viernes, 10 de enero de 2014

FAA: La operación Aries 82

ARIES 82
El transporte de la FAA en el Conflicto del Atlántico Sur 

por R. Quiroga y S. Villegas



"Los buques británicos podían detectar a los Hercules C-130 desde unos 35 km, aunque volaran rasante. Cuando los comandantes advertían el peligro, debían tomar la ruta de escape. Volando a esa cota, cualquier viraje era un problema agudo, ya que la gran envergadura del Hercules hacia imposible darle demasiada inclinación para evitar la superficie oceánica".
Condensado de Puente Aéreo a Malvinas - Brig. My. Rubén O. Palazzi - (R.N.A.E. Aeroespacio, junio, 1984).

Aparentemente se trataba de una reunión de rutina de las que se acostumbraban realizar en el Grupo de Transporte Aéreo 1. Era la primera de 1982 y los tripulantes que concurrieron aquel 1 Abr, a !as 17:00 h, no sospechaban que estaban en vísperas de acontecimientos que signarían sus vidas para siempre.

No obstante, tan pronto como el Jefe de Grupo comenzó a hablar, los oficiales y suboficiales que lo escuchaban comprendieron que sus palabras estaban muy alejadas de lo que era corriente en circunstancias parecidas. El oficial superior que exponía ante los sorprendidos tripulantes describió los movimientos de una operación aerotransportada para trasladar personal y material, cuya entrega se efectuaría por aterrizaje desde las primeras horas del día siguiente (2 Abr). Un fuerte murmullo coronó el anuncio del aeródromo de destino de esos medios: el entonces Pto. Stanley, y muy poco después Pto. Argentino.

Esa operación fue bautizada Aries 82, y su planeamiento había comenzado en silencio algunos días antes. Para la ejecución de los distintos momentos previstos se utilizarían cuatro C-130H Hercules, cinco Fokker F-28 Mk 1000 Fellow- ship, un G-II Guaraní, de factura nacional y finalmente un Fokker F-27 Friendship que cumpliría las tareas de búsqueda y salvamento. Todos estos transportes pertenecían a los escuadrones de la I Brigada Aérea con asiento en El Palomar. Los detalles acerca de la misión a cumplir: horarios, indicativos, frecuencias radiales y tantos otros datos, comenzaron a ser esmeradamente anotados por el ahora tenso auditorio que, poco a poco, empezó a comprender que sería protagonista de acontecimientos históricos para los argentinos.

Los tripulantes de los Fokker F-27 y F-28 eran antiguos conocedores de lo que a partir del día siguiente sería la zona de operaciones. Los servicios que cumplían por cuenta de Líneas Aéreas del Estado (LADE) los habían familiarizado con la pista de la capital malvinense, pero no sucedió lo mismo con los pilotos de los Hercules. Pocos de ellos habían operado en Pto. Stanley, excepto algunos que habían llevado carga el año anterior, y la tripulación de un KC-130 que, durante una salida de exploración aérea lejana poco antes del 2 Abr, se había visto obligada a aterrizar para subsanar un desperfecto técnico. Sobre ese hecho intrascendente se tejió luego una pequeña historia. Sin embargo, prácticamente todos los pilotos conocían las características generales del aeropuerto colonial por haberlo sobrevolado reiteradamente en su trayecto hacia la BA Marambio (Antártida) y en las tareas de exploración que habitualmente se efectuaban hasta las Georgias y Sandwich del Sur.

Con el lanzamiento de la Operación Rosario (recuperación de las Malvinas) la sede de la IX Brigada Aérea (C. Rivadavia) adquirió un movimiento inusitado. A partir de la 1:00 h del 2 Abr comenzaron a arribar los C-130 y poco tiempo después se aproximaron a la plataforma los efectivos del Reg. Infantería 25, de la Compañía de Ingenieros de Combate 03 y del Comando Brigada IX, pertenecientes al Ejército, que serían los primeros elementos de las fuerzas terrestres transportados por vía aérea hacia las islas liberadas.

El primer C-130, cuyo indicativo era Litro 1, despegó hacia las islas a las 5:50 con 108 personas que integraban parte de los equipos imprescindibles para dar pleno funcionamiento al aeropuerto de destino. Poco después siguieron otros dos Hercules con más unidades del Ejército Argentino y de inmediato hicieron lo propio los F-28. Los 957 km de vuelo a las islas exigían a los C-130 alrededor de 1 h 50 min de vuelo. El primero no pudo aterrizar hasta las 8:45, esperando que los obstáculos que habían dispersado sobre la pista las fuerzas de ocupación británicas fueran removidos.



En la última semana de abril, los C-130 realizaron 91 vuelos desde Comodoro Rivadavia, pero en mayo fue imposible sostener ese ritmo a causa del fuego enemigo.


El puente en marcha

Desde el sábado 3 Abr se activó la ejecución de la fase sostenimiento del plan en desarrollo. De inmediato la prensa local denominó "puente aéreo" a los vuelos que se efectuaban entre las bases continentales y Pto. Argentino. Técnicamente fue algo más que un simple "puente aéreo": constituyó la operación más importante realizada por la aviación militar argentina de transporte desde su creación, no obstante prevaleció el nombre popular que se le adjudicó.

Poco tiempo después los aviones de la I Brigada Aérea tendrían que mantener un vital cordón umbilical para abastecer a la Guarnición Militar Malvinas dado que la Zona de Exclusión Total (ZET) establecida por el Reino Unido impidió el abastecimientos a las islas por vía marítima.
Durante los dos días de operación -2 y 3 Abr- que especificaba el plan original, se volaron 259 h trasladando a 1 761 pasajeros y 272 t de carga general, al servicio del Ejército y la Fuerza Aérea Argentina. En ese breve lapso se ejecutaron 33 salidas predispuestas, pero al comenzar la fase de sostenimiento se hicieron regresar algunos aviones a EI Palomar. Para satisfacer las necesidades de transporte aéreo de las Fuerza Aérea Sur (FAS) destinaron a C. Rivadavia dos C-130H y dos F-28, que a requerimiento podían trasladar en conjunto 350 hombres y cerca de 50 t de carga.

Al agravarse la situación política, el 7 Abr se puso en acción el Comando Aéreo de Transporte para centralizar todas las necesidades de esa índole en coordinaci6n con el Estado Mayor Conjunto (EMC). Este ú1timo organismo determinaría las prioridades y los modos de transporte a utilizar con destino a las islas. Hasta aquel momento la Fuerza Aérea Argentina había transportado 3 122 efectivos y 600 t de carga, volando un promedio diario de 108 h durante cinco días de actividad. Una vez organizadas las líneas aéreas de comunicación con la zona interior, se emplearon en las rutas troncales cinco Boeing B-707, dos C-130H, un F-28 y tres F-27, en tanto que las líneas secundarias dentro del teatro de operaciones continental eran frecuentadas por otros Hercules, Fellowship, Friendship y G-II. El puente aéreo se mantenía activo con los aviones anteriormente asignados.

La fase de sostenimiento planeada resultaba desbordada por los acontecimientos que se aceleraban. Desde el 15 Abr, cuando se suspendió definitivamente el tránsito logístico marítimo, el problema se agravó. Hasta el 9 Abr se habían volado 1 080 h para trasladar 1 956 hombres de la Fuerza Aérea Argentina, 3 443 del Ejército y 381 de la Armada Argentina, más 613 t de carga para la Fuerza Aérea, 412 t para el Ejército Argentino y 115 t para la Armada. Para descongestionar el aeropuerto de C. Rivadavia se comenzó a usar el de Río Gallegos (GAL) y de esa forma cada cruce sobre el mar hacia las Islas Malvinas se redujo en 185 kilómetros.

A medida que los pedidos de transporte por aire se incrementaban rápidamente, el Comando Aéreo de Transporte destacó un Elemento de Control de Transporte Aéreo (ECTA) en C. Rivadavia para dar mayor flexibilidad a los movimientos aéreos. Mientras tanto el aeropuerto de la BAM Malvinas trabajaba las 24 h del día y la actividad disminuía ligeramente con meteorología adversa.

Los mínimos meteoro1ógicos establecidos para la pista 26 (08-26) eran 100 m de techo y 2 000 m de visibilidad horizontal, para la operación diurna y nocturna indistintamente, mientras que la circulación visual hacia la cabecera 03 necesitaba un techo de 190 m. Esas cifras simplemente tuvieron un valor teórico; en numerosas ocasiones se operó con 50 m de techo y no más de 500 m de visibilidad. Por esas razones, y los intensos vientos cruzados, las operaciones IFR (1) sufrieron demoras y hubo cancelación de vuelos.

