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domingo, 27 de julio de 2025

El recuerdo del Jefe del Equipo de Combate Solari

El recuerdo de un jefe hacia sus soldados del Equipo de Combate Solar





𝘙𝘦𝘭𝘢𝘵𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘛𝘦𝘯𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘊𝘰𝘳𝘰𝘯𝘦𝘭 𝘐 (𝘙𝘌) «𝘝𝘎𝘔» 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝘊𝘢𝘳𝘭𝘰𝘴 𝘠𝘰𝘳𝘪𝘰 (𝘊𝘰𝘮𝘱𝘢ñí𝘢 𝘥𝘦 𝘐𝘯𝘧𝘢𝘯𝘵𝘦𝘳í𝘢 «𝘉» 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘨𝘪𝘮𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘐𝘯𝘧𝘢𝘯𝘵𝘦𝘳í𝘢 12 «𝘎𝘦𝘯𝘦𝘳𝘢𝘭 𝘈𝘳𝘦𝘯𝘢𝘭𝘦𝘴»).
En el año 1982 El entonces Teniente Primero Juan Carlos Yorio se encontraba prestando servicio en La escuela de suboficiales General Lemos» Con la recuperación de las islas al igual que muchos militares fueron reasignados a distintas unidades del país para cubrir los puestos necesarios en cada una .



De la Escuela de Servicios Para Apoyo de Combate «General Lemos», que en esa época era uno de los dos institutos de formación de futuros suboficiales del Ejército, fuimos movilizados al RI 12 «General Arenales» con asiento de paz en la ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, conmigo también fueron movilizados los entonces Tenientes Alejandro Garra, José Fernando López,  del Colegio Militar de la Nación, entre otros, como recién egresado con motivo del incipiente conflicto armado, los Subtenientes Celestino Mosteirín y Ernesto Peluffo. Viajamos junto a otros muchos oficiales, entre ellos, cursantes de la Escuela Superior de Guerra, algunos de quienes también reforzaríamos en definitiva al RI 12 y con algunos suboficiales también redistribuidos y otros de los institutos de formación, recién egresados (estos eran cabos EC, en comisión). Al enterarnos que seríamos enviados al RI 12, mi alegría y tranquilidad estaban fundadas había sido por tres años, mi primer destino militar como Subteniente recién egresado.
Una vez arribados al regimiento Yo pase a formar parte de la Compañía de infantería «B», que luego, con el agregado de los helicópteros de Ejército, sería el Equipo de Combate «SOLARI», Nuestra compañía quedó organizada de esta manera:
Un jefe de compañía, segundo jefe de compañía, Grupo Comando de Compañía, tres Secciones de Tiradores y una Sección Apoyo.
Como jefe del Grupo Comando: el Encargado de Compañía, Sargento Primero José Luis «el Mencho » García.

  • Jefe de la 1ra Sección de Tiradores: Subteniente Daniel Fernando Benítez
  • Jefe de la Segunda: Subteniente Carlos Francisco Tamini
  • Jefe de la tercera: Subteniente Ramón Cañete
  • Jefe Sección Apoyo: Teniente José Fernando López y Segundo Jefe de Sec.: Subteniente «EC» Celestino Mosteirín.

Yo fui designado Segundo jefe de la Compañía «B», con las responsabilidades de ese cargo
En Malvinas a nuestra compañía la segregaron, para ser utilizada para contraatacar a donde se requiriera. Éramos una reserva helitransportada y así es como nació el EQUIPO DE COMBATE SOLARI., Mientras que el resto del regimiento fue enviado a Darwin, nosotros permanecimos en a la ladera Noroeste del monte Kent. Los días pasaban y  debíamos soportar las inclemencia del clima a la que estábamos poco acostumbrados.



En lo que la comida, todos comíamos de la única «olla» (Medio tacho de 200 litros en el cocinabamos). A falta de heladera para la carne y los víveres perecederos, los mismos se colocaban sobre las piedras al aire libre tratando que no le diera el poco sol que cada uno diez días aparecía radiante. Eso era suficiente para que no se descompusiera hasta el siguiente reabastecimiento. Por suerte, el clima «ayudaba» bastante para este caso. A veces me he preguntado si no hubiese sido así, si hubiésemos podido ser abastecidos más frecuentemente, o cómo solucionar esto sin «heladeras naturales». Logrado para el medio tacho que servía de olla, el primer fuego, enterrado para evitar que su luminosidad sea fácilmente vista en la noche y para guarecerlo del incesante viento, se procuró que no se apagara más, manteniéndolo siempre al cuidado del centinela del Puesto Comando y con un precario «techito » que evitara algo del agua de la también persistente lluvia y/o llovizna. El clima frío y el escaso valor calórico del combustible (que no era otra cosa que la turba que como hormigas buscaba el grupo Comando), no permitía cocinar más que el desayuno (mate con pan) que empezaba a cocinarse luego de lavar el tacho del guiso de la cena, que salía a eso de las 8 hs. y luego el guiso de carne, papas, verduras y complementos, más el pan, que salía a eso de las 16 ó 17 hs. Pese a la expresa prohibición de cazar, autoricé a los jefes de sección a hacerlo controladamente para reforzar con lo que se consiguiera, las necesidades calóricas del personal. La cocina centralizada, entregaba además, ciertos víveres como papa, zanahoria, dulce, para acompañar esos necesarios refuerzos. Si bien el personal no pasó hambre, las necesidades calóricas no alcanzaban a ser cubiertas a pesar de todo. Nadie aumentó de peso y positivamente, todos adelgazábamos día a día. Se debe recordar en especial, que entre los dieciocho y veintidós años, los hombres comemos más que el término medio, a esa edad uno siempre tiene hambre a eso había que sumarle la tensión nerviosa.
En una ocasión, pasaba recorriendo por uno de los sectores de la Compañía y un grupo de soldados me llamó. Al acercarme, me dicen: «¿Quiere papas fritas?» ¡No podía creerlo! Un manjar inesperado en ese lugar inhóspito. ¿Cómo hicieron? les pregunté.
La respuesta fue muy lógica: habían pedido papas, aceite y sal en la cocina y usando una lata de 5 kg de dulce de batata ya consumido a manera de sartén, hacer las papas fritas era muy simple. Seguí mi camino encantado por el reconfortante momento y algo decepcionado por mi propia pregunta de cómo habían hecho, pues en realidad, era muy fácil de realizar, mis soldados eran gente de campo que siempre se las habían ingeniado en su vida civil porque debería ser diferente en Malvinas.



Respecto del agua, no teníamos un tanque aguatero, PERO: lo teníamos al «Indio» Julio Romero, un soldado correntino del grupo comando, que luego de caminar un poco, señalaba un lugar en el suelo a donde levantar las rocas y cavando unos centímetros, debajo había un curso de agua subterránea, pura y cristalina usable para el mate, el guiso, para beberla y para la higiene personal. ¡Gracias a Dios que «el Indio» estaba allí con nosotros! «El indio» ROMERO era infalible en su excepcional habilidad, de allí lo de «Indio». Mi sentido homenaje al querido y recordado «Indio » que muriera en combate cuando el Mte. Kent fuera atacado. Él vive en la memoria de cada uno de los integrantes del Equipo de Combate «SOLARI». Tengo actualmente su cara, su figura, su actitud su humildad y su voz en mi mente. ¡Indio Querido!

viernes, 7 de julio de 2023

Héroe de guerra: Ernesto Peluffo, herido en la cabeza mientras dirigía su tropa

A los 20 años combatió en Malvinas, recibió un disparo en la cabeza y siguió dirigiendo a su tropa: “yo tendría que haber muerto”

Ernesto Peluffo fue uno de los protagonistas de la batalla más cruenta de la guerra de Malvinas. Era subteniente y tenía apenas 20 años. Recibió un disparo en la cabeza y siguió dirigiendo a su tropa. Su nombre de combate, desde entonces y para siempre, es cicatriz.

 

Ernesto Peluffo

-¿En algún momento de tu vida pensaste operarte y sacarte la cicatriz?

-No. Es mi condecoración visible. Es mi orgullo. Es la marca. Y es mi nombre de combate.

Ernesto Peluffo pide detener la entrevista por un momento. Hace calor mientras conversamos en su campo, en la provincia de Corrientes. Afuera, los pastos están secos pero no quemados: durante días luchó contra el fuego, evitando que sus tierras se incendiaran con la ola ardiente de febrero. Pero no se trata de eso la conversación, ahora hablamos de otro combate, uno que lleva consigo hace cuarenta años y que le dejó esa marca en su cara que nunca quiso sacarse.

