La rendición argentina
La ciudad capital de las Islas, Puerto Argentino, fue finalmente retomada por las fuerzas británicas. Las tropas argentinas se rindieron y entregaron las armas.
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Por Aldo Campos (c)
domingo, 15 de junio de 2014
sábado, 14 de junio de 2014
Combates en la defensa de Puerto Argentino
Los combates del 13 de Junio
(Centro: Ilustración de "Cranston Art" , sobre la toma de la cima de Mount Tumbledown , por parte de la Guardia Escocesa sobre las posiciones del Batallón de Infantería de la Armada Argentina, "BIM5".
Derecha: El Teniente Lawrence ya recuperado en la posguerra junto al escudo de la "Wellsh Guards".
Izquierda: La herida en la cabeza del Lt.Lawrence producto del disparo de un francotirador argentino, es expuesta ante la mirada incrédula de sus cirujanos.
"...Los francotiradores argentinos actuaban cuando las batallas ya habían finalizado, en este caso se creía que se trataba de un Tirador Especial de un grupo Comando con un arma acorde al caso, pero muchos afirman que solo se trató de un solitario conscripto. Este hecho es retratado en el film "Tumbledown" personificado por el actor Colin Firth..."
No será hasta la noche del 13 que el 2 PARA y el Segundo Batallón de la Guardia Escocesa tomen Wireless Ridge y el monte Tumbledown tras intensos combates contra el Batallón de Infantería de Marina 5 y el Regimiento 7 de Infantería y la Compañía A del Regimiento 3 que la apoyaba.
El asalto británico se demoraba ante la desesperada y enérgica resistencia.
Las tres compañías del Batallón de Infantería de Marina 5, sus 700 hombres a órdenes
del capitán de fragata Carlos Hugo Robacio ahora esperaban luchar contra el invasor en la zona de monte Tumbledown-monte William-colina Sapper.
Mientras los esperaban con ansiedad creciente, el mayor Aldo Rico montó emboscadas para proteger el perímetro y envió a varios comandos a instalar una emboscada frente al monte William.
Un infernal diluvio de acero se abatió sobre las Compañías A y C del Regimiento 7 que sería la unidad con más bajas de la guerra: 36 muertos y 152 heridos.
En este bombardeo se destaca el Capitán Guillermo Grau del Regimiento 7, que con un Land Rover se mueve a través de las zonas batidas, evacuando heridos.
Monte Tumbledown
En el Monte Tumbledown la Guardia Escocesa ejecutó un ataque frontal. Pese a sufrir bajas, logra posibilitar que otras fuerzas de Gurkhas rodeen la posición defendida por la Compañía Nacar del BIM 5 (comandados por el teniente de navío Eduardo Villarraza) por el norte. Efectivos menores son destacados para silenciar los nidos de ametralladoras enemigas, trabándose en combate con el oponente.La Batería de Artillería y Morteros de los infantes de marina (a requerimiento del Teniente Vázquez) bate en varias ocasiones la Compañía Nacar, con material 81, 106 ó 155 mm según los casos.
El combate fue extremadamente violento.
Monte William
la Guardia Galesa ejecuta su ataque en forma similar, buscando aferrar la Compañía Obra del BIM 5 frente de la posición y tomar el Cerro Zapador desde el camino oeste, empleando tanques livianos Scorpion, al mismo tiempo que saturan el sector, con fuego de cañones de 76 mm. Los fuegos de la propia artillería de marina baten las fracciones de la Guardia Galesa.Los efectivos británicos se lanzan al asalto sobre el flanco sur de la posición del BIM 5 y se combate a las distancias próximas con profundo empleo de granadas de mano.
El primer ataque en el sector de Tumbledown es rechazado .
Wireless Ridge:
En el sector norte los atacantes tomaron fácilmente el perímetro del capitán Hugo García en Wireless Ridge y avanzaron hacia las defensas del capitán Jorge Calvo.Las compañías del Regimiento de Infantería 7 del teniente coronel Omar Giménez, formadas también por soldados que habían combatido la noche anterior, se desmoronaron; sus hombres y los hombres que los acompañaban huyeron hacia Moody Brook.
El certero y continuo fuego británico en estos primeros avances causó una gran mortandad entre los hombres del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10.
No obstante el mayor Hugo Alberto Pérez Cometto permaneció entre los sirvientes de los morteros pesados. (Su abnegación y su coraje fueron reconocido por el Centro de Excombatientes de las Islas Malvinas (Cecim) de La Plata.82 )
El general Jofre ordena a la Policía Militar y el teniente coronel Eugenio Dalton del Estado Mayor de la Brigada 10 con varios comandos e infantes de marina a hacerse cargo del Regimiento. Mientras el teniente coronel Eugenio Dalton se hizo cargo de la situación una compañía del Regimiento 25 , entrenados por comandos, fue a reforzar las unidades en la salida de Puerto Argentino.
Asombrado en extremo por la moral de los soldados del Regimiento 7, el Mayor Guillermo Ruben Berazay, jefe de operaciones del Regimiento preparó la Compañía "A" “Tacuarí” para contraatacar y proteger a las tropas comprometidas en el combate.
El teniente primero Víctor Hugo Rodríguez cruzó las heladas aguas del arroyo Felton apenas unas horas antes del amanecer junto con dos pelotones que no contaban con radios o visores nocturnos, y con esas escasas fuerzas atacó al 2 PARA, obligando a retroceder inicialmente al batallón británico.
Durante el asalto, el teniente Jonathan Page recibió un balazo en una granada que tenía colgada en su pecho, a pesar del cual se mantuvo al mando de su pelotón hasta que los argentinos cesaron en sus intentos de contraataque.
Los argentinos tuvieron 3 muertos y 27 heridos en el contraataque.
El teniente Horacio Alejandro Monez Ruiz, al ver que Rodríguez y su gente se replegaba hostigado por el enemigo, tomo la iniciativa de apoyarlos con una ametralladora.
Durante el combate, el sargento Manuel Villegas cayó herido y le pidió al soldado Esteban Tríes que lo matara. Pero éste, con ayuda de otro conscripto, lo evacuaron y en la posguerra se hicieron íntimos amigos.....
Ese era el último intento por contener el avance británico, quedaba solo Sapper Hill pero su defensa sería inútil.
Ya se sentía la derrota ...
Orden de retroceder
La posición argentina en Tumbledown era ahora insostenible, con el riesgo de que la infantería de marina fuera cercada, el general Menéndez autorizó el repliegue.....En ese momento, el capitán Robacio, jefe del BIM 5 recibió una llamada por el teléfono de campana: la cima del monte Tumbledown acababa de caer, sus hombres se batían en retirada,
avanzaban los soldados enemigos. Inmediatamente se informó al mayor Jaimet y se propuso organizar una retirada inmediata a lo que éste aceptó. Al recibir la noticia, Jaimet envió un pelotón con cuarenta y siete hombres con la orden de cerrar la brecha.
El subteniente Augusto Esteban La Madrid, con la jerarquía de subteniente aprendiz después de casi 10 semanas actuando como jefe de la 3ra Sección de Tiradores de la Compañía B “Peribebuy” del Regimiento de Infantería 6, sale de exploración acompañado por un soldado y el teniente de corbeta Waldemar Rigoberto Aquino.
Localiza a un grupo de entre diez y doce soldados escoceses a cierta distancia de sus propias posiciones. Decide aprovechar la sorpresa y abre fuego contra ellos junto a sus dos acompañantes.
Se retira en cuanto empiezan a recibir disparos de vuelta, dejando heridos a unos tres Guardias Escoceses, sin bajas propias. En los combates subsiguientes se destacan, por su valor y sacrificio personal, los soldados conscriptos Horacio Balvidares, Juan Domingo Rodríguez y Luis Jorge Bordón quienes agotan su munición y se reabastecen con cargadores abandonados hasta caer mortalmente heridos.
Cerca del amanecer, el soldado conscripto Poltronieri realizó una nueva hazaña al lanzarse al ataque bajo intenso fuego enemigo para reabrir fuego de ametralladora para que las tropas argentinas escaparan.
Solamente 23 argentinos de los 47 que habían participado en el contraataque alcanzarían volver al pueblo.
El resto ha quedado muerto, herido o hecho prisionero.
Desde el edificio del comando de la Brigada 10 el general Oscar Jofre, y el coronel Felix Aguiar, segundo comandante de la Brigada 10 , enviaban mensajes al capitán Robacio instándolo a abandonar esa posición; en cualquier momento se podía producir un ataque helitransportado enemigo que le cortaría al batallón fácilmente la retirada hacia el pueblo.
Por entonces, el combate era muy violento.
El asalto final escocés
El asalto final en el sector Tumbledown esta a cargo de los pelotones de los tenientes Dalrymple, Mathewson y Lawrence.Mientras tanto los Gurkhas se preparaban para asaltar el Monte William y ya habían conquistado algunos pozos de la Compañía Nacar.
Un pelotón de infantes de marina estaban atrapado entre los montes Tumbledown y William por el avance nepalés sin escapatoria.
Al advertir la situación, fue empleado el resto de la Compañía B del Regimiento 6 con el Jefe de compañía a la cabeza.
A las 1000 horas se ejecuta un ordenado repliegue: primero, hacia Sapper Hill (colina Zapador), y luego, hacia Puerto Argentino.
Se replegaron ordenadamente a la posición defensiva en la colina que reforzaron con ametralladoras.
Allí los infantes de marina ocuparon posiciones defensivas, incluidos los ingenieros anfibios.
Fue el propio capitán Robacio quien luego buscó y reconoció los muertos del BIM 5 en monte Tumbledown que había sido muy batido por la artillería británica.
En el continente...
Esa noche hubo una gran manifestación en Buenos Aires exigiendo la no rendición; "..no es posible inflamar a una sociedad como lo hizo la Junta y luego pretender que no reaccione...", se diría por esas horas.Galtieri ha prohibido a Menéndez que se rinda, en caso de hacerlo que no firmara nada sin su consentimiento.
Desde el continente, la maltrecha Fuerza Aérea Argentina aún intenta asestar sus postreros golpes.
Hay un último plan peruano de paz en marcha.
