jueves, 14 de junio de 2018

Luis va a ser enterrado junto a Gustavito, como Dios manda

La conmovedora historia del héroe de Malvinas que pidió ser enterrado junto a su pequeño hijo y la lucha de su mujer por cumplir su última voluntad 

El primer teniente de la Fuerza Aérea Luis Darío Castagnari murió en un feroz bombardeo británico sobre Puerto Argentino, mientras intentaba proteger a sus hombres. Desde hace 36 años, María Cristina busca poder cumplir con la promesa que le hizo a su marido el día que él partió hacia la guerra



Por Gaby Cociffi 
Directora Editorial de Infobae | gcociffi@infobae.com




 
Primer teniente (capitán post mortem) Luis Dario José Castagnari en Malvinas

Lo dice con lágrimas en los ojos: "No cumplí con él". El tiempo transcurrido no alcanzó para cerrar la herida, esa sensación que le corroe el alma y que la hace pedir perdón a su marido cada noche antes de acostarse. María Cristina Scavarda espera desde hace 36 años poder cumplir la promesa que le hizo cuando él partió hacia la guerra.

Fue el 1 de abril de 1982, a las cinco de la mañana, en la puerta de su casa en la base militar de El Palomar.

El primer teniente de la Fuerza Aérea (capitán post mortem) Luis Darío José Castagnari entró despacio al cuarto donde dormían sus cuatro pequeños hijos, los arropó y los besó en la frente. Luego regresó a la cocina, donde había estado tomando mate con su mujer, para despedirse con otro beso como todos los días. Pero esa mañana ella quiso acompañarlo hasta la puerta.

Ya en el vano, la besó y mirándola a los ojos le pidió:

-Si no vuelvo de Malvinas quiero que traigas mi cuerpo y me entierres junto a Gustavito.

María Cristina no preguntó nada, no comentó nada, no lloró. Supo en ese instante que su marido iba a una misión muy especial. Solo le dijo: "Te lo prometo".

Nadie más que ella conocía el terrible dolor, la tristeza sin consuelo que les había causado la muerte de su primer hijo "Pirinchito"-el 7 de enero de 1978- cuando sólo tenía tres años y un cáncer se los quitó en pocos meses, aunque ellos lucharon hasta quedar sin fuerzas.

"Te lo promete", repitió mientras se abrazaban. Y lo saludó con la mano en alto. Esa sería la última vez que vería al hombre de su vida.

Adiós Pirinchito

"Fue muy duro ver como Gustavito se iba consumiendo. Debimos sacar fuerzas de donde no existían…Ver como se nos iba de las manos nuestro pequeño hijito fue una experiencia muy dolorosa, llena de llanto en los momentos que nuestros otros dos niños dormían", recuerda con angustia María Cristina.



 
Luis con sus cuatro hijos en Calafate, cuando Gustavito ya había fallecido: Martín, Guillermo, Walter y Roxana

Luis Castagnari, que en ese entonces estaba destinado en Merlo donde hacía un curso de radarista, pidió el traslado al Área Material de Río Cuarto, en Las Higueras, a 10 kilómetros de la ciudad donde residía su familia. Necesitaban todo el apoyo para que ella pudiera cuidar de Gustavito en esa lucha desigual.

El niño estuvo internado cuatro meses en el Garrahan, pensaron incluso llevarlo a los Estados Unidos, pero los doctores no les dieron esperanzas: "Llévenlo a casa, nada se puede hacer, le quedan cinco meses de vida".

Acondicionaron un cuarto para Pirinchito, con máscara y tubo de oxígeno, con un sillón donde su madre pudiera sentarse para tenerlo en brazos. "Nos aferramos uno al otro, estuvimos más unidos que nunca", revela María Cristina que en ese entonces, con solo 23 años, tenía que sonreír delante de sus otros dos hijos: Martín Adolfo, de un año y medio, y Guillermo Oscar, de sólo 8 meses.

"Durante el último mes lo tuve siempre en mis brazos. Agonizó durante 48 horas, pero nunca se quejó. Yo recé mucho. ¿Si sentí que Dios no me escuchó? Nunca. Un sacerdote nos dijo 'Ustedes tuvieron un ángel que vino a estar en su casa'".

Cristina no quería dejar al niño ni un minuto en esas horas finales, pero tuvo que pararse por un momento para ir hasta el baño. "Se lo di a mi papá para que lo tuviera a upa, y cuando volví Gustavito nos había dejado…", recuerda con dolor.

 
En el aéro club en Río Cuarto, donde realizó 43 saltos y logró ser un extraordinario paracaidista

Y entonces lo vio a Luis, al comando, al hombre que se animaba a saltar en paracaídas con climas hostiles, al guerrero, arrodillado junto a su pequeño hijo. "Se nos va, se nos va", repetía entre lágrimas. "Fui la única vez que vi llorar a mi marido", confiesa María Cristina.

Esa noche el padre Costa bendijo el pequeño a ataúd blanco y celebró la misma de cuerpo presente en el Casino de Oficiales. A la mañana siguiente, de luto, lo llevaron al cementerio local. Luis prometió frente a la tumba visitarlo cada fin de semana, no dejarlo solito allí entre cruces de mármol y bóvedas familiares. Cumplió hasta el último día cuando se fue a la guerra.

"Yo también fui durante mucho tiempo. Pero cuando Luis no volvió, no pude ir más. Estar sola frente al cajoncito blanco me causaba mucho dolor", revela.

"Luego del fallecimiento de Gusti tuvimos que recomenzar una vida con cambios, y adaptarnos a su ausencia física. Dios nos bendijo con la llegada de Walter, el 16 de Octubre de ese mismo año, para aplacar un poco nuestra tristeza. Y en 1980 la llegada de Roxana fue otra hermosa bendición para la familia", cuenta.

 
Noviembre 1971 en el aula de 3° año de la Escuela de Aviación Militar

Un año después, instalados en la BAM de Río Gallegos, le llegó a Castagnari su pase al GOE (Grupo de Operaciones Especiales). Tenían que volver a Buenos Aires. "El sabía que yo no quería regresar allá, porque fue donde se enfermó Gusti, pero le dije: 'Es lo que hace tiempo estás esperando y ahora te piden, así que ¡a comenzar la mudanza…!'. ¡Sus ojos brillaron de alegría!", se entusiasma frente al recuerdo

De pronto hace un silencio, y casi en un susurro reflexiona: "Hoy me pregunto si quizás en aquel momento hubiera dicho que no… tal vez hoy Luis estaría junto a nosotros… Aunque los designios de Dios no se pueden cambiar….".

Bombas sobre Puerto Argentino

Llegó a las islas en el primer Hércules C-130 que tocó suelo en Puerto Argentino, luego del desembarco del 2 de abril. El primer teniente Castagnari cerró los ojos cuando el intenso viento le golpeó la cara. El corazón se aceleró, sentía que toda su vida de comando se había preparado para ese instante.

Ya se lo había dicho a su mujer en alguna charla, de esas que a él le gustaba prolongar con mates y confesiones: "Si pudiera elegir cómo terminar mi vida, le pediría a Dios morir defendiendo la Patria".

 
El primer teniente Castagnari en el aeropuerto de Puerto Argentino

Como integrante del GOE, comando de la Fuerza Aérea, le tocó asentarse en el aeropuerto de Puerto Argentino. Un lugar que se convirtió en blanco de la flota y de la aviación británicas y en un infierno de estruendos y bombas por las noches.

Luis Castaganri, el cordobés, el "Furia" para sus compañeros, se encargaba de custodiar el radar, evaluar los condiciones de seguridad del área ocupada por las fuerzas argentinas y ayudar al funcionamiento de la Base Aérea Militar Malvinas (BAM). Pero sobre todo se preocupaba por mantener a salvo a sus compañeros, protegerlos, señalarles los lugares más seguros cuando comenzaban los bombardeos.

Los comandos habían construídos los puestos de guardia y refugios. Cavaron trincheras, prepararon un sistema de rampas con explosivos por si los ingleses intentaban un desembarco, e instruyeron a los soldados. Fueron ellos quienes se ocuparon de mantener alto el espíritu de los jóvenes para cuando llegara el momento del combate.

Luis escribió cuatro cartas desde las islas. Aunque pasó frío y hambre, nunca se quejó. "En las cartas me pidio azúcar, galletitas saladas y chocolate para combatir el frío. Me decía que las islas eran hermosas y que era el lugar que uno podría elegir para vivir en familia". Dentro de cada sobre también incluía cartas y dibujos para los chicos. "Yo sé que vos sabés cuidarte y cuidar a nuestros hijos", escribía. Y le decía cuánto extrañaba a Martín, Guillermo, Walter y Roxana.

 
María Cristina se quedó cuidando a los cuatro pequeños: “Nunca imaginé que no iba a volver de Malvinas”, confiesa

"Yo nunca pensé que podía pasarle algo. Lo veía tan fuerte y seguro, preparado. Estaba tranquila, él iba a volver", afirma con nostalgia María Cristina.

La muerte lo encontró como oficial de guardia, corriendo con una radio en sus manos mientras daba órdenes y buscaba proteger a sus hombres. En medio de un brutal bombardeo inglés se acercó a los integrantes del Escuadrón Pucará para indicarles dónde estaban los refugios. Los oficiales lograron protegerse. Castagnari no llegó.

Eran las once y veinte de la noche del 29 de mayo cuando las esquirlas del misil Sea lung, lanzado desde el destructor HMS Glamorgan, perforaron el cuerpo del primer teniente.

