritmo.

Instrumentadoras se buscan

Ese 2 de abril, el hospital era un hervidero de sorpresa y entusiasmo, donde la mayoría del personal se ofrecía como voluntario. Silvia ni se molestó, porque le aclararon que sólo iría a las islas personal militar. Y ella, como las demás chicas, era civil.

El hospital se preparó para el eventual estado de guerra, programando un escenario en el que deberían recibir heridos. Solamente se hacían cesáreas y operaciones oncológicas. Hubo un nuevo alerta el 2 de mayo, cuando hundieron al Crucero General Belgrano. Mientras tanto, ella veía que progresivamente varios médicos viajaban al escenario de la guerra.

Silvia no olvida la fecha. El 7 de junio llegó una comunicación militar pidiendo 10 instrumentadoras para las islas. De las 32, se presentaron 20, Silvia entre ellas. Les advirtieron que debían tomar la decisión en el momento, porque al día siguiente, a las cinco de la mañana, tomarían un vuelo al sur.

El rompehielos Irízar, transformado en buque hospital.

Así quedaron, además de Silvia, Susana Maza, Cecilia Ricchieri, Norma Navarro, María Marta Lemme; al grupo se sumaría María Angélica Sendes, que venía de Campo de Mayo, que era la mayor, con 33 años. La propia Silvia y Cecilia las más jóvenes, con 23.

“Norma y Susana eran las más altas”, remarca Barrera a Infobae. Pero todas tenían algo en común: un carácter complicado. Algunas se conocían de vista, de cruzar un hola o un qué tal. Ya tendrían tiempo de ponerse al día en el vuelo.

Fue un día frenético. En el hospital mismo, rompió un año de noviazgo con un médico cirujano. “Si yo no voy, vos tampoco”, le exigió en vano.

Cuando Silvia llegó a su casa su papá, que la revolución de 1955 lo había retirado del Ejército de prepo aún sin ser peronista, se fue corriendo a Puente Saavedra a comprarle una cámara fotográfica, la más pequeña que encontró. “Quiero que fotografíes todo, quiero saber todo de las islas”, le pidió, mientras le daba 10 rollos de 36 fotos cada uno.

Tuvo tiempo de pasar por la peluquería a cortarse el pelo larguísimo que usaba. Después, de nuevo su papá, emocionado y orgulloso, le dio un curso acelerado de cómo ponerse y quitarse los borceguíes lo más rápido posible, un calzado que Silvia nunca había usado.

La primera misión: llegar a las islas

Les dieron ropa de hombre, ya que en el Ejército no había mujeres. Los pantalones se les caían, a pesar de que el cinturón más corto alcanzaba para darle dos vueltas completas a la cintura. Usaban las mangas de camisa arremangadas y a ella le habían tocado un par de borceguíes número 40, cuando en realidad calzaba 37. Por entonces, en el Ejército ni se pensaba en incorporar mujeres y todo estaba preparado para hombres.

Silvia Barrera, la primera de la derecha.

El 8 de junio llegaron en un vuelo de Aerolíneas Argentinas a Río Gallegos. Nadie las esperaba. “Pensé que era un Ejército ordenado”, se lamenta. Era el caos propio de un estado de guerra. Los acompañaba un médico oftalmólogo que estaba tan desorientado como ellas. Hasta que vieron a un hombre con un ambo blanco. Resultó ser un médico que habían trabajado en el Hospital Militar Central. Él las acompañó al hospital de la ciudad, que estaba casi despoblado. El director no sabía qué hacer. Con 3 grados de temperatura y ropa de verano, alguien se apiadó y les alcanzó sándwiches y gaseosas, que devoraron sentadas en la vereda.

En el Irízar

La suerte quiso que se cruzaran con un Mayor de Ejército, quien les consiguió ropa de invierno y una campera y les dio algunos consejos útiles sobre cómo acomodársela. En un camión las acercaron hasta un lugar llamado Punta Quilla. Recuerdan las risas del piloto del helicóptero que las llevaría al rompehielos Almirante Irízar, al verlas acarrear el bolso porta equipo, tan alto y, por qué no, tan pesado como ellas.

Cuando llegaron al buque, las dejaron en el hangar. Escuchaban los gritos y las protestas del jefe de cubierta, que no podía creer que tuviera a 6 mujeres a bordo, con la mala suerte que traían, justo cuando habían hundido al Belgrano. Al oficial no le importó que el buque estuviera señalizado como hospital, decía que en el agua era un barco como todos.

