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domingo, 10 de agosto de 2025

Robacio sobre Tumbledown


Palabras del Contraalmirante Carlos Hugo Robacio VGM del BIM 5


Tenía a mi mando 700 hombres del batallón, y alrededor de 200 efectivos del Ejército, con los que luchamos en el momento más critico y más feróz del ataque británico; pese a ello, se registró un grado increíblemente ínfimo de bajas: 30 muertos y 105 heridos. Como contrapartida, les provocamos al enemigo el más alto número de muertos: aunque no lo reconocen oficialmente, en la zona donde peleó el BIM 5 los británicos perdieron 359 hombres, de donde saco esa cifra? ellos mismos me la dijeron.
“De los 74 días que pasamos en Malvinas, 44 recibimos fuego permanente sin poder responder. Solo los 4 o 5 últimos días fueron de real combate para nosotros… Recuerdo un momento del último día, el 14 de junio, a las 10 y media de la mañana. Era un momento muy crítico. Nos estábamos replegando sobre Sapper Hill, desde Tumbledown y Williams. Veo que el segundo comandante, Daniel Ponce, capitán de fragata, cae, agotado, rendido. El fue un segundo comandante perfecto, un ejemplo. Cuando cae, dos conscriptos van a auxiliarlo. No estaba herido. Estaba agotado, no podía más. Ponce ordena a los conscriptos que lo dejen. Ellos le dicen: “Si hay que morir, morimos los tres”. Lo ayudaron, lo levantaron, lo llevaron y los tres salieron con vida. A esto yo le llamo cohesión.



Todos sabían lo que estaban haciendo. Me conmovió la entrega del subteniente Silva, del Ejército, que se incorporó a mi unidad cuando se replegó el Regimiento 4. Silva era un valiente. Vino y me dijo que lo destine en el lugar donde se iba a luchar más duramente. Fue a Tumbledown. Murió con sus 4 soldados, peleando con la mayor bravura. Allí estaban los escoceses (muy buenos, como los paracaidistas ingleses) y los famosos gurkhas, que eran pura propaganda. Caían como moscas. También recuerdo a un conscripto que desobedeció mis órdenes. En un momento del combate en que los británicos eran rechazados, él corre detrás de ellos, baleándolos sin parar. Yo le ordeno que se detenga. Pero él sigue. El fuego enemigo lo alcanza y cae muerto. Yo mismo lo enterré estaba a 500 metros delante de las posiciones en que debía estar…y rodeado de enemigos muertos. Actos de arrojo así hubo a montones, aunque no por desobedecer mis órdenes.


“Yo no soy ni bravo, ni valiente, ni nada por el estilo. Soy un hombre común. Tengo miedo cuando cruzo la calle. Pero en Malvinas no pude tener miedo. No pude tenerlo porque creo que Dios no me dejó tenerlo, y la preocupación por mis hombres, su entrega, obviamente no me podían permitir el privilegio de tener miedo.”

“Sí sentí amargura. Ha sido la más grande amargura de mi vida, en dos momentos críticos: uno, cuando tuve que ordenar el inicio del repliegue hacia Sapper Hill; y el segundo, terrible, cuando entró mi batallón, desfilando, armas al hombro, entero, a Puerto Argentino. Eso significaba la rendición. Ahí aflojé. Más de uno me habrá visto llorar”.


A las 3 de la madrugada del 14 de junio hicimos uno de los contraataques más intensos contra el enemigo, en Tumbledown, junto con la compañía de Ejército del mayor Jaimet. Ellos son los que chocan con los famosos gurkhas.



Los nuestros eran más o menos 150 hombres. Ellos eran entre 800 y 1.000. allí concentré fuego de la artillería de Ejército (de los grupos tres y cuatro, que me apoyaron indiscriminadamente, con el coronel Balza y el coronel Quevedo). Según me contó luego el general inglés Wilson, de la Quinta Brigada –con quien conversé cuando estuve prisionero- allí sólo quedó un tercio en pié. Los barrimos. Aunque ahora lo niegue, fue así.



Todo un regimiento de ellos chocaba contra 60 u 80 hombres míos, y los bajamos sin asco, y los paramos. Una de las preguntas que me hicieron fue porqué no había contraatacado, si les habíamos quebrado el ataque. Yo tenía a la compañía Mar lista para el contraataque. Pero la realidad es que, cuando podíamos hacerlo, ya no teníamos munición. Por otra parte, había llegado la orden de repliegue. Sobre nuestras posiciones caían mil proyectiles de obuses por hora, además del bombardeo naval, más los aviones y los helicópteros. Era tremendo. Así y todo, podíamos haber contraatacado, de haber tenido un poco de munición. Pero, no hubiera cambiado el curso de la batalla. La suerte estaba echada. Claro: los ingleses no sabían mi situación real. Esperaban el contraataque nuestro. Rezaban, me dijeron, para que no contraatacáramos. Pero…¿Con que?...Cuando les conté que nosotros éramos un batallón, no lo podían creer. También recuerdo que, en el momento de decidir el contraataque, llamo a los oficiales de mi Estado Mayor y les cuento mi plan. Tomo la carta y hago un esbozo de las órdenes. Ellos se miran entre sí. No dicen nada. Cumplen. Pero después del 14 de junio, a mí me había quedado una duda: ¿porqué se miraron entre ellos? Un día se los pregunté. Me dijeron que pensaban que yo estaba loco. Entonces, una vez que pasaron las cosas y terminó, yo seguí preguntando: ¿Y ustedes que hubieran hecho, aún así? “Hubiéramos cumplido la orden. Punto”.”Eso era el BIM 5. Eso es lo que vale. La confianza. Pero quisiera destacar que en Malvinas cada uno luchó con lo que pudo, y con lo que tuvo. Por cada uno de nosotros caían seis o siete de ellos. Ahora ya saben que no les tenemos miedo, que no somos indios y que sus soldados no van a venir de pic-nic.”

