viernes, 29 de noviembre de 2024

GNA: La heroica historia del Escuadrón Alacrán

La historia de los héroes del Escuadrón Alacrán identificados en Malvinas y el emotivo recuerdo de sus familiares

Esta semana, un equipo forense le puso nombre a los cuerpos de cuatro comandos de Gendarmería enterrados en una misma tumba en el cementerio de Darwin, confirmó la identidad de otro y reasoció los restos de un sexto veterano de guerra. Este es el vivo recuerdo de sus seres queridos y el relato de la acción donde murieron

Por Adrián Pignatelli || Infobae




El Escuadrón Alacrán en Malvinas. Tuvo su bautismo de fuego el 30 de mayo de 1982

Fue en el viaje en micro a Comodoro Rivadavia, desde donde cruzarían a las islas Malvinas en un Hércules. Viajaban comandos de Gendarmería y entre los comentarios que se mezclaban y confundían alguien los describió “letales como los alacranes”. Nunca pudieron identificar al autor de la definición. Lo cierto que desde ese momento el escuadrón de 65 hombres pasó a llamarse Alacrán.

El plan original era el de permanecer en las islas luego del repliegue de las fuerzas que habían recuperado el archipiélago. Desempeñarían tareas de seguridad y policial. Pero a esa altura las órdenes ya habían cambiado.

El 29 de mayo, en una reunión de mandos del Ejército, se programaron operaciones en conjunto con las compañías comando 601 y 602 y del Escuadrón Alacrán que en Malvinas recibió el nombre de Compañía de Tropas Especiales 601. Los gendarmes recibieron la misión de llegar a un punto en Monte Kent para atacar a los británicos por retaguardia. El plan era el siguiente: comandos de Ejército tomarían tres posiciones en el centro y los gendarmes las dos de los flancos.

Serían llevados al lugar en helicóptero, al que cargaron con armas y explosivos. Más allá del armamento de cada efectivo, llevaban lanza cohetes, proyectiles y minas.

Sería la primera acción de guerra de Gendarmería. Y lo fue.

Esta semana, en el marco del Segundo Plan Proyecto Humanitario, que lleva a cabo el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) con la colaboración del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), fueron identificados los restos de cuatro de esos héroes, todos enterrados en la tumba C 1.10 del Cementerio de Darwin, en Malvinas: el subalférez Guillermo Nasif, el cabo primero Marciano Verón, el cabo Carlos Misael Pereyra y el gendarme Juan Carlos Treppo. Además, confirmó además la identidad del primer alférez Ricardo Julio Sánchez y logró reasociar los restos del cabo primero Víctor Samuel Guerrero. Todos ellos murieron en esa primera acción.

Los comandos de Gendarmería cumplieron diversas misiones en la guerra

Era la mañana del domingo 30 de mayo. La base de helicópteros estaba en Moody Brook. En la primera máquina ya estaban los 15 comandos, al mando del Segundo Comandante Jorge San Emeterio. Pero serían 16. El primer alférez Ricardo Julio Sánchez, 26 años, oficial de operaciones, uno de los que había ayudado en la organización del escuadrón, estaba en tierra agachado atándose los cordones de los borceguíes. Tenía tiempo porque iría en el segundo viaje, ya que ese helicóptero debía volver para llevar en tandas sucesivas a otras patrullas. Como era el que mejor manejaba la cartografía subió.

Sánchez fue uno de los que decidió hacer testamento. Deseaba que, si algo le pasaba, su esposa y su hija recibiesen el sable de Güemes como el que usan los oficiales de Gendarmería. Su hija Cynthia Lorena, que tenía cinco años cuando su papá fue a la guerra, contó a Infobae que era muy querido por sus compañeros, una persona seria, se notaba que era un militar desde la cuna.

Ricardo Julio Sánchez era primer alférez y no le tocaba ir en el primer vuelo

José Ricardo Spadaro, cuando fue el 2 de abril, era un comandante recién ascendido. Siendo jefe del Escuadrón Atucha en una formación pidió que dieran un paso al frente los que quisieran ir a Malvinas. Todos lo hicieron. Fueron 65 los designados, de los cuales solo 40 alcanzarían a cruzar.

Despegaron a las ocho de la mañana. El entonces sargento primero Miguel Víctor Pepe recordaría que eran conscientes del peligro al que se enfrentarían y que posiblemente no todos saldrían con vida.

El subalferez Guillermo Nasif, 23 años, de abuelo inmigrante sirio, tuvo una infancia muy feliz según describió su hermano Jacobo. Egresado de la Escuela de Gendarmería con un promedio excelente, había recibido una decena de premios, quizás el más importante era haber sido el mejor compañero de su promoción. Había hecho el curso comando, incluido el de paracaidismo, esquí, buzo y motocicilista. Cuando a fines de mayo pidieron voluntarios para ir a la guerra, se ofreció. A la familia no le dijo nada para no preocuparlos. En Esquel había dejado una novia, y parece que la relación iba en serio.

El sub alférez Guillermo Nasif había egresado con todos los honores de la Escuela de Gendarmería

El vuelo habrá durado una media hora, volando a baja altura para no ser detectado por los radares ingleses. Algunos iban en silencio, otros comentando del combate que seguro se avecinaba. En un momento tal vez por una reacción instintiva el piloto, el teniente primero Pedro Angel Obregón sorprendió a todos con una maniobra evasiva. No estuvo errado. Un Sea Harrier les había disparado un misil. Su pericia permitió que el proyectil no impactase de lleno en la máquina sino que se estrellase en el rotor de cola.

El que vio desde tierra al misil fue el mayor Oscar Ramón Jaimet, según recuerda el comandante general retirado Spadaro.

El cabo primero Marciano Verón era un correntino de Saladas, de una familia muy numerosa, criado en el campo. Se enganchó en Gendarmería cuando cumplió con el servicio militar. Jesús, su hermano, dijo que no le tocaba ir a la guerra, pero que él se ofreció. Hincha de Boca como todos sus hermanos, tenías 25 años y muchos amigos.