En el hangar, les dieron una clase sobre cómo evacuar el buque en caso de emergencia y les indicaron cuál sería su bote salvavidas. Pero aún quedaba una cuestión por resolver: “¿Dónde dejamos nuestros bolsos?”, preguntaron, y todos se miraron. Se negaban a hacerles un lugar, hasta que un helicopterista le cedió su camarote. Fue así como 6 mujeres se acomodaron en un habitáculo con tres cuchetas.

Por la noche, el comandante organizó una picada para que el personal de sanidad se conociese y limar asperezas por la hostil bienvenida. El 3 de junio el buque, que había sido transformado en hospital, disponía de 160 camas de internación, sala de terapia intensiva y dos quirófanos.

Durante la navegación, y hasta tanto llegaran a la Puerto Argentino, las instrumentadoras organizaron los dos quirófanos. Uno, llamado “sucio” para infecciones y otro, que era una suerte de consultorio oftalmológico, para traumatología.

Al día siguiente, el barco se detuvo en una zona franca, determinada por la Cruz Roja, donde podían estar los buques hospitales de ambos bandos. Los británicos le pidieron medicamentos y plasma para sus soldados heridos, muchos de ellos con graves quemaduras por los ataques de la aviación argentina. Como los ingleses no previeron las grandes olas del Atlántico Sur, muchos recipientes de plasma que llevaron se terminaron coagulando con el bamboleo. Ahí Silvia se enteró que los ingleses heridos eran llevados a Uruguay.

La guerra en vivo y en directo

Al fin llegaron a Puerto Argentino. El Irízar ancló en la bahía. Las mujeres se prepararon para desembarcar, pero las frenaron. “No pueden ahora. Va a oscurecer y comenzará el bombardeo inglés”. Entonces vieron desde la cubierta cómo los británicos disparaban bengalas para iluminar el terreno, y hasta creía sentir las bombas pasar sobre sus cabezas que impactaban mucho más adelante. “Para nosotros era como estar en una película”.

A la mañana siguiente creían que pisarían suelo malvinense. Pero otra vez no. No tenían grado militar. Hubo un llamado a los altos mandos. Uno explicó que debían darles una jerarquía acorde; de teniente, decía. Pero tenientes son los médicos, recordó otro. ¿Quién ordenaba a quién? La discusión fue frente a las mujeres, de quien nadie se percataba. “Los ingleses se acercan a Puerto Argentino”, advirtió alguien. “Imposible descender sin grado militar”, fue la orden final.

Instrumentadoras, enfermeras, camilleras

Pero ya no hubo tiempo para discusiones. Al buque comenzaron a llegar a heridos, ya que el hospital terrestre no daba abasto. Los primeros tuvieron la suerte de llegar en helicóptero, que dejó de operar por los misiles enemigos. Los heridos eran llevados en pequeños barcos pesqueros, similares lo que se ven en el puerto de Mar del Plata. Estaban pintados de negro con una cruz roja.

Las salas del Irízar rápidamente colapsaron. El trabajo de las instrumentadoras se multiplicó, y fueron al mismo tiempo enfermeras y camilleras, mientras hacían curaciones para atender a los soldados que venían directo del campo de batalla. A muchos debían cepillarles las heridas con Pervinox para quitarles las costras negras que se les formaban, mezcla de sangre, pólvora y turba.

Comenzaron a aplicar el Triage. Fue un médico cirujano que combatió con Napoleón Bonaparte a quien se le ocurrió. Es un método de selección y clasificación de pacientes en casos de guerra o de desastres. Silvia y sus compañeras lo aplicaron, colocando carteles a los pacientes, y se sabía si ya se les había suministrado morfina, plasma o algún medicamento.

Barrera, con sus distinciones por su papel en la guerra de Malvinas.

Era un trabajo de nunca acabar. Porque al soldado operado, al trasladárselo a tierra, muchas veces se le abría la herida al trasbordarlo desde la mole del Irízar a un buque de menor calado. Y volvía nuevamente a la mesa de operaciones.

Así trabajaron, sin descanso, del 9 al 14 de junio. Ese día, por los altoparlantes, se enteraron del alto el fuego. Y esas jóvenes que apenas habían pasado los 20 años vieron a hombres de 40 llorar y derrumbarse. “Para nosotras, eran personas mayores. Eso nos marcó para siempre, nos tocó contener a hombres rudos, mientras continuaba nuestra tarea, porque sabíamos que en algunos puntos de las islas se seguía combatiendo”.