Último contraataque
Antes de que amaneciera, el sol clareaba tarde en el casi invierno malvinense, el mayor Carlos Eduardo del Valle Carrizo Salvadores con algo menos de una compañía realizaron el último contraataque contra los británicos.Los soldados Horacio Cañeque y Santiago Gauto describen en "Así peleamos"- Malvinas (Fundación Soldados) y Los Dos Lados Del Infierno (Planeta) lo que sucedió e indican que el Mayor junto a los soldados del grupo táctico que lo acompañaban mediante el grito :
- ¡Esos que tienen pelotas, síganme!....se lanzaron al asalto de las últimas posiciones argentinas capturadas en La Cresta del Telégrafo.
Pero no tuvieron suerte. Los paracaidistas británicos ya habían conquistado La cresta , y la niebla se había levantado.
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viernes, 13 de junio de 2014
La batalla de Monte Longdon (nota 2)
La batalla de Monte Longdon
Nota 1 - Nota 2
EL BRIGADIER BRITÁNICO THOMPSON DECÍA :
"...No podíamos creer que estos adolescentes disfrazados como soldados nos estaban haciendo sufrir muchas bajas...."
Fue una batalla que tuvo lugar durante la Guerra de Malvinas entre las fuerzas británicas y argentinas. Aconteció los días 11-12 de junio de 1982 y se saldó con la victoria de las tropas británicas y la ocupación de una posición clave en torno a la guarnición argentina de Puerto Argentino. Duraría 20 horas y seria la batalla terrestre más sangrienta de la guerra . Al igual que en combates posteriores , los británicos superarían en número y apoyo a las fuerzas argentinas en una relación 2-1 y en algunos casos 3-1.
(Fuerzas Británicas)
Consistió en el 3º Paracaidista apoyada por el 29º Regimiento de Artillería Real, con 6 cañones de 105 mm. El 2º PARA estaba en reserva. El apoyo naval fue proporcionado por la fragata HMS Avenger.(Fuerzas Argentinas)
La fuerza argentina consistió en la Compañía B del Regimiento de Infantería 7 (RI 7), así como otros destacamentos de otras unidades , que eran rezagos de diferentes companías replegadas de otros sectores .El comandante local argentino era el mayor Carlos Carrizo Salvadores-, el segundo al mando del RI 7. El Regimiento de Infantería 7, reforzada por dos de los pelotones de Infantería de Marina, se apostaron en Monte Longdon, Wireless Ridge y Cortley Ridge hacia el este.
El Teniente de Navío (rango naval equivalente a capitán) Sergio Dachary , había llegado a Monte Longdon, en la semana anterior a la batalla, y fue el encargado de controlar las ametralladoras pesadas de los infantes de marina en Monte Longdon.
En su mayoría reclutas con un año de formación, los jóvenes soldados del RI 7 no iban a abandonar el campo de batalla con facilidad y la mayoría estaban dispuestos a mantenerse firmes.
Armamentos
Estos poseían fusiles FN FAL totalmente automáticos que entregan más potencia de fuego que el SLR británico, ametralladoras de uso general FN MAG 7,62 mm idénticas a las de los Paras; unos cincuenta hombres del Regimiento 7 lucharían con más decisión que el resto, después de haber sido entrenados en un curso de comandos organizado por el comando entrenado Mayor Jaimet Oscar, el Oficial de Operaciones del 6to Regimiento de Infantería (RI 6).El soldado raso Jorge Altieri, en una entrevista después de la guerra , contó como él se entrenó duramente con la Compañía B: "...Se me dio con un fusil FAL de 7,62 milímetros. Otros chicos se les dio el FAP - ametralladoras ligeras - y otros recibieron PAMS [subametralladoras]. El énfasis principal en el tiroteo fue hacer que cada bala contara. También me enseñaron cómo usar una "bazuca", cómo hacer y poner trampas, y cómo "navegar" por la noche, y nos fuimos en helicóptero, "taladros" , ataques y emboscadas de noche y día..."
Comienzo de la última batalla de trincheras del Siglo XX
11 de Junio
La batalla por monte Longdon comenzó aproximadamente entre las 20:00 y 20:30 hs cuando el cabo británico Brian Milne pisó una mina antipersonal que le arrancó una pierna.Los argentinos habían enterrado 1.500 minas antipersonales en el sector oeste de Monte Longdon, de las que sólo explotaron dos porque –según relató Peter Cuxson en el libro Twilight Warriors: Inside the World’s Special Forces– “el resto estaban congeladas”.
La explosión de la misma, y el alarido posterior, pusieron de sobre aviso al Segundo Jefe del Regimiento de Infantería 7 ubicado en monte Longdon, el mayor Carlos Eduardo del Valle Carrizo Salvadores , y se puso al habla con el subteniente Juan Domingo Baldini al mando de la 1ra Sección de Tiradores de la Compañía B 'Maipu' del Regimiento en la ladera oeste.
La batalla por las posiciones del subteniente Baldini en cercanías del río Murrell rugió constante.
Los hombres del Subteniente Baldini combatían en distintas posiciones, dificultándole al veterano mayor Mike Argue —ex SAS—, jefe de la Compañía B del 3 PARA que atacaba el monte Longdon.
Iniciada la lucha, Baldini se pone al frente de sus hombres, seguido a corta distancia por los cabos Pedro Orozco y Dario Ríos. Los tres son abatidos por ráfagas de ametralladoras. Ante tal situacion, los soldados argentinos continúan debatiéndose a bayoneta calada en las alturas del Monte.
Asimismo, habiendo diezmado a la 1ª seccion del RI 7, el grueso de la tropa británica se bate a un durísimo enfrentamiento con la 2º seccion de la Cia B del RI 7 no pudiendo avanzar mas allá de las posiciones tomadas dado el intensísimo fuego de ametralladora del soldado Carlos Sánchez, apuntador de MAG 1 de la 2º sección siendo apoyado por una 12,7 mm; quienes sostuvieron y mantuvieron prácticamente inmóviles al Parac 3 hasta el momento del repliegue definitivo de las tropas argentinas.
Ataque Argentino
Ahora era el turno de los argentinos para atacar.El Mayor Carrizo Salvadores maniobro el Pelotón reforzado de Castañeda para acercarse a los Pelotones 4 y 5 mientras que bajo la dirección de un suboficial, parte del pelotón de Castañeda convergieron hacia el puesto de socorro británico.
El Sargento de color Brian Faulkner, al ver que más de 20 heridos Paras en las laderas occidentales de la montaña estaban a punto de caer en manos de una de las secciones del pelotón de Castañeda, desplegó a todos los que estaban lo suficientemente aptos para defender el puesto de socorro regimental británico.
"Elegí cuatro tipos y me subí en esta alta altura, y al hacerlo este pelotón [en verdad una sección de quince fusileros] de veinte, o treinta argentinos estaban viniendo hacia nosotros. Nosotros simplemente abrimos fuego sobre ellos. No se cuantos nosotros matamos, "pero recibieron lo que merecían..", porque ninguno de ellos quedaron parados cuando terminamos con ellos.", dijo Faulkner.."
Las cosas estaban tan mal que la companía del Mayor Mike Argue cesaron el fuego y dedicaron todos sus esfuerzos para retirarse de "Fly Half"...
Peter Harclerode, un destacado historiador británico del Regimiento de Paracaidistas, lo revelo oficialmente, diciendo que:
'...bajo fuego de cobertura, los pelotones números 4 y 5 se retiraron, pero otro hombre resultó muerto y otros heridos en el proceso. En ese momento, el teniente coronel Hew Pike y su Grupo "R" llegó a la escena y el mayor Argue le informó sobre la situación. Poco después, el Sargento Mayor de la Companía Weekes informó que los dos pelotones se habían retirado a una distancia segura y que todos los heridos habían sido recuperados.
Los muertos, sin embargo, tuvieron que ser dejados donde habían caído. Mientras tanto, en la ladera sur del objetivo, los heridos del pelotón numero 6 estaban siendo evacuados mientras que el resto se mantuvo al amparo de las rocas.
Se informa que el comandante britanico de la Brigada de Comandos, el brigadier Julian Thompson, dijo:
"Yo estaba a punto de retirar mis Paras de Monte Longdon. No podíamos creer que estos adolescentes disfrazados como soldados nos estaban haciendo sufrir muchas bajas."
En el momento en que los 21 sobrevivientes de los 46 hombres del pelotón de Castañeda habían logrado bajar de la montaña, estaban totalmente agotados. Uno de ellos, el soldado
Leonardo Rondi, lucía una boina roja - tomado de un soldado paracaidista muerto-. El soldado raso Rondi, después de haber esquivado a los grupos de Paras para entregar mensajes a los líderes de sección de Castañeda, había encontrado un Para detrás de una roca
(que pudo haber sido el sargento McKay)
y se llevó la boina roja y el SLR que más tarde dio a los comandantes argentinos como trofeos. Rondi fue galardonado con la medalla : "La Nación Argentina al Valor en Combate".
Sobre la medianoche, el mayor Carrizo Salvadores ordena al teniente Hugo Quiroga, al mando de una sección de la Compañía de Ingenieros , lanzar un contraataque que por unos momentos frena el avance británico.
12 de Junio
La batalla más sangrienta de la guerra
Cerca de 0130 horas, Carrizo Salvadores, que ya ha lanzado su única reserva,solicita al jefe del Regimiento 7 en Wireless Ridge,
el teniente coronel Omar Giménez, nuevos refuerzos para intentar otro contraataque.
El subteniente Raúl Fernando Castañeda es el elegido para liderar un ataque contra las posiciones perdidas de Baldini.
Este se infiltra de madrugada con toda su sección tras las líneas británicas, aprovechando un camino para las ovejas.
Consigue capturar gran parte del terreno perdido en un asalto por sorpresa (en el que el puesto de socorro británico estuvo a punto de ser arrollado y hecho prisionero), y procede luego a defenderlas durante toda la madrugada contra los continuos intentos de contraataque por parte de una compañía de paracaidistas.
Pero Castañeda, siendo el comandante de la 1ra sección de tiradores de la compañía C del Regimiento 7, pierde a 7 hombres muertos, y 18 heridos y capturados.
(Al final del combate nocturno, cuando se hace evidente que ninguna otra unidad de su regimiento está aprovechando la brecha abierta, ordena la retirada....)