El cabo primero Marciano Verón era de Saladas y fue otro que se ofreció a ir voluntario

El helicóptero comenzó a sacudirse. La maniobra del piloto ayudó a retardar la caída. Antes de impactar sobre el terreno, el sargento ayudante Ramón Gumersindo Acosta se tiró por una de las ventanas. La máquina comenzó a incendiarse y el peligro inmediato era que las llamas afectasen a la gran cantidad de explosivos que transportaban.

Víctor Samuel Guerrero era cabo primero y el primer gendarme en la familia. Había nacido en Pirané, Formosa y le gustaba jugar de arquero en los partidos de fútbol. Dos compañeros se habían ofrecido a ir en su lugar a Malvinas porque tenía una hija chiquita, Noelia Carolina y su esposa estaba embarazada. El se negó. La esposa y la hija fueron a despedirlo al escuadrón en El Calafate.

Cabo primero Víctor Samuel Guerrero y se negó a que un compañero fuese en su lugar ya que era padre de una bebé y su esposa estaba embarazada

Las llamas provocaron un denso humo negro. Pepe recuerda que reaccionó, que fue hacia la cabina, que golpeó los vidrios. Vio un rayo de sol que se colaba por el techo de la cabina. Pudo distinguir a Acosta que desesperadamente le hacía señas. Lo ayudó a salir y se abrazaron.

Elsa Beatriz y Carlos Misael Pereyra se casaron muy jóvenes. Entrerrianos, ella de Concepción del Uruguay –”la histórica” aclara- y él de Gobernador Maciá o Macía. Era el que no podía retar a los hijos, el que debajo del birrete llevaba, de regreso del trabajo, chupetines bolita para ellos. La esposa ponía los límites. Era alegre, optimista y cuando se enteró que iría a Malvinas, estando en Esquel, bromeaba con las criaturas, diciéndoles que les traería caramelos de pingüino. Pero en su fuero íntimo sabía que no regresaría. Así se lo confesó a su esposa.

El cabo Carlos Misael Pereyra, el que malcriaba a sus hijos, sabía que nunca volvería

En el Puma que se incendiaba había más gente atrapada. Tantearon en la humareda y vieron una mano que sobresalía. Así lograron sacar de los pelos al sub alférez Aranda. Pepe alcanzó a ver al sargento primero Justo Rufino Guerrero. “Hermano, sácame de acá”, rogó. Con la ayuda de Aranda, Acosta y San Emeterio -parado sobre el techo de la máquina- lograron salvarlo. Impresionaban sus piernas destrozadas.

Los Treppo eran diez hermanos y Juan Carlos era el mayor. Eran todos muy familieros y existía ese respeto especial por el hermano mayor. Eran de La Leonesa, Chaco y Juan Carlos era como un segundo padre. Por la mañana iba a la escuela primaria y al mediodía caminaba cinco o diez kilómetros para llevarle la vianda a su padre, tractorista en un ingenio azucarero. A los 9 ya manejaba el tractor y a los 13 el camión. Llegó hasta tercer año en la Técnica, fue camionero, tuvo un paso por Prefectura antes de ser gendarme. Hizo el curso de comando con excelentes calificaciones. Era francotirador. Su familia no sabía que iba a Malvinas, tampoco dijo nada para no preocuparlos. Fue como voluntario.

El gendarme Juan Carlos Treppo era el mayor de los hermanos de una familia numerosa y siempre fue como un segundo padre

A Guerrero lograron llevarlo lejos de la máquina. Querían seguir buscando posibles sobrevivientes. Pero los explosivos, alcanzados por el fuego, estallaron.

Nasif había muerto junto a Sánchez, aprisionados por la carga del helicóptero. Tampoco pudieron salir ni Pereyra, Verón, Guerrero y Treppo. El 10 de junio, también en cercanías del Monte Kent un proyectil de mortero mataría al gendarme Acosta.

La vida después

Cynthia Sánchez viajó dos veces a las islas. La primera vez con la Cruz Roja y la segunda con el contingente con hijos y hermanos, y se quedaron una semana. Dice que le hubiera encantado ser gendarme como su papá y su abuelo materno, pero en esa época no admitían mujeres.

Los Nasif se enteraron de la muerte de Guillermo al día siguiente. Era hincha de River, se había formado en el Liceo Militar General Paz y hasta había estudiado un año de ingeniería civil, mientras esperaba ingresar a Gendarmería, donde fue escolta de bandera.

Los Verón cuentan que a Marciano no le tocaba ir a la guerra pero que él pidió ir. Ellos se enteraron cuando le notificaron de su muerte. Gente de campo, toda la vida vivieron del fruto de su chacra, muestran orgullosos el libro que cuenta su historia. Se llama “Entre lagunas y mares”.

Guerrero nunca conoció a su hijo Víctor Gastón, actualmente cabo primero de Gendarmería. Su hija Noelia Carolina es sargento en la misma fuerza y estuvo por no entrar porque pensó que no iba a soportar el curso. “Ahora no podría hacer otra cosa”, confiesa. Su marido es cabo primero y tienen dos hijos. En el 2000 visitó Malvinas. Conocía el cementerio por una fotografía que le habían mandado a su madre junto con un anillo y el reloj de su hijo.

El Escuadrón Alacrán, formado en Comodoro Rivadavia antes de partir a las islas

Fue en 1993 cuando el comandante Spadaro, siendo jefe de la agrupación Formosa que conoció al padre de Víctor Guerrero. Se ganaba la vida vendiendo chipá con un carrito y había perdido un ojo por un ataque de presión cuando se enteró de la muerte de Víctor. “Cuénteme cómo murió mi hijo”, le pidió. El gobernador de Formosa, al enterarse de su situación, le concedió una pensión honorífica.

