
miércoles, 9 de julio de 2025
sábado, 5 de julio de 2025
Becerra, el soldado que murió protegiendo una retirada
La historia del soldado que murió en Malvinas para que sus compañeros pudieran replegarse y el homenaje que demoró cuarenta años
El soldado Walter Becerra combatió y murió en el conflicto bélico del Atlántico Sur. Su papel en la guerra contra las fuerzas británicas y por qué la burocracia y la ignorancia demoraron más de una década en imponerle su nombre a su escuela, para que fuera recordado
Por Adrián Pignatelli || Infobae
Era ya avanzada la noche cuando Mónica se sobresaltó por los golpes que alguien le daba al vidrio de la ventana en su casa de la calle Río Amazonas al 300 del Barrio Zarza, en Moreno. Recién abrió la puerta cuando vio que era su cuñado Walter Ignacio Becerra, 19 años, que se había escapado del cuartel del regimiento 6 donde estaba haciendo el servicio militar. Había ido al barrio con tres amigos para despedirse de su novia Mirta y de paso de su familia, porque se iba a la guerra.
Adelante vivía su hermano Carlos y en la casa de atrás los padres Andrés Ignacio y Julia Díaz. Cuando lo vio, la madre no pudo de la alegría. Enseguida preparó su plato preferido: milanesas con bombas de papa rellenas con paté y recubiertas con mayonesa. Esa noche fue la última vez que lo verían.
Walter Ignacio Becerra nació en el Hospital Castex, en General San Martín el 5 de mayo de 1962. Al tiempo el padre compró dos lotes en Moreno, cuando todo era campo, y no se fueron más del barrio. Walter, como toda la familia, era hincha de Boca y cada tanto se daba una vuelta por el gimnasio a hacer pesas y a pegarle unas piñas a la bolsa. Según su hermano Carlos, siete años mayor, era querible y cariñoso, al punto tal que sus amigos del barrio, en la medida que formaban familia, a sus hijos varones les pusieron Walter o Ignacio.
Le gustaba bailar el rock, escuchar a los Bee Gees y tomar vermouth. A pesar de su juventud, era un padrino muy presente de su sobrina Julieta, quien recuerda que la llevaba a la calesita del barrio.
Junto a sus compañeros del Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de Mercedes partió el 12 de abril de 1982 a Malvinas. A la noche llegaron a El Palomar y al día siguiente estaban en las islas.

Con los soldados que estaban por irse de baja se formó la Compañía B. Becerra integraba el primer grupo de la tercera seccion de infanteria, a cargo del Cabo 1ro Zapata. De ese grupo murieron en combate Becerra y Jorge Luis Bordon, cuyos restos fueron identificados en 2018. Miguel Luis Todde y Néstor Brilz fueron heridos en combate, Segovia murió en la posguerra, y el grupo era completado con Polizzo, Roldan, Arrua y Benitez,
Todos concuerdan que el “cabezón” era un tipo bueno, sin maldad y recuerdan entre risas cuando en una noche de niebla, que no se veía nada, salieron con el único visor nocturno que disponían a buscar comida en un galpón y se terminaron perdiendo y que en lugar de comida volvieron con sus bolsos portaequipos, a los que consideradan extraviados.
Los primeros días en Malvinas fueron de expectativa, pendientes de las negociaciones políticas y de la intervención del Papa. Sin embargo, los bombardeos del primero de mayo avisaron que la guerra había llegado, y más aún cuando se enteraron del hundimiento del Crucero General Belgrano.
Ya casi al final de la guerra Walter, ese muchacho querendón, divertido, gracioso y atorrante, debió luchar con sus bajones anímicos que el joven jefe Lamadrid intentaba levantar en las largas esperas en las trincheras frías y húmedas.
Becerra cayó en la madrugada del 14 de junio, combatiendo contra el Segundo Batallón de Guardias Escoceses, en el sector este del Monte Tumbledown. Los soldados de la sección de Vilgré Lamadrid, a pesar de los días de cansancio y de mal comer, mantuvieron a raya el avance enemigo la noche del 13, hasta que las municiones comenzaron a escasear y los ingleses a multiplicarse.
Cuando fue alcanzado el soldado Juan Domingo Horisberger, apuntador de la ametralladora Mag, quien había dejado de disparar porque se le había trabado, fue Becerra quien con su fusil automático pesado -un arma parecida al Fal pero con caño reforzado para poder disparar más ráfagas sin que se dilatase el cañón y que además llevaba un trípode en su extremo- abría fuego a la par que cambiaba de posición, desorientando a los británicos -”peleaban como verdaderos demonios”, dirían después- que no lograban dar con él.

Aún sabiendo que se había transformado en el principal blanco enemigo, Becerra se negó a replegarse porque quería cubrir a sus compañeros. Una hora estuvo disparando en esas condiciones hasta que lo abatieron con un lanza cohetes.
En la familia estaban pendientes de los contingentes de soldados que regresaban y ante la misma pregunta que se repetía una y otra vez, la respuesta era que a Becerra no lo habían visto, búsqueda que finalizó cuando estacionó un jeep del Ejército frente a la casa y dos oficiales les llevaron la noticia que nunca imaginaron escuchar.
Desde 1983 sus restos descansan identificados en la tumba 15, de la fila 1 del sector B del cementerio argentino en Darwin.