A la tarde del 30 de mayo su cuerpo fue enterrado en el cementerio civil de la Isla Soledad. El sacerdote Pacheco bendijo su cruz. El brigadier Castellano lo despidió: "Hoy sepultamos a un soldado que dio la vida por la Patria y sus camaradas". Firmes, sus compañeros rindieron honor al héroe.

La vida sin él

Vio a los dos oficiales en la puerta de su casa. Vestidos con sus uniformes, serios y solemnes. Los hizo pasar al living y se sentó en un sofá, al lado de una tía de su marido que había ido esa mañana a acompañarla.

Los hombres de la VII Brigada Aérea le dijeron sin preámbulos: "Venimos a informarle que su esposo murió en una misión especial en Malvinas".

María Cristina los escuchó en silencio. Eran las once de la mañana del lunes 31 de mayo.

"Sentí un frío que me recorrió la espalda. Agradecí la ayuda que me ofrecían. Y pensé en mis hijos: 'Tengo cuatro hijos chiquitos, tengo que salir adelante'. Martín tenía 6 años, Guillermo 5, Walter 3 y Roxana apenas 2… tenían que verme fuerte, necesitaban que la vida continúe sin lágrimas".

 
Junto a sus compañeros del Grupo de Operaciones Especiales en Malvinas

Llamó a los pequeños y los abrazó. Les dijo: "Su papá está herido y un doctor está tratando de curarlo". No supo en esos primeros instantes de dolor cómo decirles que su padre ya no volvería.

A la mañana siguiente despertaron llorando. Querían ir al hospital a buscar a su papá. Ella comprendió que debía decirles la verdad. Con los dos más pequeños entre sus brazos, les dijo: "Papá murió en la guerra y se fue al Cielo a cuidar a Gustavito y yo me voy a quedar acá a cuidarlos a ustedes". Los abrazó y los besó. Ella no derramó una sola lágrima. Los chicos volvieron a sus juegos.

"Y fue así hasta que terminó la guerra y empezaron a llegar los padres de sus amiguitos y su papá no volvió. Ahí recién se dieron cuenta que nuestras vidas iban a seguir sin él, que ya no escucharían sus cantos, ni se reirían con los apodos que les ponía, que ya no saldrían a pasear en la rural, ni haríamos ese viaje tan soñado a Río Cuarto para visitar a sus abuelos, como les había dicho en una de sus cartas", recuerda María Cristina.

Fueron tiempos difíciles. Volvió a Río Cuarto para estar cerca de la familia. Fue mamá y papá. Trató de mantener la sonrisa, de arreglarse aunque no tuviera ganas, de sacarlos a pasear a pesar de las críticas de las otras mujeres que pensaban que ella no estaba haciendo el duelo "como correspondía".

Pero María Cristina no tenía tiempo para el duelo. Sus hijos se despertaban por la noche angustiados, a veces dormían todos juntos en la cama matrimonial, y le rezaban a Dios y a Luis y a Gustavito para que los iluminaran y los protegieran siempre.

 
María Cristina frente a la tumba de su marido, la primera vez que viajó a Malvinas, el 19 de febrero de 1998

"Estaba ahorcada económicamente, la plata de la pensión no alcanzaba. Busqué trabajo como productora de seguros. Y después ingresé como personal civil de la Fuerza Aérea. Tenía dos trabajos. Como quería estar en casa cuando los chicos volvieran del colegio, cocinaba y limpiaba por las noches. Casi no dormía. Todo fue una vorágine. Durante esos años nunca pude hacer el duelo", confiesa.

-¿Y cuándo pudo llorar a su marido?, pregunta Infobae.

-Mi duelo recién empezó en 2015, cuando viajé a las islas con mis hijos y lloré abrazada a su cruz.

No fue su primera vez en las islas. María Cristina había viajado en 1998 con otros familiares de caídos en Malvinas. Juntos llegaron hasta las 230 cruces blancas del cementerio de Darwin.

-Aquella vez habían viajado madres de soldados chaqueños que no estaban identificados. Y vi su desesperación y su angustia al no encontrar las tumbas de sus hijos. Elegían una cruz cualquiera porque no sabían dónde dejar sus rosarios y sus flores. Aunque parezca extraño me sentí una privilegiada porque yo sabía dónde estaba el cuerpo de mi marido. Entonces las consolé, porque ellas no tenían dónde llorar. Y no pensé en mí.

Luis vino a despedirse

La noche en que su marido murió en Malvinas, María Cristina tuvo una extraña visión. Estaba levantada en la cocina cuando lo vio. Luis estaba allí, muy cerca, casi real.

"Pero tenía la mitad izquierda de la cabeza cubierta por una nube blanca", recuerda.

Quiso acercarse, pero sus cuatro pequeños hijos comenzaron a llorar y tuvo que correr a consolarlos. El reloj marcaba las once y veinte de la noche.

"Abracé a mis hijos. No entendía qué había pasado, pero sentí un fuerte dolor en el pecho".


 
Luis Castagnari siempre había soñado con ser militar: el paracaidismo, la instrucción de comandos, el curso de radarista y su honestidad y generosidad lo convirtieron en un oficial respetado y querido por sus compañeros

Dos días más tarde llegó la trágica noticia. Le dijeron que su marido había caído, pero nunca le dijeron cómo había muerto.

Recién en 2011, el médico que lo recibió en el hospital de Malvinas, se animó a contarle la verdad de esos minutos finales en la guerra. María Cristina padecía estrés post traumático por todo lo vivido y necesitaba ayuda. Él fue quien se encargó de atenderla. Luego de recomendarle tratamiento psicológico y descanso -"no podés dormir solo tres horas por noche"-, el médico la escuchó con atención:

-He preguntado, he buscado y nadie quiere contarme la verdad. No puedo seguir viviendo sin saber cómo murió Luis.

El hombre la abrazó y la invitó a tomar un café. "No hablamos porque vos estabas muy mal", comenzó. Y buscando las palabras justas le dijo que su esposo estaba es anoche en la cantera del puesto comando. Que en medio del bombardeo ayudó a un escuadrón a buscar refugio. Que llevaba una radio en la mano y se comunicaba para proteger a los soldados que estaban en la pista. Y que mientras corría entre los estallidos, cayó un misil a 20 metros a de donde estaba .

"Y las esquirlas le volaron la mitad de la cabeza del lado izquierdo", le dijo el médico.

María Cristina ya no escuchó que el doctor le decía que Luis no había sufrido, que lo llevaron en una ambulancia, que los hombres gritaban que lo atendieran, que ya no había nada que hacer. En ese instante ella recordó la imagen de su marido con la nube cubriéndole la mitad de la cabeza que años antes había visto en medio de la noche.

"Ahí supe que él había venido a despedirse. Hasta lo hablé con un sacerdote. Hubo un segundo en que nuestras almas se conectaron. Cuando las personas se aman tanto, las almas se buscan", confiesa con emoción.

La promesa

"Ahora tengo que cumplir con lo que él me pidió antes de marcharse", se dijo mirando la foto de su marido,la que siempre mantuvo en la mesa de luz. Corría diciembre de 2014, María Cristina se había jubilado y por primera vez en años tenía el tiempo que la lucha para llevar adelante su casa le había quitado.

"Siento que cumplí con la promesa que le hice de cuidar a nuestros hijos, de educarlos como personas nobles, honestas, íntegras… Ese es mi mayor logro. Sólo me falta cumplir con su última voluntad: traer su cuerpo para que esté junto al de Gusti", dice.

Y, entre lágrimas, comienza a relatar un doloroso peregrinar por oficinas, ministerios y secretarías.

 
María Cristina en un acto de Malvinas en Río Cuarto

"Es un peso muy grande, ya han pasado 36 años y aún no lo logré, aunque mi esposo sabe que lo intento en forma constante y sin dar un paso atrás".

Entre 2014 y 2015 María Cristina inició los trámites para trasladar el cuerpo de su marido desde Darwin a Río Cuarto. Fue a la Dirección Malvinas de la Fuerza Aérea a pedir ayuda. La atendió su director, el comodoro Alejandro Vergara. "El primer pedido es el tuyo, veremos qué se puede hacer pero es difícil", le respondió.

Cada mes lo llamó por teléfono esperando una respuesta. Todas fueron evasivas hasta que una tarde le dijo: "Es imposible, tanto la Fuerza Aérea, como la Cancillería y el Ministerio de Relaciones Exteriores denegaron tu pedido".

Como consuelo la Fuerza Aérea le ofreció viajar a Malvinas para visitar la tumba de su marido. María Cristina voló el 12 de diciembre de 2015 junto a sus hijos Martín y Guillermo. Los acompañó también Agustín Cáceres, de Cancillería "para que no tuvieran ningún problema". Ella siente que lo enviaron porque pensaban que podía hablar con el gobernador de las islas para pedirle ayuda para traslado el cuerpo de su esposo.

Frente a la tumba, leyó la placa con el nombre: Luis Darío José Castagnari. Y por primer vez lloró sin consuelo. Así lo relata:

"Llegué al cementerio y sentí una tristeza enorme. Fue una explosión. Me abracé a su cruz y lloré. Me acosté sobre la tumba y le pedí perdón por no haber cumplido con lo que él me había pedido. Ese dolor que me pesa, esa mochila que llevo cargada durante 36 años, me estaba quebrando".

"Era como si estuviera yo sola con él en el cementerio. Empecé a hacer mi duelo. Y hablé con él. 'Perdón, perdón por no cumplir. Vos me conocés, voy a seguir intentándolo'. Y sentí como una caricia, como que él estaba muy cerca y me decía 'lo vas a lograr'. Era como tocarlo, como abrazarlo otra vez. Mi hijo mayor se acercó y lloramos juntos".

