Operación Mikado: el día que Gran Bretaña pensó invadir Argentina
La Operación Mikado fue el nombre en código por el que el Reino Unido designó al frustrado plan de ataque comando a la Base Aeronaval Almirante Hermes Quijada en Río Grande. Ex combatientes hablaron de un intento de desembarco en Punta Loyola y hasta del derribo de un helicóptero inglés que cayó en Punta Arenas.
Cómo sería el desembarco y ataque a la Argentina.
Hoy se cumplen 31 años del intento de recuperación de las islas Malvinas, cuando con el desembarco de tropas argentinas se quiso poner fin a una ocupación ilegal por parte de Gran Bretaña.
Una vez finalizada la guerra y con el correr de los años, se comenzaron a conocer distintos planes, tanto argentinos como británicos, que en 1982 eran totalmente confidenciales.
A una de estas operaciones se la conoció como “Mikado”, un término que en idioma japonés significa ‘la puerta’ y que se usaba antiguamente para denominar al emperador de Japón.
Debido a la amenaza que representaba para la flota británica la combinación de los aviones de la Armada Argentina Dassault-Breguet Super Etendard con los misiles AM-39 Exocet, 5 de los cuales formaban la 2° Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque que operaba desde Río Grande, se hicieron planes para utilizar tropas del Escuadrón “B” del Special Air Service (SAS) en una operación para destruirlos.
El 4 de mayo de 1982, dos de estos aviones habían destruido al destructor británico HMS Sheffield (D80) utilizando dos Exocet en el ataque, permaneciendo otros tres misiles más en poder de la Armada Argentina, ya que Francia había entregado sólo 5 antes de la guerra. Otros 9 aviones y 25 misiles fueron entregados a la Argentina luego de la guerra, pues el Reino Unido presionó para que Francia no cumpliera con los plazos de entrega durante el conflicto. Desde ese momento, ubicar y eliminar esos misiles se convirtió en una prioridad tan alta para el Almirantazgo Británico que justificaba cualquier clase de sacrificio. Se pensó en infiltrar un grupo desde Chile para dar una alerta temprana cuando los Super Etendard despegaran de Río Grande, pero los aviones Harrier británicos no podrían alcanzar a los aviones argentinos antes de que lanzaran su misil Exocet, debido a la distancia en que lo hacían de su blanco.
Operación
Descartada la infiltración, se pensó en un plan para atacar la base, cuya intención era destruir los misiles y los aviones que los transportaban y matar a los pilotos en sus cuarteles, y luego refugiarse en Chile, esgrimiendo como excusa un desperfecto técnico, dirigiéndose a la base aérea de Punta Arenas.
Dos planes fueron elaborados y experimentaron sus ensayos preliminares en las montañas de Escocia: el aterrizaje de 25 comandos SAS en dos aviones C-130 Hércules directamente sobre la pista de Río Grande, y la infiltración de 24 SAS en botes inflables transportados hasta pocas millas de la costa en un submarino. Los dos planes generaron un considerable rechazo por algunos miembros del SAS, que los consideraban misiones suicida.
Irónicamente, el área de Río Grande estaba defendida por 4 batallones completos del Comando de la Infantería de Marina, algunos de cuyos oficiales habían sido entrenados en el Reino Unido por el Special Boat Service (SBS) en años anteriores.
El primer plan recibió la mayor consideración, pero como los dos aviones serían detectados por los radares argentinos a unas 30 millas del objetivo, para reducir la efectividad de la defensa antiaérea se planeó ejecutar la operación de noche. Una vez cumplidos los objetivos de la misión, si los aviones sobrevivían, se escaparían en ellos, de lo contrario, los comandos estaban entrenados para subsistir en un terreno helado mientras escapaban hacia Chile.