El papá falleció de un infarto dos años después, y su médico lo atribuyó a la tristeza. Su mamá, sumida en la desesperación, solía salir de su casa de madrugada para ir a buscar a su hijo, quien sabe dónde.
El recuerdo del Negro Guanes
Víctor Hugo Iópolo es para todo el mundo “el colorado”, un veterano del regimiento 6, corpulento, de emoción fácil, que el pasado noviembre cumplió 64 años. Era clase 60 pero había pedido prórroga para terminar sus estudios de maestro mayor de obra. La vida quiso que a diez días de irse de baja, le tocase ir a Malvinas.
Nació y vive en Moreno, y su obsesión fue que había que hacer algo por Becerra y Guanes, los dos veteranos caídos del 6 que eran de Moreno, porque como le confesó a Infobae, “de estos muchachos nadie se va a acordar”.
Trabajó muchos años en la gráfica hasta que el médico le indicó que debía parar y se empleó como auxiliar en una escuela de Moreno. Dice sentir un profundo dolor mientras se señala el corazón cuando, diez días después de haber regresado de la guerra, la mamá del Negro Guanes, que lo había tenido de soltera, fue a su casa porque no tenía noticias de su hijo. Iópolo sabía que Guanes, muchacho introvertido que era más de mirar que de hablar, había sido gravemente herido en las piernas por una bomba en las últimas horas de la guerra; que el soldado Goñi, desentendiéndose del intenso fuego enemigo y de la tierra que no dejaba de temblar por las explosiones, le aplicó morfina mientras se desangraba y perdía el conocimiento; y que sus compañeros, cuyos rostros exhaustos por el combate se iluminaban intermitentemente con las bengalas, lo rodeaban y atinaron a rezarle a la virgencita paraguaya de Caacupé, del que su amigo al que la vida se la iba era devoto; y que como no podían llevarlo con ellos, lo dejaron cubierto por una sábana blanca, que indicaba que era un soldado herido.
Terminadas las acciones se enteraron de que había fallecido, pero Iópolo no tuvo el valor de enfrentar a la mujer y contarles los detalles de los últimos minutos de su hijo e hizo salir al padre. Ella entendió, dio las gracias y no la vio nunca más. Iópolo iría a terapia por veinte años, porque en el fondo, él hubiera querido que, de haber muerto en Malvinas, su madre supiera la verdad.
La puja con el Che Guevara
Con los años se empleó como portero en la Escuela de Educación Secundaria N° 30 de Moreno, ubicada en el barrio 2000, a pocas cuadras del Acceso Oeste, zona insegura pero que, en el universo de la delincuencia que domina al conurbano, él define que ahora está más tranquilo.
No como cuando el año en que entró a trabajar, cuando manos cobardes la quemaron. Junto a otros veteranos se desvivieron para reconstruirla, tarea que les llevó un año. Van chicos de primero a sexto año, en dos turnos, mañana y tarde.
Unos doce años atrás Iópolo vio un pequeño cartelito, medio escondido, donde se invitaba a los profesores a sugerir nombres para bautizarla. Iópolo, quien además presidía la cooperadora y era famoso por publicar los balances, increpó al director de entonces. Que la escuela era del barrio, que todos los vecinos tenían el derecho de votar, y que el cartel debía ponerlo en la entrada para que fuera visible para todos. “Yo sabía que con vos iba a tener problemas”, se quejó el director.
El apuntó el nombre de Walter Becerra, pero también hubo otros que apoyaban la candidatura de Ernesto Che Guevara, y hubo quienes optaron por Leonardo Da Vinci y otros que su memoria ya borró. Para la selección final, el trámite se le complicó, ya que cada postulante debía presentar un video con la justificación de por qué lo proponía. Para los otros postulantes, fue sencillo: recurrieron a videos publicados en youtube, pero él no sabía qué hacer. Se le ocurrió grabarlo a Fernando Pichi Contardi, gran amigo de Becerra, y luego viajó a Buenos Aires donde lo filmó a Esteban Vilgré Lamadrid, que había sido su jefe. Cada uno relató quién había sido el soldado muerto en Tumbledown.
Durante una semana los alumnos tuvieron la oportunidad de ver todos los videos y Becerra ganó con el 99% de los votos. El resultado fue asentado en el libro de actas del colegio y el directivo, contrariado por el resultado, cajoneó el trámite.
Ese director se fue, y vino una seguidilla de una interina, un profesor, luego otra directora, y todos se desentendieron del tema. Iópolo no se acuerda bien de ninguno de ellos.
El veterano estaba cansado. Era mucho el desgaste de tantos años porque además era la cabeza de la cooperadora, y a comienzos de este año renunció, si hacía cuatro o cinco que se había jubilado. Está separado y tiene tres hijas.
En agosto, una llamada lo volvió a la vida. El vice director Pablo Roncio le dijo que la provincia había aprobado la imposición del nombre. Solo había que buscar una fecha para hacerlo realidad.
Por los compromisos de los funcionarios municipales, se eligió el 21 de noviembre, para hacerlo coincidir, casi con el día de la soberanía, que es el 20.
El acto fue un tremendo alboroto de los buenos en el barrio. Se consiguió que fuera la banda de música del Grupo 1 de Artillería “Tomás de Iriarte”, que tiene asiento en Campo de Mayo, y el modesto patio de la escuela se llenó de vecinos, funcionarios municipales, provinciales y veteranos.
