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domingo, 21 de septiembre de 2025

Libro revela actas secretas de ayuda militar chilena a Gran Bretaña

 

El libro que desclasificará el crucial apoyo chileno a Inglaterra en la guerra de Malvinas

Los periodistas chilenos Mauricio Palma y Daniel Avendaño investigan sin límites de tiempo para un texto que revelará, con documentos y relatos humanos, la colaboración militar de Chile con el Reino Unido durante el conflicto de 1982.

Agenda Malvinas


La fallida operación Mikado realizada por comandos británico entre el 16 y 17 de mayo de 1982, y que contó con la estrecha colaboración con la Fuerza Aérea de Chile.

En el panorama de la historiografía latinoamericana, un nuevo y revelador capítulo se está escribiendo. Los periodistas chilenos Mauricio Palma Zárate y Daniel Avendaño Caneo se encuentran en la fase final de una investigación exhaustiva y sin precedentes que dará vida a un libro sobre uno de los episodios más delicados y menos divulgados de la historia reciente de la región: el apoyo estratégico, militar y de inteligencia del gobierno chileno de Augusto Pinochet al Reino Unido durante la Guerra de las Malvinas en 1982.

La obra, pactada con el gigante editorial Penguin Random House y con una publicación prevista para el primer semestre de 2026, no se limita a enumerar hechos; busca reconstruir una historia humana y política compleja, basada en documentación concreta y testimonios de sus protagonistas.

Orígenes

El origen de este proyecto se remonta a una curiosidad periodística alimentada por mitos y silencios. Como explican los autores, su método se caracteriza por una paciencia investigativa fuera de lo común. “Siempre nos ha interesado investigar temas que circulan, ciertos mitos y tratamos a partir de la investigación profunda, exhaustiva, sin límite de tiempo, a nosotros eso es algo que nos caracteriza, no nos ponemos límite de tiempo hasta que nosotros conseguimos lo que creemos es lo fundamental”, relatan.

El 40° aniversario del conflicto les dio el impulso final, pero fue una estancia en Londres la que proporcionó el punto de partida crucial. “Por razones familiares, me tocó vivir un año en Londres y ahí fui al Archivo Nacional de Londres a revisar los documentos que ellos tenían. Y ahí yo creo, que es un súper buen punto de partida”. Este acceso a archivos británicos, que han tenido distintas etapas de desclasificación, les permitió encontrar información inédita: “En los últimos dos o tres años han habido documentos importantes a los que tuvimos acceso y que obviamente a partir de eso se nos abrieron líneas de investigación”.

Para los periodistas, que eran solo niños durante la guerra, el tema siempre estuvo cubierto por un manto de silencio impuesto por la dictadura. “Acá en Chile nunca se habló mucho sobre el tema de la guerra de las Malvinas. Porque en ese tiempo la dictadura lo que hacía era efectivamente tratar de tapar toda esta cosa, toda esta mugre para ellos debajo de la alfombra. Entonces mientras menos el país lo supiera, mucho mejor para ellos”, afirman.

Su único recuerdo infantil era la potente canción de León Gieco “Sólo le pido a Dios”, una referencia lejana a un conflicto que sentían ajeno. “Escuchábamos la canción de León Gieco... y yo siendo un niño me acordaba que era muy fuerte escuchar 'el monstruo grande que pisa fuerte', para nosotros, una cosa súper increíble”.

Ese silencio es precisamente lo que su trabajo busca romper, transformando la especulación en evidencia: “Nosotros precisamente lo que estamos tratando de reconstruir son historias múltiples con respecto al apoyo chileno a los ingleses, y con historias súper concretas, muy concretas, con documentación. Ya deja de ser un mito, sino que hay documentación concreta” afirman.

Estrategias

El libro se propone explicar las razones detrás de esta colaboración, que para la junta militar chilena tenía una lógica estratégica ineludible. Los autores rescatan la justificación del entonces Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea, Fernando Matthei: “Se está quemando la casa del vecino y yo tengo que proteger la mía”.

Este temor a una eventual invasión argentina no era infundado, según su investigación, ya que “también ha existido un documento por parte de los militares argentinos que señalaban que el próximo paso era la invasión chilena”.

El punto de inflexión que comenzó a resquebrajar el secreto fue, irónicamente, la detención de Pinochet en Londres en 1998. “Desde ese momento, Margaret Thatcher decide como argumento estratégico comunicacional decir, 'este amigo de Inglaterra que era Pinochet, que nos ayudó, es importante que se sepa'”.

Más allá de la alta política, los autores destacan los profundos lazos históricos que facilitaron esta alianza. “El gran aliado que ha tenido la Fuerza Armada chilena a lo largo de su historia son precisamente las Fuerzas Armadas del Reino Unido”, explican, citando desde la fundación de la Armada chilena por Lord Cochrane hasta la formación de los servicios de inteligencia con el MI6. “Muchos de los integrantes de las Fuerzas Armadas chilenas hacían sus pasantías en Inglaterra, entonces no era un aliado casual”. Este vínculo se entronca incluso en la idiosincrasia nacional: “Los chilenos nos hacemos llamar 'los ingleses de Latinoamérica'... el vínculo del Reino Unido con Chile es bastante estrecho a lo largo de la historia”.

Protagonismos

Uno de los hallazgos significativos de su investigación es el rol más protagónico de la Armada chilena, tradicionalmente opacado por el de la Fuerza Aérea. Descubrieron que el almirante José Toribio Merino, otro anglófilo confeso que “tenía su gran líder histórico, era el general Nelson”, fue un articulador clave.

“La Armada Chilena son los primeros que alertan a la Junta Militar Chilena en decir que se viene un ataque a las Malvinas” revelan. Incluso manejan documentación que sugiere una escalada mayor: “Existe un documento que fue interceptado incluso por las Fuerzas Armadas Argentinas, en donde se establece todo el proceso de acción que iba a desarrollar la escuadra chilena... y en un momento se señala, que en caso de ser necesario, estamos listos para que el 19 de abril de 1982 podamos ser partícipes de los ataques”, contra la Argentina.

Historias dentro de la historia

El libro también se adentrará en las historias humanas detrás de la gran estrategia. Quizás la más conmovedora es la búsqueda de la identidad de dos soldados argentinos rescatados por el barco chileno Piloto Pardo tras el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano. “Hemos estado trabajando en los últimos dos años directamente en tratar de llegar a la identidad de estos dos héroes argentinos. Ha sido un proceso muy largo”, detallan.

Una pista crucial es un anillo de matrimonio: “Uno de ellos tenía un anillo, que se había casado en marzo de 1982, ese es un dato que para nosotros pudiese ser muy importante”.

