jueves, 30 de marzo de 2017

Nicolás Kasanzew y su experiencia como corresponsal

El conmovedor testimonio del único corresponsal de guerra argentino en Malvinas
El periodista Nicolás Kasanzew llegó a las islas el 2 de abril. Vivió bajo fuego y fue testigo de todo lo que se calló y se ocultó durante la guerra. La censura, la relación con los soldados, las noches de insomnio y la difícil vuelta al continente. Cómo se buscó desmalvinizar 
Por Silvia Mercado | Infobae


Nicolás Kasanzew es el único periodista argentino que cubrió la guerra de Malvinas hasta el final. Lo hizo para ATC y bajo extremas condiciones de censura. Hasta que volvió al continente no se enteró cómo salían sus reportes para televisión ni tampoco las notas que enviaba a Siete Días.

Por ser "la cara de la televisión en la guerra" pagó un alto costo personal y tuvo que irse del país para ejercer su profesión. Aquí lo despreciaban los militares que habían vuelto derrotados y los civiles que queríamos olvidar ese fallido intento de recuperar las islas. Sin embargo, su trabajo periodístico fue excepcional y está reflejado en dos libros de calidad extraordinaria, Malvinas, a sangre y fuego y La pasión según Malvinas. Recorrer esas páginas es un desafío a las esquematizaciones, ya que presentan datos prácticamente desconocidos y perspectivas muy profundas y originales. Aquí su testimonio para Infobae.

–Nicolás, usted tuvo una distinción del Congreso de la Nación en el gobierno de Raúl Alfonsín, junto a otros civiles, por su participación en la guerra de Malvinas. ¿De qué se trató?

–Sí, en 1986, una ley del Congreso de la Nación equiparó los civiles a los soldados conscriptos, y por supuesto eso fue muy honorífico para mí. Después, en el año 1995, el Ejército me condecoró con la Orden a los Servicios Distinguidos por mi desempeño en Malvinas.

–Es interesante ver que hubo muchos civiles que tuvieron un rol destacado en las Malvinas, usted en su calidad de periodista. ¿Sabía que habían participado tantos civiles?

–Por empezar, una cosa que se olvidó es que 200.000 civiles se anotaron como voluntarios para ir a defender nuestra soberanía en Malvinas. Se anotaron pilotos civiles que decían que querían ir a estrellarse contra la flota inglesa con sus avioncitos, se anotaban lisiados con sus sillas de ruedas, se anotaban personas mayores como mi maestro scout, que tenía 73 años, voluntario número 17 que hubiera hecho un muy buen papel. A ninguno de ellos los terminaron mandando. Fuimos pocos los civiles que participamos, pero había gente de vialidad, marinos mercantes, médicos. De hecho, 18 civiles murieron en combate, aportaron su cuota de sangre para defender la soberanía. Eso tampoco se tiene en cuenta.

–Es sorprendente, porque es lo que permite comprender que la guerra tuvo un gran respaldo de la sociedad civil.

–Si no se entiende eso no se puede entender la guerra de Malvinas, porque siempre se habla de que los generales y almirantes fueron a la guerra. Nunca lo pensaron, ni en las peores pesadillas, cayeron en una trampa, el famoso "guiño" que les hicieron desde el Pentágono por una provocación inglesa. Después no pudieron dar marcha atrás por los civiles, por las plazas llenas de gente. Cuando Galtieri se da cuenta que Estados Unidos no va a ser neutral, que él cayó en una trampa, le dice al ministro de defensa (Amadeo) Frúgoli que saquen las tropas de Malvinas. Y Frúgoli le dice "no podemos, la gente nos va a colgar en la Plaza de Mayo", me lo contó su sobrino. La gente había plebiscitado la recuperación de las Malvinas en todo el país y ya no se podía ir para atrás. Si no se entiende eso, no se entiende la improvisación. Lo único planificado fue el 2 de abril, después todo fue improvisación, nunca pensaron ir a la guerra los militares, y ya no pudieron retroceder.


–Llegó el 2 de abril de 1982 a Comodoro Rivadavia, ¿había muchos periodistas?

–Sí, estaba lleno de periodistas, pero no nos dejaron cruzar ese día a las Islas. Recién al otro día cruzamos unos 40 periodistas, pero nos tuvieron allí dos horas y nos hicieron volver. El 4 de abril ya no dejaron entrar a nadie, así que Daniel Mendoza, aquel famoso periodista con su seducción tan particular, consiguió subirse a un avión y me hizo subir a mí. En abril yo iba y venía, porque como no se podían hacer transmisiones desde Malvinas, yo iba a Comodoro a transmitir. Hasta que el 23 decidí no salir más de Malvinas porque se cerró el bloqueo y me iba a perder la cobertura de la guerra. Pasó algo extraño. Durante abril llegaban periodistas a hacer su nota, y se iban. Yo soy testigo de que el general Menéndez les ofrecía quedarse en las Islas y nadie quiso quedarse. Ese es el motivo por el cual yo fui el único periodista argentino que cubrió toda la guerra.