Iópolo, que ese día fue abanderado, agradeció quebrado por la emoción a los veteranos que participaron de este reconocimiento, como a Alberto “Culata” Curieses, que trabajaba en el Consejo Escolar de Moreno y ayudó mucho cuando la escuela se quemó. También estaba el coronel Mario Albérico Moyano -teniente primero en la guerra- “el papá de todos los veteranos”, y muchos compañeros del 6, que siempre se mueven como en una suerte de inquebrantable hermandad guerrera.
Estaban los Becerra, a quien se les obsequió una bandera, y su hermano Carlos participó del descubrimiento de la placa. El jefe del regimiento 6, coronel Sebastián Marincovich, envió un diploma para la escuela.
“Lo que hicimos en el colegio fue dejar una familia a nuestros compañeros”, aseguró Iópolo. Porque en 2017 también se había cumplido con el otro caído, cuando a la Escuela de Educación Secundaria N° 42 de Paso del Rey pasó a llamarse Héctor Guanes.
En la familia están más que contentos que, después de tantos años, se hayan acordado de Walter. A la vuelta de la casa, en una placita un monolito tiene su nombre y también hay otro en la plaza principal de Moreno, frente a la municipalidad. Hace tiempo hubo un intento de un concejal de ponerle el nombre a la calle donde vive la familia, pero el edil falleció y todo quedó en la nada.
Esa noche, la de las milanesas con bombas de papa, su cuñada Mónica les preguntó si tenían miedo, y ellos respondieron que no, que los “iban a hacer pelota a los ingleses”. En la puerta de calle fue la despedida, y la última vez que lo vieron fue cuando cruzó la calle para tomar el colectivo 57. En un momento los cuatro muchachos que iban a la guerra se dieron vuelta y saludaron, pensando tal vez en un hasta luego, pero que duraría para toda la vida.
jueves, 3 de julio de 2025
GA 4: La experiencia del joven Subteniente Jorge Zanela
𝐑elato de un joven subteniente
Jorge Zanela, que entonces era un subteniente de 23 años, jefe de la sección piezas del GA 4
A partir del 24 de mayo, la batería de tiro A, compuesta de cuatro piezas, ocupó una posición en la zona de Darwin, agregándose a la fuerza de tareas “Mercedes”. Les harían frente con fuego de hostigamiento a los británicos que se desplazaban hacia ese punto luego de haber desembarcado en la bahía de San Carlos.
Dos piezas fueron enviadas por mar con el Río Iguazú. Luego de ser atacado por la aviación británica, en un complicado rescate que demoró más de un día de las piezas que se buscaron al tanteo en la bodega inundada del buque, llegaron a Darwin. Otros dos Oto Melara fueron llevados con un helicóptero Chinook el 26 de mayo por la tarde.
Ese día fue las piezas comenzaron a ser accionadas. Apuntaron además a una fragata inglesa a la que, luego de 16 disparos, la hicieron retroceder.
El 28 de mayo fue un día de combate intenso. Zanela recuerda que todo se resumía en cargar y tirar. Cada obús estaba a cargo de un suboficial y era asistida por cinco soldados. Calcula que se dispararon entonces 2400 proyectiles, “todo lo que había”, describió.
La mayoría de la actividad era de noche. De día iban a reconocer el terreno y a llevar la munición. Era un ir y venir con los cajones.
Los Oto Melara tenían un alcance de diez kilómetros y no llegaban a hacer daño a las posiciones enemigas. Tiene un tiro más corto que había que hacerlo con mayor ángulo. De todas maneras, el suelo blando de la turba hacía que tanto los proyectiles argentinos como los británicos se hundiesen demasiado, y las explosiones no fueran suficientemente efectivas.
Fueron dos días de combate sin descanso. A algunos le salían sangre por los oídos, debido a los tímpanos que no soportaban el continuo estruendo de las piezas. Muchos quedaron temporalmente sordos y los soldados terminaron con sus puños hinchados de tanto hacer fuerza para empujar el proyectil dentro de la pieza. No contábamos con observador adelantado, ni centro de dirección del tiro por lo que se Usó cartografía kelper muy precisa y la información de la infantería adelantada
El 29 de mayo a las dos de la mañana se produjo el cese del combate en Darwin. Los artilleros no tuvieron bajas, sino heridos leves por esquirlas y un suboficial con un brazo lastimado cuando fue golpeado por el retroceso del cañón.
Se inutilizaron los cañones: se les quitó el block de cierre, los anteojos de puntería y, junto a otras piezas, se las tiró al mar. A un jeep Mercedes Benz, que solo tenía un rodaje de 80 kilómetros, se le quitó el aceite y se lo dejó en marcha para que se fundiera. Como el motor resistió, se rompieron partes del motor a golpes de maza.
viernes, 27 de junio de 2025
El controvertido hundimiento del ARA Gral Belgrano

El hundimiento del General Belgrano: un capítulo polémico en la historia naval
El 2 de mayo de 1982, el submarino británico HMS Conqueror hundió al crucero argentino ARA General Belgrano. Se trata de uno de los incidentes más controvertidos de la historia naval.
El suceso, que provocó la pérdida de más de 300 vidas, desató acalorados debates sobre la legalidad y proporcionalidad del ataque.
Las Malvinas
La
Guerra de las Malvinas estalló en 1982 cuando Argentina, bajo la junta
militar encabezada por el general Leopoldo Galtieri, invadió las Islas
Malvinas, un territorio británico de ultramar. El conflicto se
desarrolló en un contexto de disputas históricas y ambiciones políticas.