sábado, 2 de agosto de 2025

Monte Longdon: El liderazgo del soldado Miguel Falcón


𝐌𝐈𝐆𝐔𝐄𝐋 Á𝐍𝐆𝐄𝐋 𝐅𝐀𝐋𝐂Ó𝐍 𝐔𝐍 𝐋𝐈𝐃𝐄𝐑 𝐄𝐍 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐄 𝐋𝐎𝐍𝐆𝐃𝐎𝐍.

Nació el 6 de Octubre de 1.962 en Barranqueras, provincia de Chaco. Su familia afirma que Miguel siempre fue un niño rebelde. No acataba demasiado las reglas, ni en casa ni en el colegio. De hecho, era famoso por escaparse todas las semanas al menos un día de la escuela. Perteneció al Regimiento de Infantería 7 Coronel Conde. Murió en el enfrentamiento del Monte Longdon y entre sus pertenencias se encontró un mazo de cartas españolas. Esa rebeldía juvenil fue la que le hizo protagonizar una historia memorable en la noche de su última batalla. El suceso fue relatado en una carta por otro ex combatiente:"La noche del 12 de junio cuando los ingleses nos atacan, en un real infierno, con cientos de proyectiles y lluvia de trazantes que cruzaban el cielo, veo que se prepara la primera sección de nuestra compañía en apoyo a la Compañía "B". Eran El teniente Castañeda, un cabo y 44 conscriptos como yo. Los veo prepararse en la oscuridad, todos en fila india, en silencio, temblorosos. Entonces, de la fila, saltó un soldado que estaba muy flaquito, un pibe que era muy humilde, que casi nunca hablaba porque era tímido, - Era el soldado Falcón-



Empezó a arengarlos, a aplaudirse las manos, flexionándose, con el FAL rebatido en la espalda, y les gritaba : '¡Vamos carajo!!, ¡Ingleses de mierda, los vamos a reventar!, Somos el 7, el Regimiento 7, Vamos Carajo!!!' Surgió un líder de la nada, un tipo que, en las circunstancia más límite, le dio ánimo al resto".
La acción de esta sección quedó registrada en libros británicos como uno de los actos más heroicos de los enfrentamientos terrestres en Malvinas. De los 46 que salieron, volvieron 25. Falcón fue uno de los que se quedó allí.



𝐄𝐥 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐣𝐞 𝐚 𝐥𝐚 𝐞𝐭𝐞𝐫𝐧𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐬𝐨𝐥𝐝𝐚𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐜𝐫𝐢𝐩𝐭𝐨 𝐌𝐢𝐠𝐮𝐞𝐥 𝐀𝐧𝐠𝐞𝐥 𝐅𝐚𝐥𝐜ó𝐧,
𝘙𝘦𝘢𝘭𝘢𝘵𝘢 𝘦𝘭 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘵𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘊𝘢𝘴𝘵𝘢ñ𝘦𝘥𝘢:
Nos toco lanzar un contraataque flaqueados por una sección de infantería  otra de ingenieros que habían tratado de contraatacar y habían llegado a media cresta por el intenso fuego de los ingleses, Era la noche del 11 al 12 de junio¬. Fuimos guiados por un conscripto estafeta, del mayor Carrizo, Este soldado  conocía un camino de ovejas, ya que  recorría a diario el monte Longdon llevando mensajes y conocía todos los recovecos que existían.  Una vez en posición teníamos en frente un enemigo que parecía cada vez más numeroso con el correr de las horas. Si pesarlo mas despache al conscripto y nos lanzamos al ataque. Recuperando gran parte del terreno perdido
Los hombres de Castañeda trataban de responder a los ingleses con parejo caudal de fuego, para que no se envalentonaran. Al mismo tiempo les gritaban y los insultaban. Los ingleses respondían con la misma moneda. Algunos conscriptos utilizaban la munición y las armas que les habían quitado a los enemigos, muertos o que habían abandonado por el ímpetu del ataque de los soldados argentinos. ¬
Volviendo al relato del teniente Castañeda: A pocos metros mio, el fusil del soldado Miguel Ángel Falcón no dejaba de escupir fuego, mostraba el ímpetu que demostró cuando nos pusimos en marcha. De repente ocurrió algo insólito. Falcón se enfureció, salió de su posición, se plantó desafiante frente a los británicos y continuó disparando desde la cintura mientras los cubría de insultos., el ruido era ensordecedor disparos, granadas, cohetes, y artillería, todo eso formaba una atmósfera irrespirable, las explosiones nos retumbaban en el cuerpo. Yo le grite no seas bol… tiráte al suelo, pero tal vez no me escucho, o no quiso escucharme. ¬ Disparaba todo lo que tenia, arrojaba granadas, Finalmente, una ráfaga de ametralladora le dio. Falcón Cayó de rodillas y cuando se desplomaba hacia adelante, el cañón de su fusil se clavo en el suelo, quedando su pecho apoyado sobre la culata. Parecía que estaba arrodillado rezando. Desafiando a su vez el fuego enemigo, el soldado Gustavo Luzardo se le acercó, lo recostó en el suelo, me miró  y con un gesto le dio a entender que Falcón había partido.¬
¿Porqué actuó así? "Eso sólo lo sabe él", -me expresó el teniente Castañeda- Creo que ya no le importaba nada, estaba haciendo lo que realmente sentía. Dios lo había llamado y se iba feliz, sabedor de que había cumplido"
La batalla de Monte Longdon duró más de doce horas horas, pese a la gran disparidad de fuerzas. Esa noche, los soldados argentinos debieron hacer frente a más de 6.000 disparos, al fuego de morteros, granadas, bombardeos de artillería. Fue una pelea atroz que mostró el coraje inaudito de nuestros combatientes. el Soldado Falcón fue condecorado post mortem con la Medalla " La Nación Argentina al Muerto en Combate" y fue Declarado Héroe Nacional del RI 7.
Por: Malvinas Historias de Coraje
(www.facebook.com/profile.php?id=100071458564601)



