Operación Alcázar: los comandos que planearon sacar Menéndez y hacer un contraataque “en serio” contra los ingleses
Los
 mayores Mario Castagneto y Aldo Rico idearon un plan para resistir el 
embate final inglés y, de ser necesario, morir peleando. Iban a tomar la
 casa del gobernador en Puerto Argentino y atrincherarse. Cómo le llegó 
esa información a Menéndez, la acción que tomó y la misión suicida a la 
que fueron enviados cuando la guerra ya se terminaba
Por  Nicolás  Kasanzew || Infobae

Mario Castagneto (tercero de izquierda a derecha) junto a integrantes del Grupo de Comandos 601
El jefe de la Compañía de Comandos 601consideraba que un contraataque era perfectamente posible. Mario Castagneto
 recorría permanentemente las posiciones y sabía de lo que hablaba. Pero
 los generales estuvieron siempre con los borceguíes lustrados, jamás se
 acercaron a recorrer los pozos de zorro de primera línea para calibrar 
la situación. De haberse animado a ensuciar su calzado, se hubieran 
anoticiado de que los soldados estaban enteramente dispuestos a jugarse. Siempre y cuando, claro está, los generales se pusieran al mando.
   
    
     
      
     
Excepto
 las posiciones del Regimiento 8, que estaba en Bahía Fox, el mayor 
Castagneto recorrió todas las unidades. Y pudo constatar que los 
combatientes esperaban y necesitaban la presencia de sus jefes. Esos 
jefes que están cerca de la tropa, que no le escurren el bulto a la 
primera línea, que recorren las posiciones, que tienen el conocimiento 
profundo de cómo está la situación por la que se está atravesando, que 
llevan a todas partes su aliento, que hacen la arenga final.
 Lo que los soldados querían era el ejemplo personal, no que los generales se quedaran encerrados en el pueblo. En vez de ello, estos generales vivían lo más tranquilos en sus casas de Puerto Argentino. Con cocinero y calefacción.
  Si
 los de Malvinas no hubieran sido generales de escritorio, nada les 
hubiera impedido reunir a oficiales y suboficiales, incluyendo a 
aquellos que pululaban en el pueblo y en la retaguardia y, sumándoles a 
los comandos, lanzar ese contraataque que los ingleses tanto temían.
Pero Mario Benjamín Menéndez,
 jefe de la Guarnición Malvinas y gobernador del archipiélago, hacía 
gala de una indiferencia rayana en la resignación. Siempre me pareció 
que el general ya se había rendido internamente hacía mucho tiempo 
atrás.
 Mario Benjamín Menéndez con el mayor Castagneto en Malvinas (Fotos: Nicolás Kasanzew)
Mario Benjamín Menéndez con el mayor Castagneto en Malvinas (Fotos: Nicolás Kasanzew)El talentoso periodista Manfred Schönfeld, escribió después de la rendición:
“Faltó el último coraje personal en la conducción.
 Si hubo sentimientos humanitarios, si no se quiso exponer a la tropa a 
ser víctima de una carnicería generalizada –suponiendo que 
verdaderamente, el armamento del enemigo era tan superior que casi diez 
mil hombres no pudieron resistirlo siquiera un poco más– pero en fin, si
 hubo ese acto de compasión para con la masa de jóvenes civiles 
conscriptos, nadie hubiera impedido, sin embargo, a los oficiales 
superiores al mando de la guarnición, licenciar a sus tropas, ordenarles
 rendirse, dar a conocer amplia y profundamente tal decisión a los 
cuatro vientos –para evitar posibles represalias ulteriores contra la 
tropa inerme– y una vez hecho eso, atrincherarse un puñado de hombres
 cuyo honor profesional los hubiera obligado a semejante acto de 
heroísmo, alrededor de su bandera, y pelear por ella hasta morir. De
 haberse dado un gesto de esta naturaleza, hoy los argentinos andaríamos
 con la frente más alta, e incluso en aquellos hogares atribulados por 
la tragedia de la pérdida o la mutilación de un hijo se sentiría que ese
 sacrificio impuesto por el destino fue correspondido, fue igualado, sin
 que quedasen sueltos los cabos de la duda y de la incertidumbre sobre 
la justificación del sacrificio”.
 Aldo Rico en una Kawasaki KE 125 en la costa de Puerto Argentino
Aldo Rico en una Kawasaki KE 125 en la costa de Puerto ArgentinoSin
 embargo, hubo dos oficiales que quisieron hacer exactamente lo 
imaginado por Schonfeld: atrincherarse con un puñado de hombres y vender
 cara la derrota. Eran los jefes de las Compañías de Comandos 601 y 602,
 mayores Mario Castagneto y Aldo Rico.
La
 iniciativa partió del primero, quien le planteó a Rico la idea de 
preparar la última resistencia en Puerto Argentino. La operación se 
llamaría “Alcázar”, un término muy caro a Castagneto, ya que 
evocaba la heroica resistencia del asediado Alcázar de Toledo en 1936. 
El jefe de la 602 no estaba muy convencido, pero finalmente accedió ante
 el ímpetu y la convicción irreductible de Castagneto.