Además, en la BAM Malvinas no podían operar más de seis aviones en forma simultánea. Allí el personal de la Terminal Aérea de Cargas (TAC) se multiplicaba para abreviar las tareas de recepción y despacho. En estas circunstancias se registró que en un lapso de 22 h de trabajo continuo llegaron a atender a 76 aparatos de diversos tipos, con medios auxiliares limitados. Esa cifra determinó una demora de 15 min en promedio por cada avión, lo cual estableció un verdadero récord en razón de la precariedad de recursos existentes.

El intenso movimiento en la BAM Malvinas saturó su capacidad operativa debido a que la casi totalidad de los despachos desde el continente se hicieron por medio aéreo, con destino a una terminal única, con facilidades de estacionamiento y manipulación limitados, y que además debía soportar situaciones meteorológicas marginales con alarmante frecuencia. Esta circunstancia exigió rapidez en el desembarco de pasajeros y carga, y la demora dependía de la forma de acondicionamiento y peso de los materiales.

Por otro lado, la distribución de los medios, desde el aeropuerto hasta los sitios de empleo, almacenamiento o estacionamiento, se hacía bajo la responsabilidad de cada fuerza, con cierta lentitud en virtud de la casi inexistente infraestructura vial. Por tal razón los helicópteros fueron utilizados hasta el máximo de sus capacidades.

El 29 Abr se cerró una etapa de intensa actividad para la aviación de transporte, porque con las primeras horas del día se difundió el primer alerta rojo en las islas. Sin embargo los vuelos de los F-28 y C-130 continuaron hasta las 17:00 h, efectuando un total de 14 salidas que posibilitaron el transporte de 158 t y 126 pasajeros a lo largo de la jornada. En ese ajetreado período se habían llevado desde el continente hasta las islas 9 215 pasajeros y 5 003 t de carga general, para lo cual se requirieron 1 929 h de vuelo. La segunda fase de ese prolongado puente aéreo se iniciaría en poco tiempo, como único nexo de unión con las bases continentales. Durante esos días los tripulantes de transporte darían al mundo un ejemplo de profesionalismo militar y coraje.


Como el tiempo y la seguridad eran prioritarios, la ventaja del transporte aéreo fue inestimable, máxime que la comunicación vía marítima estuvo muy limitada. Cabe recordar que la ZET comenzó el 12 Abr a la 1:00. 


Malvinas bajo fuego

Cuando estalló la guerra las tripulaciones de las aeronaves de transporte se dispusieron a asumir su responsabilidad sin hesitación, sabiendo que cuanto se esperaba de ellos requería valor y estabilidad emocional. El transporte aéreo debía continuar, teniendo en cuenta que los combates acentuarían la demanda de abastecimientos y evacuaciones sanitarias. Pero no todos los aviones que habían participado en la primera fase del puente estaban en condiciones apropiadas de seguir operando, ahora bajo el riesgo del fuego enemigo.

Para evitar detecciones por radar y las consiguientes interceptaciones, los vuelos se deberían cumplir a muy bajas cotas, factor que demandaría una carga mayor de combustible. La permanencia en tierra tendría que limitarse a muy escasos minutos y tal vez mantener los motores en marcha. La carga de combustible en Pto. Argentino fue excluida por la dilación que producía el abastecimiento y la escasez de ese elemento en las islas. La sorpresa sería un requisito inexcusable, porque de otra manera los pesados transportes resultarían presa fácil de los cazas británicos.

Estas exigencias definieron al Hercules C-130H como el modelo más apto para las operaciones futuras, por su excelente carga de pago, gran autonomía, capacidad para el vuelo rasante y ausencia de servidumbres durante la carga y descarga. El Hercules tiene una carga útil de aproximadamente 35 t y un peso máximo para despegue normal de 70 307 kg que podrían ser incrementados en caso de usar los procedimientos de "emergencia de guerra" y "máximo esfuerzo". No obstante, se decidió no exceder un peso de aterrizaje que facilitase la aplicación de la técnica del "máximo esfuerzo" al operar en la pista de la BAM Malvinas. Para esa circunstancia, se apreció que sería conveniente contar con una carga de pago de 15 890 kg, con lo cual se podría volar más de 4 h a muy baja altura con buena velocidad de crucero, disponiendo de un remanente de combustible para niveles más a1tos, lejos de las islas.

El C-130H, además, podía hacer entrega por lanzamiento con paracaídas, de carga, tropa y armas. Para el aterrizaje normal requiere una calle de 25 m de ancho, pero durante las operaciones tácticas puede hacerlo en sólo 19 m. La pista de la BAM Malvinas había recibido un impacto de bomba en la franja izquierda de la cabecera 26, pero no impedía la actividad de esta clase de aparatos. Este incidente, más otros factores, impidieron el empleo de aviones utilizados en la primera fase del puente aéreo tales como el F-28, B-737 y BAC 1-11.

Durante los 44 días posteriores al 10 May, el Escuadrón Aéreo I (Hercules C-130) de la I Brigada Aérea desarrolló procedimientos de entrega de abastecimiento aéreo por aterrizaje (417 t de carga), lanzamiento en paracaídas (17,5 t de municiones y víveres para el Ejército Argentino en Darwin y Bahía Fox) y abastecimiento en vuelo de combustible (93 escuadrillas de la Fuerza Aérea Argentina y 20 de la Armada Argentina en 29 salidas de los KC).

El puente aéreo se reinició el 6 May, después de varios días en que la meteorología mantuvo a los aviones en tierra. El primer C-130 que aterrizó en la BAM MLV fue el identificado como Tigre, a las 15:50 h aproximadamente, después de volar 3 h 50 min desde C. Rivadavia siguiendo rutas inusuales. Allí dejó 14 t de carga y retornó de inmediato al continente con 23 heridos a bordo. Esa actividad continuó en las semanas sucesivas mediante el empleo de dos a tres Hercules, cuyas tripulaciones eran relevadas periódicamente. A fines de mayo se habían dejado en Pto. Argentino 354 t de abastecimientos y 241 pasajeros, trasladando 151 evacuados.

Entre las experiencias más emocionantes que atesora el Escuadrón Aéreo I se cuentan los dos lanzamientos con paracaídas de elementos imprescindibles a unidades del Ejército Argentino. El primer vuelo se efectuó el 19 May, con destino a Darwin; en esa ocasión se transportaron ocho contenedores A-22. El lanzamiento se realizó sin inconvenientes a las 16:04 h, después de una navegación táctica (a bajo nivel) hasta la zona de entrega. La operación fue controlada desde tierra por un Equipo de Control de Combate (ECCO), destacado para asegurar el apoyo terrestre y orientar por radio al avión en la corrida final.

El segundo vuelo de este tipo tuvo por objetivo a las unidades del RI 8 que estaban desplegadas en Bahía Fox y se cumplió al día siguiente.
El martes 19 Jun el Escuadrón Hercules registró su primera y única baja en la guerra. El TC-63 (1) despegó a primera hora para cumplir una tarea de exploración y reconocimiento, imprescindible para reunir información sobre la Fuerza de Tareas británica. A las 10:40 h se interrumpió el contacto. Posteriormente fuentes británicas informaron que el TC-63 había sido derribado con fuego de misiles y cañones por Sea Harrier.
El 13 Jun, con el despegue del C-130H Cobre durante la noche desde la BAM Malvinas, evacuando 48 heridos, finalizó el "puente aéreo" sostenido con grandes dificultades y zozobras, pero con enorme voluntad, a lo largo de 44 días de operaciones militares durante el Conflicto del Atlántico Sur

May/Jun 2002 - Aeroespacio 547

jueves, 9 de enero de 2014

Biografías: Sub My (RE) Jorge Hernández (IMARA)

El encargado del batallón que arruinó el picnic

El suboficial mayor retirado Jorge Hernández cuenta su experiencia en las islas con el BIM5 y su relación con el contralmirante Robacio, con quien escribió Desde el frente.


Hernández hojea el libro que escribió con Robacio en busca de una cita textual.
Por Gustavo Pereyra

El suboficial mayor retirado Jorge Ramón Hernández fue el encargado del memorable Batallón de Infantería de Marina Nº 5 (BIM5), que comandó el entonces capitán de fragata Carlos Robacio, y combatió hasta lo último en la guerra con Gran Bretaña por las islas Malvinas.

"La batalla fue dura —recuerda Hernández—. Estuvimos 44 días bajo cañoneo. Hasta que llegó el momento de la verdad."

Hernández se refiere al “enfrentamiento grande” que tuvo el BIM5 y que desembocó en el 14 de junio, cuando finalmente la Argentina firmó la rendición.

A 30 años, dice que pensar en la guerra es horrible, pero en aquel entonces él no se la quería perder: "Con 29 años como infante de Marina, quería probarme en combate".