Este esfuerzo investigativo ha sido posible, según dicen, gracias a la sorprendente colaboración recibida desde Argentina. “Nos sorprende, gratamente, es el apoyo que hemos tenido de las fuentes argentinas hacia esta investigación, han sido muy amables, muy abiertos, son más abiertos en la Argentina que en Chile”, reconocen, agradeciendo el apoyo de excombatientes, veteranos e incluso de las propias fuerzas armadas argentinas.

Objetivos

El objetivo final trasciende lo meramente histórico. Los autores visualizan su trabajo como un puente entre ambas naciones. “Creemos que este libro puede ser un aporte a conocer la historia, a conocernos más el chileno y el argentino”, reflexionan, aludiendo al fin de la rivalidad chauvinista que caracterizó a generaciones pasadas. “Nuestro libro apunta a eso, a una especie de rescate de la esencia de Latinoamérica, de que efectivamente somos países hermanos”, asienten.

Con una narrativa periodística accesible, buscan llegar especialmente a las nuevas generaciones para quienes Malvinas “es prehistoria”, asegurando que este episodio, cargado de secretos, lealtades complejas y dramas humanos, “merece ser revisitado y contado”.

Mauricio Palma Zárate y Daniel Avendaño Caneo no aspiran a ser definitivos, sino a sumarse a la tradición historiográfica con rigor y una mirada fresca, centrada en las personas que, desde las sombras, escribieron un capítulo clandestino de la guerra.




sábado, 6 de julio de 2024

Libro sobre la ayuda militar peruana a nuestro país

El libro que revela documentos inéditos sobre la ayuda de Perú a la Argentina durante la guerra de Malvinas

El texto relata los esfuerzos del presidente Fernando Belaunde Terry para evitar el conflicto armado en el Atlántico sur. Cómo fueron las intentos diplomáticos y el pedido de una tregua desde Lima


Fernando Belaunde Terry fue presidente del Perú en dos oportunidades. Fue un firme impulsor de la unidad latinoamericana (Foto libro "La intervención del Perú en la controversia de las Islas Malvinas")

Es por todos conocida la postura de Lima en su apoyo a la Argentina durante el conflicto del Atlántico Sur. Sin embargo, en el libro “La intervención del Perú en la controversia de las islas Malvinas”, de Víctor Andrés García Belaunde, se revela el esfuerzo por llegar a una solución pacífica

El libro relata la guerra de Malvinas según la visión peruana. Ya en la frase que abre una lectura apasionante de la trastienda diplomática tanto de los prolegómenos de la guerra como de los enfrentamientos bélicos en si, se revela la postura del Perú respecto a la Argentina: “En esta hora en la que la nación argentina es víctima del bloqueo bélico y de sanciones económicas injustificables, expreso a vuestra excelencia la decisión del Gobierno y pueblo peruanos de prestar todo el apoyo a nuestro alcance en la defensa de sus legítimos intereses nacionales y de la causa de la unidad latinoamericana”. Firmado por el presidente Fernando Belaunde Terry. Está fechado el 30 de abril de 1982.

El libro constituye un aporte histórico para los estudiosos del conflicto, más aún cuando su autor era un joven de 29 años y sobrino del presidente, cuando se desempeñó como secretario del Consejo de Ministros entre 1980 y 1982, transformándose en un testigo privilegiado de los esfuerzos diplomáticos por no llegar al enfrentamiento en el campo de batalla.

La mediación peruana era noticia. Hasta el ataque al crucero General Belgrano, Belaunde Terry no había perdido las esperanzas (Diario La Nación del 2 de mayo de 1982)

García Belaunde echa por tierra la opinión mezquina de los que aventuraron que Perú apoyó a la Argentina con la esperanza de obtener un aliado en sus reclamos a Chile por los territorios perdidos durante la guerra del Pacífico.

Nada más alejado de la realidad de entonces: una encuesta realizada en Perú indicó que en mayo de 1982 85,8% respaldaba a la Argentina y un 71,8% estaba dispuesto a ir a combatir a las islas.

El libro publica dos fotos de aviones Mirage que Perú envió a nuestro país (Fotografía libro "La intervención del Perú en la controversia de las Islas Malvinas")

A través de la lectura de sus páginas, el libro demuestra que el apoyo de Perú a nuestro país no fue circunstancial, sino que obedecía a raíces muy profundas de hermandad y de solidaridad, con antecedentes históricos. Fue crucial el papel de José de San Martín en el proceso independentista peruano, y hubo otros argentinos que se brindaron a servir al país aún a riesgo de su propia vida. Fue el caso de Roque Sáenz Peña quien se enroló como voluntario en el ejército peruano en la guerra que los enfrentó a Chile entre 1879 y 1884.

Cuando el 3 de enero de 1833 los británicos se apropiaron de Malvinas -el autor la describe como “invasión”- el Perú le envió al gobierno argentino documentación del siglo XIX, incluyendo un mapa de 1769, que sostenían que las islas pertenecían a la corona española.

El libro fue presentado en el Palacio San Martín. Contó con la presencia del autor y de diplomáticos de ambos países (TELAM/Raul Ferrari)

“Honestidad, lealtad y solidaridad”, describió el autor como los principales atributos que guiaron a Fernando Belaunde Terry, quien ejerció la primera magistratura en dos oportunidades: entre 1963 y 1968 y entre 1980 y 1985.

El libro ofrece un valioso aporte, que son los cablegramas generados entre Perú, Argentina, Gran Bretaña y Estados Unidos. El primer cablegrama está fechado el 8 de abril de 1982. Hay un nutrido material, que incluyen mensajes entre la cancillería peruana y sus embajadas en Argentina, el Reino Unido y Estados Unidos; están los generados en la embajada del Perú en Buenos Aires, en Londres y en Washington y cablegramas recibidos por el ministerio de relaciones exteriores peruanos. Son una fuente de datos y detalles que pintan los esfuerzos, a contrarreloj, de Belaunde Terry por llegar a una solución pacífica.

En el mismo sentido, queda de manifiesto sus gestiones para encolumnar a las naciones latinoamericanas detrás de la causa Malvinas. Durante su primer mandato, cuando participó de la reunión cumbre de jefes de estado americanos sostuvo una visión integradora de América Latina, idea que puso en práctica durante la guerra.

Con prólogo del presidente Alberto Fernández, el libro brinda una detallada crónica documentada del apoyo peruano a la Argentina

El 3 de abril de 1982 el gobierno peruano emitió su primer comunicado, en el que apoyaba la reivindicación argentina sobre las islas, en el marco del proceso de descolonización estipulado por resoluciones de Naciones Unidas, e instaba a dirimir el conflicto en forma pacífica.

El presidente Terry propuso “una honrosa e inmediata tregua”, a fin de llevar adelante negociaciones diplomáticas. El canciller argentino Nicanor Costa Méndez dijo que valoraba la iniciativa y que el país no se proponía iniciar hostilidades. Su par inglés también agradeció y que se estaban esforzando en llegar a una solución pacífica. Solo ponía un requisito por delante: el retiro de las fuerzas argentinas de las islas.