Al pandemonio que suponía atender a los heridos en las trincheras, se sumaron los civiles que fueron embarcados. Personal de Defensa Civil, de Correos, Vialidad, periodistas, curas también se despedían de las islas.

Cuando los británicos subieron al buque, requisaron los camarotes y a Silvia le quitaron la mitad de los rollos fotográficos; el resto logró ocultarlos en sus ropas, ya que a las mujeres no las revisaban.

Retuvieron al Irízar hasta el 18 de junio. Zarparon con más de 300 heridos, que acomodaron donde pudieron. Hasta en los pasillos. Así llegaron a Comodoro Rivadavia.

Seis mujeres solas

Antes de desembarcar, debieron firmar un documento de confidencialidad, por el que se comprometían a no hablar con nadie de lo que habían vivido en las islas.

Nuevamente, eran seis mujeres solas, sin saber dónde ir. Dos oficiales de Inteligencia les dijeron que se hospedarían en un hotel, frente al mar. Había un detalle: aún no había sido habilitado, estaba habitado por un sereno, que se llevaba de su casa la comida. Solo había agua caliente, que les sirvió para bañarse.

Silvia Barrera, el orgullo de ser veterana de guerra.

A la noche, al notar que los oficiales habían relajado la vigilancia, se escurrieron al centro y terminaron en una pizzería. No fue difícil ubicarlas, era tarde y nada llamaba más la atención que media docena de mujeres vestidas con ropa de combate comiendo en la soledad de una noche de invierno en Comodoro.

Al otro día, las llevaron al aeropuerto. Ellas, que se habían jugado la vida en la guerra como voluntarias, estuvieron todo el día retenidas en un galpón, vigiladas por un piloto. Sin comida y sin disponer de un baño, a las 6 de la tarde las subieron a un vuelo que las dejó en la ciudad de Buenos Aires. Fue en ese galpón que Silvia terminó el último rollo de fotos que le quedaba. El domingo 20 de junio, día del padre, se abrazaron con sus familias en la pista de El Palomar.

Una dura posguerra

Silvia volvió, al igual que las demás, a su trabajo en el Hospital Militar Central. Hasta muchos años después se siguió cruzando con ese ex novio que la guerra separó. Tres años después Silvia se casó con Carlos, un veterinario y reservista. Tienen cuatro hijos, dos varones y dos mujeres.

El grupo de instrumentadoras siguió siempre en contacto. Cecilia Ricchieri se recibió de médica; Norma Navarro fue a trabajar al Hospital Garrahan; María Angélica Sendes descubrió su otra vocación, la de maestra. Junto a Silvia, continuaron en el Hospital Militar Central María Marta Lemme y junto a Susana Maza, que falleció hace un año y medio.

La posguerra les mostró su peor cara. Compañeros y jefes las ignoraron y las fueron marginando. Primero en sus trabajos, donde una tras otra debió dejar los quirófanos. Hasta en los actos que se hacían con veteranos, a ellas las ubicaban entre los familiares o con organismos de Derechos Humanos. “Es más fácil hablar de la guerra de Malvinas que de lo que nos pasó después”, se lamenta Barrera. “No solo fue el vacío que nos hicieron, sino que todas sufrimos enfermedades concomitantes con el stress post traumático. Casi todas tenemos cáncer, diabetes e hipertensión. Malvinas se paga.

En 1983 el Ministerio de Defensa las había reconocido como veteranas de guerra y en el 2012 lograron el reconocimiento presidencial.

Silvia continúa en el hospital. Le hizo frente al ninguneo estudiando Ceremonial y Protocolo y ahora organiza los eventos y actos en la institución a la que dedicó su vida. Hoy el hospital está armado de la misma forma y con la misma disposición, para hacer frente a otra guerra: la pandemia del coronavirus.

Recibieron muchas distinciones. Pero la de 2002 tiene un sabor especial. Es el Premio Mujer en el Ejército que merecieron Maza, Navarro y Barrera. Lo instituyó y se los dio el jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni. El mismo oficial que hace 38 años, siendo mayor, les consiguió a 6 instrumentadoras desamparadas en Río Gallegos en una congelada mañana de junio, ropa de invierno para que pudieran cumplir con su deber en Malvinas.

jueves, 25 de julio de 2019

Anecdotario argentino: La gaviota gallinera

Gallina, la gaviota



En pleno operativo de recuperación, el 2 de abril de 1982, trasladaron muy herido al teniente de fragata Diego García Quiroga hasta el rompehielos “Almirante Irízar”, que funcionaba como buque hospital.