Después de Malvinas, Hernández y el comandante del BIM5, Robacio, se hicieron muy amigos. Ya se habían cruzado varias veces a lo largo de sus carreras y las ideas que compartían sobre el servicio, la disciplina y la religión los fueron uniendo en la vida militar y civil. Y Hernández hasta lo convenció de que escribieran juntos un libro: Desde el frente.

"Él no quería. Su modestia le impedía tomarse el atrevimiento”, cuenta.

Duros


Jorge Hernández (que en 1982 tenía 46 años y ya era suboficial principal de la Infantería de Marina), advierte que los hombres de su BIM5 estaban cabalmente preparados para la guerra y que por su accionar en Malvinas, los ingleses llegaron a tenerles un respeto profundo.

“Fue la disciplina la que fue endureciendo al batallón —señala—. Eso, porque el comandante [Robacio] se ponía a la cabeza. Y los segundos comandantes y los suboficiales mayores también.”

* * *

El 2 de abril tomaron las islas y el 3 regresó el almirante Carlos Busser con oficiales. Hernández estaba “embroncado” por no haber participado de la Operación Rosario y esperaba con desesperación poder probarse en combate.

Pero a Malvinas no lo pensaban mandar. La superioridad necesitaba un encargado de cuartel en Río Grande. Y ese era él (su experiencia en el ya inexistente BIM6 al norte de Tierra del Fuego y de la conformación de otro para el sostén logístico lo hacían el hombre indicado para coordinar desde el continente todo lo que necesitaran las tropas en el frente de guerra).

Por eso, el segundo comandante del batallón le dio una serie de órdenes para concretar en lo logístico antes de la salida del grupo grande de infantes de Marina.

Hernández las escuchó, pero ya estaba convencido de que acatarlas no estaba en su mira.

—Estas cosas no las cumplo, señor —le dijo a su jefe—. Mañana me voy a Malvinas.

—¿Y quién lo retiene? —le contestó el oficial—. ¡Váyase!

Y Hernández se fue.

Al otro día tomaría el primer vuelo a las islas. Pero esa noche reuniría a su familia en su casa y les comunicaría su decisión.

“¡Hmmm! —inspira hondo y exhala un suspiro—. Una despedida como todas las de ese tipo —recuerda.”

70 días


El Batallón de Infantería de Marina N° 5 fue a las islas alrededor del 7 de abril. Hernández se encuentró allá con Robacio, que había salido unos días atrás:

—Voy a ver Malvinas y vuelvo —le dijo Robacio a su mujer. Quería ver dónde ponía al Batallón.

Lo lindo, lo feo y lo triste de los más de 70 días que estuvieron en Malvinas quedó plasmado en el libro de ambos.

“Días y días bajo cañoneo. De un momento para otro aparecía algo: fragatas tirando o aviones bombardeando o cohetes de helicópteros —rememora—. Y el momento de la verdad, cuando en Tumbledown nos atacaron 5 batallones del Ejército británico, la Guardia Galesa [fuerza de elite], la escocesa y la nepalesa; y detrás, de reserva, 2 comandos de Infantería de Marina."

4.000 hombres contra 1.500. Y no pudieron tomar la posición del BIM5 hasta que a Robacio le ordenaron que se repliegue.

—Los ingleses creyeron que se habían topado con un batallón entero. Y habían estado luchando contra apenas una compañía. Se dieron cuenta de que no habían venido de picnic —dice, en relación al libro No Picnic que escribió posteriormente el comandante británico de la Brigada 3 de Marines, Julian Thompson, sobre lo duro que fue batallar contra el glorioso BIM5—. No fue un paseo para ellos.

—¿Cómo conocí a Robacio?

—Nos encontramos por primera vez, sin estar en la misma unidad, en el año 57. Él era guardiamarina y yo cabito segundo, ambos recién recibidos. Él hacía de ayudante de guardia, recorría los médanos por la Base Baterías y yo hacía un trabajo en el Polígono. Nos pusimos a charlar y ahí empezó nuestra relación. De una conversación nació otra y a lo último cometimos infracción los dos: nos pusimos a tomar mate.

—¿Infracción?

—Estaba requetecontraprohibido.

—¿Y cuándo se hicieron amigos?

—Nos volvimos a encontrar en 1963, en el Batallón de Infantería de Marina Nº 3, de Zárate. Ahí sí estaba subordinado a él, que era jefe de una compañía. Él, teniente de fragata y yo, cabo primero. Todavía no teníamos ningún trato de amistad. Después no estuvimos más juntos; nos encontrábamos ocasionalmente en el edificio Libertad o en Baterías, nos saludábamos, charlábamos y nada más.

—Pero esas conversaciones triviales fueron uniéndolos.

—Sí. Y en 1982 llegué al BIM5 y estaba Robacio. Yo ya había ascendido a mayor. Nos encontramos y ya fue un abrazo. Nuestras esposas e hijos también se hicieron amigos.

—¿Cómo era él?

—Adentro y afuera era de la misma forma. Era duro consigo mismo. Yo no me quedaba atrás. Pesábamos igual. Así se formó una unidad con el concurso de buenos suboficiales primeros y segundos, de fierro, que en seguida agarraron la idea inicial y la apoyaron.

Hernández cuenta que Robacio tenía la costumbre de tocar diana silenciosa a la madrugada y poner en marcha el Batallón. Cada compañía recorría 15 o 20 kilómetros a alguna estancia para adiestrar: "Eso, cada 20 o 30 días, con nieve, barro, granizo, lluvia. Volvíamos hechos un desastre, pero ese tipo de actividad fue bueno. Sobre todo porque el que conducía hacía lo mimo".

* * *

—Vamos a trotar. Seguime —le dice Robacio a Hernández.

—Vamos.

Y atrás, todo el Batallón. Eso se hacía en el 5. Malvinas los agarró de sorpresa, pero preparados.

El libro


Después de Malvinas, Hernández y Robacio ya eran amigos. Y cuando regresaron a Puerto Belgrano, más todavía.

—¿Por qué no escribís un libro? —le dice Hernández.

—No —contesta Robacio—. ¿Hablar de mí mismo? No puedo tomarme ese atrevimiento.

—Sí, podés.

Ese tira y afloje insumió muchas caminatas por las tarde, en Monte Hermoso, un balneario al sur de la Provincia de Buenos Aires, cerca de Punta Alta y Bahía Blanca. Hasta que un día:

—¿Por qué no escribís un libro?

—Mmm. Bué…

Hernández y Robacio pasaron 2 años empapándose de diferentes visiones sobre la guerra de Malvinas. Y después empezaron a escribir la suya. La que se vio Desde el frente.

Gaceta Marinera

miércoles, 8 de enero de 2014

FAA: El primer y último Hercules

"EL PRIMERO Y EL ULTIMO"


Testimonio del Com.(R) Roberto F. Mela


El Com. (R) Roberto F. Mela se desempeñó como navegador de aviones C-130 Hercules durante el conflicto de Malvinas. Fue el único oficial superior de la FAA que integró en forma regular tripulaciones de aviones en zona de combate, recibiendo por su actuación la medalla La Nación Argentina al Valor en Combate.

"Yo era comodoro recién ascendido y estaba finalizando el Curso Superior de Conducción en la Escuela Superior de Guerra Aérea, cuando el 30 marzo del ‘82, el Com. Carlos Beltramone, con quien había volado muchísimo, me notificó que habría un vuelo secreto en los próximos días y que me había pedido como su navegador. Pero no me dio más detalles, sólo que debía presentarme en El Palomar (sede de la I Brigada Aérea) el 1º de abril por la tarde.
En esa reunión previa al vuelo, o briefing, nos enteramos que al día siguiente se iba a realizar la ocupación de Malvinas. Aparte de lo que uno pudiera pensar política o estratégicamente, todos estábamos muy emocionados. Además, esto significaba que la Fuerza Aérea Argentina iba a realizar su primera experiencia bélica real.

Yo era el navegador de ese avión, el primero que tenía que aterrizar en Malvinas, el TC-68 con el indicativo Litro Uno. El vuelo transcurrió en calma, aunque no sin cierta tensión, ya que sabíamos que no estábamos a cubierto total y que la operaclón no dejaba de ser riesgosa. Ya cerca de las islas y cuando casi amanecía, nos pusimos en contacto radial con los buques de nuestra flota, que nos dijeron que debíamos aguardar porque la situación todavía no era clara y que aún se combatía en las cercanías del aeropuerto. Establecimos entonces un punto de espera al este de la capital de las islas y ahí estuvimos orbitando casi dos horas.
A las 8:43 del 2 de Abril tocamos tierra malvinense sin novedad. Por mi parte, emocionado al extremo, descendí del avión y me dirigí rápidamente al edificio de la estación aérea. Ahí encontré la bandera principal del hasta ese momento llamado Aeropuerto Stanley, de grandes dimensiones y en buen estado de conservación. Era el primer trofeo de guerra tomado por la Fuerza Aérea Argentina en acciones bélicas reales. Actualmente dicho trofeo se encuentra enmarcado en el Salón de Honor del Cuerpo de Cadetes de la Escuela de Aviación Militar.
Al Escuadrón C-130 Hercules le cupo el privilegio de protagonizar el primer aterrizaje de un avión argentino en las Malvinas después del desembarco, el mismo 2 de Abril. Pero el azar quiso que también cumpliera el último operativo desde el aeródromo de Puerto Argentino, en la noche del 13 de junio, prácticamente a horas de la rendición.