Heroicas acciones argentinas
Estos soldados conscriptos, según la apreciación de los propios británicos, pelearon como si fuesen profesionales en el sector norte del monte...""Vi partir a 46 hombres, directo a Longdon de los cuales sólo regresaron 21",.... dijo : Miguel Savage quien sirvió como sirviente de una pieza de mortero de de la Compañía C Regimiento 7.
A esa sección pertenecía el soldado Leonardo Rondi, que armado con su fusil FAL llegó a la pelea cuerpo a cuerpo como estafeta a pie hasta que se le agotaron las municiones al pelotón y volvió con un trofeo de combate:
"...Uno de los oficiales de la C/R.I.4 dijo mas tarde :
- " Al soldado Pérez lo toman dos ingleses, lo agarran y lo tiran contra la pared y después le quitan el armamento. Los dos ingleses le hacen señas a sus compañeros de que sigan avanzando ya que no había mas peligro. Pero lo que no sabían era que el soldado Pérez tenía la pistola del subteniente Silva. Entonces, Pérez se dio vuelta, le metió un tiro al inglés que había quedado custodiándolo, le quitó el fusil y la boina y se fue, " ................"
Entre las 04:00 y 04:30, los soldados británicos controlaban la mayor parte del monte Longdon.
Pero habían sufrido 13 muertos y 27 heridos en la Compañía B del Batallón 3 de Paracaidistas, y la resistencia continuaba próximo al puesto de comando del segundo jefe del Regimiento 7.
Aproximadamente a las 05:00, los paracaidistas (los remanentes de los pelotones 4 y 5 de la Compañía B del 3 PARA) avanzaban por el sector norte al puesto de comando en monte Longdon (en cercanías de Wireless Ridge).
En el puesto de comando del mayor Carrizo Salvadores, promovido a Coronel poco después..., estaba resignado más no todavía desesperado...
Los argentinos sobrevivientes de la 1ª, 2ª y 3ª secciones adelantadas pugnaban por seguir combatiendo hasta agotar la munición cerca del Mayor.
El soldado conscripto Alejandro Rosas y el cabo Oscar Mussi disparaban desde un pico rocoso, con gran riesgo, desenfrenadamente, contra una de las ametralladoras que hostigaba los remanentes argentinos.
"...El soldado conscripto Horacio Cañeque insultaba a los paracaidistas en su idioma. Tal vez por acciones como ésta, los paracaidistas británicos luego dirían que en Monte Longdon hubo US Green Berets o American Mercenaries..."
No quedaban municiones ni reservas de hombres del lado argentino para soportar un último sobresalto. Frente a esa crítica situación, aproximadamente a las 06:30, el mayor Carrizo Salvadores ordenó replegarse a los 78 hombres de la Compañía B que le quedaban en monte Longdon hacia Wireless Ridge.
Para ello, el infante de marina Osvaldo Colombo hizo disparar su ametralladora Browning 12.7 a fin de defender la retaguardia de los que se retiraron de monte Longdon.
Monte Longdon fue capturado a costo de 23 paracaidistas muertos y 47 heridos británicos. Los Argentinos sufrieron 31 muertos y 120 heridos.
No obstante, el mayor Carrizo Salvadores consideró que, al menos donde peleo el,
se habrían producido """50 bajas británicas """".
Dos días después, la compañía de Infantería B 'Maipu' es mandada a retomar la Cresta Telégrafo.
La tendencia agresiva que mostró en combate, hizo que se saltara la cadena de mando normal esta ocasión, aprovechando su especial contacto con el grupo táctico.
El capitán Rodrigo Soloaga, a la cabeza del Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 10 (al cual se le agregaron unos 30 hombres del subteniente Mosquera replegados del Dos Hermanas Norte), logró bloquear desde el valle entre los montes Longdon y Tumbledown, la penetración del 3 PARA hacia Wireless Ridge y facilitar el repliegue de los hombres del mayor Carrizo Salvadores.
CRÍMENES DE GUERRA :
Monte Longdon fue escenario de crímenes de guerra.El libro "Green Eyed Boys" de Adrian Weale y Christian Jennings señala como responsable de matar a tres soldado heridos al paracaidista británico Kevin Connery en las horas finales del combate.
Cuando en 1993 se conoció el libro "Viaje al Infierno" del ex paracaidista británico Vincent Bramley que denunció el fusilamiento de varios argentinos en monte Longdon, el cabo José Carrizo contó su historia.
Relató : "...que en aquella madrugada en monte Longdon, sintió que le pusieron la boca de un fusil en la espalda.
Levantó los brazos en señal de rendición y un inglés «con ojos de chino» le hizo un gesto con la mano como de que le iban a cortar el cuello. Este hombre de "ojos achinados" habría sido el sargento John Pettinger , quien disparó contra Carrizo, según el historiador militar britianico Adrian Weale..."
Luego de una corta ráfaga de ametralladora que le arrancó parte de la masa encefálica y un ojo, Pettinger quien era acompañado por Bramley , lo dieron por muerto y lo abandonaron allí.
Más tarde lo salvó un médico británico.
Según un reportaje publicado en el diario inglés The Independent, los conscriptos Ramón Quintana y Donato Gramisci, heridos tras la batalla, fueron fusilados o "bayoneteados" por los paracaidistas británicos en monte Longdon, ante los ojos incrédulos del soldado conscripto Néstor Flores.
El cabo Gustavo Pedemonte en una entrevista con "La Nación" en agosto de 1993 , dijo haber presenciado un crimen de guerra.
- "Era una noche muy clara estrellada e iluminada por las bengalas inglesas , por lo que pude ver perfectamente cuando varios ingleses fusilaban a un soldado que había caído herido.
Mi visión era perfecta.
El teniente primero Hugo García también participó en la batalla del 11 de junio. Resultó ileso, pero poco después, recibió un balazo en la cabeza luego de rendirse.
Otras accionadas destacadas del día
Muertes civiles :
Durante esa noche morirían los tres únicos civiles caídos en el conflicto, tres mujeres isleñas de Puerto Argentino cuya casa fue alcanzada por un obús británico proveniente de una fragata .
Contraofensiva cancelada :
Al amanecer del 12, la capital malvinense está a la vista.
Temprano , fueron destacados a las laderas del cerro Tumbledown—al lado de Moody Brook— el mayor Guillermo Berazay y la Compañía A del Regimiento 3, a fin de hacerse fuerte ahí para luego tomar las posiciones perdidas en monte Longdon.
Esa oportunidad jamás se daría.
El crucero HMS Glamorgan fuera de combate
La carencia de munición y medios ofensivos adecuados era crítica, y el ingenio debió suplir su falta:"...en el más absoluto secreto, los argentinos montaron un misil Exocet sobre una precaria construcción terrestre y desarrollaron durante semanas la ingeniería necesaria para hacerlo operativo.
El sistema fue llamado humorísticamente "ITB", sigla de "Instalación de Tiro Berreta" («berreta» significa «de mala calidad»).
A las 3:00 del 12 de junio un reducido grupo liderado por el entonces capitán de fragata Julio M. Pérez logró dispararlo con resultado eficaz.
A bordo del destructor misilístico clase County HMS Glamorgan, el oficial de navegación Ian Inskip detecta el misil en trayectoria y ordena lanzar contramedidas y virar el buque intentando ofrecer la popa.
El misil alcanza al buque por la banda de babor en el hangar de helicópteros, destruyendo al helicóptero Wessex, matando a trece hombres y provocando un fuerte incendio.
Renqueante y echando humo, el destructor se aleja.
Sobrevivirá, pero la guerra acabó para él.
Un sentimiento muy parecido a la histeria recorre al almirantazgo inglés.
Si la aviación argentina ha conseguido más misiles Exocet, entonces la situación actual de toda la flota es muy peligrosa y lo que ya parece una inminente victoria puede tornarse en un nuevo desastre.
Londres mueve todos los hilos posibles para saber de dónde ha salido ese misil, pero nadie parece saber nada.
En realidad, la aviación argentina no ha conseguido ningún nuevo misil.
Tampoco es el primer Exocet que se dispara contra un buque británico desde Isla Soledad (el primero falló sin ser detectado).
Resulta que aunque la flota argentina esté "anclada en puerto" ..., sus preciosos lanzamisiles superficie-superficie no tienen por qué quedarse allí. Modificar un Exocet MM38 superficie-superficie para convertirlo en un AM39 aire-superficie estaba más allá del alcance de los ingenieros argentinos, pero no así el desmontar un conjunto de lanzadores del destructor ARA Seguí (D-25) junto con su sistema de guía, aerotransportarlo sobre remolques a las Malvinas, ponerlo en funcionamiento y accionarlo dando en el blanco, todo con un mínimo margen para el error.
Se trata de una aplicación improvisada de esta arma letal; sin embargo, al segundo disparo efectivo (de 3 intentos totales, uno de los cuales no obtuvo lanzamiento y el otro se perdió sin acertar blanco) lograron inutilizar al HMS Glamorgan en una acción inédita e histórica.
Después de la guerra el Reino Unido, habiendo capturado y estudiado el ingenioso dispositivo, retomaría la idea para comercializarlo como «sistema de defensa costera Excalibur».
"...Pero de momento, la acción contra el Glamorgan, detiene el ataque terrestre británico durante todo el día 12, pues el apoyo desde el mar ha quedado en entredicho.
En el crucero liviano morirían 13 marinos británicos y un helicóptero quedaría destruido.
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jueves, 12 de junio de 2014
FPS: Juego sobre Malvinas
Un videojuego en el que la Argentina recupera Malvinas
Identifica a los soldados británicos como "terroristas" y recrea la guerra de 1982
Bajo un cielo plomizo, entre praderas y colinas, 230 cruces de madera custodiadas por una más grande sobresalen en una geografía patagónica. Es un enorme territorio sin nada alrededor. Nada más que campo vacío a la redonda, aunque con la sensación de estar encerrado por los límites de una triste historia. La secuencia avanza, pero el tiempo parece detenido. El estallido de los disparos de las metrallas es como un paralizante campanazo. Las tropas se abren paso a los tiros, cruzan el cementerio de Darwin y toman la ciudad. Dice un cartel: "Las Malvinas son argentinas. Puerto Argentino".