Argentina había reclamado durante mucho tiempo la soberanía sobre las
Malvinas, basándose en precedentes históricos y la proximidad
geográfica. Los británicos, por otro lado, mantuvieron su soberanía
sobre las islas y han estado presentes allí desde el siglo XIX.
Históricamente, las Islas Malvinas han sido objeto de reclamos territoriales en pugna entre Argentina y el Reino Unido. Las islas están ubicadas en el Océano Atlántico Sur, aproximadamente a 300 millas (480 kilómetros) de la costa de América del Sur. Constan de dos islas principales, Malvina Oriental y Malvina Occidental, junto con numerosas islas más pequeñas.
El gobierno británico, a 12.800 kilómetros de distancia, bajo el mando de la primera ministra Margaret Thatcher, respondió rápidamente a la invasión argentina. Se envió una fuerza de tareas militares, compuesta por buques de guerra, tropas y apoyo aéreo, para recuperar las islas. El conflicto marcó el primer enfrentamiento militar importante entre dos potencias modernas desde la Segunda Guerra Mundial.
El contexto histórico y político que rodeó la Guerra de las Malvinas proporciona un marco para comprender las circunstancias que llevaron al hundimiento del Belgrano.
El General Belgrano
La
Armada Argentina jugó un papel importante en la Guerra de las Malvinas,
siendo el crucero General Belgrano uno de sus activos clave. El
Belgrano, originalmente un buque de la Armada de los Estados Unidos
llamado USS Phoenix, fue adquirido por Argentina en 1951 y sirvió como
un orgulloso símbolo del poder naval del país.
Como buque de guerra de la Segunda Guerra Mundial, el General Belgrano poseía una considerable potencia de fuego y capacidades. Era un crucero armado con quince cañones de 6 pulgadas, torpedos y defensas antiaéreas. El barco tenía una larga y distinguida historia, incluida su participación en la Batalla del Río de la Plata durante la Segunda Guerra Mundial.
El hundimiento del Belgrano
A
fines de abril, la fuerza de tareas británica llegó a las Islas
Malvinas e implementó una Zona de Exclusión Total (TEZ). En virtud de
esta medida, la Marina Real designó un área que abarca 200 millas
náuticas (230 millas, 370 km) desde el centro de las Malvinas como parte
de la zona de conflicto activo. Se comunicó un mensaje claro a todos
los barcos y aeronaves, independientemente de su nacionalidad, de que
ingresar a la TEZ implicaba el riesgo de ser atacado sin previo aviso.
En la tarde del 2 de mayo de 1982, el submarino británico HMS Conqueror, bajo el mando del capitán Christopher Wreford-Brown, había estado siguiendo al crucero argentino durante algún tiempo, monitoreando sus movimientos y evaluando las posibles amenazas a las fuerzas navales británicas. El Belgrano estaba acompañado por dos destructores. Los tres buques estaban fuera de la ZTE y se dirigían hacia el oeste, alejándose de las Malvinas.
Alrededor
de las 15:00 horas, el HMS Conqueror disparó tres torpedos Mark VIII
hacia el crucero argentino. Dos de los torpedos impactaron con éxito al
Belgrano, causándole graves daños.
Como consecuencia de los impactos de los torpedos, el Belgrano comenzó a hacer agua rápidamente. Los esfuerzos por controlar la inundación y estabilizar el buque se vieron obstaculizados por la magnitud de los daños sufridos. El crucero se inclinó hacia babor y a las 16:24 horas, el capitán del Belgrano dio la orden de abandonar el buque.
Los dos barcos que estaban con el Belgrano no supieron qué había pasado con el buque y continuaron su rumbo hacia el oeste.
Durante los dos días siguientes se realizó un esfuerzo de rescate para salvar a los sobrevivientes: barcos argentinos y chilenos sacaron del mar a 772 hombres.
El número exacto de víctimas del naufragio del Belgrano es tema de debate. Las cifras oficiales indican que 323 marinos argentinos perdieron la vida en el incidente.
Controversia
El hundimiento del General Belgrano ha sido objeto de mucho debate y controversia, incluidas discusiones sobre la legalidad y la clasificación del ataque como crimen de guerra.
Desde la perspectiva británica, el hundimiento del Belgrano se consideró una acción militar legal. El gobierno británico justificó el ataque basándose en la amenaza potencial que el crucero representaba para sus fuerzas navales. Argumentaron que el Belgrano era un objetivo militar legítimo y que su hundimiento era una respuesta proporcionada para garantizar la seguridad de sus propias fuerzas.
Por otra parte, los críticos de la acción británica sostienen que el hundimiento del General Belgrano constituyó un crimen de guerra. Sostienen que el ataque violó el principio de proporcionalidad, ya que la pérdida de vidas resultante del hundimiento superó la amenaza potencial que representaba el crucero en el momento del ataque. Argumentan que el barco se estaba alejando de la zona de conflicto y, por lo tanto, no representaba una amenaza inmediata para las fuerzas británicas.
La
clasificación de un acto como crimen de guerra suele quedar dentro del
ámbito de aplicación de los marcos jurídicos internacionales, como las
Convenciones de Ginebra y el derecho internacional consuetudinario.
Estos marcos establecen directrices y principios para la conducción de
los conflictos armados y definen los crímenes de guerra como violaciones
graves de esas normas.
