Fue a la guerra como personal de sanidad, luchó para salvar a los heridos y sus últimas palabras fueron para Malvinas
El pasado 31 de octubre falleció víctima de un ACV, Gilberto Boles Pereda, que en la guerra se desempeñó como odontólogo en Puerto Yapeyú. Como el resto del Regimiento de Infantería 5, padeció el aislamiento y la falta de insumos, carencias que supo suplir con su predisposición para el hacer el bien, que fue su conducta de vida. El conmovedor video que grabó minutos antes de su muerte
Por Adrián Pignatelli || 
InfobaeLa
 entrevista que hizo el Teniente Coronel VGM Boles Pereda se realizó  en
 el marco de “Malvinas 40 años” para registrar testimonios para un libro
 de la Sanidad Militar en Malvinas (Video editado y cedido por el 
Ejército Argentino)
Cuando 
había un bombardeo inglés, el personal médico del modesto puesto 
sanitario del Regimiento de Infantería 5 se transformaba. Ese 
espacioso salón de cinco por diez metros, de paredes de chapa, que en 
los tiempos de paz los socios del Port Howard Social Club lo usaban para
 reunirse, tomar cerveza y pasar el tiempo, era literalmente agujereado 
como un queso gruyere por las esquirlas de los explosivos.
Los
 heridos argentinos -que por las dudas se colocaban el casco- no salían 
de su asombro por la automática reacción de médicos y enfermeros que 
dejaban de lado la parsimonia de las escasas horas de tranquilidad, iban
 y venían, se internaban en el campo en la búsqueda de heridos, muchas 
veces en la inmensidad de la noche, conscientes que los segundos eran 
valiosos, y que podía significar la vida o la muerte para alguien que 
necesitase asistencia.
 Gilberto Boles Pereda estuvo en la guerra como teniente primero odontólogo, en Puerto Yapeyú, con el Regimiento 5.
Gilberto Boles Pereda estuvo en la guerra como teniente primero odontólogo, en Puerto Yapeyú, con el Regimiento 5.Uno de los que se transformaba era el teniente primero Gilberto Alejandro Boles Pereda,
 odontólogo, 29 años, que en uno de sus bolsillos conservaba la típica 
pieza de extracción de dientes. Fue el único implemento con el que 
contó, que ni supo cómo había llegado a su bolsillo.
El
 buque Córdoba, que debía llevarles todo lo necesario para la atención 
médica, retrasó su partida por un choque en el puerto y cuando quiso 
zarpar, el bloqueo inglés se lo impidió. Desde que los ingleses 
establecieron la cabeza de playa en San Carlos, los efectivos de la 
fuerza de tareas cuya cabeza visible era el Regimiento 5, asentada en 
Puerto Yapeyú, en la isla Gran Malvina, fueron los aislados entre los 
aislados, como gustan aún describirse.
Boles
 Pereda, que hacía poco se había recibido, que no le dijo a su madre 
maestra y a su papá farmacéutico que iba a la guerra, sino que les avisó
 desde las islas, que se negó a volver para que no le sellasen el 
pasaporte, que su devoción por la religión lo hacía cuidar el costado 
espiritual y afectivo de los soldados, falleció el pasado 31 de octubre,
 después de estar tres meses internado luego de sufrir un ACV.
Se descompuso inmediatamente después de dejar grabado su testimonio de su papel en la guerra.
 Desde
 las islas, Boles Pereda escribió varias cartas. Pedía perdón por la 
letra chica, decía que lo hacía para poder contar más. (Gentileza 
Familia Boles Pereda)
Desde
 las islas, Boles Pereda escribió varias cartas. Pedía perdón por la 
letra chica, decía que lo hacía para poder contar más. (Gentileza 
Familia Boles Pereda)Porteño, 
nacido el 25 de octubre de 1952, fanático de San Lorenzo y del Turismo 
Carretera, y que los domingos no se perdía una carrera, hace un poco más
 de treinta años que, a partir de ayudar en una mudanza, había conocido a
 su esposa, Patricia.
Tendrían a Catalina, ahora de 30 años, terapista ocupacional; Juan Pablo, de 27, un radiólogo que lleva el nombre en honor al Papa polaco; sigue Keila, de 25, a punto de recibirse de maestra jardinera; Mateo, de 18, terminando el secundario, que aún no tiene decidido qué estudiar y Milagros,
 de 12. Ella fue adoptada cuando tenía 11 meses, y el nombre se lo 
pusieron las enfermeras al nacer, porque estuvo muy delicada de salud. 