Botes en Punta Loyola
Siete ex soldados del Regimiento de Infantería 24 de Río Gallegos, reunidos por Clarín, contaron una experiencia. Fue vivida por parte de treinta y seis soldados de ese regimiento, todos de la clase 1963, que, por sus condiciones, habían sido destacados por el Ejército como AOR (Aspirantes a Oficial de Reserva) y destinados a la Compañía “C” de esa unidad. Una compañía que no existía entonces, y no existe hoy en los papeles oficiales. Es una compañía fantasma. Lo que narran, con el rigor de lo vivido que Freedman envidiaría, es que en la madrugada del 18 de mayo de 1982 sintieron zumbar sobre sus cabezas una aeronave, que era un helicóptero, que no era argentino y que fue baleado por uno de ellos, en medio de la niebla. Al día siguiente supieron que una máquina británica había caído en Punta Arenas. Y aún hoy tienen la certeza que se trataba del ZA290.
Con Clarín dialogaron Carlos Vivas, Germán Leeuwarden, Andrés Rebord, Daniel Giménez, Walter Piccin, Roberto Sesti y Horacio Yegro. Algunos de ellos volvían a verse después de un cuarto de siglo. Varios aportaron sus recuerdos de guerra: fotos, las chapas identificatorias que colgaron de sus cuellos, las cartas enviadas a sus familias. Vivas y Piccin, el soldado que baleó al helicóptero, llevaron la voz cantante del grupo y el resto aportó datos más precisos, más nítidos.
“Esta historia la hemos contado muchas veces a nuestras familias y amigos; la conocen quienes eran nuestros jefes en el regimiento, pero nunca hemos sido vistos como veteranos de guerra o como participantes del conflicto. Ninguno de nosotros busca una pensión de veterano. Pero esto que vivimos, lo vivimos”.
La fantasmal Compañía “C” del RIMEC 24 estuvo a punto de ser destinada a Malvinas, pero finalmente fue a custodiar una precaria pista de aterrizaje, en medio de la nada, en un campo del sur de Río Gallegos.
“Allí estuvimos cinco o seis días, en aquello que parecía un aeroclub. Después nos reemplazaron y fuimos a un viejo casco de estancia en Punta Loyola”.
Punta Loyola está a treinta y ocho kilómetros de Río Gallegos, donde la ría se vuelca al mar y donde se alza el puerto Presidente Illia, el puerto de aguas profundas de Río Gallegos.
“Ese fue nuestro lugar hasta el final de la guerra. Cavamos los pozos de zorro en un terreno que era piedra pura y nos quedamos dos meses allí, congelados como las aguas de un lago cercano. Nos decían que íbamos ganando, pero nosotros escuchábamos las radios chilenas que decían que los argentinos eran unos mentirosos. La noche del 17 al 18 de mayo, tal vez ya eran las primeras horas del 18, tuvimos una alerta roja. Ya había habido algunas, sobre todo cuando encontraron algunos botes de goma en la costa. Supimos que no era un helicóptero argentino por un par de cosas: primero, cuando venía un helicóptero argentino te avisaban, para que no le tiráramos; segundo, este no hacía el ruido de un helicóptero argentino. Era más bien un zumbido. Y venía del mar, y muy bajo, como de aquí al techo, sentías el viento”.
Piccin es quien cuenta ahora: “había una niebla muy espesa. Pero el ruido nos llegó del mar y, según mi posición, desde la izquierda. Lo único que veías era una lucecita roja, intermitente; el helicóptero iba y venía, como si estuviera perdido o buscara algo. Yo lo seguí como dos mil metros por un terreno totalmente irregular. Hasta que decidí tirarle. Le vacié un cargador y moneditas. Pegarle, no te puedo asegurar que le pegué. Pero tirarle, le tiré. Enseguida volví corriendo en zig zag a mi posición, con la idea de que iban a pegar la vuelta y liquidarme. Nos ca…on a pedos. Un capitán de apellido Wingar se enojó muchísimo porque pensaba que era un helicóptero argentino. Pero los argentinos llegaban de día. Igual nos decía “ustedes tienen orden de disparar sólo si les disparan primero”. Y yo le decía: “Bueno, él me disparó primero y yo se la devolví”. Nos querían estaquear a todos. Al otro día nos enteramos que un Sea King había caído en Punta Arenas. A los doce soldados que estábamos de guardia no nos quedaron dudas: era el helicóptero que nos había sobrevolado.
