lunes, 10 de febrero de 2014

García Cuerva es vecino ilustre de Lomas de Zamora

Nombraron vecino ilustre a un capitán de la Fuerza Aérea caído en Malvinas


Se trata de Gustavo García Cuerva, quien falleció a los 36 años cuando combatía en la Guerra de Malvinas. El joven vivió su adolescencia y formó su familia en Llavallol, motivo por el que el Concejo Deliberante lo nombró vecino ilustre de Lomas de Zamora. Para su madre, esta mención es el mayor reconocimiento que tienen los caídos y veteranos.


Pelear y morir por la patria durante la Guerra de Malvinas de 1982 merece reconocimientos, sin dudas. Y fue por ello que el Concejo Deliberante de Lomas de Zamora decidió declarar al capitán de la Fuerza Aérea Gustavo García Cuerva como “vecino ilustre post mortem”.

Gustavo nació en la ciudad bonaerense de Dolores el 28 de febrero de 1946 y luego se instaló junto a su familia en la Patagonia argentina. A los 15 años, fijó domicilio en la localidad lomense de Llavallol, donde pasó su adolescencia y juventud, se llenó de amigos y tuvo tres hijos junto a su esposa Liliana.

“Viajábamos mucho por el país debido a que mi marido se desempeñaba como contador de una empresa de yacimientos carboníferos, así que cada cuatro años nos mudábamos. Y él hacía amigos en todos lados en los que nos asentábamos. Llavallol fue donde finalmente nos quedamos”, precisó Isabel, la mamá de Gustavo.

Justamente ese tiempo y “el cariño que le tenían sus amigos y vecinos” le valió este reconocimiento como “vecino ilustre post mortem”, el cual responde a la ordenanza número 6112. Es que este reconocimiento surgió como una iniciativa de Luis, un vecino de la familia García Cuerva y empleado de la municipalidad de Lomas de Zamora, quien acercó el proyecto al Concejo.

La mujer destacó que Gustavo “siempre quiso ser parte de la Fuerza Aérea”. “Fue su interés desde chiquito y quería ser aviador, y acabó siendo capitán del equipo en la fuerza”, contó. Y esa dedicación lo llevó a combatir en la Guerra de Malvinas, en la que falleció a los 36 años.

“Gustavo había hecho su turno a la mañana y por la tarde suplantó a un colega. Sus compañeros de Ejército desconocieron que mi hijo viajaba en ese avión y lo confundieron con un enemigo porque no se distinguían bien las naves de uno y otro país. Ellos mismos fueron los que dispararon a su avión y acabaron derribándolo. Su avión cayó al mar, a cien metros de la costa y murió”, recordó.

Sobre el reconocimiento, Isabel destacó: “Fue una linda sorpresa haberme enterado de este reconocieron para mi hijo. Me pareció muy bueno y un gran gesto que le hayan dado este título aún después de fallecido”. Esta mención es prueba del mayor reconocimiento que se le otorgan a los veteranos y caídos en la Guerra de Malvinas, a diferencia del “desinterés con que se los trató una vez que finalizó el combate”.

Isabel destacó que si bien nunca viajó a las islas, la idea siempre está latente… El objetivo del viaje sería “darle un cierre y despedir a Gustavo como se lo merece”.


* Nota correspondiente a la publicación del día 23 de Enero de 2014

InfoRegión

domingo, 9 de febrero de 2014

Biografías: CN (VGM) Alberto Philippi (COAN)

CN (VGM) Alberto Philippi (COAN)