García Quiroga, un buzo táctico de 28 años, integraba el primer equipo que desembarcó en Malvinas y debía tomar la casa del gobernador isleño Rex Hunt.

En la residencia oficial recibieron el fuego de los Royal Marines y ocurrió la única muerte de la “Operación Rosario”: el capitán de fragata Pedro Giachino, jefe de esa Unidad de Tareas 40.1.5. Y hubo 2 heridos: el cabo enfermero Ernesto Urbina, que fumando esperaba atención con los intestinos al aire, y García Quiroga, a quien le pegaron 3 balazos: uno le atravesó el codo, otro el torso y el tercero se incrustó en un cortaplumas suizo que colgaba de su cinturón, a la altura de la ingle.

Estaba grave.

Un helicóptero llegó al “Irízar” con sangre para hacerle una transfusión. Aterrizó en la cubierta, dejó el material y despegó. El motor de la máquina succionó a una gaviota que volaba cerca de la popa. Fue un momento de tensión: si el pájaro entraba en la turbina, el helicóptero podía caerse al agua. Finalmente, pese a un esfuerzo enorme, la gaviota no pudo evitar las paletas del rotor de cola y quedó destrozada.

-¡Muy bien hecho! -gritó un conscripto del Batallón de Apoyo Logístico-. A estos ingleses ni las gallinas les vamos a dejar vivas.


Clarín

lunes, 11 de abril de 2016

Mujeres argentinas en el conflicto



Mujeres en Malvinas: presencia incómoda, pero clave



AHORA Y AYER. Silvia Barrera (izq.) y Susana Maza (der.) aún son compañeras en el Hospital Militar. En la Guera de Malvinas fueron instrumentistas quirúrgicas. | Foto: Pablo Cuarterolo


Fueron 16 las que participaron del conflicto. Tardaron entre 10 y 20 años en contar su historia públicamente. Dos instrumentistas quirúrgicas revelan detalles de sus
días a bordo del Irízar.
 
Por Agustina Grasso.- Perfil
En Malvinas hubo otra guerra. Una guerra que llevó años en ser contada. Una guerra de mujeres. En total fueron 16 las que fueron reconocidas como partícipes del conflicto, entre enfermeras de la armada, la aeronáutica y la marina mercante, instrumentistas quirúrgicas del ejército y radioperadoras.
Bajo fuego, en Puerto Argentino sólo estuvieron seis y eran las instrumentistas quirúrgicas. Una de ellas fue Silvia Barrera. Tenía 23 años cuando se alistó como voluntaria. De un día para otro le dijeron que viajaría. En esas horas perdió dos cosas importantes: su pelo largo y un novio. Para su colega Susana Maza, de 25 años, ése no fue un problema. Ya estaba separada. Pero tenía una hija de nueve años. No le costó despedirse. Su prioridad en ese momento era la Patria.
Treinta y cuatro años después, Silvia y Susana siguen trabajando en el mismo lugar: el Hospital Militar de Buenos Aires. Siguen siendo compañeras y son las caras femeninas que más se animan a contar su historia. El resto prefiere olvidar o tan sólo no hablar en público del tema. A ellas les llevó entre diez y veinte años. Siempre  lo hacen desde su oficina. Están acostumbradas a las entrevistas.
Barrera: En los 80 había tres canales solos y en uno estaban los sábados de superacción. Esa idea idílica era la que teníamos de lo que podía llegar a ser la guerra. Con esa idea nos fuimos a Malvinas.
Maza: Un día como hoy llegaron y nos dijeron quién quería ir. Quién se ofrecía de voluntaria. En principio, éramos quince, pero cuando nos dijeron que salíamos mañana, quedamos cinco y una de Campo de Mayo.