Apoyado por documentos, Garcia Belaunde describe cómo Gran Bretaña de todas maneras rechazó una tregua de 72 horas que proponía el peruano.

El 30 de abril le mandó un telegrama al general Leopoldo Galtieri, donde manifestaba el apoyo del gobierno y del pueblo peruanos en la defensa de los legítimos intereses nacionales y de la causa de la unidad iberoamericana. “Argentina ostenta títulos ancestrales e inobjetables”, sostuvo.

El libro transmite los esfuerzos del primer mandatario por poder cumplir con la misión que se había impuesto, y las demoras de los dos países en conflicto -Gran Bretaña ponía como condición el retiro de las tropas argentinas y Galtieri admitió que las decisiones debía consultarlas con la junta militar- fueron dos grandes escollos para llegar a buen puerto a lo que se había propuesto: llegar a “una paz digna, justa y oportuna”.

El hundimiento del Belgrano significó el fin del acuerdo de paz. Terry justificó su apuro en las respuestas a las propuestas. Dijo que de haber tenido las respuestas a tiempo, no hubiera ocurrido el hundimiento del crucero. A García Belaunde le parece extraño que los documentos ingleses referidos al Belgrano recién serán desclasificados en el año 2072.

Años después Terry confirmó que sus conversaciones eran grabadas por los servicios secretos ingleses y norteamericanos.

Asimismo, se detalla el envío de una decena de aviones Mirage en una misión secreta, que llegaron tarde al país y que no pudieron ser empleados. También da cuenta de una misión de observadores a la zona del conflicto, a comienzos de mayo. De la misma forma, se describe la triangulación de compra de armamento de Argentina a Israel, que se hizo vía Perú.

Hay un capítulo dedicado a “la ambigua reacción de Chile”, en el que el autor hace “un balance imparcial” del país vecino en su ayuda a Gran Bretaña.

Víctor Andrés García Belaunde es abogado, político y empresario y su obra se presentó en la Feria Internacional del Libro en Lima. También trajo su libro a Buenos Aires y lo difundió en un acto realizado en el Salón Libertador del Palacio San Martín, que estuvo encabezado por el secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, Guillermo Carmona. Además del autor, participaron el embajador argentino en Lima, Enrique Vaca Narvaja; su par de Perú en Buenos Aires, Peter Camino Cannock, y la directora nacional de Malvinas e Islas del Atlántico Sur, Sandra Pitta.

García Belaunde habló de la unidad en el pueblo peruano en torno a las Malvinas, que es la misma unidad de la que hablaba José de San Martín cuando contribuyó a la liberación de ese país. La semilla había rendido su fruto.

domingo, 11 de junio de 2023

Operación Tabarin para alejar el control argentino de Malvinas en la SGM

Imágenes de una operación de alto secreto de la SGM a la Antártida para establecer bases y mantener a Argentina fuera de las Malvinas



George Winston || War History Online


Base A, Port Lockroy, establecida el 11 de febrero de 1944. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb, 1944; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A119). Copyright: Crown (caducado).



Es fácil imaginar todas las batallas acaloradas del Teatro Europeo de la Segunda Guerra Mundial que tienen lugar en Francia, Bélgica o África del Norte, todas las campañas discutidas en la clase de historia en la escuela.

Pero también tuvieron lugar otras operaciones. Algunos no fueron conocidos en absoluto durante los años de guerra, porque los gobiernos o la prensa no los mencionaron abiertamente.

En un paisaje helado y árido en la Antártida, la "Operación Tabarin" tuvo lugar entre 1943 y 1946. Fue tan importante, a su manera, como cualquiera de las infames batallas que ocurrieron en Europa y el norte de África. Simplemente sucedió "por debajo del radar" y no se habló de ella una vez que se empezó.

Los aliados se preocupaban continuamente por el acceso del enemigo a las rutas de navegación y otras aguas. Eso también era cierto en la Antártida y sus alrededores, donde Gran Bretaña tenía una gran participación en el territorio que había reclamado a principios del siglo XIX. Argentina había comenzado a hacer valer los derechos de las Islas Malvinas plantando su bandera en la Isla Decepción en 1942.


Ubicación de la Isla Decepción en las Islas Shetland del Sur. Foto: Apcbg CC BY-SA 3.0

En consecuencia, Winston Churchill propuso una operación secreta cuyo propósito era doble:
  • vigilar los barcos enemigos que llegan al territorio de Gran Bretaña en la Antártida y 
  • garantizar la autoridad de Inglaterra sobre las Islas Malvinas para proteger el área de Argentina. 
Gran Bretaña tenía la intención de dejar en claro que todavía tenía autoridad en el área, particularmente en las Islas Malvinas.

El equipo de 14 hombres de la Operación Tabarin incluyó a un científico del Museo Británico, y sus diarios acaban de ser publicados en un nuevo libro, The Secret South. El libro detalla la operación, el establecimiento de diferentes bases y las luchas y alegrías de un viaje tan arduo.

 
Descarga de tiendas para establecer la Base A en Port Lockroy, 1944. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A1 / 29). Copyright: Crown (caducado).

Algunos historiadores ven la Operación Tabarin como la expedición más singularmente vital jamás realizada por Gran Bretaña para continuar su investigación sobre la Antártida y sus recursos. Condujo al establecimiento de una instalación de investigación de vanguardia que examinó la geografía, el clima y otras ciencias naturales.

El líder de la operación, James Marr, era un zoólogo marino. Él y el gobierno británico reclutaron a otros hombres para el viaje cuyos talentos y habilidades se prestaron a los objetivos de la expedición.

 
Cdr James Marr, RNVR, líder de Tabarin, 1943-44. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A7). Copyright: Crown (caducado).

Ivan Mackenzie Lamb fue uno de esos hombres aventureros. Se unió a los largos e intensos viajes en trineo a través de la isla Wiencke y a otro viaje de 800 millas alrededor de la isla James Ross. Lamb contribuyó directamente al establecimiento de bases tripuladas en Deception Island, Hope Bay y Goudier Island. Las bases se erigieron lentamente durante el período de dos años del viaje.

 
Capitán Andrew Taylor RCE, topógrafo y líder de expedición durante el segundo año de Tabarin. Taylor asumió el mando con muy poca antelación y fue instrumental en el éxito de la temporada 1945-46. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / A8 / 0). Copyright: Crown (caducado).

Las fotografías de Lamb en The Secret South revelan la camaradería, y las tribulaciones, de una tarea tan difícil. Pero los editores del libro señalan que, además de su habilidad detrás de la cámara y su experiencia científica como botánico, Lamb aportó algo más al viaje:

"De alguna manera", escriben, "quizás los [aspectos] más importantes del carácter de Lamb, al menos cuando se juzga en el contexto peculiar de una expedición polar, fueron su empatía y amabilidad".