No es un espejismo de nostalgia. Se trata de un videojuego, el Counter Strike, en el que el ejército argentino tiene el rol de la "policía" y el bando inglés, el de los "terroristas". El campo de batalla es idéntico al de las islas: se recrean sitios emblemáticos de la modernidad, como la Catedral de Stanley, la redacción del diario Penguin News, la oficina del correo estatal, el hotel Malvina House y la firma Falkland Islands Company. Y claro: hay mensajes estrictamente ligados a la guerra de 1982, cuando "argentinos se enfrentaron contra ingleses para recuperar la soberanía de sus islas Malvinas", como se detalla en el comienzo del juego.
Que se trate de algo lúdico y vinculado al entretenimiento no cierra la herida de lo que fue la guerra de 1982. La iniciativa, impulsada por la firma argentina de informática Dattatec, levantará polémica a pesar de que las intenciones sean puramente nobles y en homenaje a los soldados caídos.
"Si bien es un juego agresivo y el tema de la guerra está instalado, no esperamos ninguna polémica. Honramos la gesta y a los caídos. No se le quiere faltar el respeto a nadie. Es un homenaje", explica a LA NACION Fernando Llorente, integrante del equipo de comunicación y contenidos de la firma Dattatec.com.
El videojuego de las Malvinas forma parte de uno de los escenarios de combate del juego bélico Counter Strike. Es apto para utilizar en PC y se puede visualizar online en www.juegos.dattatec.com/malvinas .
"Los integrantes del bando argentino forman parte de los policías. Los ingleses tienen su base en Puerto Argentino y forman parte del equipo terrorista", se explica en una suerte de introducción en la que se advierte "que no se exhiben banderas inglesas debido al respeto, gloria y honor a los caídos en Malvinas".
Una vez que se abre el fuego, el videojuego es la crónica de una guerra animada por estruendos, tanques y soldados. Pero el entretenimiento le cede el paso a la memoria cuando la batalla transcurre en escenarios sensibles.
No es la primera vez que Dattatec impulsa acciones vinculadas con Malvinas. El año pasado, en homenaje a los 30 años de la guerra, creó un sitio web en el que se podían dedicar mensajes a los 649 soldados argentinos que murieron en las islas. Guillermo Tornatore, gerente de la empresa, viajó el 2 de abril de 2012 a Puerto Argentino y enterró en el cementerio de Darwin una botella con un pendrive en que se almacenaban las dedicatorias. Tornatore había llegado hasta allí acompañado por el suboficial (R) de la Fuerza Aérea Juan Carlos Luján, quien piloteó un Hércules durante la guerra de 1982.
COUNTER STRIKE, EN VERSIÓN NACIONAL
El conocido videojuego de guerra lanzó un campo de batalla en las islas con menciones alusivas a lo que fue el conflicto de 1982
- Campos de batalla
Las batallas transcurren en sitios de la mordenidad: el cementerio de Darwin, la Catedral y Puerto Argentino.
- Alusiones a 1982
A modo de introducción, se mencionan lo que fue la guerra de 1982 y el intento argentino de recuperar "sus islas".
miércoles, 11 de junio de 2014
Operación Cóndor: Antecedentes de la disputa de soberanía
Dardo Cabo y María Cristina Verrier
Fotografía: Dardo Cabo
Antecedentes de la disputa de soberanía
Integrantes del Comando Cóndor (28/09/66):
Dardo Manuel Cabo, 25 años, periodista y metalúrgico; Alejandro Armando Giovenco, 21, estudiante; Juan Carlos Rodríguez, 31, empleado; Pedro Tursi, 29, empleado; Aldo Omar Ramírez, 18, estudiante; Edgardo Jesús Salcedo, 24, estudiante; Ramón Adolfo Sánchez; María Cristina Verrier, 27, periodista y autora teatral; Edelmiro Ramón Navarro, 27, empleado; Andrés Ramón Castillo, 23, empleado; Juan Carlos Bovo, 21, obrero metalúrgico; Víctor Chazarreta, 32, metalúrgico; Pedro Bernardini, 28, metalúrgico; Fernando José Aguirre, 20, empleado; Fernando Lizardo, 20, empleado; Luis Francisco Caprara, 20, estudiante de ingeniería; Ricardo Alfredo Ahe, 20 estudiante y empleado y Norberto Eduardo Karasiewicz, 20, obrero metalúrgico.
Antecedentes históricos
Las Islas Malvinas fueron descubiertas por navegantes españoles a principios del Siglo XVI. Durante los dos siglos siguientes España ejerció actos de dominio en el archipiélago y mares vecinos.
Entre esos actos de dominio merece destacarse el nombramiento de gobernadores de las Islas Malvinas. Desde 1766, año en que fue nombrado el primer gobernador, hasta 1810 se sucedieron en forma ininterrumpida 32 gobernadores que residían permanentemente en Puerto Soledad y dependían directamente de las autoridades residentes en Buenos Aires.
Dardo Cado - "Carta desde la cárcel" dirigida a los compañeros del gremio de prensa. Noviembre de 1962. Clic para agrandar
Al proclamar su independencia en 1816 y en virtud del principio de sucesión de estados, las Provincias Unidas del Río de la Plata delimitaron sus territorios sobre la base de las antigua división administrativa colonial y se declararon herederas únicas y excluyentes de todos los títulos y derechos soberanos de España en los territorios del ex-Virreinato del Río de la Plata. De esta manera, las Provincias Unidas continuaron en el ejercicio de la titularidad de las Islas Malvinas.
En noviembre de 1820, el Coronel de Marina David Jewett tomó posesión públicamente de las Islas en nombre de las Provincias Unidas, en presencia de ciudadanos de los Estados Unidos y de súbditos británicos, no registrándose al momento protesta británica por estos actos.
En 1825, con la firma del "Tratado de Amistad, Comercio y Navegación" el Reino Unido reconoció la independencia de Argentina y no efectuó reservas de soberanía con respecto a las Islas Malvinas.
Durante toda la década de 1820 y hasta 1833 la Argentina realizó actos concretos y demostrativos de la ocupación efectiva de las Islas Malvinas. El nombramiento de gobernadores y comandantes políticos y militares, el otorgamiento de concesiones territoriales y la legislación para la protección de los recursos naturales de esos territorios y sus aguas circundantes, fueron indicadores de ello.
El 3 de enero de 1833, los británicos tomaron por la fuerza Puerto Soledad y al año siguiente ocuparon el resto del archipiélago.
La protesta argentina fue inmediata: el 16 de enero de 1833, el Ministro de Relaciones Exteriores pidió explicaciones al encargado de negocios británico en Buenos Aires. La protesta fue reiterada en Buenos Aires el 22 de enero y el 17 de junio del mismo año en Londres por parte del Ministro Plenipotenciario de las Provincias Unidas ante Gran Bretaña. Desde entonces y hasta el presente, Argentina ha venido reivindicando de manera permanente su justo reclamo a nivel bilateral y en los foros internacionales competentes, entre ellos las Naciones Unidas y la Organización de los Estados Americanos.
En el marco del programa de descolonización de las Naciones Unidas y luego de la adopción de la Resolución 2065 (XX) del 16 de diciembre de 1965, que invitaba a la Argentina y al Reino Unido a proceder a negociaciones a fin de encontrar una solución pacífica al problema de las Islas Malvinas, se inició un proceso de negociaciones bilaterales que duró hasta 1982. Durante ese período, ambos países analizaron diferentes hipótesis de solución de la disputa, no pudiendo arribar a un acuerdo.
En 1982 tuvo lugar el conflicto armado entre la Argentina y el Reino Unido y la consecuente ruptura de relaciones diplomáticas.
Fuente
martes, 10 de junio de 2014
Esquivando los radares de la OTAN para llegar a Libia
Malvinas: cuatro exóticos viajes a Libia, esquivando radares de la OTAN
POR GONZALO SÁNCHEZ
La última etapa de la Operación Aerolíneas fue la más arriesgada. Los pilotos ocultaban información, pero eran controlados por otros países en pleno vuelo. Kadafi entregó armamento a pedido de Galtieri.
POSTALES INÉDITAS. EL COMANDANTE JORGE PRELOOKER POSA JUNTO A OTROS TRIPULANTES DE AEROLÍNEAS EN 1982
21/02/12 - 02:19
Los vuelos a Libia fueron la etapa crucial de la serie de viajes a Medio Oriente en aviones comerciales de Aerolíneas Argentinas, para conseguir armamento durante el conflicto por las Islas Malvinas. La guerra avanzaba con toda crudeza, y por presión de los Estados Unidos y Gran Bretaña a la dictadura se le volvía imposible conseguir material bélico en el mercado occidental. Las gestiones para adquirir los valiosos misiles Exocet en Francia habían fracasado. Era momento de mirar hacia el lado Este del mundo.
El régimen de Muammar Kadafi y la Junta Militar cerraron un acuerdo armamentístico el 14 de mayo de 1982, y de inmediato un grupo de agentes argentinos se instaló en Trípoli para recibir los aviones de Aerolíneas y comenzar con los despachos de misiles y minas terrestres, entre otros elementos. A la cabeza, como enlance, se hallaba un teólogo tucumano especialista en el Corán llamado Eduardo Sarme. Se presentaba como el “Doctor Alberto” y era el nexo con los libios por la sencilla razón de que hablaba árabe a la perfección. Algunos años después, en democracia, el canciller radical Dante Caputo lo señalaría, llanamente, como un traficante de armas.
El primer vuelo a Libia partió de Ezeiza a las 22.50 del 27 de mayo. Luis Cuniberti, el comandante a cargo, recuerda que no supo a dónde viajaba hasta que el Boeing 707 estuvo en el aire. “Antes de salir –cuenta–, un hombre se presenta como agente de inteligencia de la Fuerza Aérea. ‘Vuelo con ustedes’, me dice. Le pregunto a dónde. ‘Usted despegue’, me dice. Despego, estabilizo el avión y le pido directivas. Como quien dice vamos a Quilmes, suelta: ‘A Trípoli’.”
Hicieron escala en Recife. Cargaron combustible. Siguieron viaje. Empezaron los problemas.