En el caso específico del hundimiento del Belgrano, ningún tribunal internacional se ha pronunciado formalmente sobre si constituyó un crimen de guerra. Por lo tanto, la cuestión de si el hundimiento puede considerarse un crimen de guerra sigue siendo objeto de interpretación y debate jurídicos.
Es esencial reconocer que existen diferentes perspectivas e interpretaciones sobre la legalidad y la moralidad del ataque. Estos debates ponen de relieve las complejidades que rodean la aplicación del derecho internacional humanitario en los conflictos armados y los desafíos que plantea determinar la legalidad de las acciones militares, especialmente en situaciones dinámicas y de alta presión como las de guerra.
Conclusión
El conflicto de las Malvinas finalizó oficialmente el 14 de junio de 1982, con la rendición de las fuerzas argentinas. El conflicto duró un total de 74 días, del 2 de abril al 14 de junio de 1982. Después de una serie de enfrentamientos militares, que incluyeron batallas terrestres, enfrentamientos navales y ataques aéreos, las fuerzas británicas recuperaron con éxito las Islas Malvinas, poniendo fin de manera efectiva a las hostilidades. La junta militar argentina, al mando del general Leopoldo Galtieri, anunció la decisión de rendirse y las fuerzas británicas tomaron el control de las islas.
En el contexto de la historia naval, el hundimiento del General Belgrano es un triste testimonio del poder destructivo de la guerra moderna y del profundo costo humano que puede generar. Su legado perdura en forma de debates actuales sobre la ética militar, las reglas de enfrentamiento y el camino hacia la resolución de conflictos.
jueves, 19 de junio de 2025
viernes, 13 de junio de 2025
miércoles, 11 de junio de 2025
sábado, 7 de junio de 2025
jueves, 5 de junio de 2025
miércoles, 28 de mayo de 2025
Monte Longdon: Los silbidos de El Eternauta
Guerra de Malvinas: el conmovedor significado del chiflido que recuerda Juan Salvo en El Eternauta
Una usuaria de TikTok, cuyo padre estuvo en la guerra, contó la verdad sobre aquella escena que a simple vista podría pasar desapercibida.
Por Yasmin Ali || Canal 26
Malvinas en El Eternauta. Foto: Netflix
El Eternauta indiscutidamente se convirtió en el mayor éxito argentino del 2025, basada en el cómic de Germán Oesterheld y Francisco Solano López superó las expectativas y va camino a convertirse en algo de culto. Pero la serie protagonizada por Ricardo Darín tiene algunas diferencias significativas con la original, la más notoria: Juan Salvo es mayor y veterano de la Guerra de Malvinas.
En el cuarto capítulo se revela que peleó en combate. Más precisamente en Monte Longdon, la batalla más encarnizada y la que muchos definen como "la más definitiva". Además, se escucha una especia de chiflido que tiene un profundo significado entre los excombatientes.
Una usuaria de TikTok, @yaelmica, mostró una escena de la serie y el comentario de su padre, quien peleó en las islas, revelando un dato no tan conocido. El hombre le explicaba el significado detrás del silbido que escucha el protagonista: una señal que, en plena guerra, usaban entre soldados argentinos como contraseña.
Un excombatiente hablando de Malvinas en El Eternauta. Video: @yaelmica_
Así fue Monte Longdon, la batalla más feroz
En el cuarto capítulo se revela que peleó en combate. Más precisamente en Monte Longdon, la batalla más encarnizada y la que muchos definen como "la más definitiva". Pero, ¿qué tanto sabemos de aquel enfrentamiento?
Era 11 de junio de 1982, la lluvia empapaba las trincheras argentinas mientras los soldados agotados se preparaban para lo inevitable. A lo lejos, un estruendo. La artillería británica abría fuego concentrando sobre Monte Longdon y la batalla más feroz estaba por comenzar.
Malvinas en El Eternauta. Foto: Netflix
Las explosiones destrozaban el suelo, el aire olía a pólvora y la tierra temblaba entre las rocas. Los paracaidistas británicas avanzaban en sigilo, pero un estruendo rompió el silencio: un soldado inglés pisa una mina argentina y el combate final comenzó. Los argentinos abrieron fuego, con todo lo que tienen, saben que deben resistir sin importar la superioridad enemiga.
Sin embargo, los defensores no retroceden y el Subteniente Baldini, luego de combatir a corta distancia, se niega a abandonar su puesto y muere liderando un contraataque. Momentos después, el cabo Orozco, quien estaba gravemente herido, sigue luchando con su bayoneta hasta el final. Pero el fuego británico se intensifica y la munición escasea.
Campamento argentino en Monte Longdon
El teniente Castañeda, con apenas 19 años, lidera un contraataque contra el temido Para 3 (la unidad especial británica). A grabada y fusil, logra recuperar una posición perdida y pareció que la batalla se vuelve a favor de los argentinos. Pero el bombardeo enemigo salva a la línea británica cuando estaba a punto de quebrarse.
Sin embargo, los defensores no retroceden y el Subteniente Baldini, luego de combatir a corta distancia, se niega a abandonar su puesto y muere liderando un contraataque. Momentos después, el cabo Orozco, quien estaba gravemente herido, sigue luchando con su bayoneta hasta el final. Pero el fuego británico se intensifica y la munición escasea.
Posición argentina antes de los ataques. Foto: argentina.gob.