Antes de irse a Malvinas, Carlos Misael Pereyra dejó grabado un casete, en el que cantó e imitó sonidos. En la familia lo cuidan como una reliquia, más aún cuando lo quisieron escuchar y la cinta se trabó. Entonces alguien hizo copias en CD y recién el año pasado pudieron volver a escuchar su voz. Todos se sorprendieron al darse cuenta que Carlos Victorino, el hijo que nació en diciembre de 1982, tiene su mismo timbre. Su esposa cumplió lo que le hizo prometer, que si no regresaba que se volviese a Concepción del Uruguay. Sus hijos siguieron sus pasos: Elsa Verónica es suboficial de Gendarmería, Carlos oficial y fue Casco Azul y Marcos oficial de la Policía Federal. “Me salieron buena gente, para mi es lo que importa”, destaca.

Los Treppo vivían a cuatro cuadras de la sede del Escuadrón. A la mamá, Teresa de Jesús le habían dicho que a Juan Carlos había tenido un accidente con un helicóptero en Mendoza, pero ella enseguida presintió la verdad. Nelson, uno de sus hijos, recuerda que desde entonces sus padres tuvieron una mirada triste. Todas las tardes su mamá se sentaba en la puerta de la casa, como mirando a lo lejos.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Cuatro pilotos argentinos vuelan a la isla en un monomotor civil

Llegaron a Río Gallegos los pilotos de la hazaña que volaron en una avioneta monomotor a las Islas Malvinas

El equipo de cuatro pilotos aterrizó en Río Gallegos tras completar una travesía histórica. A bordo de un avión monomotor arribaron a Puerto Argentino, recorrieron las Islas Malvinas, visitaron el Cementerio de Darwin y exploraron sitios emblemáticos de la guerra de 1982. El emotivo recibimiento incluyó autoridades, veteranos de guerra y la comunidad de la capital de Santa Cruz.
Por La Opinión Austral



Llegaron a Río Gallegos los pilotos de la hazaña que volaron en una avioneta monomotor a las Islas Malvinas


Cuatro pilotos argentinos llegaron a Río Gallegos luego de completar una proeza: volar a bordo de una avioneta monomotor desde el continente hasta las Islas Malvinas. La travesía, que requirió meses de planificación y preparación, fue un homenaje a los caídos y una forma de mantener viva la memoria de la cuestión Malvinas por la soberanía del territorio argentino.

El equipo, compuesto por Alberto Obejero, Roberto Cazes, Christian Peinemann y Juan Carlos Guarco, partió desde el Aeroclub de Río Gallegos hacia Puerto Argentino. Durante varios días, recorrieron puntos históricos y simbólicos, incluyendo trincheras, restos de armamento y el Cementerio de Darwin, donde descansan los héroes de la guerra.

Emoción y recuerdos en el Cementerio de Darwin

Uno de los momentos más conmovedores de la travesía fue la visita al Cementerio de Darwin. Los pilotos destacaron la mezcla de emociones que se siente al caminar entre las tumbas. “Es una belleza, pero también te embarga una profunda tristeza al ver las cruces y recordar lo que sucedió allí”, expresó uno de los pilotos.



Roberto Cazes, quien ya había realizado este viaje en 2014, relató la carga emocional al observar las tumbas de antiguos camaradas. “Es un homenaje a los verdaderos héroes que están allá. Revivir esa época es algo muy fuerte para todos nosotros”, señaló, destacando el respeto y la solemnidad del lugar.

Los desafíos del vuelo y la planificación

La hazaña no estuvo exenta de desafíos. El vuelo a las islas, realizado en un avión monomotor Cessna, implicó largas horas sobre el océano Atlántico, enfrentando condiciones climáticas variables y riesgos técnicos. “Es impresionante cuando estás en el aire, rodeado de 360 grados de mar, y comienzas a ver los islotes en el horizonte. Ahí empiezan las emociones fuertes”, detalló uno de los pilotos.


El cariño al Cessna monomotor que los llevó a Malvinas. FOTO: LEANDRO FRANCO / LA OPINIÓN AUSTRAL.

Christian Peinemann, piloto profesional con más de tres décadas de experiencia, recordó cómo se sumó al grupo tras conocer a Alberto Obejero, dueño del avión. “Fue un trabajo en equipo. Cada uno tenía una función específica, y todos trabajamos con mucho compromiso para lograrlo”, dijo Peine, quien también recordó las diapositivas que su padre había tomado en las Malvinas en 1968, un recuerdo que lo conectó desde niño con este territorio.

Un guía local y el impacto de la comunidad isleña

Durante su estadía en las islas, los pilotos contaron con la guía de Sebastián, un argentino nacido en Quilmes que reside en Malvinas. Gracias a él, pudieron explorar lugares inaccesibles para la mayoría de los visitantes, como trincheras históricas y la cocina del Batallón 5 de Infantería de Marina, utilizada durante los últimos días de la guerra.



Sobre la vida en las Malvinas, los pilotos observaron que los habitantes locales mantienen un nivel de vida elevado, con un estilo de vida ordenado y características propias de la cultura inglesa. “Es un lugar tranquilo, donde la base militar está completamente separada del pueblo”, explicaron.

Un recibimiento cálido en Río Gallegos

A su llegada al Aeroclub de Río Gallegos, los pilotos fueron recibidos con honores por funcionarios provinciales y municipales, veteranos de guerra, la comunidad local y la banda de la Policía de Santa Cruz. Además, destacaron la invaluable colaboración del Aeroclub local, que brindó apoyo logístico y humano para el éxito de esta hazaña



jueves, 21 de noviembre de 2024

Jacinto Batista: "Teníamos órdenes de no matar"

'Teníamos órdenes de no matar'

Poder Naval

¿Cómo fue la retoma de las Malvinas desde la perspectiva de un militar argentino?

 

Jacinto Batista es el símbolo de la reconquista de las Islas Malvinas por parte de los argentinos el 2 de abril de 1982. Jacinto contó su historia al periodista Guido Braslavsky, del diario Clarín, el 1 de abril de 2002.