El 13 de junio a las 15:20 h despegamos de Comodoro Rivadavia con el TC-65 con indicativo Pato, rumbo a Puerto Argentino.
Todo transcurrió normalmente, salvo la habitual tensión, y cuando estábamos a unos 30 km de nuestro destino pudimos ver desde la cabina una extraordinaria luminosidad, ya había oscurecido, al oeste de la capital isleña, producto del bombardeo de artillería y de las bengalas. Nos pusimos en contacto radial y nos autorizaron a entrar. En ese momento dijimos "estamos locos, pero entremos". Es que llevábamos un cañón de 155 mm para el Ejército, su munición y personal de relevo de nuestra artillería antiaérea, todo lo cual sabíamos era muy necesario.
Ya en tierra nos dirigimos al extremo de pista más cercano a Puerto Argentino, donde habitualmente hacíamos las descargas, pero nos dijeron que fuéramos al otro porque ahí ya caían algunas granadas. Así que dimos media vuelta y fuimos a la otra cabecera.
Súbitamente ¡alerta roja!: una patrulla de Harrier se acercaba al lugar. Llegó la orden terminante de evacuar el Hercules, por lo que cortamos motores y corrimos, en plena oscuridad, a buscar refugio a los lados de la pista. Permanecimos casi una hora esperando un ataque que al final no se produjo. Exactamente a las 20:30 h nos avisó el radar de Malvinas que los Harrier se habían alejado y nos ordenaba despegar de inmediato. Corrimos hasta el avión, pusimos en marcha los motores en tiempo récord, un rápido carreteo por la pista sembrada de esquirlas y a las 20:35 estábamos en el aire con nuestra carga de casi setenta evacuados, entre ellos dos periodistas de la televisión argentina.

Cuando salimos nos pegamos tanto al agua que el altímetro marcaba por debajo de cero. No sé cómo hicieron los pilotos (los entonces capitanes Víctor Borchert y Hernán Daguerre), pero una vez en el aire nos sentíamos más confiados porque estábamos en nuestro elemento. Aterrizamos en los primeros minutos del 14 de junio, poco más de nueve horas después de la partida. Dormimos algunas horas y al despertar nos enteramos de que Puerto Argentino había caído.
Reflexionando, a dos décadas del conflicto, puedo decir que fue para mí un gran privilegio haber intervenido en él, máxime con la jerarquía que tenía en ese entonces. Tengo paz en el alma y satisfacción por lo que hizo la FAA, reconocido por neutrales y enemigos. Fuimos superados, pero debemos recordar que el arte de vencer se aprende en las derrotas, siendo por ello preferible la pérdida sentida antes que la ganancia vergonzosa. Nosotros fuimos al campo de batalla a buscar nuestra propia fortaleza, y si el presentimiento es un mensaje que nos manda el futuro, sabemos que la vida es una misión y al morir esa misión se transmite a nuestros hijos. Por eso, la razón acabará por tener razón: "Las Malvinas serán argentinas"

martes, 7 de enero de 2014

FAA: La Operación Aerolíneas

Los vuelos secretos para buscar armamento en Israel y Libia 

POR GONZALO SÁNCHEZ

En plena guerra, un grupo de pilotos civiles de Aerolíneas voló a Medio Oriente para regresar con los aviones repletos de armas. Por primera vez, estos héroes anónimos cuentan en detalle la odisea.


Fin del pacto. Los siete protagonistas de la “Operación Aerolíneas”: Gezio Bresciani, Ramón Arce, Leopoldo Arias, Juan Carlos Ardalla, Jorge Prelooker, Mario Bernard y y Luis Cuniberti.

INVESTIGACIÓN - 19/02/12
En “sigilosa” significa que el equipo de radio debía estar apagado, y también las luces: el avión no podía ser una estela en el cielo, sino un fantasma . Durante el vuelo, además, cuando resultara inevitable entrar en la frecuencia de los radares de control, era conveniente mentir posiciones. Los satélites de la OTAN y los aceitados servicios de inteligencia de casi todo Occidente barrían el Océano Atlántico y para los británicos todo el océano era zona de guerra. Esto quería decir que cualquier elemento sospechoso podía ser interceptado o derribado . Como no eran hombres de la Fuerza Aérea preparados para entrar en combate, la posibilidad de morir en medio de la misión los inquietaba y, por supuesto, representaba una novedad.

Es lógico: iban por las nubes cargados de armas.

Cuando fueron convocados para llevar adelante esta tarea, Gezio Bresciani, Luis Cuniberti, Leopoldo Arias, Ramón Arce, Mario Bernard, Juan Carlos Ardalla y Jorge Prelooker eran los pilotos civiles de la flota Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas . Hombres dichosos en tiempos dorados de la aviación comercial, nacidos con la línea de bandera y apasionados por su trabajo, que consistía en cruzar el mundo trasladando pasajeros y cargas. Pero llegó el 2 de abril de 1982, los militares recuperaron las Islas Malvinas, la Plaza de Mayo se colmó de fervores patrióticos y desde los altos mandos del Edificio Cóndor bajó una orden para que los aviones comerciales –y sus pilotos– se pusieran al servicio del Comando en Jefe de las Fuerzas Armadas. Hoy, la increíble historia de la “Operación Aerolíneas” , que se mantuvo en secreto durante 30 años, es contada aquí por primera vez y de la mano de sus protagonistas. Es el resultado de una investigación de más de dos meses de trabajo, cotejando datos, buceando en archivos y desgrabando entrevistas.

Los fueron llamando de a uno. Les dijeron que los necesitaban y ellos aceptaron aún sin saber a dónde tenían que ir y qué tenían que hacer. Ahora comienzan a recordarlo: desanudan lentamente un pacto de silencio sellado en 1982 . “Cuando alguien te dice que tu país está en guerra y que podés ayudar de alguna forma no te detenés a pensarlo demasiado. Eso sentimos nosotros: que teníamos que ayudar”, dice Bresciani, 71 años, la mirada franca, el cielo todavía en los ojos. Después los anoticiaron, pero sólo a medias: había que realizar una serie de viajes hacia naciones remotas en busca de armas para el país.

Fueron dos vuelos a Tel Aviv, cuatro a Trípoli y uno a Sudáfrica , que debió ser abortado en pleno trayecto porque al parecer los militares argentinos no cerraron el negocio con el traficante de armas (Diego Palleros, según fuentes consultadas para esta investigación). Los viajes se realizaron entre el 7 de abril y el 9 de junio de 1982 . Todas las operaciones fueron hechas con aviones Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas, tripulados por civiles y acondicionados para volver a tope: desmantelado de asientos , en cada partida, el fuselaje de la nave parecía la garganta seca de un robot.

Confidencial, esa era la palabra. Implicaba que ni esposas ni hijos ni amigos podían saber que se habían convertido en el núcleo de una misión secreta para armar a la Argentina en una guerra que se vislumbraba despareja. Los llamaban a sus casas, les ordenaban que estuvieran a tal hora en Ezeiza y sólo en los minutos previos a la partida comenzaban a soltarles la información con cuentagotas. A veces en el despacho de algún jefe militar. Otras directamente en el avión. En el tercer viaje, por ejemplo, al piloto Luis Cuniberti, que hoy tiene 76 años, lo hicieron despegar y una vez en el aire protagonizó el siguiente diálogo con el oficial de inteligencia que llevaba como enlace: –Bueno, dígame hacia dónde voy.

– A Trípoli.