sábado, 5 de julio de 2025

Becerra, el soldado que murió protegiendo una retirada

La historia del soldado que murió en Malvinas para que sus compañeros pudieran replegarse y el homenaje que demoró cuarenta años

El soldado Walter Becerra combatió y murió en el conflicto bélico del Atlántico Sur. Su papel en la guerra contra las fuerzas británicas y por qué la burocracia y la ignorancia demoraron más de una década en imponerle su nombre a su escuela, para que fuera recordado

Por Adrián Pignatelli || Infobae



Walter Becerra soldado, luciendo el uniforme de salida (Flia Becerra)

Era ya avanzada la noche cuando Mónica se sobresaltó por los golpes que alguien le daba al vidrio de la ventana en su casa de la calle Río Amazonas al 300 del Barrio Zarza, en Moreno. Recién abrió la puerta cuando vio que era su cuñado Walter Ignacio Becerra, 19 años, que se había escapado del cuartel del regimiento 6 donde estaba haciendo el servicio militar. Había ido al barrio con tres amigos para despedirse de su novia Mirta y de paso de su familia, porque se iba a la guerra.

Adelante vivía su hermano Carlos y en la casa de atrás los padres Andrés Ignacio y Julia Díaz. Cuando lo vio, la madre no pudo de la alegría. Enseguida preparó su plato preferido: milanesas con bombas de papa rellenas con paté y recubiertas con mayonesa. Esa noche fue la última vez que lo verían.

Marcado en el círculo, junto a sus compañeros del regimiento 6 de Mercedes

Walter Ignacio Becerra nació en el Hospital Castex, en General San Martín el 5 de mayo de 1962. Al tiempo el padre compró dos lotes en Moreno, cuando todo era campo, y no se fueron más del barrio. Walter, como toda la familia, era hincha de Boca y cada tanto se daba una vuelta por el gimnasio a hacer pesas y a pegarle unas piñas a la bolsa. Según su hermano Carlos, siete años mayor, era querible y cariñoso, al punto tal que sus amigos del barrio, en la medida que formaban familia, a sus hijos varones les pusieron Walter o Ignacio.

Le gustaba bailar el rock, escuchar a los Bee Gees y tomar vermouth. A pesar de su juventud, era un padrino muy presente de su sobrina Julieta, quien recuerda que la llevaba a la calesita del barrio.

Junto a sus compañeros del Regimiento de Infantería Mecanizada 6 de Mercedes partió el 12 de abril de 1982 a Malvinas. A la noche llegaron a El Palomar y al día siguiente estaban en las islas.

Héctor Guanes, otro de los caídos del 6 (Comisión de familiares de caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur)

Con los soldados que estaban por irse de baja se formó la Compañía B. Becerra integraba el primer grupo de la tercera seccion de infanteria, a cargo del Cabo 1ro Zapata. De ese grupo murieron en combate Becerra y Jorge Luis Bordon, cuyos restos fueron identificados en 2018. Miguel Luis Todde y Néstor Brilz fueron heridos en combate, Segovia murió en la posguerra, y el grupo era completado con Polizzo, Roldan, Arrua y Benitez,

Todos concuerdan que el “cabezón” era un tipo bueno, sin maldad y recuerdan entre risas cuando en una noche de niebla, que no se veía nada, salieron con el único visor nocturno que disponían a buscar comida en un galpón y se terminaron perdiendo y que en lugar de comida volvieron con sus bolsos portaequipos, a los que consideradan extraviados.

Los primeros días en Malvinas fueron de expectativa, pendientes de las negociaciones políticas y de la intervención del Papa. Sin embargo, los bombardeos del primero de mayo avisaron que la guerra había llegado, y más aún cuando se enteraron del hundimiento del Crucero General Belgrano.