“Íbamos callados, cuando nos empezó a llamar el control de Canarias. Insistían, pero la orden era no hablar. Despierto al agente y le cuento lo que pasa. Me dice que avance sin contestar. Pero insistían. Tomamos contacto y nos dicen que Marruecos no da autorización para atravesar su espacio aéreo. Que nos van a interceptar. El de inteligencia pide que sigamos. Pasamos Canarias y, antes de entrar a Marruecos, veo estelar dos cazas marroquíes. Chau, se complicó todo. Ahora el de inteligencia tenía más ganas de volver que nosotros. Me dice que volvamos a Recife. Una locura. Ya habíamos pasado el punto de no retorno. Le digo: ‘A partir de este momento, yo asumo la operación total del vuelo’. Aterricé en Canarias. Dos tripulantes pidieron no seguir participando de la operación. Seis horas y media después, consigo las autorizaciones para volar a Trípoli.”
El vuelo AR 1410 aterrizó en la capital libia a las 20.15 del 28 de mayo. El avión fue remolcado hasta un hangar inmenso donde había cargueros soviéticos de todo tipo y luego a los tripulantes los trasladaron hasta una base militar subterránea. En ese lugar, Cuniberti “vio” Malvinas. “Era una sala de operaciones que recibía, a través de antenas parabólicas información de todo lo que pasaba, especialmente desde Rusia”, relata el comandante.
En un comedor los esperaba la elite militar local. Cuniberti siempre tuvo vocación católica. Durante sus años de piloto, en su maleta de vuelo nunca faltó un brevario con oraciones. Hoy es diácono. “En el comedor –sigue– me sientan a la derecha del comandante en jefe. El militar pide permiso, a través del doctor Alberto, que era el intérprete, para bendecir la mesa por el rito musulmán. Cuando termina le digo si me permite bendecirla según el rito católico. Casi me cagan a patadas por hacer algo que estaba fuera de protocolo. Terminó la cena y nos fuimos a dormir.”
El 29 de mayo estaba todo listo para partir. El avión había sido cargado con misiles soviéticos Sam 6 y 7 y no quedaba espacio libre. Antes de subir, los libios hicieron formar a la tripulación y les tomaron fotos. Cuniberti voló a Canarias y luego se lanzó a cruzar el Atlántico con siete toneladas de exceso. Previa escala en Recife, arribó a la Brigada Aérea de Palomar a las 12.55 del 29 de mayo, donde fue recibido con bombos y platillos.
Ahora el mecanismo parecía aceitado. Ese mismo día, los comandantes Leopoldo Arias, de 48 años, y Juan Carlos Ardalla, de 42, partieron a Trípoli. La particularidad de este vuelo es que la estadía en Libia sería más larga. Había un problema: les decían que Kadafi estaba en el desierto y que para que las armas salieran sólo él podía dar el OK. “El doctor Alberto era el nexo en Trípoli y estaba muy conectado con un obispo de Tucumán, con el cual Galtieri tenía mucha afinidad”, agrega Arias.
Arias recuerda otra vez un banquete. Una mesa grande, militares a cada lado, el sopor del aire. La bendición de los alimentos, la falta de información. “Nos daban unos libros de color verde, que después supimos que era el Libro Verde de Kadafi, en árabe y en inglés. Y estábamos ahí, en nuestras habitaciones, mirando televisión. De a ratos venía Sarme y nos decía que la cosa iba bien.” Pasaban las horas, se iban a dormir, se levantaban, no sucedía nada. “Un día viene Sarme, casi llorando de emoción, me agarra y me dice: ‘Comandante, comandante, lo conseguimos, tenemos las armas, salimos esta noche.’ No pregunté nada y comencé a prepararme.”
Una de las fotos que ilustran esta seria de notas muestra al comandante Juan Carlos Ardalla acomodando cajas de explosivos en el fuselaje del avión, antes de dejar Trípoli. “Cuando comenzó la carga –recuerda Ardalla– nosotros ayudamos a distribuirla para que la nave quede balanceada. Estos tipos traían los cajones y nadie pesaba nada. Así que un poco metimos mano para que el avión no se cayera de cola”. Arias recuerda un chiste: “Nunca trajimos tantas minas en un avión”. Después, más serio, agrega: “Volamos por fuera de la aerovía. O sea, declarábamos una posición, pero estábamos en otra para no ser detectados, y así pudimos llegar a Brasil”. El vuelo AR 1440 aterrizó cargado de misiles esa misma mañana en la base aérea de El Palomar. No había tiempo que perder. Allí esperaba Jorge Prelooker para tomar la posta y llevar el mismo avión hasta el Sur del país.
El quinto y el sexto vuelo se cruzaron en el aire. Ahora volaba hacia Trípoli el comandante Gezio Bresciani y el operativo funcionaba, a pesar de que la rendición argentina estaba cerca. Esta vez, Bresciani no partió con el avión vacío: tuvo que llevar regalos especiales de Galtieri para Kadafi (ver Las manzanas...). Al llegar, se encontró con una sorprendente recepción. “En una de esas aparecen dos autos, con gente de civil en saco y corbata. Venía, además de un coronel libio, el embajador argentino en Libia, Sarme y dos tipos más. Nos dicen que podemos bajar del avión con nuestro equipaje. Bajamos las escaleras, viene el coronel y nos pide que nos quitemos todo lo que fuera aspecto de aviador. Hacía calor”.
Antes de subir a los autos, Sarme los saludó:
–Yo soy Alberto –les dijo– vayan tranquilos, después hablamos.
La tripulación salió de la base en dos autos por una ruta que atravesaba una zona semidesértica. Las casas eran todas iguales: cubos de dos niveles, alguna ventana. Llegaron a la periferia de una ciudad y fueron conducidos hasta una fortaleza de paredes altas. “Era un aguantadero militar, con una residencia importante dentro. Fuimos llevados por un pasillo, donde había dormitorios a cada lado. Nos dijeron a tal hora se come, a tal hora se desayuna, a tal hora se reza. Bajamos a comer. Había un living grande, donde nos encontramos con el doctor Alberto. Venían mozos, te servían. Buen servicio, buena vajilla. Nada de alcohol. Un jugo de frutos intomable. Antes de comenzar, Sarme bendijo la mesa en árabe y luego dijo: ‘Por favor comandante, bendígala usted’. Me negué cortésmente a hacerlo y todo siguió adelante con normalidad. Pero no se hablaba de la carga. Al lado de donde estábamos había una mezquita y esta gente se juntaba rezar dos o tres veces por día a todo volumen. La primera vez que lo escuchamos estábamos durmiendo y salimos de las habitaciones exaltados. No estábamos relajados. No nos decían nada sobre la misión.”
Sarme les dijo que la operación se estaba demorando porque no llegaban las armas. Dos días completos en ese lugar. La primera noche les dieron el libro verde de Kadafi. Había también un televisor pequeño en cada habitación, pero la programación no ofrecía variantes: sólo pasaban desfiles militares. Un traductor, en los ratos libres, les enseñaba algo de árabe y a ellos les resultaba entretenido aprender a escribir su nombre.
Esa misma noche, el embajador argentino en Libia los invitó a cenar en su casa. Los mandaron a buscar en dos autos y conocieron Trípoli. La impresión de Bresciani era que lo fastuoso en aquel lugar estaba relacionado con las construcciones militares o religiosas y que todo lo demás tenía un aspecto precario. Presenciaron un desfile militar, al parecer, algo habitual en las calles de aquella ciudad. Llegaron a destino. “La casa del embajador era una casa de clase media como si te dijera de Villa Martelli. Nos recibió junto a su esposa y a un militar argentino. La mujer había preparado arroz con arvejas y había vino porque los diplomáticos iban dos veces por semana a Roma y les permitían tenerlo en su casa. Nos explicó una serie de cosas sobre la identidad cultural y nada más. Volvimos al cuartel a dormir, sin saber todavía nada sobre la carga”.
Al día siguiente, el doctor Alberto les comunicó que el avión partiría por la tarde. “Cuando llegamos al aeropuerto, estaba en la mitad de su capacidad porque no habían llegado todas las armas que se esperaban. La operación no había salido del todo bien. Pero tenía como novedad dos pasajeros argentinos, un coronel de apellido Caridi y un mayor de la Fuerza Aérea, el que había llevado Cuniberti en el primer viaje”, cuenta.
El vuelo AR 1416 despegó desde Trípoli a las 19.35 del 6 de junio de 1982. El avión sobrevoló el Mediterráneo y cortó a través de Casablanca. “Seguí volando, pero tuve que mentir posiciones porque la ruta estaba cargada de tráfico y porque sabíamos que en el Atlántico la cosa estaba pesada. Luces apagadas, silencio de radio. En la frecuencia escuchábamos mucha conversación en inglés británico. Llegamos a Recife y ahí quisieron subir al avión unos militares. Pero no dejamos entrar a nadie. Llegamos a Palomar a las 11.05 y enseguida supimos que en las islas la mano venía mal”. Otro cruce aéreo: el mismo 6 de junio, el vuelo AR 1440 con destino final Trípoli partió de Ezeiza a Recife. “Fue un vuelo perfecto, llegamos a Libia sin problemas”, recuerda Mario Bernard, el comandante.
En el aeropuerto local los esperaba Sarme. “Nos recibió –sigue– junto a hombres de Kadafi. Nos dijo que las armas que Bresciani no había recibido ya habían llegado y nos pidió que un técnico de vuelo y el comisario se quedaran para controlar la carga. Nos metieron en unas limusinas negras con vidrios polarizados. El traductor iba sentado adelante. Y recuerdo que pasamos frente al Palacio de Kadafi y se detuvieron para mostrárnoslo. El traductor en buen inglés me dijo que Kadafi estaba orando en el desierto. Recuerdo que era descomunal, todo amurallado. A lo largo de toda esa muralla había tanques semienterrados en fosas de las que sólo sobresalían la torreta y el cañón.”