Llevaba un gorro de lana.
El rostro estaba ennegrecido por pintura de combate. El arma la llevaba cerca del cuerpo en la mano derecha y con el otro brazo indicaba a los prisioneros ingleses que permanecieran en fila con las manos en alto. Jacinto Eliseo Batista es el protagonista de esta foto de arriba que viajó por el mundo, convirtiéndose en símbolo de la toma de Puerto Argentino, el 2 de abril de 1982.

Veinte años después (
el artículo fue elaborado en marzo de 2002 ), acercándose a su cumpleaños 52 y a menos de dos meses de retirarse después de 35 años en la Armada, el Suboficial Batista enciende su cuarto cigarrillo en una mañana húmeda de Punta Alta y afirma: “No tengo nostalgia por las Malvinas. Fue una etapa en mi vida y en mi carrera. Recibí una orden y la seguí. Para eso me paga el Estado”.

Probablemente no todos los miembros del Grupo de Comando Anfibio que rindió a los británicos se comportan de la misma manera que este nacido en Colón, que dice no tener ningún interés en regresar a las Malvinas como huésped o turista. Sin embargo, afirma que “si el Estado me dice que los recupere nuevamente ahí estaré” . Porque, como todos los soldados de élite, Batista está hecho de una madera especial. Los comandos anfibios son al mismo tiempo buzos, paracaidistas, comandos y especialistas en reconocimiento en tierra y agua. Aprenden a soportarlo todo. Son soldados entrenados para la guerra, exactamente lo contrario de muchos jóvenes que no eligieron las Malvinas como destino, ni viven en una guerra y mueren en ella.

Quizás por eso Batista nunca tuvo miedo.
Ni siquiera al principio cuando se embarcaron en Puerto Belgrano a bordo de la fragata “Santísima Trinidad”, con rumbo desconocido, aún con la sospecha de todos de que se estaba realizando un verdadero operativo en las Malvinas.

“Tan pronto estuvimos en alta mar nos dieron la orientación necesaria para llevar a cabo la misión. Desembarcamos el 1 de abril, poco después de las 21:00. Yo era el guía del barco y, desde la línea de playa, el explorador.   Sólo teníamos un equipo de visión nocturna y yo era quien lo llevaba, que iba delante unos 200m”.

“Estábamos seguros de que los ingleses no nos esperaban. Caminamos toda la noche. Los objetivos eran el cuartel de los Royal Marines y la casa del gobernador. Teníamos órdenes de no matar, porque el plan posiblemente era tomar las islas y negociar la retirada.

“Nos separamos en dos grupos. Fui al cuartel, pero no encontré nada porque los marines estaban afuera custodiando los objetivos. Allí izamos por primera vez la bandera argentina. El grupo que acudió a la casa del gobernador, en cambio, encontró resistencia y se escucharon disparos constantes. “Era casi de día y la resistencia persistía. El primer inglés que conocí fue un francotirador con un rifle Mauser. Lo desarmé. Cuando nos reunimos en la casa, la situación estaba casi bajo control.

La única baja en esta acción –la primera muerte de la guerra– fue el capitán Pedro Giachino. “Cuando llegué estaba herido. Había entrado en la casa y, al salir, fue atropellado por un soldado que estaba detrás de una línea de árboles cercana. Le pregunté: “Qué te pasó, Pedro”, y le toqué la cabeza. Estaba consciente, pero muy pálido, había perdido mucha sangre y agonizaba.

Batista no recuerda en qué momento de aquella jornada frenética el fotógrafo Rafael Wollman se fotografió con los prisioneros ingleses.
Sabe, sin embargo, que esta imagen es un retrato implacable del orgullo herido del viejo león imperial. “El 14 de junio debieron buscarme para tomarme una foto con los brazos en alto”, imagina con una sonrisa.

Pero el cable no estaba en Puerto Argentino el día de la caída: “El 2 de abril regresamos al continente”. Batista nunca regresó a las islas, pero esto casi sucede cuando se planeó una misión de infiltración durante el desembarco británico, pero el Hércules que las llevaría sufrió una avería en la pista.

“Los británicos no eran mejores que nosotros. Tenían más medios y más apoyo. De americanos y chilenos. Pero si Argentina hubiera tenido la firme convicción de luchar…”, dice Batista, dejando la frase en el medio, como una pregunta.

FUENTE: Clarín

TRADUCCIÓN Y ADAPTACIÓN: Poder Naval


martes, 19 de noviembre de 2024

El helicopterista que recuperó las islas y sobrevivió al Belgrano

Malvinas: el helicopterista que participó de la recuperación de la islas y sobrevivió al hundimiento del Belgrano

El autor era aviador naval de los Alouette durante 1982. El 2 de abril de 1982 integró el Grupo Aeronaval Embarcado, a bordo del Portaaviones ARA 25 de Mayo. Ocho días más tarde, se embarcó en el Crucero General Belgrano. Sus vivencias, el recuerdo de sus camaradas, los dramáticos instantes cuando fueron alcanzados por los misiles del Conqueror y los días congelado en las balsas antes del rescate

El helicóptero Alouette con el teniente de corbeta Mario Carranza Horteloup y como piloto el teniente de fragata José Callisto

Hacía unos días que había regresado a mi Escuadrilla de helicópteros Aeroespatiale Alouette III luego de participar de la recuperación de nuestras islas Malvinas el 2 de abril, como integrante del Grupo Aeronaval Embarcado (GAE), a bordo del Portaaviones ARA “25 de Mayo”. Aún escuchaba las palabras del comandante del portaaviones, capitán de navío Sarcona, cuando reunió a los oficiales en el comedor del buque para comunicarnos que nuestro verdadero destino era Malvinas y nuestra misión recuperarlas.