Su hermano Carlos, emocionado, luego de descubrir la placa

Ya casi al final de la guerra Walter, ese muchacho querendón, divertido, gracioso y atorrante, debió luchar con sus bajones anímicos que el joven jefe Lamadrid intentaba levantar en las largas esperas en las trincheras frías y húmedas.

Becerra cayó en la madrugada del 14 de junio, combatiendo contra el Segundo Batallón de Guardias Escoceses, en el sector este del Monte Tumbledown. Los soldados de la sección de Vilgré Lamadrid, a pesar de los días de cansancio y de mal comer, mantuvieron a raya el avance enemigo la noche del 13, hasta que las municiones comenzaron a escasear y los ingleses a multiplicarse.

Cuando fue alcanzado el soldado Juan Domingo Horisberger, apuntador de la ametralladora Mag, quien había dejado de disparar porque se le había trabado, fue Becerra quien con su fusil automático pesado -un arma parecida al Fal pero con caño reforzado para poder disparar más ráfagas sin que se dilatase el cañón y que además llevaba un trípode en su extremo- abría fuego a la par que cambiaba de posición, desorientando a los británicos -”peleaban como verdaderos demonios”, dirían después- que no lograban dar con él.

Misión cumplida. A la izquierda Pichi Contardi y a la derecha Víctor Hugo Iópolo, uno de los que trabajó para que la escuela llevase el nombre del compañero muerto

Aún sabiendo que se había transformado en el principal blanco enemigo, Becerra se negó a replegarse porque quería cubrir a sus compañeros. Una hora estuvo disparando en esas condiciones hasta que lo abatieron con un lanza cohetes.

En la familia estaban pendientes de los contingentes de soldados que regresaban y ante la misma pregunta que se repetía una y otra vez, la respuesta era que a Becerra no lo habían visto, búsqueda que finalizó cuando estacionó un jeep del Ejército frente a la casa y dos oficiales les llevaron la noticia que nunca imaginaron escuchar.

Desde 1983 sus restos descansan identificados en la tumba 15, de la fila 1 del sector B del cementerio argentino en Darwin.

El papá falleció de un infarto dos años después, y su médico lo atribuyó a la tristeza. Su mamá, sumida en la desesperación, solía salir de su casa de madrugada para ir a buscar a su hijo, quien sabe dónde.

Veteranos posan junto a la directora del establecimiento

El recuerdo del Negro Guanes

Víctor Hugo Iópolo es para todo el mundo “el colorado”, un veterano del regimiento 6, corpulento, de emoción fácil, que el pasado noviembre cumplió 64 años. Era clase 60 pero había pedido prórroga para terminar sus estudios de maestro mayor de obra. La vida quiso que a diez días de irse de baja, le tocase ir a Malvinas.

Nació y vive en Moreno, y su obsesión fue que había que hacer algo por Becerra y Guanes, los dos veteranos caídos del 6 que eran de Moreno, porque como le confesó a Infobae, “de estos muchachos nadie se va a acordar”.

Trabajó muchos años en la gráfica hasta que el médico le indicó que debía parar y se empleó como auxiliar en una escuela de Moreno. Dice sentir un profundo dolor mientras se señala el corazón cuando, diez días después de haber regresado de la guerra, la mamá del Negro Guanes, que lo había tenido de soltera, fue a su casa porque no tenía noticias de su hijo. Iópolo sabía que Guanes, muchacho introvertido que era más de mirar que de hablar, había sido gravemente herido en las piernas por una bomba en las últimas horas de la guerra; que el soldado Goñi, desentendiéndose del intenso fuego enemigo y de la tierra que no dejaba de temblar por las explosiones, le aplicó morfina mientras se desangraba y perdía el conocimiento; y que sus compañeros, cuyos rostros exhaustos por el combate se iluminaban intermitentemente con las bengalas, lo rodeaban y atinaron a rezarle a la virgencita paraguaya de Caacupé, del que su amigo al que la vida se la iba era devoto; y que como no podían llevarlo con ellos, lo dejaron cubierto por una sábana blanca, que indicaba que era un soldado herido.

Terminadas las acciones se enteraron de que había fallecido, pero Iópolo no tuvo el valor de enfrentar a la mujer y contarles los detalles de los últimos minutos de su hijo e hizo salir al padre. Ella entendió, dio las gracias y no la vio nunca más. Iópolo iría a terapia por veinte años, porque en el fondo, él hubiera querido que, de haber muerto en Malvinas, su madre supiera la verdad.

Con banda militar y todo. El acto fue una revolución en el barrio, del que participaron los vecinos

La puja con el Che Guevara

Con los años se empleó como portero en la Escuela de Educación Secundaria N° 30 de Moreno, ubicada en el barrio 2000, a pocas cuadras del Acceso Oeste, zona insegura pero que, en el universo de la delincuencia que domina al conurbano, él define que ahora está más tranquilo.

No como cuando el año en que entró a trabajar, cuando manos cobardes la quemaron. Junto a otros veteranos se desvivieron para reconstruirla, tarea que les llevó un año. Van chicos de primero a sexto año, en dos turnos, mañana y tarde.