Con todos ellos dialogó Infobae, a escasas horas de haber despedido a su padre.
Las voces de sus hijos suenan claras a través del auricular y esperan que uno termine de hablar para otro acotar. “Para
 él, Malvinas fue su gran orgullo. Hablaba en la familia sobre la guerra
 pero no contaba detalles duros. Participaba de desfiles y asistía a las
 conmemoraciones del 2 de abril. Siempre se negó a viajar a las islas 
mientras tuviera que dejarse sellar el pasaporte. ‘Si es mi país, cómo 
voy a dejar que hagan eso’, cuentan los hijos.
 En
 la soledad de Puerto Yapeyú. Boles Pereda es el segundo desde la 
izquierda. En el otro extremo, parado, el capellán (Fotografía 
"Malvinas. Puerto Yapeyú 1982. La historia de la fuerza de tareas Yapeyú
 durante la campaña del Atlántico Sur, de Roberto Malatesta)
En
 la soledad de Puerto Yapeyú. Boles Pereda es el segundo desde la 
izquierda. En el otro extremo, parado, el capellán (Fotografía 
"Malvinas. Puerto Yapeyú 1982. La historia de la fuerza de tareas Yapeyú
 durante la campaña del Atlántico Sur, de Roberto Malatesta)En
 las cartas que escribió desde las islas y que la familia conserva como 
tesoro, pedía perdón por la letra chiquita, pero era porque quería 
escribir mucho. Las firmaba con un “para todos un beso grande y un abrazo de su Gilbertito”.
“En
 los momentos de mayor peligro, es como que el miedo desaparece; lo que 
pesa más es la responsabilidad que teníamos sobre los soldados”, explica
 Emilio Samyn Ducó, por entonces subteniente de dicha unidad. 
“Con los médicos ocurría lo mismo. Estando herido me sorprendía verlos 
trabajar, como cuando salían como una flecha a buscar heridos, sin 
reparar en el peligro”.
Boles Pereda era una persona extremadamente humilde, pero de carácter fuerte y exigente, según recuerdan. “Eran de los que sabían imponerse, pero para hacer el bien”.
Recorría los catres donde estaban los soldados heridos para levantarles el ánimo.
 Grande fue su desconsuelo cuando descubrió que el soldado chaqueño 
Gerónimo Maciel, al que debieron amputarle un brazo, respiraba muy mal, y
 los médicos no pudieron evitar el paro cardíaco y falleció. “Sentí mucho dolor e impotencia”, confesaría años después. Siempre recordó el detalle del perro que aullaba cuando lo enterraron.
 Primero
 desde la izquierda, Gilberto Boles Pereda posa en Puerto Yapeyú, junto a
 personal de la Compañía de Sanidad 3. (Del libro "Malvinas. Puerto 
Yapeyú 1982. La historia de la Fuerza de Tareas Yapeyú durante la 
campaña del Atlántico Sur, de Roberto Malatesta)
Primero
 desde la izquierda, Gilberto Boles Pereda posa en Puerto Yapeyú, junto a
 personal de la Compañía de Sanidad 3. (Del libro "Malvinas. Puerto 
Yapeyú 1982. La historia de la Fuerza de Tareas Yapeyú durante la 
campaña del Atlántico Sur, de Roberto Malatesta)Llevó
 un registro día por día de lo vivido en las islas, que incluían desde 
el santo y seña que debían usar hasta los estados del tiempo. Poseía una
 memoria prodigiosa, tenía presente el rostro de cada uno de los 
soldados. Roberto Malatesta, quien lo entrevistó para su libro “Malvinas. Puerto Yapeyú 1982″, contó que la emoción a veces le impedía continuar el relato. “Se notaba que la guerra lo había marcado mucho”, le dijo el autor a Infobae.
Por sobre todo, era muy creyente. Cuando al capellán del regimiento Nicolás Solnyczny
 se quedó sin hostias, fue Boles quien encontró la solución. Se las 
arregló para canjear con los kelpers del lugar un poco de harina. La 
mezcló con agua, hizo una masa que estiró lo más que pudo para dejarla 
fina. La cortaba con una tapa de remedios y la cocinaba en el aparato 
que se usaba para la esterilización del instrumental. Y los heridos 
pudieron comulgar.
El decía que el día más triste fue cuando vio cuando arriaron la bandera argentina.