Aún sentía las emociones de la experiencia vivida. Recordaba, con cierta resignación, las transmisiones de las radios chilenas anunciando que “el portaaviones argentino había sido hundido por un submarino inglés”. Tenía claro que mi próximo evento trascendente sería el viernes 16 de abril en Buenos Aires como testigo del casamiento de mi íntimo amigo, aviador naval y compañero de promoción el teniente de corbeta Arturo Médici.

Estaba en la sala de pilotos de mi escuadrilla cuando recibí la orden de embarcar con un Alouette en el Crucero ARA “General Belgrano”
. La configuración ordenada era la de ataque antisuperficie y antisubmarina, es decir misiles AS-12 y torpedos. Por eso, la tripulación debía estar conformada por un Comandante Táctico es decir un adiestrado guiador de misiles aire–superficie, que recayó en el teniente de fragata Juan José Callisto, un piloto táctico que era yo mismo y un especialista en armamentos, el suboficial mayor aeronáutico Ramón Barrios. Para el mantenimiento y soporte técnico en armas y electrónica embarcaron el suboficial segundo Roberto Lobo, el cabo principal José María Gómez, el cabo primero Adolfo Suárez y los cabos segundos Guillermo Ricardo Carro, Dalmiro Horacio Muñoz y Néstor Andrés Scheffer, todos integrantes de la Escuadrilla. El suboficial mayor Barrios era el segundo más antiguo de la unidad. Cuando llegó la orden de embarcar se presentó al Segundo Comandante diciendo que debía ir porque no había nadie con más experiencia y conocimiento sobre los sistemas de armas que él, lo cual era cierto. Barrios era un señor. Fue un conductor para su gente y un ejemplo para todos.

Alouette lanzando misiles AS-11

Con el Alouette matrícula 3-H-105 anavizamos en el Crucero el 10 de abril de 1982. El buque estaba amarrado a muelle y de inmediato fue hangarado. El hangar estaba a popa debajo de la plataforma principal y por diseño estaba previsto guardar allí, un hidroavión. La pluma permitía sacar el hidroavión del hangar y apoyarlo en la superficie del mar para que el avión pudiera despegar. Nunca la Armada Argentina había operado con un hidroavión desde el Crucero Belgrano. Sin embargo, a uno de esos ingeniosos hacedores que siempre existe se le ocurrió reanalizar su uso para embarcar un helicóptero sin que eso implicara perder la capacidad de las dos torres de artillería de popa con tres cañones de 5 pulgadas cada uno. Este hacedor fue el capitán de corbeta Enrique Gómez Paz. La maniobra de hangarar y deshangarar el helicóptero con la pluma había sido ensayada y practicada durante la navegación de enero del Crucero a Ushuaia llevando a los cadetes navales. El éxito fue absoluto.

Estando todos a bordo la zarpada se pospuso varios días por razones que desconocíamos. Indudablemente obedecía a la evolución de la situación internacional del conflicto. Finalmente, el 16 de abril zarpamos y pusimos rumbo al sur. Me preocupaba mi faltazo al casamiento, sin previo aviso, y como lo subsanarían llegado el momento.

El navío entró en Ushuaia para reabastecerse de combustible y munición 40-60, además se realizaron reuniones de coordinación relacionadas con las operaciones en curso. En la tarde del 26 de abril el Crucero General Belgrano dejó Ushuaia por última vez. Nunca volvería a un amarradero en territorio nacional.

Esta pluma (grúa) es la que permitía deshangarar al hidroavión original

Comenzaba con la misión impuesta, que consistía en patrullar el sector sur de la Isla de los Estados y de Malvinas, para detectar un posible tráfico marítimo británico y constituir un Grupo de Tareas Naval de diversión y engaño para los británicos y por supuesto vigilar y disuadir a la marina chilena si eventualmente cruzaba.

Efectuamos varios vuelos de simulacro de ataque a buques con misiles AS-12, algunas tareas de exploración y el menos agradable de avión blanco para las ejercicios de tiro antiaéreo. En esos adiestramientos vimos trabajar a nuestros hombres y a los del buque. Los más complicado era el cambio de configuración del helicóptero. El suboficial Roberto Lobo era quien estaba a cargo del mantenimiento mientras el suboficial mayor Barrios tenía los sistemas de armas. La coordinación y el trabajo en equipo era fundamental, pero a eso se agregaba el buen ánimo y el mejor humor. En cada cambio de configuración todos trabajaban y lo hicieron en tiempos récord. Armas, Mecánicos y Electrónicos: todos eran todo. Siempre estuve orgulloso del personal de la Escuadrilla, pero allí fueron un reloj, una máquina. Los nueve éramos un equipo.

Durante varios días operamos con las lanchas rápidas ARA “Indómita” y ARA “Intrépida”. En una nueva asignación de medios ordenada por la superioridad, los destructores ARA “Piedrabuena” y “Bouchard” junto al Buque Tanque “Puerto Rosales” de YPF se incorporaron a nuestro Grupo de Tareas 79.3 cuya nave capitana era el Crucero “General Belgrano”.

El Crucero ARA General Belgrano en Ushuaia

El 29 de abril, al teniente Callisto se le ordena examinar un lugar de aterrizaje para nuestro helicóptero en la Isla de los Estados para establecer un pequeño campamento. La razón era que el Crucero debía navegar a un rumbo general 090º / 120º y si para empeñarse en combate y abrir fuego, el helicóptero en cubierta constituía una limitación y debería ser evacuado inmediatamente para usar las baterías de popa. El hangaraje requería algo de tiempo y maniobra.

A fin de inspeccionar el lugar, con el teniente Callisto nos trasladamos al Aviso ARA “Gurruchaga” que nos dejó en proximidades de la playa de Isla de los Estados. Desembarcamos en un zodiac del Aviso a cargo del guardiamarina Carlos Enrique Aguilera para buscar un sitio conveniente. Esta tarea nos llevó varias horas. Luego de examinar el lugar y evaluar el soporte logístico necesario para operar desde la isla se asesoró que no era una opción adecuada.