–Notable. ¿Había con usted un camarógrafo de ATC, no es cierto?

–Sí, Alfredo Lamela, un tipo muy valiente. Cuando tiran, la instintiva reacción de un ser humano es agacharse, para protegerse, y así arruinás la toma. Alfredo no se agachaba.

–¿Había periodistas de Télam también?

–Lo de Télam es una historia aparte. Había una agencia de cinco periodistas y uno de los periodistas, Diego Pérez Andrade, inventaba noticias. Por ejemplo, que el piloto Luis Valko había muerto atacando con su Pucará un portaaviones, lo cual es una locura, nunca pasó. Ya tenía su gloria de haber muerto en combate, no era necesario. Mientras inventaba cosas más o menos inocuas, triunfalistas, pasaba. Pero un día inventó que en un ataque inglés murieron 15 kelpers y Menéndez se enojó porque él cuidaba a los kelpers más que a los soldados argentinos. Cuando le preguntaron por qué mintió, dijo que estaba haciendo acción psicológica. Entonces, el 5 de mayo cerraron la agencia Télam en Malvinas y los muchachos decidieron quedarse en el hotel. Pérez Andrade siempre se jactó de haberse quedado tomando del mejor whisky en el hotel, y dos días antes de la rendición Menéndez recién les devolvió los equipos. O sea, que no cubrieron la guerra por ese motivo.

–Es decir que Alfredo y usted fueron los únicos.

–Así es, los únicos, desde el principio hasta el final, desde las Islas.

–Cuéntenos cómo era el trabajo que hacían.

–Era un trabajo muy difícil, porque me habían asignado un censor, un capitán de Ejército que cuando me acompañaba decía "esto se puede filmar, esto no", y cuando no nos acompañaba, miraba en el viewfinder de la cámara y las cosas que no le gustaban me obligaba a borrarlas. Yo le rogaba que no las borrara, que las guardara él, eran imágenes para la historia, pero fue implacable. Incluso me amenazó con una corte marcial. Ese era el primer filtro. Nosotros después mandábamos con los Hércules que burlaban el bloqueo el resto del material. Recién cuando vuelvo al continente me entero que mi material pasaba distintos escalones de censura. Mis compañeros de Canal 7 me dijeron que el 90 o 95 por ciento de lo que mandamos fue destruido, no solo no emitido, directamente destruido. Te imaginás que hasta el día de hoy sangro por la herida.


–Además era corresponsal de la Revista Siete Días. ¿Qué pasó con esas notas?

–Escribía mi diario de guerra para Siete Días, que tampoco pude leer durante la guerra. Cuando vuelvo me doy cuenta que a mis notas les habían adosado introducciones triunfalistas. Le reclamé a mi editor y me dijo que si no agregaba eso, no le dejaban publicar nada. No tendría que haber publicado nada, le dije. Por suerte, yo conservo mis manuscritos y los télex que no se pueden falsificar, donde puedo probar que esas introducciones triunfalistas no eran mías. Había gran censura, como en toda guerra, por otro lado.

–Por cierto. Lo importante es que en el caso de Siete Días tiene la documentación para probarlo, pero en la televisión no, aunque está claro que era un periodista en la zona misma de la guerra.

–Así es, yo era -aunque no en los papeles pero sí en los hechos- un corresponsal de guerra. No era un periodista en zona de peligro, sino un periodista que participa del esfuerzo bélico de su país y se subordina a los mandos de ese país, esa es la definición de corresponsal de guerra para la Convención de Ginebra.

–¿Está seguro entonces de que no hay forma de recuperar los materiales que no se emitieron?

–No lo digo yo, sino mis compañeros de ATC que vieron cómo eran veladas las películas y borrados los casetes. Durante la guerra a mí me prohibieron filmar soldados conscriptos para que no se viera que eran bisoños, cosa que seguí haciendo primero por una cuestión de ética profesional, pero también porque ellos querían salir y que los vieran sus familias. Se borraron cantidad de imágenes porque había soldados conscriptos en esas tomas. Cuento otra. Carlos Alberto Molteni, piloto de combate, ataca a los ingleses en Darwin, su numeral cae, vuelve de ese combate y yo lo entrevisto en caliente. Molteni es un personaje muy pintoresco, muy divertido, cantante de tangos, entonces yo le pregunto si llevaba su equipo de supervivencia por si era derribado. Me contesta, "no, yo cuando salgo a volar no llevo ni el peine". Cuando lo vieron en ATC destruyeron la nota, se horrorizaron. Era un combate aéreo contra tropas inglesas, había vuelto, y destruyeron por esa nimiedad la nota.



–¿Dónde vivía cuando estaba en las Islas?

