La historia de los Exocet que nunca llegaron
La otra cara de la guerra, la del espionaje
Margaret Thacher llegó a pensar que podía perder la guerra de Malvinas. Los responsables de semejante temor fueron los misiles franceses Exocet AM 39, un arma que tuvo su prueba de fuego en las aguas del Atlántico Sur
En "The South Atlantic Bubble" (La burbuja del Atlántico sur), un libro que se publicara en enero de 1997, se revelan por primera vez, en detalle, las operaciones de inteligencia con las que la Argentina intentó desesperadamente conseguir misiles durante la guerra y la obsesión de los servicios de inteligencia británicos para abortar esa posibilidad.
El autor del libro es el británico Nigel West, seudónimo tras el cual se esconde el diputado conservador Rupert Allason, para narrar una de las operaciones más secretas de la guerra de Malvinas.
La obra de West que ya comenzó a ser difundida en una serie de capítulos por el periódico dominical The Sunday Time, discurre como si fuera una apasionante novela de espionaje, pero donde los personajes fueron reales.
Hay dos protagonistas principales: el capitán Carlos Corti, jefe de la misión naval en Europa, que estuvo destacado en París en 1982 y había sido jefe de prensa de la Junta Militar y Alexis Ferter, veterano jefe del MI6, el servicio secreto británico en París.
El libro cuenta entre otros detalles la colaboración prestada a los británicos por los servicios de inteligencia franceses, que actuando por orden expresa del entonces presidente socialista Francois Mitterrand.
El 4 de mayo de 1982, a las 10:50 la primera ministro Margaret Thatcher y su gabinete de guerra reunidos en Chequers, se enteraron con estupor de que un avión Super Etandard de la Marina Argentina había destrozado al destructor "Sheffield". Era el primer hundimiento de un barco británico tras la Segunda Guerra Mundial, y dejaba en evidencia no solo la debilidad de la "Task Force" británica ante la nueva tecnología francesa, sino peor aún, severas fallas en las tareas de inteligencia.
El shock de los británicos ante el hundimiento del "Sheffield" se debió a que solo entonces supieron- pese a lo que les habían dicho los franceses- que los argentinos habían logrado instalar y activar los Exocet en los aviones Super Etandard: una delicada operación que requería tecnología y el dominio de complejos programas de computación. Hasta entonces la inteligencia británica creía que el proceso estaba en pañales.
"Años después los franceses se seguían quejando de que los ingleses nunca les creyeron que no habían prestado asistencia técnica a los argentinos para instalar los misiles" comento a Clarín el embajador en París Carlos Ortiz de Rozas, durante el gobierno de Alfonsín.
En junio de 1982 inmediatamente después de la guerra, la prensa franco británica reflejaba aun la tirantez por las cuestiones de inteligencia.
"Los británicos piensan que los argentinos son unos monos subdesarrollados, y tal vez lo sean política y económicamente, pero sus técnicos son buenos", le confiaba una fuente francesa al diario norteamericano The New York Times al comentar incidentes entre franceses y británicos.
"Con la llegada de la democracia y las buenas relaciones establecidas entre Alfonsín y Mitterrand, los franceses, también tuvieron `gestos´ hacia nosotros" agrega Ortiz de Rozas.
"Un día un miembro de la inteligencia francesa me informó que en un edificio contiguo al de la embajada los británicos estaban instalando una oficina, The Confederation of British Industries (CBI), que a todas luces era una pantalla. ¿Nos espiaban desde ahí?" le pregunto el embajador. "Hasta acá podemos llegar. Los argentinos son amigos, los ingleses son aliados" fue toda la definición del espía.
Pero en 1982, con el hundimiento del "Sheffield", los argentinos empezaron a recorrer el mercado negro de las armas del mundo buscando desesperadamente misiles Exocet, y los británicos elaboraron, con el apoyo de los franceses, la más maquiavélica operacion para impedirlo.
La Argentina había ordenado en 1979 quince misiles Exocet AM39 aire-mar provisto por la empresa estatal Aeroespaciale. La compra se completaba con catorce aviones Super Etandard, provistos por la compañía Dassault Breguet.
En noviembre de 1981, cinco meses antes del desembarco argentino en Malvinas, la Argentina solo había recibido 5 misiles con 5 aviones lanzadores. Los restantes serian entregados el año siguiente.
El hombre a cargo de la búsqueda en el mercado negro fue el capitán Carlos Corti, casado con una sobrina de Lucio Gelli, El capo de la Logia Propaganda Due. Años después, Corti apareció en un listado de miembros de la logia.
Un alto miembro de la Embajada argentina en París en los días del conflicto comento a Clarín que Corti tenía expresas órdenes del almirante Jorge Anaya de "conseguir los Exocet a cualquier precio".