Victor Marchesi, capitán del barco de apoyo a la expedición, HMS William Scoresby, y el segundo al mando. (Fotógrafo: Michael Sadler; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/2 / E402 / 43a) Copyright: Crown (caducado).

El gobierno británico insistió en que su preocupación por los barcos enemigos que perturbaban las líneas de suministro era la única razón de la expedición. Sin embargo, eso no era del todo cierto.

También le preocupaba la insistencia de Argentina en que las Islas Malvinas eran su territorio legítimo. La Operación Tabarin ayudaría a asegurar los derechos de Gran Bretaña en la Antártida y las Malvinas estableciendo bases permanentes y tripuladas.


Norman Marshall (zoólogo) trabajando en el laboratorio de la Base D, Hope Bay, 1945. (Fotógrafo: Ivan Mackenzie Lamb; Reproducido por cortesía del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19/1 / D194). Copyright: Crown (caducado).

De hecho, esta operación secreta sería una de las razones por las que Gran Bretaña y Argentina se enfrentaron en 1982 durante un conflicto de 10 semanas llamado Guerra de las Malvinas, aunque ninguna de las partes declaró formalmente la guerra. Aún así, el asunto nunca se ha resuelto: cada país todavía cree que el territorio es legítimamente suyo.

Los diarios de Lamb, publicados 70 años después de su viaje a la Antártida, revelan otro capítulo más en las operaciones hasta ahora desconocidas llevadas a cabo por los Aliados para disuadir a los alemanes en cada punto de acceso. Ningún barco enemigo se acercó mientras los hombres estaban allí, y Lamb regresó a Gran Bretaña cuando expiró su contrato de dos años.


William Scoresby acercándose a la Isla Decepción, 1944. (Fotógrafo: James Edward Farrington, operador de radio; cortesía reproducida del Servicio Británico de Archivos de la Investigación Antártica. Archivos ref: AD6 / 19 / 1A / 201/3). Copyright: Crown (caducado).

Los editores también señalan: "Cualesquiera que sean los objetivos quijotescos que lo motivaron a unirse a la expedición, no puede haber ninguna duda sobre la contribución de Lamb al éxito de la Operación Tabarin".


Tapa del libro.

El libro The Secret South: A Tale of Operation Tabarin ya está disponible en Amazon.

sábado, 4 de febrero de 2023

El explorador Charles Barnard en el Puerto Coffin

Una aventura en Malvinas: un motín, un naufragio, gauchos armados y cinco hombres abandonados durante 534 días

Mientras en nuestro país tenía lugar la revolución de Mayo, las islas del Atlántico Sur se convirtieron en tierra de cazadores de lobos marinos y balleneros. En el medio, la guerra entre Estados Unidos y Gran Bretaña desató una historia apasionante, que incluyó hambre, traiciones y el primer nacimiento en este territorio

Grabado que muestra las actividades de recorrida de los cinco hombres durante los largos meses de permanencia en las islas. Se destaca en el fondo el refugio que construyeron para su larga estada, hecho de turba y piedras y las vestimentas que se confeccionaron con pieles de lobos marinos.

La historia muchas veces atesora acontecimientos extraordinarios bajo un halo de penumbra. Estos hechos, desconocidos por la mayoría de argentinos e ingleses, son un claro ejemplo de esto. Una vez más, aquí la realidad supera a la ficción.

Malvinas y el éxodo español

Corría el mes de Febrero de 1811 cuando la guarnición militar española destacada en Malvinas y dependiente del Apostadero Naval de Montevideo (a cuyo mando se encontraba Pablo Guillén Martínez), es llamada por el gobernador Gaspar de Vigodet, para participar en las luchas contra los revolucionarios de Buenos Aires que buscaban la independencia.

Desde el 2 de Abril (ironías de la historia) de 1767 los españoles se hallaban instalados en Puerto Luis (rebautizado luego como Puerto de Nuestra Señora de la Soledad), habiendo administrado los recursos de las islas y alejado a los intrusos extranjeros que permanentemente intentaban depredar lobos marinos y ballenas. Pero había llegado la hora del éxodo. Antes de partir, se cerraron los edificios y se colocó una placa de plomo en el torreón de la iglesia que decía: “Esta isla, con sus puertos, edificios, dependencias y cuanto contiene pertenece a la soberanía del señor don Fernando VII, rey de España y sus Indias, Soledad de Malvinas, 7 de febrero de 1811, siendo gobernador Pablo Guillén”. Finalmente se soltó el ganado doméstico presente en el asentamiento, que no tardó en reunirse con las más de 5000 cabezas que ya vagaban por los campos.

Miles de lobos y elefantes marinos fueron perseguidos y cazados de a miles por ingleses y norteamericanos durante los siglos XVIII, XIX y bien entrado el siglo XX. Fotos: Marcelo Beccaceci.

Tras la salida de los españoles, las isIas se convirtieron en dominio de balleneros y cazadores de lobos y elefante marinos provenientes, en su mayoría, de Estados Unidos e Inglaterra.

Cabe destacar, sin embargo, que ya el 25 de mayo de 1810 comenzaba la embrionaria existencia de nuestro país y las Malvinas, como el resto de nuestro territorio, serían gobernadas en adelante por las Provincias Unidas del Río de la Plata. De hecho su primer gobierno, la Primera Junta, atendió los reclamos administrativos del hasta entonces penúltimo comandante militar español en Malvinas, Gerardo Bordas: El 30 de mayo de 1810 la Primera Junta de la Revolución de Mayo respondió la petición para que le erogaran sus sueldos con una resolución firmada por Cornelio Saavedra y Juan José Paso: “…que para los gastos y pagamentos se considere en adelante el establecimiento de Malvinas como un buque navegando y todos los empleados de destino como dependientes del mismo buque…”.

Acontecimientos extraordinarios

Año 1812. Puerto de Nueva York. Charles H. Barnard, un experimentado lobero a pesar de contar con sólo 30 años de edad, recibe un magnífico bergantín de 132 toneladas, el Nanina, para una nueva misión a Malvinas. Los propietarios de la nave le piden que se dirija a la zona para obtener unos cientos de cueros de lobos marinos, los que luego serían embarcados hacia Canton, China, en otro buque más grande, el cual sería enviado más tarde.

Las Islas Malvinas desde el espacio

Al finalizar la temporada de caza, Barnard enviaría a Nueva York a su padre Valentine al mando del Nanina y se quedaría esperando la llegada del carguero junto a un grupo de hombres custodiando los cueros.

Era una de las tantas operaciones comerciales que se realizaban en esos años en la costa este de los Estados Unidos y que enriquecían tanto a armadores navales como a hombres de negocios y capitanes a expensas de la irracional explotación de la fauna silvestre de las islas.