Toma una bocanada de aire y prende el ventilador. “Se está haciendo muy largo”, dice, “los voy a aburrir, no hay que hablar tanto”. Como muchos otros héroes de Malvinas, Peluffo tampoco quiere presumir de sus actos, entonces diluye todo en la distancia y en el silencio. Insistimos. Unos minutos después vuelve a sentarse y acepta continuar. La voz se quiebra una vez más y dice que “uno no puede seguir revolviendo el guiso”, que sino “uno se queda toda la vida en el pozo de zorro”.

-¿Cuánto estuviste en ese pozo, después de la guerra?

-Poco, pero para estas fechas siempre vienen los recuerdos.

La primera vez que entró en combate en Malvinas fue también la última. Fue una de las batallas más sangrientas de la guerra y sucedió en el Monte Darwin. (Nicolás Stulberg)

Esta fecha, esta fecha exacta, es el día en que hace cuarenta años entró en combate por primera vez en las islas, la fecha en la que perdió soldados, en la que una esquirla le entró en la pierna y una bala le atravesó el casco y le rajó la frente, la fecha en la que casi muere y por la que se pregunta, cada fin de mayo, por qué no sucedió.

“Pero con el tiempo -dice- me fui dando mis respuestas”. Esta es una historia que sucedió en la cruenta batalla de Darwin entre el 28 y 29 de mayo y que relata uno de sus protagonistas.

Ernesto Orlando Peluffo tenía 20 años cuando llegó a las Islas Malvinas. Era subteniente en comisión, no había llegado a recibirse del colegio militar, pero con el comienzo del conflicto dieron por egresada a la camada 113 (la que cursaba el último año), y los enviaron a combate. Se habían preparado durante cuatro años para comandar una fracción en la guerra, para ser, de algún modo, líderes en medio del desastre.

De los 44 subtenientes en comisión que viajaron, siete fueron heridos y uno falleció a consecuencia de las movilizaciones en sur del país antes de cruzar a Malvinas. Ernesto fue destinado junton al regimiento de infantería 12, General Arenales, ubicado en Mercedes, provincia de Corrientes, donde nació y donde hoy vive y trabaja. En ese entonces no tenía idea de que la vida lo devolvería ahí, ya a sus sesenta y cargado de recuerdos.

-Vos habías elegido hacer la carrera militar, se puede decir que estabas preparado, pero con solo 20 años, ¿eras consciente de que te estabas metiendo en una guerra?

-Nadie era totalmente consciente de que íbamos a entrar a la guerra, no. Al principio, cuando se recuperó Malvinas, hubo una gran alegría. Y cuando se movilizó el regimiento íbamos hacia al sur nomás, no íbamos a cruzar a las islas. Después, cuando estuvimos en Comodoro Rivadavia, se le impartió la orden a la Brigada de cruzar. Pero inclusive en Malvinas todavía no estábamos conscientes de que íbamos a participar en combate e íbamos a tener una guerra con Gran Bretaña, porque estaban todas las negociaciones diplomáticas y políticas y teníamos esperanza de que se resolviera pacíficamente el conflicto. Pero no pasó.

"Cicatriz", su nombre de combate. Es una manera de recordar siempre lo que vivó en las islas, donde fue herido dos veces, y la segunda le dejó esta marca en la cara. (Nicolás Stulberg)

-¿Tenías el orgulloso argentino, correntino incluso, de salir a defender la patria, o era tan solo una orden que había que acatar?

-Claro que sí, tenía el orgullo correntino. Nosotros decimos, como reza un chamamé, “mientras tenga uñas y dientes, voy a pelearle a la vida, yo no soy causa perdida, yo soy nacido en Corrientes”. Y está el famoso dicho también: “cuando Argentina entra en guerra, Corrientes la va a ayudar”. Tenemos mucha tradición y mucha historia. Es una de las provincias que hizo la patria, y siempre estuvo del lado de la Argentina.

-¿Cómo cruzaron? ¿En Hércules?

-No, en aviones Boeing de Aerolíneas Argentinas, que los habían configurado sin asientos, entonces íbamos sentados en el piso del avión tomados de los brazos como paracaidistas, y llevábamos todo el armamento portátil, todo el equipo individual. Las armas de apoyo, los vehículos, las cocinas de campaña, los carros aguateros, las ambulancias, la munición de las 72 horas de autonomía que llevaba el regimiento debía cruzar en barco por mar. Pero esto nunca pasó, nunca llegó, así que nosotros combatimos con lo que teníamos. Y eso para mí tiene mucho valor, porque sin tener todos los elementos necesarios, igual combatimos.

-¿Dónde aterrizaron?

-En Puerto Argentino. El 25 de abril de 1982, una tardecita. Me acuerdo que al bajar hubo muchas emociones, muchos inclusive se arrodillaban, besaban el suelo de Malvinas. Recuerdo eso con mucha emoción porque fue un momento muy especial. Yo me dediqué a observar al resto de mis camaradas y agradecí a Dios y recé una oración.

-¿Ya tenían sus instrucciones?

-No. La guerra de Malvinas fue muy improvisada, muy imprevista. Lo que estuvo bien planificado fue la Operación Rosario (el primer desembarco para recuperarlas). Pero después se fue desarrollando con la información de lo que iban haciendo los británicos. Así que cuando llegamos hicimos base cerca del aeropuerto y después nos llevaron cerca del Monte Challenger a armar una posición defensiva, próxima a Puerto Argentino. Y de ahí nos llevaron a Darwin y Goose Green, a dar seguridad a una pista de aviones Pucará, para hacer las posiciones de defensa de esa pista. Yo estaba con los morteros en la sección apoyo como segundo jefe de sección.

En su campo en Mercedes, con alguna de la bibliografía de Malvinas que Peluffo aun preserva. (Nicolás Stulberg)

-¿Tenías soldados a cargo?

-Sí. Tenían mi edad. Yo era clase 61 y los soldados eran clase 62 y 63, la clase incorporada.

-Tuviste que convertirte en líder para pibes de tu edad… ¿Cómo hiciste?

-Sí. Y bueno, con las jerarquías y la disciplina del ejército. Pero basé el liderazgo en la convivencia, en el ejemplo personal. En el Colegio Militar nos enseñan que la mejor voz de mando es el ejemplo personal, porque las palabras convencen pero los ejemplos arrastran.

-¿Perdiste muchos de tus soldados a cargo?

-Y… sí. En total en el combate, entre la sección del Teniente Estevez, mi sección y la sección de exploración que se replegó y combatió con nosotros, tuvimos 13 muertos y más de 20 heridos.

-¿Cuándo entraron en combate?

-Fue el 28 de mayo de 1982, en el combate del cerro Darwin. Fue un combate diurno, nos veíamos con los británicos. Fue un combate muy violento, duró entre cuatro y cinco horas, desde las ocho de la mañana hasta el mediodía. Al principio había mucha confusión porque durante la noche del 27 estuvo combatiendo la compañía A en posiciones más adelantadas. Y después se replegó durante la noche a través de mis posiciones. Yo estaba con mi compañía en las posiciones adelantadas también pero antes de que empiece el combate nocturno me vinieron a buscar porque por orden del jefe de regimiento me debía replegar a retaguardia para hacerme cargo de una fracción que se había organizado con la compañía de servicios.

-¿Cuántos hombres eran?

-Era una sección de tiradores de 35 soldados y 5 suboficiales. Y a mí me pusieron a cargo, entonces dejé a mi compañía en las posiciónes adelantadas y me fui al cerro Darwin. Esa posición parecía un anfiteatro, y desde ahí vimos cómo esa noche mi antigua compañía entró en combate. Yo veía las bengalas de iluminación, el fuego de artillería, la munición trazante… Lo tenía a cuatro kilómetros al frente. Y veía también cómo se replegaba durante la noche, y lo hizo a través de mis posiciones. Uno de los jefes de sección pasó por mi lugar y me dió la novedad de lo que pasaba. Me puso en situación y me aconsejó que me replegara, pero las órdenes que yo tenía eran defender esas posiciones. Era el límite anterior al campo principal de combate y tenía que defenderlo, no me podía replegar de ese lugar, era la línea no ceder.

Aunque prefiere no hablar seguido de lo que vivió en el combate de Darwin, dice que cada aniversario los recuerdos vuelven vívidos a él. (Nicolás Stulberg)

-¿Qué hiciste?

-Cuando me da la novedad de la situación le digo: “gracias mi subteniente, recibido, yo voy a retardar el ataque enemigo, voy a abrir fuego. Y si puedo, me repliego”. Me quedé como primera línea de recibimiento. Éramos los 35 soldados, los 5 suboficiales, y toda la sección de exploración que se había replegado durante esa noche y tenían ametralladoras, MAG 762… Porque yo no tenía ametralladoras, no tenía armas de apoyo, entonces cuando recibo ese refuerzo le digo a la sección que se queden conmigo, les doy posiciones y direcciones principales de fuego.

-¿Tus órdenes eran demorar el avance inglés?