 
María Cristina abrazada a la tumba de su marido en Darwin, en 2015

Esa noche volvió al hotel en Puerto Argentino y al desvestirse vio que tenía las rodillas lastimadas por las horas que había pasado arrodillada sobre las piedritas blancas frente a la tumba de Luis. "Pero no sentía dolor, sentía paz", revela. Antes de apagar la luz rezó un rosario a la Virgen de San Nicolás pidiéndole que le diera fuerzas.

Al día siguiente regresó a Darwin. Se sentó frente a la cruz blanca y escribió una carta, que dobló con cuidado y enterró entre las piedras junto a un rosario.

"Voy a cumplir con lo que te prometí aquella madrugada al despedirnos, vas a descansar junto a Gustavito, por favor tené paciencia. Tus cuatro hijos y tus ocho nietos también quieren tenerte cerca", escribió con letra temblorosa. En el pequeño papel dibujó muchos corazones "llenos de amor", confiesa con ternura. Y agrega: "Él fue y será el gran amor de mi vida…".

El descanso del héroe

Cuando sintió que ya no había puertas donde golpear, su hija casi sin aire, llegó corriendo hasta su casa: "¡Dijo que los cuerpos de quienes están sepultados en el cementerio de Darwin pertenecen a sus deudos y cada uno puede tomar la decisión de traerlos!", gritó Roxana. Había ido a escuchar una charla del nuevo director de la Dirección Malvinas, el comodoro Favre. Y había dado la llave que tanto habían buscado.

María Cristina y su hija se abrazaron emocionadas.

"Empecé a averiguar y supe que existe un derecho internacional humanitario que nos ampara para traer restos de nuestros seres queridos y cumplir su última voluntad. En ese camino estoy".

 
La tumba de Luis Castagnari en Darwin

Con ansiedad, describe al detalle cada paso que dio para cumplir con su promesa:"Le escribí una carta al embajador británico Mark Kent, que me respondió en solo dos días, me recibió y me dio todo su apoyo porque entendió que es un derecho humanitario. Hablé con Claudio Avruj, de Derechos Humanos, y María Teresa Kralikas, de la subsecretaría de Malvinas. Ambos me pidieron que esperara a que termine el proceso de identificación de los soldados… Pero yo ya no puedo, ¡estoy esperando hace 36 años!".

Cuenta emocionada que el empresario Eduardo Eurnekian, de Aeropuertos Argentina 2000, se conmovió con su historia y se ofreció a pagar el costo del traslado del cuerpo de su marido hasta Río Cuarto. Y que María Fernanda Araujo, presidenta de la Comisión de Familiares de Malvinas, la llamó para ofrecerle su apoyo, más allá de que en lo personal siente que los soldados caídos deben quedar en Darwin.

-¿Qué falta entonces para lograrlo?

-Que los funcionarios argentinos comprendan mi dolor y me ayuden a acelerar los tiempos.

En el cinerario de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en Río Cuarto, donde se bautizó el primer teniente, hay una pequeña urna con una plaquita que dice Gustavo Daniel Castagnari. A su lado hay un espacio vacío.

"Gusti y Luis ya están juntos en el Cielo. Sólo ruego que puedan estar juntos acá en la Tierra, como fue la última voluntad de un héroe de Malvinas, como fue la voluntad del hombre de mi vida".

martes, 12 de junio de 2018

Gurkhas: Mercenarios en Singapur

¿Quiénes son los fogosos gurkhas que protegen a Trump y Kim en Singapur esta semana?




Detrás de escena en la histórica reunión de esta semana entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el norcoreano Kim Jong Un, en Singapur, una formidable fuerza paramilitar estará de guardia.

Armados con rifles de asalto y cuchillos de khukri tradicionales de 18 pulgadas, los Gurkhas son un contingente de soldados nepalíes altamente calificados que han formado parte de la fuerza policial de Singapur desde 1949, más de una década y media antes de que la nación recibiera su independencia del país. Regla Britanica. Desde entonces, han jugado un papel importante en sofocar los disturbios raciales y proteger la frontera entre Malasia y Singapur, además de proteger a los VIP. Durante la cumbre entre EE. UU. Y Corea del Norte, estarán custodiando el hotel Shangri-La donde se hospeda Trump, además del hotel St Regis, el alojamiento temporal de Kim y el hotel Capella en Sentosa, donde la cumbre real tendrá lugar el 12 de junio.

La historia de cómo los Gurkhas llegaron a Singapur en primer lugar se remonta más en la época colonial a la Guerra Anglo-Nepal peleada entre la Compañía de las Indias Orientales y el Reino de Gorkha desde 1814 hasta 1815. Impresionado por las habilidades de lucha de los Gurkhas, los británicos decidieron reclutar a algunos de ellos, y estas tropas siguieron los pasos del imperio colonial a medida que se expandía por el sudeste asiático. Con el paso de los años, más de 200,000 soldados gurkha continuarían luchando en las dos guerras mundiales, además de servir en Malasia, las Islas Malvinas e incluso en Irak y Afganistán. Hoy, fuera de Nepal, se encuentran en un puñado de países, incluidos el Reino Unido, India y Singapur.

En este último, los Gurkhas estuvieron presentes durante algunos de los años más tumultuosos de la historia moderna del país, ya que las tensiones entre varios grupos étnicos, especialmente los chinos y los malayos, estallaron en conflictos en los años cincuenta y sesenta.

Celebrado por su imparcialidad y lealtad, alrededor de 2.000 soldados Gurkha prestan servicios hoy en la fuerza policial de Singapur. Cada año, solo 60 son reclutados a la edad de 18 o 19 años a través de un proceso de selección ferozmente competitivo en Nepal que involucra pruebas intensas como correr cuesta arriba mientras cargan cestas pesadas. Aquellos que califican se mudan a Mount Vernon, un acantonamiento independiente para los soldados Gurkha en Singapur que tiene su propio templo y supermercado, y está cerrado al público. Aquí viven con sus familias y sus hijos van a escuelas locales cercanas.

Pero hay una trampa: los soldados de Gurkha se retiran a los 45, y después de eso tienen que regresar a sus hogares en Nepal con sus familias. Como resultado, a pesar de sus contribuciones a la sociedad de Singapur, siguen siendo "visiblemente invisibles", siempre en la periferia, según Zakaria Zainal, un fotógrafo y escritor que ha trabajado para documentar la historia a menudo ignorada de la comunidad.


Usando fotografías e historias personales de ex miembros de la comunidad gurkha de Singapur, Zainal y su colega singapurense Chong Zi Liang han creado el Singapore Gurkha Photography Museum, un fascinante archivo visual en línea que muestra cómo es la vida de los soldados cuando no están en el trabajo , y cómo incluso aquellos jubilados desde hace mucho tiempo sienten una estrecha relación con el pasado, el presente y el futuro de Singapur.

lunes, 11 de junio de 2018

Identifican al maestro más grande: Cao fue voluntario y murió en combate

Malvinas: identificaron los restos de un maestro de escuela que se hizo voluntario y murió en combate




Julio Cao era maestro del escuela Fuente: Archivo

La Nación



La Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación informó esta tarde que se logró identificar los restos de otro de los soldados caídos durante la guerra de Malvinas. Se trata de Julio Rubén Cao, un maestro de escuela que se había alistado como voluntario y que murió en combate el 10 de junio de 1982.

Julio Rubén Cao era de Ramos Mejía y sus 21 años se alistó voluntariamente para ir a combatir a Malvinas. En aquel entonces se desempeñaba como maestro en escuelas primarias del oeste del Gran Buenos Aires.
  La relación de Cao con sus alumnos era muy cercana, al punto que les escribió una carta desde las islas. El hombre falleció durante un combate en Monte Longdon, el 10 de junio de 1982.

"Con este caso, ya son 92 los soldados argentinos identificados en el Cementerio de Darwin. Una noticia que se enmarca en las tareas que continúa llevando adelante la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación, junto a todas las partes intervinientes, para poder dar respuesta a las familias de nuestros héroes de Malvinas", informó el ministerio de Justicia y Derechos Humanos en un comunicado.

sábado, 9 de junio de 2018

Los 3 del patíbulo: Presos que quisieron zafar yendo a luchar a las islas

La historia jamás contada de los ladrones y asesinos que pidieron ir como voluntarios a la guerra de Malvinas

¿Patriotismo o fría especulación? De Robledo Puch a Valor, los presos que se anotaron para ir a las islas para combatir contra los ingleses

Por Rodolfo Palacios |  Infobae



Carlos Eduardo Robledo Puch (Gentileza Mondadori/Diego Sansdtede)

En la soledad de su celda, cuando casi todos dormían, Carlos Eduardo Robledo Puch escribió una carta de puño y letra. Estaba fechada en 1982 y el remitente decía: "Presidente Leopoldo Fortunato Galtieri".

"Me ofrezco como voluntario para combatir en Malvinas", escribió el asesino que en 1972 mató a once personas por la espalda o mientras dormían. Pero el dictador nunca le respondió esa carta.


La tapa del diario Clarín en abril de 1982

Su caso no fue el único: cientos de presos pidieron combatir como voluntarios en la guerra de Malvinas.