El día 7 de Septiembre de 1812 llega la expedición a la costa de New Island, en el oeste del archipiélago. En pocos días arman una chalupa para salir a explorar los islotes cercanos y obtener la mayor cantidad de cueros posible. Apenas habían transcurrido unos días cuando Barnard se reúne con el capitán de un barco norteamericano, quien le manifiesta que había estallado una guerra entre Estados Unidos e Inglaterra hacía tres meses.

Portada de “El naufragio del Isabella” por David Miller. Apasionante y minuciosa obra sobre los avatares de todos los involucrados en los acontecimientos. Año 1995.

Sucedió que, aprovechando un conflicto armado entre este último país y la Francia napoleónica, los estadounidenses había aprovechado para invadir los territorios canadienses pertenecientes al Imperio Británico. Entre otras causas de la guerra, se sumaban las restricciones al comercio impuestas por el Reino Unido debido a la guerra que mantenía en Europa contra Francia, el reclutamiento forzado de marineros mercantes estadounidenses para servir en la Marina Real Británica y el apoyo británico a los pueblos indígenas de Norteamérica que se oponían a la expansión de Estados Unidos.

Ante este giro en los acontecimientos, y a pesar de que su compatriota le entregara cartas de sus patrones donde le pedían que regresara a Estados Unido cuanto antes, Barnard decide finalmente ocultarse por un tiempo en el sector más occidental del archipiélago, con el fin de evitar los barcos balleneros ingleses que pululaban por las islas.

Zorro Malvinero. Especie ya extinguida de las islas Malvinas.

Sin embargo, en el mes de Abril de 1813 los marineros de la chalupa divisaron una columna de humo proveniente de una de las islas cercanas llamada Eagle (hoy Speedwell). Al regresar al buque se reunieron con el capitán y luego de evaluar los hechos decidieron que un grupo comandado por Barnard se acercara al lugar con la embarcación más chica y dejando el buque a resguardo, aún a costa de encontrarse con ingleses e incluso con españoles ya que algunos presumían que aún estaban en la zona aunque se habían ido marchado hacía ya dos años.

Lo cierto es que el 8 de febrero, el Isabella, un barco británico de 193 toneladas en ruta de Port Jackson, Australia a Londres, había encallado frente a la costa de la isla Eagle. Entre los 52 pasajeros y la tripulación del barco, todos los cuales sobrevivieron al naufragio, se encontraban ex presidiarios, delincuentes varios, mujeres de avería, militares de mala reputación y sin escrúpulos y un capitán que estaba ebrio la mayor parte del tiempo y causante del desastre de la nave. Todos ellos lograron llegar a la costa sanos y salvos.

El general José Rondeau fue quien le manifestó que podría facilitarle a Lundin y su grupo llegar a Montevideo bajo una bandera de tregua, pero le advirtió que un buque británico zarparía de Buenos Aires

También a bordo estaba Joanna Durie, esposa de un militar, quien el 20 de febrero había dado a luz, en la playa y con la ayuda de dos mujeres, a la primera persona nacida en las islas, una niña llamada Eliza Providence Durie, en una cabaña improvisada y construida con restos de la nave.

Al día siguiente de este acontecimiento, tuvo lugar la despedida de una canoa de 6 metros de largo (construida con los restos de la Isabella), con los seis hombres que se habían ofrecido como voluntarios para buscar ayuda en cualquier puesto de avanzada español que pudieran encontrar. La idea era llegar al menos hasta Puerto Soledad situado al noreste. Por ese entonces ninguno de ellos sabía que el mismo había sido abandonado hacía un tiempo.

La canoa, construida por un carpintero, estaba provista de un pequeño mástil, una vela y un sobretecho y fue bautizada como Faith and Hope (Fe y Esperanza).

Dos semanas más tarde llegaron al lugar y sólo encontraron manadas de ganado salvaje deambulando entre los restos del asentamiento compuesto por chozas derruídas y una capilla. Fue un duro golpe para estos hombres pero así y todo tomaron la desesperada decisión de cruzar al continente desafiando al temible Atlántico Sur con su pequeña canoa y a lo largo de cientos de kilómetros. Pondrían rumbo a Montevideo, evitando en lo posible las desoladas costas patagónicas, con la presunción de que los portugueses de la zona serían más amigables con ellos que los españoles de Buenos Aires.

Carta náutica confeccionada por el capitán Charles Barnard e incluida en su libro de 1829.

Antes de dejar Malvinas cazaron cerdos salvajes y cauquenes y subieron a bordo algunos repollos encontrados en una huerta abandonada por los españoles.

Habrían de llegar a la boca del Río de la Plata 34 días después de su partida. Mientras tanto sus compañeros dejados en tierra no albergaban ya muchas esperanzas de ser rescatados…

A pesar de que alcanzaban a divisar muy a lo lejos el cerro de Montevideo, la canoa fue empujada por los fuertes vientos hacia la costa bonaerense. Lograron hacer pie en una playa y salieron a su encuentro varios gauchos armados. El líder de ese grupo exigió a uno de los tripulantes llamado Lundin, arriar la bandera británica que este había izado minutos antes en el mástil. Así se hizo. Luego Lundin, en español preguntó si los ingleses eran considerados allí amigos o enemigos.

¡Enemigos! fue la respuesta del líder de la partida. Mientras los gauchos se acercaban a ellos en forma amenazante, Lundin recordó que tenía su uniforme de granadero guardado en la bodega de la embarcación. No perdió tiempo y se lo puso. El colorido uniforme escarlata y las brillantes charreteras de plata impresionaron a los gauchos. De inmediato, apareció en escena un grupo de soldados, cuyo capitán, llamado Antonio, les comunicó que habían llegado en medio de una guerra ya que el ejército de Buenos Aires estaba atacando a las fuerzas realistas de Montevideo.

Cauquenes de Malvinas. Fuente de alimentación para los navegantes que circulaban por las islas. Foto: Marcelo Beccaceci.

Lundin, siempre luciendo su uniforme, fue llevado ante la presencia de diferentes oficiales hasta que al día siguiente compareció ante el General José Artigas. Este último se enteró de la increíble travesía que había tenido origen en Malvinas y le dijo a Lundin que debería entrevistarse con el General Rondeau, cuyo campamento se encontraba cerca de allí, ya que él no podía decidir de que manera ayudarlo. Luego de escuchar los hechos, Rondeau manifestó que podría facilitarle a Lundin y su grupo llegar a Montevideo bajo una bandera de tregua pero le comentó que en el puerto de Buenos Aires había un buque de guerra británico que tal vez pudiera ayudarlos. Fue entonces que los británicos volvieron a su bote y se dirigieron hacia allí encotrándose finalmente con el Capitán Heywood a bordo del Nereus quien rápidamente dispuso que el oficial William P. D’Aranda al comando de la nave Nancy partiera el 17 de Abril al rescate de quienes esperaban en Malvinas.