La balada del piloto Alberto Philippi y el estanciero kelper 


Ese 21 de mayo de 1982, después de conocer la orden de ataque, el bahiense Alberto Philippi entendió que había hecho lo correcto. Por más que su vida corriera peligro.
Estaba cómodo en la Base Aeronaval Río Grande de la Armada, cerca de Graciela y sus cuatro hijos. Pero el país se preparaba para sangrar la guerra por nuestras Malvinas y él, capitán de corbeta experto en los aviones A4Q Skyhawk (Águila del Cielo), sabía que uno de cada tres pilotos era novato. Por eso había vuelto.
Y ahora, a los 43 años, debía dar un paso al frente de combate. Los ingleses acababan de desembarcar en San Carlos con la protección de la fragata HMS Ardent, que en el amanecer, mientras bombardeaba posiciones argentinas en Darwin y Pradera del Ganso, soportó 16 incursiones de Mirages y Daggers de la Fuerza Aérea.
El Comando de Aviación Naval definió la acción: seis aviones atacarían la zona, sin escolta y sin superioridad aérea.
Alberto (que en el aire era Mingo ) lideró una sección de tres, integrada además por el teniente de navío José César Arca (Cacha ) y el teniente de fragata Marcelo Márquez (Loro).
Despegaron de Río Grande a las 15.15. Cada uno llevaba cuatro bombas de 500 libras tipo Snake Eye (Ojo de Serpiente), de efecto retardado para poder alejarse de las explosiones.
Antes de llegar a Malvinas descendieron y tomaron a la derecha por la costa del Cabo Belgrano, que era un dedo indicando el camino . Llovía y las nubes permanecían muy bajas. Todo estaba oscuro.
Llegaron a la entrada sur del Estrecho San Carlos (el que separa las islas Gran Malvina y Soledad). En Puerto Rey vieron al averiado buque de transporte Río Carcarañá . Volaban a 800 kilómetros por hora y casi a nivel de las olas; el agua golpeaba los parabrisas.
De repente, entre las rocas Alberto divisó los mástiles de una fragata que rumbeaba al centro del canal. Era la HMS Ardent , que huía luego de haberlos detectado (y sin que ellos se hubieran enterado: ningún A4Q disponía del sistema para avisar cuando el radar enemigo los localizaba).
Alberto señaló el blanco y ordenó el ataque.
Al asomarse recibieron una pared de fuego que Arca, el segundo de la formación, sólo había visto en las películas.
Cuando Alberto soltó las bombas, Arca deseó que errara. Iba entre siete y diez segundos detrás, y necesitaba 19 para evitar las esquirlas. Sin embargo, mientras maniobraba para escapar, Alberto escuchó:
--¡Muy bien, señor!
Era Arca reportando lo que no quería: el último explosivo del jefe había hecho impacto directo en popa.
Alberto miró sobre el hombro izquierdo y vio a la fragata británica humeando su destino: Ardent significa ardiente. Y ardía. Arca liberó sus bombas y atravesó la columna de fuego.
--¡Otra en la cubierta! --avisó Márquez.
Los tres volvían por donde habían llegado cuando una palabra repetida sonó en la radio y los paralizó:
--¡Harrier, Harrier!
Fue lo último que dijo el teniente Márquez antes de que lo alcanzara una ráfaga de cañones de 30 milímetros. Ni Mingo ni Cacha vieron cómo se desplumaba el Loro.
Alberto y Arca intentaron refugiarse en las nubes, pero tenían la patrulla de dos Sea Harrier muy encima.
Pese a las averías, Arca logró fugar. En cambio Alberto sintió una explosión en la cola. La nariz del avión se elevó, descontrolada. Con los dos brazos intentó maniobrar. No pudo. El motor no respondía. Miró a la derecha y a 150 metros venía un Harrier a rematarlo.
--Estoy bien, me eyecto --comunicó. Accionó el mecanismo y se produjo un ruido descomunal. Alberto sintió un dolor tremendo en la nuca. "Caigo como una roca", pensó antes de desmayarse. (1)
Podría haber muerto: el manual del piloto recomienda eyectarse a 240 kilómetros por hora y nunca a más de 650. Alberto lo hizo a 900 km/h.
Y por eso al recuperar el sentido agradeció a Dios. Colgaba en el aire, sin casco ni máscara, y abajo lo esperaban las aguas gélidas. Pero durante el combate el oxígeno puro le había emborrachado la sangre y con tanta adrenalina ni cuenta se dio del frío.
Mientras descendía advirtió que el viento del oeste arrastraba el paracaídas hacia la costa de la isla Soledad y empezó a hacer fuerza sobre las cuerdas para colaborar con la suerte.
Intentó inflar el bote; la válvula (quizá congelada) se abrió y no respondió. Entonces para flotar pasó a depender de su chaleco de supervivencia.
La caída fue muchísimo más violenta de lo que esperaba. Se hundió unos tres metros. Lo levantó el paracaídas y de nuevo en la superficie se dejó ir. La corriente lo acercaba, pero a unos 100 metros de tierra firme se enganchó en las algas. (2)
Las cortó con un cuchillo, soltó el paracaídas y empezó a nadar. Se le enredó el arnés. Y después el paquete de supervivencia. Llegó a la playa tan exhausto que no podía caminar.
Tiró la emergencia radial y trató de descansar un poco. Miró la hora: todavía no eran las cuatro de la tarde pero faltaba poco para que se fuera el sol. Empezó a cavar una cueva de zorro con el cuchillo (un Puma alemán modelo White Hunter que le había regalado a su hijo menor; pero Manfred a sus dos años y medio no lo iba a necesitar y Alberto se lo llevó). Cuando terminó lo cubría la impenetrable noche malvinense.
Mientras dormía los ingleses abandonaron la HMS Ardent . Cada uno de ellos vio cómo las llamas la devoraban. Y antes de arribar a la costa todos la vieron irse a pique.
--Esta es la fragata HMS Ardent. Estamos averiados y nos hundimos por popa.
Tony Blake escuchó pasmado el mensaje. No era como los otros que solía interceptar y grabar entre tanto ruido de guerra: en este, el emisor irradiaba el nombre de la embarcación, neutralizada por los ataques argies. (3)
Lamentó la noticia, pero tenía que hacer. No es fácil administrar una estancia como "North Arm" (Brazo Norte), que se extiende a lo largo de 150 mil hectáreas pobladas por 72 mil ovejas y 365 caballos: "Uno por cada día del año", le gustaba ilustrar.
Más o menos cada una hora, Alberto se levantaba y trataba de encender un fuego. En una de esas, a las 2, el cielo se iluminó. Un barco enemigo bombardeaba al triste, solitario y ya finalizado Río Carcarañá , quizá porque al registrar la señal del piloto bahiense creyó que aún quedaban tripulantes.
Los tiros pasaban muy cerca y los británicos podían desembarcar. (4) "El Señor es mi pastor, nada me falta", recitaba Alberto. El salmo 23 le daba fuerzas. Dios lo acompañaría en su repliegue.
Caminó varios kilómetros hacia el sur. Recordaba que en los mapas de la región aparecían ranchos de ovejas y esperaba masticarse alguna: la comida de supervivencia se le escurría.
Y de repente Tony Blake dijo:
--Por acá anduvo alguien.
La guerra y sus avatares eran de lejos lo más excitante que había vivido desde el día que llegó a las islas para hacerse cargo del rancho. Y quizá también en sus 42 años.
El sábado 22 de mayo de 1982 patrullaba la vasta zona campestre (de un lado al otro de "North Arm" había unos 55 kilómetros) con otros kelpers. Detectaron en la bahía al buque Río Carcarañá y la curiosidad los arrimó. Entonces vieron las huellas humanas en el suelo.
--Tenemos que saber qué está pasando --dijo Tony.
El domingo, un día y medio después del ataque, Alberto se acercó a un pequeño grupo de corderos silenciosos. Tomó la calibre 38 y apuntó, pero permanecía húmeda.
Entonces improvisó una manga y arrió seis animales. Eligió uno. Con el cuchillo de Manfred le cortó la garganta y (cazador de ley) lo carneó y limpió prolijamente, aunque se lastimó un dedo. Juntó turba y quiso prenderla con fósforos; todavía estaban mojados. Salió del paso con una bengala. Asó a fuego bajo una pata y un brazuelo.
"El Señor es mi pastor, nada me falta." Devoró el banquete y guardó en la mochila una ración similar para después.
Tony Blake no se alteró al encontrar los restos de uno de sus corderos. "Qué bien carneado. El que lo hizo sabía lo que hacía", pensó. La piel del animal estaba colgada como se debe.
--Sigamos --pidió.
Al mediodía del lunes 24 el hambre detuvo la marcha de Alberto. Comía el otro brazuelo apoyado contra un poste cuando advirtió movimiento de vehículos a unos dos mil metros. Hizo señales con un espejo y esperó.
Un tractor y un Land Rover se aproximaron.
--No weapons! --gritó, con la idea de tranquilizar a los desconocidos. Pero estaba listo para recurrir a sus armas.
Un hombre se bajó de la camioneta. Cargaba una escopeta de caza y dijo que se llamaba Tony Blake. En buen inglés, Alberto también se presentó y le comentó que pretendía regresar con las tropas argentinas. Tony lo miró de arriba abajo. Le pareció que le vendría muy bien una afeitada; lucía áspero, aunque no peligroso.
--Suba --indicó.
Alberto se sentó en el Rover entre Tony y un acompañante. Había dormido a la intemperie tres noches, con la misma ropa y sin bañarse; sin embargo, nadie notó olores fuertes.
Tony detuvo el coche en la colina Top Standing Man, la más alta de la zona. Abajo, a unos cinco kilómetros, el casco de la estancia "North Arm" era una mancha en el paisaje silvestre. Buscó los ojos de Alberto y con la mayor firmeza de la que fue capaz le dijo:
--Si me das tu palabra de que no me vas a traer problemas, podrás quedarte en mi casa. Si no, voy a tener que encerrarte.
--Por supuesto --concedió Alberto: "El Señor es mi pastor, nada me falta"--. Sólo quiero volver con mi gente.
--Yo te voy a ayudar. Pero ahora no hay nada que hacer. Recién mañana pediremos que te vengan a buscar.
Cada día, entre las 8 y las 8.30, funcionaba la llamada Medical Net (red médica), único espacio para que los granjeros establecieran contacto radial con Puerto Argentino.
En la residencia Blake vivían Tony, su esposa Lyn y los hijos, Tom y Heidi. Por la guerra tenían dos inquilinos : Joan y Mark, mujer e hijo de Terry Spruce, funcionario de la entonces poderosísima Falkland Island Company, quien se había quedado en la capital.
Ninguno demostró que para ellos el argentino era otro invasor. Alberto se duchó y al salir del baño Tony le entregó ropa limpia. Tenían casi el mismo talle. Después de cambiarse apareció Lyn.
--Ponete cómodo --dijo ella. En sus manos llevaba un atado de cigarrillos Rothmans, una brocha, una hoja de afeitar, pasta dentífrica y un cepillo de dientes--. Te esperamos para tomar el té.
Algo olía riquísimo. Alberto vio que Lyn metía el cucharón en una olla, descargaba el contenido sobre una plancha caliente y sin humo salían unos escones...
--¡Deliciosos! --halagó.
Charló un rato con Tony. Descubrieron que tenían varias cosas en común: amaban la caza y la pesca y eran radioaficionados. "Este es un buen hombre", pensó el anfitrión.
En Puerto Argentino oyeron que en la casa de Tony Blake estaba sano y salvo el capitán de corbeta Alberto Philippi, contestaron que mandarían un helicóptero a la brevedad posible y cortaron la comunicación, para darle al instante la buena nueva al comandante de la escuadrilla en Río Grande.
El capitán de corbeta Rodolfo Castro Fox no lo podía creer. Para todos, Alberto había desaparecido en acción. Inmediatamente trepó al jeep y recorrió cinco kilómetros hasta la casa de los Philippi.
Desde el 21 de mayo Graciela no era la misma seño de la escuela; había visto salir seis aviones y volver tres. Faltaba la sección completa de su marido. Y ahora, cuatro días después, escuchaba: "¡Sí, Alberto está vivo!". (5)
--¿Te gustaría conocer la estancia? --invitó Tony. Le prestó un par de botas de goma y una campera y subieron al Rover. Llegaron a un galpón de esquila construido a finales del siglo XIX e impecablemente conservado: incluso las máquinas y herramientas centenarias resistían la jubilación. Tony interrumpió a los obreros para contarles quién era el extraño y qué hacía ahí.
El encargado del lugar, un grandulón de mejillas coloradas, reclamó atención:
--Tenemos dos motivos para celebrar --arrancó pomposa, ceremoniosamente. Y dirigió su mano derecha al bolsillo trasero del pantalón. Tony sospechó que el personaje iba a sacar un arma para matar a Alberto.
Se alarmó y con razón: quien hablaba era Des Peck, menos conocido como poeta que como furioso antiargentino. Sin embargo, Peck sacó una botella de ron Lamb's--. Dos motivos: este piloto sobrevivió a un terrible accidente y hoy es día patrio en la Argentina.
Mientras Tony cerraba los ojos con alivio y sorpresa, Alberto tomaba un trago y la dimensión del tiempo otra vez: era 25 de mayo. (6)
Había provocado el hundimiento de una fragata enemiga, dos Sea Harrier habían derribado su avión, había pasado tres días enteros solo y al aire libre, lo había ayudado un kelper y ahora lo rescataba un helicóptero de la Fuerza Aérea, justo al mediodía del 25 de mayo. Llorar era lo de menos.
--Esto es para el pequeño Manfred. --Tony le extendió una pequeña caja. Dentro había un camioncito amarillo de colección marca Matchbox.
--Y esto es para Graciela. --Lyn le entregó un sobre--. No lo abras. Simplemente dáselo: ella va a saber qué hacer.
Un día del vínculo más humano había bastado para hacerlos lagrimear a todos.
"Señor, que no lo bajen --imploró Tony. Sabía que las fuerzas inglesas volteaban helicópteros argentinos como moscas--. A este no, por favor."
Alberto volvió a sentir la guerra en Darwin.
Cada 15 o 20 minutos los Harriers tiraban algo, mientras las tropas británicas preparaban el asalto decisivo.
Al día siguiente, el 26 de mayo, tomó el último helicóptero que voló a Puerto Argentino antes del ataque.
En la capital percibió optimismo. O eso creyó luego de buscar cobijo espiritual en el capellán naval. Al oír el relato del piloto, protestante de religión, el presbítero católico capitán de navío Angel Mafezzini (el mismo que había participado en el desembarco del 2 de abril) reparó en la reiteración del salmo 23. Buscó en su bolsillo. Sonrió.
--¿Este? --le preguntó. En la palma de la mano tenía un adorno de porcelana. Simbolizaba un libro abierto. "El Señor es mi pastor, nada me falta", decía el texto.
Esa noche Alberto juntaba sus cosas para retornar al continente. Aunque algo olía mal. La pata del cordero: todavía estaba en la mochila.
El Hércules C-130 intentó despegar, pero las bombas con retardo de los ingleses empezaron a explotar.
Recién el 28 de mayo partió rumbo a Comodoro Rivadavia, donde se reunían los replegados. Alberto le dijo al comandante que quería bajarse en Río Gallegos para estar con su familia.
--Tengo orden de llevarlos a Comodoro --contestó el piloto.
El Hércules aterrizó en Gallegos para cargar combustible y al primer descuido Alberto dejó el avión. Caminó por la pista hasta el aeropuerto y se cruzó con el capitán de fragata Miguel Boix, quien le prestó un jeep para ir hasta la base de Marina.
Ahí sus camaradas coordinaron con Prefectura para que lo trasladaran en un Skyvan (Camioneta del Cielo); según Alberto, un Citröen volador.
Todo el grupo aeronaval le dio la bienvenida en Río Grande. Incluso los tenientes de navío Benito Rotolo, Carlos Lecour y Roberto Sylvester, los tres integrantes de la otra sección de A4Q que había salido el 21 de mayo.
Por supuesto, apenas lo saludaron. Tenía que volver a casa. Graciela y los chicos lo esperaban. (La bella emoción que produce el recuerdo de ese reencuentro queda mucho mejor en el corazón de Alberto que en un papel de diario.)