-Claro, desgastar al enemigo, retardar el ataque, e ir cediendo terreno pero ganando tiempo. Hasta que llegaran a mis posiciones, lo que pasa es que yo estaba en la línea no ceder. Y ahí estuvimos esperano el ataque británico. En un momento ellos iban avanzando en la noche e incluso llegamos a recibir fuego de artillería antes de que empiece el día. Pero estábamos en nuestros pozos de zorro, estábamos a cubierto.

-¿Cómo fue esa noche?

-Fue una noche larga, una noche de vigilia. Estábamos todos muy atentos al fuego de artillería. Me acuerdo que se prendieron fuego unas hojas y traté de hacerlo apagar porque era un punto registro para la artillería británica y si nos movíamos nos recortábamos con el fuego que se había encedido a retaguardia. Entonces no nos podíamos mover mucho. No pudimos apagarlo y dejamos que ardiera durante toda la noche.

-¿En tu cabeza, mientras se acercaba el momento del ataque, qué sentías?

-Estábamos concentrados y después de la artillería hubo una pausa de combate y ahí ordené descansar por pozo. 50% descansaba, 50% vigilaba. Ya estábamos muy alertas, muy nerviosos, y empezábamos a agotarnos por haber estado todo un día en tensión. Yo sabía que en algún momento íbamos a recibir al enemigo en esas posiciones.

(Nicolás Stulberg)

-¿Qué pasaba si perdían sus posiciones?

-Si quebrábamos esa defensa, se quebraba el perímetro defensivo. Yo era consciente de que ese era el límite del cerco en el que se defendía toda la pista de aviones Pucará. Estábamos al norte del perímetro. Y en un momento llega a mis posiciónes la sección del Teniente Estevez. Se ubican en nuestros pozos de zorro y combatimos juntos. Él refuerza las posiciones mías, y sucede al amanecer del 28 de mayo. Me encuentro con él y le explico lo que había pasado durante la noche. Estévez me pregunta si tenía armas de apoyo, le digo que sí, de la sección que se había replegado, y me ordena ocupar una altura a la derecha con un grupo de tiradores.

-¿El Teniente Estévez se queda en sus posiciones?

-Sí, y en un momento yo me estaba por mover a la derecha y un soldado me dice que hay movimientos al frente. “¿Esos quiénes son, Peluffo?”, me pregunta Estévez. No sé, le digo. Podía ser la compañía A todavía replegándose o el enemigo, pero nosotros no marchábamos así, había mucha distancia entre hombres. Y tenían mochilas, cosa que nosotos no. Entonces le digo todo esto a Estévez y me dice que mande una patrulla a reconocerlos. Todo esto pasaba en minutos. Y cuando avanza la patrulla a reconocer, abren fuego. Empezamos a recibir fuego de armas automáticas y de mortero. Nos tiramos cuerpo a tierra, nos empezamos a arrastrar a las posiciones y nos dimos cuenta de que evidentemente era el enemigo.

-¿Qué hicieron?

-Tomamos posición, Estévez tomó posición también, y empezamos a ordenar los fuegos de las ametralladoras y las armas de apoyo. Los británicos empiezan a abrir más fuego de mortero. Yo logro en un momento entrar al pozo y empiezo a abrir fuego con mi fusil además de impartir órdenes. El Teniente Estévez era comando y sus jefes de grupo también eran comando, entonces sus hombres estaban muy instruidos más allá de ser clase 63, es decir, de tener 19 años.

Algunos de los recuerdos y libros de Malvinas que Peluffo tiene consigo en su campo en Mercedes, Corrientes. (Nicolás Stulberg)

-¿Cómo siguió todo?

-En un momento me quedo sin fusil porque le doy una pieza del mío al soldado Orellana, que se le rompe el percutor de su FAP (fusil automático pesado), y yo empiezo a tirar con mi pistola. Entonces mis disparos no llegaban a la distancia del enemigo, pero con mi disparo iluminaba y trazaba la trayectoria, y sobre mi fuego, fuego. Era como una guía digamos. Y en un momento un proyectil de mortero cae al lado nuestro. El cuerpo de Orellana hace de parapeto, le pega a él la masa de las esquirlas, lo hiere fuerte, y a mí me entra una esquirla en la pantorrilla izquierda. Ahí me arrastro, tomo el FAP de Orellana y sigo abriendo fuego. Me meto en el pozo y después abrimos lugar para que se meta Orellana, que estaba muy mal pero consciente.

-¿Disparabas ya herido en la pierna?

-Sí, no había otra. En un momento cambio la posición del FAP porque los ingleses se estaban moviendo, apunto a un paracaidista que maniobra sobre mi flanco derecho, me preparo para abrir fuego, él se tira detrás de unos setos, ya estábamos combatiendo a unos 50 o 100 metros. Y voy a tirar en esa dirección y de golpe siento un estruendo en el casco. Un proyectil me impacta directo sobre el casco, lo perfora y me roza el cráneo. De casualidad no me entra en el cráneo. Me roza la frente del lado derecho y me saca la oreja. Yo tenía un pasamontaña debajo del casco. Y caigo totalmente aturdido en el pozo, me zumbaban los oídos, y empiezo a tener una hemorragia.

-No perdiste el ojo de casualidad.

-De casualidad. Entonces caigo aturdido y me saca el pasamontañas un soldado y me dice: “no se aflija mi subteniente, el cuero nomá e”. Correntino también, soldado Juan Silva. Y ahí me pone dos paquetes de vendas, me da un poco de agua, una aspirina, y me tapa con una manta. Yo pensaba que me iba a morir, tenía mucho dolor. Algunos me dijeron que perdí el conocimiento un tiempo, otros que no. Yo no me acuerdo de eso, pero sí me acuerdo que en un momento intento levantarme del pozo y mirar. Les decía a mis soldados que siguieran abriendo fuego, que la mejor cubierta era el propio fuego… Yo repetía lo que había aprendido en el colegio militar. Trataba de alentar a los soldados que estaban conmigo en el pozo, pero cuando trato de incorporarme veo que los británicos empiezan a capturar los pozos del flanco derecho, entonces pido parte para el Teniente Estévez, quería comunicarme con mi superior. Y entonces me contestan: está muerto… Y se me llenó la cabeza de preguntas.

Primero de izquierda a derecha, el entonces subteniente Ernesto Peluffo, en las Islas Malvinas.

-¿Había alguna posibilidad de seguir resistiendo en ese punto?

-Yo sabía que por doctrina ahora venía el asalto a las posiciones. Iban a empezar a capturar pozo por pozo. Estaban muy próximos, y nos veíamos. Entonces pensé: ¿qué hago? ¿armo la bayoneta para defenderme como sea? ¿Ordeno un contraataque? ¿Salimos de las posiciones? Yo no podía pararme, no podía conducir, el Teniente estaba muerto… El otro oficial que seguía en antigüedad estaba herido y no podía conducir la defensa. Yo ya hacía un tiempo escuchaba intimaciones para que nos rindiéramos, y nosotros seguíamos combatiendo. Y ante la insistencia de los británicos ordené alto el fuego. A uno de los soldados que estaba conmigo le ordené que atara un repasador blanco en el fusil, y que lo agitara. Lo levantó, lo agitó, y le abrieron fuego, le tiraron dos tiros al guardamanos del fusil. Se metió adentro y me dijo: “mire mi subteniente, le pegaron dos tiros al fusil, no están respetando la bandera blanca”…

-¿No creían?

-No sé, entonces le digo al soldado que vuelva a levantar el fusil pero de forma decidida. Y ordené a todos “arriba los brazos, arriba los brazos, alto el fuego, nadie toca nada, afuera de los pozos”.

-¿Vos gritabas desde el pozo?

-Parado adentro del pozo, sí, vendado, ensangrentado. Prácticamente sacaba el torso afuera ya con la bandera blanca, y ordenaba. Y ahí empezamos a salir todos con los brazos en alto. Los británicos estaban a cincuenta metros y comenzaron a avanzar, todos enmascarados, con el rostro enmascarado, eran como arbustos que se movían en el terreno. Y avanzaron y empezaron a capturarnos. Nos daban culatazos, patadas. “Don’t move, shut up, down”… Claro, después me enteré de que nuestro combate había sido muy cruento, muy violento, y que murió el jefe del segundo batallón de Paracaidistas Reales, unos cuantos oficiales. Ellos estaban exhaltados por eso.

-Les salió cara la victoria.

-Sí, ellos al combate de Darwin lo tienen como uno de los combates más cruentos de la historia de las guerras del ejército británico. Tal es así que después durante el resto de la guerra nunca más atacaron de día, siempre lo hicieron de noche. Porque de noche nosotros teníamos menos aptitud y recursos que ellos.