Llegaron a la residencia donde estarían alojados y fueron recibidos por el embajador argentino en Libia. “Ese día nos acompañó todo el tiempo. Primero nos llevaron a almorzar. Una mesa fantástica, donde se comió un cordero y hubo discursos. En el medio de la mesa, habían diseñado con flores celestes y blancas una bandera argentina. Sarme decía que Dios y Alá nos habían enviado a pelear contra el demonio y hablaba de Inglaterra como si fuera Satanás y también me acuerdo que había copitas de distintos colores y yo pensaba que era vino, pero no: eran como jugos de frutas, bebidas como esas que venden ahora. Pasamos una tarde tranquila, conversando con el embajador, que nos hablaba de lo difícil que era estar ahí, por las diferencias culturales y esas cosas”.
El embajador fue claro. Lo miró fijo a Bernard y al resto y les advirtió que no podían salir ni siquiera al jardín. “Nosotros estábamos alojados en una casa militar, con jardines muy lindos y un palacio llamativo en el centro. Pasamos la noche y al otro día nos vinieron a buscar y nos encontramos con una sorpresa: el comisario de nuestro avión estaba detenido porque lo habían agarrado sacando fotos. No le pegaron, pero le destrozaron la cámara y la película. Y lo llevaron a un alojamiento normal, con un centinela en la puerta. El avión estaba cargado. Pero el espacio que había entre la carga y el techo te permitía llegar hasta el fondo solo arrastrándote. Partimos con la indicación de volar bajo, tirándonos hacia Marruecos, para evitar los radares de la OTAN”.
Los inconvenientes, en el aire. Habla Bernard: “Viene el comisario de a bordo y me dice: ‘No quiero alarmarlos, pero siento explosiones en la cola del avión’. Bueno, se armó una discusión, quién va, quién no. Yo era el comandante así que me saqué el cinturón y fui, acompañado por el comisario. Fuimos arrastrándonos. Y se escuchaban explosiones bastante fuertes. Cuando llegué, confirmé lo que pasaba. Las cajas de madera que contenían las minas, al tomar altura el avión, por la presión, empezaron a reventar. Me calmé. Pero no tanto. La nave estaba llena de espoletas”
Recife fue un trámite. Palomar, última escala, fin de la operación. Sin pompas ni aplausos. El horizonte no era bueno. “Fue el último vuelo porque ya la cosa estaba mal para nosotros en las islas –recuerda Bernard–. El material llegó al Sur, pero la mayor parte no viajó a las islas porque ya estaba todo bombardeado.” Lo que empezaba, entonces, era el fin de la guerra, la derrota. Y para los siete pilotos de Aerolíneas Argentinas se iniciaba un período de silencio, de 30 años de silencio, con una historia que los enorgullece y que hoy, por fin, decidieron compartir.
Clarín
POR GONZALO SÁNCHEZ
La última etapa de la Operación Aerolíneas fue la más arriesgada. Los pilotos ocultaban información, pero eran controlados por otros países en pleno vuelo. Kadafi entregó armamento a pedido de Galtieri.
POSTALES INÉDITAS. EL COMANDANTE JORGE PRELOOKER POSA JUNTO A OTROS TRIPULANTES DE AEROLÍNEAS EN 1982
21/02/12 - 02:19
Los vuelos a Libia fueron la etapa crucial de la serie de viajes a Medio Oriente en aviones comerciales de Aerolíneas Argentinas, para conseguir armamento durante el conflicto por las Islas Malvinas. La guerra avanzaba con toda crudeza, y por presión de los Estados Unidos y Gran Bretaña a la dictadura se le volvía imposible conseguir material bélico en el mercado occidental. Las gestiones para adquirir los valiosos misiles Exocet en Francia habían fracasado. Era momento de mirar hacia el lado Este del mundo.
El régimen de Muammar Kadafi y la Junta Militar cerraron un acuerdo armamentístico el 14 de mayo de 1982, y de inmediato un grupo de agentes argentinos se instaló en Trípoli para recibir los aviones de Aerolíneas y comenzar con los despachos de misiles y minas terrestres, entre otros elementos. A la cabeza, como enlance, se hallaba un teólogo tucumano especialista en el Corán llamado Eduardo Sarme. Se presentaba como el “Doctor Alberto” y era el nexo con los libios por la sencilla razón de que hablaba árabe a la perfección. Algunos años después, en democracia, el canciller radical Dante Caputo lo señalaría, llanamente, como un traficante de armas.
El primer vuelo a Libia partió de Ezeiza a las 22.50 del 27 de mayo. Luis Cuniberti, el comandante a cargo, recuerda que no supo a dónde viajaba hasta que el Boeing 707 estuvo en el aire. “Antes de salir –cuenta–, un hombre se presenta como agente de inteligencia de la Fuerza Aérea. ‘Vuelo con ustedes’, me dice. Le pregunto a dónde. ‘Usted despegue’, me dice. Despego, estabilizo el avión y le pido directivas. Como quien dice vamos a Quilmes, suelta: ‘A Trípoli’.”
Hicieron escala en Recife. Cargaron combustible. Siguieron viaje. Empezaron los problemas.
“Íbamos callados, cuando nos empezó a llamar el control de Canarias. Insistían, pero la orden era no hablar. Despierto al agente y le cuento lo que pasa. Me dice que avance sin contestar. Pero insistían. Tomamos contacto y nos dicen que Marruecos no da autorización para atravesar su espacio aéreo. Que nos van a interceptar. El de inteligencia pide que sigamos. Pasamos Canarias y, antes de entrar a Marruecos, veo estelar dos cazas marroquíes. Chau, se complicó todo. Ahora el de inteligencia tenía más ganas de volver que nosotros. Me dice que volvamos a Recife. Una locura. Ya habíamos pasado el punto de no retorno. Le digo: ‘A partir de este momento, yo asumo la operación total del vuelo’. Aterricé en Canarias. Dos tripulantes pidieron no seguir participando de la operación. Seis horas y media después, consigo las autorizaciones para volar a Trípoli.”
El vuelo AR 1410 aterrizó en la capital libia a las 20.15 del 28 de mayo. El avión fue remolcado hasta un hangar inmenso donde había cargueros soviéticos de todo tipo y luego a los tripulantes los trasladaron hasta una base militar subterránea. En ese lugar, Cuniberti “vio” Malvinas. “Era una sala de operaciones que recibía, a través de antenas parabólicas información de todo lo que pasaba, especialmente desde Rusia”, relata el comandante.
En un comedor los esperaba la elite militar local. Cuniberti siempre tuvo vocación católica. Durante sus años de piloto, en su maleta de vuelo nunca faltó un brevario con oraciones. Hoy es diácono. “En el comedor –sigue– me sientan a la derecha del comandante en jefe. El militar pide permiso, a través del doctor Alberto, que era el intérprete, para bendecir la mesa por el rito musulmán. Cuando termina le digo si me permite bendecirla según el rito católico. Casi me cagan a patadas por hacer algo que estaba fuera de protocolo. Terminó la cena y nos fuimos a dormir.”
El 29 de mayo estaba todo listo para partir. El avión había sido cargado con misiles soviéticos Sam 6 y 7 y no quedaba espacio libre. Antes de subir, los libios hicieron formar a la tripulación y les tomaron fotos. Cuniberti voló a Canarias y luego se lanzó a cruzar el Atlántico con siete toneladas de exceso. Previa escala en Recife, arribó a la Brigada Aérea de Palomar a las 12.55 del 29 de mayo, donde fue recibido con bombos y platillos.
Ahora el mecanismo parecía aceitado. Ese mismo día, los comandantes Leopoldo Arias, de 48 años, y Juan Carlos Ardalla, de 42, partieron a Trípoli. La particularidad de este vuelo es que la estadía en Libia sería más larga. Había un problema: les decían que Kadafi estaba en el desierto y que para que las armas salieran sólo él podía dar el OK. “El doctor Alberto era el nexo en Trípoli y estaba muy conectado con un obispo de Tucumán, con el cual Galtieri tenía mucha afinidad”, agrega Arias.
Arias recuerda otra vez un banquete. Una mesa grande, militares a cada lado, el sopor del aire. La bendición de los alimentos, la falta de información. “Nos daban unos libros de color verde, que después supimos que era el Libro Verde de Kadafi, en árabe y en inglés. Y estábamos ahí, en nuestras habitaciones, mirando televisión. De a ratos venía Sarme y nos decía que la cosa iba bien.” Pasaban las horas, se iban a dormir, se levantaban, no sucedía nada. “Un día viene Sarme, casi llorando de emoción, me agarra y me dice: ‘Comandante, comandante, lo conseguimos, tenemos las armas, salimos esta noche.’ No pregunté nada y comencé a prepararme.”
Una de las fotos que ilustran esta seria de notas muestra al comandante Juan Carlos Ardalla acomodando cajas de explosivos en el fuselaje del avión, antes de dejar Trípoli. “Cuando comenzó la carga –recuerda Ardalla– nosotros ayudamos a distribuirla para que la nave quede balanceada. Estos tipos traían los cajones y nadie pesaba nada. Así que un poco metimos mano para que el avión no se cayera de cola”. Arias recuerda un chiste: “Nunca trajimos tantas minas en un avión”. Después, más serio, agrega: “Volamos por fuera de la aerovía. O sea, declarábamos una posición, pero estábamos en otra para no ser detectados, y así pudimos llegar a Brasil”. El vuelo AR 1440 aterrizó cargado de misiles esa misma mañana en la base aérea de El Palomar. No había tiempo que perder. Allí esperaba Jorge Prelooker para tomar la posta y llevar el mismo avión hasta el Sur del país.
El quinto y el sexto vuelo se cruzaron en el aire. Ahora volaba hacia Trípoli el comandante Gezio Bresciani y el operativo funcionaba, a pesar de que la rendición argentina estaba cerca. Esta vez, Bresciani no partió con el avión vacío: tuvo que llevar regalos especiales de Galtieri para Kadafi (ver Las manzanas...). Al llegar, se encontró con una sorprendente recepción. “En una de esas aparecen dos autos, con gente de civil en saco y corbata. Venía, además de un coronel libio, el embajador argentino en Libia, Sarme y dos tipos más. Nos dicen que podemos bajar del avión con nuestro equipaje. Bajamos las escaleras, viene el coronel y nos pide que nos quitemos todo lo que fuera aspecto de aviador. Hacía calor”.
Antes de subir a los autos, Sarme los saludó:
–Yo soy Alberto –les dijo– vayan tranquilos, después hablamos.