"Conozco a varios muchachos que se anotaron, yo no quise anotarme. Estaba preso en Devoto durante esa época. Muchos lo hacían por la Patria y otros para que les bajaran la condena. Lo que sí hice fue donar sangre para los heridos en la Guerra", dice Rubén Alberto de la Torre, ex ladrón de bancos y de blindados.


Luis Valor (Foto Maximiliano Vernazza)

El Gordo Luis Valor, ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados en los años ochenta y noventa, le dijo a Infobae que estuvo en una lista de voluntarios.

-¿Se anotó por patriotismo o para que le bajaran la pena?

-Antes que ladrón soy patriota –dijo Valor. Por mi país soy capaz de dar mi vida. Cuando se cumple una fecha de Malvinas me emocionan las historias de los héroes. Porque está claro que hubo más héroes que cobardes. Cobarde fue el canalla de Astiz.

-No me respondió la pregunta…

-Iba a pelear por la Argentina, pero no soy tonto: si existía alguna posibilidad de que me bajaran los años de prisión, no hablar.

-¿A quién le pidió combatir?

-Con unos compañeros de Olmos armamos una lista que se proponía como escuadrón para ir a combatir. Fue justo cuando pidieron voluntarios para combatir, antes de la guerra. Nos anotamos más de 500: piratas, robabancos, secuestradores, asesinos. Expertos en armas y en asesinatos.

-¿Y qué pasó?

-Nada. El director del penal ni siquiera mandó el pedido a los milicos. "Más que a Malvinas, ustedes van a ir a Sierra Chica a picar piedras", nos dijo el botón. Sé que en otros penales hicieron algo parecido. Y mandamos cosas para los soldados que nunca les llegaron. No entiendo por qué no nos mandaron a la guerra.

-¿No cree que hubiese sido arriesgado alistar a ladrones y asesinos en un Ejército?

-Otros países llevan a criminales. Y otra cosa: yo nunca maté a nadie. Y no hablemos de asesinos porque no hubo peores asesinos que Galtieri y muchos de los militares que mandaron a los pibes. Capaz que los milicos tenían miedo de que se armara una revuelta.

-¿Recuerda que otros presos se anotaron en esa lista?

-Me acuerdo de algunos. Había ladrones con mucho códigos, tipos pesados. Pero no los puedo nombrar, usted me entiende.


Beto De la Torre

En su libro "2922 días: Memorias de un preso de la dictadura", Eduardo Jozami da cuenta de esta movida de los presos.

"La ocupación de Malvinas produjo conmoción en la cárceles. En parte porque la mayoría de los presos apoyó la reivindicación de las Islas, actitud entusiasta que se potenció ante la rápida comprensión de que la guerra introducía una coyuntura que podía ser favorable para la salida en libertad", escribe Jozami.


La tapa de Crónica el 2 de abril de 1982

"Sé que en la Unidad 9 de la Plata se ofrecieron varios internos para combatir. Había muchos presos políticos que tras el apoyo de Montoneros a la guerra quisieron ir a las islas", dice Jozami a Infobae.

El famoso asesino Robledo Puch, que lleva preso poco más de 46 años, le contó hace diez años al autor de esta nota que otros 10 compañeros del pabellón donde estaba alojado pidieron ir a la guerra.

"En 1982 yo tenía 29 años. Le mandé una carta al presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri. Me ofrecí para combatir. No fui el único. Estaba preparado para eso. Sabía usar armas y cómo combatir al enemigo. Hubiese dado la vida por el país. Mi madre habría estado orgullosa de su hijo patriota. Morir por la Patria debe ser incomparable. Hice lo imposible por participar en la guerra de Malvinas. Además quería evitar que murieran jóvenes con un futuro por delante. A cambio no iba a pedir nada. Iba a ir al frente por solidaridad, con mis compañeros de celda donamos la poca ropa que teníamos. Les escribimos cartas a los soldados. Pero no llegó nada. Hubo gente que donó mucho dinero y comida, pero a los pibes no les dieron nada. Los dejaron morir como ratas. Siempre me gustó ayudar".

jueves, 7 de junio de 2018

10 de junio: Afirmación de los derechos argentinos en islas del Atlántico Sur

Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, islas y Sector Antártico Argentino






El próximo 10 de Junio de cada año recordamos en la República Argentina la designación de Luis Vernet como el Primer Gobernador Argentino en las Islas Malvinas en el año 1829, quién estaba realizando trabajos de colonización en Puerto Soledad. Es este un hito más entre los antecedentes que dan apoyo a los reclamos de la soberanía Argentina sobre las Islas Malvinas.


Por Ley N°20.561/73 sancionada el 14 de noviembre de 1973 se establece el 10 de junio como el "Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico", disponiéndose que ese día se conmemore en los establecimientos de enseñanza de todos los ciclos, del Estado y particulares, unidades y oficinas de las Fuerzas Armadas, sedes judiciales y dependencias de la administración pública, dentro y fuera del territorio, con actos alusivos, dictándose al efecto clases especiales y conferencias en las que se señalarán los antecedentes históricos, la legitimidad de los títulos argentinos y la forma en que ella se ejercita en el sector austral.

Cuando hablamos de nuestras Islas Malvinas, parecería que los actos de soberanía en el archipiélago se remontan solamente al día de su recuperación, el 2 de abril de 1982, pero nuestro país estuvo realizando acciones muy importantes antes de esa fecha, que muchos desconocen y en el informe que presentamos lo damos a conocer.

MALVINAS ANTES DEL 2 DE ABRIL DE 1982

Parecería que los actos de soberanía en las islas se remontan solo al 2 de abril de 1982, pero nuestro país estuvo realizando acciones muy importantes antes de esa fecha, que muchos desconocen.

Cabe recordar que entre los gobiernos de la República Argentina y del Reino Unido de Gran Bretaña, se llegó a un acuerdo con el propósito de contribuir en forma positiva a solucionar la situación de las islas Malvinas. Una medida tendiente a tal finalidad fue el establecimiento de un servicio aéreo regular de transporte entre nuestro territorio y el archipiélago.

Tomó a su cargo dicho servicio la Fuerza Aérea Argentina, que lo prestaba por intermedio de Líneas Aéreas del Estado (LADE). El primer vuelo regular entre Comodoro Rivadavia y Puerto Argentino fue cumplido el 12 de enero de 1972 con un avión anfibio Albatros y se continuó con dos servicios por mes. A partir de entonces las Islas Malvinas comenzaron a estar permanentemente en contacto con el resto del mundo; se trasladaban pasajeros, se efectuaban evacuaciones sanitarias y vuelos de cargas en general, en especial perecedera, correo y medicamentos.

La Fuerza Aérea Argentina construyó ese mismo año, una pista provisoria de 800 metros de largo por 30 de ancho, utilizando planchas metálicas. La finalidad de esa obra era permitir que aviones Fokker F-27 (biturbohélices), pudieran aterrizar en la isla.

Logrado esto, la frecuencia de esos vuelos se elevó a uno por semana. La pista de referencia fue ampliada después hasta los 1.200 metros con el agregado de planchas de aluminio.

De este modo, Puerto Argentino pudo recibir aviones jet (de reacción) que cubrían la distancia que media entre las dos ciudades en 2 horas 30 minutos, vuelos realizados con los aviones Fokker F-28. Esta ampliación de la pista fue inaugurada el 10 de octubre de 1976. Se realizaron también vuelos no regulares de traslado de carga con los aviones Hércules C-130. Esta capacidad operativa, ampliada por el medio naval, permitió instalar la plantas de Gas del Estado y de combustible de Yacimiento Petrolíferos Fiscales (YPF).

También se realizaron investigaciones por parte de la Sociedad Científica Argentina y hasta se designaron dos maestras para la enseñanza de la lengua castellana. Al comenzar los acontecimientos bélicos protagonizados en 1982 entre nuestro país e Inglaterra, los servicios aéreos de LADE a nuestras islas Malvinas se suspendieron. (FUNDACION MARAMBIO)

martes, 5 de junio de 2018

Diplomacia: El tarado de Marcos Peña homenajea a los caídos británicos

Marcos Peña inició sus actividades en Londres con un homenaje a los soldados caídos en Malvinas 


El jefe de Gabinete llegó ayer a la capital inglesa y hoy comenzó una ronda de reuniones con autoridades del gobierno del Reino Unido y con representantes parlamentarios


Infobae



 
El jefe de Gabinete, Marcos Peña, durante el homenaje a los soldados británicos caídos en Malvinas



El jefe de Gabinete, Marcos Peña, inició hoy su agenda en Londres, donde mantendrá reuniones con autoridades del gobierno del Reino Unido y con representantes parlamentarios, para analizar distintos temas que forman parte de la agenda bilateral.


Tras haber arribado ayer a la capital inglesa, el funcionario argentino inició la jornada con un homenaje a los soldados británicos y argentinos caídos en la Guerra de Malvinas en St. Paul's Cathedral a las 5:30, hora argentina, junto al ministro de Estado para Europa y las Américas de la cancillería británica, Alan Duncan, y en un gesto de reciprocidad con el canciller británico Boris Johnson, quien el 20 de mayo pasado en Buenos Aires depositó una ofrenda floral ante el monumento erigido en la Plaza San Martín, en el barrio porteño de Retiro.



 

Marcos Peña junto al ministro de Estado para Europa y las Américas de la cancillería británica, Alan Duncan, esta mañana en el homenaje


Participaron también el embajador británico en Argentina, Mark Kent, el embajador argentino en Inglaterra, Carlos Sersale di Cerisano y el veterano británico de la Guerra de Malvinas, Geoffrey Cardozo.