-¿Estudiaste mucho lo que pasó esa noche?

-Hay muchas cosas de Malvinas que no quiero leer, porque sino es revolver otra vez el guiso. Los veteranos tenemos que tratar de seguir con nuestras vidas, dar vuelta la página, sino te quedás en pozo de zorro de Malvinas y chau. A mí al principio me costó entender algunas cosas. Son los fantasmas que a uno le quedan de Malvinas. ¿Por qué los soldados de uno, los suboficiales de uno murieron y uno no murió? Yo tendría que haber muerto.

-La culpa del sobreviviente.

-Sí. Pero después me di mi respuesta. Para dar testimonio, para contar la historia, para rescatar su heroísmo. Para casarme, para tener hijos… ¿no? Para tener memoria, para continuar sirviendo. Uno se da sus respuestas y sigue, porque sino se queda en el pozo de zorro.

"Los veteranos tenemos que tratar de seguir con nuestras vidas, dar vuelta la página, sino te quedás en pozo de zorro de Malvinas", dice Peluffo. (Nicolás Stulberg)

-Habrá sido muy difícil aceptar que era el momento de rendirse…

-Al principio tenía cargo de conciencia de no haber combatido hasta el final, no haber muerto, haberme rendido, haber rendido la posición. Pero después entendí que eso salvó vidas, y que había cumplido la misión. Y los británicos eso lo reconocen. Reconocen como un acto de profesionalismo de un joven subteniente que sabe hasta dónde. Ellos lo reconocieron e incluso lo pusieron de manifiesto: un capitán de los Royal Marine le transmitió a mi comandante de Brigada cuál había sido mi actuación en combate, y le dijo: “al subteniente Peluffo hay que condecorarlo, no solo por cómo combatió sino también por cómo se preocupó por sus soldados después del combate, aun estando herido”. Y bueno, esa es una satisfacción individual, mía, y es lo que hace que hoy todavía tenga el reconocimiento de mis soldados.

-¿En algún momento de tu vida pensanste operarte y sacarte la cicatriz?

-No. Es mi condecoración visible. Es mi orgullo. Es la marca. Es más, mi nombre de combate hoy es “cicatriz”. Cuando teníamos una comunicación por radio me decían: “Autentique. Y yo respondía: autentico cicatriz”.

Ernesto Peluffo contiene el llanto, no quiere mostrarse quebrado -no lo está. Contiene, hace silencio. “Es revolver de nuevo el guiso”, dice. Y vuelve a levantarse. Solo cuando pasen varios minutos se sentará otra vez a la mesa y dirá que es hora de comer. Guiso, paradojalmente. Afuera, de pronto aparece un tornado. Golpea las paredes de la casa, agita las ventanas, y trae después un poco de lluvia.

Ernesto Peluffo recibió la medalla al valor en combate por su actuación en las islas. Tenía 20 años y una bala le dejó el rostro marcado a fuego. Sus camaradas aún hoy lo recuerdan vendado, ensangrentado, preocupado por sus hombres. Conteniendo, siempre, esperando el huracán.


lunes, 19 de junio de 2023

Condecoración: Soldado Néstor Oscar Avelino Pegoraro (RI 12)

Soldado Clase 1962 NÉSTOR OSCAR AVELINO PEGORARO

RI 12, por:
"Al resultar aislado y rodeado por el enemigo e intimársele rendición negarse terminantemente, continuando con el fuego, ocasionando numerosas bajas y ofrendando su vida en esta acción"


viernes, 10 de febrero de 2023

Condecoración: Subteniente Ernesto Peluffo (RI 12)

SUBTENIENTE ERNESTO PELUFFO - RI 12 - EA




Luchar con valor y decisión durante los combate en Darwin y Prado del Ganso, siendo permanente ejemplo para sus subordinados.
Al ser puesto fuera de combate, el apuntador de un FAP que formaba parte de las avanzadas de combate, se hizo cargo del arma y repelió el ataque de fracciones enemigas, produciéndole bajas. Con personal de los servicios organizó una fracción de combate para bloquear una penetración enemiga. Pese a resultar herido seriamente, continuar alentando a su tropa e infundiéndole serenidad con el estímulo de su voz y actitud personal.




Coronel (RE) Ernesto Peluffo

domingo, 20 de noviembre de 2022

Darwin: La logística que no pudo ser embarcada a las islas del RI 12


La cortada logística del RI 12 en Darwin




En pelotas...

Si..literalmente en pelotas, asi cruzó a Malvinas el RI 12 de Mercedes Corrientes que terminara su largo periplo en Darwin, después de deambular por muchos destinos llegaron a Comodoro Rivadavia donde el 60% del Material del Regimiento se quedó en la Patagonia sin poder cruzar a las islas, Correntinos, Chaqueños, Misioneros y Formoseños apenas si tenían sus fusiles, una cuantas MAGs pero carecían de su dotacion ideal de Morteros, Cañones 105 y armas pesadas
POR FAVOR SIGAN LAS FOTOS....VERAN COMO FUERON CON EL TREN CARGADO DE MATERIALES Y LUEGO EN LAS ISLAS CON MENOS QUE LO JUSTO
Aún asi lo dieron TODO, hicieron que los Británicos cambien sus modos de ataque, solo de noche.

Sapucay Malvinas





sábado, 17 de julio de 2021

Baruzzo y su cuchillo contra los RM

"El soldado argentino que peleo hasta con un cuchillo contra los Royal Marines"




Cabo ROBERTO BACILIO BARUZZO - RI 12

Por su heroísmo en la batalla del Monte Longdon, combatiendo herido por esquirlas de bombardeos en los días anteriores. En dicha batalla el Cabo Baruzzo transportó bajo fuego a lugares seguros a heridos, exponiéndose a sí mismo y arriesgando su vida en varias ocasiones, y continuando la pelea durante dichas maniobras contra infantería enemiga en combate cuerpo a cuerpo hasta agotar munición, e incluso intentando combatir con su cuchillo, hasta caer prisionero ante un pelotón de Royal Marines.
De todos los suboficiales de Ejército que estuvieron en Malvinas, solo dos recibieron la máxima distinción a que puede aspirar un hombre de armas argentino: la Cruz al Heroico Valor en Combate.
Uno fue el soldado Poltronieri. El otro, sigue siendo un perfecto desconocido, aún para muchos estudiosos del tema Malvinas.

 

Se trata del cabo Roberto Baruzzo del Regimiento 12 de Infantería de Mercedes. Y vaya si su historia, de ribetes cinematográficos, vale la pena ser contada!

Su unidad había sido ubicada primero en el Monte Kent, para después ser enviada a Darwin.
Pero una sección compuesta mayormente de personal de cuadros, con Baruzzo incluido, se quedó en la zona, al mando del teniente primero Gorriti.
En los días previos al ataque contra Monte Longdon, los bombardeos ingleses sobre esa área se habían intensificado. El mismo Baruzzo fue herido en la mano por una esquirla.
En una de las noches, el cabo oyó gritos desgarradores. A pesar del cañoneo, salió de su pozo de zorro y encontró a un soldado con la pierna destrozada por el fuego naval enemigo.Sin titubear, dejó su fusil y cargó al herido hasta el puesto de enfermería, tratando de evitar que se desangra rápidamente.

Lo peor aún estaba por venir.
En la noche del 10 al 11 de junio, estuve observando desde Puerto Argentino el espectáculo fantasmagórico que ofrecía la ofensiva británica.
En medio de un estruendo ensordecedor, los montes aledaños eran cruzados por una miríada de proyectiles trazantes e intermitentemente iluminados por bengalas.
Se me estremecía el alma de imaginar que allí, en esos momentos, estaban matando y muriendo muchos bravos soldados argentinos.
Allí, en medio del fragor, la sección de Baruzzo ya se había replegado hacia el Monte Harriet, sobre el cual los ingleses estaban realizando una acción envolvente.
Varios grupos de soldados del 12 y del Regimiento 4 quedaron aislados. El teniente primero Jorge Echeverría, un oficial de Inteligencia de esta última unidad, los agrupa y encabeza la resistencia, Baruzzo se suma a ellos y ve a al oficial parapetado detrás de una roca, disparando su FAL.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Monte Kent: El cabo Baruzzo defiende a su amigo con cuchillo

Sacó su cuchillo para defender a un compañero en Malvinas y el soldado inglés, en vez de disparar, lo abrazó y le dijo: "The war is over" 

El cabo Roberto Baruzzo quedó solo con su compañero agonizante, a quien protegió contra decenas de ingleses. Con varias heridas encima batalló hasta que se agotaron sus municiones y sacó su cuchillo. El comandante británico, admirado por su valor, decidió perdonarle la vida basándose en un código de honor

Por Joaquín Sánchez Mariño || Infobae


El cabo Roberto Baruzzo en Malvinas, junto a sus compañeros cuando finalizó la guerra y quedó prisionero de los ingleses en Fitz Roy

Largo y ancho campo de nieve. Desde el cielo se ve todo blanco. Todo blanco salvo por una mancha negra pequeña que se va expandiendo conforme brota la sangre del cuello de Echeverría. No está solo, un cabo de 22 años lo abraza y le pide que resista.