Los
 hijos remarcan que era callado y un tanto reservado en reuniones y que 
no importaba el lugar donde fueran, siempre se encontraba con gente 
conocida. Y que era muy recto y honrado y dedicado al trabajo. Le 
gustaba escuchar tangos aunque en el consultorio, para que sus pacientes
 se sintiesen tranquilos, ponía música mantra. Había pacientes que tenía
 tanto en el Hospital Militar de Campo de Mayo como en la clínica 
privada donde trabajaba por la tarde, que solo aceptaban atenderse con 
él. Era habitual que al final del día se apareciera en la casa con vinos
 o chocolates que ellos le regalaban.
 Remitente Islas Malvinas. Uno de los tantos sobres con las cartas que la familia atesora (Gentileza familia Boles Pereda)
Remitente Islas Malvinas. Uno de los tantos sobres con las cartas que la familia atesora (Gentileza familia Boles Pereda)Durante
 la pandemia, cuando la cuarentena era estricta, solía concurrir a las 
terapias intensivas a dar la eucaristía a los enfermos, ya que su 
condición de Ministro de la Eucaristía así se lo permitía. “Si Dios y la
 Virgen quiere…”, solía repetir como una muletilla.
Era
 culto y formado y, medio en serio y medio en broma, en la familia lo 
desafiaban a anotarse en algún programa de preguntas y respuestas, ya 
que los paseos que realizaban eran casi visitas guiadas con comentarios y
 acotaciones de los lugares por los que pasaban.
Se
 las arreglaba para llevar y traer a sus hijos. “Es nuestro Uber”. Con 
la hija más chica se divertían asomados al balcón, saludando a los 
colectivos que pasaban. Era deportista y corría maratones. “Hoy es un 
día ideal para la práctica del deporte”, solía decir.
Hace tiempo que Silvia Barrera, que en la guerra se desempeñó como instrumentadora quirúrgica, y Paula Baruja,
 profesora y licenciada en enfermería -en el marco de un proyecto de 
investigación de la licenciatura en enfermería del Colegio Militar de la
 Nación-, están registrando en video testimonios de veteranos de 
Malvinas que hayan pertenecido a Sanidad y especialmente sobre la 
Compañía de Sanidad 3, que pertenecía a la Brigada 3, de los que hay 
escasos registros de su desempeño en el conflicto. Todo el material lo 
volcarán en el documental “Heridas de guerra”. Costó convencerlo a Boles Pereda,
 que el año pasado se había retirado con el grado de teniente coronel, 
porque nunca había hablado de esa manera y siempre estaba complicado con
 los horarios. Sus recuerdos eran valiosos para reconstruir la 
movilización y el despliegue del puesto principal de socorro de esa 
brigada. Finalmente accedió.
Las grabaciones 
se hicieron en el Salón Belgrano del edificio del Estado Mayor del 
Ejército. El miércoles 28 de julio, aparte de Boles, estaba invitado el 
cirujano Horacio Quirós Taua.
En
 un ambiente donde había poca luz, de pronto se escuchó a alguien 
tropezándose con las sillas. Era Boles que se desplomaba. Llamaron una 
ambulancia y Paula Baruja lo acompañó en el vehículo. Camino al Hospital
 Militar Central, él le tomó la mano y le dijo que estaba feliz por 
haber podido contar lo que había vivido en las islas.
Esas serían sus últimas palabras.
 La
 última fotografía. A punto de dar testimonio para un documental sobre 
la participación del personal de Sanidad durante el conflicto armado 
(Gentileza Silvia Barrera y Paula Baruja)
La
 última fotografía. A punto de dar testimonio para un documental sobre 
la participación del personal de Sanidad durante el conflicto armado 
(Gentileza Silvia Barrera y Paula Baruja)Estuvo tres meses internado y los médicos, sorprendidos, dijeron que la peleó como un guerrero. Cuando la familia lo visitaba y le hablaba, él respondía con gestos. Su hija Catalina relata que cuando le pasaron la Marcha de Malvinas movía la cabeza, los ojos y los labios. Falleció el 31 de octubre.
Lo
 sepultaron en el cementerio de la Chacarita, donde se dieron cita su 
familia, sus amigos y sus compañeros. El responso quedó a cargo del 
padre Santiago, del que se había hecho muy amigo, y en un momento
 se quebró en medio de la plegaria. Conmovió a los presentes los 
golpecitos que Milagros, su hija menor, le dio al féretro, acompañado por un “papá, te amo”, frase que resume, ni más ni menos, la vida de un hombre bueno.