Bastante antes del arribo de Rico a Malvinas, el jefe de la 601 había anticipado que ese momento podía llegar. Y su idea era atrincherarse en la casa del gobernador.
 Es que en una campaña, lo que simboliza el triunfo es la conquista del 
objetivo estratégico; en este caso la ciudad de Puerto Argentino. Pero el enemigo no podría cantar victoria, mientras la casa del gobernador no estuviese en su poder.
Desde tiempo atrás, Castagneto
 creía que iba a ser necesaria una resistencia final, sin posibilidades 
de éxito tal vez, pero que encarnara el deseo de combatir hasta la 
muerte. Erróneamente se dijo luego que la idea era resistir casa por
 casa, pero Castagneto nunca lo imaginó así. Por empezar, era imposible 
con los efectivos de que disponía en aquel momento. Contaba sólo con 
unos sesenta hombres, ya que había perdido gente que tenía en la Gran 
Malvina. Sumados a los comandos de Gendarmería y los de Rico no 
superaban un total de noventa o cien. Pero sobre todo, Castagneto no 
quería escudarse en la población civil, contra la cual los ingleses no 
iban a disparar.
 Mohamed
 Alí Seinldín (izquierda) se negó a formar parte de la Operación 
Alcázar. Dijo que no se podía alterar la cadena de mandos de esa manera,
 que era una falta de disciplina
Mohamed
 Alí Seinldín (izquierda) se negó a formar parte de la Operación 
Alcázar. Dijo que no se podía alterar la cadena de mandos de esa manera,
 que era una falta de disciplinaDiscretamente,
 ambos mayores y sus jefes de sección reconocieron por dentro y por 
fuera la casa del gobernador, para determinar la mejor manera en que 
podía ser defendida. Y por expresa orden del jefe de la 601, a la que se
 plegó Rico, a partir del 5 de junio los comandos, tanto de Ejército, 
como de Gendarmería realizaron un relevamiento completo del poblado:
 tipos de casas, particularidades de los terrenos baldíos, lugares para 
hacer voladuras o tender trampas, vías de repliegue, cantidad de radios y
 vehículos de toda clase. Sin pedir permiso a la superioridad.
Es
 evidente que para Castagneto era una cuestión de honor mostrar a los 
ojos del mundo entero que los cuadros argentinos eran capaces de 
combatir hasta la muerte, aunque no tuvieran posibilidades de triunfo.
Lamentablemente, Menéndez tenía una idea bien distinta del sentido de la vida militar.
 Seineldín habla frente a los Comandos. Sentado, Aldo Rico (Fotos: Nicolás Kasanzew)
Seineldín habla frente a los Comandos. Sentado, Aldo Rico (Fotos: Nicolás Kasanzew)Sólo quedaba la opción de desplazarlo. Pero,
 ¿quién tenía la talla suficiente para conducir a los cuadros a un 
sacrificio heroico? Las miradas de Castagneto y Rico convergieron sobre 
el teniente coronel Mohamed Alí Seineldín. Por su prestigio, 
porque no estaba comprometido directamente en el combate, porque su 
regimiento estaba en las cercanías, parecía la persona más adecuada para
 ponerse al frente de la defensa de Puerto Argentino.
De
 ahí que, a renglón seguido de la reunión de camaradería de los 
integrantes de ambas Compañías de Comandos, el domingo 6 de junio ambos 
oficiales visitaron a Seineldín en su amplia casamata subterránea de 
las posiciones del Regimiento 25 y le ofrecieron un plan: apartar a 
Menéndez y que él se ponga al frente de una defensa en serio. Inesperadamente, el Turco rechazó de plano la propuesta. Adujo que no se podía alterar la cadena de mandos de esa manera, que era una falta de disciplina.
Años
 más tarde, sin embargo, no tuvo los mismos miramientos al liderar, al 
menos formalmente, las asonadas de 1988 y 1990. Si bien decepcionados 
por la actitud de este jefe, Castagneto y Rico no abandonaron la idea de
 una postrera defensa de Puerto Argentino: la encabezarían ellos mismos. Al parecer, no los amilanaba siquiera que sus actitudes fueran pasibles de consejo de guerra y fusilamiento inmediato.
Pero la
 intención de resistir llegó al conocimiento de Menéndez, y abruptamente
 todos los comandos fueron sacados de Puerto Argentino en el anochecer 
del 13 de junio. Se les dijo que del otro lado de Wireless Ridge,
 donde estaban los tanques de combustible, en la península de Freycinet,
 desembarcaron comandos del SAS y había que neutralizarlos. En 
realidad, mandaron allí un rejuntado, ya que la 602 había perdido parte 
de su capacidad militar y la 601 estaba desparramada, tenía gente en 
Howard, que no había logrado cruzar a Soledad.