Pero volvamos a Barnard y sus hombres. Esta es la descripción del capitán al aproximarse a la isla y divisar un grupo de personas en su costa (incluida en su obra A Narrative of the Sufferings and Adventures of Capt Charles H. Barnard.1829): “Inspeccionando a los hombres vi con placer que uno o dos de ellos tenían uniformes de marinos británicos, y por lo tanto no eran los temidos españoles. A pesar que eran enemigos de mi país no sentí peligro o pérdida por aliviarlos de su peligrosa situación ya que sentí la seguridad que, al prestarles ayuda, se unirían conmigo con los más fuertes lazos de gratitud. Desafortunadamente, era imposible para mi sospechar las dificultades y los sufrimientos en los que me involucraría por cerca de cuatros largos y miserables años, casi dos de ellos pasados en una inclemente, desolada e inhabitada isla”.

Además de los cerdos salvajes, introducidos por el hombre en las islas, la carne y los huevos de las aves marinas como los albatros y pingüinos fueron imprescindibles para la supervivencia de Barnard y sus hombres. Fotos: Marcelo Beccaceci.

Durante su encuentro con los náufragos Barnard manifestó su interés en ayudarlos y rescatarlos de la terrible condición en la que se encontraban, a pesar de que, con los restos del naufragio, los sobrevivientes habían construido pequeñas chozas y contaban con numerosas provisiones que habían sido trasladadas desde la Isabella hasta la isla.

El capitán Barnard iría en busca de Nanina con la chalupa y varios británicos, para acondicionarlo y luego llegaría al sitio del naufragio para transportarlos hasta el continente, aunque eso significara un gran atraso en sus planes de cacería de lobos marinos.

Es en esa oportunidad cuando el norteamericano comete el error de comunicarles que Estados Unidos se hallaba en guerra con el Reino Unido, algo que desconocían los tripulantes de la Isabella al tiempo de partir de Australia. Desde ese momento, entre los súbditos británicos más inescrupulosos comenzaron a germinar conspiraciones para apoderarse del Nanina.

Una vez que Barnard tomó nuevamente posesión de su nave, comenzó con los preparativos para zarpar hacia la isla Eagle y rescatar a los que aguardaban. Sin embargo. el mal tiempo impidió que esto se concretara de inmediato y ese fue el detonante para que los marinos británicos, en mayor número que los americanos, intentaran presionar al capitán para que saliera en busca de sus connacionales. Barnard comenzó a sospechar que un motín estallaría en cualquier momento y logró sofocar a duras penas algunos cuestionamientos. La espera se fue haciendo más larga ya que las malas condiciones climáticas impedían que el Nanina pudiera navegar con seguridad entre los islotes del archipiélago. Barnard no iba a arriesgar la única nave en condiciones de sacarlos a todos de allí.

El día 11 de Junio, el americano decidió que era imperioso reforzar las provisiones a bordo ya que había que alimentar a un gran número de personas durante la travesía al continente por lo que decidió visitar una isla cercana llamada Beaver en busca de las mismas. Se trataba de una partida de caza para obtener cauquenes, patos, conejos e incluso cerdos salvajes para complementar las bodegas del barco. Fue así que convocó a voluntarios para acompañarlo en la excursión que harían con un pequeño bote, la cual no duraría mucho tiempo. Se presentó de inmediato Jacob Green de su tripulación y tres marineros británicos de la Isabella: Joseph Albrook, Samuel Ansell y Joseph Louder.

El grupo, junto con el perro de Barnard llamado Cent, partió temprano a la mañana siguiente.

Las recorridas de Barnard y sus hombres entre canales, islotes, islas y a campo traviesa.

Quedaban en el barco sólo tres americanos, incluyendo al padre del capitán y un importante número de británicos quienes comenzaron nuevamente a presionar a Valentine Barnard para mover el barco y rescatar a sus compatriotas a lo que el viejo marinero respondió que había que esperar que regresara su hijo con los demás. Sin embargo, los británicos empezaron a organizar los preparativos del viaje y tomaron posesión de la nave. A la mañana siguiente, se decidió que se pararía unas horas en la isla Beaver en busca de Charles Barnard y los demás ya que quedaba en el camino a la isla Eagle. Al llegar al lugar se dispararon dos cañonazos y se envió un bote a la playa pero los cazadores se hallaban lejos de ese sector por lo que no escucharon los disparos.

Fue entonces que los amotinados decidieron marcharse de allí e ir a buscar a los náufragos, abandonando para siempre al grupo de cinco hombres quienes desconocían por completo lo que estaba sucediendo.

Cuando se aproximaban a su destino, divisaron un buque de guerra de bandera británica llamado Nancy, al tiempo que dos botes se acercaban al Nanina. Grande fue la sorpresa de los pocos americanos a bordo cuando vieron que decenas de británicos armados hasta los dientes y profiriendo gritos subieron a la nave para capturarla.

Portada original del libro del capitán Charles Barnard.

Mientras tanto Charles Barnard y sus hombres, luego de una exitosa cacería de cerdos salvajes y con el bote lleno de provisiones, remaron, bien entrada la noche, hacia New Island con el objetivo de regresar al Nanina y preparar el buque para buscar a los náufragos. Lo primero que les sorprendió fue que no podían ver las luces del barco, el cual se suponía estaba anclado en las cercanías. Por lo tanto, se resignaron a pasar una segunda noche acampando en la playa cercana aunque nadie habría de dormir tranquilo.

Al despuntar el día siguiente, realizaron una minuciosa exploración de la costa en busca de alguna botella con un mensaje para ellos, como era costumbre entre marineros cuando tenía lugar alguna contingencia de último momento. Sin embargo, ante la falta del mismo, una sensación de bronca y sorpresa comenzó a instalarse entre ellos. Aún no imaginaban que habían sido abandonados.

Barnard les dijo a sus dirigidos que seguramente Nanina había partido a la Isla Beaver a buscarlos a ellos y que era una buena idea regresar allí para encontrarlos. Trató de levantar el ánimo del grupo diciéndoles que era imposible que hubieran sido abandonados a los horrores y sufrimientos a de esa tierra desolada y hostil. Entonces con el ánimo un poco más optimista decidieron remar nuevamente a la isla Beaver. Grande fue la desilusión cuando al llegar a sus playas, no encontraron rastro alguno de la presencia del buque en la zona. Fue entonces cuando, con un último dejo de ánimo, decidieron navegar hasta la isla Eagle, donde suponían que el Nanina había ido a buscar a los náufragos. Pensaban que seguramente se encontrarían allí con todos ellos.

Imagen del “refugio Barnard”, restaurado hace algunas décadas. New Island.