El cuerpo de Echeverría recibió cinco disparos y su sangre, que se ve negra al contacto con la nieve, desespera a su compañero. Ya no tienen municiones para defenderse, solo le queda un cuchillo. Un soldado inglés se deja ver, fusil en alto, y comienza a aproximarse. El cabo desenfunda el arma y se pone en posición de pelea. No piensa entregarse. El inglés se acerca un poco más y le toca el brazo con el cañón del fusil. "War is over", le dice, "war is over". Y lo abraza.

Es una madrugada de junio de 1982 y están en las Islas Malvinas, más precisamente en Monte Kent. El nombre del cabo es Roberto Bacilio Baruzzo. Hoy tiene 59 años y vive en Corrientes, provincia de la que es oriundo (más precisamente, del pueblo de Riachuelo). Se casó y tiene dos hijas. Una de ellas se llama Malvina Soledad, como las islas, y la otra Mariana Noemí.

Su historia es una de las tantas historias heroicas de Malvinas, con una salvedad: Baruzzo es uno de los pocos combatientes en recibir la Cruz al Heroico Valor en Combate, máxima condecoración a la que puede aspirar un soldado argentino, junto al Sargento Primero Mateo Sbert, caído en el combate de Top Malo House; el Teniente primero Jorge Vizoso Posse, el Subteniente Juan José Gómez Centurión; el soldado conscripto clase 1962 Oscar Poltronieri; Teniente Ernesto Emilio Espinosa y el Teniente Roberto Estévez.

 
Baruzzo en la Escuela Sargento Cabral donde se recibió en 1979

El reconocimiento a Baruzzo no queda ahí: en su Riachuelo natal tiene una calle con su nombre, y en la ciudad de Corrientes, donde vive, un busto. Sin embargo, su historia sigue siendo desconocida por muchos. No le gusta hablar ni participar demasiado en programas de televisión, aunque alguna vez ha contado su derrotero a Nicolás Kasanzew o en vivo a Alejandro Fantino en Animales Sueltos.

Derrotero que termina (¿termina alguna vez?) en la nieve manchada de negro aquella noche de mediados de junio del '82.

Vamos a esas fechas. Baruzzo está apostado en Monte Kent protegiendo unos helicópteros a la espera de ser trasladado a Darwin. De pronto, un ataque aéreo inglés los sorprende y la esquirla de una bomba que le cae cerca provoca que un alambre le atraviese el brazo. Un capitán da la orden de cargar los soldados en los helicópteros y llevarlos a Darwin, pero le pide a Baruzzo que se quede ahí esperando un enfermero. En su estado, con el brazo destruido, era imposible que mantuviera un combate.

Se repliega y llega hasta Monte Harriet junto a otro regimiento que se se dirige hacia ahí. Tiene el brazo cada vez más hinchado, pero resiste.

 
La guerra dejó 649 muertos argentinos, 255 soldados británicos y 3 civiles (Foto: Telam / Román von Eckstein).

Cuando llegan a Monte Harriet, los ingleses atacan otra vez. Los soldados corren para todos lados y él los sigue. El cielo se prende y apaga con los destellos de las municiones. Se genera un descontrol. En medio de la retirada, algunos soldados caen al suelo, Baruzzo entre ellos. Un camarada le pisa el brazo y le revienta la herida. El cabo se levanta como puede y va hasta la enfermería, necesita parar el dolor de algún modo. No hay nadie, ningún médico, pero encuentra un frasco de penicilina en polvo. Sin saber cómo se usa (se suele inyectar mezclado con una solución), se tira ese polvo directamente sobre la herida. Arde, al principio, pero con los minutos siente que comienza a sanar (más tarde, volverá a tratarse la herida con azúcar porque en algún lugar leyó que eso servía).

Cesa el ataque, por unas horas. Esa misma noche comienzan nuevamente los bombardeos. Los soldados, protegidos en las trincheras, comienzan a salir a la intemperie conforme las bombas derrumban sus pozos.

En medio del ataque, Baruzzo ve a un amigo herido. Es Jorge Echeverría, su superior. Tiene varios tiros en el cuerpo y está rodeado de soldados ingleses, que le disparan desde todos los ángulos.

Baruzzo derriba a un soldado inglés y le roba su fusil -mejor que el propio- y su visor nocturno. Con esos dos elementos se dispone a proteger a su camarada. Se pone el visor y es entonces cuando siente miedo por primera vez. En medio de la noche más cerrada, en medio de la oscuridad más negra que vio nunca, descubre que con el visor se ve todo a la perfección, y distingue a los soldados ingleses de los argentinos, que caen uno atrás del otro. "Así nos ven", piensa, y se da cuenta de la desventaja.

Levanta entonces el fusil y comienza a cubrir a Echeverría, que para ese entonces ya tiene cinco impactos de bala. "Agarré y le maté a uno primero", cuenta Baruzzo. "Después apareció otro y le maté al otro. Y de golpe del otro lado me empiezan a tirar con municiones trazantes… no me mataron porque tengo un Dios aparte. Ahí vi que Jorge le dispara al que me ataca y lo pega. Entonces yo aprovecho y salto y agarro de la chaquetilla a Jorge y lo llevo atrás de una piedra. Pero el problema es que éramos dos, y la piedra para dos no era…".

Su compañero intenta pararse pero no lo logra. Le dice que no siente el cuerpo. Baruzzo lo apoya contra una piedra y con su cuchillo le abre el pantalón para curarlo. "Tenía todo negro", recuerda el entonces Cabo. "Ahí vi los orificios de los tiros. Le saqué el cordón de la chaquetilla, le até la pierna, le hice el primer torniquete y lo empecé a arrastrar de la chaqueta".
Después siguió defendiéndose de las balacera inglesa y derribando enemigos con el Fal 762 del que se había apropiado.

 
El cabo de 22 años llegó a Malvinas con el Regimiento 12 de Infantería de Mercedes

Estaban rodeados de neblina, se veía poco. Baruzzo ya no sabía si era la bruma natural de la isla o una humareda formada por los tiros. Sin importarle, avanzó con su compañero a cuestas a través de la nieve. En un momento se les cruza una silueta que empieza a disparar. "Las balas se me vinieron encima, pero las ligó Jorge… Entonces yo disparé, lo puse fuera de combate a ese tipo, y ahí Jorge se desplomó", recuerda Baruzzo.

Le pidió agua, Baruzzo sacó su botella de whisky y le convidó, como quien le ofrece el último trago a alguien que se despide. "Se moría. Estaba hecho un colador. Pero tenía una paz… Tenía todo lo que a mí me faltaba", recuerda Baruzzo.

Echeverría le dice que ya está, que lo deje morir. "Por favor, abandoname, escapate vos que podés", le pide. Baruzzo no sabe si va a poder escaparse, pero sí sabe que si lo abandona y logra salir vivo, no se lo va a perdonar nunca. "Era de una cobardía total", dice.

Echeverría insiste: lo agarra de la chaqueta y le dice: "Robertito, dejame, te lo pido por favor". Baruzzo se quiebra. Pone su cabeza en el pecho de su compañero y se echa a llorar desconsoladamente, un llanto sonoro, un llanto de joven militar de 22 años que acaba de matar y ve morir a su amigo y sabe que también morirá él. Un llanto largo y entregado, desprovisto ya de toda melancolía y esperanza. Desprovisto de miedo, miedo jamás.

 
El encuentro de Roberto Baruzzo y Jorge Echeverría

La mancha de sangre se empieza a expandir sobre la nieve blanca. "Ese hombre me transmitía paz. Era mi jefe, el jefe que yo siempre soñé tener. Si me mataban iba a ser una muerte realmente digna", rememora.

Están solos ya, nadie alrededor queda en pie. Parado en medio de la nada y cubierto de lágrimas, se queda sin municiones. Se pone el visor nocturno y comienza a mirar cómo a su alrededor las figuras inglesas se desplazan en grupos hasta rodearlos. Pirañas en medio de una isla dispuestas a terminar con ellos.

"Yo sabía que el modo de avanzar de los ingleses era por escalones, una formación atrás de otra cubriéndose mutuamente. Lo que no sabía era cuántos escalones había", recuerda.

Es en ese momento cuando Baruzzo asume que lo van a matar. Saca su cuchillo y se pone en señal de pelea, todavía llorando. "Vamos a ver cómo morimos", se dice, "vamos a ver cómo morimos". Y levanta el cuchillo.