En ese momento no había mujeres incorporadas al ejército con grado militar. Pero tampoco instrumentistas varones.
La guerra tenía casi dos meses y las necesitaba.
M: Yo tenía una hija de nueve años. Pero ya habíamos decidido ir. Quizás suena muy poético, muy idílico. Pero siempre digo lo mismo, la Patria nos necesitaba y cada uno en su puesto. Apoyábamos una decisión, acertada o no, de un gobierno cívico militar y la cumplimos porque era la Patria. No era un gobierno, ni un hombre.
Disfraces. Antes de partir  les dieron ropa de verano y pocas indicaciones. “Todas vestíamos de verde y con ropa de verano para un lugar donde hacía cinco grados bajo cero. Como no había mujeres militares en ese entonces, íbamos disfrazadas con ropa de hombre y con borceguíes, que el más chico era número 40”, detalla Silvia. Para tratar de aminorar el efecto se ponían varios pares de medias. No llevaban recuerdos de ninguna clase, ni pijamas.
Lo femenino. Su papá le había comprado una cámara de fotos Minolta Pocket, “la más chica que había conseguido”, que  escondió en sus zapatos.
“Igual en las fotos salimos bien arregladitas. Hoy no nos acordamos si dormimos, si nos bañamos. Pero sin embargo estamos ahí todas pintaditas.  Además –siempre digo– si bien en el quirófano una está toda tapada, si el paciente ve una cara femenina lo relaciona con la mamá, la hermana, la mujer. Es una contención”, agrega Silvia, con sombra celeste claro sobre sus ojos, la misma que la de las viejas fotos. A fines de mayo del 82 salieron en un vuelo de línea hacia Río Gallegos, donde nadie sabía que llegaban, ni esperaban ver mujeres vestidas de verde.
B: No nos daban bolilla. Preguntábamos por todos lados dónde teníamos que ir.  Hasta que nos encontramos con un médico que nos llevó hasta el hospital regional.
“¿Es verdad que van a Malvinas?”, les pregunta un general. Ellas le responden seriamente que sí. Un helicóptero los llevó a unos galpones de la aeronáutica en el puerto de Punta Quilla y  luego al rompehielos Almirante Irízar, adaptado como buque hospital. Allí pasaron diez días, donde el recibimiento tampoco fue con pompas. En el barco no esperaban mujeres, menos del ejército. “A los de la marina mucha gracia no les causó. Pero bueno, una vez que te ponés a trabajar ya no importa si sos hombre o mujer”.



—¿Cómo fueron los días allí?
B: Te daban un mapita que era muy confuso. Imaginate que era la primera vez que subíamos a semejante buque. Se  movía, y ellos a propósito nos hicieron un simulacro de emergencias apenas llegamos.
M: Nos habían asignado camarotes, pero preferíamos estar todas juntas en una sala prequirúrgica donde nos acomodamos.
Ellas cuentan que el comandante del buque, el capitán Luis Prado, y el coronel Enrique Ceballos, director del hospital de Puerto Argentino, decidieron que era preferible que, como estaban en medio de un combate, esperaran a descender.
M: Como era muy intenso el bombardeo sobre Puerto Argentino ya se preveía un cese de hostilidades. Entonces si bajábamos se temía que pasáramos a engrosar las filas de prisioneros.
B: Además, sin grado militar no podías estar en las islas Malvinas, así que había que esperar el desarrollo del trámite en el barco. Como eso tardaba y por como estaba la situación, nos quedamos a trabajar en el barco, que tenía quirófano y estaba muy bien equipado.
—¿En algún momento se preguntaron qué hago acá o temieron por sus vidas?
M: No.
B: Nosotras, unas inconscientes. Cuando salíamos afuera a fumar veíamos los bombardeos sobre nuestras cabezas y decíamos: “Hay que volver a trabajar”.
M: Además nosotras estamos preparadas para situaciones de emergencia. No es que seamos frías, pero tenés que dejar el sentimentalismo de lado.
—¿Cómo fue la vuelta?
M: No fue agradable. De un golpe todo había terminado. Lloramos porque no podíamos seguir ayudando.
B: Además nos habían hecho firmar un documento que decía que no podíamos contar a la prensa lo que había pasado. Por mucho tiempo no dimos entrevistas. Pasaron de diez a veinte años hasta que hablamos.