Notas a vuelo de estribo 

Alberto Philippi descansó poco. Tuvo que volver a la escuadrilla porque había comenzado un reclutamiento de emergencia: pilotos expertos que se desempeñaban en vuelos de Aerolíneas Argentinas y de Austral entraron en acción. Alberto debía adiestrarlos.
Eso hizo hasta el último día de la guerra. No volvió a pelear.
Luego de la rendición del 14 de junio de 1982 recibió dos condecoraciones de Honor al Valor en Combate, una de la Marina y otra de la Nación Argentina, pero no lo ascendieron.
En 1983 comandó nuevamente la III Escuadrilla de Caza y Ataque, desactivada tras 15 años en diciembre de 1986.
Entre 1990 y 1992 trabajó como asesor en el Colegio Interamericano de Defensa, en Washington.
En 1994 dejó la fuerza con el grado de capitán de navío. Tenía 54 años.
"Me felicito por la decisión --dice-- porque pude pasar con Graciela sus últimos años." Una enfermedad la arrancó de su lado en 1998. Entre muchísimas otras cosas, ella lo deleitaba con unos escones exquisitos cuya receta le había llegado en un sobre arrugado.
El A4Q Skyhawk 0660/3-A-307 que piloteaba Philippi recibió el impacto de un misil aire-aire AIM-9L, lanzado desde un Sea Harrier por el teniente Clive Morrell, miembro del Escuadrón 800 de la Royal Navy que operaba desde el portaaviones HMS Hermes. Después de la guerra Morrell fue ascendido y le otorgaron la medalla del Atlántico Sur.
El avión del teniente de navío José César Arca sufrió una serie de impactos que dañó las dos alas, pero igual zafó del remate y llegó a Puerto Argentino. Quiso aterrizar y no pudo. Se eyectó en la bahía y lo rescató un helicóptero del Ejército.
El teniente de fragata Marcelo Márquez murió en el acto cuando su máquina se desintegró en el aire luego del ataque de un Sea Harrier comandado por el teniente John Leeming.
Un par de horas después de la incursión de Philippi, Arca y Márquez, el comunicado Nº 74 del Estado Mayor Conjunto enumeraba las pérdidas del enemigo. Entre ellas: "[...] cuatro fragatas con averías de gran magnitud, de las cuales una fragata tipo 42 y otra no identificada se habrían hundido".
Poco más tarde el ministro de Defensa británico John Nott admitía a la prensa que la Aviación Naval argentina había provocado el hundimiento de la fragata HMS Ardent (tipo 21, similar a nuestras Hércules y Santísima Trinidad , ambas protagonistas de la recuperación del 2 de abril de 1982). El funcionario habló de alrededor de 20 muertos y 30 heridos.
La Argentina perdió en esos ataques 19 Skyhawks de la Fuerza Aérea y tres de la Armada. Pero eran aviones viejos (los A4Q se habían fabricado a principios de los 60) frente a una de las marinas más modernas del mundo.
El as francés de la Segunda Guerra Mundial, Pierre Clostermann, escribió en una carta a sus colegas argentinos: "Nunca en la historia desde 1944 un piloto enfrentó tantos obstáculos mortales como ustedes; ni los ingleses en 1940 en Londres ni los alemanes en el 45".
El enviado de la BBC de Londres con la flota británica, Brian Hanraham, fue más gráfico: "Los pilotos argentinos se comportaron como verdaderos kamikazes", dijo.


(1) Cada vez que se combinan el frío y la humedad, Alberto vuelve a sentir dolor en la nuca. Ha visitado varios especialistas y todos concluyeron lo mismo: tendrá que convivir con la distensión.
(2) De esas algas marinas características de Malvinas, llamadas kelps en inglés, proviene el gentilicio informal kelpers con el que se identifica a los pobladores de las islas.
(3) Tony conserva la grabación original del mensaje. Y una doble curiosidad: ayudó al argentino que había liderado el ataque letal contra la HMS Ardent y un mes después de la guerra conoció al capitán de la fragata, Alan West.
(4) El 22 de mayo el ministro Nott confirmaba que empleando 100 buques y 25 mil hombres Gran Bretaña había establecido exitosamente una cabeza de playa de 2.590 hectáreas en la isla Soledad, con cinco mil efectivos: "Volvimos a Malvinas para quedarnos", sentenció.
(5) "Graciela pensaba que me había perdido", alcanza a decir hoy Alberto antes de que las lágrimas le impidan continuar.
(6) El 25 de mayo de 1982, en su mensaje de salutación por el aniversario de la Revolución de Mayo, el presidente norteamericano Ronald Reagan suscribió: "Nunca ha sido tan importante reafirmar los comunes intereses y valores que unen a la Argentina y a los Estados Unidos, y reiterar nuestro compromiso de cooperación en este hemisferio".
La historia demostró que efectivamente su gobierno hizo honor a ese "compromiso de cooperación"..., pero con Inglaterra.
Cada mediodía de domingo, durante la guerra, se reunían entre 70 y 90 personas en el club Gloria, cerca de la estancia de Tony Blake. Des Peck leía sus poemas y todos brindaban por la Reina y por las fuerzas británicas.
"Probablemente Des era el único poeta de las islas --dice Tony--. Y no muy bueno que digamos: creo que nadie va a juntar sus escritos para publicar un libro, ahora que ha muerto."

Fuente: Abel Escudero Zadrayec, Diario La Nueva Provincia (09/11/03)


 
El Capitan de Navio (RE) VGM Alberto "Mingo" Philippi junto a su eterno compañero el Halcón con quien fue a la batalla el 21 de Mayo. Adelanto Fotografia de la Obra Literaria dedicada al accionar de la Aviacion Naval durante 1982. Fotografia de Pablo Cersosimo.

sábado, 8 de febrero de 2014

Woodward: ¡Maldito 25 de Mayo!

El día de la Patria pleno de ataques aéreos

Woodward maldice el 25 de mayo
“La pérdida del HMS Conventry, el último de mis originales buques piquete (sic), cayó pesadamente sobre mí. Me paré una vez más […] en la ocupada cubierta del Hermes con mi mirada puesta en el helado Atlántico, maldiciendo al mundo en general. Maldiciendo específicamente a la Argentina y a su maldito (sic) Día Nacional. Todavía era 25 de mayo, como había venido siéndolo para mí durante las últimas 1.000 horas. Miré mi reloj. Apenas pasadas las 19hs; aún restaba un par de horas diurnas más, y muchas más horas de oscuridad incierta antes de que llegue, si algo de suerte quedaba, el 26 de mayo..."


Tiempo Argentino

viernes, 7 de febrero de 2014

Una nena británica en Malvinas y sus vivencias

Lisa Watson, la nena de 12 años que le hizo frente a un militar argentino



Nació en Malvinas en 1969. Fue evacuada al campo durante el conflicto. Escribió un libro en el que cuenta cómo vivió la guerra y lo que siente hacia los argentinos. "...Su abuela le sacudió el hombro: "Despertate. El tiroteo empezó. Tenemos que ir abajo". Así, Lisa Watson se enteró del desembarco argentino en Malvinas. Tenía 12 años y aquel día no fue al colegio. El gobernador en las islas, Rex Hunt, había advertido a los isleños sobre la Operación Rosario y suspendió las clases. Fue una de las pocas cosas que le dio alegría durante la guerra. Hasta aquel día, Lisa vivía con su abuela en la capital de Malvinas para poder ir a clases. Sus padres trabajaban en la granja familiar a menos de 30 kilómetros de allí. Desde esa época, Lisa ama andar a caballo. Tenía una potranca, Sally, hija de padrillo argentino y yegua isleña. Su simpatía por lo argentino estaba intacta. Hasta el 2 de abril de 1982. Lisa cuenta sus aventuras y sus vivencias en el libro Walking up to war (Andando la guerra). "Ahí estaba, nuestro agradable, pacífico, pequeñito mundo. Ahora tenía la adición de la flota argentina, Fuerzas Especiales, una gigantesca fuerza de desembarco ", escribió. Al principio el ruido de las balas cortando el aire la sobresaltaba pero se acostumbró. "Recuerdo mirar por la ventana y ver el rastro de color rojo de las balas pasando. Le habían dado a la casa de al lado. Había mucho ruido y fue extremadamente intimidante" A los dos días del desembarco, los chicos fueron evacuados hacia el campo. "Mi papá vino a buscarme a mí y a mi hermano (Paul) para llevarnos a la granja. Fuimos en caravana". En el medio se toparon con periodistas que filmaban el despliegue de las tropas argentinas. El auto de Lisa rozó a uno de ellos y los militares lo pararon. Bajaron a su padre y se lo llevaron. "Nos dejaron sentados en la ruta sin saber. No teníamos idea de lo que podía llegar a sucederle. Y me puse a llorar". Una de las nenas que viajaba en la 4x4 preguntó: "¿Si le disparan cómo vamos a volver a casa?". Lisa enloqueció: "Callate, callate", le gritó. El tiempo se congeló. Lisa no entendía lo que pasaba, las reglas de ese mundo. Se le ocurrió esconder el cuchillo de granjero su padre. "Pensé que se iba a meter en problemas por tener un arma". Su padre volvió intacto y siguieron camino. "Pequeña cobarde", le dijo cuando le confesó lo que había hecho. Su madre, Glenda, la esperaba en la puerta de casa. "Papá, soldados. Vienen desde la playa", le advirtió Lisa un día en el corral de los caballos. Eran británicos. "No son argies", el peyorativo para los argentinos, festejó Neil. Lisa también. La simpatía se había ido al cuerno. Estos soldados británicos se habían escondido el día del desembarco. Y debatían si entregarse o no. Al final, el padre de Lisa llamó a las autoridades argentinas. En menos de 45 minutos tres helicópteros rodearon la granja. "Las tropas corrieron, rodearon la casa, patearon la puerta y entraron con sus armas". Un oficial les ordenó formarse. "Mis padres lo hicieron pero yo estaba tan enojada que me rehusé a moverme. Me metí el dedo en la boca y me quedé mirando sus pies". "Vos también por favor", insistió el argentino. Lisa, nada. "No supo qué hacer. Estoy segura de que no quería amenazar a una chiquita y al final se encogió de hombros y les dijo a los otros que se sentaran. Entonces pensé gané, gané ese round", recuerda aún orgullosa. En su libro, Lisa confiesa que pensó: "Andate maldito argentino". No fue el único contacto con argentinos. Un día dos soldados llegaron a pedir ayuda. Querían bañarse. La madre de Lisa los dejó con una condición: que no le contaran a nadie. "No voy a dejar que un batallón de argentinos transformen este lugar en un hotel", advirtió Glenda. Lisa pasó días jugando con un pedazo de jabón que dejó el soldado argentino Pedro Miguel Espinosa. Lisa perseguía a su amiga Debbie Summers refregándole el jabón en la cara. Su amiga chillaba de asco y horror. Lisa, de risa. Del Crucero General Belgrano y sus 323 muertos Lisa no dice nada en su libro. Pero sí cuenta que el hundimiento del buque inglés Sheffield le arrancó lágrimas a su madre y marcó el comienzo de mayo, "el mes más largo" de su vida. "Los padres tenían que encontrar el modo de entretener a los chicos". Glenda impuso un juego para matar las horas. Adivina adivinador. Cuando alguien proponía un animal todos respondían "Galtieri". Lisa y Debbie pasaron juntas casi toda la guerra. "Hablábamos de lo que pasaba y como yo era un poco más grande que ella trababa de protegerla, de asegurarle que las cosas iban a estar bien. Muchas veces no sabía si iba a ser así", repasa. "El 14 de junio fue un día muy extraño para nosotros. Cuando nos dijeron que había banderas flameando sobre la capital, mi madre no lo creyó. Ella dijo me rehúso a creerlo hasta que no vea un helicóptero británico aterrizando en mi tierra", recuerda Lisa. Los hombres se dieron la mano y las mujeres se abrazaron. Lisa salió a buscar a su yegua argentina. Se puso en puntas de pie y le susurró al oído. "Se acabó Sally. Se acabó y estamos todos bien". Nota : "...Obviamente este informe està lleno de mentiras y Propaganda , pero asì funciona el Comitè Anti-Argentino en las islas , liderado por la editora del diario isleño "The Penguin News " , Lisa Watson . Meses atràs ella participò de un documental basado en el libro "Falklands , la guerra de los Isleños" , un film propagandìstico que muestra a los soldados argentinos como sàdicos torturadores psicològicos . Todos los integrantes del diario isleño son parte de una confabulaciòn para una campaña anti-"argie" , donde se injuria la memoria de los Veteranos argentinos . Se inventan historias de soldados argentinos que apuntan a isleños indefensos , falsos datos sobre la agrupaciòn de isleños en el galpòn anti-bombardeo de Pradera del Ganso . Cuentos sobre isleños con hambre , sin agua potable o letrinas , etc. Libros , videos , films , documentales todos surgen desde las islas y llegan a la BBC o programas britànicos . Una gran campaña de años en distintos lugares y distintos medios que agita aùn màs los "ruidos se sable" . Segùn una fuente , el Padre de Lisa fue el quien tomò la foto de los soldados Royal Marines en el piso , mientras son sujetados por personal de la Policìa Militar 181 . Algo que Lisa Watson evita en su relato fantàstico que transcurre durante una "razia militar" en el camino . Relatos que pareciesen que salieron de un film de Drama , asì estàn las cosas , mientras Lisa posa junto a efectivos britànicos en la actualidad en algùn lugar de las islas ...mientras sostiene un arma de guerra .....