Entonces le aparece casi encima la silueta del primer inglés. Baruzzo se queda duro, en blanco. El hombre se acerca un poco más. También tiene visor nocturno y está armado. En medio de esa oscuridad, los dos hombres se están viendo: son una figura verde claro proyectada en una pantalla pequeña delante de los ojos, como si fuera un juego de realidad virtual.

 
Roberto Baruzzo recibió la Cuz al Heroico Valor en Combate

A Baruzzo le parece extraño que no lo hayan liquidado todavía, un tiro a distancia y listo, no se requería de mucho. Sin embargo… el inglés se acerca cada vez más hasta ponerse al lado del argentino que tiene el cuchillo en la mano.

Lo primero que sintió fue el cañón del fusil sobre el brazo. Dos pequeños golpes indicándole que se desarme. Soltó el cuchillo y un segundo después se dejaron ver cuatro o cinco ingleses más. El primero de ellos baja su arma y lo pronuncia: "War is over". La guerra terminó. Se acerca al argentino y lo abraza.

"Sigue siendo mi enemigo y lo van a ser siempre. Yo no me abrazo con ningún inglés, no quiero saber nada con ellos. Pero en ese abrazo sentí como si fuera mi padre, y me eché a llorar en sus brazos… Así es, apretado contra él me eché a llorar", recuerda Baruzzo.

A su lado, su compañero se estaba muriendo desangrado.

El inglés le dijo "Ok Argentino", tomó su cuchillo ensangrentado, lo limpió en su pantalón, y le habló a sus compañeros. Todos ellos se acercaron y palmearon a Baruzzo. Le habían perdonado la vida.

Jorge Echeverría no tenía ninguna posibilidad de salir vivo de ahí. Aún así, lo subieron a un helicóptero británico y lo mandaron al buque hospital británico HMS Uganda. Lo atendieron y le salvaron la vida. Hoy vive con su mujer y sus dos hijas en Tucumán. Se considera un hermano de camarada, a quien le debe la vida.

 
Junto a su familia en Corrientes. ” Me gustaría que se resalten el valor y el heroísmo de mis soldados que murieron en Malvinas. También quiero que se cuente el honor y la valentía de Jorge Agustín Echeverría, el oficial del Regimiento Cuatro. Él fue para mi un ejemplo en pleno combate”, pidió

Al día siguiente de esa noche lo ingleses le pidieron al cabo Roberto Bacilio Baruzzo que recogiera los cuerpos de los muertos que él mismo había matado. Eran muchos. Mientras lo hacía, se le acercó otro inglés y le dijo: "Tuviste suerte, nuestro jefe maneja un código de honor: al que se lo encuentra en el campo enemigo combatiendo por un camarada se le perdona la vida".

Cuando se terminó esta nota, Roberto Baruzzo realizó un único pedido, sin condicionamientos, y con el tono cálido y humilde típico de los correntinos: "Más que mis misiones, me gustaría que se resalte el valor y el heroísmo de mis soldados que murieron en Malvinas. También quiero que se cuente el honor y la valentía de Jorge Agustín Echeverría, el oficial del Regimiento Cuatro. Él fue para mi un ejemplo en pleno combate, porque yo le hice los primeros auxilios en medio de millones de balas trazantes, y gracias a Dios pudo salvar su vida. Lo que yo hice fue solo aportar mi granito de arena, porque así lo quiso Dios y la patria".

lunes, 7 de agosto de 2017

Cuando la BBC arruinó la sorpresa en Goose Green

La traición de la BBC en la guerra de Malvinas en la batalla de Pradera del Ganso


Shahan Russell | War History Online


Lugar de descanso temporal del Coronel H Jones y 2 Para KIA Goose Green, Ajax Bay - 13 de junio de 1982.

La Batalla de Goose Green en 1982 fue parte de la Guerra de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina. Fue especialmente notable por dos cosas - la alta tasa de víctimas y cómo la British Broadcasting Corporation (BBC) cometió traición.

Las Islas Malvinas, Georgia del Sur y las Islas Sandwich del Sur son territorio dominados por los británico que se encuentra mucho más cerca de la Antártida que de Gran Bretaña.

También están más cerca de Argentina, por lo que los argentinos los reclaman a pesar de que todos los británicos dicen lo contrario.

El 2 de abril de 1982, decidieron hacer algo al recuperar las Islas Malvinas. Al día siguiente, Georgias del Sur y las islas Sandwich del Sur fueron los siguientes - que hizo que todos se vayan, "¡Huh !?"

El territorio combinado llega a apenas 1.507 millas cuadradas. Estando tan cerca de la Antártida que apenas habitable.

Las únicas personas que no se rascaban la cabeza eran los británicos y los argentinos.


Las Islas Malvinas, Georgia del Sur y las Islas Sandwich del Sur

Para entender esto, aquí hay una lección de historia rápida. Varias naciones europeas los reclamaron hasta que Gran Bretaña llegó en 1690 y dijo: "¡Mía!" España hizo lo mismo en 1713, pero para hacer una larga historia, su imperio se derrumbó.

Entre los territorios que perdieron fue Argentina. Aunque ya no son españoles, los argentinos creen que son los sucesores de la reclamación de España. Se contentaron con dejar que las cosas fueran hasta 1982. ¿Entonces por qué?

Era porque su gobierno militar necesitaba una distracción. La economía del país chupaba. Lo mismo ocurre con su historial de derechos humanos.

¿Solución? Distraer a la gente con patriotismo y hacerlo antes de las próximas elecciones llamadas. ¿Pero cómo? ¡Hola, guerra de Malvinas!

Mientras que Gran Bretaña no era un empujón, el gobierno argentino apostó en tres cosas: las islas no tienen valor estratégico; Que prácticamente no tienen recursos, y que son el hogar de sólo una pequeña población de la mayoría de los británicos.

Goose Green

El gobierno también consideró la economía británica. No estaba muy bien a principios de los 80, así que la esperanza era que los británicos estuvieran demasiado distraídos y demasiado presionados para hacer algo con respecto a una invasión.

Claro, gritarían y marcarían sus pies, pero eso sería todo.

Los argentinos no estaban preocupados por la ONU. El país fue constantemente objeto de ataques por sus violaciones de los derechos humanos, así que ¿qué fue otro ding de la comunidad internacional? La gente simplemente se acostumbraba a ello, como lo hicieron con el Tíbet.

No resultó de esa manera, por supuesto. Gran Bretaña respondió rápidamente con aterrizajes anfibios en San Carlos Water en East Falkland el 21 de mayo.

La mayoría de las fuerzas argentinas se encontraban alrededor de Port Stanley, a unos 50 kilómetros al este, y otras estaban instaladas en Goose Green y Darwin, armadas con ametralladoras, cañones de 35 mm, morteros y artillería.

Goose Green podría ser ignorado. Es una pequeña comunidad en Lafonia en East Falkland a lo largo del Choiseul Sound. También estaba demasiado lejos para amenazar los continuos aterrizajes en San Carlos, que no iban bien.


Teniente Coronel Ítalo Ángel Piaggi

Los británicos habían perdido un número de naves de ataques aéreos, por lo que necesitaban fortalecer las posiciones que ya tenían. Lo que pretendía ser una contrainvasión para recuperar las Malvinas, se había convertido en una maniobra defensiva.

Mientras que el gobierno argentino se hizo popular con su gente, las cosas eran diferentes en Gran Bretaña. Parte de su población sentía que las Malvinas no valían la pena pelear y morir. Por lo tanto para reunir a los nay-sayers, un poco de PR fue necesario.

Los políticos británicos estaban particularmente preocupados porque el Consejo de Seguridad de la ONU ya estaba hablando de un alto el fuego. Si se pasara, las tropas británicas se quedarían atascadas porque el tiempo y la geografía no estaban de su lado. Todo lo que Argentina tenía que hacer, por otro lado, era esperar.

Gran Bretaña no podía. Si era para tomar las Malvinas rápidamente, tenía que ir a la ofensiva.

De repente, Goose Green se veía atractiva.



Teniente Coronel Herbert Jones

Si Gran Bretaña pudiera tomar eso, tendría acceso a una gran franja de East Falkland. Un alto el fuego entonces sería todavía molesto, pero por lo menos Gran Bretaña tendría una porción más grande de la isla con la que molestar a la Argentina.

Entrar al Brigadier Julian Howard Atherden Thompson, comandante de la 3 Brigada Comandante. Su trabajo era enfrentarse a los argentinos alrededor de Goose Green y Darwin.

El área fue protegida por la Fuerza de Tarea Mercedes bajo el Teniente Coronel Ítalo Ángel Piaggi, compuesto por el 12º Regimiento de Infantería (IR12) y la 3ª Compañía. Defensado por 20 mm Rheinmetalls, dos pistolas antiaéreas de Oerlikon de 35 mm con radar y una batería de tres OTO Melara Mod 56 105 mm pack Howitzers, el trabajo de Thompson no sería fácil.