Nuevamente a bordo del Crucero, el comandante ordenó a los buques poner proa al Este. Aparentemente la misión de nuestro Grupo de Tareas había cambiado. Alguna información sobre un ataque inglés al aeropuerto de Puerto Argentino había llegado.

El 1º de mayo realizamos el que iba a ser el último vuelo del 3-H-105. Buscamos a los comandantes de los destructores escoltas capitán de fragata Horacio Grassi y capitán de fragata Washington Bárcena para una reunión de coordinación a bordo del Belgrano a cargo del capitán de navío Bonzo, comandante del Crucero y del Grupo de Tareas 79.3. Algunas horas más tarde los trasladamos de regreso a sus navíos y el helicóptero fue hangarado. Nunca más desplegaría las aspas de su rotor para volar.

Durante la noche del 1º al 2 de mayo la tripulación entera cubrió puestos de combate, dado que, manteniendo arrumbamiento 090º / 120º nos acercábamos a la zona de exclusión decretada por los británicos alrededor de las Islas Malvinas. Nos trasladábamos de una zona de operaciones a la nueva zona asignada, denominada Ignacio. La larga noche y la madrugada fue tensa, llena de expectativas. En el norte de las Malvinas, los buques de la Armada con el Portaaviones “25 de Mayo” iniciaban un acercamiento a las unidades de la Royal Navy para un enfrentamiento aeronaval y de superficie de una magnitud que desconocíamos. Nuestros amigos, nuestros camaradas estaban allí. Creo que nadie durmió esa noche. Circunstancias así nos llevan a hacer algunos análisis de nuestras vidas que debiéramos realizar con mayor frecuencia. Lo verdaderamente importante surge en estos contextos.

Se visualiza la grúa, la tapa del hangar y las torres de artillería con los tubos cañón

En las primeras horas del 2 de mayo el rumbo cambió a 270º/ 290º. Volvíamos a la zona de la que habíamos partido. Habíamos pasado toda la noche en los puestos de combate y como supusimos que el peligro potencial disminuía al virar hacia el Oeste, la tensión también disminuyó. El buque mantuvo ese rumbo Oeste hasta que fuimos torpedeados minutos antes de las 16 horas del 2 de mayo.

Después del almuerzo, el teniente Callisto que había estado toda la noche y madrugada en la Central de Informaciones de Combate, se fue descansar. Yo me quedé con el guardiamarina Sevilla que me iba a enseñar a jugar a las damas chinas. Charla agradable más que juego. A eso de las 15 horas decido irme a descansar y le comento que andaba sin linterna. El Flaco Sevilla, gaucho como era, me ofrece una suya y la va a buscar a su camarote. “Gracias Flaco, compro pilas y se la devuelvo mañana”, fue mi despedida. Nunca lo volvería a ver. Si bien abandonó el Crucero falleció en una balsa. Abandoné el buque con la linterna que me había prestado. Se la devolveré con un abrazo cuando me encuentre con él en el fondeadero final.

Al llegar al camarote comencé a desvestirme para acostarme. El teniente Callisto que estaba despierto me dice: ‘¿No sería mejor dormir vestidos?’ Respondí que no ya que quería descansar, pero al pensarlo mejor así lo hice. Cuando tuvimos que salir del camarote con el buque a oscuras después del torpedo fue más fácil porque sólo debimos tomar el chaleco y el bolso.

No sé cuánto tiempo dormitamos, cuando una violenta explosión nos despertó. ‘Nos dieron’, dijo Callisto e inmediatamente sentimos otra explosión similar a la primera. El buque se paró, se escoró unos 20º a babor y quedó en completo silencio. Nunca, desde mi primer embarco como cadete naval, había escuchado el silencio en un buque. Una sensación muy rara estar en el Crucero sin los típicos ruidos de máquinas y ventiladores. En total oscuridad saltamos de nuestras literas nos pusimos nuestras camperas de vuelo, los salvavidas y salimos para ver qué había sucedido.

Nos encontramos con el teniente Stuart que, con esa flema y voz calma que lo caracterizaba, organizaba y priorizaba la salida del personal que provenía de las cubiertas bajas hacia la cubierta principal a cubrir el rol de abandono. El personal evacuaba las cubiertas inferiores pues algunas se inundaban y otras estaban llenas de humo dificultando la respiración. Me di cuenta de que la situación era verdaderamente dramática. Tenía el revólver de supervivencia que podía ser útil en caso de pánico de la tripulación. Nunca me equivoqué tanto en mi vida, ya que el comportamiento de todos fue ejemplar. Entendí que eso era adiestramiento y más adiestramiento. Cada ejercicio, cada zafarrancho que se hacía y repetía durante las navegaciones era para esto. Era igual a los procedimientos de vuelo que una y otra vez repetíamos en la Escuela de Aviación Naval. Se continuó evacuando las cubiertas inferiores hacia la cubierta principal.

Cuando llegué a la cubierta principal vi a los dos destructores escoltas alejándose del Crucero cumpliendo las instrucciones impartidas de hacerlo en caso de ataque submarino para evitar ser alcanzados por torpedos. En la cubierta me encontré con el teniente Di Poi, nadador de rescate y único compañero de promoción a bordo. A partir de ese día mi hermano. Cada uno fue a su puesto de abandono para cumplir con lo ordenado.

La imagen muestra la ausencia de la proa del Crucero

Se percibía una calma tensa, nos movíamos en silencio, sólo se escuchaban las órdenes que no se repetían, se acataban, en el puente de Comando había movimientos y la tripulación comenzó a formar frente a la balsa que le correspondía a cada uno, mientras el buque se escoraba más y más, pero lo hacía muy lentamente.

El Comandante y su estado mayor evaluaban la posibilidad de salvar al Crucero, pero a las 4 y 20 de la tarde se da la orden de abandonarlo. Dos de nuestros hombres faltaban en la formación frente a nuestra balsa: los suboficiales Barrios y Lobo. Supimos más tarde que el “Mayor Barrios” murió en la cubierta principal por las heridas que le generó la explosión del torpedo de proa. Del suboficial Lobo, “Lobito” como le decíamos, nunca supimos nada excepto que, previo al ataque, se había ido a descansar y su alojamiento estaba en la zona de impacto del torpedo de popa. Pienso que murió allí.