Unos doce años atrás Iópolo vio un pequeño cartelito, medio escondido, donde se invitaba a los profesores a sugerir nombres para bautizarla. Iópolo, quien además presidía la cooperadora y era famoso por publicar los balances, increpó al director de entonces. Que la escuela era del barrio, que todos los vecinos tenían el derecho de votar, y que el cartel debía ponerlo en la entrada para que fuera visible para todos. “Yo sabía que con vos iba a tener problemas”, se quejó el director.

El apuntó el nombre de Walter Becerra, pero también hubo otros que apoyaban la candidatura de Ernesto Che Guevara, y hubo quienes optaron por Leonardo Da Vinci y otros que su memoria ya borró. Para la selección final, el trámite se le complicó, ya que cada postulante debía presentar un video con la justificación de por qué lo proponía. Para los otros postulantes, fue sencillo: recurrieron a videos publicados en youtube, pero él no sabía qué hacer. Se le ocurrió grabarlo a Fernando Pichi Contardi, gran amigo de Becerra, y luego viajó a Buenos Aires donde lo filmó a Esteban Vilgré Lamadrid, que había sido su jefe. Cada uno relató quién había sido el soldado muerto en Tumbledown.

La escuela 30 ahora tiene nuevo logo y homenajea a un caído en Malvinas

Durante una semana los alumnos tuvieron la oportunidad de ver todos los videos y Becerra ganó con el 99% de los votos. El resultado fue asentado en el libro de actas del colegio y el directivo, contrariado por el resultado, cajoneó el trámite.

Ese director se fue, y vino una seguidilla de una interina, un profesor, luego otra directora, y todos se desentendieron del tema. Iópolo no se acuerda bien de ninguno de ellos.

El veterano estaba cansado. Era mucho el desgaste de tantos años porque además era la cabeza de la cooperadora, y a comienzos de este año renunció, si hacía cuatro o cinco que se había jubilado. Está separado y tiene tres hijas.

En agosto, una llamada lo volvió a la vida. El vice director Pablo Roncio le dijo que la provincia había aprobado la imposición del nombre. Solo había que buscar una fecha para hacerlo realidad.

Por los compromisos de los funcionarios municipales, se eligió el 21 de noviembre, para hacerlo coincidir, casi con el día de la soberanía, que es el 20.

El acto fue un tremendo alboroto de los buenos en el barrio. Se consiguió que fuera la banda de música del Grupo 1 de Artillería “Tomás de Iriarte”, que tiene asiento en Campo de Mayo, y el modesto patio de la escuela se llenó de vecinos, funcionarios municipales, provinciales y veteranos.

Iópolo, que ese día fue abanderado, agradeció quebrado por la emoción a los veteranos que participaron de este reconocimiento, como a Alberto “Culata” Curieses, que trabajaba en el Consejo Escolar de Moreno y ayudó mucho cuando la escuela se quemó. También estaba el coronel Mario Albérico Moyano -teniente primero en la guerra- “el papá de todos los veteranos”, y muchos compañeros del 6, que siempre se mueven como en una suerte de inquebrantable hermandad guerrera.

Estaban los Becerra, a quien se les obsequió una bandera, y su hermano Carlos participó del descubrimiento de la placa. El jefe del regimiento 6, coronel Sebastián Marincovich, envió un diploma para la escuela.

“Lo que hicimos en el colegio fue dejar una familia a nuestros compañeros”, aseguró Iópolo. Porque en 2017 también se había cumplido con el otro caído, cuando a la Escuela de Educación Secundaria N° 42 de Paso del Rey pasó a llamarse Héctor Guanes.

En la familia están más que contentos que, después de tantos años, se hayan acordado de Walter. A la vuelta de la casa, en una placita un monolito tiene su nombre y también hay otro en la plaza principal de Moreno, frente a la municipalidad. Hace tiempo hubo un intento de un concejal de ponerle el nombre a la calle donde vive la familia, pero el edil falleció y todo quedó en la nada.

Esa noche, la de las milanesas con bombas de papa, su cuñada Mónica les preguntó si tenían miedo, y ellos respondieron que no, que los “iban a hacer pelota a los ingleses”. En la puerta de calle fue la despedida, y la última vez que lo vieron fue cuando cruzó la calle para tomar el colectivo 57. En un momento los cuatro muchachos que iban a la guerra se dieron vuelta y saludaron, pensando tal vez en un hasta luego, pero que duraría para toda la vida.


miércoles, 20 de marzo de 2024

La conducta de Claudio Bastida

 ¿ Sabías qué ?

