viernes, 31 de octubre de 2025
miércoles, 29 de octubre de 2025
lunes, 27 de octubre de 2025
GC-83 Río Iguazú: El guardacostas que no se rindió
GC-83 Río Iguazú: El guardacostas que no se rindió
El viento helado del Atlántico Sur cortaba como cuchillas la piel de aquellos valientes marinos que, a bordo del guardacostas Río Iguazú, surcaban las aguas turbulentas de Malvinas. No eran un buque de guerra. No tenían blindaje. No contaban con la potencia de fuego de un destructor ni la velocidad de una fragata. Eran hombres de la Prefectura Naval Argentina, servidores del mar, embarcados en una misión que, sin saberlo, los convertiría en leyenda.
Desde su llegada a Puerto Argentino, el 13 de abril de 1982, el GC-83 Río Iguazú había sorteado la amenaza invisible de los submarinos nucleares británicos. Un barco pequeño, ágil, diseñado para el patrullaje costero, pero que en aquellas aguas inhóspitas se erguía desafiante, dispuesto a cumplir su deber. El 22 de mayo, con la guerra ya desatada y la sangre de los primeros combates aún fresca sobre la turba malvinense, recibió una misión crucial: trasladar dos obuses Otto Melara de 105 mm desde Puerto Argentino hasta Darwin. Aquellas piezas de artillería serían fundamentales para la defensa de los hombres que, días después, se batirían con honor en Goose Green.
Bajo el mando del subprefecto Eduardo Adolfo Olmedo, el guardacostas zarpó en la madrugada de aquel día fatídico. Quince hombres a bordo, quince almas entregadas a la patria, sabían que navegaban en territorio enemigo. La guerra no les daba tregua, y menos aún lo harían sus adversarios. A las 08:20, la radio del Río Iguazú escupió el mensaje que erizó la piel de todos a bordo: ¡Alerta roja!
El ataque fue fulminante. Dos aviones Sea Harrier británicos descendieron desde el cielo gris, surcando el aire con un estruendo feroz. Desde la cubierta, los prefectos apenas tuvieron tiempo de reaccionar cuando una lluvia de fuego cayó sobre el buque. El impacto de los cañones de 30 mm perforó el casco, destrozó equipos de navegación y sembró el caos en la cubierta. En la sala de máquinas, el cabo segundo José Raúl Ibáñez luchaba contra la inundación que amenazaba con sentenciar al barco a una muerte prematura. Pero la gravedad de los daños era inapelable: el agua subía sin remedio.
En cubierta, la resistencia desesperada tenía nombre y apellido. Julio Omar Benítez, el más joven de la tripulación, operaba una de las dos ametralladoras calibre 12,7 mm, única defensa contra el enemigo que descendía sobre ellos como un halcón sobre su presa. Pero el destino fue cruel: una ráfaga enemiga lo abatió en su puesto, su cuerpo quedó inerte junto al arma que había empuñado con valentía. A su lado, el ayudante Juan José Baccaro y el cabo segundo Bengochea yacían heridos, la sangre empapando la madera de la cubierta.
El Río Iguazú agonizaba, pero aún respiraba. Olmedo, con un temple de acero, ordenó poner proa hacia un islote cercano. Zigzagueaban entre la muerte y la esperanza, evitando a toda costa el golpe final. Fue entonces cuando Ibáñez, con el corazón en llamas y la rabia ardiendo en su pecho, tomó una decisión que cambiaría el curso de aquella jornada. Abandonó su puesto, subió a cubierta y se lanzó hacia la ametralladora que había quedado vacante. Con un rápido movimiento, retiró el cuerpo sin vida de su camarada, tomó el arma y fijó la vista en el cielo.
El Harrier se cernía sobre ellos, dispuesto a dar el golpe final. Ibáñez contuvo la respiración. Apretó el gatillo. La metralla salió disparada en una línea de fuego y plomo que abrazó al caza enemigo. Por un instante eterno, el avión pareció flotar en el aire, envuelto en humo negro. Luego, la gravedad lo reclamó y la bestia de acero se precipitó al mar, tragada por las aguas heladas. Su compañero, aterrorizado, dio media vuelta y desapareció en el horizonte.
La batalla había terminado. El pequeño guardacostas había derribado a un gigante.