 


A las 11:15, Peña se reunirá con Johnson y luego mantendrá encuentros con el secretario de Estado para el Comercio Exterior, Liam Fox; el ministro de Economía, Philip Hammond, y el secretario de Estado de Medio Ambiente, Alimentos y Agroindustria, Michael Gove.


Además, el jefe de Gabinete se reunirá con parlamentarios miembros del Grupo de Amistad con Argentina y por la noche compartirá una cena en la Residencia Oficial Argentina con miembros del Gobierno, el Parlamento, académicos e inversionistas.


En tanto, mañana continuará con dos rondas de reuniones con empresarios e inversores y brindará una conferencia sobre el tema "Presidencia Argentina del G-20– Cambio político promoviendo una agenda para una economía global sustentable".

 


El broche de la agenda será la entrevista pactada con Peter Hill, secretario de la primera ministra Theresa May; David Lidington, ministro del Gabinete, y Mark Sedwill, consejero de Seguridad Nacional.


Luego viajará a Nueva York donde el miércoles mantendrá reuniones con empresarios, inversores y autoridades diplomáticas.


En la ciudad estadounidense, Peña compartirá un desayuno con autoridades del Consejo Empresarial para el Entendimiento Internacional y llevará a cabo a diversos encuentros con inversores, empresarios y representantes del mundo financiero, tras lo cual asistirá a un almuerzo servido en honor del jefe de Gabinete en el Council of Americas.


Por otra parte, Peña también se reunirá con la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Nikki Haley.


El jefe de Gabinete inció su gira el lunes pasado, cuando viajó a La Habana, acompañado por el secretario de Asuntos Estratégicos, Fulvio Pompeo.

domingo, 3 de junio de 2018

Malvinas, su recuerdo y su futuro, por Marcelo Larraquy

"¿Y todavía seguís pensando que las Malvinas son argentinas?"

Un recorrido por las calles de las islas todavía reflejan las cicatrices que dejó la guerra. La búsqueda de los puestos de combate de los ex soldados y las imágenes de las últimas horas de la batalla 

Por Marcelo Larraquy || Infobae
Periodista e historiador (UBA)




Hace un tiempo acompañé la visita de ex soldados a las Malvinas. Era un grupo que volvía a las islas después de treinta años de la guerra contra Gran Bretaña.
Nos hospedamos en una casona muy confortable de la avenida Ross, algunas cuadras alejadas hacia el este del casco urbano, frente a la bahía. Creo que éramos alrededor de quince o veinte. La mayoría de ellos habían servido a la Compañía A del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata.
Me acuerdo que el primer día desayunamos en forma abundante dulces, yogures, pan casero, en una mesa larga y luego salimos a recorrer las laderas de Wireless Rigde, a dos kilómetros de la residencia de gobierno.
Las laderas estaban debajo del monte Longdon, donde en la madrugada del 12 y 13 de junio de 1982 se definió la batalla.


Campamento argentino en Monte Longdon

La ladera era un territorio abierto con un declive no muy pronunciado. Apenas empezaban a caminarla, los ex soldados se detenían a buscar referencias que le permitieran ubicar el que había sido su lugar de combate, los restos del pozo que habían cavado para esperar la guerra.
Los impactos de las bombas, como una mancha negra sobre la tierra, cráteres anchos, de más de un metro, se veían con nitidez.
Los pozos eran más difíciles de encontrar, pero una vez localizados, removiendo un poco la tierra, dejaban emerger algunos pertrechos de entonces: pilas grandes con las que escuchaban radio, algunos restos de pilotines verdes, hierros oxidados, latas de gaseosas achatadas.



Me acuerdo que en la revisión de la ladera un ex soldado buscaba con su hijo las cartas que había enterrado en una bolsa de plástico, cerca de su pozo, y ahora no podía encontrarla.
El pozo rememoraba a la lluvia, a la posición anegada por el agua, a las bengalas, a los bombardeos.
El primer bombardeo lo vivieron el 1° de mayo, con los Sea Harriers que cruzaron el cielo de la ladera en dirección al aeródromo y descargaron sus bombas.
Este fin de semana largo aproveché para buscar las notas que había tomado de aquel viaje a Malvinas y encontré el testimonio del ex soldado Alfredo Rubio, que recordaba el paso de los Sea Harriers.
"El bombardeo nos tomó por sorpresa. Yo no tenía experiencia militar que me preparara para esta situación. Los bombardeos llegaban desde fragatas y aviones. Cuando había bombardeo se corría un alerta roja y cada uno trataba de buscar algún refugio para protegerse".


Batalla de la Pradera del Ganso

La Compañía A había padecido su propia tragedia poco antes de que las tropas terrestres británicas se asomara por la cresta del monte Longdon.
Cuatro soldados conscriptos perdieron la vida cuando una mina antitanque detonó sobre el bote de goma en el que remaban, sobre el río Murrell.
Del otro lado del río había una casa vacía. Sus habitantes habían sido trasladados a Puerto Argentino y algunos soldados solían entrar, en busca de la comida que había quedado almacenada. El bote le permitía acortar las distancias y volver rápido a sus posiciones de combate.
Marcelo Postogna tenía un recuerdo vivo de la noche de la tragedia.
"Unos días antes vinieron un grupo de ingenieros y minaron toda la zona para evitar un posible desembarco inglés. Esto activó una mina antitanque. Y fallecieron cuatro. Manuel Zelarrayán, Carlos Hornos Pedro Vojkovic y Alejandro Vargas, que es el único que identificamos. Fue muy doloroso ir a buscar a nuestros compañeros, y buscarlos por partes".
Hasta ese momento, Alejandro Vargas era el único del grupo que tenía la tumba con su nombre. Los restos de Zelarrayán, Hornos y Vojkovic fueron reconocidos en las últimas semanas, luego de 36 años en los que permanecieron como "soldado argentino sólo conocido por Dios".
Aquel primero día en las Malvinas, a la tarde, fuimos a rendir homenaje alos caídos al cementerio de Darwin. "Este viaje es una procesión que uno trae, que lleva dentro de uno, es algo que nos realimenta y nos ubica en el tiempo y espacio, y nos construye como persona", decía Postogna.
Para mí todo era nuevo.
Lo primero que se me había revelado en el viaje era que en las Malvinas había gente. Siempre había entendido a las islas como un territorio despojado, pero nunca había pensado en los isleños, que fueron viviendo y muriendo en esas tierras a lo largo de varias generaciones.
Por la noche salimos a recorrer las calles y entramos a un bar, creo que era Deano's Bar, pero podría ser otro. Nosotros éramos bastantes, y no sé por qué, en el primer impacto, no se generó una buena atmósfera. Apenas comenzábamos a ubicarnos alguien recomendó que lo mejor sería que nos fuéramos. No sé si hubo algún comentario o una mirada que se estiró demasiado, pero la guerra había dejado una marca, una sensibilidad, que no admitía malos entendidos.
A esa hora todavía no habíamos comido y de casualidad encontramos una pizzería a punto de cerrar que atendía un inmigrante chileno. Logramos encargarle algunas cajas.
Retengo una imagen de ese momento: los ex soldados en el cordón de la vereda comiendo pizza en la noche de Malvinas.
A la mañana siguiente, mientras desayunábamos, la dueña de casa, Arlette, nos presentó a un policía que se había acercado a la casa para establecer contacto con el grupo de ex soldados. No recuerdo si la conversación tenía que ver con el hecho de que se habían sentado en el cordón de la vereda o si acaso la visita era por la bandera argentina que había sido exhibida en el cementerio, creo que para una foto. Supongo que la policía local habría evaluado esos dos hechos como "conflictivos", para decirlo de algún modo, y nos lo hicieron notar.
En ese momento advertí que el grupo era objeto de una vigilancia imperceptible, aunque no estaba en el ánimo de ninguno generar conflictos.
El día siguiente también fue largo.
Fuimos hasta el estrecho San Carlos, que separa la isla Soledad de la Gran Malvina. Allí los ingleses desembarcaron sus tropas terrestres. El área estaba escasamente protegida. Sólo había cuarenta soldados argentinos para dar aviso temprano. Era la opción menos probable para el mando argentino, porque consideraba que San Carlos estaba demasiado alejado de Puerto Argentino.



La logística de guerra británica ocupó el estrecho: destructores, fragatas, buques de asalto, que dieron sostén al desembarco el 21 de mayo de 1982.
En la bahía encontré al ex soldado Víctor Hugo Romero que había combatido en San Carlos.
"Cuando llegamos había un regimiento de Corrientes –recordaba-. Teníamos muy pocas municiones. Esperábamos que tiraran ellos, cambiábamos de posiciones, pero luego no teníamos dónde replegarnos, nos rodearon, no había forma de salir. Enfrente estaban los ingleses y de espaldas teníamos el agua. La noche de la rendición la pasamos en un galpón, un esquiladero de ovejas y a la mañana hubo cese de fuego, entregamos las armas y nos tuvieron prisioneros".
Fui con Romero hasta el galpón con el esquiladero. Se mantenía exactamente igual que hacía treinta años. Quizá todo estuviera como entonces y el único cambio se produjo en una pequeña casa, convertida en un museo, que conservaba objetos de guerra.
Después del desembarco en 1982 hubo cuatro días de intensa descarga de fuego argentino que pusieron en peligro la marcha terrestre británica, sobre todo por la pérdida logística asentada en el estrecho, que los dejaba sin respaldo para los setenta kilómetros que debían recorrer hasta Puerto Argentino.
Su próximo objetivo fue la posición argentina en de Puerto Darwin y Pradera del Ganso, distantes a 5 kilómetros uno del otro. En esa guarnición se resguardaban algunos aviones Pucará. En los caseríos se produjo una larga batalla terrestre. Murieron 47 argentinos y 17 británicos, entre ellos el jefe de Segundo Batallón de Paracaidistas (Para 2), el teniente coronel Herbert "H" Jones, en un hecho todavía controversial, tras un aparente "cese de fuego".
Fue un enfrentamiento infernal, de treinta y seis horas, que dieron muestra del heroísmo de la resistencia argentina.