Claudio Alfredo Bastida


A sus 19 años y como único sostén de familia podía haber pedido quedarse en el continente. Pero eligió ir a Malvinas.
Estaba haciendo el servicio militar en el Regimiento Patricios cuando estalló la guerra. "Frankestein", como lo llamaban sus compañeros por su enorme tamaño, no dudó ni un instante y pidió ir al sur.
Los soldados Patricios se dividieron entre Puerto Argentino, Dos Hermanas y Longdon. Su sección de ametralladoras tenía la misión de apoyar al Regimiento 7. A Claudio le tocó el Longdon, que tres días antes de la rendición, el 14 de junio de 1982, se convertiría en un horror de muerte y sangre.
El ataque comenzó pasadas las ocho de la noche del 11 de junio. Los paracaidistas ingleses habían planeado avanzar en la oscuridad, un soldado británico pisó una mina y el elemento sorpresa se perdió. En ese instante se desató el infierno las bengalas iluminaron el campo de batalla. Los hombres pudieron ver cómo se luchaba cuerpo a cuerpo, con las bayonetas en alto. En su trinchera, Bastida y Daniel Orfanotti -el apuntador de la MAG- dispararon sin respiro contra los paracaidistas ingleses que superaban a las fuerzas argentinas. Un compañero que los vio combatir recordó que cuando las esquirlas dieron de lleno en el cuerpo de Bastida, un pequeño fragmento de metal se incrustó en el cuello de su compañero. "Ocurrió que las bombas lanzadas por los ingleses eran de esas que buscan el calor u objetos 'calientes', por eso cayó una muy cerca de la MAG ", dijo el soldado Patricio. "Eso nos da una idea de la cantidad de balas que escupió la ametralladora de Bastida en esa cruenta batalla".
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Pintura: @euge_rossi46
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Información extraída de infobae por @gabycociffi


viernes, 9 de febrero de 2024

Claudio Viano, artillero del Fierro 8

Claudio Viano, soldado de la Fuerza Aérea asignado al cañon antiaéreo No 8 (o "Fierro" 8, en la jerga de los artilleros) había jurado que moriría antes que rendirse. Se le ordenó la evacuación de Malvinas dos días antes de que capitulara el general Menéndez, pero al escuchar a este conscripto uno se da perfecta cuenta que habría cumplido la promesa.
Subordinado al cabo principal Diego "Pollo" Bartis que era su jefe de pieza, Viano, "el Porteñito" (asi lo apodaban sus camaradas) fue uno de los artilleros antiaéreos que tuvieron a raya a los Harrier británicos, impidiéndoles poner fuera de servicio la vital pista de la Base Malvinas, a pesar de que la bombardeaban permanentemente. Rebelde, apasionado, dueño de un gran sentido del humor, su relato conmueve y enciende.

domingo, 15 de octubre de 2023

La vida del conscripto Jorge Palacios

El soldado de Malvinas que le rogó a Dios que no lo dejara morir “despacito” tras ser sepultado vivo por una bomba

Fue conscripto del Regimiento 25. Quedó atrapado bajo la turba en su pozo de zorro durante dos horas junto a un compañero. El milagroso rescate y su encuentro con el Papa. Hoy acompaña a los veteranos que no pasan por un buen momento y lucha para que la sociedad comprenda la pesada mochila que llevan los excombatientes

Infobae

Los que lo vieron jugar, decían que era un 10 habilidoso y talentoso, que prometía, un derecho que le pegaba con las dos piernas. Cuando imaginaba su futuro se veía en la primera del Jorge Newbery, el club donde se lucía y de ahí tal vez pasar a uno de Buenos Aires. Jorge Eduardo Palacios, que había nacido el 17 de octubre de 1963, vivía con su familia en el Ceferino, un barrio de casas bajas con un monoblock en su centro, en Comodoro Rivadavia. Su papá Juan Paulino trabajaba en el hospital Alvear, su mamá se llamaba Silvia y tiene tres hermanas y un hermano. El es el tercero.

Febrero de 1982. Jorge Palacios en el vivac del regimiento 25. (Gentileza Jorge Palacios)

Cuando en enero de 1982 le llegó el telegrama para incorporarse al servicio militar -en el sorteo le había tocado el 832- se ganaba la vida como ayudante de chapista y pintor. Su destino fue el regimiento 25 de Colonia Sarmiento.

El día que habló con Infobae, volvía de la plaza, donde todos los 2 se canta el himno. Lo primero que hizo notar fue que cumplía exactamente 40 años de su incorporación al servicio militar. De Malvinas, su primer recuerdo es la fotografía que le tomaron al momento de subir al avión. Instantes después, en la escalerilla del Hércules un subteniente les dijo que iban a ir “a un lugar donde desean estar todos los argentinos. Vamos a recuperar las Malvinas”.

Como no tenía reloj, no pudo precisar la hora de la madrugada en que pisó suelo malvinense el 2 de abril.

Junto a Antonio Naudan, el 25 de marzo de 1982. Con Naudan eran amigos del barrio Ceferino. (Gentileza Jorge Palacios)

Recuerda que los primeros días estuvo en el pueblo, montando guardia y a partir del 21 de ese mes los trasladaron al aeropuerto. Tomó real conciencia de lo que era estar en una guerra cuando por primera vez soportaron un bombardeo británico. Sintió miedo a lo desconocido, a esa incertidumbre de lo que le podía ocurrir.

Se emociona cuando cuenta que el 24, cerca de la pista y con un barco abandonado como escenografía de fondo, juró la bandera con sus compañeros. Es que debían hacerlo antes de entrar en combate y los soldados del Regimiento 25 fueron los primeros en dar el si juro. Dicha unidad organizó otra ceremonia en Darwin el 25 de mayo.