Para hacerla aún más difícil, sus hombres no podían volar. La mayoría de sus helicópteros habían estado a bordo del transportador del Atlántico, que fue destruido por misiles argentinos el 25 de mayo.

El plan, por lo tanto, era desembarcar tropas en la Bahía de San Carlos y hacerlos caminar durante dos días hasta que llegaran a Goose Green.


Cementerio al norte de Darwin, donde la mayoría de las bajas argentinas de Goose Green están enterradas

El 26 de mayo, el 2do Batallón del Regimiento Paracaidista (2 Pará) bajo el Teniente Coronel Herbert Jones comenzó a hacer precisamente eso. ¡Los argentinos se depararían una sorpresa!

O eso pensó Jones hasta que encendió la radio.

Se había sintonizado con el Servicio Mundial de la BBC, que estaba diciendo felizmente al mundo que el segundo Para estaba listo para lanzar un ataque sorpresa contra Goose Green. ¡Cuanta sorpresa habría ahora?!


Memorial al Grupo de 2 Pará, al oeste de Darwin

¿¡Ahora que!? Los 2 Para sabían que estaban superados en número. Su única ventaja estaba en la sorpresa, pero que claramente fue el camino de los dinosaurios.

Después de una sana ronda de pleitos, Jones prometió demandar a la BBC por traición. Idem con el Gabinete de Guerra. Ah, y todo el gobierno Thatcher.

Piaggi estaba escuchando la misma emisión y sacudió la cabeza con incredulidad. ¿Realmente los británicos pensaban que era tan estúpido? Hah!

Evidentemente iban a atacar en otro lugar y estaban usando el anuncio como una diversión. Así que les dijo a sus hombres que se relajaran.


El lugar donde murió el Teniente Coronel Herbert Jones, ahora un monumento conmemorativo

Ellos todavía estaban haciendo eso cuando 2 Pará atacó. Jones había apostado que Piaggi pensaría como él y ello pagó.

Piaggi se rindió el 29 de mayo - que, por una interesante coincidencia, pasa a ser el Día del Ejército Nacional Argentino.

Así terminó la Batalla de Goose Green, pero llegó a un precio considerable.

Jones y otros 17 británicos murieron a costa de 45 a 55 argentinos.

De vuelta en Gran Bretaña, hubo furia por el incidente, ya que los políticos fueron acusados ​​acertadamente de desperdiciar vidas británicas por un truco de propaganda.

martes, 18 de octubre de 2016

Gabino Ruiz Díaz, un héroe todavía buscado por su madre

La conmovedora historia de una madre de Malvinas que aún busca a su hijo
A treinta y cuatro años de la guerra, es el amor lo que mantiene en pie a Elma Pelozo quien sigue buscando sin descanso el cuerpo de su hijo, Gabino Ruiz Díaz
Por Gaby Cociffi - Infobae
Directora Editorial de Infobae | gcociffi@infobae.com | @gabycociffi


Elma Pelozo, en su casa de Colonia Pando, Corrientes (Alejandro Carra – Gente)

"Si Dios me levanta en este lugar, mami, si ya no regreso, no llore por mí porque estoy luchando por la Patria".

La apretada letra de Gabino Ruiz Díaz, en el amarillento formulario de encotel –Empresa Nacional de Correos y Telégrafos–, que con franqueo pago había llegado desde las islas Malvinas, le anunció a su madre que debía esperar lo peor. "'Cambacito' sabe que no va a volver", se dijo Elma Pelozo (hoy 76), sentada en la cocina de su casita de adobe y chapa, en Colonia Pando, a 140 kilómetros de la ciudad de Corrientes.



"Siento orgullo, mami. Yo juré por nuestra bandera y tengo que cumplir. Si Jesús luchó por nosotros y nos liberó, yo lo haré por mi Patria", estiró las palabras para llenar el renglón con su caligrafía infantil.

En soledad Elma dejó escapar una lágrima, que rápidamente secó con el repasador. No quería que su familia la vea triste. Su Cambacito ("por negrito", aclara) estaba en Malvinas. Y era el orgullo de la humilde colonia donde cosechaban tabaco y sandías.

A su memoria regresaron todas las imágenes del día en que su hijo le dijo adiós y se fue a la guerra para siempre.

"La última vez que lo vi fue el 10 de marzo del '82. Se vino para la casa arriba de su tordillo negro para despedirse de los hermanos, hablar con su padre y darme un beso lleno de amor", recuerda y busca la única foto que Gabino se sacó en toda su vida. Gastada por los años, con los colores apagados por el paso del tiempo, allí se lo ve a Gabino, con solo diecinueve años, posando orgulloso en su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes, donde le tocó hacer el servicio militar. Serio y firme en su camisa blanca, el pantalón y el corbatín caquis, el birrete con el escudo nacional apenas ladeado hacia la derecha, luce con honor su vestimenta de soldado.

LA MUERTE DE UN VALIENTE



La única foto que se sacó en su vida Gabino Ruiz Díaz: tenía 19 años y lucía orgulloso su uniforme del Regimiento de Infantería 12 de Mercedes, Corrientes

Elma acaricia la foto de su hijo. "En ese entonces éramos una familia feliz", suspira. Treinta y cuatro años después, la familia ya no es la misma. Su marido, don Gabino, murió en 2011 luego de una penosa enfermedad que lo tuvo postrado durante una década. Pero ella encuentra otra explicación para el sufrimiento del único hombre que amó, que va mucho más allá de la medicina: "Empezó a apagarse el día en que le dijeron que su hijo estaba desaparecido en la guerra, que ya no volvería".

Los recuerdos -entre mates y pastelitos de queso y dulce caseros- se cuelan por todos los rincones de esta casa que, gracias al dinero que recibieron de la pensión por el hijo muerto, tiene cielorraso, machimbre, cerámicos y ladrillos.

Elma relee aquella carta y llora en silencio. "Yo lucharé por mi Patria", escribió Cambacito pocos días antes de morir en la cruenta batalla de Goose Green, el 29 de mayo de 1982. Llevaban tres días enfrentando al Segundo Batallón de Paracaidista británico cuando Gabino saltó de su trinchera y al grito de sapucay "les puso el pecho a los ingleses y salió a pelear a campo abierto, mientras nosotros nos quedábamos en el pozo", recuerda Ramón Alegre, compañero en el Regimiento 12.

LA VIDA DE CAMBACITO


El 27 de junio de 1962, con la escarcha aun cubriendo los campos y la ayuda de la partera Doña Miño, llegó al mundo el tercero de los ocho hermanos Ruiz Díaz. Cinco días más tarde, como marca la tradición en la provincia norteña, la comadrona regresó al ranchito de adobe llevando el agua bendita para que el niño "renunciara al demonio" y fuera bautizado. Su padre eligió el nombre sin un atisbo de duda: "Se llamará como yo, Gabino".

Gabino creció entre los cultivos de tabaco y sandías, esos que le permitían a la familia llenar la olla y tener pan en la mesa cada noche. Mientras trabajaba en la cosecha, terminó séptimo grado en la escuela Santa Rosa de Lima –hoy Escuela 216 Héroe de Malvinas Gabino Ruíz Díaz–, destacándose en Ciencias Naturales. Su maestra de cuarto grado, Carmen Itatí Nuñez, lo definía -según se lee en el viejo cuaderno- como un chico "muy despierto, que habla siempre de animales y es aplicado en la tarea".

Tuvo una infancia de pobreza y privaciones, pero con una familia que supo encontrar en las pequeñas cosas una gran felicidad. Vivían al día, con lo que el campo les daba, sabiendo que a su casa en las Navidades nunca llegaría Papá Noel, y que no valía la pena escribirle una carta a los Reyes Magos pidiéndoles el juguete soñado. "Eramos muy humildes, sabíamos que para nosotros no había regalos", explica su hermana Antonia. Pero un 6 de enero, don Gabino se dio un lujo que aún hoy sus hijos recuerdan con el corazón estrujado de dicha: les compró a cada uno de ellos una alcancía con forma de animal. "A Cambacito le tocó un dorado enorme, como de 40 centímetros de largo. Arriba de la aleta tenía la ranura para echar las monedas", rememora su madre.

El amor no le fue esquivo y, aunque nunca presentó una novia en familia, todos saben –"por boca de la nieta de don Tito"– que Gabino se había enamorado por primera vez de Elenita, que luego siguió Leonor, y más tarde cortejó a Vicenta. Fue a esta última, aseguran, a quien le contó sus ilusiones: "No voy a ser policía como mi papá. Cuando me den la baja en el servicio militar voy a cultivar tabaco y sandías". Elma no sabe si su hijo le pidió a aquella novia que lo esperara. "No lo creo, él tenía un corazón inquieto", resume con picardía.