La batalla en Pradera del Ganso. Fue la primera batalla terrestre que libraron ambos contendientes luego de que las fuerzas británicas desembarcadas consolidaran su cabecera de playa en San Carlos

El dominio de Darwin y Pradera del Ganso fue clave para el enemigo: las tropas británicas se aseguraron la retaguardia, y con la protección aérea y naval, continuaron el recorrido hacia Puerto Argentino.
Ese mediodía fuimos a almorzar a un pequeño restaurante de Pradera del Ganso. Advertí la tensión en el local apenas nos sentamos para comer el plato del día. Todos nuestros gestos y movimientos fueron sobrios y cuidados. Después supe que el restaurante lo atendía la misma familia que había sido detenida en 1982 por el mando argentino. Y si bien estaban acostumbrados a recibir ex soldados, el recuerdo traumático permanecía vigente.
Me acuerdo que durante los días que siguieron busqué isleños para conocer sus experiencias durante la detención y pude dar con una chica que recogió los relatos de su familia. Ella había nacido en 1987. Se llamaba Teslyn Barkman.
Creo que conversamos en la redacción del semanario "Penguin News", que dirigía John Fowler y donde trabajaban otras dos personas. Teslyn me contó que sus padres, durante la detención, dormían en colchones, en una sala amplia con un único baño, junto a otros granjeros de lugar.
En ese momento Teslyn formaba parte de un servicio militar voluntario –Falkland Islands Defense Force-, porque quería prepararse para estar en la primera línea de la guerra "en caso de un nuevo ataque".
Me sorprendió su dureza, que contrastaba con su sensibilidad como artista. Creo que era pintora. Teslyn, desde siempre, había estado molesta con el reclamo argentino por la soberanía sobre las islas.


San Carlos

"Este es mi lugar –me explicaba-, yo nací acá y no creo que deba pedir disculpas por eso. Como en la Argentina muchas personas llegaron de otras partes como inmigrantes y ahora lo consideran su hogar, lo mismo sucede para los isleños. Y aunque tengo ciudadanía británica, me considero una simple isleña. No pueden quintarnos nuestro hogar ni intentar hacernos perder la identidad".
Este tipo de encuentros, y otros posteriores, me hicieron entender que para los isleños la guerra no había terminado, y todavía conservaban cicatrices y resentimientos. Habían vivido la invasión, porque para ellos fue una invasión. Como si la Segunda Guerra Mundial se hubiese desatado en su propio pueblo. Una dimensión del conflicto que yo no había pensado y era necesario abordar para entender su complejidad.
Y aún con su dureza podía entender la posición de Teslyn, y me sentí más cercano a sus palabras que las sensaciones que tuve cuando visite la residencia del gobernador inglés, para un cóctel. Ese lugar lo sentí completamente ajeno. Ahí sí sentí que nuestra tierra había sido despojada.
Pero en el trato personal a los isleños lo percibía diferente. Recuerdo el contacto con un grupo jóvenes a la salida de un bar, que uno de ellos empezó a insultar por nuestra presencia. Después me explicaron que durante los meses de marzo y abril los isleños son muy sensibles a la llegada –que consideran "masiva"- de ex soldados y familiares desde el continente.



La cuestión es que luego de ese incidente verbal, por así llamarlo, acordamos conversar en el lobby de un hotel boutique ubicado frente a la bahía y nos servimos un té casi como una forma de pacificar los ánimos. Ya era de madrugada, y uno de los isleños me preguntó cuánto tiempo llevaba en las islas.
Yo respondí: dos semanas.
"¿Y todavía seguís pensando que las Malvinas son argentinas?"
En ese momento pensé en su cultura, en la forma en que se mueven, sus horarios, que casi nunca hay gente en la calle, y respondí: "La tierra es nuestra, pero vos naciste acá, también tenés tus derechos. Somos hermanos que no nos conocimos", le dije.
Sentía que, de cualquier modo, aunque pensáramos distinto, aunque fuéramos distintos, a nosotros nos correspondía seguir defendiendo el contacto.
La guerra de Malvinas había roto con cincuenta años de relación entre argentinos del continente e isleños, y quizá ahora harían falta otros cincuenta para restaurar la confianza.
Después de la tragedia de la mina antitanque en el río, la espera en los pozos de la ladera de Wireless Rigde continuó con el asedio diario de ataques aéreos y los cañoneos navales británicos.



El radio de observación de cada soldado desde su pozo era de cien metros, doscientos como máximo. Ése era todo su universo durante la guerra. Sabían que el enemigo había desembarcado pero no sabían por dónde. No tenían mapas ni información. Padecían el hambre, la lluvia permanente y en muchos casos el maltrato de sus superiores.
Así ocurrió hasta el 11 de junio.
Durante ese día algunos soldados habían escuchado por radio la misa del Papa Juan Pablo II en la Basílica de Luján frente a cientos de miles de feligreses.
Pero a la noche monte Longdon se transformó en un campo de batalla.
El fuego naval, la artillería y los misiles antitanque del enemigo se desplegaron sobre su cresta.
La acción masiva de la guerra estallaba en la cara de los soldados por primera vez en sus vidas.
"La guerra es un espectáculo visual muy fuerte –describía Postogna-. Explosiones constantes, tiros, millones de balas cruzándose…".
Cuando les tocó a ellos entrar en acción, después de casi dos meses de espera en el pozo, se revelaron las deficiencias del equipamiento militar.
A Juan Bratulich, abastecedor de mortero pesado de la Compañía A del Regimiento 7, el combate le duró pocos disparos.
"Teníamos un observador adelantado que nos iba dando la información. A partir del quinto tiro, la placa base del mortero se fue hundiendo y no se pudo seguir disparando. En ese momento, empezó a caer la réplica del fuego enemigo, un fuego muy intenso. Los ingleses tenían detectores de calor, sabían desde dónde tirábamos. Entonces nos ordenan sacar los morteros, y replegarnos. Cuando estoy cumpliendo esa orden, me explota un proyectil de 81mm en la zona abdominal. Todo el mundo estaba ocupado en ese momento. Pero mis compañeros me trasladaron detrás de una roca y siguieron combatiendo. Me arrastré hasta la posición del jefe del Regimiento. Me evaluaron, me bajaron de la ladera con una camilla. No pensaba si iba a morir, pero estaba asustado por el contexto de la situación".
Bratulich fue operado en la madrugada del 13 de junio en Puerto Argentino y un avión lo trasladó a Comodoro Rivadavia ese mismo día. Juan Salvucci, del Regimiento 7, también vio los fuegos desde ladera de Wireless Ridge.
"Escuché el primer tiro a menos de un kilómetros, ví los fuegos iniciales, se escuchaban los gritos de locura y dolor, los de ellos, los nuestros. Me acuerdo que tenía una tableta de tranquilizantes y me la clavé toda. Me dije "bueno…".
Salvucci había llegado a la guerra con su diploma de arquitecto, pero todavía debía el servicio militar, y el Ejército lo convocó a los 26 años.
"Tiraba con un fusil liviano, pesado, con una 9mm… Llegué a envidiar al herido que se iba, mientras yo seguía. Envidiaba al chico que caía, porque yo seguía… En el momento del repliegue, me cruzaba con fuego propio. Sabía que un sargento venía tirando y me la iba a poner… A nadie le gusta rendirse. Desnutrido, con 25 kilos menos, me hubiese gustado caer en combate. Vinimos a la guerra con chicos de 18 años que recién salían de sus casas y no sabían manejar un arma, sin experiencia; con militares que estaban acostumbrados a que la hipótesis de conflicto era su propio pueblo, no fronteras afuera ¿No habíamos perdido antes de venir?", se preguntaba.
Las tropas británicas tomaron el monte Longdon. La residencia del gobernador ya les quedaba a tiro de artillería. Después hubo un "tiempo muerto" durante un día en el que casi no se cruzó fuego. El enemigo se reagrupó, instaló puntos de observación, temía un contraataque argentino.