Esta foto se tomó el día que juraron la bandera. Palacios es el segundo desde la izquierda en la fila de abajo. (Gentileza Jorge Palacios)

Los malos presentimientos que sentía se hicieron realidad el 4 de mayo. Recuerda que el día anterior, con unos diez compañeros, rodilla en tierra, habían rezado el Rosario. Lo hacían habitualmente.

Esa madrugada estaba de guardia sobre un cerrito que miraba al mar, frente a la torre de control del aeropuerto.

Cerca de las tres lo sorprendió un ruido, al que confundió con el vuelo de un Hércules. En realidad, eran dos grandes bombas arrojadas por aviones Vulcan ingleses. Una estalló a unos 30 metros de su posición. La otra, que impactó a escasos seis, y que dejó un cráter descomunal, fue casi fatal para él.

En fracción de segundos, sintió que la onda expansiva le hundía la cara, le hizo dar vuelta la cabeza y lo arrojó violentamente en el pozo de zorro. Su brazo derecho le quedó apuntando hacia arriba y el izquierdo aprisionado por la turba y las piedras. La manta que llevaba sobre los hombros para abrigarse quedó inexplicablemente desplegada sobre su cuerpo. El está convencido que era el manto de la Virgen.

Debajo suyo quedó el soldado Raúl Ortiz, que en el momento de la explosión estaba durmiendo. Tenían encima cerca de dos metros de tierra y piedras.

“Che, Ortiz, hagamos fuerza”. Fue inútil porque los escombros no se movían.

Gritaron. Palacios cree que repitieron el pedido de auxilio unas diez mil veces. Pero nadie escuchaba.

Perdió la noción del tiempo. Intuyendo lo peor, se preparó a morir. Mentalmente se despidió de sus viejos, de su hermanos, de sus amigos. Como en una película en blanco y negro se vio con sus seres queridos en aquellos momentos de alegría que pasó junto a ellos.

De pronto sintió que hablaba con Dios. Se sorprendió de la paz que experimentaba, en esa oscuridad, atrapado. Remarca que esa paz no la volvió a sentir nunca más.

No estaba desesperado. Se preguntó por qué Dios lo hacía morir despacito. “No me haga morir así, Señor, por favor”, repetía. Percibía las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Ortiz estaba inmóvil, pensó que había fallecido. Comenzó a notar que la tierra se hundía, alguien caminaba en la superficie, justo donde estaban enterrados. “¡Gritemos!”, casi le ordenó a su compañero. Lo hicieron con las últimas fuerzas que les quedaban, no entendían cómo aún podían respirar.

Los soldados los escucharon y excavaron con lo que tenían a mano, hasta con sus propias manos. De pronto alguien cortó la manta con un cuchillo, y apareció la cara de Palacios.

Los habían dado por muertos. Nadie lo podía creer. Todos lloraban mientras los abrazaban.

En el hospital, el doctor capitán José Luis Corominas se sorprendió al comprobar que no tenían ninguna herida. Este médico también es de Comodoro y cuando se encuentran por la calle, en el centro, siempre se saludan.

El 8 de mayo, se hizo una procesión con la imagen de la Virgen. Palacios y Ortiz la llevaron. En un extremo, Seineldín está atento a la situación. La fotografía está dedicada a Palacios por el capellán de guerra. (Gentileza Jorge Palacios)

Al volver a sus posiciones, el coronel Seineldín los arengó. Le dijo que estuvo casi dos horas bajo tierra. El día 8 unos doscientos soldados rezaron la misa y llevó junto con Ortiz la imagen de la Virgen en procesión por los alrededores del aeropuerto. Años después le alcanzaron una fotografía de ese momento, que el capellán Padre Vicente Martínez Torrens se la dedicó en 2008. El salesiano entonces le advirtió que tenía una misión, y que solo él tenía que descubrirla.

Lo último que imaginó cuando la dejó en un jeep es que volvería a ver esa imagen 37 años después.

En los últimos días del combate, le tocó ir a reforzar el frente de batalla. Nuevamente se encomendó a Dios porque estaba seguro que no volvería vivo al continente.

Se entristece hasta las lágrimas cuando menciona el momento en que arriaron la bandera en Puerto Argentino. “La derrota fue muy dura”. Nuevamente menciona a Dios para agradecer que no regresó con secuelas físicas.

Cuando regresó al continente, lo primero que deseó hacer es ver a sus padres. Cuando ingresaron al cuartel de madrugada, había gente esperándolos. Estaban ellos, con los que se abrazó y lloraron.

Con su mamá Silvia, en junio de 1982. Cuando vio la fotografía, se sorprendió de su aspecto. (Gentileza Jorge Palacios)

Aunque estuvieron solo unos pequeños momentos, pudieron tomarse una fotografía. Al verla, aún hoy se sorprende de su rostro flaco y demacrado.

Una vez de regreso a la vida civil, a su mamá le contó lo de la bomba muy por arriba, para no preocuparla. Le dolió que cuando relató el episodio, por lo general la gente no le creyera, que no podía ser.