Las rutas eran Buenos Aires–Recife–Las Palmas (Islas Canarias)–Trípoli o Tel Aviv. Los aviones partían con número indicativo falso , como casi toda la documentación legal presentada. Antes de salir, los pilotos recibían un sobre con viáticos por 40 mil dólares para imprevistos y luego se enfrentaban a una situación inédita. Eran convocados a la oficina de Fuerza Aérea en Ezeiza, donde dos oficiales los esperaban para encomendarles una tarea extra. Jorge Prelooker, comandante del segundo vuelo a Israel, lo cuenta ahora, con cierta gracia, a los 75 años. Recuerda aquella noche, 10 de abril de 1982. Primero le comunicaron el destino, Tel Aviv, y luego ocurrió lo siguiente: “Entro, saludo, me presento y de inmediato uno de ellos, oficial de la Marina, me hace entrega de unos prismáticos enormes. Yo me quedo medio sorprendido, los agarro y pregunto para qué eran. Entonces me dice: ‘Mire, ustedes van a volar por el Océano Atlántico y queremos que se fijen en la medida de lo posible si ven algún tipo de barco de guerra’. Le pregunto cuáles, cómo, y acto seguido este hombre despliega una lámina con las siluetas de los tipos de buques dibujados como en la batalla naval. Nos pareció insólito porque es imposible que uno pueda reconocer el tipo de barco desde tan alto, pero durante la vuelta nos vimos obligados a volar más bajo y vimos buques dejando una estela inmensa en el mar, en rumbo Sur . Naturalmente, al llegar lo reportamos”.

En el aire era momento de callar. “Despegábamos, a los pocos minutos apagábamos todos los equipos y a volar en silencio. Éramos un misil atravesando la oscuridad de los cielos ”, explica Mario Bernard, entrador, a los 82 años. “Quince minutos antes de aterrizar abríamos contacto con la terminal que nos tocara y pedíamos autorización”, agrega. “En Brasil –sigue– se volvía a cargar combustible y nos lanzábamos a cruzar el océano otra vez en silencio. Por supuesto íbamos escuchando las comunicaciones en inglés británico, que ocupaban casi todo el espacio radial en aquella época. El cruce del Atlántico implicaba que pasáramos cerca de la Isla Ascensión, desde donde se aprovisionaba la flota inglesa y desde donde despegaban los Vulcan que después bombardeaban Puerto Argentino”.

La pregunta surge sola: a pesar de los recaudos tomados, los aviones de Aerolíneas eran fácilmente identificables –como los de cualquier compañía área– y los mismos pilotos consideran que en el mundo de la aviación se sabía la operación que estaban efectuando.

¿Por qué entonces no los derribaron? Prelooker arriesga: “Si nos volteaban nos íbamos al fondo del mar y nunca se hubiera podido confirmar que llevábamos armas. Además, hubieran atacados aviones de línea con civiles a bordo, y hubiera desencadenado un escándalo internacional”, especula.

La gran película, sin embargo, los esperaba en los países de destino. Un banquete en Israel por tratarse de la primera vez que un avión de Aerolíneas llegaba a ese país; largas horas en palacios militares o en bases subterráneas en medio del desierto ; cenas de recepción con oficiales del régimen libio; hangares secretos colmados de aviones soviéticos; un teólogo tucumano, especialista en el Corán, que se presentaba como “El doctor Alberto” y era el hombre que gestionaba el armamento con los árabes por su conocimiento del idioma; sobresaltos en mitad de la noche; regalos enviados por Galtieri para Kadafi, que debían ser entregados en mano; y estadías que se prolongaban, mientras el Boeing iba siendo cargado con material de grueso calibre por oficiales del Ejército anfitrión.

“Al llegar a Libia nos daban unos libros de color verde. Después supe que era el libro verde de Kadafi. Estaba en árabe y en inglés. Y nosotros estábamos ahí, en unas habitaciones, mirando televisión y esperando novedades. De vez en cuando aparecía el doctor Alberto, un tipo lenguaraz, que nos decía que la cosa iba bien y se marchaba”, recuerda Leopoldo Arias.

No conocen en detalle lo que trajeron, pero entienden que fue mucho: misiles soviéticos, sobre todo, y minas antitanque y antipersonales , probablemente las mismas que siguen sembradas en los alrededores de Puerto Argentino. “Los misiles soviéticos eran clave –dice Cuniberti– porque son de largo alcance y los aviones ingleses, como sabían que Argentina los tenía, evitaban volar más bajo”.

“Fierros –dice Ramón Arce, hombre diminuto y de voz delgada–, trajimos fierros de todo tipo. Pero nuestro trabajo consistía en pilotear los aviones, trasladar el material, los militares no nos decían nada y nosotros entendíamos que no había que preguntar a menos que estuviera en riesgo la seguridad del vuelo”.

Arce era el jefe del grupo. Estaba a cargo de toda la línea Boeing y, como tal, era quien debía convocar a los pilotos cada vez que surgía un vuelo especial. También organizaba los otros vuelos, no secretos, que consistieron en transportar tropas de conscriptos a Río Gallegos y a Comodoro Rivadavia durante todo el tiempo que duró el conflicto con los ingleses.

Pero Arce fue, sobre todo, quien condujo el primer vuelo de la serie. El 7 de abril de 1982 despegó a rumbo a Tel Aviv en un viaje que no implicó mayores problemas porque todavía, a pesar del vértigo diplomático que comenzaba a dispararse, no había comenzado la guerra directa. Cuando arribaron al aeropuerto internacional Ben Gurion, una comitiva mixta de argentinos e israelíes los recibió con honores. “Al fin llegan –les dijo la representante de Aerolíneas en Israel, una rubia despampanante de Almagro que se hacía llamar Matsie–, los estábamos esperando”. Era la primera vez en la historia de Aerolíneas que un avión de su flota llegaba a Israel. Nadie supo jamás, hasta ahora, que ese avión regresó al país saturado de armas.

El comandante Juan Carlos Ardalla aparece en una de las fotos que ilustran esta serie de notas, acomodando una caja de municiones en el interior del Boeing 707, mientras la nave permanece estacionada en un hangar de Trípoli. Explicará que se hacía para distribuir el peso de una manera correcta y evitar que el avión, en pleno vuelo, se fuera de cola. Ahora tiene 71 años. Es un hombre flaco, espigado y saludable. El tiempo lo convirtió en un estudioso de la guerra. El resto del grupo lo señala como el especialista. “De acuerdo a distintos estudios que aparecieron después de la guerra, estimo que el 30% de las armas que trajimos llegó a las islas. Pero no sabemos qué sucedió con el resto . Nosotros aterrizábamos en Palomar y de inmediato eran despachados a Río Gallegos con la carga”, explica.

La colaboración de Israel con las fuerzas armadas argentinas tenía motivaciones económicas y políticas (Ver Los motivos...

). Pero la presión combinada de Estados Unidos y Gran Bretaña hizo que la entrega de armamentos israelíes al régimen militar argentino perdiera regularidad. A pesar de los intentos de Tel Aviv por mantener a través de terceros el comercio de armamentos, los militares argentinos consideraron que Israel estaba más cerca de Washington y Londres que de Buenos Aires, y se convencieron de la necesidad de buscar proveedores alternativos en Trípoli, que se abastecía vía Moscú .

Según diferentes informes de la época, el 14 de mayo de 1982 la Junta militar resolvió aceptar la colaboración del régimen de Kadafi y envió una misión ultra secreta a Libia para cerrar el acuerdo. Diez días después, el presidente Galtieri y el brigadier Mustafá Muhammad Al Jarrubí, comandante de las Fuerzas Armadas libias, suscribían un acta que calificaba como “bárbara” la “odiosa agresión imperialista británica” y anunciaba el envío de las siguientes armas a Argentina: 15 misiles aire-aire 530 de calorías.

5 misiles aire-aire 530 radares.

20 misiles aire-aire 550.

20 motores de misiles aire-aire 550.

20 misiles Istrella lanzador Kasef.

60 misiles Istrella proyectiles Maksuf 10 morteros de 60 milímetros con accesorios.

10 morteros de 81 milímetros con accesorios.

492 proyectiles de mortero de 60 milímetros.

498 proyectiles de 81 milímetros superexplosivo.

198 proyectiles iluminantes de morteros de 81 milímetros.

1000 bombas iluminantes de 26,5 milímetros.

50 ametralladores calibre 50 milímetros.

49.500 proyectiles calibre 50 milímetros.

4000 minas antitanque.

5000 minas antipersonales.

El 27 de mayo de 1982, Luis Cuniberti despegó desde Ezeiza y se enteró en el aire que debía llegar Trípoli. Iba en busca, sin saberlo, del primero de los cargamentos libios.

Los aviones regresaban con 40 toneladas promedio de material encima, es decir, pasados de peso, obligados a volar más bajo y con riesgo serio de venirse a pique . Volar a menor altura, además, hacía que el consumo de combustible fuera mayor, razón por la cual tuvieron que realizar escalas excepcionales.

Prelooker, Cuniberti y Arias recuerdan paradas en los aeropuertos de Las Palmas, Recife y Río de Janeiro cargados de bombas hasta la trompa y cómo custodiaban la puerta para evitar que nadie ajeno entrara a la nave: eran paradas de alto riesgo, por fortuna anecdóticas, junto a aviones repletos de pasajeros. “Durante el tiempo que duró esta misión –dice el comandante–, nos vimos obligados a no respetar prácticamente ninguna de las convenciones formales ni los códigos de seguridad de la aviación aerocomercial”.