Gravemente averiado, el Río Iguazú fue encallado en la costa, donde quedó como testigo silencioso del coraje de sus hombres. La tripulación sobreviviente fue rescatada y trasladada a Puerto Darwin, donde, el 24 de mayo, con honores y respeto, Julio Omar Benítez fue sepultado. Su sacrificio no fue en vano. Los obuses que el Río Iguazú transportaba fueron recuperados y llevados por aire a Darwin, donde serían utilizados en la encarnizada batalla que estaba por venir.
Así terminó su viaje el guardacostas que se atrevió a desafiar lo imposible. No era un buque de guerra. No era una fragata acorazada. Pero era argentino. Y eso fue suficiente para escribir su nombre en la historia.
sábado, 25 de octubre de 2025
miércoles, 22 de octubre de 2025
martes, 21 de octubre de 2025
domingo, 19 de octubre de 2025
viernes, 17 de octubre de 2025
La protesta diplomática de Manuel Moreno de 1842
Soberbia y humillación: La protesta diplomática de Manuel Moreno de 1842
@FacundoDRod
Hace 183 años, el 10 de marzo de 1842, Manuel Moreno, con ejemplar profesionalismo y entereza, luego de ser ninguneado por la arrogancia imperial británica y por la prensa de ese país, presentaba una formal y contundente nota de protesta ante el gobierno del Reino Unido.
El 18 de diciembre de 1841, siete años después de la réplica argentina a la absurda respuesta británica por los hechos ocurridos en Malvinas en 1833, y sin recibir respuesta a la misma, Moreno reiteró la protesta y posición nacional "confiando en una respuesta favorable".
El 15 de febrero de 1842 el Conde de Aberdeen, encargado de las RREE del Reino Unido, responde la protesta argentina manifestando, con soberbia extrema, que su Gobierno no ve nada que pueda alterar la cuestión e informa la intención de formar una colonia en las islas Malvinas.
A los cuatro días, Moreno responde a la nota de Aberdeen reiterando los argumentos jurídicos argentinos y manifiesta la "imposibilidad de consentir la decisión del gobierno británico de formar una colonia en #Malvinas " y, por lo tanto, solicita una reunión.
El 21 de febrero siguiente Moreno se reunió con el ministro británico y le manifestó, nuevamente, lo indicado en la nota anterior y le manifiesta que se suspenda la decisión del gobierno británico de establecer una colonia en Malvinas.
El británico se limitó a escuchar al representante argentino y le informó que la reunión debía terminar porque "había otras personas esperando". El 5 de marzo el ministro británico contestaba por escrito considerando el asunto finalizado y su respuesta como “definitiva”.
Mientras tanto el diario "Times" de Londres declaraba, en relación con las afirmaciones de Moreno: "no sabemos qué es más digno de admiración: la insolencia del sudamericano o la templanza del ministro de la Reina que se abstuvo de patearlo escaleras abajo".
Frente a la intransigencia y arrogancia británica de considerar el asunto finalizado, Moreno volvió a indicar los legítimos derechos en los cuales se funda la posición argentina y manifestó expresamente que frente a dicha posición de UK (de considerar el asunto finalizado) la Argentina no podrá “jamás conformarse con la resolución del Gobierno británico que considera injusta y opuesta a sus manifiestos derechos” y que “el silencio de las Provincias Unidas no se tome por una implícita aquiescencia”. Lo que reiteraría en 1849.
Las respuestas británicas a las protestas argentinas siempre estuvieron plagadas de mala fe. Ignoran la continua presencia de España en las islas hasta 1811, así como la total ausencia de acciones o pretensiones soberanas británicas desde 1774 así como el hecho de que los representantes británicos estaban al tanto del ejercicio de soberanía por parte de Argentina durante la década de 1820.
Distorsionan groseramente el alcance del acuerdo anglo-español de 1771 y, por último muestra la arrogancia imperial al dar por cerrada la cuestión sin más, como si Argentina sólo tuviera que aceptar la posición británica. Frente a eso, Manuel Moreno se mantuvo firme y profesional y defendió con honor y patriotismo los derechos y la posición argentina. Fin
miércoles, 15 de octubre de 2025
Tumbledown: El valiente soldado Ramón García

El valiente soldado Ramón García
Como tantos héroes anónimos, poco se sabe de este valiente soldado. No pudimos encontrar ninguna foto de él, pero sabemos que sirvió en el Regimiento de Infantería N° 12.