jueves, 6 de febrero de 2014

COAN: Un torpedo en el Onyx

Golpe al Onyx




Uno de los capítulos menos conocidos de la acción de la Aviación Naval argentina durante el conflicto de Malvinas, tuvo lugar el 5 de mayo de 1982, en esa oportunidad la escuadrilla aeronaval embarcada en el ARA 25 de Mayo efectuó el ataque a un objetivo naval sumergido de la Royal Navy, a la postre se supo que el submarino HMS Onix (clase Oberon) comandado por el Capitán J. Taylor, estuvo en el dique seco de Rio de Janeiro con la proa averiada y un torpedo alojado en el casco.

El 5 de mayo el S-2E Trackers 2-AS-23, piloteado por el TN Carlos Cal mientras realizaba las búsqueda del ARA Sobral A9, divisa una estela, presumiblemente de un submarino y lanza un torpedo MK-44, avisado del eco, se ordena el despegue desde el 25 de Mayo de los Sea King 2-H-231 y 2-H-234 y del Trackers 2-AS-24, piloteado por los TN Enrique Fortini y Carlos Ferrer, configurado para ataque anti submarino. Tras el análisis de la información obtenida por el sonar sumergido AN/AQS-13 del 2-H-231, piloteado por el TN Osvaldo Iglesias, el Trackers lanza un segundo torpedo MK-44. Si bien no se confirma la explosión del torpedo, este dejo de emitir sonido alguno.

Siempre se habló del HMS Onyx y su accidente operacional en las cercanías de las Costas Patagónicas cuando según ellos "colisionan" con rocas en el lecho marino.....ahora al parecer llegaron al Brasil con un torpedo argentino clavado.

En la Foto el submarino en dique seco mostrando sus daños.




Sapucay de Malvinas

miércoles, 5 de febrero de 2014

Un comando médico y francotirador

Ranieri: El francotirador médico de la CC 602

El Dr Hugo Ranieri, Medico de la Compañia de Comandos 602 posa para la foto en Puerto Argentino, recostado sobre la moto su nene mimado el Fusil de Caza Mayor Weatherby 300 Magnum el cual empleó en el combate, a las órdenes del Mayor Aldo Rico nuestro médico fue ejemplo de dedicación y de SOLDADO al participar de la lucha, la noche en que la 602 y personal de GN se enfrentan a los SAS Británicos y en la que muere el Sargento "Perro Cisneros" termina en la retirada del enemigo el cual soportaba no solo el fuego de nuestros Comandos si no también de toda la muchachada del RI 4 de Monte Caseros Corrientes en donde una ves mas se destaca el Subteniente Llambias Pravaz....en dicha acción y tal cual figura en los libros se dice del Médico Hugo Ranieri...... "El fuego británico era tremendo, muy denso, con ametralladoras, granadas y fusiles. En la oscuridad solo se veían las bocas de fuego "Parece que tira toda Inglaterra" pensó el capitán medico Raineri.....Lauria tiraba granadas de fusil PDF, lo mismo hacia el sargento primero Oviedo "a punto" -directamente hacia el enemigo. y veía caer sus proyectiles donde estaba este guarnecido.
Detrás y encima el doctor Ranieri empleaba su Weatherby 300 Magnum, con intensa dedicación..."




Sapucay de Malvinas

martes, 4 de febrero de 2014

Mapas que afirman derechos argentinos

Argentina obtiene mapas de las Islas Malvinas del siglo XVIII anteriores a la ocupación británica 

[Maquina de Combate <> 30082012-08] La Cancillería de Brasil ha entregado a Argentina mapas que datan de fechas anteriores a la ocupación británica de las Islas Malvinas que fueron elaborados por navegantes españoles. Cuatro copias certificadas de mapas del siglo XVIII pertenecientes a la colección Pedro de Angelis de la Biblioteca Nacional de Brasilia. 
El mapa está fechado 1770 y está relacionado con una expedición española del mismo año que expulsa a los ingleses que ocupaban las islas. 
Tras la Guerra de los Siete Años, Francia busca recuperar territorios allende mar pérdidos en la contienda bélica y a finales del mes de enero de 1763 uan expedición francesa arriba a las Islas Malvinas con la intención de colonizarlas. En aquel entonces las islas reciben el nombre de Illes Laouines y se organizauna colonia en Isla Soledad, tomandose posesión a nombre del rey Luis XV en abril de ese mismo año. 
Ante los hechos, España presenta un reclamo alegando derechos sobre las islas que es prontamente aceptada por Francia, a cambio de una compensación por las instalaciones que se dejan atrás. Entretanto, en Inglaterra se toma en cuenta la importancia estratégica de las islas y se organiza una expedición para adelantarse a la posesión española del terreno. 
Nuevamente, antes hechos consumados, España organiza una expedición militar al mando de Juan Ignacio de Madariaga en el año 1770 con órdenes expresas de expulsar a los ingleses que usurpaban territorio reconocido español. Según da cuenta un reportaje publicado por La Nueva Provincia, es probable que el original del mapa haya sido utilizado durante esta expedición. El mapa está regido por el meridiano español de Tenerife, lo que diferencia al importante documento histórico de los mapas ingleses de la época. 
Ezequiel Grimson, director de Cultura de la Biblioteca Nacional de Argentina, señala que este mapa indica “la primera recuperación española de las islas en 1770 (los ingleses se rindieron el 10 de junio en Puerto Egmont). Este es el mapa del pleno dominio español en el siglo XVIII sobre las islas”. 

Foto: defensasur.com.ar

lunes, 3 de febrero de 2014

Biografía: Gral. Hernán Pujato (EA)

Gral. de División Hernán Pujato, un héroe olvidado


En mayo de 1982, cuando la flota británica se hallaba próxima a las Malvinas, un viejo general retirado de 79 años se presentó al comando del ejército con un dramático pedido: se ofrecía como voluntario para estrellar un vetusto avión repleto de explosivos contra algún buque enemigo. Su nombre era Hernán Pujato.