MI HIJO SE FUE A LA GUERRA



Batalla de Pradera del Ganso (Ejército Argentino)

Fue en el tiempo de Pascuas de Resurrección cuando Gabino se despidió de su familia."Llegó cuando ya caía la tardecita y me dijo: 'Mañana me voy al Regimiento en un camión que lleva fruta'. Me acuerdo que tenía ese pulóver azul con botones de madera que le quedaba tan lindo… A la hora de la cena se sentó en la cabecera de la mesa, y todos nos sentamos rodeándolo para despedirlo. Fue como un cumpleaños. Comimos estofado de pollo y yo le herví unos fideos", recuerda Elma cada detalle con una precisión que conmueve.

"A la mañana siguiente ensilló el caballo muy tempranito y en silencio. Me vio en la cocina, callada y triste. Y vino y me abrazó", cuenta. Antes de partir habló a solas con su padre, a quien siempre había obedecido sin cuestionar una sola de sus palabras, y cargó un pequeño bolso con todas sus pertenencias: un pantalón de abrigo, la camisa de fondo blanco con estampado en colorado y negro que usaba para los bailes, su pulóver azul y las botas del uniforme recién lustradas.

"Lo vi irse por ese camino. La imagen se fue haciendo chiquita y él cada tanto se daba vuelta y saludaba con la mano", relata con angustia. En ese entonces Elma no sabía que su hijo se iba a la guerra. "Nadie del Regimiento llamó para decirme que se iban a las islas. Y tendrían que haberlo hecho… eran criaturas. Seguro ahora Galtieri está pagando en el infierno porque dejó morir a nuestros chicos y enlutó la Argentina", finaliza con la voz quebrada.

DIOS, EN VOS CONFIO



Elma en la escuela donde estudió su hijo y que hoy lleva el nombre Héroe de Malvinas Gabino Ruiz Díaz  (Alejandro Carra – Gente)

"La fuerza me la da Gabino y me la da Dios. En Dios encuentro consuelo", habla Elma con esa aceptación del destino que solo da la Fe. Católica de nacimiento, evangelista desde el año 66′ -cuando los pastores le enseñaron a "encontrar las palabras para poder hablar con Dios"-, siente que Jesús la salvó. Y agrega con devoción cristiana: "Sé que nuestro Señor está cuidando a mi hijito, pero la herida no cicatriza nunca, sigue sangrando, y todavía lo extraño".

Cuando Cambacito se fue a la guerra, ella rezó cada noche "pidiéndole al Padre celestial que lo proteja". Pero su hijo quedó en esa tierra de turba y niebla. ¿Acaso sintió que Dios no la había escuchado? "Dios es el arquitecto de nuestra vida, hija. Solo El comprende por qué decidió llamarlo a su lado. Nunca me enojé con Nuestro Señor, El siempre te está escuchando", responde sorprendida.

Y me lleva al patio delantero de su casita, donde su marido plantó un árbol florido que aún perdura. Lo señala, y cuenta: "Cuando Cambacito estaba en las Malvinas yo miraba este árbol y pensaba que Dios suele cortar la flor que más quiere para llevarla a su lado. Entonces, yo elegía una flor cada día y se la dedicaba a Dios, pensando que quizá así no llevaría a mi hijo. Pero nadie escapa a su destino, hija, nadie".


EL DIA DEL ADIOS


Don Gabino, Elma y los siete hijos que les quedaban, fueron llamados a la Municipalidad en 1984. Allí les anunciaron que Gabino estaba desaparecido, que ya no volvería

Los mates siguen de mano en mano mientras cae la tarde. Elma, entrañable y cariñosa, me abraza y casi susurrando me confiesa al oído: "Mi hijo murió en las Malvinas, pero vino a casa esa noche a despedirse". Relata que una mañana de mayo del 82′ se fue caminando por el baldío hacia la casa de su madre. Doña Lucía estaba angustiada y la recibió con una frase que sería premonitoria: "Tu hijo no va a volver". Ella la cortó con dureza: "¡Cállese mamá! No hable de eso que de usted no depende".

Esa noche se quedó a dormir en la cama que su hijo había usado desde los diez años, allí en la casa de la abuela. "Y sentí que Gabino vino, se acostó a mi lado y me besó. Sentí muy claramente la tibieza de su cuerpito", murmura. Era la madrugada del 29 de mayo de 1982, la misma fecha en la que su hijo cayó peleando en la batalla de Pradera del Ganso.

"Hoy sé que me visitó para despedirse. Yo sentí el calor de mi hijo que no quería irse sin decirme adiós", cuenta con lágrimas en los ojos.

Y un día la guerra terminó. Los soldados volvieron al Continente. Los llevaron en trenes y camiones a sus pueblos. Pero Cambacito no regresó. Desesperada, Elma llegó jadeando al Regimiento: "¿Dónde está mi hijo?", imploró. "El soldado Gabino Ruiz Díaz está desaparecido", informaron los oficiales a cargo. Elma se quebró: "¿Desaparecido? ¿Dónde? ¿Va a volver? ¿Alguien lo vio?". La única respuesta que obtuvo fue el silencio.

Mucho tiempo después de la guerra, tanto que ya no recuerda, le entregaron en la Municipalidad un sobre certificado con el remitente del Regimiento de Mercedes. En el mismo instante en que lo abrió, se desvanecieron todas sus esperanzas: "Esperé hasta el último instante que Gabino un día golpeara la puerta y regresara a casa. Figuraba como 'desaparecido' y eso me daba esperanzas. Pero en esa carta me vino la medallita de identificación. Tenía su nombre y su número de documento. Era una chapita de zinc, partida al medio, y estaba manchada de sangre seca. Ahí me di cuenta que Cambacito ya no volvería".

ESAS ISLAS LEJANAS


Elma, su hija Antonia y su nieta Noemó, profesora de Lengua y Literatura (Alejandro Carra – Gente)

Durante veinte años nadie volvió a hablar de Cambacito en la casa. Como si el silencio, el no nombrarlo, pudiera tapar el dolor de la ausencia. "Tenía algo atragantado en la garganta, se me hacía un nudo y se me atoraban las palabras", asegura. Fue entonces cuando pudo viajar a las Malvinas. En el cementerio de Darwin recorrió las 237 cruces blancas, sin derramar una sóla lágrima. "Allí sentí que estaba cumpliendo con lo que él me había pedido en sueños: no llorarlo en el lugar que sufrió y murió".

Se abrazó a la placa que había llevado, y en la que había grabado su nombre, y caminó entre las tumbas. Ninguna cruz tenía el nombre de su hijo. "¿Dónde tengo que poner este recordatorio?", se preguntó. "Esperaba sentir algo, una señal. Ahí, en la tercera fila, supe que debía apoyar el bronce. Fue algo interno, como si mi hijo me dijera: 'Estoy acá, mami'. Entonces me arrodillé, dejé la placa y le recé", recuerda.

A Elma le faltó en ese primer viaje a Malvinas, y aún le falta hoy, una tumba donde dejar una flor: el cuerpo de Gabino Ruíz Díaz, como el de otros 123 caídos, jamás fue reconocido. Su cruz reza simplemente: "Soldado argentino solo conocido por Dios".

A treinta y cuatro años de la guerra, Elma Pelozo se suma a los 360 familiares que desde 2012 luchan y bregan -junto al veterano Julio Aro, de la Fundación No Me Olvides de Mar del Plata y a esta periodista-, por la identificación de los soldados NN de Malvinas.

Hoy, los gobiernos de Argentina y el Reino Unido, con la cruz Roja Internacional como mediadora, han dado los pasos políticos y diplomáticos  necesarios para para que esta causa humanitaria finalmente pueda realizarse. Sin embargo, el tiempo pasa, y las madres de los caídos sufren: "Hemos esperado muchos años, ya no tenemos tanto tiempo, todas las mamás somos gente grande… Ojalá que el presidente Macri, que es papá, entienda la enorme angustia que significa irse de esta vida sin saber dónde está tu hijo. Saber dónde está el cuerpo de Cambacito, que tanto he buscado durante todos estos años, me traería una nueva paz", implora.


En el día de la madre, Elma festejará con sus hijos y sus nietos. En la mesa familiar, todos recordarán a Cambacito. Con una sonrisa asegura que este domingo, seguramente, algún veterano pasará a saludarla: "Todos ellos son un pedazo de mi vida", dice emocionada.

Y cuenta con entusiasmo que cuando la visitan la llaman "mamá", y ella los abraza como abrazaba a su Gabino. "Nunca te vas a olvidar de tu hijo, pero hubo nuevos hijos que me dio la vida".