El teniente Castañeda, con apenas 19 años, lidera un contraataque contra el temido Para 3 (la unidad especial británica). A grabada y fusil, logra recuperar una posición perdida y pareció que la batalla se vuelve a favor de los argentinos. Pero el bombardeo enemigo salva a la línea británica cuando estaba a punto de quebrarse.
La retirada resulta un infierno, sin cobertura y bajo un fuego constante. Los soldados argentinos se esforzaron para volver a sus líneas y los británicos, que imaginaban una victoria sencilla, estaban desconcertados tras sufrir gran cantidad de bajas y los altos mandos se dieron cuenta de que estuvieron cerca de perder. En total murieron 31 soldados argentinos y 120 fueron heridos, mientras que los británicos sufrieron 23 muertos y 70 heridos.
Aquella es la batalla que vuelve una y otra vez al recuerdo de Juan Salvo, quizás como una preparación de lo que está por enfrentar: volver a intentar salvar al país, esta vez de una invasión alienígena.
viernes, 16 de mayo de 2025
Mujeres en la guerra: Las 6 instrumentadoras del Irizar
La sorprendente historia de las 6 instrumentadoras que salvaron cientos de vidas en Malvinas
En esos frenéticos días de junio de 1982, seis mujeres -que a fuerza de carácter lograron hacerse un lugar en un ejército exclusivo de varones- ayudaron a salvar las vidas de combatientes argentinos en los quirófanos del Irízar
Como todas las mañanas Silvia Barrera desayunaba temprano, con Radio Colonia de fondo. Como todas las mañanas, prestaba atención a la emisora que su papá, un suboficial retirado de Ejército, decía que había que escuchar para enterarse de lo que pasaba. Así supo, ese viernes 2 de abril de 1982, de la recuperación de las islas Malvinas
Y ya no sería una mañana cualquiera.
En 1979, Silvia se había recibido de Instrumentadora luego de dos años de exigentes estudios en el Hospital Ramos Mejía, donde había aprendido con los mejores cirujanos. Pero además quería ser azafata, curso que también aprobó. Esa chica delgada, de carácter, a los 17 años había egresado del secundario en el Colegio Conservación de la Fe de Villa Urquiza, ahí nomás de su casa del barrio militar de Villa Maipú. Solo debía cruzar la General Paz.
Por decisión propia, y tomando el consejo de su padrino, dejó atrás sus sueños de azafata y en septiembre de 1980 ingresó al Hospital Militar Central, luego de aprobar exámenes teóricos y prácticos. Ignoraba que ese nuevo trabajo la sometería a las pruebas más duras de su vida. No solo por haber sido una de las 5 mujeres que logró entrar al hospital de un total de 100, sino que con 2 de ellas -Norma Navarro y María Marta Lemme- serían parte de las 6 instrumentadoras enviadas a la guerra de Malvinas.
En el hospital, entraba a las 7 de la mañana y si bien su turno finalizaba a las 14 no se iba hasta terminar el trabajo, que incluía limpiar y ordenar el instrumental y hasta lavar y esterilizar los guantes de látex, en tiempos en que no existían los descartables.
Cada instrumentadora debía elegir una especialidad, Silvia escogió urología, ya que el cirujano era rápido y exigente, y ella era la única que podía seguirle el ritmo.
Instrumentadoras se buscan
Ese 2 de abril, el hospital era un hervidero de sorpresa y entusiasmo, donde la mayoría del personal se ofrecía como voluntario. Silvia ni se molestó, porque le aclararon que sólo iría a las islas personal militar. Y ella, como las demás chicas, era civil.
El hospital se preparó para el eventual estado de guerra, programando un escenario en el que deberían recibir heridos. Solamente se hacían cesáreas y operaciones oncológicas. Hubo un nuevo alerta el 2 de mayo, cuando hundieron al Crucero General Belgrano. Mientras tanto, ella veía que progresivamente varios médicos viajaban al escenario de la guerra.
Silvia no olvida la fecha. El 7 de junio llegó una comunicación militar pidiendo 10 instrumentadoras para las islas. De las 32, se presentaron 20, Silvia entre ellas. Les advirtieron que debían tomar la decisión en el momento, porque al día siguiente, a las cinco de la mañana, tomarían un vuelo al sur.
Así quedaron, además de Silvia, Susana Maza, Cecilia Ricchieri, Norma Navarro, María Marta Lemme; al grupo se sumaría María Angélica Sendes, que venía de Campo de Mayo, que era la mayor, con 33 años. La propia Silvia y Cecilia las más jóvenes, con 23.
“Norma y Susana eran las más altas”, remarca Barrera a Infobae. Pero todas tenían algo en común: un carácter complicado. Algunas se conocían de vista, de cruzar un hola o un qué tal. Ya tendrían tiempo de ponerse al día en el vuelo.
Fue un día frenético. En el hospital mismo, rompió un año de noviazgo con un médico cirujano. “Si yo no voy, vos tampoco”, le exigió en vano.
Cuando Silvia llegó a su casa su papá, que la revolución de 1955 lo había retirado del Ejército de prepo aún sin ser peronista, se fue corriendo a Puente Saavedra a comprarle una cámara fotográfica, la más pequeña que encontró. “Quiero que fotografíes todo, quiero saber todo de las islas”, le pidió, mientras le daba 10 rollos de 36 fotos cada uno.