¿Quién era este hombre? El general de división Hernán Pujato es el caudillo de la conquista de la Antártida Argentina. Siendo agregado militar en Bolivia, aprovechó un viaje de Perón a dicho país para expresarle un plan de cinco puntos tendiente a asegurar la soberanía sobre nuestro sector antártico, en una época en que potencias extranjeras tomaban posiciones en el continente blanco. Dicho plan consistía en: presencia efectiva del Ejército en el lugar para promover la conciencia antártica; creación de un organismo científico específico (que luego sería el Instituto Antártico Argentino); fundación de un poblado, con familias y chicos; adquisición de un rompehielos y, por último, alcanzar el Polo Sur. Todos estos puntos los cumplió personalmente, a excepción del último, alcanzar el Polo, honor que le cupo a su lugarteniente el coronel Jorge Leal en 1965. Hombre recio y aventurero, realizó un intento de cumbre en el Aconcagua en el invierno de 1929 y, a los 6.600 metros de altura (faltando solo 300 para la cumbre), fue detenido por un violento temporal y hubo que amputarle varios dedos por congelamiento. Seis meses después, en un nuevo intento, alcanzó la cumbre. Hizo un curso con el ejército sueco sobre supervivencia polar y compró con su propio bolsillo una jauría de Huskys siberianos para la campaña antártica (fue quien introdujo esta raza en el país). Ahora quedaba por resolver una serie de complejidades logísticas tales como la construcción de una casa-habitación, depósitos, la instalación de un equipo de radio, grupos electrógenos, la provisión de instrumental científico y meteorológico, insumos varios y, sobre todo, el transporte por barco hasta el lugar de destino. Para ello se solicitó la colaboración de la Marina. Todo debía estar listo en un plazo perentorio porque la expedición debería hacerse a la mar, a más tardar, para mitad de febrero. Pero como el tiempo transcurría y las soluciones no se producían, Pujato recortó drásticamente sus requerimientos y se limitó a solicitar un buque de la Armada para transportar a todo el personal y los equipos hasta Bahía Margarita. Los oficiales navales, poco convencidos, propusieron a principios de enero limitar las actividades previstas durante esa temporada a una simple inspección con miras a futuras expediciones. Pujato, exasperado, pensó en otra solución: conseguir un buque por su cuenta, lo cual no sería nada fácil. Su hombre de confianza, el Capitán Jorge Mottet, recorrió a pie la Avenida de Mayo visitando una por una las oficinas de las empresas navieras: “llévennos al sur del Círculo Polar, a los peligrosos y traicioneros mares que han visto fracasar a los más intrépidos expedicionarios del mundo, y no sé cómo se lo vamos a pagar”, evocaría años después.

Luego de que todos sus interlocutores lo hubiesen escuchado con incredulidad –cuando no con sorna- , cuando ya parecía todo perdido, los hermanos Pérez Companc pusieron un buque a su disposición negándose a cobrar un centavo. El 12 de febrero de 1951 zarpaba del puerto de Buenos Aires el Coronel Hernán Pujato con toda su expedición a bordo del buque “Santa Micaela”, que había sido convenientemente remozado. El presidente Perón, su esposa Evita y una ferviente multitud les dieron una majestuosa despedida. Al cabo de una peligrosa travesía en la que estuvieron a punto de naufragar, arribaron a Bahía Margarita y emplazaron la Base San Martín, primera estación científica continental argentina y por entonces la más austral del mundo. La cabeza de playa para la conquista de la Antártida Argentina quedaba asegurada. Al año siguiente el Capitán Jorge Leal, siguiendo instrucciones de Pujato, fundó en el norte de la península la Base Esperanza, con vistas a instalar allí un poblado. Así conferenciaba Pujato en el Instituto Antártico: “...contribuirán a sostener y reforzar nuestra soberanía los argentinos que pongan sus pies en esa región de la Patria, y al decir argentinos involucro especialmente a las argentinas, que siempre nos dieron muestras de abnegación patriótica... [es un voto expreso] que en fecha cercana haya argentinos nacidos en esas regiones. Esos niños serán los más grandes títulos de nuestros derechos”. Por esos días se produjo un intercambio de fuego con personal de unidades navales británicas que nos disputaban el área. Mientras invernaba en la Base San Martín, Hernán Pujato fue ascendido a General de Brigada. Sus insignias le fueron enviadas dentro de un paquete con provisiones que fue arrojado en paracaídas por un vuelo al mando del Vicecomodoro Marambio, dado que la densidad de los hielos marinos había impedido realizar relevos ese año.

El general Pujato comenzó a realizar vuelos escalonados en dirección al Polo junto al Sargento Primero Julio Muñoz, en los cuales iban dejando depósitos con combustibles señalizados con banderolas, a fin de poder penetrar cada vez más lejos. En estas misiones relevaron unos 105.000 km. cuadrados, bautizando con nombres argentinos los accidentes geográficos cartografiados: Cordillera Diamante (ciudad natal de Pujato), Montañas Rufino (lugar de nacimiento de Muñoz), Glaciar Sargento Cabral, Planicie San Lorenzo, Pico Santa Fe, Glaciar Falucho, Meseta Ejército Argentino, etc. A los 83º 10’ de latitud Sur la avioneta Cessna de Pujato, con formación de hielo en el carburador, intentó un anevizaje de emergencia, pero el fenómeno óptico del “blanqueo” le hizo perder la línea del horizonte y se precipitó a tierra. Milagrosamente, él y su mecánico salvaron sus vidas y pudieron ser rescatados por el Beaver de Muñoz y su ayudante. Los cuatro hombres formaron, cantaron el Himno Nacional y emprendieron el regreso, por considerar que no podrían llegar al Polo con un solo avión. Aquel paraje fue bautizado Aeródromo Ceferino Namuncurá, en agradecimiento al beato que había sido nombrado Protector de los Vuelos Antárticos y cuya estampa habían puesto en el panel de comando del Cessna accidentado. La presencia nacional en el sexto continente iba quedando firmemente establecida, pero en la Argentina americana ya habían comenzado los trágicos desencuentros que condujeron a la caída del gobierno de Perón. Las condecoraciones que éste había otorgado al héroe antártico ahora le iban a jugar en su contra, y Pujato fue llamado a comparecer por las nuevas autoridades, que lo habían sumariado injustamente por un supuesto mal manejo de fondos del Instituto Antártico, del cual era Director. Entregó todas las cartas topográficas con el detalle de sus descubrimientos pero los militares liberales, en vez de denunciarlos ante la Sociedad Geográfica Internacional, los ocultaron comprometiendo el interés nacional. Gracias a esa traición de lesa patria, hoy la toponimia de aquellas regiones figura en los mapas con voces anglosajonas. El patriota que había consagrado su vida a asegurar los confines australes para el patrimonio de la Argentinidad, el montañista recio que no retrocedía ante el clima más riguroso de la Tierra, había sido vencido no por los hielos eternos, no por las potencias extranjeras, sino por quienes gobernaban ahora su país. Pidió el pase a retiro y se ausentó por un tiempo. No había podido alcanzar el Polo Sur, pero ya había encontrado quien pudiese terminar lo que él comenzó: el Coronel Jorge Leal. Hernán Pujato falleció el 7 de septiembre de 2003 en el Hospital Militar de Campo de Mayo, a los 99 años de edad.

¡Un historia que bien vale la pena que todos conozcamos!

domingo, 2 de febrero de 2014

Gamba: "Si no se hubiese nada en 1982, se hubiesen perdido para siempre las islas"

Entrevista con Virgina Gamba
"Mientras el tema Malvinas siga siendo una llaga abierta, será peligroso"
Coautora del libro Señales de guerra, que acaba de reeditarse, esta experta en defensa afirma que en 1982 "se podría haber tomado otra decisión", pero sostiene que si no se hubiera hecho nada "había un riesgo grande de perder las islas para siempre"; además, cree que hoy hay "madurez" suficiente como para negociar la soberanía con Gran Bretaña
 
Por Ricardo Carpena | LA NACION 

 
Foto: LA NACION / SANTIAGO FILIPUZZI 
Por más que dentro de muy pocas semana se cumplan 30 años de la Guerra de las Malvinas, sigue siendo difícil hablar de las islas, del conflicto bélico, de cómo salir de ese interminable escenario de posguerra donde, a lo largo de las décadas, los gobiernos y las políticas de cada uno fueron cambiando para que nada, en definitiva, se modifique en serio. 

Y los que hablan, en general, se quedan atrincherados en sus rígidas posturas. En un rincón, los que toman a las islas Malvinas como un estandarte de la nacionalidad, una causa patriótica sin descanso, más aún luego de la sangre argentina derramada en 1982. En el otro, los que creen que se trata sólo de un archipiélago por el que, más allá de la historia, no vale la pena desvivirse y que se presta a caer en un burdo chauvinismo. 

"Mientras Malvinas continúe siendo una llaga abierta, va a ser potencialmente peligrosa, tanto para Gran Bretaña como para la Argentina, y no por ningún tipo de acción militar sino porque domésticamente bloquea la gestión gubernamental tocar este tema, sea en Londres o acá. Los dos gobiernos tendrían que salir de esta historia. Este es un momento de regionalismo en donde lo que no se puede aguantar, ante el desafío de la paz y la seguridad global, es una crisis insospechada que desestabilice una economía más", afirma Virginia Gamba, una de las expertas que habla sobre el tema. 

Y lo hace con la autoridad que le dan su condición de especialista en estudios estratégicos de la Universidad de Gales, estudiosa del conflicto bélico de las Malvinas y autora de varios libros sobre el enfrentamiento de 1982, 

uno de los cuales, Señales de guerra , escrito con el historiador inglés Lawrence Freedman entre 1987 y 1988, publicado en nuestro país en 1992 y que en estos días reeditará El Ateneo. Considerada por algunos como un clásico, la obra de Gamba y Freedman analiza e interpreta los hechos y los mensajes que llevaron a la escalada diplomático-militar de diciembre de 1981 a junio de 1982. 

En Señales de guerra no hay acusaciones ni ánimo de dirimir la cuestión de la soberanía, sino una mirada sobre el tema que, como sostiene Gamba en el prólogo a la nueva edición, "quizá ayude a que una nueva generación de argentinos entienda el porqué de las guerras y lo fácil que es la escalada bélica cuando las partes de un conflicto insisten en ignorarse y no se abocan a la búsqueda de una resolución pacífica". 

Casada, con una hija, Gamba nació en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires, pasó su infancia en Bolivia y Perú, y estudió en Inglaterra. Sólo ocho años de su vida, en realidad, vivió en la Argentina. Trabajó en el país como periodista, en 1982, durante la Guerra de las Malvinas, y luego, entre 1983 y 1987, como profesora de estrategia en las escuelas de guerra de las Fuerzas Armadas y de la Gendarmería. 

Se desempeñó como profesora titular de la cátedra de Estudios de Seguridad Latinoamericana del King's College London hasta 1991, cuando asumió como responsable de área sobre desmilitarización, desmovilización y control de armas en la Fundación MacArthur, de Chicago. También fue directora del Programa de Paz y Resolución de Conflictos del Instituto de Estudios del Desarme, de las Naciones Unidas en Ginebra. Invitada por el gobierno de Nelson Mandela, dirigió el programa de seguridad pública y control de armas ilegales de Sudáfrica. Profesora de seguridad pública de Interpol en Lyon, también capacitó a todas las oficinas regionales de esa organización en Africa y diseñó los planes nacionales de seguridad de siete países africanos (tarea que la lleva a afirmar, durante la charla con Enfoques, algo que sonará tentador para cualquier político: "Si algún día quieren seguridad en la Argentina, yo tengo el plan para lograrla en tres años"). 