La tripulación salió de la base en dos autos por una ruta que atravesaba una zona semidesértica. Las casas eran todas iguales: cubos de dos niveles, alguna ventana. Llegaron a la periferia de una ciudad y fueron conducidos hasta una fortaleza de paredes altas. “Era un aguantadero militar, con una residencia importante dentro. Fuimos llevados por un pasillo, donde había dormitorios a cada lado. Nos dijeron a tal hora se come, a tal hora se desayuna, a tal hora se reza. Bajamos a comer. Había un living grande, donde nos encontramos con el doctor Alberto. Venían mozos, te servían. Buen servicio, buena vajilla. Nada de alcohol. Un jugo de frutos intomable. Antes de comenzar, Sarme bendijo la mesa en árabe y luego dijo: ‘Por favor comandante, bendígala usted’. Me negué cortésmente a hacerlo y todo siguió adelante con normalidad. Pero no se hablaba de la carga. Al lado de donde estábamos había una mezquita y esta gente se juntaba rezar dos o tres veces por día a todo volumen. La primera vez que lo escuchamos estábamos durmiendo y salimos de las habitaciones exaltados. No estábamos relajados. No nos decían nada sobre la misión.”
Sarme les dijo que la operación se estaba demorando porque no llegaban las armas. Dos días completos en ese lugar. La primera noche les dieron el libro verde de Kadafi. Había también un televisor pequeño en cada habitación, pero la programación no ofrecía variantes: sólo pasaban desfiles militares. Un traductor, en los ratos libres, les enseñaba algo de árabe y a ellos les resultaba entretenido aprender a escribir su nombre.
Esa misma noche, el embajador argentino en Libia los invitó a cenar en su casa. Los mandaron a buscar en dos autos y conocieron Trípoli. La impresión de Bresciani era que lo fastuoso en aquel lugar estaba relacionado con las construcciones militares o religiosas y que todo lo demás tenía un aspecto precario. Presenciaron un desfile militar, al parecer, algo habitual en las calles de aquella ciudad. Llegaron a destino. “La casa del embajador era una casa de clase media como si te dijera de Villa Martelli. Nos recibió junto a su esposa y a un militar argentino. La mujer había preparado arroz con arvejas y había vino porque los diplomáticos iban dos veces por semana a Roma y les permitían tenerlo en su casa. Nos explicó una serie de cosas sobre la identidad cultural y nada más. Volvimos al cuartel a dormir, sin saber todavía nada sobre la carga”.
Al día siguiente, el doctor Alberto les comunicó que el avión partiría por la tarde. “Cuando llegamos al aeropuerto, estaba en la mitad de su capacidad porque no habían llegado todas las armas que se esperaban. La operación no había salido del todo bien. Pero tenía como novedad dos pasajeros argentinos, un coronel de apellido Caridi y un mayor de la Fuerza Aérea, el que había llevado Cuniberti en el primer viaje”, cuenta.
El vuelo AR 1416 despegó desde Trípoli a las 19.35 del 6 de junio de 1982. El avión sobrevoló el Mediterráneo y cortó a través de Casablanca. “Seguí volando, pero tuve que mentir posiciones porque la ruta estaba cargada de tráfico y porque sabíamos que en el Atlántico la cosa estaba pesada. Luces apagadas, silencio de radio. En la frecuencia escuchábamos mucha conversación en inglés británico. Llegamos a Recife y ahí quisieron subir al avión unos militares. Pero no dejamos entrar a nadie. Llegamos a Palomar a las 11.05 y enseguida supimos que en las islas la mano venía mal”. Otro cruce aéreo: el mismo 6 de junio, el vuelo AR 1440 con destino final Trípoli partió de Ezeiza a Recife. “Fue un vuelo perfecto, llegamos a Libia sin problemas”, recuerda Mario Bernard, el comandante.
En el aeropuerto local los esperaba Sarme. “Nos recibió –sigue– junto a hombres de Kadafi. Nos dijo que las armas que Bresciani no había recibido ya habían llegado y nos pidió que un técnico de vuelo y el comisario se quedaran para controlar la carga. Nos metieron en unas limusinas negras con vidrios polarizados. El traductor iba sentado adelante. Y recuerdo que pasamos frente al Palacio de Kadafi y se detuvieron para mostrárnoslo. El traductor en buen inglés me dijo que Kadafi estaba orando en el desierto. Recuerdo que era descomunal, todo amurallado. A lo largo de toda esa muralla había tanques semienterrados en fosas de las que sólo sobresalían la torreta y el cañón.”
Llegaron a la residencia donde estarían alojados y fueron recibidos por el embajador argentino en Libia. “Ese día nos acompañó todo el tiempo. Primero nos llevaron a almorzar. Una mesa fantástica, donde se comió un cordero y hubo discursos. En el medio de la mesa, habían diseñado con flores celestes y blancas una bandera argentina. Sarme decía que Dios y Alá nos habían enviado a pelear contra el demonio y hablaba de Inglaterra como si fuera Satanás y también me acuerdo que había copitas de distintos colores y yo pensaba que era vino, pero no: eran como jugos de frutas, bebidas como esas que venden ahora. Pasamos una tarde tranquila, conversando con el embajador, que nos hablaba de lo difícil que era estar ahí, por las diferencias culturales y esas cosas”.
El embajador fue claro. Lo miró fijo a Bernard y al resto y les advirtió que no podían salir ni siquiera al jardín. “Nosotros estábamos alojados en una casa militar, con jardines muy lindos y un palacio llamativo en el centro. Pasamos la noche y al otro día nos vinieron a buscar y nos encontramos con una sorpresa: el comisario de nuestro avión estaba detenido porque lo habían agarrado sacando fotos. No le pegaron, pero le destrozaron la cámara y la película. Y lo llevaron a un alojamiento normal, con un centinela en la puerta. El avión estaba cargado. Pero el espacio que había entre la carga y el techo te permitía llegar hasta el fondo solo arrastrándote. Partimos con la indicación de volar bajo, tirándonos hacia Marruecos, para evitar los radares de la OTAN”.
Los inconvenientes, en el aire. Habla Bernard: “Viene el comisario de a bordo y me dice: ‘No quiero alarmarlos, pero siento explosiones en la cola del avión’. Bueno, se armó una discusión, quién va, quién no. Yo era el comandante así que me saqué el cinturón y fui, acompañado por el comisario. Fuimos arrastrándonos. Y se escuchaban explosiones bastante fuertes. Cuando llegué, confirmé lo que pasaba. Las cajas de madera que contenían las minas, al tomar altura el avión, por la presión, empezaron a reventar. Me calmé. Pero no tanto. La nave estaba llena de espoletas”
Recife fue un trámite. Palomar, última escala, fin de la operación. Sin pompas ni aplausos. El horizonte no era bueno. “Fue el último vuelo porque ya la cosa estaba mal para nosotros en las islas –recuerda Bernard–. El material llegó al Sur, pero la mayor parte no viajó a las islas porque ya estaba todo bombardeado.” Lo que empezaba, entonces, era el fin de la guerra, la derrota. Y para los siete pilotos de Aerolíneas Argentinas se iniciaba un período de silencio, de 30 años de silencio, con una historia que los enorgullece y que hoy, por fin, decidieron compartir.
Clarín
lunes, 9 de junio de 2014
Pilotos convertidos en infantes
domingo, 8 de junio de 2014
El combate del Monte Dos Hermanas
Combate del Monte Dos Hermanas
Así pensaba rápidamente el soldado que, con buen estilo, abría fuego por batir al ingles que se cubría detrás de la metralla rompiendo con su cadencia de fuego las rocas del risco en que se ocultaba en pleno ataque.
Bajo la noche clara era necesario aumentar el volumen de fuego aunque se perdiera un poco de eficacia del tiro y así a velocidad continua, la trayectoria del plomo que es munición trazadora, buscaba el cuerpo mortal del adversario.
EI combate era letal. Los ingleses que continuamente se infiltraban en las posiciones Argentinas, habían llegado hasta ese lugar, llamado Dos Hermanas por ser dos riscos gemelos. Pero la patrulla de Comandos Argentinos que había caído en la contraemboscada sabía que "Dos Hermanas" no tenía frontera y que había que salir de la sorpresa de sentirse atacados furiosamente por la fusilería inglesa.
Superada la sorpresa y ante el escozor de la batalla, en los primeros embates, cayó mortalmente herido, e1 Sargento Cisnero.
Este valiente soldado, la noche anterior, había escrito en su libreta de comando: si no vuelvo al continente es porque no se rendirme; perola fuerza superior de la tierra malvinera abrazo al Sargento Cisnero que, masticando turba, murió abriendo fuego como podía contra el ingles, el clásico invasor de nuestro país.
EI SAS (Special Air Service) alertó a la metralla que lanzo la granada y quebró la fervorosa vida del Sargento. "Perro" Cisnero, ametrallador de Mag, comando.
A su lada estaba el teniente primero Vizoso Posse (apodada el yanqui, por sus campaneros) que recibió la onda expansiva mientras, aprovechando el desconcierto, el SAS escalaba las rocas queriendo hacer una Abra y Shantia en Malvinas.
El teniente primero Vizoso Posse sintiendo la muerte muy de cerca, creyó que se le dislocaba el cuerpo, el plomo que atravesó el cuello parecía que a la vez lo abría y lo desangraba y en otros momentos parecía que le acariciaba el cuello porque una cuenta del Rosario que llevaba persistía en el metal letal, carne a carne, en la herida abierta. Pero el valiente soldado. Vizoso Posse, sin amedrentarse en la lid, tomo el fusil en sus manos y cuando. Los ingleses descendían replegándose por las rocas, convencidos de la abra consumada, espero la oportunidad y entonces, el argentino, disparo su fusil al león y a su corana logrando que el enemigo sufriera de esta manera, sus primeras bajas.
El jefe de la patrulla de Comandas Argentinas, sabiendo que la victoria es del que más se atreve, actuó al primer impulso de la contraemboscada, en la que el fuego enemigo buscaba desbastar todo lo que encontrara a su paso. Con energía y decisión calculo que de esa situación difícil, solo se podía salir con un volumen de fuego más agresivo; por lo que ordeno al teniente primero Vizaozo Posse, que se replegara porque iba a ser apoyado en ese momento.