En los primeros meses le costó salir a la calle, y menos ir a jugar al fútbol, su pasión. Sus amigos lo iban a buscar, y él se hacía negar mientras espiaba a través de la cortina de la ventana. Quería estar con su mamá, que le preparaba la comida, le hacía un té, lo atendía y lo contenía.

Demoró unos seis meses en soltarse.

Un día inolvidable. En la plaza San Pedro, Francisco observa la fotografía de la procesión. (Gentileza Jorge Palacios)

Fue duro cuando salió a buscar trabajo. En 1984 entró junto a otros compañeros en la municipalidad y hoy está jubilado gracias a una ley especial para veteranos, según explica.

En ese año, junto a Mónica formó una familia. Tuvo 6 hijos y soportó el dolor de perder a uno cuando contaba con un año y ocho meses. Fue un 20 de junio, el día del Padre y el de la Bandera. Es otro de esos dolores que no se van.

Sus hijos le dieron cinco nietos y una lección de vida. Cuando la mayor comenzó a ir a la escuela, fue la que le insistió en que contase su experiencia en la guerra.

Fue sanador el poder hablar, y ahí todos creyeron el terrible episodio que vivió en ese pozo de zorro. Con la misma elocuencia que evoca sus días en Malvinas, subraya el dolor que siente cuando hablan mal de los veteranos o cuando se refieren a ellos como “los chicos de la guerra”. Del 2005 al 2015 fue el presidente del centro de veteranos de guerra local.

Advierte que llegar a los 40 años de aquel 1982 representó transitar un camino muy duro. Acompaña al veterano que está mal y se lamenta cuando cuenta que en noviembre pasado, uno falleció, no muy bien atendido. “Se nos fue un hermano”, dice. “Porque aunque no lo haya conocido, es mi hermano”.

En esa misma mañana que atendió a Infobae, lloró por la noticia que acaba de recibir: la muerte de su amigo Juan Carlos González, integrante del Escuadrón Alacrán en Malvinas. “La partida de cada veterano es muy dura. Yo se que no somos eternos, solo espero que la gente entienda que la mochila que cargamos en la espalda es difícil de llevar”.

A Ortiz, su compañero de infortunio, lo vio recién después de 27 años. Dice que vive en Trelew, que le cuesta hablar de la guerra y que no siempre le responde los whatsapps que le envía, que lo entiende.

Tiempos lejanos. Cuando en 1981 jugaba en el equipo del Club Jorge Newbery. De izquierda a derecha, es el último en la fila de abajo. (Gentileza Jorge Palacios)

En 2018 lo contactó La Fe del Centurión. Le comentaron que la imagen de la Virgen que él había llevado en procesión estaba en poder de los ingleses, y que se estaba programando un intercambio en El Vaticano y que él podría ser uno de los que la fueran a buscar. Para él, era la misión mencionada por el padre Martínez Torrens.

Creía estar soñando ese 30 de octubre de 2019 cuando Francisco lo abrazó en la Plaza San Pedro. El Papa no podía creer que el de la foto de la procesión, fuera él. “Este soy yo”, le indicó. “¿Sos vos?”, preguntaba. Lo miraba una y otra vez. También compartió la instantánea con veteranos ingleses presentes en el lugar, les explicó que en la guerra fue un soldado infante, y que tenía entonces 18 años.

Desde 1989 vive en una casa de un plan de vivienda en el Barrio Isidro Quiroga e integra el equipo de fútbol de veteranos del club Jorge Newbery, donde un año antes de la guerra ya le decían que era un chico que prometía y que su único sueño era el de jugar en primera.



jueves, 21 de septiembre de 2023

Malvinas: El despliegue argentino



Batalla en Monte Longdon


Las fuerzas Argentinas consistió en la Compañía B del Regimiento de Infantería 7 (RI 7), así como otros destacamentos de otras unidades.
El Regimiento de Infantería 7, reforzada por dos de los pelotones de Infantería de Marina, se apostaron en Monte Longdon, Wireless Ridge y Cortley Ridge hacia el este. El teniente de navío (rango naval equivalente a capitán) Sergio Dachary (éste debió sobreponerse al dolor provocado por la muerte de su hermano Alejandro Dachary, oficial del Ejército Argentino y operador de unos de los radares Skyguard de Puerto Argentino impactado por un misil británico de un bombardero Vulcan) había llegado a Monte Longdon, en la semana anterior a la batalla, y fue el encargado de controlar las ametralladoras pesadas de los infantes de marina en Monte Longdon.
En su mayoría reclutas con un año de formación, los jóvenes soldados del RI 7 no iban a abandonar al campo con facilidad y la mayoría estaban dispuestos a mantenerse firmes. Ellos poseían fusiles FN FAL totalmente automáticas que entregan más potencia de fuego que el SLR británico, ametralladoras de uso general FN MAG 7,62 mm idénticas a las de los Paras.
Unos cincuenta hombres del Regimiento 7 lucharían con más decisión que el resto, después de haber sido entrenados en un curso de comandos organizado por el comando entrenado Mayor Oscar Ramón Jaimet, el Oficial de Operaciones del Regimiento de Infantería 6 (RI 6). El soldado raso Jorge Altieri, en una entrevista después de la guerra contó como él se entrenó duramente con la Compañía B
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Pintura: @euge_rossi46