Nuestra balsa la conformábamos parte del personal de refuerzo a la dotación del Crucero y no estaba integrada por 20 personas como era lo habitual, sino por menos. Antes de abandonar el buque comprobamos que éramos aún menos (Barrios, Lobo y otros no estaban). La balsa siguiente a la nuestra no se había inflado adecuadamente. Por ello, se resolvió completar nuestra balsa con personal de la balsa desinflada hasta las 25 personas y reasignar a los 5 restantes a otras balsas para no exceder demasiado la capacidad ideal que era de 20 personas. Entre los 25 había dos (2) conscriptos que tenían quemaduras en sus manos. Dos jóvenes impecables que nunca se quejaron, nunca pidieron nada y nunca perdieron su buen ánimo. Lástima que no recuerde sus nombres. Fueron verdaderos hombres que se ganaron todo nuestro afecto y admiración.Una vez que la balsa estuvo en el agua, el teniente Callisto, el más antiguo, nos ordenó al cabo principal Gómez y a mí lanzarnos primero sobre el techo de la balsa y prepararla para recibir a los heridos y ayudar a subir a aquellos que cayeran al agua.

El oleaje estaba bravo y la balsa se movía caóticamente motivando que muchos al lanzarse cayeran al agua. Completamos la dotación prevista de la balsa. El último en embarcar fue el teniente Callisto.

La primera y más ardua tarea fue alejarnos del costado del Crucero, ya que las olas nos empujaban contra el casco. Finalmente, después de mucho esfuerzo logramos alcanzar el objetivo y ubicarnos a una distancia segura.

En cada balsa cabían 20 personas

En un momento me llama el teniente Callisto para que vaya a la puerta de la balsa. Pudimos ver como el “Belgrano” escoraba cada vez más hasta recostarse 90 grados sobre la banda de babor mientras la popa se hundía lentamente, muy lentamente como si no quisiera irse y menos arrastrar ninguna balsa de sus tripulantes en ese hecho. A las 16:58 horas el viejo y orgulloso guerrero, el Crucero ARA “General Belgrano”, desaparecía en las grises y frías aguas del Atlántico Sur. A los pocos minutos sentimos en nuestras sentaderas un par de explosiones provenientes, probablemente, de las calderas.

Después del esfuerzo físico que significó recibir a mis camaradas de balsa y de haberme mojado mucho tuve un estado de agotamiento y frío que me afectó seriamente. Fueron mis compañeros de balsa, en especial Carro y Scheffer, que subían mis piernas sobre sus pechos y la refregaban para ayudar a la circulación quienes fueron determinantes para que me recuperara.

En el trascurso de la noche se organizaron turnos de vigilia para achicar el agua que entraba en la balsa a causa de la tormenta. A Dios gracias no faltó mano de obra con 25 hombres, más uno que rescatamos de una balsa a la que estábamos atados que tenía 9 hombres a bordo y que había naufragado. Esto nos permitió conservar el calor humano. Todos demostraron una gran fuerza de voluntad y nuestros heridos no se quejaron en ningún momento. Una figura importantísima en la balsa por su apoyo, iniciativa y espíritu fue el cabo principal Gómez que se transformó en una pieza clave para la distribución y realización del trabajo.

Noche durísima, vientos muy fuertes que generaban olas que desde una balsa parece que va a devorarnos y parte de ella entraba a la balsa y nos recordaba lo que era el frío. A la mañana siguiente, 3 de mayo, el día se presentaba bastante mejor. Pudimos ver muchas balsas a la distancia. Recuerdo que nos asomamos con Callisto y nos preguntamos ‘¿vendrán a rescatarnos?’ La amenaza submarina era cierta, pero los marinos no abandonan a otros marinos en el mar. Sean ingleses, argentinos o chilenos.

El rescate de los sobrevivientes del Crucero General Belgrano

Pasado el mediodía escuchamos los motores inconfundibles de un Neptune, el avión explorador de la Armada que había ubicado la mancha de petróleo del Crucero y a partir de allí a las balsas con sus tripulantes. El teniente Callisto se comunica con el teniente Andersen, “la vieja Andersen”, copiloto del Neptune matrícula 2-P-111 avisando que estábamos bien. Allí nos informa que el rescate había comenzado. El sobrevuelo del viejo Neptune levantó los ánimos y reforzó aún más nuestra moral.

A la tarde divisamos a los primeros buques de salvamento. Cuando cayó la noche los ubicábamos porque parecían barcos pesqueros de calamar con todas sus luces encendidas. Estaban a la vista, estaban cerca. Finalmente, a eso de las 23 horas le tocó el turno a nuestra balsa y fuimos rescatados por el Aviso ARA “Gurruchaga”. Volvíamos al mismo buque con el que habíamos explorado la Isla de los Estados. El teniente Callisto hizo desembarcar a los heridos y a todo el resto y cuando sólo quedábamos nosotros dos me ordenó subir. Todos volvimos a casa, salvo Barrios y Lobo.

Fueron los primeros dos muertos de la Aviación Naval. Cumplieron su juramento. Merecen descansar en paz con el reconocimiento de todos.

Años después me enteré de que el Comandante del Aviso “Gurruchaga”, el capitán de corbeta Álvaro Vázquez al iniciar el rescate dijo a su tripulación: “Aunque haya un submarino en el área de acá no nos vamos hasta recuperar la última balsa”. Había que tener las convicciones bien puestas para decir eso antes de empezar la tarea y cumplirlo. De hecho, el pequeño gigante que fue el Aviso ARA “Gurruchaga” rescató al 46 por ciento de los náufragos. Tantos hechos que desconocen nuestros conciudadanos. Tanta gente que cumplió con su deber a la perfección sin pedir ni reclamar nada a cambio.