Tuvo tiempo de pasar por la peluquería a cortarse el pelo larguísimo que usaba. Después, de nuevo su papá, emocionado y orgulloso, le dio un curso acelerado de cómo ponerse y quitarse los borceguíes lo más rápido posible, un calzado que Silvia nunca había usado.
La primera misión: llegar a las islas
Les dieron ropa de hombre, ya que en el Ejército no había mujeres. Los pantalones se les caían, a pesar de que el cinturón más corto alcanzaba para darle dos vueltas completas a la cintura. Usaban las mangas de camisa arremangadas y a ella le habían tocado un par de borceguíes número 40, cuando en realidad calzaba 37. Por entonces, en el Ejército ni se pensaba en incorporar mujeres y todo estaba preparado para hombres.
El 8 de junio llegaron en un vuelo de Aerolíneas Argentinas a Río Gallegos. Nadie las esperaba. “Pensé que era un Ejército ordenado”, se lamenta. Era el caos propio de un estado de guerra. Los acompañaba un médico oftalmólogo que estaba tan desorientado como ellas. Hasta que vieron a un hombre con un ambo blanco. Resultó ser un médico que habían trabajado en el Hospital Militar Central. Él las acompañó al hospital de la ciudad, que estaba casi despoblado. El director no sabía qué hacer. Con 3 grados de temperatura y ropa de verano, alguien se apiadó y les alcanzó sándwiches y gaseosas, que devoraron sentadas en la vereda.
En el Irízar
La suerte quiso que se cruzaran con un Mayor de Ejército, quien les consiguió ropa de invierno y una campera y les dio algunos consejos útiles sobre cómo acomodársela. En un camión las acercaron hasta un lugar llamado Punta Quilla. Recuerdan las risas del piloto del helicóptero que las llevaría al rompehielos Almirante Irízar, al verlas acarrear el bolso porta equipo, tan alto y, por qué no, tan pesado como ellas.
Cuando llegaron al buque, las dejaron en el hangar. Escuchaban los gritos y las protestas del jefe de cubierta, que no podía creer que tuviera a 6 mujeres a bordo, con la mala suerte que traían, justo cuando habían hundido al Belgrano. Al oficial no le importó que el buque estuviera señalizado como hospital, decía que en el agua era un barco como todos.
En el hangar, les dieron una clase sobre cómo evacuar el buque en caso de emergencia y les indicaron cuál sería su bote salvavidas. Pero aún quedaba una cuestión por resolver: “¿Dónde dejamos nuestros bolsos?”, preguntaron, y todos se miraron. Se negaban a hacerles un lugar, hasta que un helicopterista le cedió su camarote. Fue así como 6 mujeres se acomodaron en un habitáculo con tres cuchetas.
Por la noche, el comandante organizó una picada para que el personal de sanidad se conociese y limar asperezas por la hostil bienvenida. El 3 de junio el buque, que había sido transformado en hospital, disponía de 160 camas de internación, sala de terapia intensiva y dos quirófanos.
Durante la navegación, y hasta tanto llegaran a la Puerto Argentino, las instrumentadoras organizaron los dos quirófanos. Uno, llamado “sucio” para infecciones y otro, que era una suerte de consultorio oftalmológico, para traumatología.
Al día siguiente, el barco se detuvo en una zona franca, determinada por la Cruz Roja, donde podían estar los buques hospitales de ambos bandos. Los británicos le pidieron medicamentos y plasma para sus soldados heridos, muchos de ellos con graves quemaduras por los ataques de la aviación argentina. Como los ingleses no previeron las grandes olas del Atlántico Sur, muchos recipientes de plasma que llevaron se terminaron coagulando con el bamboleo. Ahí Silvia se enteró que los ingleses heridos eran llevados a Uruguay.
La guerra en vivo y en directo
Al fin llegaron a Puerto Argentino. El Irízar ancló en la bahía. Las mujeres se prepararon para desembarcar, pero las frenaron. “No pueden ahora. Va a oscurecer y comenzará el bombardeo inglés”. Entonces vieron desde la cubierta cómo los británicos disparaban bengalas para iluminar el terreno, y hasta creía sentir las bombas pasar sobre sus cabezas que impactaban mucho más adelante. “Para nosotros era como estar en una película”.
A la mañana siguiente creían que pisarían suelo malvinense. Pero otra vez no. No tenían grado militar. Hubo un llamado a los altos mandos. Uno explicó que debían darles una jerarquía acorde; de teniente, decía. Pero tenientes son los médicos, recordó otro. ¿Quién ordenaba a quién? La discusión fue frente a las mujeres, de quien nadie se percataba. “Los ingleses se acercan a Puerto Argentino”, advirtió alguien. “Imposible descender sin grado militar”, fue la orden final.
Instrumentadoras, enfermeras, camilleras
Pero ya no hubo tiempo para discusiones. Al buque comenzaron a llegar a heridos, ya que el hospital terrestre no daba abasto. Los primeros tuvieron la suerte de llegar en helicóptero, que dejó de operar por los misiles enemigos. Los heridos eran llevados en pequeños barcos pesqueros, similares lo que se ven en el puerto de Mar del Plata. Estaban pintados de negro con una cruz roja.
Las salas del Irízar rápidamente colapsaron. El trabajo de las instrumentadoras se multiplicó, y fueron al mismo tiempo enfermeras y camilleras, mientras hacían curaciones para atender a los soldados que venían directo del campo de batalla. A muchos debían cepillarles las heridas con Pervinox para quitarles las costras negras que se les formaban, mezcla de sangre, pólvora y turba.