A partir de ese momento, la “compañía fantasma” del RIMEC 24 vivió en estado de alerta permanente: sus oficiales pensaban, y acaso con razón, que un comando inglés podía haberse infiltrado en territorio argentino.
“A los pocos días, recuerda Vivas, fui a buscar la comida y, desde un cerro cercano, como a doscientos metros, empezaron a dispararme; eran cerca de las nueve de la noche y hubo un tiroteo bastante intenso. Formaron entonces dos grupos, uno con un Unimog salió a rodear a los que disparaban, y yo fui con otros tres soldados, un sargento y un subteniente a pie hacia donde nos disparaban. Nos empezaron a disparar otra vez, a mí me temblaban las manos y las piernas, no hubiera podido darle ni a un barco, y el subteniente que iba con nosotros, con seis granadas, me decía: ‘Mirá Vivas, yo nací para esto’. Como también les disparaban a los atacantes desde la trinchera, nosotros quedamos entre dos fuegos. Así que nos tiramos al piso y esperamos. Todo habrá durado unos veinte minutos, separados en dos tandas. Nunca supimos quiénes nos disparaban”.
Al final de la guerra la Compañía “C” del RIMEC 24 fue disuelta. No hay registros de su existencia en el regimiento. Sus soldados tienen un certificado de servicio militar cumplido allí, pero no figura la Compañía “C” como su destino. Un secreto tan insondable, casi, como la misión británica en territorio argentino.
Pese a esa frustrada misión de reconocimiento, Gran Bretaña siguió los preparativos de la segunda fase del plan, un tanto suicida, que consistía en el desembarco de cincuenta y cinco miembros del SAS desde un avión Hércules en un punto cercano a Río Gallegos; una vez que hubieran destruido los Etendard, cuenta Freedman con algo de tino, “se los habría sacado del lugar, no se sabe con certeza cómo”.
Los tres ocupantes del Sea King inglés, los tenientes Richard Hutchings y Alan Bennet y el tripulante Peter Imrie, fueron rescatados por un ex miembro de la Fuerza Aérea Chilena, Jorge Freyggang, quien según la prensa de ese país habría cumplido misiones de espionaje en beneficio británico.
Desde Santiago, Hutchings, Bennet e Imrie fueron enviados a Londres. Contaron que habían tenido un problema en el motor del Sea King y que se habían dirigido a unas colinas. Y que habían destruido el helicóptero porque no sabían con certeza si estaban en Argentina o en Chile. Nunca explicaron, ni les fue preguntado, el destino de los ocho miembros del SAS que viajaban con ellos. Los tres fueron condecorados al final de la guerra.
Datos del conflicto bélico
El desembarco
Unos mil militares argentinos participaron de la recuperación de las islas, el 2 de abril de 1982. Llegaron a Puerto Argentino a la 0:30 horas. Había 82 marines que se rindieron esa mañana.
Apoyo latinoamericano
Brasil no dejó salir a los bombarderos ingleses que aterrizaron en su país. Perú vendió armas a Argentina. Cuba y Nicaragua ofrecieron militares.
649
Fueron los muertos argentinos durante toda la guerra, según información oficial. La mayoría de ellos eran conscriptos. También se contaron 1.068 heridos.
255
Fueron las víctimas inglesas durante todo el conflicto, menos de la mitad que las argentinas. Los británicos registraron 777 heridos.
A favor y en contra
El día del desembarco, 10 mil personas aplaudieron a Galtieri en Plaza de Mayo. Tras la rendición, otra multitud lo insultó allí. La derrota fue el principio del fin de la dictadura.
La rendición
El 14 de junio, después de 74 días de guerra, el general Mario Benjamín Menéndez firmó la rendición argentina ante el general británico Jeremy Moore.
25.000
Son los veteranos de guerra que se registraron en el primer censo nacional para excombatientes que organizó el Ministerio del Interior.
300
Es la cantidad aproximada de veteranos que, atormentados, se suicidaron después de la guerra, según las agrupaciones de excombatientes.
La Opinión Austral