En su trabajo voluntario, ganó el Premio Nobel de la Paz de 1995, como miembro de la organización Pugwash por el desarme nuclear. 

Volvió a la Argentina hace tres años y actualmente se desempeña como asesora internacional del Instituto Superior de Seguridad Pública del gobierno porteño y de la Organización de Entidades Mutuales Americanas (Odema). 

-¿Cuáles son esas señales que, de haberse interpretado, podrían haber evitado en aquellos años las peores consecuencias? 

-En 1980 estábamos escribiendo todavía durante la Guerra Fría. Hoy se sabe que hay toda una psicología de la guerra, de señales, de mensajes que tienen que ver con la disuasión, donde es muy importante para dos partes en conflicto poder comunicarse. De todas formas, como en la Argentina la guerra termina en una derrota militar que, además, lleva a la caída de un gobierno militar, no existió la posibilidad de poder hacer un análisis profundo de todas las acciones. Esa represión de la posibilidad de hablar sobre las Malvinas, de intercambiar información, es lo que hace que hoy en la Argentina se tenga una memoria muy fragmentada de lo que fue la guerra, donde algunos la idolatran y otros la odian. En Gran Bretaña pasó algo parecido, sólo que nosotros fuimos víctimas de la derrota y de la depresión, pero los ingleses fueron víctimas de la victoria y de la euforia. Y la euforia es tan mala como la derrota, porque la propia dirigencia no tenía interés en que se conocieran las cosas que los ingleses hicieron muy mal. En ambos lados se buscaba simplificar la derrota y la victoria. Entonces, la víctima era no solamente la gente que la sufrió sino también la historia. 

-En el libro, ustedes no se muestran convencidos de que la dictadura haya decidido ir a la guerra por una cuestión de política interna, para tratar de perpetuarse en el poder. 

-No encontramos ninguna prueba de que haya sido así. No fue una aventura militar... 

-¿Y cómo calificaría entonces la decisión de ir a una guerra con una potencia mundial sin estar en condiciones de ganarla? 

-Es que es tan diferente hoy... No es justo juzgar algo sin la información del contexto del momento en que se toma esa decisión? 

-Cuando se niega a hablar de "aventura militar" parece que justificara la guerra? 

-No, el tema es el contexto. Se ha politizado tanto el tema Malvinas que es muy difícil hablar sin que te critiquen, así que, tratando de ser muy honesta y muy objetiva, en el contexto de ese momento, en el ámbito de la Guerra Fría y teniendo en cuenta que aquí había un régimen militar, eran muy pocas las opciones que tenían para no reaccionar como lo hicieron. ¿En qué sentido? Hay dos escuelas de pensamiento. Hay gente que cree en la teoría de la conspiración, de que todo esto nace en 1981 con el único propósito de conseguir algún tema que sea popular y lleve a la perpetuidad al gobierno militar? 

-¿Eso no fue así? 

-No, porque hay toda otra que a mí me parece que es mucho más objetiva. Un gobierno democrático y legítimo tiene en su posesión herramientas de Estado, económicas, políticas, diplomáticas, morales, militares, para poder responder a cualquier tipo de acción. Un gobierno militar, generalmente, potencia la respuesta que naturalmente es su herramienta, que es una solución militar o por la fuerza de casi todo lo que ocurre. Es lógico. Creo que hubo una reacción militar, no que lo hayan planeado tal como sucedió. Sí estoy absolutamente segura de que, para diciembre de 1981, ya tenían una idea muy clara de que iban a tener que hacer algo para forzar a Gran Bretaña a negociar de una vez la soberanía de las islas Malvinas. Estaban muy preocupados por cuestiones geopolíticas, de que todavía se estaba negociando con el Vaticano por Chile por el Beagle, entonces había muchos temas en el aire que afectaban la soberanía y también la libre circulación de la Argentina en su propia zona. Así que, invariablemente, cualquier cosa que estallara en el Atlántico Sur iba a requerir de una acción fuerte. Gran Bretaña confunde los mensajes de la Argentina, que trata de decirle en forma muy clara: "Necesito soluciones en el tema Malvinas". En Inglaterra la crítica es la misma: se dijo que fue todo para tapar los problemas domésticos de la señora Thatcher en un momento de baja popularidad. Pero afirmar hoy, treinta años después, que todo eso fue una aventura militar hecha por un gobierno agonizante que quería perpetuarse en el poder, es un simplismo muy grande. 

-Aun desde esa óptica tampoco le encuentra una definición adecuada... 

-No puedo encontrarla porque hay que separar un tema de lo que es la gente, y la gente que vivimos el tema Malvinas en ese momento quedamos todos tocados. Si tengo que decirlo desde un punto de vista humano, diría que fue una epopeya, porque lo que dio el pueblo argentino fue heroico. Lo que yo vi, chicos de 18 años empeñando relojes para poder comprar un misil para reventar a un inglés, eso fue heroico, no fue estúpido. 

-¿No fue estúpida la decisión de los militares? La guerra nunca es buena... 

-Podrían haber tomado otra decisión. La decisión que podrían haber tomado era no hacer nada. Pero si no hubieran hecho nada tenían un riesgo grande de perder las Malvinas para siempre. Se sabe que desde 1960 Gran Bretaña tenía interés en dialogar sobre la soberanía, pero en ese momento había un grupo de presión en Londres para impedir la negociación con la Argentina. Nuestro país no era el de hoy. Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil tenían gobiernos militares. Hasta 1981, sólo Ecuador, Venezuela y Colombia eran democráticos. Había una alta militarización. Entonces, si no se hacía nada para reafirmar los derechos argentinos sobre las Malvinas, Georgias y Sandwich había una expectativa factible, posible, de perder cualquier posición argentina futura en cuanto a la soberanía de las Malvinas. 

-El tema ha sido utilizado políticamente por todos los gobiernos. ¿Cómo califica la postura de la presidenta Kirchner? 

-Lo que pasa con la Argentina es que es muy ciclotímica porque no está muy segura de cómo hablar con Gran Bretaña. No sabe cómo hablar. 

-¿Qué significa saber hablar? 

-Cómo hablar significa: ¿tenés que ser confiable? ¿Tenés que demostrar que sos bueno y que ahora sí pueden hablar con vos? ¿O tenés que hacer que los isleños te quieran para que ellos vean que sí les conviene ser argentinos? Los gobiernos argentinos no han sabido qué posición tomar. Lo que estamos viviendo ahora es una frustración grande porque, incluso después de todo el acercamiento generado en la época de Menem, incluso después de que los isleños nos han conocido y de que es evidente que la Argentina nunca más va a utilizar la fuerza para la recuperación de las islas, nada de eso nos acerca al objetivo de tener una vez una reunión, con la soberanía sobre la mesa, para discutir con Gran Bretaña. Si la Argentina pudiera poner la soberanía sobre la mesa, creo que tendríamos la madurez, como pueblo, de aceptar una derrota en la mesa de negociación. Lo aceptamos con Chile, hubo un referéndum y así se logró la paz. El problema es la frustración de no poder hacer que Gran Bretaña se digne a sentarse a discutir la soberanía como le pide todo el mundo. La Presidenta, así como un montón de gente, está frustrada por esto. Tampoco sé si es el momento correcto. Me dan miedo los tiempos: no me gusta que esto se haga en el 30 aniversario de la guerra y un año antes del 180 aniversario de las invasiones inglesas a las Malvinas porque lo hace más epopéyico, y es peligrosamente muy cercano a lo que pasó en 1982. 

-Lo raro es que en tantas décadas nadie le haya encontrado la vuelta al desafío de poder hablar con Gran Bretaña, aunque no es extraño algo obvio: que se haya utilizado siempre para hacer política interna... 

-Mientras Malvinas continúe siendo una llaga abierta va a ser potencialmente peligrosa tanto para Gran Bretaña como para la Argentina, y no por ningún tipo de acción militar sino porque, domésticamente, bloquea la gestión gubernamental tocar este tema, sea en Londres o acá. Los dos gobiernos tendrían que salir de esta historia. 

-¿Lo podrán hacer algún día? 

-Estoy convencida de que sí porque los Estados cambian, pero la cuestión son los tiempos y cómo será la evolución de la diplomacia, de las relaciones internacionales. Hoy, existe una variable que no se tenía antes que es el regionalismo, el europeísta y el latinoamericano. Desde 1989, a nivel internacional, los procesos de paz más estables y permanentes han funcionado gracias a los esfuerzos regionales. Cuando uno empuja una resolución de un conflicto en forma inmediata, unilateral, vuelve a surgir este conflicto, pero cuando está apoyado por un paraguas regional, lo contiene. Da mucha más capacidad de lograr la resolución pacífica permanente de un conflicto. Nunca se hubieran podido solucionar los conflictos europeos territoriales si no hubiera una Unión Europea que lo contiene. Y en los problemas de América central, lo que lo contuvo fue la unión de los países. El conflicto de las Malvinas se va a solucionar a través del discurso regional, hablando de una manera diferente sobre la inconveniencia de tener una llaga abierta que desestabilice internamente a la Argentina y a Gran Bretaña en momentos en que el mundo no tolera más desestabilizaciones socioeconómicas. Estados Unidos, que nunca entró a debatir el tema de las islas Malvinas, por primera vez está diciendo que hay que terminar con esto. ¿Por qué lo dice? Porque es un momento de regionalismos en donde lo que no se puede aguantar, ante el desafío de la paz y de la seguridad global, es una crisis insospechada que desestabilice una economía más. Londres no puede tolerar el conflicto de Malvinas y la Argentina, tampoco. Entonces, ¿qué es lo que va a tener que pasar? Gran Bretaña, para la que la autodeterminación de los isleños es lo más importante, no puede lavarse las manos como lo ha estado haciendo en los últimos treinta años. Es muy fácil decir que el problema no es mío sino de los isleños y "como soy muy bueno y los protejo, voy a hacer lo que me digan". 