Riscos del Monte Longdon

Pero la defensa de la ladera de Wirelles Ridge ya estaba debilitada. Muchos soldados advirtieron que sus tenientes y sargentos habían abandonado sus posiciones y bajaron a Puerto Argentino sin dar aviso.
En la noche del 13 de junio todos los batallones británicos se lanzaron para definir la victoria en la guerra. Avanzaron con tanque de guerra para romper el fuego de las trincheras.
A las dos de la madrugaba nevaba en la ladera.
Había soldados argentinos heridos arrastrándose, soldados que bajaban corriendo hacia el valle, protegiéndose entre roca y roca, tratando de no cruzarse con el fuego "amigo" de un FAL.
El cielo estaba cruzado de bengalas.
Alfredo Rubio recordaba las imágenes del final.
"Cada uno bajaba como podía. No hubo una organización, nadie que te dijera "andá para allá". Era el Titanic que se estaba hundiendo… Esa imagen, para mí, la tuve cuando pasé por una carpa redonda que habíamos apodado 'El Circo'. Tenía muchas provisiones. Estaba a cargo de un capitán que manejaba la logística del Regimiento, uno de los oficiales que se hacía calzar los borceguíes por los soldados y les negaba la comida. En el desbande, nos acercamos a la carpa que recepcionaba los pedidos de ayuda y escuchamos las radios al rojo vivo, ´manden refuerzos… tenemos heridos".
Entramos, y estaba vacía, no había nadie, con todos los micrófonos colgando. Ahí me dije: "Se acabó. Fuimos".
Ninguno de los ex soldados a los que consulté había visto a un general argentino en la batalla. Excepto Juan Salvucci. Después de la rendición del 14 de junio permaneció prisionero junto a Mario Benjamín Menéndez en la bahía San Carlos, casi 45 días.
Nunca entendió por qué, dado que él era un conscripto y Menéndez había sido el gobernador de las islas. Pero estuvieron juntos. Tuvo oportunidad de hablarle.
"Yo fui muy crítico con la conducción de la guerra y Menéndez me respondió: 'soldado, usted necesita apoyo psicológico, usted está mal… Y cómo no voy a estar mal si estuve combatiendo, ví la realidad. Usted estuvo en una casa, yo estuve en una guerra… la guerra no fue su realidad".

sábado, 2 de junio de 2018

Conscriptos: Poema para Manuel Moreno

Soldado Chaqueño quedo en Malvinas por salvar a su Amigo





Allá en el norte del Chaco, hay un ranchito paisano,
Lo habita Manuel Moreno, lo levanto con sus manos.
Tiene el orgullo argentino, tiene la sangre del Chaco,
Porque flamea una bandera, en la cumbrera del rancho.

Trabajador como tantos, madrugador como el alba,
Dicen que vino de Salta tan solo por hacer Patria,
Y se quedo aquerenciao, labrando esta Tierra Gaucha.
Fue jinete y domador, y ante el quebracho, fue hachero,
También era cosechero si es que el surco lo llamaba,
Pa´ trabajar en jornadas, nunca mezquinó su esmero.
Se afincó en medio del monte, esquivándole al progreso,
Como plegarias de un rezo, tubo el rancho una patrona,
Y llego a ofrecerle un hijo a Don Manuel la Ramona,
Ella, guapa y decidida; El, capaz y corajudo,
Por el hijo daba el mundo, y hasta una estrella encendida,
Por ella entregó el coraje, y por la Patria, su vida.

El muchacho fue creciendo, con el calor de la Madre,
Codo a codo con el Padre, gastó el arado en el surco,
El campo le dio este mundo, y a el le debía su sangre.

Manuelito se hizo hombre, y fue a cumplir con la Patria,
Cuando hallá en el mes de de abril, Argentina se alzó en armas.
A luchar se fue Manuel, defensor de las Malvinas,
Apóstol de la justicia, soldado de mi Argentina.

Las noticias fueron muchas, nos derribaban aviones,
Les hundíamos los barcos, y Don Manuel aguardaba,
El regreso del muchacho.
El destino nos fue esquivo, malaya la suerte perra,
Cuando golpeaban noticias, que se ha perdido la guerra.

Volvieron los prisioneros, después de una triste espera,
Sólo rindieron sus huestes, no se rindió la bandera.
Primero arribaron unos, y Manuelito no vino,
Después llegaron los otros... tal vez después, por desgracia,
Quizás lo tengan cautivo.

Fueron llegando soldados, se sumaban los heridos,
Han pasado varios días, Y Manuelito no vino,
Porque quedó para siempre bajo ese suelo argentino.
Al cabo de una quincena, llegó un papel muy urgente,

Y unas letras que decía usted ha perdido un hijo,
La Patria perdió un valiente. Y fue la primera vez,
Que Manuel, bajó la frente.
Doña Ramona lo vio y presintió la desgracia,
Corrió aturdida hacia el rancho llena de horror y gemidos,
El hijo quedó en la guerra, no quiso volver vencido.

Sin saber lo que iba a ser, con una vela encendida,
Toda de luto vestida y mirando la bandera,
Fue y la arrió de la cumbrera, y dijo enferma y rendida:
ya no volverá Manuel, ya no volverá sabés, a m` hijito me lo han muerto,
Ya no volverá el muchacho, sólo nos queda el recuerdo, pobrecito manuelito,
pobrecito mi muchacho, en la guerra me lo han muerto,
ya no volverá Manuel, Dios sabe cuanto lo siento.

Don Manuel alzo la vista, y la vio toda de negro,
Con la BANDERA en las manos,
Y esas palabras brotaron, de sus labios de paisano:
Por qué ese luto Ramona, porque ese luto mi vieja,
Por qué si el muchacho quiso vencer por nuestra Argentina,
Y quedarse para siempre, atalaya en las Malvinas.

Por qué arriaste la BANDERA, eso no debías hacerlo,
Vamos a izarla de vuelta arriba de la cumbrera,
Que si la Patria Argentina nos pide ese sacrificio,
Su tata se ira a luchar, ya que no tiene mas hijos,
Que si una guerra perdimos, no perdimos el coraje.

Y aunque la tierra se raje, son bien nuestras las Malvinas,
Vamos todos a luchar, pa´ que sepa el mundo entero,
Que a fuerza de sangre y fuego ¡las Islas son Argentinas!...

Autor: MITO GALLARATO
(J.J.Castelli-Chaco)
Admin VI.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Eduardo Eurnekian: El mago de Darwin

La historia de un poderoso mago que armó –y financió– el milagro del lunes 26 en las Islas Malvinas

Su nombre: Eduardo Eurnekian. Su verdad: el compromiso con la gesta, la tragedia de la guerra, las familias de los caídos y el país que ama. Cómo se organizó el viaje de los familiares de los 90 soldados identificados en Malvinas 

Por Alfredo Serra 28 de marzo de 2018
Especial para Infobae



Eduardo Eurnekian frente a la gran cruz del cementerio de Darwin, que él se ocupó de construir a pedido de los familiares en 2004

La mayor virtud (la mayor destreza) de un mago es hacer aparecer cosas de la nada. Es siempre concreto: nunca abstracto. Visible: nunca invisible. Sin embargo, el lunes 26 de marzo del Año de Gracia de 2018, muy lejos del Obelisco, de las quebradas del norte, de los páramos patagónicos, sucedió lo contrario…
Fue algo que encerró las más nobles emociones humanas: la pasión, el dolor por los caídos, la indescriptible emoción de ver, en placas de mármol, a más de tres décadas y un lustro, los nombres de aquellos caídos…
El lejano, remoto punto del mapa (pero también cercano y presente), flotando en el inmenso Atlántico Sur, se llama Islas Malvinas.
Allí y ese largo, inolvidable, histórico día, 90 almas se encontraron con sus hijos, sus hermanos, sus todo. Y por fin, las placas que antes decían "Soldado argentino sólo conocido por Dios", lucían con los nombres de los héroes grabados para siempre.


El lunes 26 de marzo viajaron 214 familiares (248 personas) para honrar a sus seres queridos luego del proceso de identificación que logró que 90 héroes recuperaran sus nombres

Ya es posible llorarlos y recordarlos en su exacto punto de eterno descanso, no en la angustia de preguntarse, día y noche, ¿adónde, en cuál de esos rectángulos helados están?
Alguien que estuvo allí me dijo al otro día:
–Ver a una madre llorando y gritando el nombre de su hijo es desgarrador, pero ver a tantas en el mismo escenario y con igual sentimiento es inenarrable.
Tan real e irreal como parece el cementerio de Darwin dibujado en esa tierra hostil y ensangrentada en las batallas de aquella guerra. Simetría. Blancas cruces de mármol. Perfección y grandeza bajo el cielo. Y una mezcla de emociones casi irreal, pero terriblemente real.
Vamos llegando al punto clave. A la respuesta.
Porque… ¿quién echó a volar dos aviones hacia el helado sur para llevar a tantos hombres y mujeres a cerrar el más doloroso enigma: el de la identidad desconocida?
Fue un mago… Nadie pudo verlo… Su nombre: Eduardo Eurnekian.


Eduardo Eurnekian, presidente de Corporación América

Hijo de padres exiliados que escaparon del genocidio armenio, héroe nacional en el país de sus ancestros, siente a la Argentina y sus símbolos en el corazón y en las acciones.
Gran referente en el mundo de los negocios, su perfil en Forbes dice que su fortuna asciende a 2.700 millones de dólares. Y puntea:

  • En la década de 1990, ganó $ 750 millones en la venta de la empresa argentina de televisión Cablevisión.
  • Bajo su Corporación América, Eurnekian y sus socios poseen más de 50 aeropuertos en todo el mundo, lo que reporta ingresos de más de $ 2 mil millones.
  • Otras empresas incluyen la fábrica de chips Unitech Blue, una instalación de producción de biodiesel y tierras en Armenia utilizadas para la producción de frutas y el vino.

Como dato final: las terminales de sus 52 aeropuertos recibieron más de 71 millones de pasajeros y más de 800 mil aviones en 2016.


Familiares de los soldados argentinos sepultados en Malvinas que fueron identificados. (Foto Telam)

Y es bueno y justo saber que ese milagro del lunes 26 de marzo en las Malvinas, cuando los emocionados 214 familiares aterrizaron en Mount Pleasant para llegar a Darwin a homenajear a sus seres amados, lleva su exclusiva firma.
No lo hizo el Estado argentino, ni los ingleses, ni las Naciones Unidas, ni la OEA, ni una ni cien ONG. No lo pensaron, no lo hicieron, no lo pagaron. Todo fue obra de Eduardo Eurnekian, de Aeropuertos Argentina 2000. Obra secreta que empezó mucho antes de ese lunes.