Un rompehielos transformado en hospital

En la Guerra de Malvinas hubo seis buques hospitales, cuatro británicos y dos argentinos, que socorrieron a los heridos, enfermos y náufragos, asistiéndolos  y trasladándolos a un lugar seguro y adecuado para su recuperación.  A partir del 1° de junio de 1982 se dispuso del rompehielos ARA Almirante Irízar y del transporte polar ARA Bahía Paraíso. Ambos fueron adaptados en poco menos de cinco días con unidades hospitalarias con una capacidad para cientos de camas, un hangar para helicópteros, quirófanos, laboratorios, salas de rayos y de yesos, terapia intensiva y más consultorios. A este buque llegaron seis instrumentistas quirúrgicas: Silvia Barrera, Susana Maza, Norma Navarro, Cecilia Ricchieri y María Marta Leme, del Hospital Militar, y María Angélica Sendes de Campo de Mayo. Todas tenían entre 23 y 27 años.
Su llegada fue dura. Los marinos no las esperaban, pero después terminaron dándoles consejos. “No estábamos acostumbradas al movimiento del barco, nos daba náuseas. Así que ellos nos decían que comiéramos pan y puré de papa y con eso se nos pasaba”, recuerda Silvia. Operar sobre aguas no es una tarea sencilla. También rememora que para las intervenciones se ataban con gasa a las camillas.
* Nota publicada en la edición impresa de DIARIO PERFIL