Una vez más subieron al bote, ya que la alternativa de quedarse a esperar no era una opción. Comenzaron entonces con la larga remada hasta el lugar. Barnard creía que, incluso si el buque había recogido a los náufragos, aún estaría en las inmediaciones o al menos habrían dejado no solamente un mensaje, sino también provisiones suficientes para los cinco hombres.

La ruta que eligieron era la más segura ya que evitaba en parte las costas rocosas del sur permanentemente azotadas por los vientos. Para aligerar la carga, guardaron cuatro cerdos que suponían sería suficiente para mantenerlos hasta llegar a su destino y tiraron por la borda otros cuatro. Algo de lo que se arrepentirían amargamente más adelante.

La navegación resultó muy dura. Además del intenso frío, las olas se abatían sobre ellos sin piedad y los vientos no daban tregua. Ateridos y hambrientos, comían una vez cada 24 horas y remaban sin cesar. Al llegar a un islote decidieron cortar camino por tierra hasta otra extensión de mar que se veía a lo lejos. Para ello tuvieron que desarmar el mástil, las velas y otros elementos del bote y llevarlos a cuestas junto con este a campo traviesa.

Estaban ya muy débiles y agotados para caminar pero los movía la sensación de que algo malo había sucedido con el buque aunque todavía mantenían la esperanza de encontrarse con gente al llegar a destino. Al estar nuevamente en el agua se dieron cuenta que las olas los llevaban mar adentro. Sin mapas, cartas náuticas ni compás, remaban casi a ciegas y dependían de la memoria de Barnard, quien estaba familiarizado con la región aunque incluso él comenzó a tener dudas y terminaron desviando el rumbo.

El sitio del “refugio Barnard” en la actualidad. BARNARD MEMORIAL MUSEUM. Coffin´s Harbour, New Island.

Estuvieron perdidos algunos días. Pasaban las noches en playas inhóspitas, a veces bajo intensas nevadas, utilizando una sola manta para los cinco. Los cuatro marineros estaban sin zapatos por lo que usaban esta para calentar sus pies evitando que se congelaran. Intentaban dormir algunas horas bajo el bote y las fogatas se mantenían gracias al “combustible” provisto por la grasa de lobos marinos que ellos mismos cazaban. Incluso dieron cuenta de algunos zorros malvineros para alimentarse. Lo cierto es que no tenían casi alimentos y comenzaron a cazar aves marinas como skúas y gaviotas con piedras y hasta con sus manos. Hubo días en que sólo comían grasa de lobos marinos o raíces y tallos de tussock grass.

Habían pasado ya 22 días desde que abandonaron al Nanina cuando el marinero Ansell se “quebró” y confesó que el había formado parte de la conspiración para apoderarse del buque y que lamentaba haberse ofrecido de voluntario para integrar la partida de caza ya que se daba cuenta ahora que sus ex compañeros lo habían abandonado. Barnard manifestó su bronca ante esta confesión pero no quiso perder mucho tiempo con enojarse y decidió cambiar el rumbo de la navegación una vez más ya que sentía que el bote era muy frágil ante el embate de las olas en ciertas zonas por lo que procuró pasar cerca del reparo de algunos acantilados.

Regresaron entonces por algunos lugares donde ya habían estado y se dirigieron con prisa a su destino. Gracias al perro Cent, gran cazador, pudieron obtener algunos cerdos cuando estaban a punto de desfallecer por inanición.

Luego de 52 días signados por el crudo invierno malvinense y completamente agotados llegaron finalmente a su destino. Lo que no supieron en ese momento es que el Nanina y el Nancy habían zarpado hacia el continente cuatro días antes. Pero lo que ni siquiera imaginaban es que estarían aún 482 días en Malvinas viviendo aventuras increíbles de supervivencia extrema que pasaron a la historia gracias al libro que años más tarde publicaría el extraordinario capitán Charles Barnard.

Serían rescatados recién en Noviembre de 1814 por dos balleneros ingleses, el Indispensible y el Asp. Para ese entonces la guerra entre Estados Unidos e Inglaterra estaba llegando a su fin.

Marcelo Beccaceci es escritor y autor del libro Gauchos de Malvinas



jueves, 2 de febrero de 2023

Libros sobre la guerra desde Argentina

 

Guerra de Malvinas, crisis del 2001 y una nueva literatura: tragedias vistas con otros ojos

“La limpieza” de Carlos Godoy y “Allá, arriba, la ciudad” de Ramón Tarruella, dos novelas modelo 2022, proponen nuevas perspectivas sobre hechos conmocionantes de la reciente historia argentina

Carlos Godoy (Foto: Jaime Alonso) y Ramón D. Tarruella (Foto: Alejandra López)

Durante siglos, el infierno fue un de lugar en llamas. En el Evangelio de Mateo, escrito en el siglo I según eruditos, la referencia al fuego es recurrente; también en el Apocalipsis de San Juan. Durante toda la Edad Media existió la creencia de que los pecadores se quemarán en el infierno, “arrojados vivos al lago de fuego que arde con azufre”. En el siglo XIV, Dante Alighieri revirtió el símbolo bíblico cuando escribió el Infierno de su Divina Comedia. Ahí, en esos cantos de tercetos encadenados, el averno ya no es un lugar abrasador; por el contrario, está congelado. En la ficción, Dante ve seres “helados”, “pecadores en el hielo”, algunos “sin orejas por el frío”. Son siglos y siglos de atemorizándose con un infierno rojo, hasta que un poeta ve la imagen con otros ojos: el frío puede ser incluso peor.

Aunque lo parezca, las posibilidades que brinda el lenguaje —sus sentidos, sus significados, sus reinterpretaciones— no son infinitas: están siempre acotadas por su época y por su geografía. La potencialidad creativa de cada individuo parece arrolladora, sin embargo, y visto desde una distancia considerable, se puede concluir con que siempre existe una corriente, un estilo, una moda que hace que los artistas de su época hagan más o menos lo mismo, que miren el mundo y lo representen más o menos de la misma forma. En ese más o menos hay una clave: la planicie narrativa siempre cuenta con grietas por las que puede escaparse una rebeldía, una diminuta pero novedosa porción de verdad. Los ejemplos sobran en la historia última. Incluso ahora, en nuestro presente inmediato.

Malvinas esotéricas

En el año 2014, el escritor cordobés Carlos Godoy publicó por la ya extinta editorial Momofucu La construcción: un novela extraña, ambigua, abierta, que metía un poco de ficción y misterio en las Islas Malvinas. El subtítulo del libro es “Metales radioactivos en las islas del Atlántico Sur”. Desde entonces ya lo sabía: sería una trilogía y esa era la primera entrega. Ahí se presenta la geografía, la escenografía: las manchas. Como un test de Rorschach, las dos islas antes estaban unidas, ahora están enfrentadas (”forman parte de algo”), pronto se independizarán completamente. Ahí viven los geólogo, los kelps, el maestro Chen Chin Wen, un hombre que predice el tiempo. Algunos dicen que hay “un portal a un mundo subterráneo donde habitan seres antropomorfos”.