Este relato nos lleva a la noche del 13 de junio de 1982. Esa noche, los infantes de marina del BIM 5 estaban reforzados por soldados del Ejército pertenecientes a los regimientos 4 y 12. Estos soldados habían llegado el día anterior, después de haber combatido contra los ingleses en los montes Harriet y Dos Hermanas. Entre ellos se encontraba un joven callado, pero que decidió voluntariamente quedarse a pelear junto a los infantes de marina. Se trataba del soldado Ramón García, del RI-12.
El subteniente Silva, del RI-4, fue puesto a cargo de un grupo de cinco hombres: el cabo Pintos, los soldados Castillo, Gregorio y Frías (todos del RI-4) y el soldado García (del RI-12). Su misión era cubrir el sector de repliegue en caso de que los hombres del BIM 5 fueran sobrepasados y tuvieran que retroceder. Desde su posición, también podían apoyar con sus armas a los infantes de marina.
Esa noche, habían sido atacados por la Guardia Escocesa. Los hombres del BIM 5 y del Ejército lograron rechazarlos tras un combate que se extendió desde las 23:00 hasta la 01:00. Cuando los escoceses comenzaron a retroceder, se escucharon los gritos de alegría de los infantes de marina. El subteniente Silva exclamaba: "¡Viva la Patria, viva la Patria, carajo!". Continuamente alentaba a sus hombres, les ordenó recargar munición al máximo y les aseguraba que pronto llegarían refuerzos.
De pronto, se lanzó un segundo ataque inglés. Esta vez, avanzaron directamente sobre el suboficial de Infantería de Marina Castillo y su grupo, quienes combatieron con una ferocidad impresionante. Los hombres de Silva, entre ellos el soldado García, comenzaron a cubrir a Castillo y su unidad. El fuego era infernal, las explosiones iluminaban la noche como si fuera de día. Se escuchaban gritos de ambos bandos, el monte era un infierno. Ya no había un solo frente de ataque, sino tres; los escoceses avanzaban desde distintos flancos. La artillería comenzó a castigar a los ingleses.

Era un combate sin tregua: disparar, recargar y sobrevivir. Se lanzaban granadas, cohetes, se utilizaba todo lo disponible. En medio del caos, una ráfaga alcanzó al soldado Gregorio (RI-4), hiriéndolo gravemente. Gritaba de dolor, mientras el soldado Ramón García permanecía a su lado. El subteniente Silva intentó socorrer a Gregorio, lo tomó y lo arrastró hasta un lugar seguro. Luego, recogió un FAP para seguir combatiendo, pero fue alcanzado por una ráfaga enemiga.
A pesar de la brutalidad del combate, García continuaba disparando contra las tropas británicas. Pero un cohete LAW de 66 mm impactó cerca de él, acabando con la vida de este valiente soldado.
Una vez finalizada la guerra, una patrulla compuesta por el TFIM Marquardt, el GUIM García, el CSIM Sánchez, el CSIM Robles, el CSIM Valdez y el sargento británico Canesa recorrió el sector oeste de Tumbledown (posiciones del TC Vázquez). Todo estaba cubierto de nieve. Encontraron el cuerpo del subteniente Silva junto a dos soldados del Ejército (todos del RI-4). Silva evidenciaba una actitud de combate hasta el final, y es posible que los británicos le hubieran retirado su fusil de las manos. El TFIM Marquardt le cortó la chapa de identificación y posteriormente la entregó en mano al jefe de su unidad, el teniente coronel Soria (RI-4).
Más allá, estaban los cinco infantes de marina caídos. Finalmente, la patrulla halló a un soldado del Ejército solo, dentro de su posición, con una cantidad enorme de vainas servidas en su pozo. Lo encontraron porque uno de los infantes de marina tropezó con la nieve que cubría el refugio. Ese valiente era el soldado Ramón García, del RI-12.
Hoy, este soldado descansa en paz en el cementerio de Darwin.

Que Dios te tenga en su gloria, valiente soldado Ramón García. Contamos esta historia para que tu nombre nunca sea olvidado.



