-Más allá del tema específico de las Malvinas, y como una experta en temas internacionales, que la dirigencia argentina comprende la nueva dinámica del mundo? 

Estamos aislados de la realidad mundial, y hemos quedado tan aislados durante tantas décadas, a veces por arrogancia, otras veces por el efecto natural de no estar sincronizados con el tipo de gobierno del resto del mundo, que estamos mal acostumbrados. Parece que todo el mundo se resume a la ciudad de Buenos Aires, y lo demás son los márgenes, no hemos tenido una cultura cooperativa ni una cultura regional. Y ha sido sólo después de la Guerra de Malvinas y de Menem que se empieza a mirar a los vecinos, pero tampoco se entiende demasiado. Todavía, aunque hablamos regionalmente, no pensamos en los mismos términos. También les sucede a Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile. Queremos actuar como región, pero no pensamos regionalmente. En Europa vemos una desintegración que va a llevar a un nuevo tipo de unión. Africa ya está regionalizada y cada vez va a estarlo más, y Estados Unidos no va a tener otra opción que desarrollar una política más intensa hacia América latina. Las grandes preguntas que se van a hacer Rusia y China se están solucionando desde la economía. Es un mundo nuevo y allí, en el aislamiento político argentino, actuamos como dinosaurios o como matones, pero no hay nada en el medio. 

MANO A MANO 

No sólo es difícil ir a una guerra, sino también volver de ella. Las Malvinas son una herida que nunca terminamos de cicatrizar, plagada de simbologías y también de muerte, de locura. Lo que más me sorprendió de Virgina Gamba fue que no trató de ubicarse en el pelotón de los políticamente correctos. Estuvo a un paso, o menos, de justificar la guerra y a los militares que llevaron al país a un conflicto absurdo. Su negativa a hablar de "aventura miltar" y, en cambio, su decisión de elegir la palabra "epopeya", además de la advertencia de que algo tenía que hacer la dictadura porque, si no, se perdían para siempre las islas, son altamente polémicas. Pero, más allá de todo, Gamba tiene una trayectoria en tareas vinculadas con el desarme, la paz, el control de armas ilegales y la seguridad pública que muy pocos tienen en nuestro país. Durante el diálogo le pregunté por qué, con semejante rodaje internacional, había vuelto al país. Me explicó que quería que su hija adolescente, nacida en el exterior, conociera la Argentina y, además, a su abuela. Me gustó esa fuerte apuesta a su familia, a sus orígenes, aunque me quedó la impresión de que aquí todavía está algo desaprovechada. Si diseñó los planes que bajaron la inseguridad en Namibia, Kenia, Ruanda, Tanzania y Mozambique, alguien debería darle una oportunidad de hacerlo aquí, por más que ésa parezca una misión más imposible que la de solucionar el conflicto por las Malvinas.

sábado, 1 de febrero de 2014

Historia de Malvinas

Malvinas: Su historia 
Por el Servicio Histórico del Ejército


El descubrimiento de las Islas Malvinas se adjudicó a diferentes personas. Entre otros, se cita a Américo Vespucio (1501), a Esteban Gómez -en 1520, quien formó parte de la expedición de Magallanes al mando de la nave "San Antonio"- y a los tripulantes de una nave de la armada del obispo de Plasencia, a quienes se atribuyó la concreción del más antiguo asiento malvinense del que se tenga noticias. Respecto de estos últimos tripulantes, se dice que el 4 de febrero de 1540, hallándose en la boca del Estrecho de Magallanes, vieron "unas ocho o nueve islas" delante de la tierra que creyeron firme. Luego abordaron un lugar que llamaron puerto de las Zorras, en la Gran Malvina, donde habrían invernado.

La cartografía y las crónicas de viajes del siglo XVI registraron la existencia de las islas con diversos nombres: De Los Patos, Sansón, San Antón o Ascensión. Entre los navegantes que dieron noticias de ellas, figuraba el capitán holandés Sebald de Weert, quien el 24 de enero de 1600 las avistó, situándolas a 50° 40' de latitud Sur. Una vez en Europa, difundió su carta geográfica, por lo que al archipiélago Noroccidental, en honor a quien las registrara, se lo denominó "Sebaldinas".

El nombre Malvinas se originó en la derivación fonética española del francés "Malouines", ya que el lugar de origen de los primeros navegantes franceses que las visitaron era el puerto de Saint Malo.

Gran Bretaña atribuyó el supuesto descubrimiento y posterior desembarco, al Capitán John Strong. En efecto, el 6 de febrero de 1690, dicho capitán habría navegado el canal que separa las dos islas mayores, al que denominó "Falkland Sound", en honor del vizconde, entonces jefe del Almirantazgo. Tal nombre se extendió primero a la isla occidental, y luego a todo el archipiélago.

La jurisdicción y soberanía de España sobre las islas provenían de un título pontificio, anterior al descubrimiento. En 1493, el Papa Alejandro VI, a través de las Bulas Pontificias, asignó a España, a sus herederos y sucesores todas las islas y tierra firme descubiertas o por descubrir, hacia el Oeste de una línea ubicada a 100 leguas al Oeste de las islas de las Azores o de Cabo Verde, límite que, en junio de 1494, fue ampliado. Ello sucedió al firmarse el Tratado de Tordesillas entre los reyes de España y Portugal.

Con el propósito de proteger la integridad territorial del imperio, mantener el statu quo colonial y sostener la vigencia del principio de exclusividad en las navegaciones y el comercio, España celebró sucesivos tratados con distintas potencias, en los que éstas ratificaron el compromiso de no intervenir en el Atlántico Sur, región donde Inglaterra, especialmente, pretendía establecer una escala, antes de proceder a doblar el temido Cabo de Hornos.

La primera colonización del archipiélago malvinense la realizó Francia. En 1763, ante la pérdida de una gran parte de sus posesiones en favor de Inglaterra, el marino y militar Luis Antonio de Bougainville propuso a su gobierno una indemnización, beneficio que se retribuía con el descubrimiento de las tierras australes y de las islas que se hallaren sobre la ruta.

Esta expedición -la integraban los navíos "El Aguila" (20 cañones) y "La Esfinge" (doce cañones)- zarpó del puerto de Saint Malo en septiembre, y tras una breve recalada en Montevideo, el 3 de febrero de 1764 los marinos franceses divisaron una gran bahía en la Malvina Oriental.

El 17 de marzo, Bougainville emplazó la colonia en Puerto Luis, a una legua al fondo de la bahía, en la costa del Norte. Inicialmente, el establecimiento contó con veintinueve pobladores, entre los que se incluían cinco mujeres y tres niños. Se construyeron casas, un gran almacén y el fuerte San Luis, que poseía doce cañones puestos en batería, y tenía en el centro un obelisco de veinte pies de altura, con la efigie del rey que decoraba uno de sus lados. Bajo sus cimientos se enterraron algunas monedas con una medalla, la que tenía grabada, en una de sus caras, la fecha de la empresa, y en la otra, el rostro del rey, con la leyenda "Tibi serviat ultima Thule". El 5 de abril, Bougainville tomó posesión de todas las islas en nombre del rey de Francia.

España conoció la existencia de la próspera colonia y exigió a Francia el cumplimiento del Pacto de Familia firmado entre los Borbones, en 1761. Fue entonces, cuando el rey español convino en indemnizar a Bougainville por los gastos que le había ocasionado la fundación de la colonia.

El 1º de abril de 1767, Puerto Luis fue reintegrado a España. Ese día, los españoles enarbolaron su bandera, y desde tierra y desde los navíos, se la saludó con veintiún cañonazos tanto a la salida como a la puesta del sol. Algunas familias francesas optaron por quedarse, y el resto, incluida la plana mayor, fue embarcado en las fragatas españolas hacia Montevideo.

El 2 de abril, el Capitán de Navío Felipe Ruiz Puente se convirtió en el primer gobernador español de Malvinas. Cabe referir, que con anterioridad -el 2 de octubre de 1766- Carlos III había creado la Gobernación de las Islas Malvinas, que puso bajo dependencia del Gobernador de Buenos Aires.

Sin embargo, y a partir de 1765, Gran Bretaña renovó su interés en las islas. Ello sucedió cuando una expedición al mando del Comodoro John Byron, que arribó al Atlántico Sur con la misión de reconocer lugares convenientes para establecer una o varias colonias, exploró las costas de la Malvina Occidental, y se asentó en un lugar que el jefe inglés bautizó "Puerto Egmont", en honor al entonces primer Lord del Almirantazgo. En nombre de su rey, tomó entonces posesión de este punto e islas vecinas, y luego siguió viaje rumbo al estrecho de Magallanes.

El 8 de febrero de 1766, otra expedición a las órdenes del Capitán John Mc Bride arribó a Puerto Egmont, donde estableció un torreón de defensa. Mc Bride traía instrucciones de "evitar cuidadosamente toda medida de hostilidad o violencia en el caso de encontrar pobladores de otras nacionalidades". El 6 de diciembre, los ingleses descubrieron Puerto Luis, e intimaron a su jefe la entrega del establecimiento. Ante la negativa de éste, se alejaron de inmediato.


Ante tales sucesos, Carlos III, por Real Orden del 25 de febrero de 1768, ordenó al gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Bucareli, que efectuara el desalojo de los ingleses de Puerto Egmont.

Bucareli confió esa tarea al Mayor General de la Armada Real, Capitán de Navío Juan Ignacio de Madariaga. De Montevideo y para alcanzar dicho objetivo, partieron las fragatas "Santa Rosa", "Industria", "Santa Bárbara" y "Santa Catalina" y el chambequín "Andaluz". En estos navíos iban embarcados 1.500 hombres, entre granaderos, fusileros y artilleros. El 4 de junio de 1770, la flota fondeó en la bahía de Puerto Egmont, y Madariaga conminó al jefe de la guarnición a abandonar la plaza.