“La construcción” (17 grises), de Carlos Godoy

La referencia a las Malvinas es clara, sin embargo, de a momentos, desaparece. ¿Qué son aquellas islas sin la guerra, sin soldados disparando, barcos hundiéndose, lápidas nuevas, tragedia, recuerdos? Puro territorio natural. Godoy se aferra a este escenario de naturaleza hostil y le coloca misterio. “Nadie dice que no se puede salir de las manchas. Sólo se sale por un movimiento elaborado por la casualidad o por la guerra o por una emergencia”. Un día, alguien encuentra un libro. No tiene fecha ni nombre, nada. Dice cosas como: “Lo insignificante que sería el mundo sin nosotros moviéndonos de un lado al otro, construyendo cosas, durmiendo en las madrugadas bajo el denso olor a oscuridad”. También: “Lo importante, como civilización, es superar el concepto de guerra”.

Este año apareció la segunda parte de esta trilogía. Publicada por el sello 17 grises, el título de la novela es La limpieza. Si La construcción estaba dedicada “al marinero Fowgill”, ahora La limpieza es “al lobizón Busqued”. Manteniendo la estructura fragmentaria, el libro apoya todo el misticismo en un grupo militar lleno de anormales. No son sujetos experimentados ni tienen el entrenamiento indicado, son seres trastornados, la mayoría débiles criaturas que por algún azaroso rasgo espiritual pueden lidiar con, otra vez, la hostilidad climática y geográfica. Santo parece comandarlo, un chico perturbado que todos dieron por muerto en un accidente aéreo y que apareció, como si nada, entre la nieve, con ropa fabricada con cueros de animales y un perro fantasmagórico al que llama Astillero.

El pequeño grupo militar de trastornados —en él se encontraba la Bruja, una anciana con poderes sobrenaturales, y el Sordo, un sádico absoluto— sale y se encuentra con una bestia, un monstruo de tintes mitológicos, el Kumimanu. Cazar o ser cazados. Ahora son dos amenazas: el terreno —”si los agarraba la madrugada a la intemperie, podían morir congelados”— y el monstruo, ¿o son lo mismo? Luego llegará el informe militar y su burocracia asfixiante. En el fondo, toda esa experiencia de lectura no abandona la referencia a las islas Malvinas, a la guerra, a la tragedia. Hay una operación fascinante en cómo esta ficción alucinógena y esotérica toma de las solapas a nuestra historia, los hechos, lo fáctico, y la sacude hasta arrancarle sentidos nuevos, chispazos de un magnetismo dormido.

2001 en el refugio

“El primer estruendo, breve y seco, permanecía latente en el sótano, como un eco que persistía, resistiendo, se desplazaba de un rincón a otro, de una esquina a otra, para volver a rebotar y repetirse, deshilachándose recién en un infinito”. Así empieza Allá, afuera, la ciudad, de Ramón D. Tarruella, novela que en el año 2008 obtuvo el segundo premio en el concurso Luis José de Tejeda pero que recién este año, gracias al sello Los Lápices, se publica en forma de libro. Desde el principio hay un adentro y un afuera, y todo se dibuja de a poco, lentamente, en una prosa que flota, casi beckettiana. Afuera, entonces, se escuchan estruendos, ruidos de caballos, policías, gente, disturbios. Es diciembre de 2001. Adentro, en el sótano de un teatro, tres trabajadores de mantenimiento. Ahí se quedan. Deciden esperar.

“Allá, afuera, la ciudad” (Los Lápices), de Ramón D. Tarruella

“Ellos, los tres, Julián, Roberto y Silvana, evitaron hablarse, interrumpieron su trabajo sin importarles el compromiso ni las horas que restaban para abandonar el teatro, y en silencio conjeturaron sobre los estruendos, la ciudad, la urbe, la metrópoli, sobre ese mundo que se movía allá arriba, distante, muy distante de aquel lugar que supo ser el depósito de una fábrica de galletitas de propiedad de una familia italiana que inauguraron a los años de llegar a esta parte del mundo, hastiados de labrar la tierra lejos de las ciudades, bellos hombres y mujeres que se emponcharon bien para cruzar el océano e inventar todo de nuevo, la madurez que les pasó por encima, una familia que se amplió en este otro país, en esta otra ciudad, ahora azotada por los estruendos”, se lee en las primeras páginas.

Cuando deciden cortar con el trabajo, detenerse, estar atentos a lo que pasa afuera, alguien saca un tema: recuerda una obra que ahí mismo se montó, en ese teatro, La importancia de llamarse Ernesto, el clásico de Oscar Wilde que se estrenó el 14 de febrero de 1895 en el St. James’ Theatre de Londres, tres meses antes de la condena por “indecencia grave”: su homosexualidad. Los trabajadores recuerdan los personajes y se mimetizan, hay un ir y venir, son anécdotas de una historia que ya tiene cien años pero que de alguna manera los salpica, que pueden ser suyas. Mientras tanto, los ruidos, afuera, arriba, la policía reprimiendo, buscando “exponer al país y al mundo que todo continuaba como entonces, podrido pero con los semáforos en regla”.

Ese costumbrismo detenido, congelado, capturado, dice algo que aún no se ha dicho. En “la tarde del hecatombe”, tres trabajadores, personal de mantenimiento del teatro, son “testigos de un principio de milenio azotado e incierto”. Mientras, “la ciudad se dividía en rincones y esquinas donde se debatían los hombres del orden y los otros hombres y mujeres tumultuosos, huyendo, refugiándose o resistiendo, que en esos momentos resultaba casi lo mismo”. Las postales que tantas veces vimos, las imágenes que se repiten, lo gases lacrimógenos, las balas, la desesperación popular, los muertos, todo adquiere otro color cuando la literatura, en este caso Tarruella, pone la mirada en un rincón oscuro, en un escondite, donde la incertidumbre marca un pulso a la vez resignado y trepidante.

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¿Qué puede hacer la literatura frente a lo ya dicho, frente a lo ya narrado hasta el hartazgo? Cuando lo mediático satura la realidad, cuando la cierra y la estereotipa, cuando la vuelva una representación fosilizada, ahí siempre aparece algún poeta, algún narrador, para filtrar su imaginación en una de las pocas grietas que permanecen abiertas, para dejar escapar una diminuta pero novedosa porción de verdad. Para volver a contar, pero de otro modo, desde otro ángulo. La Guerra de Malvinas y las jornadas de diciembre de 2001 quizás sean nuestras grandes últimas marcas trágicas, los episodios donde la Argentina se volvió una nación golpeada, estafada, humillada, las postales dolorosas de nuestra identidad. Hay que volver a contar todo. Quizás el infierno no queme, quizás esté horriblemente congelado.