Comenzaron a aplicar el Triage. Fue un médico cirujano que combatió con Napoleón Bonaparte a quien se le ocurrió. Es un método de selección y clasificación de pacientes en casos de guerra o de desastres. Silvia y sus compañeras lo aplicaron, colocando carteles a los pacientes, y se sabía si ya se les había suministrado morfina, plasma o algún medicamento.
Era un trabajo de nunca acabar. Porque al soldado operado, al trasladárselo a tierra, muchas veces se le abría la herida al trasbordarlo desde la mole del Irízar a un buque de menor calado. Y volvía nuevamente a la mesa de operaciones.
Así trabajaron, sin descanso, del 9 al 14 de junio. Ese día, por los altoparlantes, se enteraron del alto el fuego. Y esas jóvenes que apenas habían pasado los 20 años vieron a hombres de 40 llorar y derrumbarse. “Para nosotras, eran personas mayores. Eso nos marcó para siempre, nos tocó contener a hombres rudos, mientras continuaba nuestra tarea, porque sabíamos que en algunos puntos de las islas se seguía combatiendo”.
Al pandemonio que suponía atender a los heridos en las trincheras, se sumaron los civiles que fueron embarcados. Personal de Defensa Civil, de Correos, Vialidad, periodistas, curas también se despedían de las islas.
Cuando los británicos subieron al buque, requisaron los camarotes y a Silvia le quitaron la mitad de los rollos fotográficos; el resto logró ocultarlos en sus ropas, ya que a las mujeres no las revisaban.
Retuvieron al Irízar hasta el 18 de junio. Zarparon con más de 300 heridos, que acomodaron donde pudieron. Hasta en los pasillos. Así llegaron a Comodoro Rivadavia.
Seis mujeres solas
Antes de desembarcar, debieron firmar un documento de confidencialidad, por el que se comprometían a no hablar con nadie de lo que habían vivido en las islas.
Nuevamente, eran seis mujeres solas, sin saber dónde ir. Dos oficiales de Inteligencia les dijeron que se hospedarían en un hotel, frente al mar. Había un detalle: aún no había sido habilitado, estaba habitado por un sereno, que se llevaba de su casa la comida. Solo había agua caliente, que les sirvió para bañarse.
A la noche, al notar que los oficiales habían relajado la vigilancia, se escurrieron al centro y terminaron en una pizzería. No fue difícil ubicarlas, era tarde y nada llamaba más la atención que media docena de mujeres vestidas con ropa de combate comiendo en la soledad de una noche de invierno en Comodoro.
Al otro día, las llevaron al aeropuerto. Ellas, que se habían jugado la vida en la guerra como voluntarias, estuvieron todo el día retenidas en un galpón, vigiladas por un piloto. Sin comida y sin disponer de un baño, a las 6 de la tarde las subieron a un vuelo que las dejó en la ciudad de Buenos Aires. Fue en ese galpón que Silvia terminó el último rollo de fotos que le quedaba. El domingo 20 de junio, día del padre, se abrazaron con sus familias en la pista de El Palomar.
Una dura posguerra
Silvia volvió, al igual que las demás, a su trabajo en el Hospital Militar Central. Hasta muchos años después se siguió cruzando con ese ex novio que la guerra separó. Tres años después Silvia se casó con Carlos, un veterinario y reservista. Tienen cuatro hijos, dos varones y dos mujeres.
El grupo de instrumentadoras siguió siempre en contacto. Cecilia Ricchieri se recibió de médica; Norma Navarro fue a trabajar al Hospital Garrahan; María Angélica Sendes descubrió su otra vocación, la de maestra. Junto a Silvia, continuaron en el Hospital Militar Central María Marta Lemme y junto a Susana Maza, que falleció hace un año y medio.
La posguerra les mostró su peor cara. Compañeros y jefes las ignoraron y las fueron marginando. Primero en sus trabajos, donde una tras otra debió dejar los quirófanos. Hasta en los actos que se hacían con veteranos, a ellas las ubicaban entre los familiares o con organismos de Derechos Humanos. “Es más fácil hablar de la guerra de Malvinas que de lo que nos pasó después”, se lamenta Barrera. “No solo fue el vacío que nos hicieron, sino que todas sufrimos enfermedades concomitantes con el stress post traumático. Casi todas tenemos cáncer, diabetes e hipertensión. Malvinas se paga”.
En 1983 el Ministerio de Defensa las había reconocido como veteranas de guerra y en el 2012 lograron el reconocimiento presidencial.
Silvia continúa en el hospital. Le hizo frente al ninguneo estudiando Ceremonial y Protocolo y ahora organiza los eventos y actos en la institución a la que dedicó su vida. Hoy el hospital está armado de la misma forma y con la misma disposición, para hacer frente a otra guerra: la pandemia del coronavirus.
Recibieron muchas distinciones. Pero la de 2002 tiene un sabor especial. Es el Premio Mujer en el Ejército que merecieron Maza, Navarro y Barrera. Lo instituyó y se los dio el jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni. El mismo oficial que hace 38 años, siendo mayor, les consiguió a 6 instrumentadoras desamparadas en Río Gallegos en una congelada mañana de junio, ropa de invierno para que pudieran cumplir con su deber en Malvinas.