La construcción del cementerio de Darwin en 2004, reemplazando al sencillo camposanto creado por los británicos cuando finalizó la guerra de 1982, fue obra de Eurnekian

Primero, hace ya años, fue el responsable de la reconstrucción del cementerio. El descanso final de los que murieron defendiendo su bandera.
El constructor fue Hermenegildo Ocampo Chaparro. Trabaja con Eurnekian hace más de tres décadas. Quince años atrás, en silencio, Eurnekian ya estaba cerca de la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur cuando lo llamó el entonces embajador británico Robin Christopher:
—Estuvimos con familiares de los caídos, y nos dijeron que hace veinte años que los distintos gobiernos les prometen hacer un monumento en Malvinas…, pero no pasó nada. Y el gobierno actual les dijo que "en este momento no es prioridad hacer este cenotafio".
Dios… ¿cómo algo tan profundo debe esperar un burocrático turno?


El nuevo cementerio se hizo con los planos del arquitecto Carlos Daprile


En Darwin trabajaron siete isleños: seis hombres y una mujer

Por entonces, en Malvinas estaba el primer cementerio, construido con la supervisión de la Commonwealth War Comission después de la guerra de 1982, y luego de que el coronel Geoffrey Cardozo recogiera todos los cuerpos de los argentinos enterrados en los campos de batalla y les diera digna sepultura en Darwin.
Era un cementerio sencillo, con una empalizada como las de campo, y las doscientas treinta cruces en madera.


El constructor fue Hermenegildo Ocampo Chaparro


Las piezas del monumento se llevaron en 22 camiones desde Puerto Argentino a Darwin

Eurnekian entró en juego. Profundamente comprometido con Malvinas, su gesta, su tragedia. Dijo: "Yo haré ese monumento en Darwin". Con la firmeza de un empresario, pero el alma de un hombre sensible. Un hombre que –pocos lo saben– ama la ópera: un exquisito rasgo del alma…
La comisión le pidió entonces algo muy especial y acaso innecesario:
—Respete el deseo de siete madres que eligieron siete cruces sin nombre…, como si fueran las tumbas de sus hijos…
Eduardo Eurnekian, a su manera, con decisión y sin meandros, proclamó:
—¡Yo voy con todo!
Y a la carga, como en una batalla, llamó a Chaparro. Le pidió que buscara contratistas y empezara el proyecto, que ya tenía un plano creado por el arquitecto Carlos Daprile y aprobado por la Comisión de Familiares.


El monumento, con material argentino y a cargo de la empresa Prenova, fue prefabricado entre noviembre y diciembre de 2003


Eduardo Eurnekian rinde honor a los caídos en uno de sus tantos viajes a Malvinas, el 27 de abril de 2012

El monumento, con material argentino y a cargo de la empresa Prenova, fue prefabricado entre noviembre y diciembre de 2003. En la provincia de Buenos Aires, y a cargo –por supuesto–de Eduardo Eurnekian. El mago en cuestión…
Pero –siempre hay un pero, y más en este trágico caso– faltaba que el gobierno de Malvinas aceptara el traslado del material hacia la isla Soledad. Porque hasta la muerte de los héroes exige discusiones y papel sellado y tres copias…
Una de las madres que perdió a su hijo le dijo a Chaparro:
—Estoy muy enferma. No voy a poder viajar ni ver terminado el monumento.
Chaparro le contó el episodio a Eurnekian:
—Hay una señora que por su salud no cree llegue a ver el cenotafio.
Eso, para el empresario, fue más que un ruego: fue una deuda de honor. Entonces, juntos, en el playón de la Terminal de Cargas Argentina del Grupo Aeropuertos Argentina 2000 –donde hoy está la terminal C de Ezeiza–sacaron todas las cosas allí depositadas, y con las grúas que mueven los aviones armaron un cenotafio con los nombres de los caídos, como una maqueta… ¡de tamaño natural!, igual al monumento que se haría en Darwin.


Se colocaron 230 cruces blancas y placas de granito negro

En enero de 2004, frente a ese monumento, se firmó el acuerdo para llevar a las islas las partes del cenotafio, prearmadas.
Empieza el periplo. Las partes del cenotafio, en diecinueve camiones, llegan al puerto de Campana, y desde allí, en un barco de bandera Noruega, van hacia Malvinas. Pero es solo un primer paso. Sigue la secuencia…
Desde Puerto Argentino, en veintidós camiones, las partes llegan a Darwin. Y lo arman el paraguayo Chaparro, que no necesitaba visa, el arquitecto, con permiso especial como artista, y siete isleños. Entre ellos, una mujer…


El cementerio de Darwin tiene 30 cruces adelante, y dos bloques de 100 cruces cada uno, respetando el plano original y el pedido de siete madres

Respetan el plano del cementerio. Las cruces de las siete madres. Ponen las 230 placas de granito, 121 con la leyenda "Soldado Argentino Solo Conocido por Dios" .
Todo hecho en la Argentina por el marmolero Calello: el mismo que para el 26 de marzo de 2018 hizo las placas con los nombres de los 90 soldados identificados.
Pero volvamos al pasado. Marzo de 2005: se hace la entrega oficial del monumento a las familias de los caídos. Sin prensa ni alharaca, y durante toda esa misión (lo hace siempre que puede), Eduardo Eurnekian viajó a las Malvinas. Porque los ojos y las manos de un mago no suelen dormirse cuando hay tanto público, tanta ansiedad, tanta tensión.
Desde entonces, fielmente comprometido con esas islas y sus muertos –y más allá del manejo de sus enormes empresas–, se ocupa de que todo –tumbas, placas, cruces, mármoles– mantengan su brillo, su pulcritud, su majestad.


El cementerio de Darwin con el gran monumento con los nombres de los 649 héroes caídos en Malvinas

¿Por qué ese compromiso tan sanguíneo? Porque quiere y siente a la Argentina, su país, pero también cada uno de sus símbolos.
Entre el infinito espinel de obras, empresas, intentos, sueños, Eurnekian fue productor de teatro. Y de buen oído y ojo: eligió a Astor Piazzolla y su operita María de Buenos Aires.
Piazzolla, ese otro mago, que cierto día le dijo:
—Van a vender la casa de Carlos Gardel… y van a demolerla.
Corría el año 1996. Eurnekian era dueño del multimedios América. Compró la casa de Gardel, y la donó al gobierno de la ciudad. No iba a permitir que ese símbolo muriera.


Eurnekian no viajó a las islas el lunes 26. En Darwin estuvieron Tim Miller, encargado de la reconstrucción del cementerio para ese histórico día, Carolina Barros, directora de Comunicación de Corporación América y Roberto Curilovic, gerente de Aeropuertos Argentina 2000 y encargado de la logística del viaje

Volviendo a Malvinas… Eurnekian supo que las familias querían viajar a honrar a sus seres queridos luego de la identificación. Y en reuniones con la Comisión de familiares y el embajador británico Mark Kent, dijo: "Yo me hago cargo". En su cabeza y en su corazón no entraba que, pasados 36 años de paciente espera, las familias de los guerreros caídos no pudieran volar a dejarles una lágrima y una flor a sus hijos ya identificados.
Por eso se puso su capa de mago, creó ese milagroso lunes 26 con un golpe de su varita… y desapareció. Eduardo Eurnekian no estuvo en Malvinas ese día histórico.
Quien sí estuvo en las islas, y trabajando tiempo completo en la compleja organización de este viaje, fue el gerente de desarrollo de negocios de Aeropuertos Argentina 2000, Roberto Curilovic, cuya biografía agrega un dato significativo: fue veterano de Malvinas, piloto de Super Etendart, y el 25 de mayo de 1982 integró la cuadrilla que hundió el Atlantic Conveyor de la Armada británica.


Monseñor Eguía Seguí bendijo las cruces de los 90 soldados identificados (Presidencia / Secretaría de la Nación / Víctor Bugge)

En las islas muchos preguntaron dónde estaba Eurnekian. Muchos lo buscaron entre la comitiva. Pero no lo encontraron. Ante el enigma, alguien dijo:
—Yo sé por qué no vino. Dijo que los únicos protagonistas de este día son aquellos que perdieron a su gente amada.
Desde luego, en el mundo real, es posible encontrarlo detrás de un escritorio, manejando sus muchas empresas.
Pero nadie sabe en qué rincón secreto prepara su próximo acto de magia. Porque esta historia de Eduardo Eurnekian no ha terminado. Esta historia continuará.

lunes, 28 de mayo de 2018

Roberto Sylvester comenta su experiencia en Malvinas

Un piloto del COAN cuenta su experiencia en combate

Radio Nacional



Roberto Sylvester combatió en la Guerra de 1982 y hoy da charlas sobre trabajo en equipo y manejo del miedo a partir de sus vivencias.

En diálogo con Radio Nacional Río Grande, recordó en primera persona algunos detalles de su participación en el conflicto bélico, las aeronaves que le tocó pilotar y muy especialmente a sus compañeros caídos en acción.

“Con gran esfuerzo en pocas horas logramos armar 5 aviones que fueron utilizados en combate”.

Sylvester recordó su participación en la denominada “Operación Rosario” que consistía en tomar las islas y en especial la casa del gobernador inglés, sin derramar sangre británica.

“Fue una operación excelentemente hecha por las fuerzas de desembarco que terminó tal y como se esperaba, sin derramar sangre”.

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