–Los civiles, algunos curas, algunos personajes de los servicios de inteligencia, vivíamos en una hostería llamada Upland Goose, manejada por kelpers. Todas las mañanas salíamos con Alfredo a buscar notas, lo que era muy difícil por el censor que tenía encima. Encontré la solución que era ir al aeropuerto después del 1° de mayo, que era bombardeado tres y cuatro veces por día. Tenía las escenas de acción y la gente de la Fuerza Aérea me dejaban deambular con libertad. Dentro de eso, los soldados se me acercaban porque tenían hambre y necesidades. Yo me dedicaba dos horas por día a comprarles cosas, incluso a veces con mi plata, porque Menéndez no quería que fueran a los supermercados, para no desabastecer a los kelpers.

–¿Es normal que un corresponsal de guerra se involucre con un conflicto como usted lo hizo, con su pasión y emoción?

–Bueno, como le dije la definición de corresponsal de guerra según la Convención de Ginebra, el corresponsal de guerra participa del esfuerzo bélico de su país. En este caso se trató de una causa noble, de una guerra limpia. Yo era periodista pero, básicamente, era argentino. Al punto tal que cuando llegamos con mi camarógrafo nosotros les pedimos que nos preparen para la defensa, y se murieron de risa.

–Después de la derrota, ¿volvieron a entrar al canal?

–Sí, volví a entrar al canal para ser un marginado, porque el nuevo hombre fuerte del Ejército, el general (Cristino) Nicolaides, decía que había que olvidarse de Malvinas, por eso escondieron a los que volvieron. Primero me prohibieron entrevistar a los soldados que volvieron de la guerra, me prohibieron hacer notas sobre Malvinas, después me sacaron del noticiero y finalmente me dejaron sin trabajo. Luego me hicieron una campaña de difamación que estoy seguro salió de la inteligencia del Ejército, porque yo me puse a escribir mi primer libro. Al no haber podido contarle a los argentinos lo que había pasado con las imágenes y todo lo que viví, quise ponerlo en un libro. Como temían lo que yo podía escribir, me difamaron.

–¿Por qué cree que la sociedad también se olvidó de la guerra?

–Evidentemente somos un pueblo obscenamente exitista. Perdimos la guerra y todo el mundo dio la espalda. Si otra hubiera sido la historia no hubieran negado que estuvieron en Plaza de Mayo respaldando la recuperación. Ese exitismo, sumado a que se intentó mezclar todo, demonizar a las Fuerzas Armadas completas sin separar la paja del trigo. Malvinas coincidió solo cronológicamente con el gobierno militar. En todo lo demás fue distinto. No tenía nada que ver una cosa con la otra. Malvinas fue una guerra noble por una causa justa que nada tuvo que ver con los militares que gobernaban. Los que pelearon fueron a defender la bandera de San Martín y Belgrano.


–Si tuviera la posibilidad de elegir de nuevo si viajar o no a cubrir la guerra de Malvinas, ¿qué decisión tomaría?

–Si existiera una máquina del tiempo volvería a hacer todo lo mismo que hice, salvo en un aspecto: escondería el material, no permitiría que me lo destruyeran. Lo pude hacer después que se perdieron los primeros siete rollos fotográficos que envié, pero no con el material para televisión.

–En su segundo libro, La pasión según Malvinas, hay gran cantidad de fotos que usted mismo tomó.

–Sí, porque aprendí de eso y seguí sacando fotos, pero las mandaba de contrabando con un aviador naval. Gracias a él estas fotos están para la historia, sino tampoco estarían.



–Nicolás, se van a cumplir 35 años de esta experiencia que tanto lo marcó en su vida personal y también a los argentinos. ¿Qué mensaje puede dejarnos a los que no estuvimos ahí y a los argentinos que no habían nacido en 1982? ¿Qué nos puede decir de la guerra y, más que nada, de la guerra de Malvinas?

–La guerra es la barbarie siempre. Afortunadamente en esta guerra hubo gran cantidad de actos de nobleza y amor al prójimo, de argentinos que dieron todo por amor. Pero sobre todo yo quisiera decirle a los argentinos que nosotros que nos creemos los más vivos de todo el mundo, en realidad, nos compramos todos los buzones.

–¿Por qué?

–Hubo una gran mentira de que fue "una guerra de la democracia contra la dictadura". Es una falacia de la señora Thatcher, que no podía decir que se lanzaba a una guerra para recuperar unas colonias. Nosotros no estábamos condenados a la derrota -lo dice el almirante (Sandy) Woodward- porque no gana el que tiene el mejor equipo sino el que tiene la voluntad más fuerte, como la que tenían nuestros soldados y oficiales. Los panfletos británicos eran los que decían que solo podíamos perder, pero no era cierto. Fue una guerra heroica, y pasados los años va a estar a la par del Cruce de los Andes y de la Batalla de Obligado, no tengo la menor duda.

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