Lo que sí respetaron fue su propio silencio, la orden de no decir ni revelar nada a nadie. Naturalizaron los sucesos vividos y siguieron adelante con su trabajo en los años posteriores a la guerra hasta que se jubilaron en los tempranos ‘90. En todo este tiempo, ley de vida, muchos de los tripulantes que los acompañaron fueron muriendo. Otros que también participaron en la “Operación Aerolíneas”, cuyos nombres se preservan, se alejaron con el secreto a cuestas. El Estado Nacional, en tanto, los reconoció como “veteranos de guerra” y les otorgó diferentes condecoraciones por la misión patriótica cumplida. Pero los hechos siguieron sin ser revelados. Era un hueco en este episodio trágico de la guerra de Malvinas: un espacio vacío que comienza a llenarse ahora.

Clarín

lunes, 6 de enero de 2014

Defensa de Puerto Argentino: La voladura del Puente Fitz Roy

Voladura del Puente Fitzroy para frenar el avance enemigo

El estratégico puente Fitzroy fue construido en agosto y diciembre de 1934 para soportar el paso de los rebaños de ovejas y el tráfico rodado, tenía una longitud de 180m y un ancho de 3,6m. El tablero era de madera y los apoyos de hormigón. Debido a la suma importancia estratégica de este puente, fue considerado como obstáculo reservado por la Agrupación Malvinas que designo los Ingenieros anfibios de la Armada como responsables para la destrucción del Puente en caso que sea necesario. Un equipo de zapadores vuela en helicóptero hacia la zona y rápidamente es realizado el croquis y analizado, se necesitan 700kg de TNT de (Trotyl) y 800 m de cordón detonante junto con detonadores y explosores, mecha lenta y material para barrenar los pilares a nivel del agua.


Foto: Comandos del EA sobre el Puente Fitzroy

Las cargas y los detonadores son colocados por el personal de ingenieros del IM, luego se produce un intenso cañoneo naval contra las posiciones del destacamento, el jefe del destacamento teme que se esté produciendo un ataque del enemigo y ordena la voladura del puente, pero el sistema falla, rápidamente se alista un equipo de Ingenieros del Ejército que vuela hacia la zona del puente. Una vez en el puente se reconocen los explosivos y se descubre que los petardos de TNT datan de 1935 y que el condón detonante había producido un corte en la cadena de fuego. Además la mecha lenta estaba inservible, los ingenieros del EA atracan 40kg de explosivo en el estribo del puente y los asientos de roca donde descansaba éste. Se colocan un doble circuito pirotécnico y eléctrico. Además se trampea las entradas con granadas de mano. El día 30 de mayo reciben noticias desde el Monte Kent había caído en manos de los británicos, las posiciones argentinas habían sido sobrepasadas por el enemigo. Finalmente el 2 de Junio se recibe la orden para destruir una parte del puente; en la explosión caen 15 metros del puente y la patrulla se retira a pie. La voladura de este puente provoco que el Batallón de Guardias Galeses a bordo del LSL “Sir Galahad” renunciara a desembarcar en Fitzroy, optando por Bluff Cove, para ahorrarse la marcha de aproximación bordeando la ría de Fitzroy. Dicha decisión fue fatal para los la “Guardia Galesa” que sería atrapados a bordo del buque cuando los cazabombarderos argentinos atacaron y destruyeron el barco, sufriendo muchas bajas y heridos , quedando prácticamente anulada su participación en el conflicto, posteriormente los ingenieros británicos reconstruirían ese tramo del puente.


Foto: Ingenieros reales reparando el Puente Fitzroy


Palabras del VGM Juan Carlos Peralta que pertenecio a la Compañia de Ingenieros 601.

“ Intentaron volar el Puente de Fitz Roy pero les fallaron los elementos de detonación y entonces designaron al Teniente Blanco y al Cabo Martínez de nuestra compañía, para ejecutar la misión. Y allí fuimos nosotros, unos diez soldados. Efectuamos exitosamente la voladura aquel 2 de mayo y luego tuvimos que replegarnos marchando a pie, porque los helicópteros nacionales no podían venir a buscarnos, debido al incesante patrullaje de la aviación enemiga. Marchamos 30 km a través de campos minados. Dios nos ayudó a volver sanos y salvos…


domingo, 5 de enero de 2014

Biografía: Sub 1º (PM) Julio Saturnino Castillo (IMARA)

Héroe Nacional Julio Saturnino Castillo († 14/06/82)



Julio Saturnino Castillo (el Infante de Marina del centro de la foto de bigotes) nació en el pueblo de Malacara, provincia de Santiago del Estero. En 1964 se incorporó a la Armada como conscripto de la Infantería de Marina. En 1965 ingresó a la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina.

Con la jerarquía de suboficial segundo, el 8 de abril de 1982 marchó con su batallón (el BIM5) a las Islas Malvinas con el fin de contribuir a la defensa de Puerto Argentino.

De esta manera, es destacado como jefe de una fracción de la Cuarta Sección de Tiradores de la Compañía “Nácar”, en la ladera sudoeste del monte Tumbledown.

El suboficial Castillo padecía de una enfermedad crónica que bien le habría posibilitado no estar en el frente de combate. Sin embargo, su sentido de la responsabilidad y cumplimiento del deber, le hicieron pedir la autorización para regresar con su gente luego de dos días de internación.

A las 2:30 de la madrugada del 14 de junio, el grupo del suboficial Castillo trataba de contener la segunda embestida enemiga -la primera había sido rechazada-. Con Castillo estaban el cabo segundo Amílcar Tejada y el conscripto dragoneante José Luis Galarza. Tres soldados británicos salieron corriendo detrás de un montículo rocoso disparando sus armas, que alcanzaron a Galarza.

Inmediatamente, el cabo Tejada giró la ametralladora MAG y comenzó a disparar, batiendo a los tres británicos. En ese momento, el suboficial Castillo -al ver la forma en que su soldado había sido herido- salió de la protección del “pozo de zorro” y otros tres ingleses avanzaron hacia él desde unos 20 metros. Intentó disparar su fusil, pero un tiro en el pecho lo empujó hacia atrás y murió.

Quiso recuperar a su “dragoneante” caído; quiso pelear y peleó con valor y coraje.

Murió sin amilanarse, en combate, abriendo senda y transformándose en un vivo ejemplo para los Infantes de Marina, para todo marino, y para todo argentino que se precie de poseer ideales nobles y espíritu de sacrificio.

Castillo fue distinguido con la medalla “La Nación Argentina al Heroico Valor en Combate”, la máxima condecoración del país.

Fue ascendido post mortem al grado inmediato superior, suboficial primero de Infantería de Marina. Como homenaje, la Armada Argentina bautizó con el nombre ARA “Suboficial Castillo” a un aviso incorporado al servicio el 7 de junio de 1994 y que actualmente integra la División de Patrullado Marítimo del Área Naval Atlántica con asiento en la Base Naval Mar del Plata.

sábado, 4 de enero de 2014

Ametralladora: FN Fusil Automático Pesado (FAP)



FN FAP 50-41



Partiendo de las piezas básicas constitutivas del FAL, la FN ha desarrollado el fusil automático llamado FAP 50-41 cuya única diferencia con el FAL es su cañón dos veces más pesado, un guardamano más envolvente y un bípode reforzado. Esta arma aumenta considerablemente la flexibilidad de empleo de la familia de los fusiles cal. 7,62 mm de la FN

El principio de funcionamiento del arma es por tomas de gases en un punto del cañón. La adecuación de gases se controla por medio de un regulador que permite asegurar un funcionamiento regular y suave sin retroceso excesivo.



Los órganos de puntería están compuestos por

  • Un alza de anillo, graduado hasta 600 metros y fijada sobre la parte posterior de la armadura del arma, en el modelo del FAL I y el FAP
  • Un guión bien protegido por aletas y fijado a la extremidad anterior del cilindro de gases.
  • La línea de puntería es bien baja permitiendo al soldado quedar bien abrigado al disparar.
  • El arma realiza dos clases de tiro o sea el tiro a tiro o repetición y el tiro ametrallador o automático.
  • El tiro normal es el de repetición que permite mayor precisión; las experiencias han demostrado que puede realizarse un tiro de 40 cartuchos por minuto con un alto grado de precisión.