 Decepcionados
 por la actitud de Seineldín, Castagneto y Rico no abandonaron la idea 
de una postrera defensa de Puerto Argentino: la encabezarían ellos 
mismos
Decepcionados
 por la actitud de Seineldín, Castagneto y Rico no abandonaron la idea 
de una postrera defensa de Puerto Argentino: la encabezarían ellos 
mismosLos comandos pasaron la noche bajo la nieve, mirando con los visores nocturnos, pero el SAS nunca apareció. Y
 a eso de las cuatro de la mañana Castagneto los impone de una nueva 
orden que acababa de recibir: ocupar una posición de bloqueo al oeste de
 la península de Cambers, en dirección a Monte Longdon, para evitar el 
avance de los ingleses, que venían de superar al Regimiento 7. Se trataba lisa y llanamente de una misión suicida.
 Unos cuarenta hombres sin armamento pesado eran ubicados a la 
intemperie frente a la artillería británica y dos o tres de sus 
batallones. “No me pregunten el por qué de esta orden”, se atajó 
Castagneto. Pero cuando el capitán Ricardo Frecha, que tenía con él una relación especial más allá de la profesión, lo agarra en un aparte, el mayor le dice: “No quieren que estemos en Puerto Argentino y hagamos la Operación Alcázar”.
Para evitar eso, los mandaban a una misión suicida.
“Ponernos
 en esa posición de bloqueo era una locura –me comenta Frecha–. Pero te 
aseguro que de ahí no nos íbamos a mover, moriríamos allí. Castagneto 
moría ahí, Rico moría ahí, yo moría ahí. Pensaba en mi esposa: bueno, 
ella va a poder rehacer su vida, es una linda mujer, todo pasará para 
ella. ¿Y mis hijos? ¡Los dejo huérfanos! ¿Trascenderé en ellos? Pero no 
había marcha atrás. Milagrosamente, la guerra terminó esa madrugada, y 
pararon todo”.
 El
 capitán Ricardo Frecha supo que los sacaron a último momento de Puerto 
Argentino para impedir la Operación Alcázar (Fotos: Nicolás Kasanzew)
El
 capitán Ricardo Frecha supo que los sacaron a último momento de Puerto 
Argentino para impedir la Operación Alcázar (Fotos: Nicolás Kasanzew)Ese
 día Castagneto agotó las baterías, llamando por radio para que los 
cruzaran nuevamente a Puerto Argentino. Quería volver para poner en 
práctica la Operación Alcázar. Y no hubo manera. Recién cuando escuchó 
por la radio militar que la rendición estaba acordada, después de unos 
cuarenta llamados que había hecho pidiendo que mandaran el barquito para
 cruzarlos, vio al Forrest que salía de enfrente a recogerlos,
El
 jefe de comandos nunca imaginó que la rendición se produciría en forma 
tan precipitada y sin haber ofrecido la resistencia final. Él había 
propuesto lo que haría cualquier soldado verdaderamente profesional: 
combatir sin parar. Su postura era, asimismo, altamente espiritual: pensaba en el juicio de la Historia, antes que en la propia supervivencia.
 El mayor Mario Castagneto (centro) pensó que podían tomar la Casa del gobernador y resistir
El mayor Mario Castagneto (centro) pensó que podían tomar la Casa del gobernador y resistirSin
 embargo, no necesariamente la iniciativa de Castagneto iba a ser 
coronada con la muerte de todos los valientes atrincherados. En 1984, 
ese brillante intelectual que fue Manfred Schönfeld, me decía: “No acepto de modo alguno la típica excusa de que Menéndez estaba preocupado por su tropa. Hay ejemplos en la historia de cómo resuelve eso un oficial pundonoroso. Si entre esa muchachada se hubiese corrido la voz ‘¡El general en persona está lanzándose al ataque! ¡Carga frente a nosotros contra el enemigo!’ eso
 los hubiera galvanizado. Porque no hay soldado; ni profesional, ni 
conscripto, que resista eso. Y eso es lo que debiera haber hecho el 
general Menéndez. También, si se hubiera atrincherado en la casa del gobernador con cuadros,
 anunciando a los cuatro vientos que ha licenciado a su tropa, 
especialmente a los conscriptos, pero que él de ahí no se mueve, que 
tendrán que sacarlo muerto, yo me juego la cabeza, conociendo como creo 
conocer a los ingleses, en cuyo país viví nueve años seguidos, que si él
 hace eso, los ingleses se frenan. Si llega el mensaje a Londres –y a 
todo el orbe–: ‘El hombre no se va a rendir. Habrá que pasarlo a 
cuchillo a él y a sus doscientos selectos. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a pasar 
por unos monstruos? ¿Cinco mil hombres vamos a masacrar a 
doscientos, cuando ellos con sus diez mil respetaron a nuestros ochenta 
Marines que estaban antes del 2 de abril?’ –me juego nuevamente la 
cabeza que la respuesta iba a ser: ‘Negocie con el hombre’.
 Y entonces, cuando se negocia, algo se saca. Algo más honorable, más 
digno. Pero irse así al mazo, es lamentable. Demostrativo de que ese 
general evidentemente no domina su oficio, ni tampoco tiene las 
cualidades esenciales del militar, que son el coraje y el espíritu de 
sacrificio”.
Después
 de todo, los jefes están justamente para hacer esa clase de gestos, 
interpretando la necesidad histórica. Menéndez, en cambio, no se rindió 
el 14 de junio. Ya había llegado rendido a las islas el 7 de abril.