EI oficial, obediente, escalo las rocas, sintiendo, como un fuego que le ardía fuerte en el cuerpo, la herida donde la adrenalina parecía que dejaba de hacer su efecto. Pero con esfuerzo y coraje llego a donde estaban las suyos. En ese tenso momento ninguna de las partes cedía posiciones. El volumen de fuego de las dos subunidades de tropas especiales era impresionante: tales es así que ambos contendientes creyeron que se las estaban viendo en un combate encarnizado contra un regimiento completo de la línea enemiga.
Ambas contendientes, por un lado, los comandos argentinos, famosos por hacer honor a su agresividad y portando la empuñadura roja que ostentan con su insignia en la boina y por el otro lado, el Special Air Service los afamados y auténticos comandos británicos estaban convencidos que el enemigo con que se enfrentaban era la vanguardia de una fuerza mayor.
AI jefe de la patrulla de Comandos Argentinas le gustaba recordar esa frase que dice elige hambres y guerra y con esa consigna había elegido. Los hombres y el momento. A ellos les pidió que entregaran el máximo de su rendimiento como combatientes, para lograr quebrar el brazo armada del adversario. Mientras tanto el médico militar de la Campania de Comandas revisaba la herida que recibiera el oficial Vizoso Posse, hacienda lo posible para que vuelva rápido al combate con el fusil en alto. Esta impartición era lo que esperaba el soldada para recuperar el ánimo y poder continuar en la lucha.
EI jefe de la patrulla de Comandos Argentinos rumiaba el combate, parecía que hacia un auto examen en el mismo fragor de la lucha y se decía para si mismo: nuestra misión no es foguearnos, hacer instrucción, sino. Localizar; fijar al enemigo y aniquilarlo en toda oportunidad que entremos a combatir. Se decía, que sería error no empeñarse del todo por preservar a la gente y mientras pensaba combatía, rumiaba, daba animo a su tropa, y sin necesidad le dio más tiempo al adversario, no logrando aferrarlo y sintió fracasada la operación de dejarse sobrepasar en las alturas del risco en disputa.
Pero sin embargo procedió como si fuera la ultima ocasión para convertirse en héroes, observo que en esos niveles no hay limitaciones para el combate y el SAS también con su agresividad había hecho lo suyo sobre la moral de su tropa.
EI combate fue desgastante, había que pelear permanentemente como si la batalla final dependiera de ese momento. El segundo Jefe de la Compañía de Comandos argentinos, que participaba observando el combate con mucho detalle, veía como reaccionaba nuestra gente y como atacaba el enemigo, teniendo en cuenta que era una contraemboscada.
Estaba convencido de las agallas del Jefe de la Patrulla que con ejemplo personal, arrojo y la precisión necesaria supo guiar el fuego de la artillería propia, contra el enemigo ingles que se retiraba abandonado la escena del sangriento combate.
En ese momento, el capitán medico de la patrulla de Comandos argentinos, con voz tensa y firme grito a viva voz el lema de las tropas especialmente adiestradas: Dios y Patria o muerte.
EI resto de la patrulla sumisa, valerosa y resignada grito la pelea, triunfa y muere, respondiendo al lema de los comandos argentinos.
Para evitar que el enemigo pudiera replegarse con éxito, la artillería argentina con precisión matemática, persiguió a la fuerza británica durante cuatrocientos metros hasta que se hizo un silencio total, silencio mezclado con euforia. En las fuerzas argentinas se respiraba por la sensación de haberse impuesto a un adversario tan fuerte y afloraba el tremendo y agotador cansancio de la ardua jornada de combate.
Mientras tanto el jefe de la patrulla de comandos argentinos, hacia su evaluación critica diciendo: "el que conduce un elemento tendría que ir desarmado, porque el combate nos atrae y se deja de conducir y es necesario situarse bien y reaccionar, dándose cuenta de lo que debe hacerse”
Si bien la gloria consiste en vencer con el menor sacrificio posible, los comandos argentinos habían sido pródigos en su ardor y valor generoso. El combate había sido a sangre y fuego y esos soldados podían ser acreedores a la consideración y estimación de su Ejército.
Pero a pesar que el cerro pareció estallar con sus explosiones y en la emergencia se complicaba todo, porque el golpe de fuego inicial lo tuvieron los ingleses, las tropas argentinas supieron dar impulso al combate y salir de la sorpresa. Los comandos argentinos recordaban que el encuentro fue sumamente duro y que quizás se diera únicamente en una isla: el choque de dos patrullas de Comandos.
La fuerza de la tierra que abraza a sus hijos es más fuerte que todos ellos.
Por eso dicen que en pleno territorio dominado por el enemigo hay un bastión argentino. Al pie de un monte de dos crestas de Malvinas. Y es el tenaz espíritu de los que pelearon en el Monte Dos Hermanas.
Reflexiones al regreso del Monte dos Hermanas
La noche con sus ilusiones inconclusas cayó sobre Malvinas y los comandos argentinos marcharon hacia el brumoso Puerto Argentino, que los esperaba a ocho kilómetros de distancia del lugar donde se produjo el sangriento combate por el Cerro Dos Hermanas.
Los combatientes tomaban conciencia del peligro que en estas circunstancias se corría recuerdo de los camaradas caídos en acción dejaba una profunda huella en el ánimo de los todos. Algunos de ellos recordaba las palabras del jefe de operaciones de la Compañía, expresadas en el continente, en vísperas a partir hacia Malvinas, cuando los preparaba diciéndoles que mientras más nos conociéramos, mayor seria el espíritu de cuerpo a formarse entre los nuestros y a la vez menor serio el número de bajas en los combates y par lo tanto, mayor seria la cantidad de comandos al volver del duro desafío de la guerra en la que estaban enfrentados y empeñados.
Los comandos argentinos aprendieron ,a partir de ese combate en el monte Dos Hermanas, que los comandos ingleses, si bien se comportaron como maquinas recién aceitadas para la pelea, estaban lejos de la precisión, valor y agresividad que se necesita para salir victorioso en el combate; sobre todo en estos niveles, en los que no se da ni se pide tregua , al esfuerzo impuesto por la lucha y que, dadas las circunstancias extremas, se puede dar lugar al combate con la bayoneta o a la esgrima de fusil, en un combate cuerpo a cuerpo donde la rapidez de concepción y reacción hubieran sido decisivas para imponerse al adversario.
Los comandos argentinos habían aprendido en el fragor del combate y en esa lucha no simulada, la distancia entre, el mapa de la Argentina de sus manuales de estudio, y la realidad de la sangre de los que fueron protagonistas del enfrentamiento con el Special Air Service británico; ese que había sido una amenaza terrible en esa hora de la prueba, tan lejos de la mesa de arena y los juegos de simulación, utilizados en las técnicas de planeamiento que fueron tan comunes en su previa preparación y entrenamiento.
También los comandos argentinos reconocían el descanso psicológico tremendo que significo, para las tropas convencionales, la aparición oportuna de la compañía especial en el cerro Dos Hermanas; la tranquilidad de saber que adelante había grupos con entrenamiento superior realizando incursiones en las
cercanías y que ellos no eran la primera línea de defensa hizo que aflojaran, un tanto, las tensiones
En definitiva en este combate los comandos argentinos habían pasado por la gran prueba en la vigilia y en la lucha, lejos de las lecciones librescas y los datos útiles tan vigentes en los Estados Mayores que controlan la máquina de guerra.
Siempre será resaltado el valor del tiempo en la guerra.
Para saber cuántas bajas sufrieron las secciones del Special Air Service a manos de la compañía de comandos 602, nos remitimos a la información del Doctor Isidoro Ruiz Moreno en su libro "Comandos en acción".
Hasta que no se posean datos fehacientes será difícil determinarlo con precisión, pero sin duda su número debió ser elevado, dada la violencia del enfrentamiento entre comandos, y el fuego de la artillería Argentina. El teniente primero Horacio Lauria refirió haber visto una película de la BBC (British Broadcasting Corporation) compaginada inmediatamente después de concluido el conflicto, sin retacear informes, y que en la misma se hacía alusión al combate diciendo que las bajas inglesas sumaban treinta y tres, cifra que comprendería muertos y heridos.
Más detallada es la versión transmitida por uno de los propios actores, según relato que efectuara el capitán Andrés Ferrero:
"Cuando yo estuve prisionero en el Saint Edmond, un día vino un oficial de Caballería y me dijo. Mi capitán venga, acá hay un ingles que está contando la operación que usted nos relato el otro día"
Yo me acerque a escucharlo. EI ingles contaba que intervino en el Special Air Service que, habían muerto dieciocho en esa operación, unos en el combate y otros como consecuencia de las heridas; que había sido un combate encarnizadisimo y pensaron
Que se habían enfrentado contra un regimiento completo de la línea nuestra, y que fue impresionante el fuego que recibieron.
Eso corroboraba 1o que yo pensé cuando nos enfrentemos: nosotros imaginamos que ellos eran la vanguardia de una fuerza mayor, y ellos pensaron lo mismo; lo que paso es que éramos dos fuerzas especiales muy duras. Este hombre, un suboficial que estaba de guardia, era uno de los sobrevivientes.
El otro era un oficial que estaba ahí en el barco también, pero yo no lo vi.
Y mas no se pudo obtener, porque cuando yo lo empecé, a interrogar sobre cómo había sido esa anécdota, que nos relatara algo mas, no sé si porque él se dio cuenta o porque realmente ya no le interesaba seguir hablando, dijo "'no, no basta" -Porque contaban cuando querían: no le podíamos imponer nada.
EI tiempo transcurre y mientras la demora, ladrona del tiempo, sea la clave, me pregunto si seguiremos perdiendo una oportunidad tras otra, a medida que se presentan las ocasiones para el contraataque a los británicos. Porque para nosotros, el objetivo es el acto de contraatacar y de esa manera reafirmar definitivamente nuestra identidad nacional.
En estos años de pérdidas y derrotas nos alienta un sentimiento de ultraje en guerra por las Malvinas; por eso es importante volvernos a empeñar en tiempo.
La Perla Austral
sábado, 7 de junio de 2014
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