Con respecto a la munición utilizada se puede decir que es la munición empleada es de 7,62 mm NATO y sus diferentes tipos son los que se detallan a continuación:
  • Cartucho con bala común
  • Cartucho con bala trazante. Punta roja
  • Cartucho con bala perforante. Punta negra
  • Cartucho con bala incendiaria. Punta azul
  • Cartucho con bala perforante - trazante. Punta negra - roja
  • Cartucho con bala común especial concurso. Punta marrón
  • Cartucho con bala de reglaje. Punta amarilla
  • Cartucho con bala incendiaria trazante. Punta aluminio
  • Cartucho con bala perforante incendiaria trazante. Punta aluminio rojo
  • Cartucho con bala incendiaria trazante. Punta azul - rojo

Datos numéricos:
Calibre: 7,62 mm
Peso del arma sin cargador:  6 kg
Peso del cargador vacío:  0,225 Kg.
Peso del cargador lleno:  0,710 Kg.
Largo del fusil:  1,150 mm
Rayado: 4 rayas paso derecho
Capacidad del cargador:  20 cartuchos
Aparato de puntería: guión y alza graduada de 200 a 600 mm
Cadencia de tiro:  650 - 700 disparos por minuto
Cadencia de tiro repetición:  más de 12 disparos por minuto



En Malvinas





viernes, 3 de enero de 2014

ARA: Los buques hospitales argentinos

Los buques hospitales argentinos

Los buques hospitales durante el conflicto de Malvinas: Seis buques hospitales actuaron durante el conflicto de Malvinas, cuatro británicos y dos argentinos. La finalidad de los buques hospitales fue estrictamente humanitaria en cumplimiento de las normas de la Convención de Ginebra del 12 de agosto de 1949, creada para aliviar la suerte que corren los heridos, los enfermos y los náufragos de las Fuerzas Armadas en campaña y en el mar. De esta forma, socorrieron a los heridos, a los enfermos y a los náufragos, asistiéndolos y trasladándolos a un lugar seguro y adecuado para su recuperación. Para que puedan haber llevado a cabo su labor, en los Convenios Internacionales existentes al comenzar el conflicto, se previó que dichos buques bajo ningún concepto, podrían ser atacados, ni capturados, y que siempre serían respetados y protegidos. El respeto y la protección de los buques hospitales por todos los contrincantes dependieron de cuatro condiciones: 1- Comunicar a la parte adversa de las características del buque (notificación).Nombre del buque, dimensiones, nombre del comandante o capitán de la nave , etc. 2- Tomar las medidas necesarias para que pueda ser identificado( identificación y señalamiento ). Todos los hospitales tuvieron la totalidad de su casco pintado color blanco, con grandes cruces rojas en sus bandas y en sus frentes. Durante la noche navegaban totalmente iluminados, en particular sus cruces rojas. 3- No entorpecer ni colaborar por ningún motivo con los combatientes de cualquier bando. 4- Estar sometidos al derecho de control por parte de los adversarios o de la Cruz Roja Internacional. De hecho, las autoridades de ambos bandos lo ejercieron, permaneciendo además, a bordo de cada buque y a lo largo del conflicto, un veedor de nacionalidad suiza, perteneciente a la Cruz Roja Internacional. A estos fines, los buques de la Armada Argentina, Rompehielos ARA "Almirante Irízar" y Transporte Polar ARA "Bahía Paraíso" fueron adaptados en los Talleres y Arsenales de la Base Naval de Puerto Belgrano en poco menos de cinco días de trabajos corridos. Las numerosas dificultades que se presentaron para dotar a buques diseñados como logísticos antárticos, de todas las capacidades de hospitales flotantes, fueron eficientemente superadas gracias a la imaginación, voluntad y esfuerzo de las dotaciones del buque y de los talleres generales de la base naval y al conocimiento e iniciativa de los profesionales médicos del Hospital Naval de Puerto Belgrano. Fueron refaccionados todos los interiores y convertidos en modernas unidades hospitalarias con una capacidad para cientos de camas, interconexiones directas desde las Salas de Recepción y Clasificación de Heridos con las demás dependencias; dotados de helipuerto y hangar para helicópteros; quirófanos equipados totalmente; laboratorio de análisis clínicos y hemoterapia; salas de rayos y de yesos; terapia intensiva, consultorio odontológico; sala de quemado; servicio de agua potable ilimitado; ventilación y calefacción en todos sus locales, frigoríficas, lavaderos, cocinas, etc. Junto con la tarea de reacondicionamiento de los buques, se organizó en cada uno, el Departamento de Sanidad en Combate, con cobertura especifica en cirugía, traumatología, bioquímica y farmacia, cirugía maxilofacial, clínica medica, quemados, cardiología, oftalmología, odontología, anestesia, etc. Un tercer buque hospital fue adaptado a partir del Buque Oceanográfico ARA “Puerto Deseado”, (Q-8) perteneciente al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICET) y operado por la Armada como parte del Servicio de Hidrografía Naval, quien hasta ese momento se había desempeñado como parte de la Operación “León I”, llevada a cabo en conjunto con otros buques de la Armada a efectos de efectuar el Control del Tránsito Marítimo en la desembocadura del Río de la Plata. Finalizada la transformación del Deseado, con su casco color Blanco, las Cruces Rojas en sus bandas y sesenta camas disponibles, la precipitación de los hechos del 14 de Junio y la lentitud de su reconocimiento como buque hospital en la ONU, impidieron que concluyera su traslado al TOAS. El “Deseado” tiene 2400 Tns de desplazamiento, 78 metros de largo y 15,8 de ancho. El Buque Hospital ARA “Bahía Paraíso”, fue el primero en zarpar hacia el TOAS; Mientras se realizaban los trabajos de transformación en la Base Naval de Puerto Belgrano, el 27 Abril se dispuso que iniciara su viaje sin haberlas finalizado. Ya modificado quedó con una capacidad de 328 camas; helipuerto y hangar para dos helicópteros (un Puma del Ejército y un Allouette III de la Armada), dos lanchas sanitarias; cuatro quirófanos; un laboratorio de análisis clínicos y hemoterapia; dos salas de rayos, una de yesos; una terapia intensiva con capacidad para diez camas; un consultorio odontológico; una sala de quemados con capacidad para 20 internado; etc. En total se le embarcaron como dotación sanitaria 85 profesionales y técnicos, contándose entre ellos 17 médicos, 4 odontólogos, 2 bioquímicos, dos voluntarios ( un traumatólogo y un laboratorista), 73 Enfermeros y el apoyo de un capellán naval Se desempeño como Director del Hospital Flotante el Capitán de Fragata Médico Juan Antonio López, secundado por el Capitán de Corbeta Medico Pascual Pellicari. El 3 de junio estuvo listo a zarpar como buque hospital, el Rompehielos ARA "Almirante Irizar”, realizándose su transformación a partir del 1ro. de Junio en menos de 48 horas, quedando dotado de 260 camas de internación, dos salas de terapia intensiva, dos quirófanos, un quirófano maxilofacial, una sala de terapia Intermedia, dos salas de terapia general, Laboratorio Bioquímico, Sala de Radiología, Sala de Yesos, Laboratorio de Hemoterapia, Sala de Tratamientos Hipebáricos, Sala de Quemados, Helipuerto y Hangar para dos helicópteros (dos SH-3 Sea King de la Armada) y cuatro lanchas sanitarias. Al Irizar se le embarcaron, como dotación del hospital, 40 profesionales y técnicos de la salud, entre los que se contaba con 14 médicos, dos Odontólogos, dos bioquímicos, un sacerdote y veintiún enfermeros. Sobre la última semana del conflicto embarcaron por helicóptero desde Comodoro Rivadavia, siete civiles voluntarias instrumentistas quirúrgicos femeninos del Ejército, destinados inicialmente al Hospital Militar de Malvinas, las que, por los avatares del conflicto, permanecieron aportando sus conocimientos y esfuerzos en los quirófanos del Irizar. Se desempeño como Director del Hospital Flotante, el Capitán de Corbeta Medico Roberto Sosa Amaya, secundado por el Capitán de Corbeta Médico Roberto Olmedo. El esfuerzo sanitario total llevado adelante por la Armada entre los dos buques hospitales queda explicitado por las 588 camas para internados, los 144 profesionales y técnicos de la salud embarcados, entre ellos 31 médicos, 6 odontólogos, 4 bioquímicos, 7 instrumentistas, 94 enfermeros y el apoyo de dos sacerdotes capellanes navales. A esto debe sumarse la capacidad de los hospitales permanentes de las Bases Navales y Aeronavales de Ushuaia, Puerto Belgrano, Comandante Espora, Punta Indio, Rio Santiago y Buenos Aires.

ARA Irizar

Buque Almirante Irizar y el Yehuin en Puerto Argentino. (Foto Eduardo Rotondo).
Rompehielos ARA Almirante Irizar
Buque Hospital ARA “Bahía Paraíso”

Créditos de las imágenes a quien corresponda.

jueves, 2 de enero de 2014

VGM: Un veterano recorriendo los cerros malvinenses

Un VGM por la tundra malvinense


Ignacio Cepeda, un VGM de la ARA, recorrió entre el 14 y 21 de diciembre de 2013 los territorios de las batallas en Malvinas, finalizando en Monte Tumbledown. Imágenes del páramo de héroes.