Sin mayor resistencia, la guarnición inglesa se rindió el 10 de junio, y la estratégica base quedó a cargo de un destacamento español. Producido este hecho, Gran Bretaña exigió a España una reparación por el ultraje inferido a su dignidad, atacada -según su gobierno- en una situación de paz. El arreglo de devolución, que estuvo precedido por tensas tratativas en las que Francia intervino como mediador, se concertó en Londres, el 22 de enero de 1771, con la firma de la "Declaración de Masserano". Por medio de este documento, el rey español se comprometía a restituir a su par inglés, la posesión del puerto y fuerte Egmont, pero con la reserva de soberanía española que fue aceptada plenamente por aquel país. Al volver la situación al estado anterior al 10 de junio de 1770, quedaba en evidencia, sin duda alguna, la precariedad de la ocupación inglesa.

Por convenio privado, la Corte de España impuso que la retirada inglesa de las islas se efectuara tan pronto como fuese conveniente, una vez restituido el puerto a los ingleses, hecho que se produjo en septiembre de 1771.

En mayo de 1774, se llevó a cabo la evacuación, episodio que se concretó de manera voluntaria y silenciosa. Los ingleses dejaron una placa de plomo -la placa del Teniente Clayton- con la leyenda "Las islas Falkland son del derecho y propiedad exclusivo del Rey Jorge III", símbolo que fue retirado por las fuerzas españolas, y luego llevado a Buenos Aires.

España, entonces, como única soberana, ocupó todo el archipiélago, y desde el 2 de abril de 1767 hasta 1811, ejerció indiscutiblemente su soberanía sobre él, a lo largo del desempeño de una veintena de gobernadores. En 1811, la soberanía de España fue desplazada por el gobierno que surgió de la Revolución de Mayo. El 13 de febrero, por orden del gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, las fuerzas apostadas en Puerto Soledad -al mando del gobernador Pablo Guillén Martínez- fueron trasladadas a esa ciudad.

Con el proceso de independencia, las nuevas repúblicas, constituidas a partir de la transformación política del antiguo imperio español, poseyeron el derecho a tener por límites los de las primitivas unidades administrativas. En consecuencia, las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur formaron parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata, hoy República Argentina.

Por consiguiente, desde el 6 de noviembre de 1820 hasta el 3 de enero de 1833 -momento de la usurpación inglesa- la Argentina tomó posesión, mantuvo y reafirmó su soberanía en el archipiélago en distintas ocasiones.

El 6 de noviembre de 1820, ante instrucciones del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, el Capitán David Jewett -comandante de la nave "Heroína"- ratificó, en una ceremonia de carácter formal los legítimos derechos argentinos, e izó la bandera nacional en Puerto Soledad, saludándola con veintiún cañonazos. Asimismo, distribuyó una carta circular entre los capitanes de los casi cincuenta buques anclados en las caletas próximas, donde les participaba la toma de posesión del archipiélago en nombre del Gobierno de las Provincias Unidas de Sudamérica. Cabe destacar que este documento fue difundido también por la prensa europea.

En agosto de 1823, el gobierno concedió a Jorge Pacheco, el usufructo del ganado lanar salvaje que poblaba las Malvinas, pero éste, desalentado por el mal comienzo de la explotación, vendió los derechos a Luis Vernet, quien llegó en 1826 para arraigarse en Puerto Soledad junto con su esposa María Sáenz.

El 10 de junio de 1829, el Gobernador delegado, Martín Rodríguez, instituyó la Comandancia política y militar de las islas Malvinas, con sede en la isla Soledad, y con un área que se extendía hasta el Cabo de Hornos, en el Atlántico. Luis Vernet ejerció el cargo de Gobernador desde el 29 de agosto de ese año, y se aplicó a la tarea de hacer cumplir los reglamentos sobre pesca de anfibios, que realizada en forma indiscriminada por parte de los loberos y balleneros extranjeros, constituía un grave problema.

Sin embargo, el pago por derecho de anclaje fue sistemáticamente eludido por los balleneros. En agosto de 1831, tras un incidente con tres pesqueros norteamericanos, Vernet se retiró a Buenos Aires, donde arribó con la goleta "Harriet" -cuyo cargamento había incautado- con el fin de someter el caso al fallo del Tribunal de Presas.

En dicha ocasión, el cónsul norteamericano en Buenos Aires desconoció el derecho argentino a reglamentar la pesca en las Malvinas. A fines de ese año, personal de la corbeta de guerra "Lexington", de la Armada de los Estados Unidos, incursionó en Puerto Soledad al mando del Capitán Silas Duncan y cometió hechos gravísimos: se saquearon los bienes y las propiedades, se destruyeron las instalaciones de artillería, y los principales pobladores fueron conducidos a Montevideo.

La acción cometida por Duncan causó conmoción en Buenos Aires. En junio de 1832, el nuevo Encargado de Negocios norteamericano, Francis Baylies, siguiendo instrucciones de su gobierno, exigió la desautorización de Vernet, la devolución de los bienes incautados por él, y el pago de una indemnización. A su vez, puso en duda la legitimidad de los títulos de soberanía argentina. Ante tales circunstancias, el gobernador, Juan Manuel de Rosas, lo declaró "persona no grata" y le extendió los pasaportes correspondientes.

La Argentina inició ante el gobierno norteamericano, el reclamo por las pérdidas sufridas. En 1838, Carlos de Alvear presentó la primera queja en Washington. Téngase en cuenta, al respecto, que nuestra representación diplomática en ese país, sólo fue cubierta a partir de ese año. Y fue recién el 4 de diciembre de 1841, cuando aquel gobierno consideró que no debía dar una respuesta a la queja presentada, porque el derecho argentino a la jurisdicción sobre las islas, era disputado por otra potencia, y una respuesta en esas circunstancias, hubiera implicado un desvío de la que hasta entonces había sido su política cardinal.

Hacia fines de 1885, el Ministro Vicente Quesada renovó el desacuerdo argentino ante el Secretario de Estado Tomás F. Bayard, quien reafirmó la posición de su gobierno sobre el asunto, cuyo término sólo encontraría solución, siempre que Gran Bretaña reconociera la soberanía argentina sobre las Malvinas.

El 18 de marzo de 1886, en comunicación al gobierno argentino, Bayard consideró inaplicable la llamada "doctrina Monroe" al caso Malvinas. Y hasta la fecha, el gobierno estadounidense no ha dado las satisfacciones debidas por este vandálico proceder.


Usurpación inglesa 

El gobierno inglés tenía noticias sobre el estado y población de las Islas Malvinas, datos que le fueron aportados por el Capitán Fitz Roy, luego de su periplo al Sur, en 1829. Entonces, Gran Bretaña emprendió, nuevamente, la posesión de las islas, como una escala para descanso y abastecimiento, en la ruta de navegación hacia Australia y Tasmania por el cabo de Hornos o por el estrecho de Magallanes.

Prologada por el atentado de la "Lexington", la invasión inglesa quedó a cargo del Capitán John James Onslow, quien el 2 de enero de 1833, al mando de la fragata "Clío", se lanzó al ataque de Puerto Soledad. Poniendo en práctica su estrategia, penetró en la bahía, donde se encontraba la goleta argentina "Sarandí", al mando del Teniente Coronel José María Pinedo, a quien le comunicó las órdenes del Almirantazgo, consistentes en tomar pronta posesión de las islas.

Pinedo atinó a dejar sentada una protesta formal y designó un representante. Pero se embarcó en la goleta y regresó con su gente a Buenos Aires, donde fue sumariado por no resistirse de manera apropiada a la usurpación. Días después, fondeó en la bahía la goleta "Beagle", cuyo comandante era Fitz Roy.

Esta nueva situación llevó a la colonización permanente de las islas y al desmembramiento de la unidad territorial argentina. En Puerto Soledad, los ingleses hicieron uso de las instalaciones y de la mano de obra contratada por la empresa Vernet. Con el pretexto de estar bajo dominio británico, el encargado de los almacenes, William Dickson, irlandés, rechazó los vales firmados por el ex gobernador, que los peones argentinos recibían como pago de salarios. Además, el capataz Juan Simon, francés, junto con Mateo Brisbane, ex mayordomo de Vernet, pretendieron incrementar el trabajo del personal argentino.

Tres gauchos y cinco indios charrúas, conducidos por Antonio Rivero, se sublevaron, y luego de una corta lucha en la que murieron Brisbane, Dickson y Simon, tomaron la casa de la Comandancia, el 26 de agosto de 1833. Arriaron entonces la bandera inglesa, e izaron el pabellón nacional que, por casi seis meses, ondeó en Puerto Soledad.

En enero de 1834, dos embarcaciones inglesas arribaron al puerto. El Teniente de Marina Henry Smith, nombrado Comandante de la isla, izó nuevamente la bandera inglesa e inició la persecusión de los sublevados. De a uno, los gauchos cayeron en manos de los invasores. Rivero, solo, sin resistencia, se entregó el 18 de enero.

Los prisioneros fueron remitidos a Gran Bretaña para ser procesados. Sin embargo, el gobierno inglés permitió su regreso, pues consideró que los hechos no habrían ocurrido en territorio de la Corona.

Mientras tanto, los sucesos sobre el desalojo argentino de Malvinas fueron puestos en conocimiento de las autoridades bonaerenses, en un detallado informe presentado por Pinedo. El gobierno de Buenos Aires, encabezado por Juan Ramón Balcarce, inició el reclamo por el atropello. Ello se hizo ante el Encargado de Negocios británico, Philip Gore, mientras que el 24 de abril, el Ministro Plenipotenciario Dr. Manuel Moreno, pidió a la Corte de Londres una explicación oficial sobre la ocupación de las islas.

El gobierno británico avaló la actuación de Onslow. Moreno presentó una Memoria-Protesta el 17 de junio -impresa en inglés y en francés- y a fines de ese año, difundió un folleto en inglés denominado "Observaciones sobre la ocupación por la fuerza de Malvinas por el Gobierno Británico en 1833", destinado a divulgar el problema suscitado entre los círculos diplomáticos europeos. Pero en 1842, Inglaterra dio por terminada la cuestión, y estableció en las islas una administración civil, dirigida por un gobernador.


Revista del Suboficial