Teléfonos pinchados
Pierre Marion, director de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE), fue quien informo que solo cinco misiles Exocet y cinco aviones Super Etandart habían sido enviados a la Argentina y que el capitán Corti estaba buscando más misiles en el mercado.
"La DGSE cumplió esta misión por que el presidente Francois Mitterrand le había dado su palabra personal a Margaret Thacher de que los argentinos no recibirían asistencia militar de Francia. Pierre Marion había sido designado para que no hubiera fallas que avergonzaran al Palacio del Elíseo", dice West en el libro serializado por el Sunday Times.
"Corti tenia status diplomático y había negociado el contrato original de los Exocet y los Super Etandard", escribe Nigel West. Con sus teléfonos "pinchados" por los cuatros servicios secretos franceses, las conversaciones de Corti eran enviadas diariamente al Ministerio del Interior francés, que a su vez las giraba a los británicos.
Como Corti también compartía su oficina con la Oficina Francesa de Expertos de Materia Aeronáutica, el servicio exterior francés podía monitorear las actividades de Corti sin el conocimiento de los otros servicios de Francia, señala el libro.
Al parecer el capitán argentino no estaba solo. "Había un desfile de influyentes que pasaban por París con supuestas instrucciones del Gobierno para comprar armas y misiles", recordó a Clarín el entonces embajador argentino ante Francia Gerardo Schamis.
Autor del libro Mil días en París, Schamis asegura que pese a todas esas operaciones pronto tuvo la certeza personal de que la Argentina no obtendría ni un solo misil extra. "El embajador israelí en París Meyer Rosenne (cuyo segundo era el actual embajador en Buenos Aires Shizak Aviran), me organizo un encuentro en su residencia con el ministro de Defensa francés, a quien yo no tenía llegada", dice Schamis.
"No sigan tratando de comprar misiles. No pierdan tiempo. Nadie les venderá nada y les van a robar el dinero"., dice que le dijo el ministro Hernú en la misión israelí.
Contacto con traficantes
Pero las operaciones siguieron . Un día Marion le advirtió a su amigo británico Ferter que "Corti estaba a punto de obtener unos misiles de un traficante norteamericano que usaba el nombre de Marcos Stone. Corti había acordado pagarle 36,6 millones de dólares a Stone, más de tres veces de su precio real en el mercado, el dinero iba a ser depositado en un banco de Holanda, donde un socio de Stone había abierto una cuenta. Stone que operaba desde los Angeles, había persuadido a Corti que enviara el dinero, pero los misiles no llegaron ", dice West.
Sin detenerse – y con la ayuda del periodista pro libio Horacio Calderón – el capitán Corti trataba simultáneamente de persuadir al coronel Muamar Gadafi y a los iraquíes para que suministraran Exocets que Francia había entregado recientemente a Bagdad. Esas negociaciones tampoco prosperaron.
Para entonces promediando la guerra, el jefe del MI6 en París ya había encontrado el teléfono del capitán Corti en París: 553-7945. Con ese número Ferter ordeno a los cuarteles de espionaje y escuchas telefónicas de Cheltenham, en el centro de las islas británicas, "que interceptaran todas sus llamadas telefónicas por satélite. Eso les dejó claro que el capitán argentino aún no había logrado conseguir los misiles, pero estaba trabajando mucho y podía conseguirlos en cualquier momento" agrega el libro.
Abortar la operación
Fue en ese momento cuando el servicio secreto británico decidió interceptar la operación infiltrando a uno de sus agentes, quien jugaría el rol de intermediario de armas del mercado negro. El hombre elegido fue Anthony Divall, un traficante de armas con oficinas en Hamburgo que colaboraba con "La Firma", como los británicos llamaban a sus servicios de inteligencia .
Ex Royal Marine y con aire de banquero, Divall participo en operaciones en Rusia y en el área del Báltico y hasta compro armas para los irlandeses del IRA, que luego detallaba prolijamente al MI6. Divall estaba con su mujer en la playa Portuguesa de Algarve cuando fue llamado de urgencia por el servicio secreto británico para una cita en un hotel del aeropuerto londinense de Heathrow.
Allí Dival fue presentado a Tony Baynham, un hombre de acento aristocrático y obvió nombre falso, quien se definió como amigo de la familia real y dijo responder "directamente al comité de las fuerzas conjuntas en Downing St", la residencia de la primera ministra Thatcher. Con mucho champagne de por medio, Baynham le explico que su misión era "que los argentinos jamás obtuvieran los misiles" y que "el dinero no sería un problema". Finalmente lo fue, pero esa es otra historia.
Británicos desesperados
"Me di cuenta de que estaban desesperados", relato tiempo después Divall a Nigel West. El agente regreso a Hamburgo y comenzó con sus planes para contactar a Corti. Como supuso que el capitán sospecharía de negociar con un ingles, llamo a su amigo John Dutcher, un ex marino norteamericano de origen irlandés.