viernes, 3 de enero de 2014

ARA: Los buques hospitales argentinos

Los buques hospitales argentinos

Los buques hospitales durante el conflicto de Malvinas: Seis buques hospitales actuaron durante el conflicto de Malvinas, cuatro británicos y dos argentinos. La finalidad de los buques hospitales fue estrictamente humanitaria en cumplimiento de las normas de la Convención de Ginebra del 12 de agosto de 1949, creada para aliviar la suerte que corren los heridos, los enfermos y los náufragos de las Fuerzas Armadas en campaña y en el mar. De esta forma, socorrieron a los heridos, a los enfermos y a los náufragos, asistiéndolos y trasladándolos a un lugar seguro y adecuado para su recuperación. Para que puedan haber llevado a cabo su labor, en los Convenios Internacionales existentes al comenzar el conflicto, se previó que dichos buques bajo ningún concepto, podrían ser atacados, ni capturados, y que siempre serían respetados y protegidos. El respeto y la protección de los buques hospitales por todos los contrincantes dependieron de cuatro condiciones: 1- Comunicar a la parte adversa de las características del buque (notificación).Nombre del buque, dimensiones, nombre del comandante o capitán de la nave , etc. 2- Tomar las medidas necesarias para que pueda ser identificado( identificación y señalamiento ). Todos los hospitales tuvieron la totalidad de su casco pintado color blanco, con grandes cruces rojas en sus bandas y en sus frentes. Durante la noche navegaban totalmente iluminados, en particular sus cruces rojas. 3- No entorpecer ni colaborar por ningún motivo con los combatientes de cualquier bando. 4- Estar sometidos al derecho de control por parte de los adversarios o de la Cruz Roja Internacional. De hecho, las autoridades de ambos bandos lo ejercieron, permaneciendo además, a bordo de cada buque y a lo largo del conflicto, un veedor de nacionalidad suiza, perteneciente a la Cruz Roja Internacional. A estos fines, los buques de la Armada Argentina, Rompehielos ARA "Almirante Irízar" y Transporte Polar ARA "Bahía Paraíso" fueron adaptados en los Talleres y Arsenales de la Base Naval de Puerto Belgrano en poco menos de cinco días de trabajos corridos. Las numerosas dificultades que se presentaron para dotar a buques diseñados como logísticos antárticos, de todas las capacidades de hospitales flotantes, fueron eficientemente superadas gracias a la imaginación, voluntad y esfuerzo de las dotaciones del buque y de los talleres generales de la base naval y al conocimiento e iniciativa de los profesionales médicos del Hospital Naval de Puerto Belgrano. Fueron refaccionados todos los interiores y convertidos en modernas unidades hospitalarias con una capacidad para cientos de camas, interconexiones directas desde las Salas de Recepción y Clasificación de Heridos con las demás dependencias; dotados de helipuerto y hangar para helicópteros; quirófanos equipados totalmente; laboratorio de análisis clínicos y hemoterapia; salas de rayos y de yesos; terapia intensiva, consultorio odontológico; sala de quemado; servicio de agua potable ilimitado; ventilación y calefacción en todos sus locales, frigoríficas, lavaderos, cocinas, etc. Junto con la tarea de reacondicionamiento de los buques, se organizó en cada uno, el Departamento de Sanidad en Combate, con cobertura especifica en cirugía, traumatología, bioquímica y farmacia, cirugía maxilofacial, clínica medica, quemados, cardiología, oftalmología, odontología, anestesia, etc. Un tercer buque hospital fue adaptado a partir del Buque Oceanográfico ARA “Puerto Deseado”, (Q-8) perteneciente al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICET) y operado por la Armada como parte del Servicio de Hidrografía Naval, quien hasta ese momento se había desempeñado como parte de la Operación “León I”, llevada a cabo en conjunto con otros buques de la Armada a efectos de efectuar el Control del Tránsito Marítimo en la desembocadura del Río de la Plata. Finalizada la transformación del Deseado, con su casco color Blanco, las Cruces Rojas en sus bandas y sesenta camas disponibles, la precipitación de los hechos del 14 de Junio y la lentitud de su reconocimiento como buque hospital en la ONU, impidieron que concluyera su traslado al TOAS. El “Deseado” tiene 2400 Tns de desplazamiento, 78 metros de largo y 15,8 de ancho. El Buque Hospital ARA “Bahía Paraíso”, fue el primero en zarpar hacia el TOAS; Mientras se realizaban los trabajos de transformación en la Base Naval de Puerto Belgrano, el 27 Abril se dispuso que iniciara su viaje sin haberlas finalizado. Ya modificado quedó con una capacidad de 328 camas; helipuerto y hangar para dos helicópteros (un Puma del Ejército y un Allouette III de la Armada), dos lanchas sanitarias; cuatro quirófanos; un laboratorio de análisis clínicos y hemoterapia; dos salas de rayos, una de yesos; una terapia intensiva con capacidad para diez camas; un consultorio odontológico; una sala de quemados con capacidad para 20 internado; etc. En total se le embarcaron como dotación sanitaria 85 profesionales y técnicos, contándose entre ellos 17 médicos, 4 odontólogos, 2 bioquímicos, dos voluntarios ( un traumatólogo y un laboratorista), 73 Enfermeros y el apoyo de un capellán naval Se desempeño como Director del Hospital Flotante el Capitán de Fragata Médico Juan Antonio López, secundado por el Capitán de Corbeta Medico Pascual Pellicari. El 3 de junio estuvo listo a zarpar como buque hospital, el Rompehielos ARA "Almirante Irizar”, realizándose su transformación a partir del 1ro. de Junio en menos de 48 horas, quedando dotado de 260 camas de internación, dos salas de terapia intensiva, dos quirófanos, un quirófano maxilofacial, una sala de terapia Intermedia, dos salas de terapia general, Laboratorio Bioquímico, Sala de Radiología, Sala de Yesos, Laboratorio de Hemoterapia, Sala de Tratamientos Hipebáricos, Sala de Quemados, Helipuerto y Hangar para dos helicópteros (dos SH-3 Sea King de la Armada) y cuatro lanchas sanitarias. Al Irizar se le embarcaron, como dotación del hospital, 40 profesionales y técnicos de la salud, entre los que se contaba con 14 médicos, dos Odontólogos, dos bioquímicos, un sacerdote y veintiún enfermeros. Sobre la última semana del conflicto embarcaron por helicóptero desde Comodoro Rivadavia, siete civiles voluntarias instrumentistas quirúrgicos femeninos del Ejército, destinados inicialmente al Hospital Militar de Malvinas, las que, por los avatares del conflicto, permanecieron aportando sus conocimientos y esfuerzos en los quirófanos del Irizar. Se desempeño como Director del Hospital Flotante, el Capitán de Corbeta Medico Roberto Sosa Amaya, secundado por el Capitán de Corbeta Médico Roberto Olmedo. El esfuerzo sanitario total llevado adelante por la Armada entre los dos buques hospitales queda explicitado por las 588 camas para internados, los 144 profesionales y técnicos de la salud embarcados, entre ellos 31 médicos, 6 odontólogos, 4 bioquímicos, 7 instrumentistas, 94 enfermeros y el apoyo de dos sacerdotes capellanes navales. A esto debe sumarse la capacidad de los hospitales permanentes de las Bases Navales y Aeronavales de Ushuaia, Puerto Belgrano, Comandante Espora, Punta Indio, Rio Santiago y Buenos Aires.

ARA Irizar

Buque Almirante Irizar y el Yehuin en Puerto Argentino. (Foto Eduardo Rotondo).
Rompehielos ARA Almirante Irizar
Buque Hospital ARA “Bahía Paraíso”

Créditos de las imágenes a quien corresponda.