Parte del cartucho (cartón) donde venia la munición del 106,6mm


Plástico protector de la espoleta del proyectil del 106 y las tapas de chapa, del cilindro de carton del porta proyectil


Indica que falta la otra parte del cartucho donde venía el proyectil y que encontráramos los plásticos del mismo










miércoles, 1 de enero de 2014

Combate terrestre: Una tumba para el héroe de Top Malo House

Una tumba de guerra para el héroe de Top Malo House



En un puesto ovejero de la isla Soledad yacen los restos carbonizados del teniente Ernesto Espinosa,el único argentino que aún no tiene una tumba pese a saberse el lugar en donde cayó

A 30 años de la Guerra de Malvinas, Top Malo House, un puesto ovejero de la isla Soledad y escenario de un poco conocido combate argentino-británico, es sólo un puñado de ruinas. Pero según varios testimonios, allí yacen los restos carbonizados del teniente Ernesto Espinosa, el único argentino que aún no tiene una tumba de guerra pese a saberse el lugar en donde fue abatido, lo que infringe el Convenio de Ginebra de 1949 al que adhirieron ambos países y que en su artículo 17 dice que "las partes en conflicto velarán porque se entierre a los muertos honrosamente".

Espinosa, que tenía 25 años, estaba casado y era padre de dos pequeñas niñas al momento de la guerra, integraba la primera sección de la Compañía de Comandos 602, que con un agregado del 601 tenía la misión de adentrarse 40 kilómetros delante de la primera línea nacional para informar sobre las actividades británicas tras el desembarco en San Carlos. Recién llegados a Malvinas y con data imprecisa sobre la ubicación del enemigo, el capitán José Vercesi y sus doce hombres partieron de Puerto Argentino la gélida mañana del 29 de mayo de 1982 a bordo de dos helicópteros que volaron a ras del piso para evitar radares y posibles ataques. Así llegaron al pie de Monte Simons, sin saber que a escasa distancia había un campamento británico. Según lo acordado, el rescate sería al tercer día. El ascenso les llevó toda la jornada, pero desde la cima lograron divisar un corredor aéreo de helicópteros enemigos que transportaban cañones y bultos, movimientos que lograron transmitir hasta que los marines les bloquearon las comunicaciones.

La mañana del 30, tras una noche nevada, el grupo de élite emprendió la vuelta sobre la dificultosa turba rumbo a Fitz Roy, que si bien estaba a 25 kilómetros en sentido sur a la capital isleña, era donde se encontraba la sección argentina más próxima. Con sus hombres mojados hasta la cintura tras haber cruzado el arroyo Malo y previendo otra noche helada, Vercesi tomó la riesgosa decisión de hacer un alto en el puesto ovejero, un galpón de madera y chapas que tenía dos plantas. "Admito que fue un error guarecernos allí, pero había condicionamientos: era eso o arriesgarme a perder la mitad de mi gente, que tenía principio de congelamiento en los pies", recuerda hoy el ex jefe del comando.

El 31, físicamente repuestos y con la ropa seca, despertaron muy temprano y empezaron a prepararse para seguir viaje. A las ocho escucharon un helicóptero. Como era el tercer día de la misión, pensaron que podía ser el rescatista, aunque a causa de la bruma ni los visores nocturnos resultaron útiles. El ruido cesó, no la incertidumbre, por lo que apuraron todo para dejar el galpón. En ese momento, Espinosa, que desde un ventanal del primer piso recorría el paisaje con la mira telescópica de su fusil, advirtió: "¡Me parece que viene gente avanzando!". En efecto, eran marines del Cuadro de Guerra para Montaña y el Artico al mando del capitán Rod Boswell, camuflados con uniformes que se confundían con la turba. Siete hombres se apostaron frente al puesto, a 60 metros, mientras otros 12 rodeaban el lugar, resguardados por una elevación más alejada. Ante el alerta de Espinosa, el sargento Miguel Castillo se sumó al avistaje. También vio bultos que se movían sin poder precisar si eran personas u ovejas. Hasta que la claridad despejó toda duda. Ambos dieron rápido aviso a quienes estaban abajo para que salieran del puesto, y Castillo instó a Espinosa a hacer lo mismo, pero el tirador especial de la fracción le contestó: "¡No, yo me quedo! Acá tengo más campo de tiro", y de inmediato abrió fuego. La respuesta con un proyectil antitanque hizo estremecer la estructura y los marines siguieron el avance disparando con lanzacohetes y fusiles lanzagranadas. Los argentinos sólo disponían de fusiles FAL y granadas de mano.

Una granada mató a Espinosa al instante, pero su acto de entrega les dio tiempo a sus compañeros para dejar el galpón antes de que se incendiara y para correr hasta la orilla del arroyo, donde se apostaron para luchar. Los más rezagados lograron saltar entre el fuego, por una ventana y un tragaluz a cinco metros de altura. "Nosotros salimos combatiendo y eso sorprendió a los británicos porque pensaban que nos íbamos a rendir desde adentro", explica Vercesi. Boswell lo confirma: "Los argentinos no debían haber permanecido dentro de la granja, pero suplieron esa falta de profesionalidad con valor. Todos los que pudieron salieron de la casa y lucharon hasta que no pudieron más", reconoció el capitán británico en un documental de la BBC dedicado a Top Malo.

La resistencia duró media hora, lapso en el que también murió el sargento Mateo Sbert y fueron heridos otros seis comandos. Entre ellos, el teniente Horacio Losito, hoy condenado por violaciones de los DD.HH. en los años 70. Vicisitudes de la historia argentina reciente. Los británicos sólo reconocieron tres heridos, aunque algunos comandos sostienen que el bando enemigo también tuvo muertos. En su libro Comandos en Acción , el historiador Isidoro Ruiz Moreno detalla que algunos marines "lloraban en torno a un cadáver". Como sea, finalizado el combate, Vercesi pidió buscar a Espinosa entre el galpón derrumbado, pero Boswell le dijo que era en vano.

En febrero de 2011, el hoy teniente coronel (R) Vercesi y la periodista Marisa Bisceglia, firmante de este artículo, presentaron al gobernador isleño Nigel Haywood una nota donde pedían por los restos de Espinosa, invocando el Convenio de Ginebra. Lo mismo hicieron en Buenos Aires, ante la Cancillería y el Ministerio de Defensa. ¿Pero por qué pasó tanto tiempo para que un argentino reclamara por Espinosa? El hoy general (R) Sergio Fernández, que también combatió en Malvinas y hoy es un estudioso de Top Malo, explica: "De ambos lados puede haber existido un desconocimiento del problema. Fue la primera vez que se planteó la existencia de un muerto nuestro que no fue hallado, por la sencilla razón de que se carbonizó junto con la casa. Pero se haya volatilizado o haya sido enterrado por los dueños del terreno, el lugar mismo es una tumba de guerra".

Según pudo averiguar Enfoques, aquí el pedido no avanzó porque la viuda de Espinosa, Graciela, no se encargó de impulsar el reclamo (como tampoco respondió los llamados de este medio). Por su parte, la respuesta isleña, recibida el mes pasado, dice que "todos los restos humanos (argentinos) fueron retirados y sepultados en el cementerio de Darwin" y que "no hay registro de que éste no fuera el caso" de Espinosa. También afirma que la legislación local "no contiene ninguna disposición que permita designar a la Casa Top Malo como sitio protegido, ni a través de una ley de protección de las islas Falkland ni por aplicación de legislación británica", y acota que en el libro The Falkland´s War, Then and Now , su autor, Gordon Ramsey, comenta que, "según se cree", Espinosa "está sepultado en Darwin como ?soldado sólo conocido por Dios'". Llamativamente, la contestación nada dice sobre el convenio de Ginebra aludido en la nota.

El historiador británico Nicholas Tozer, que en 1999 ya había reclamado al Foreing Office por Espinosa, califica a la contestación como "altamente tramposa" porque "nadie jamás proveyó evidencia para justificar la idea de que los restos del teniente hubieran sido llevados a Darwin. Si esta información nunca fue hecha pública es porque no sucedió así. Y salvo que alguien pueda demostrar -lo cual es distinto a decir, que es lo que hace Ramsey- que las cenizas de Espinosa fueron trasladadas a Darwin, se debe asumir que aún siguen en Top Malo, y que más allá del paso del tiempo y lo puramente simbólico del gesto, Espinosa merece una sepultura"..

Para LA NACION Sergio Nuñez-Marisa Bisceglia