Dutcher era un playboy incorregible que había llegado a dirigir un campo de entrenamiento en Libia y entrenando a mercenarios para un golpe contra el dictador haitiano Jean Claude "Baby Doc" Duvalier.
Divall convenció al norteamericano de participar en la cuestión con el argumento más convincente: podría ganar mucho dinero. Dutcher debía viajar a París y obtener una inmediata reunión con el capitán Corti, con el argumento de que había escuchado que la Argentina necesitaba armamento sin mencionar los Exocets. Lo logro al día siguiente.
"No me sorprendí Dutcher tiene una presencia impresionante y puede conquistar a cualquiera. Una vez que convenció a Corti de que él podía conseguir Exocets, la Argentina estaba comiendo de su mano", explico Divall a Nigel West.
La trampa
Había una carta de crédito stand by de 16 millones de libras esterlinas (unos 25 millones de dólares al cambio actual) en el William and Glyns Bank en la céntrica sucursal de Whitehall, en Londres. El servicio secreto británico había previsto también la posibilidad de que un avión Caravelle de una aerolínea liberiana, pudiera transportar, si fuera necesario, los Exocet al Reino Unido para desorientar a Corti.
El plan era comprar los misiles, conseguir la plata de Corti, hacer el supuesto embarque de los misiles con rumbo a Buenos Aires, pero aterrizar con la preciada carga en el aeropuerto británico de Lutton, a unos cincuenta kilómetros de Londres.
Dutcher hablaba todo el tiempo con Corti sobre las supuestas ofertas que le llegaron a su oficina de Milan.
Un piloto portugués sostenía que Qatar podía vender cinco Exocet a 500.000 dólares cada uno (el doble del precio de mercado de entonces). Otro contacto llamado Alex, los garantizaba por valores que iban de tres a seis millones de cada uno. Pero la oferta más prometedora fue la de Glauco Partel, un traficante en Roma, y su socio suizo Gerhard Hallahuer. Ellos sostenían que, a través de un barco de Lugano, podían conseguir 30 misiles Exocet que formaban un stock en Francia, por 30 millones de dólares. La alarma de los británicos se encendió cuando Perú – uno de los pocos países de Latinoamérica que apoyaba explícitamente a la Argentina en el conflicto- comenzó a presionar para que Francia le entregara 8 misiles comprados con anterioridad.
Los británicos sospechaban que las armas serían transferidas inmediatamente a la Argentina. Por eso, cuando Perú se ofreció mandar un barco a buscarlos, Francia jugo a demorar la entrega.
Los peruanos entregaron una carta de crédito, pero los servicios secretos ingleses descubrieron que esta había sido negociada por Liceo Galli, el capo de la Logia Masónica Propaganda Due y tío político del capitán Corti.
El capitán Argentino se ponía cada vez más ansioso y el servicio secreto francés descubrió un plan para robar 30 misiles de la fábrica Aeroespaciale, en Chatillon Sur Seine, un episodio sobre el que West no abunda.
Aun después de la derrota del 14 de junio de 1982, el servicio secreto británico continúo con la operación. Los servicios británicos "temían que los argentinos consiguieran los misiles y les volaran los aviones" que estaban estacionados en las Malvinas luego de la derrota argentina, según le contó Divall a West.
El tango del Exocet
En cuanto en el Hilton de París, Corti les dejo a Dutcher y al elegante Toni, que se presento por primera vez como un mediador, que se olvidaran del negocio. Lo que él no sabía es que el servicio secreto británico había dado órdenes a todos de desaparecer y recién entonces Corti se daría cuenta de que había sido engañado.
"El capitán Corti tiene un negocio de electrónicos en Buenos Aires y no tiene malos recuerdos en torno de esta cuestión" dice West en su libro.
"Dutcher me hizo un golpe. Yo no tengo problemas con eso. El era un profesional como yo. Pero él estaba de un lado de la guerra y yo del otro. Nunca creí que íbamos a conseguir los misiles. Cuando mi jefe me ordeno que comprara los Exocet, le dije que era imposible. Pero me fue ordenado que los comprara a cualquier precio. Fue imposible rehusarme", el contó Corti a Nigel West.
Divall tiene memoria más ácida. A pesar de su azarosa misión, los servicios secretos británicos no le devolverían el dinero gastado de su bolsillo. Solo cuando amenazó con enjuiciar al gobierno y tras una fuerte presión de un amigo a las autoridades británicas, consiguió recuperar parte del dinero.
Fuente:
Diario Clarín domingo 22 de Septiembre de 1996 segunda Sección
Por María Laura Avignolo (desde Londres) y
María Luisa Mac Kay (en Buenos Aires)