Cuando me reencontré con los míos le pregunté a la flamante señora de Médici que había pasado en el casamiento. Allí me enteré que mi amigo Arturo estaba destacado en Malvinas y de que mi hermano, a quien ellos no conocían, había concurrido al Registro Civil y había actuado como testigo. Al final, mi apellido figuró en el Acta de ese entrañable matrimonio amigo que hasta hoy perdura.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Desmalvinización: La hijaputez de la justicia argentina

Malvinas: luchar conta la mentira


Seguir invocando la figura de delito de lesa humanidad es sumarse a una peligrosa moda adoptada de manera irresponsable para defender lo indefendible



La Nación





Un veterano de Malvinas ondea la bandera argentina en el cementerio de Darwin, donde yacen más de 200 soldados
FELIPE TRUEBA - EFE

La banalidad del mal” fue la frase acuñada por Hannah Arendt en su libro Eichman en Jerusalén donde aborda el juicio al genocida y ahonda en su personalidad, destacando la ausencia de rasgos criminales o antisemitas en el condenado y atribuyéndole su accionar al deseo de ascenso de un simple burócrata. Bien podría aplicarse dicha expresión a la insistencia de algunos fiscales del fuero federal que continúan peticionando la calificación de lesa humanidad para hechos de supuesto maltrato a conscriptos en la guerra de Malvinas.

El fiscal de Río Grande, Marcelo Rapoport, pidió la detención de 10 militares por supuestos hechos registrados en 1982. Afirma que “las torturas en Malvinas fueron una práctica generalizada a la que fueron sometidos los conscriptos”.

La gran mayoría de los casos denunciados que se pretende encuadrar dentro de esta categoría involucran inmovilización y “estaqueamientos” –o “calabozo de campaña”– del subalterno ante actos de grave indisciplina, insubordinación, robos o de cobardía, como modalidad del arresto o sujeción ante la inexistencia en el terreno de un establecimiento donde mantener prisionero al infractor.

Los denunciantes y el fiscal invocan esa calificación con el indisimulable propósito de burlar la prescripción de hechos supuestamente acaecidos hace más de 40 años, garantía que no opera para los delitos definidos en el Estatuto de Roma como de “lesa humanidad”. La prescripción es una institución nacida del Derecho Romano hace más de 20 siglos que impide accionar judicialmente cuando hubiere transcurrido un determinado lapso fijado por las leyes. Actúa para dotar de orden y celeridad a los procesos judiciales y como garantía individual ante persecuciones injustas o irrazonables. Las primeras denuncias sobre maltrato en Malvinas se radicaron 25 años después de los hechos, cuando ya había operado la prescripción, violando también la garantía que asiste a los acusados de ser juzgados en plazo razonable.

Los primeros juicios por crímenes de lesa humanidad se celebraron en 2006 tras la reapertura de las causas ligadas a delitos cometidos por agentes estatales en la lucha armada de los 70. Estos fallos contra militares y fuerzas de seguridad dieron lugar al fabuloso negociado de millonarias indemnizaciones repartidas por el gobierno a cualquier persona que alegara haber sido víctima de brutalidad policial o militar antes o durante la última dictadura militar, en muchos casos sin probanzas y en otros en juicios amañados que se prolongan aún en el presente, como el denominado “Subzona III” iniciado días atrás en Mar del Plata.

Agrupados en organizaciones de excombatientes, apoyadas por el gobierno kirchnerista, y acompañados por las tan ideologizadas como cuestionadas organizaciones de derechos humanos argentinas, con su carga de odio y venganza hacia las Fuerzas Armadas, los reclamantes sostienen que los hechos constituyeron una continuidad de los métodos ilegales con que las FF.AA. reprimieron el terrorismo guerrillero. La descabellada afirmación parte de considerarlas una organización delictiva, una cuestión que ya abordamos en otras columnas editoriales al mencionar que la Corte Suprema de Justicia había determinado la improcedencia de la apertura de una causa penal por hechos de hace cuatro décadas.

Entre las sustanciales diferencias que vuelven inadmisibles, por absurdos, esos argumentos. la más notoria es que en los casos hoy planteados falta la clandestinidad. A diferencia de los métodos por los que fueron condenados los comandantes del Proceso, los arrestos en Malvinas obedecieron a órdenes emanadas de superiores perfectamente identificados y, en todos los casos, fueron la respuesta ante actos de indisciplina o delitos cometidos por subalternos, contemplados en los reglamentos militares y agravados por haber ocurrido en un escenario de guerra.

Seguir invocando la figura de delito de lesa humanidad es sumarse a una peligrosa moda adoptada irresponsablemente por distintos agentes para defender una tan perversa como redituable matriz. El artículo 7° del Estatuto de Roma establece claramente que para que el homicidio, la tortura o una privación ilegal de la libertad pueda ser considerada delito de lesa humanidad debe haber sido cometida “como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”. Las supuestas víctimas de los hechos bajo investigación denunciados en Malvinas no eran “población civil”, sino ciudadanos sujetos normativamente al estado militar en tiempos de guerra.

Hannah Arendt usaría la frase del comienzo para destacar los procederes de quien seguía órdenes y daba instrucciones sin reflexionar sobre sus consecuencias. En esta banalidad ha caído el representante del Ministerio Público Fiscal, que insiste en su ilegal postura hacia oficiales y suboficiales de las FF.AA. combatientes en las islas, postura que fue acompañada en su momento por las secretarías de Derechos Humanos nacional y de la provincia de Buenos Aires.

Es de esperar que el procurador general de la Nación y las máximas autoridades de ambas secretarías de Estado instruyan a sus subordinados para que cesen en este peligroso extravío lógico, ideológico y jurídico, detrás del cual se esconden nefastas intenciones que nada tienen que ver con el ideal de justicia y, mucho menos, con el Derecho que nos rige.